Read Ebook: Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas by Alvarez Guerra Juan
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Ebook has 506 lines and 58322 words, and 11 pages
Viajes por Filipinas De Manila ? Tayabas
Por Don Juan ?lvarez Guerra
Madrid Imprenta de Fortanet Calle de la Libertad, N?m. 29 1887
Al Sr. D. Cristino Martos
Juan ?lvarez Guerra.
?NDICE DE CAP?TULOS.
Horizontes intertropicales.--Suelo y cielo de Filipinas.--Panoramas indescriptibles.--La cascada del Botocan.--La grandiosidad ante los ojos del alma.--Evocaciones y recuerdos.--Un ateo.--El camar?n del Botocan.--Almuerzo al borde del abismo.--Chismograf?a al por menor.--Cuentos y an?cdotas.--Las mujeres filipinas.--Tipos y registros.--Opiniones.--Amor desgraciado.--Leyenda y aut?grafo.--Camino de Tayabas.--Llegada ? Lucban
El puente del suspiro
Despedida de Lucban.--Arroyos que se convierten en torrentes.--Huellas de un baguio.--Puentes derru?dos.--Troncos de cocos.--La sampaca y el jazm?n silvestre.--Pedregales, hondonadas y pendientes.--Relente de la tarde.--Aguas sulfurosas.--El puente de la Princesa.--Belleza del paisaje.--Brav?a y salvaje naturaleza tropical.--Melancol?a.--Una ca?a acueducto.--El camar?n de Alaminos.--Cuatrocientas dalagas ? caballo.--Tubiganes.--Garzas blancas.--Cuesta y puente de las Despedidas.--Bulliciosa cabalgata.--Cocales.--El puente de la Ese.--Vista de Tayabas.--El kil?metro 146.
Tayabas.--Su antig?edad.--Situaci?n.--Estad?stica.--Pureza de raza.--El bamb?n grande.--Fiebres pal?dicas.--Su remedio.--Casa real, tribunal, iglesia y convento.--Una Semana Santa en Tayabas.--Riqueza de ornamentaci?n.--Correr?a hist?rica alrededor de un escribano de Pilatos.--Fisonom?as da los pueblos.--Comparaciones.--Indolencia.--Supersticiones.
?Es ? no feliz Ambrosio?
La provincia de Tayabas ? principios del presente siglo.
Instalado en la c?mara de popa, mediante cuatro pesos, que fueron canjeados por un tarjetoncito amarillo y grasiento por el uso, principi? la maniobra de largar. Silb? el vapor, desatracamos, y sorteando numerosas bancas zacateras, pusimos rumbo contra corriente, ? la laguna de Bay.
Las palas del vaporcito, pesadamente bat?an las aguas del Pasig, evitando el timonel con una lenta marcha, el choque con alguna de las muchas peque?as embarcaciones que afluyen en aquellas horas ? las cercan?as del puente colgante, cargadas unas de cocos, verduras, le?a, piedras, ladrillos y tejas, y conduciendo otras gran n?mero de alegres cigarreras que tienen su trabajo en la f?brica de Arroceros, y su domicilio en alguna de las po?ticas casitas que bordan las orillas del r?o, y forman parte de los pueblos que hemos de ver desde las bandas del vapor.
A las pocas orzadas, dejamos por la proa los descarnados pilares de madera que ser?n en su d?a la sustentaci?n del puente de la Convalecencia, as? llamado,--se entiende cuando est? conclu?do porque pondr? en comunicaci?n las dos orillas del Pasig, siendo la principal base y en la que descansar? aquel, la peque?a isla de Convalecencia, en la que vimos destacarse un amplio edificio, que nos dijeron ser el Hospicio.
