Read Ebook: Descripción Geografica Histórica y Estadística de Bolivia Tomo 1. by Orbigny Alcide Dessalines D
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DESCRIPCION GEOGR?FICA, HIST?RICA Y ESTAD?STICA DE BOLIVIA
DEDICADA A SU EXCELENCIA EL GENERAL DON JOS? BALLIVIAN PRESIDENTE DE LA REPUBLICA
POR ALCIDES DE ORBIGNY
TOMO PRIMERO
INTRODUCCION
Habiendo nacido con muy particulares disposiciones para las ciencias naturales, debo ? los consejos y ? las doctas lecciones de un padre, cuyo nombre es digna y honrosamente conocido entre los sabios, el temprano desarrollo de ese instinto poderoso que al estudio de ellas me impulsaba. Vine por ?ltimo ? Par?s, en donde, fiel ? mi vocacion, pude seguir estos mis estudios predilectos de una manera mas especial, procurando iluminar mi inteligencia y beber la instruccion en esta fuente, verdadero emporio de las luces y del saber. En 1825 present? ? la Academia de ciencias mi primer ensayo, el cual fu? muy favorablemente acogido, mereciendo la aprobacion del Instituto, como ?l lo manifest? en su informe.
Tuvo ? bien mi gobierno elegirme, en el mismo a?o, para efectuar por la Am?rica meridional un viage de exploracion, que fuese ?til ? las ciencias naturales y ? sus numerosas aplicaciones. Semejante propuesta despert? en m? la aficion por correr mundo, al mismo tiempo que me llen? de regocijo; mas este fu? mi luego moderado por el convencimiento en que yo estaba, de que aun no habia llegado mi instruccion ? la sazon debida, para poder llenar, tan dignamente como convenia ? mis ambiciosos anhelos, una mision de esta naturaleza. Queria pues dedicarme al trabajo por algunos a?os mas, con el fin de obtener, ? lo m?nos en parte, los diversos conocimientos absolutamente indispensables para el viagero, que desea examinar y dar ? conocer un pais bajo todos aspectos.
Nombrado formalmente ? fines del citado a?o de 1825, tuve que activar mis tareas para hacerme acreedor ? tan honrosa prueba de confianza, siendo ciertamente mi cargo tanto mas dif?cil de llenar, cuanto que yo no contaba ent?nces sin? veintitres a?os. Por otra parte, la sola idea de recorrer la Am?rica bajo tan lisonjeros auspicios me alhagaba sobremanera, y encendia mi ardiente imaginacion, ofreci?ndome de antemano mil cuadros ? cuales mas seductores. Merced ? los ben?volos consejos de los se?ores Cuvier, Brongniart, Cordier, Isidoro Geoffroy Saint-Hilaire, y del c?lebre viagero baron de Humboldt, me fu? dado entrever cual seria el circulo de mis investigaciones. Las ciencias naturales eran el objeto principal; mas considerando como complemento indispensable la geograf?a, la etnolog?a y la historia, me propuse no desechar nada, cuando estuviese en aquellos lugares, para traer conmigo el tesoro mas completo de materiales relativos ? estos ramos importantes de los conocimientos humanos.
El Rio Janeiro con sus monta?as de granito y sus bellas y v?rgenes selvas fu? el primer teatro de mis exploraciones. Montevideo, Maldonado y toda la rep?blica oriental del Uruguay, ocupada ent?nces por los Brasileros, me ense?? luego sus campos, que se asemejan ? los de Francia. Atravesando la Banda oriental pas? ? Buenos-Aires, y me embarqu? en seguida en el Paran?, para trasportarme ? las fronteras de la provincia del Paraguay, declarada hoy dia Estado independiente. Subi como trecientas cincuenta leguas por este inmenso rio, cuya magestuosa corriente es de esperar que algun dia se ver? surcada por centenares de embarcaciones, las que impulsadas por el vapor ascender?n hasta Chiquitos, haciendo as? mas inmediata la comunicacion de Bolivia con la Europa.
Las ondas de este caudaloso rio, que tiene mas de una legua de ancho, corren sobre un lecho cuyas m?rgenes ? innumerables islas se ven adornadas de vistosos boscages, en donde la graciosa palmera entretege su follage con el de los ?rboles mas variados y bellos.
Recorr? durante un a?o entero todos los puntos de la provincia de Corrientes y de Misiones, y despues de haber penetrado en el Gran-Chaco, d? la vuelta por las provincias de Entre-Rios y de Santa-F?. De regreso ? Buenos-Aires, quise encaminarme ? Chile ? ? Bolivia; mas calculando lo dif?cil que me seria atravesar el continente con toda seguridad, por las turbulencias que, despues de la paz con el Brasil, minaban aquel estado, me decid? ? pasar ? la Patagonia, tierra misteriosa, cuyo solo nombre encerraba en ese ent?nces un no s? que de m?gico. Me transport? pues all? ? fines de 1826, y permanec? en ella durante ocho meses.
Pude efectuar mis primeras investigaciones con bastante sosiego, por mas penoso que fuese el recorrer un pais de los mas ?ridos, y en donde la falta de agua se hace sentir ? cada paso en el corazon de esos mon?tonos ? interminables desiertos; pero los indios Puelches, Aucas y Patagones se sublevaron inopinadamente contra la naciente colonia del C?rmen, situada ? orillas del rio Negro, y me v? ent?nces precisado ? reunirme ? sus habitantes para cooperar ? la defensa comun. Habiendo vuelto por segunda vez ? Buenos-Aires, hall? este pais en tan completa anarquia, que, reconociendo la absoluta imposibilidad de pasar ? Chile atravesando las pampas, tom? el partido de doblar el cabo d? Hornos. A mi llegada ? Valparaiso encontr? tambien ? la rep?blica Chilena en un estado de agitacion nada propicio para los viages cient?ficos, y provisto ent?nces de las recomendaciones del c?nsul general de Francia en este Estado, pas? ? Bolivia, de cuyo gobierno debia yo esperar una buena acogida, y los medios de proseguir mi exploracion continental.
