Read Ebook: Torquemada en la hoguera by P Rez Gald S Benito
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Ebook has 661 lines and 64312 words, and 14 pages
B. P?REZ GALDOS
TORQUEMADA EN LA HOGUERA
MADRID
?NDICE
Torquemada en la hoguera. El art?culo de fondo. La mula y el buey. La pluma en el viento. La conjuraci?n de las palabras. Un tribunal literario. La princesa y el granuja. Junio.
B.P.G.
MADRID, Junio de 1889.
TORQUEMADA EN LA HOGUERA
TORQUEMADA EN LA HOGUERA
Voy ? contar c?mo fue al quemadero el inhumano que tantas vidas infelices consumi? en llamas; que ? unos les traspas? los h?gados con un hierro candente; ? otros les puso en cazuela bien mechados, y ? los dem?s les achicharr? por partes; ? fuego lento, con rebuscada y met?dica sa?a. Voy ? contar como vino el fiero say?n ? ser v?ctima; c?mo los odios que provoc? se le volvieron l?stima, y las nubes de maldiciones arrojaron sobre ?l lluvia de piedad; caso pat?tico, caso muy ejemplar, se?ores, digno de contarse para ense?anza de todos, aviso de condenados y escarmiento de inquisidores.
Pues todos ?stos, el bueno y el malo, el desgraciado y el pillo, cada uno por su arte propio, pero siempre con su sangre y sus huesos, le amasa ron al sucio de Torquemada una fortunita que ya la quisieran muchos que se dan lustre en Madrid, muy estirados de guantes, estrenando ropa en todas las estaciones, y preguntando, como quien no pregunta nada: <
Todo iba como una seda para aquella feroz hormiga, cuando de s?bito le afligi? el cielo con tremenda desgracia: se muri? su mujer. Perd?nenme mis lectores si les doy la noticia sin la preparaci?n conveniente, pues s? que apreciaban ? Do?a Silvia, como la apreci?bamos todos los que tuvimos el honor de tratarla, y conoc?amos sus excelentes prendas y circunstancias. Falleci? de c?lico miserere, y he de decir, en aplauso de Torquemada, que no se omiti? gasto de m?dico y botica para salvarle la vida ? la pobre se?ora. Esta p?rdida fue un golpe cruel para Don Francisco, pues habiendo vivido el matr?monio en santa y laboriosa paz durante m?s de cuatro lustros, los caracteres de ambos c?nyuges se hab?an compenetrado de un modo perfecto, llegando ? ser ella otro ?l, y ?l como cifra y refundici?n de ambos. Do?a Silvia no s?lo gobernaba la casa con magistral econom?a, sino que asesoraba ? su pariente en los negocios dif?ciles, auxili?ndole con sus luces y su experiencia para el pr?stamo. Ella defendiendo el c?ntimo en casa para que no se fuera ? la calle, y ?l barriendo para adentro ? fin de traer todo lo que pasara, formaron un matrimonio sin desperdicio, pareja que podr?a servir de modelo ? cuantas hormigas hay debajo de la tierra y encima de ella.
Pues se?or, revienta Do?a Silvia, y empu?adas por Rufina las riendas del gobierno de la casa, la metamorfosis se marca mucho m?s. A reinados nuevos, principios nuevos. Comparando lo peque?o con lo grande y lo privado con lo p?blico, dir? que aquello se me parec?a ? la entrada de los liberales, con su poquito de sentido revolucionario en lo que hacen y dicen. Torquemada representaba la idea conservadora; pero transig?a, ?pues no hab?a de transigir! dobleg?ndose ? la l?gica de los tiempos. Apechug? con la camisa limpia cada media semana; con el abandono de la capa n?mero dos para de d?a, releg?ndola al servicio nocturno; con el destierro absoluto del hongo n?mero tres, que no pod?a ya con m?s sebo; acept?, sin viva protesta, la renovaci?n de manteles entre semana, el vino ? pasto, el cordero con guisantes , los pescados finos en Cuaresma y el pavo en Navidad; toler? la vajilla nueva para ciertos d?as; el chaquet con trencilla, que en ?l era un refinamiento de etiqueta, y no tuvo nada que decir de las modestas galas de Rufina y de su hermanito, ni de la alfombra del gabinete, ni de otros muchos progresos que se fueron metiendo en la casa ? modo de contrabando.
De la precoz inteligencia de Valentinito estaba tan orgulloso, que no cab?a en su pellejo. ? medida que el chico avanzaba en sus estudios, Don Francisco sent?a crecer el amor paterno, hasta llegar ? la ciega pasi?n. En honor del taca?o, debe decirse que, si se conceptuaba reproducido f?sicamente en aquel pedazo de su propia naturaleza, sent?a la superioridad del hijo, y por esto se congratulaba m?s de haberle dado el ser. Porque Valentinito era el prodigio de los prodigios, un jir?n excelso de la Divinidad ca?do en la tierra. Y Torquemada, pensando en el porvenir, en lo que su hijo hab?a de ser, si viviera, no se conceptuaba digno de haberle engendrado, y sent?a ante ?l la ing?nita cortedad de lo que es materia frente ? lo que es esp?ritu.