Doblado el recodo que forma la islita, pudimos apreciar las esbeltas y elegantes construcciones de la calzada de San Miguel; construcciones, que de d?a en d?a, van perfeccionando, hasta el punto, que vimos una, constituyendo un verdadero palacio ? la moderna. Dicho palacio es de hierro en su mayor parte; en sus jardines, cortados ? la inglesa, se encuentran estatuas en gran profusi?n, y por las entreabiertas ventanas de los muros--cuyas l?neas son una reminiscencia morisca--indiscretamente se asoma el sibaritismo oriental, por mas que trate de ocultarse entre cortinajes, importados de los ricos telares del viejo mundo.
Siguiendo la l?nea de construcciones, dejamos ? la proa, Malaca?ang, residencia de nuestra primera Autoridad, y bien modesta por cierto, para la jerarqu?a del alto Jefe que la habita. ? continuaci?n de Malaca?ang--palabra tagala que quiere decir casa del pescador,--qued? el barrio de Nagtajan, desde el cual las orillas del r?o principian ? tomar otro car?cter. La piedra, el hierro y el ladrillo, son sustituidos por la ca?a, la nipa, y la palma brava, los cuidados jardines, por las revueltas y compactas agrupaciones de pl?tanos, bongas y ca?as; mezcl?ndose las mansiones de recreo, con centros manufactureros, en los que predominan las alfarer?as, las canteras y las cordeler?as. En alguna de estas ?ltimas, la alta chimenea indicaba, que bajo su negro tubo se aprisionaban las m?ltiples fuerzas del vapor.
El santuario de Guadalupe fu? el primer templo de Filipinas en que se emple? el ladrillo y piedra para b?veda. Fu? construido por un fraile agustino, pariente del inmortal Herrera, ? quien se debe el Monasterio del Escorial. El que dirigi? el alegre santuario, di? m?s tarde ancho campo ? la valent?a de sus concepciones, en las magn?ficas obras de San Agust?n de Manila, cuyo templo forma una hoja de laurel con el ilustre apellido de Herrera.
El pueblo de San Pedro Macati, perteneci? ? los padres jesu?tas; ? la salida de estos, fueron comprados sus terrenos y hacienda por el marquesado de Villamediana.
Pasado el sitio donde se dice se oper? el milagro, y al que van en romer?a, y con toda la devoci?n de que son susceptibles los chinos, se principian ? ver en ambas orillas del r?o grandes dep?sitos de piedras toscamente labradas, procedentes de las canteras de Guadalupe, las que suministran y llenan en gran parte las necesidades de Manila y sus arrabales. Dichas piedras, aunque muy porosas, y por lo tanto de f?cil desmoronamiento, son apreciadas, y su transporte se hace en grandes bancas, que son vaciadas al pi? del puente colgante, ? ? las m?rgenes de los muchos esteros que afluyen al Pasig.
? un tiro de bala de la cueva se levanta la iglesia del rico pueblo de Pasig. Aqu?, el horizonte se ensancha y se aprecian distintamente las desigualdades de los escabrosos y agrestes montes de San Mateo.
Las orillas de esta parte del r?o est?n llenas de cascos y bancas. Los indios de Pasig son tenidos por los mejores bogadores de la provincia de Manila. Son, en efecto, muy fuertes, y manejan con destreza y vigor la ancha y corta pala que les sirve de remo, al par que de tim?n.
La vida del agua dulce, la monoton?a de una ribera siempre la misma, la precisi?n de las llegadas, las inofensivas y uniformes varadas, la etiqueta de la c?mara, el tiquin, la falta de olas, de horizonte, de grandiosidad, de espacio y de luz, tra?an al bueno del capit?n de un humor que hab?a ratos en ni ?l mismo se pod?a sufrir. El hombre de mar metido entre las cuatro tablas de un vaporcito ribere?o, es como el milano de las regiones australes, que se le encerrara en un jaul?n de gallinas.
--?Capit?n! ?c?mo se llama ese aparato de pesca?--le dije se?al?ndole una balsa que se ve?a en la orilla.
--Pescas que deben ser muy peligrosas, capit?n.
Al lado de la mestiza, observaba y com?a el autor de estas l?neas.
Ya pareci? aquello, dije para mis adentros, andalucita tenemos.