Cobija, puerto de Bolivia, me salud? desde luego con el imponente aspecto de las monta?as que lo coronan. Poco despues me desembarqu? en Arica para dar principio ? mis viages por tierra. Abandonando bien pronto las costas, me encamin? ? Tacna, y en seguida emprend? mi ascension ? las cordilleras por el camino de Palca y de Tacora; mas, en vez de tropezar all? con esas empinadas y agudas crestas, que se ven figuradas en los mapas, me encontr? sobre una dilatad?sima planicie, colocada ? la altura de cuatro mil quinientas varas sobre el nivel del mar, y en la que ?nicamente se apercibian de trecho en trecho algunas moles c?nicas cubiertas de nubes. Atravesando este encumbrado llano, vine ? encontrarme luego en la cima de la cadena del Chulluncayani. Al contemplar desde all? la dilatad?sima extension que se desplegaba ante mis ojos, y la tan grande variedad de objetos que las miradas alcanzaban ? dominar ? la vez, yo saboreaba un sentimiento de indefinible admiracion. Es cierto que se descubren paisages mas pintorescos en los Pirineos y en los Alpes; pero nunca v? en estos un aspecto tan grandioso y de tanta magestad. El llano Boliviano, que tiene mas de treinta leguas de ancho, te dilataba ? mis pi?s por derecha ? izquierda hasta perderse de vista, ofreciendo tan solo peque?as cadenas paralelas, que parecian fluctuar como las ondulaciones del Oceano sobre esta vast?sima planicie, cuyo horizonte al norueste y al sudeste no alcanzaba yo ? descubrir, al paso que h?cia el norte veia brillar, por encima de las colinas que lo circunscriben, algunos espacios de las cristalinas aguas del famoso lago de Titicaca, misteriosa cuna de los hijos del sol. De la otra parte de tan sublime conjunto se divisaba el cuadro severo, que forma la inmensa cortina de los Andes, entrecortados en picos agudos, representando la figura exacta de una sierra. En medio de estas alturas se levantaban el Guaina Potos?, el Illimani y el nevado de Sorata mostrando su cono oblicuo y achatado, estos tres gigantes de los montes americanos, cuyas resplandecientes nieves se dibujan, por sobre las nubes, en el fondo azul oscuro de ese cielo el mas transparente y bello del mundo. H?cia el norte y el sud la cordillera oriental va declinando poco ? poco hasta perderse totalmente en el horizonte. Si me habia yo sentido lleno de admiracion en presencia del Tacora, aqu? me hallaba transportado, y sin embargo no era esta sino una de las faces de aquel cuadro; pues volviendo h?cia otra parte, se me revelaba un conjunto de no menores atractivos. Yo descubria aun el Chipicani, el Tacora, y todas las monta?as del llano occidental, que acababa de trasponer, y sobre las que mi vista se habia tantas veces detenido durante los tres dias de mi tr?nsito por la cordillera.
Baj? al llano Boliviano, situado aun ? la altura de cuatro mil varas sobre el nivel del mar, y que es la parte mas poblada de la rep?blica. Llegu? ? la ciudad de La-Paz, la antigua Choquehapu , nombre que, por su abundancia de minas en este metal, le dieron los Aymaraes. Este valle favorecido por la proximidad de los Yungas, y que se encuentra ? tres mil setecientas varas de elevacion, ostenta ? un mismo tiempo en sus mercados todos los frutos de los paises frios, de los templados y de la zona t?rrida. Escrib? inmediatamente al gobierno, remiti?ndole mis cartas de recomendacion. En respuesta me ofreci? ?l su proteccion, y fondos si los necesitaba, proponi?ndome ademas un oficial del ej?rcito y dos j?venes para acompa?arme. No queriendo abusar de tan generosas ofertas, acept?, con la mayor gratitud, solamente los dos ?ltimos, as? como las facilidades de trasporte por toda la rep?blica; y desde aquel instante, me consider? ya seguro de poder recorrer con fruto esta bella y rica parte del continente americano.
Impaciente por ver la provincia de Yungas, de la que se me decian tantas maravillas, dirij?me ? Palca, y una vez puesto sobre la cumbre de la cordillera oriental, me sent? deslumbrado de tal manera por la magestad del conjunto, que desde luego no vi sin? la extension inmensa, sin poder darme cuenta de los detalles. Ya no era una monta?a nevada la que yo creia asir, ya no era un dilatado llano, sin nubes como sin vegetacion activa.... Todo era aqu? distinto. Volvi?ndome h?cia el lado de La-Paz aun vela las ?ridas monta?as y ese cielo siempre puro, caracter?stico de las elevadas planicies. Por todas partes, al nivel en que me hallaba, alturas vestidas de hielo y de nieve; mas qu? contraste por el lado de los Yungas! Hasta quinientas ? seiscientas varas debajo de m?, monta?as entapizadas de verde terciopelo, y que parecian reflejarse en un cielo transparente y sereno ? esta altura, una cenefa de nubes blancas, que representaban un vasto mar azotando los flancos de las monta?as, y por sobre las cuales se desprendian los picos mas elevados, figurando islotes. Cuando las nubes se entreabrian, yo descubria ? una inconmensurable profundidad debajo de esta zona, l?mite de la vegetacion activa, el verdor azulado oscuro de las v?rgenes selvas, que guarnecen por todas partes un terreno tan accidentado. Lleno de regocijo al verme rodeado de una naturaleza, tan diferente de la que me habian presentado la vertiente occidental y los llanos de la cordillera, quise, ?ntes de ocultarme bajo esta b?veda de nubes, vagar libremente algunos instantes por sobre la region del trueno.