En lo que digo de las inauditas dotes intelectuales de aquella criatura, no se crea que hay la m?s m?nima exageraci?n. Afirmo con toda ingenuidad que el chico era de lo m?s estupendo que se puede ver, y que se present? en el campo de la ense?anza como esos extraordinarios ingenios que nacen de tarde en tarde destinados ? abrir nuevos caminos ? la humanidad. A m?s de la inteligencia, que en edad temprana despuntaba en ?l como aurora de un d?a espl?ndido, pose?a todos los encantos de la infancia: dulzura, gracejo y amabilidad. El chiquillo, en suma, enamoraba y no es de extra?ar que D. Francisco y su hija estuvieran loquitos con ?l. Pasados los primeros a?os, no fu? preciso castigarle nunca, ni aun siquiera reprenderle. Aprendi? ? leer por arte milagroso, en pocos d?as, como si lo trajera sabido ya del claustro materno. A los cinco a?os, sab?a muchas cosas que otros chicos aprenden dificilmente ? los doce. Un d?a me hablaron de ?l dos profesores amigos m?os que tienen colegio de primera y segunda ense?anza, llev?ronme ? verle, y me qued? asombrado. Jam?s vi precocidad semejante ni un apuntar de inteligencia tan maravilloso. Porque si algunas respuestas las endilg? de taravilla, demostrando el vigor y riqueza de su memoria, en el tono con que dec?a otras se echaba de ver c?mo comprend?a y apreciaba el sentido.
La Gram?tica la sab?a de carretilla; pero la Geograf?a la dominaba como un hombre. Fuera del terreno escolar, pasmaba ver la seguridad de sus respuestas y observaciones, sin asomos de arrogancia pueril. T?mido y discreto, no parec?a comprender que hubiese m?rito en las habilidades que luc?a, y se asombraba de que se las ponderasen y aplaudiesen tanto. Cont?ronme que en su casa daba muy poco que hacer. Estudiaba las lecciones con tal rapidez y facilidad, que le sobraba tiempo para sus juegos, siempre muy sosos ? inocentes. No le hablaran ? ?l de bajar ? la calle para enredar con los chiquillos de la vecindad. Sus travesuras eran pac?ficas, y consistieron, hasta los cinco a?os, en llenar de monigotes y letras el papel de las habitaciones ? arrancarle alg?n cacho; en echar desde el balc?n ? la calle una cuerda muy larga con la tapa de una cafetera, arri?ndola hasta tocar el sombrero de un transe?nte, y recogi?ndola despu?s ? toda prisa. A obediente y humilde no le ganaba ning?n ni?o, y por tener todas las perfecciones, hasta maltrataba la ropa lo menos que maltratarse puede.
Pero sus inauditas facultades no se hab?an mostrado todav?a: inici?ronse cuando estudi? la Aritm?tica, y se revelaron m?s adelante en la segunda ense?anza. Ya desde sus primeros a?os, al recibir las nociones elementales de la ciencia de la cantidad, sumaba y restaba de memoria decenas altas y aun centenas. Calculaba con tino infalible, y su padre mismo, que era un ?guila para hacer, en el filo de la imaginaci?n, cuentas por la regla de inter?s, le consultaba no pocas veces. Comenzar Valent?n el estudio de las matem?ticas de Instituto y revelar de golpe toda la grandeza de su numen aritm?tico, fu? todo uno. No aprend?a las cosas, las sab?a ya, y el libro no hac?a m?s que despertarle las ideas, abr?rselas, dig?moslo as?, como si fueran capullos que al calor primaveral se despliegan en flores. Para ?l no hab?a nada dif?cil, ni problema que le causara miedo. Un d?a fu? el profesor ? su padre y le dijo: <
Era D. Jos? Bail?n un animalote de gran alzada, atl?tico, de formas robustas y muy recalcado de facciones, verdadero y vivo estudio anat?mico por su riqueza muscular. Ultimamente hab?a dado otra vez en afeitarse; pero no ten?a cara de cura, ni de fraile, ni de torero. Era m?s bien un Dante echado ? perder. Dice un amigo m?o, que por sus pecados ha tenido que v?rselas con Bail?n, que ?ste es el vivo retrato de la sibila de Cumas, pintada por Miguel Angel, con las dem?s se?oras sibilas y los Profetas en el maravilloso techo de la Capilla Sixtina. Parece, en efecto, una vieja de raza tit?nica que lleva en su ce?o todas las iras celestiales. El perfil de Bail?n, y el brazo y pierna, como troncos a?osos; el forzudo t?rax, y las posturas que sab?a tomar, alzando una pataza y enarcando el brazo, le asemejaban ? esos figurones que andan por los techos de las catedrales, espatarrados sobre una nube. L?stima que no fuera moda que anduvi?ramos en cueros, para que luciese en toda su gallard?a acad?mica este ?ngel de cornisa. En la ?poca en que lo presento ahora, pasaba de los cincuenta a?os.
Torquemada lo estimaba mucho, porque en sus relaciones de negocios, Bailon hac?a gala de gran formalidad y aun de delicadeza. Y como el cl?rigo renegado ten?a una historia tan variadita y dram?tica, y sab?a contarla con mucho aqu?l, adorn?ndola con mentiras, D. Francisco se embelesaba oy?ndole, y en todas las cuestiones de un orden elevado le ten?a por or?culo. D. Jos? era de los que con cuatro ideas y pocas m?s palabras se las componen para aparentar que saben lo que ignoran y deslumbrar ? los ignorantes sin malicia. El m?s deslumbrado era D. Francisco, y adem?s el ?nico mortal que le?a los folletos bail?nicos ? los diez a?os de publicarse; literatura envejecida casi al nacer, y cuyo fugaz ?xito no comprendemos sino recordando que la democracia sentimental, ? estilo de Jerem?as, tuvo tambi?n sus quince.
Escrib?a Bail?n aquellas necedades en parrafitos cortos, y ? veces romp?a con una cosa muy santa; verbigracia: <
< >>El Verbo deposit? hace diez y ocho siglos la semilla divina. En noche tenebrosa fructific?. He aqu? las flores. >>?C?mo se llaman? Los derechos del pueblo.>> Y ? lo mejor, cuando el lector estaba m?s descuidado, les soltaba ?sta: Add to tbrJar First Page Next Page