?l silbido del vapor cort? nuestra conversaci?n, al par que nos anunciaba la llegada ? Bi?an. El bret?n se qued? en aquel pueblo.
Nuevamente en marcha, cada cual procur? colocarse lo mejor que pudo, tanto en la c?mara como sobre cubierta.
Hechos los ofrecimientos y despedidas de ordenanza, vino un fuerte abrazo, dado por mi querido amigo D. Manuel Junquitu, quien me esperaba en el desembarcadero.
El resto de la tarde lo pasamos en visitar el pueblo, el cual me pareci? sucio y triste. Est? dividido por un r?o, sobre el cual se levanta un magn?fico puente, construido en estos ?ltimos a?os. La c?rcel, hecha en peque?o bajo el modelo de la de Bilibid, de Manila; la iglesia, convento, y Casa Real, son los ?nicos edificios notables que tiene Santa Cruz.
Por la noche despu?s de la cena, nos obsequi? el bondadoso Alcalde D. Antonio del Rosario con una serenata que o?mos desde los balcones de la Casa Real.
? las once, habiendo dejado todo dispuesto para seguir mi viaje, me acost?.
En Majayjay, fu? ? parar ? la casa del suizo D. Gustavo T?bler, excelente naturalista, radicado y casado en el pa?s. Jam?s olvidar? las horas que pas? al lado de aquella inteligencia verdaderamente cosmopolita, y de aquella actividad incansable. Interpretaba al piano con envidiable maestr?a las m?s delicadas melod?as de Beethoven, y fotografiaba con su c?ustico l?piz, ? su correcta pluma, las costumbres filipinas. El tiempo que le dejaba libre el cuidado de un magn?fico cafetal, lo repart?a entre el amor de su esposa, el cari?o de sus hijos, el estudio, y el preparado y conservaci?n de sus colecciones.
Amante, hasta el delirio, de su pa?s, viv?a feliz entre las agrestes fragosidades que rodean ? Majayjay, las cuales le recordaban las pintorescas monta?as de Suiza. Efecto de su laboriosidad contrajo una afecci?n al h?gado, que le condujo al sepulcro siendo a?n joven. Muri? en Hong-kong, dejando algunos trabajos in?ditos, que el autor de estas l?neas le vi? escribir en una temporada que vivieron juntos.
En la ?poca ? que me refiero, conclu?a el Sr. T?bler un precioso ?lbum de costumbres filipinas, que m?s tarde mand? litografiar ? Alemania, formando un curios?simo tomo, del cual conservo un ejemplar que me regal?.
Ya era bien entrada la noche, cuando dejamos la conversaci?n, yendo en busca del lecho, en el que no tard? en quedarme dormido al arrullo de un riachuelo que corre cerca de la casa.
Horizontes intertropicales.--Suelo y cielo de Filipinas.--Panoramas indescriptibles.--La cascada del Botocan.--La grandiosidad ante los ojos del alma.--Evocaciones y recuerdos.--Un ateo.--El camar?n del Botocan.--Almuerzo al borde del abismo.--Chismograf?a al por menor.--Cuentos y an?cdotas.--Las mujeres filipinas.--Tipos y registros.--Opiniones.--Amor desgraciado.--Leyenda y aut?grafo.--Camino de Tayabas.--Llegada ? Lucban.
Hay panoramas en este pa?s imposibles de describir ni pintar. La m?s f?cil pluma y el m?s valiente pincel vacilan en la cuartilla y en la paleta; ni en la primera se pueden coordinar ideas, ni en la segunda combinar colores que remotamente se aproximen ? la realidad. Me dec?a un pintor en una ocasi?n que presenci?bamos la puesta del sol:--Vea usted ese horizonte desconocido completamente fuera de las regiones intertropicales, y d?game si habr? quien pueda so?ar esa clase de tintas.--Aquel artista ten?a much?sima raz?n. El pincel es impotente ante la insondable b?veda de los tr?picos.