Visit? sucesivamente Yanacachi, Chupi, Chulumani, Irupana, etc., pasando alternativamente del lecho de los rios ? la cumbre de las monta?as. La pomposa vegetacion del Rio Janeiro se v? reproducida en estos sitios, pero con mas esplendor; una caliente humedad fomenta en ellos, hasta sobre las mas escarpadas rocas, plantas prodigiosas. Despues de haber estudiado detalladamente esta provincia, tan abundante en producciones, segu? por la misma vertiente occidental, recorriendo el terreno desigual, pero rico en minas de plata, de las provincias de Sicasica y de Ayupaya, pasando por Cajuata, Suri, Inquisivi, Cavari y Palca hasta trepar nuevamente la cordillera oriental, de donde cayeron de repente mis miradas, ? algunos millares de pi?s, sobre los ricos valles de Cochabamba y de Clisa. Qu? singular contraste aquel con el de los riscos donde me encontraba! Era la im?gen del caos al lado de la mas grande tranquilidad: era la naturaleza triste y silenciosa en presencia de la vida mas animada. Yo veia pues, en medio de ?ridas colinas, dos extendidos llanos cultivados y guarnecidos por todas partes de casuchas y bosquecillos, entre los que se distinguian gran n?mero de aldeas, y una grande ciudad ? la que hacian sobresalir sus edificios como ? una reina en medio de sus vasallos. Nada puede efectivamente compararse ? la sensacion que produce el aspecto de esas llanuras, cubiertas de caser?os, de plantaciones y de cultura, circunscriptas por una naturaleza monta?osa y est?ril, que se extiende ? mas de treinta leguas ? la redonda perdi?ndose confusa en el horizonte. Se creeria ver all? la tierra prometida en el seno del desierto. Si habia yo probado ?ntes viv?simas impresiones en presencia de las bellezas salvages de esa naturaleza grandiosa del llano Boliviano, y de la cordillera oriental, en donde la vida no entra para nada en el conjunto, pues que nada se encuentra all? de lo que respecta al hombre, cu?nto mayores no serian ellas, al descubrir yo estos lugares animados, estas llanuras sembradas de edificios, esos campos ricos y abundosos que despertaban en mi mente la im?gen de mi patria!
Cochabamba y sus cercan?as fueron por algun tiempo el teatro de mis investigaciones; prosiguiendo luego mi marcha h?cia el este, traspuse cien leguas de monta?as bastante ?ridas, pero cortadas por f?rtiles y profundos valles. Durante este viage reconoc? sucesivamente las provincias de Clisa, de Mizqu? y del Valle-Grande, siguiendo por el camino de Punata, Pacona, Totora, Chaluani, Chilon, Pampa-Grande y Samaypata , ?ltimo punto habitado de las monta?as, de donde solo distaban treinta leguas las f?rtiles pampas del centro continental. Pocos dias despues se descubria, de la cumbre de la cuesta de Petaca, el extendido horizonte de unos llanos calurosos cubiertos de bosques, en cuyo centro se ve sentada la tranquila ciudad de Santa-Cruz-de-la-Sierra.
La provincia de Chiquitos, colocada en el centro del continente americano, tiene mas de diez y ocho mil leguas de superficie, y siendo muy f?rtil su terreno, pueden cultivarse en ella todos los frutos de los paises c?lidos, al mismo tiempo que en las monta?as de Santiago pudieran sembrarse trigos y plantarse la vi?a. Visit? sucesivamente San-Javier, Concepcion, San-Miguel, Santa-Ana, San-Ignacio, San-Rafael, San-Jos? y Santiago, y precisamente vine ? encontrarme sobre esas monta?as, en la primavera de aquellas regiones.
En tanto que un sol abrasador tostaba las llanuras circunvecinas, algunas ben?ficas nubes, pos?ndose sobre la cima de las monta?as, habian operado un cambio total en el aspecto de la naturaleza. Los ?rboles se cubrian de un tierno follage y de diversidad de flores; la campi?a desplegaba lujosamente sus primorosos ropages. En nada absolutamente pudiera compararse la bella estacion de Europa ? un tal momento bajo las zonas t?rridas. En Francia, por ejemplo, las hojas van brotando poco ? poco, y el frio y la ausencia de dias hermosos se hacen frecuentemente sentir aun despues de bien entrada la primavera. En aquellos lugares, esta no es sino el cambio s?bito de una decoracion. La naturaleza se halla muerta, inanimada; un cielo demasiado puro ilumina un campo triste y casi desolado; pero sobreviene un aguacero, y al punto, como por encanto, todas las cosas toman una vida nueva. Bastan pocos dias para esmaltar los prados de verdura y de flores olorosas, y revestir los ?rboles con esas hojas de un verde tierno, ? con las flores que las preceden, dando ? cada uno de ellos un color vivo y uniforme. Si la campi?a, ostentando su bella alfombra, embalsama el aire con los mas suaves perfumes, los bosques presentan otro car?cter no m?nos halag?e?o de belleza y variedad. Aqu? un ?rbol cargado de largos racimos purp?reos contrasta con las copas, ya celestes, ya del dorado mas puro; all? sobresale una cima blanca como la nieve junta al rosado mas tierno. Con cu?nto regocijo trepaba yo por esas laderas, donde tan lindos vegetales se engalanaban, con sus joyeles, ? recorria los prados sin saber ? que sitio dar la preferencia, pues que cada uno de ellos me ofrecia un encanto que le era particular, un tipo diferente. Confieso que nunca me habia sentido tan maravillado en presencia de las bellezas de ese suelo, cubierto por un dosel tan espl?ndido.
Dejando muy luego el pueblecillo de Santiago, y atravesando bosques inmensos y el rio de Tucabaca, destinado probablemente ? suministrar ricas minas de oro, llegu? ? Santo-Corazon, que es el punto mas oriental de los lugares habitados de la rep?blica. Santo-Corazon era efectivamente por aquella parte el extremo del mundo, pues que nadie podia ent?nces pasar mas adelante. As? pues, calculando las grand?simas ventajas que resultarian de la navegacion del Paraguay para el tr?fico comercial y para la civilizacion de la provincia de Chiquitos, y anhelando ser el primer instrumento de esta gigantesca empresa, recog? todos los datos posibles de los ind?genas acostumbrados ? recorrer las florestas, ? hice abrir un camino h?cia las ruinas del antiguo Santo-Corazon, en donde corre el Rio Oxuquis, formado de los rios San-Rafael y Tucabaca, llegando ? cerciorarme que los altos ribazos de esta corriente podrian proporcionar, en todas estaciones, un puerto c?modo y situado ? muy poca distancia del Rio Paraguay, en el cual desemboca un poco mas arriba del fuerte de la Nueva-Coimbra. En 1831 comuniqu? estos importantes datos al gobierno de Bolivia, haci?ndole ver el cambio favorable que, para aquella provincia y para toda la rep?blica, resultaria de una nueva via de comunicacion, por el Rio de la Plata, con el Oceano atl?ntico.
Deseoso de recorrer otro punto de Chiquitos, atravesando bellas selvas me puse en la mision de San-Juan, y retorn? en seguida ? San-Javier, de donde me apart? diciendo tambien adios ? la provincia, al cabo de seis meses que me habia dedicado ? su estudio.
En medio de las inmensas y sombr?as selvas que separan las vastas provincias de Chiquitos y de Moxos, y en un espacioso recinto, que se halla indicado en nuestros mejores mapas como desconocido, corre un rio tambien ignorado aunque navegable: este rio es el San-Miguel. Sus orillas cubiertas de una vegetacion tan lujosa como activa, est?n habitadas por una nacion muy notable; tales son los Guarayos, que realizan en Am?rica, por su franca hospitalidad y por sus costumbres sencillas y enteramente primitivas, el po?tico ensue?o de la edad de oro. Entre estos hombres de la simple naturaleza, ? quienes jamas atorment? la envidia, el robo, esta plaga moral de las civilizaciones mas groseras como de las mas refinadas, tampoco es conocido. Si algunas veces habia yo suspirado viendo yacer en el abandono campos magn?ficos, mi?ntras que en Europa tant?simos infelices labradores perecen de miseria, cu?nto mas agudo no debi? ser mi sentimiento en presencia de aquellos lugares, los mas abundosos que yo habia encontrado hasta ent?nces, y en donde una naturaleza tan prodigiosa, y de un lujo de vegetacion extraordinario, parece estar pidiendo brazos que vengan ? utilizarlos por medio del cultivo productor!
Al dejar el pais de los Guarayos, me embarqu? y anduve ocho dias bogando sobre las aguas del San-Miguel, cuyas m?rgenes se ven cubiertas ya de altos bamb?es ya de palmas motac?es. El rio se halla bien encajonado por todas partes; as? es que las embarcaciones de todo tama?o pueden navegar all? f?cilmente en todo tiempo. De este modo me puse en la mision del C?rmen de Moxos, y visit? esta vasta provincia, donde, sobre una superficie de trece ? catorce mil leguas, treinta y tres rios navegables estan ofreciendo al comercio y ? la industria vias ya trazadas en medio de una sola llanura, que da or?gen ? todas las grandes corrientes meridionales, tributarias del famoso Rio de las Amazonas. Viven all?, divididos en diez naciones diferentes y que hablan distintas lenguas, unos pueblos, todos ellos dedicados ? la navegacion, y que conocen perfectamente las mas peque?as vueltas y revueltas de esos canales naturales, diariamente cruzados por ellos en canoas hechas de un solo tronco de ?rbol, el cual es ahuecado ? fuerza de hierro y de fuego.
Navegando por el Rio Blanco y el Rio Itonama, y atravesando sobre una canoa llanos inundados, hasta llegar al Rio Machupo, pude visitar sucesivamente Concepcion, Magdalena, San-Ramon y San-Joaquin, restos del esplendor pasado de los jesuitas.
Cerca del ?ltimo punto encontr? unas minas de hierro, las que abrazando un espacio de dos leguas, han sido colocadas por la naturaleza como para facilitar su laboreo y dar vida ? aquellas regiones, no l?jos del rio, ? inmediatas ? grand?simos bosques.