Si imposible es pintar el cielo de este pa?s, tanto lo es el describir algunos panoramas de su suelo. Muchas y magistrales descripciones de la cascada del Botocan conozco; respetables firmas suscriben aquellas; eminencias en la rep?blica de las letras la han admirado; buenos poetas le han consagrado sus inspiraciones, y hasta extraviados amantes la han popularizado haciendo ? sus hirvientes espumas, c?mplices de amargos desenga?os; mas soy franco, ni la tradicional leyenda, ni el fugaz art?culo, ni el profundo libro, ni el cuadro, ni la narraci?n, ni nada de lo que hasta entonces hab?a le?do, visto ? o?do referente ? la cascada, se evoc? ? mi memoria cuando llegamos al borde del grandioso precipicio. La emoci?n y la sorpresa son instant?neas, pues la situaci?n y configuraci?n del terreno donde la masa de agua se precipita, tiene una depresi?n particular que no permite al viajero apreciar detalle alguno, sino todo el conjunto. Una sola visual descorre el grandioso cuadro, y el estupor invade la materia, concentrando la admiraci?n en el esp?ritu.
Todo lo grande despierta en el alma cuantos sublimes ensue?os se elaboran en los misterios de la admiraci?n. El espectador se encarna con el cuadro que presencia, se paralizan sus sentidos y el ?xtasis alienta las m?s tiernas creaciones. Un poeta ante la cascada del Botocan, resucita todos los colosos del sentimiento, y al murmurio de las ondas, recuerda sus inmortales producciones.
El plano por el que se precipitan las aguas del Botocan, no tiene rampa, siendo perfectamente perpendicular.
Las paredes que forman el abismo, tienen casi la misma altura, y en cuanto ? su circunferencia es muy limitada, tanto, que cuando las aguas son caudalosas, rompen en el muro paralelo al en que se precipitan, cubri?ndose de vapores, tanto el total del fondo como la boca de la sima.
Hecha esta peque?a explicaci?n, se comprende que no hay preparaci?n alguna para el espect?culo; ? cinco pasos del borde solo se ve un bello paisaje y un raqu?tico r?o, con un puente de bongas y ca?as; percibiendo el o?do el ruido repercutido, que llega muy amortiguado al romper las ondas en las encadenadas rocas.
Como todo tiene su t?rmino, tambi?n lo tuvo en la ma?ana ? que me refiero la admiraci?n de que est?bamos pose?dos, esparci?ndose unos por aqu?, y otros por all?, buscando los m?s la sombra de un r?stico camar?n levantado en uno de los bordes m?s altos de la roca. All? se sirvi? el almuerzo, encontr?ndonos envueltos en los frescos efluvios, pudiendo jurar ? mis lectores, que pocos recuerdo como aquel. El Burdeos y el Champagne concluyeron de disipar las ?ltimas nubes de emoci?n, sustituy?ndolas por risue?os horizontes de color de rosa.
--Nada, caballeros, hay que desenga?arse, en este pa?s, ni las mujeres aman, ni los p?jaros cantan, ni las flores huelen.
--?Eh!--murmur? uno con la misma viveza que si le hubiera picado una culebra.--?Qu? blasfemia ha dicho usted! En esa especie de aforismo, solo se compendia una de las muchas vulgaridades que se repiten en este pa?s, por quien no lo conoce.
--Que pruebe que las mujeres aman--dijo uno.--Que nos demuestre que los p?jaros cantan--grit? otro.
--Pues que justifique que las flores huelen--balbuce? un tercero.
--Corriente, se?ores, dijo con gran calma el interpelado.--All? va, no una leyenda, sino un ver?dico suceso: testigo de ?l nuestro amigo T?bler.
Hace unos cuantos a?os, bajamos el Sr. T?bler y yo al fondo de ese abismo; y ?saben ustedes ? qu?? Pues ? recoger los ?ltimos restos de una pobre mujer que busc? en el suicidio el olvido ? un amor desgraciado.
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