Llegu? finalmente ? la confluencia de los rios Guapor? y Mamor?, y colocado en la punta misma del ?ngulo formado por la reunion de los dos mas grandes rios de aquellas regiones, yo abrazaba de una sola ojeada las corrientes de uno y otro. Existe entre ?mbos el mas prodigioso contraste. A un lado, presenta el Guapor? el s?mbolo de la quietud: bosques sombr?os se extienden hasta el borde de sus cristalinas aguas, las que corren con lentitud y magestad: al otro, me ofrecia el Mamor? la im?gen del caos y de la instabilidad de las cosas. Sus rojas aguas, sumamente agitadas, arrastraban, borbollando, innumerables trozos de vegetacion, y hasta troncos gigantescos, arrancados violentamente ? los ribazos por la corriente. Nada hay estable sobre su paso. Si una de sus riberas est? cubierta de terromoteros casi desnudos de vegetacion, y en donde crecen algunas plantas anuales, la otra, pertrechada de barrancas arenosas, se desmorona de tiempo en tiempo minada constantemente por las aguas, arrastrando en su caida ?rboles que cuentan siglos, por lo que se ven las ensenadas llenas de troncos, que las crecientes estraordinarias han ido amontonando.
El Mamor?, tan ancho como el Guapor?, me ense?? sobre sus riberas y sobre las de sus tributarios, en el curso de una navegacion como de cien leguas, las hermosas misiones de la Exaltacion, de Santa-Ana, de San-Xavier, de la Trinidad y de Loreto.
Las comunicaciones que existian entre Cochabamba y Moxos eran largas, y sobre todo muy arriesgadas, siendo esto un grand?simo obst?culo para el comercio establecido entre ?mbos puntos. As? pues me propuse buscar, para obiar tales inconvenientes, un camino mas abreviado, ? una via de navegacion por en medio de selvas y monta?as, persuadido de que con esto haria yo ? Bolivia un servicio capaz de dar ? su gobierno un testimonio de mi gratitud, por las muchas favores de que le era justamente deudor.
Un poco mas al sud de la Trinidad, habia yo notado sobre la orilla occidental del Mamor? la embocadura del Rio Securi, no marcado en los mapas, y cuyo curso hasta en el mismo pais era desconocido. Este caudaloso rio, que viene mas directamente de las monta?as del este de Cochabamba, debia ayudarme ? poner en pr?ctica mi proyecto; mas quise ante todo asegurarme por m? mismo, de si no eran exageradas las dificultades de la comunicacion existente hasta ent?nces.
Abandon? en efecto los llanos abrasadores de la provincia de Moxos, inundados una parte del a?o; y embarc?ndome en una canoa, ayudado por los indios Cayuvavas, los mejores remeros de la comarca, sub? por el rio Mamor? hasta su confluencia con el Chapar?, y por este, en seguida, hasta su union con el Rio Coni. Finalmente, ? los quince dias de una penosa navegacion, durante los cuales no habia yo visto otra cosa sin? bosques, y la peque?a parte de cielo correspondiente al profundo surco abierto por los rios en medio de ese oceano de perenne verdor, vine ? encontrarme con la nacion de los Yuracarees, al pi? de las ?ltimas faldas de la cordillera oriental.
Las florestas v?rgenes del Brasil, que con tanta perfeccion y gracia ha trasladado al lienzo el pincel de uno de los mejores artistas franceses, en nada se parecen ? las de los lugares donde yo me hallaba. En estos, ayudada la naturaleza por un temperamento c?lido y constantemente h?medo, ha tomado un desarrollo tal, que no hay cosa que pueda compar?rsele. El todo de la vegetacion cuenta all? cuatro ?nditos diferentes. Arboles de ochenta ? cien varas de elevacion forman una perpetua b?veda de verdura, frecuentemente esmaltada con los mas vivos colores ya de las flores purpurinas, de que algunos ?rboles se hallan enteramente revestidos, ya de las enredaderas, que caen como cabelleras hasta el suelo. All? es donde infinitas especies de higueras, de nogales, y de moreras se confunden con una muchedumbre de ?rboles, cada uno de los cuales representa un verdadero jardin bot?nico por las plantas par?sitas que los cubren. Debajo de este primer rango, y como protegidos por ?l, se elevan ? la altura de veinte ? treinta varas los troncos delgados y derechos de las palmeras, cubiertas de un follage muy vario en sus formas, y de racimos de flores ? de frutos que cortejan ? porf?a los p?jaros mas bellos. Mas abajo, todav?a, crecen, como de tres ? cuatro varas de alto, otras palmas algo mas delgadas que las primeras, y ? las que el menor soplo de viento echaria por tierra; pero los aquilones solo agitan la cima de los gigantes de la vegetacion, los que rara vez permiten que algunos rayos de sol puedan llegar basta el suelo, el cual se halla tambien adornado con las plantas mas variadas, miscel?nea de helechos elegantes ? hojas recortadas, de peque?as palmas con hojas enteras, y sobre todo de marrubios de una levedad y delicadeza extraordinarias. No se halla un tropiezo debajo de esta sombra perpetua, pudiendo uno recorrer todos los puntos sin ser molestado por los espinos y las zarzas. ?A qui?n le fuera dado pintar este admirable espect?culo, y exprimir las sensaciones que ?l infunde? El viagero se siente transportado, su imaginacion se exalta; pero, si despertando de su arrobamiento desciende dentro de s? mismo, y osa medirse en cotejo con una creacion tan imponente, cu?n nulo y exiguo se encuentra! ?Y cu?nto ent?nces, por la conciencia de su peque?ez y de su debilidad en presencia de tama?as grandezas, viene ? desmayar su orgullo!
Dejando estas bell?simas comarcas, d? principio ? mi ascension sobre las monta?as por entre mil precipicios, y ? medida que me levantaba, veia cambiar r?pidamente ? la naturaleza de forma y de aspecto. Los ?rboles que se encumbraban hasta el cielo, las elegantes palmeras, y demas plantas arb?reas iban desapareciendo poco ? poco: unos y otros eran reemplazados por los zarzales, luego por algunas plantas gramineas, y finalmente la nieve habia sucedido ? los encantadores sitios de las regiones c?lidas, que alborozan con su algazara mil pintados pajarillos. Tres dias despues de haber dejado la zona t?rrida, pasaba la noche tendido sobre la nieve, en un punto que est? casi al nivel del Monte-Blanco.
Baj? r?pidamente ? los valles de la vertiente meridional, y atravesando las lugares habitados por los indios Quichuas, me puse en la ciudad de Cochabamba, donde ? la sazon se hallaba el gobierno, al que present? el proyecto que acababa de concebir. Aprob? el plan que me habia yo propuesto, haci?ndome sin embargo entrever las dificultades que habria que allanar, y los peligros ? que yo me exponia en el corazon de regiones desconocidas, en donde tendria que luchar ? la vez con los obst?culos de la naturaleza y con las naciones salvages. Pero inflexible en mi determinacion, y hechos mis preparativos, emprend? un mes despues este viage de descubrimiento.
El 2 de julio de 1832 sal? de Cochabamba, dejando otra vez la civilizacion de un pueblo para aventurarme nuevamente en el seno de los desiertos, donde debia encontrarme solo conmigo mismo. Me acompa?aban en esta expedicion, mandados por el gobierno, un religioso encargado de convertir ? la fe cristiana ? los salvages que encontr?semos, y el se?or Tudela, que debia seguir mis instrucciones para abrir el camino proyectado, y entenderse en quichua con los indios conductores de v?veres.
Sub? por la cuesta de Tiquipaya y llegu? ? unas altas planicies de donde me encamin?, por un llano que ocupaba la cumbre de la cordillera oriental, h?cia el punto culminante, que traspus? f?cilmente, y comenc? ? bajar dirigi?ndome al lugarejo de Tutulima. Yo habia pues pasado sin obst?culos la cordillera, y ya una de las dificultades de mi empresa quedaba allanada. Comparando este camino con el de Palta-Cueva y con todos los puntos de mi tr?nsito anterior, me pareci? que, si podia continuar por tal senda hasta Moxos, esta nueva direccion reemplazaria ? la otra, con la grande ventaja de no exponer ? tant?simos peligros, ni al hombre ni ? los animales.
El 8, despues de muchas dificultades, nacidas de la mala voluntad de mis indios, dej? Tutulima, ?ltimo punto habitado, para internarme en el desierto y pisar una tierra virgen todav?a. Conociendo, que me seria imposible trepar por las escarpadas laderas, y que, con la variacion este de 8 grados 28 minutos, la quebrada de Tulima, dirijida al nornorueste de la br?jula, me ofrecia un buen camino, me dirij? por ?l. Camin? durante seis dias consecutivos por la misma quebrada, variando mi direccion de norte ? nornorueste, pero haciendo ap?nas cuatro leguas por dia. Aument?banse los obst?culos ? cada paso, y no ten?amos ni el tiempo necesario ni los medios para allanarlos; era por tanto indispensable el vencerlos. Tan pronto el torrente se hallaba de tal suerte encajonado que nos veiamos forzados ? trepar por las laderas y ? andar de precipicio en precipicio; tan pronto el desag?e de nuevos rios venia ? engrosar de tal modo ese mismo torrente, que ten?amos que pasarlo y repasarlo, luchando contra la corriente mas impetuosa y meti?ndonos en el agua hasta la cintura. Aqu?, era preciso construir una balsa para atravesarlo, acull?, abrirse paso con hacha en mano por entre bosques enmara?ados.
Hasta ent?nces bien podia yo creerme sobre uno de los tributarios del Mamor?, y la direccion tomada era buena; mas de repente se presenta delante de nosotros una cadena de elevadas monta?as, y el rio por el que segu?amos, recibiendo un otro curso de agua, que venia del estesudeste, di? vuelta bruscamente h?cia el nornorueste. Cre? p?rdida toda esperanza; pues indudablemente aun debia ser este un tributario del Beni. As? es que al siguiente dia, determin? pasar la cordillera, y al cabo de una penosa jornada y de muchas detenciones forzadas, llegu? al punto mas encumbrado de aquellas monta?as; mas cu?l fu? mi desesperacion al encontrarme envuelto entre nubes, que nada de cuanto me rodeaba me dejaban ver! Mi ?nica esperanza de suceso dependia de la eleccion que yo hiciese de una corriente de agua, la cual solo me era permitido reconocer desde la altura en que me hallaba: dej? que mi tropa se adelantase y me qued? esperando. Una hora de inquietud se me hizo un siglo y empezaba ya ? desalentarme, cuando, por una dicha inesperada, se entreabrieron las nubes un momento, y se me revel? un horizonte inmenso: los ?ltimos repechos de las monta?as, como surcos irregulares cubiertos de ?rboles, bajaban serpenteando lentamente h?cia un mar de verdura sin l?mites, el cual era formado por las florestas de la llanura, que contornean las monta?as en un espacio de mas de cuarenta leguas. Seguia yo avidamente con la vista, lleno de ansiedad, la direccion de las profundas quebradas, buscando el punto de su reunion, para ver si hallaba en ?l una via de agua navegable. Un rayo del sol vino ? revel?rmela, haciendo brillar ? una apartada distancia, y en la direccion del norte 15 grados este, las sinuosidades de un rio en medio de la selva. Era este, como el puerto que aparece al navegante al cabo de una prolongada traves?a; era el resultado de mis c?lculos, el triunfo de mis ideas, un tributario en fin del Rio Securi, que yo habia dejado cerca de la Trinidad de Moxos.
Por el espacio de dos dias continu?, pero en descenso, por la cresta de las mismas monta?as, bajo una b?veda perpetua de ramas entrelazadas que forman una masa de veredura impenetrable al sol, y llegu? ? la poblacion de los salvages Yuracarees, quienes me acogieron perfectamente en sus caba?as, manifest?ndose decididos ? cooperar ? mis proyectos. Part? con ellos luego, ?ntes que este celo se enfriase, y me intern? en el corazon de la selva mas hermosa del mundo en busca de un ?rbol, que bastase ?l solo para construir una canoa. Mis salvages, que conocian uno por uno todos aquellos ?rboles, me llevaron en derechura hasta el mas grueso de ellos, cuyo tronco, de veinticinco pi?s de circunferencia, quizas habia visto pasar muchos siglos. A los golpes del hacha saltan luego sus astillas, pero al llegar la noche solamente, y ? impulsos de un trabajo tenaz, cae por fin haciendo estremecer la tierra, derribando todo cuanto encuentra por delante, y empujando unos objetos ? otros, lleva la destruccion ? mas de doscientos pasos. Los golpes redoblados del hacha hicieron resonar el bosque durante siete dias consecutivos; dirigia yo entre tanto los trabajos de los indios y trabajaba ? la par de ellos para animarlos con mi ejemplo, hasta que el soberano de los ?rboles de aquellos contornos se vi? trasformado en una lancha bastante espaciosa. Hubo despues que allanar, por entre el bosque, los obst?culos que se oponian ? su marcha, de cerca de un cuarto de legua, hasta lanzarlo sobre el rio; lo que se efectu? victoriosamente. Me felicitaba ya del buen ?xito de mis deseos; pues que para llenar la mision que me habia yo impuesto, no me faltaba otra cosa que hacer sin? bogar h?cia Moxos.
Mis promesas determinaron ? tres Yuracarees ? seguirme hasta Moxos, sirvi?ndome de remeros; y sin mas provisiones que algunas yucas y otras raices, nos pusimos en marcha, abandonando las selvas. Las aguas estaban demasiado bajas y el rio lleno de saltos: en cuatro dias, solo pudimos andar tres leguas hasta la confluencia del rio Icho. Metidos siempre en el agua para arrastrar la canoa y casi descalsos, durante el dia ?ramos devorados por las picaduras ponzo?osas de los quejenes, ? los que reemplazaban, por la noche, enjambres de mosquitos mas encarnizados todav?a. Finalmente, en la confluencia en que los dos rios reunidos forman el rio Securi, siempre navegable, me fu? preciso abandonar del todo los lugares habitados, y entregarme, casi falto de provisiones, ? las contingencias de una navegacion cuyo t?rmino y obst?culos no me era dado prever; sobre todo acompa?ado de gentes inexpertas, que, por no saber guardar solamente el equilibrio, exponian ? volcarse ? cada paso nuestra d?bil embarcacion. La abundancia rein? desde luego, gracias ? los buenos resultados de la pesca y de la caza; pero, ? medida que adelant?bamos, la selva se hallaba cada vez mas y mas desierta, y bien pronto nos vimos reducidos al pescado, sin sal, por todo alimento. En fin, despues de haber visto muchos rios considerables, todos ellos desconocidos, reunirse al que surc?bamos, y al cabo de tres dias de una navegacion penosa, continuamente al rayo abrasador del sol, ? expuestos ? las lluvias tan abundantes en las regiones calurosas, se present? nuevamente delante de nosotros el Mamor? en toda su grandeza. Ent?nces me olvid? de los pasados sufrimientos. Me encontraba en Moxos, blanco de mis afanes, y ? la ma?ana siguiente, despues de una ausencia de cuarenta dias, volvi ? ver la capital de la provincia, donde ap?nas me reconocieron, tal era la alteracion que los trabajos habian causado en mi semblante.
Trazado el plano de este ?ltimo itinerario me daba m?nos camino que por el Chapar?, y ? mas, habia yo descubierto un tr?nsito no tan arriesgado como el de Palta-Cueva. Mis votos, en esta ocasion, se veian tambien cumplidos; y me era permitido ofrecer al gobierno de Bolivia, en la delineacion de una nueva via para sus transaciones comerciales, un presente digno de sus beneficios; sin creerme por esto exento de la imprescriptible obligacion de conservarle mi eterno reconocimiento.
Terminadas pues mis investigaciones en la provincia de Moxos, me embarqu? nuevamente y volvi ? subir por el Mamor? hasta su confluencia con el rio Sara, y en seguida por este hasta su reunion con el rio Piray, el cual me condujo, al cabo de una molesta navegacion de quince dias, al puerto de los Cuatro-Ojos, situado ? treita leguas de Santa-Cruz-de-la-Sierra. El 17 de noviembre de 1832, ? los cincuenta dias de permanencia en esta ciudad hospitalaria, me separ? de ella penetrado de reconocimiento por los muchos favores de que sus habitantes me habian colmado. Dirig?me de nuevo ? las monta?as, y trepando hasta Samaypata me encamin? ? Chuquisaca, que distaba ciento catorce leguas. Visit? de paso las bellas comarcas de Valle Grande, donde terminan los ?ltimos ramales de la cordillera oriental, y baj? luego h?cia el Rio Grande, que recibe todas las aguas de las provincias de Cochabamba, Mizqu?, Arque, Chayanta, y de una parte de las de la Laguna y de Yamparaes en los departamentos de Cochabamba, de Potos? y de Chuquisaca. Atravesando las monta?as y los f?rtiles valles de las provincias de la Laguna y de Yamparaes, y pasando sucesivamente por el Pescado, por Tomina, Tacopaya, Tarabuco y Yamparaes, llegu? finalmente ? la capital de Bolivia, antiguo asiento de la audiencia de Charcas, hoy dia residencia de una corte suprema y de una universidad. La ilustrada ciudad de Chuquisaca ? La-Plata, circundada de monta?as y de campos cultivados, ofrece enteramente la misma temperatura de la Provenza, en Francia, y podria producir los mismos frutos.
Dejando esta ciudad, atraves? el Cachimayo y el Pilcomayo, y bien pronto elev?ndome cada vez mas sobre las monta?as llegu? ? Potos?, ciudad de riqueza proverbial; la que por el producto extraordinario de sus minas de plata, ha dado ? la Espa?a una parte del lustre de que esta ha gozado durante los ?ltimos siglos. Admir? en ella sus grandes lagunas artificiales, sus numerosos ingenios, su casa de moneda, y trep? luego sobre su cerro cribado de boca minas, de las que han salido tant?simos millares de pesos, sin que haya esto mejorado la condicion de los pobres ind?genas, instrumentos indispensables de esos penos?simos laboreos. En la cumbre de este cerro, me hall? ochenta varas mas arriba del nivel del Monte-Blanco.
Despues de haber escrupulosamente examinado los alrededores de Potos?, me dirig? ? Taropaya, ? Yocalla, y ? la garganta de Tolapalca: en seguida baj? al profundo valle de Ancacato, que desemboca en el Lago de Pansa, y continuando por el valle de C?ndor-Apacheta, me encontr? en unas llanuras espaciosas que me condujeron hasta Oruro, la segunda Potos?, cuyas minas, ricas tambien en otro tiempo, cesaron mas pronto de producir sus tesoros. La ciudad, bien decaida al presente, no suministra ya sin? metales de esta?o, ? algun poco de oro arrancado, dir?mos as?, ? sus vecinas monta?as.
De regreso ? Oruro, continu? mi exploracion por el llano, y me encamin? por Caracollo, Sicasica y Calamarca hasta La Paz, de donde pas? ? visitar Tiaguanaco, tan c?lebre por sus ruinas. All? he visto edificios inmensos que testifican una civilizacion tal vez mas adelantada que la de los Incas, y que ciertamente debe serle anterior. Estos monumentos son notables, sobre todo, por las enormes dimensiones de los pedruscos tallados de que se compone su f?brica. En medio de una vasta llanura, donde se eleva un t?mulo ? mas de cuarenta varas, se ven, rodeados de pilastras colosales, los restos de algunos templos cuadrados mirando h?cia el oriente, que tienen como ciento ochenta varas de frente ? cada lado, y cuyos p?rticos est?n cubiertos de bajos relieves chatos representando el sol, y el c?ndor su mensagero: se advierten tambien all?, todav?a, algunos fragmentos de estatuas gigantescas. Todos estos monumentos, colocados muy cerca de las orillas del famoso lago de Chucuito, cuna de Manco-Capac, son bien diferentes de los que se notan en las islas de Coati y de Titicaca, donde fueron estos ?ltimos edificados por los Incas, despues que llegaron ellos ? verse due?os, por la conquista, de los paises que habitaba la nacion Aimar?, primera simiente de la civilizacion de los Andes.
Habiendo recorrido con ex?men los contornos del inmenso lago de Chucuito, que, situado ? la altura de cuatro mil varas sobre el nivel del Oceano, se extiende ? mas de treinta y tres leguas geogr?ficas de largo sobre quince ? veinte de ancho, presentando el aspecto de un peque?o mar, volv? ? pasar por la postrera vez la cordillera occidental, dirigi?ndome al puerto de Arica. Mas de tres a?os habia yo pues empleado en la exploracion de la rep?blica de Bolivia, y me apart? de esa bella y rica parte del continente americano llevando conmigo, no solamente materiales inmensos y de todos g?neros para hacerla conocer bajo sus diversos aspectos, sin? tambien el mas vivo agradecimiento h?cia su gobierno y h?cia sus habitantes, que me habian siempre colmado de civilidades, y d?dome, junto con la hospitalidad, finas pruebas de estimacion.
Despues de haber visitado los puertos de Islay y del Callao , me embarqu? definitivamente en Valparaiso para pasar ? Francia, en compa??a de seis j?venes bolivianos, nombrados por su gobierno para estudiar en Europa la metalurgia. Nos dimos ? la vela en los primeros dias de octubre de 1833, y ? principios de 1834 volv? ? ver mi patria despues de una ausencia de ocho a?os.
Pas? inmediatamente ? Par?s, en donde me apresur? ? someter al juicio del Instituto un ?lbum de mas de quinientas planchas iluminadas, que habia yo dibujado en aquellos lugares, copiando de la misma naturaleza; gran n?mero de manuscritos; ? inmensas colecciones geol?gicas, zool?gicas y bot?nicas. Se nombr? una comision compuesta de los se?ores de Blainville, Geoffroy Saint-Hilaire, Adolphe Brongniart, Savary y Cordier, y el 21 de abril de 1834 present? esta, sobre dichos materiales, una relacion de la que copiar? aqu? algunos pasages.
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