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Read Ebook: Mindanao: Su Historia y Geografía by Nieto Aguilar Jos

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Ebook has 565 lines and 52937 words, and 12 pages

El rehuir la ense?anza del idioma patrio y las trabas puestas ? la radicaci?n del elemento peninsular son los dos grandes borrones de la Administraci?n de Espa?a en Filipinas, constituyendo formidable barrera interpuesta entre el europeo y el ind?gena, imposibilitados de fraternizar sin mediadores tan poderosos como son la comunidad en la familia y en el idioma, cuando la unidad de creencias religiosas estrecha la distancia de dos pueblos tan profundamente identificados, ? pesar de la enorme distancia etnogr?fica con que la naturaleza les ha separado.

Esta es la exposici?n del estado en que seg?n nuestra apreciaci?n se encuentran hoy las Filipinas, si bien dejando de tratar algunas de las condiciones sociol?gicas y pol?ticas, de las que hemos cre?do prudente prescindir por no lanzar censuras en las cuales har?anse resaltar las suspicacias injustificadas, causantes del abandono en que los principios que informan el derecho civil se tienen en aquel pa?s, en el que no existiendo palpitaciones pol?ticas que repercutan un?sonas al comp?s del gran coraz?n de la patria, mantienen en la m?s punible orfandad ? los que veneran los principios de una unidad imperecedera como origen de pr?spera fraternidad, dejando el campo libre sin otro atractivo en estos ideales ? aquellos que por ambici?n desmedida ? injustificada sustentan las bastardas pasiones de un prematuro separatismo.

De estos principios hemos de partir para fundamentar el concepto formado de aquellas reformas consideradas indispensables por la opini?n, si Espa?a ha de modelar en las Filipinas bases robustas en que se asientan las aspiraciones de un porvenir venturoso, libre de las asechanzas y turbulencias que sin fruto agotan las energ?as de nuestros hermanos de Am?rica, debilitando su unidad y poni?ndolos en el trance bochornoso de encontrarse fustigados en su soberan?a por aquel coloso del Norte, que hambriento de dominio aspira ? relegarlos al triste estado de provincias conquistadas.

El porvenir de Filipinas estriba en la oportunidad con que se planteen las dos reformas hace tiempo se?aladas por aquella parte de la opini?n, que imparcial y conocedora del pa?s, juzga como suyos los triunfos de una administraci?n continuadora de los sanos principios que atesoran las sabias leyes dictadas por nuestros antepasados, celosos de que la preponderancia del poder?o colonial de Espa?a estuviese fundamentada en la hidalgu?a de sus principios humanitarios.

Estas reformas, que son la colonizaci?n y el encauzamiento del comercio hacia la metr?poli, tienen una aspiraci?n ?nica, y ?sta es la espa?olizaci?n del pa?s por la extensi?n de la raza peninsular, que en su mezcla con la ind?gena d? origen ? ese otro pueblo vigoroso y en?rgico que hoy lleva el nombre de mestizo. Esta nueva raza tiene demostrado que desde el claustro universitario al campo de batalla, sin dejar en claro la atm?sfera ideal del arte, todo lo domina, contando con aptitudes para servir de base ? una naci?n briosa, que tanto frente al poder?o japon?s como ante las colonias de explotaci?n con que le rodean ingleses y holandeses, sea gallarda representaci?n de la gran moralidad y extraordinarias facultades que para la colonizaci?n atesora el pueblo ibero.

Para conseguir esto, es necesario prescindir de la suspicaz y sistem?tica enemiga que nuestra burocracia mantiene contra esta raza mezclada, y dejar ? un lado temores imaginarios que hacen apreciar ? las Filipinas como fosa siempre abierta para el europeo.

Es necesario que en grandes cantidades llevemos all? nuestra sangre; pero no la sangre an?mica que engendra la atm?sfera impura de las grandes ciudades, sino la vigorosa que anima y d? energ?as ? nuestros cultivadores para no desmayar en las rudas faenas con que fructifican sus campos, yermos ya de tanto producir.

Ha llegado el momento en que la colonizaci?n de las Filipinas con elementos peninsulares se impone; pero no una colonizaci?n en la que se pretenda abusar de la superioridad de raza de uno de los elementos sobre el otro para establecer una esclavitud m?s ? menos embozada.

No una colonizaci?n como la seguida por civilizado pa?s de Europa en vecina pr?xima de las Filipinas; me refiero ? Holanda y Java.

En aquel territorio, la perversi?n del sentido moral llega ? su m?s alto grado; all? se encuentra organizado por los que representan el progreso un plan de explotaci?n cual no se registra otro ejemplo en las colonias contempor?neas, manteniendo ? sus habitantes en el mismo estado de atraso en que hace siglos se encontraban, con la sola diferencia de que en ?poca m?s remota fueron los ?rabes la raza superior y explotadora; y hoy se encuentra en el pleno goce de tan in?cuo monopolio, una de las naciones que, si no por su extensi?n territorial, s? por su cultura, blasona en Europa de encontrarse ? la cabeza del progreso intelectual.

Las bases fundamentales que conforme ? los progresos de la ciencia y ? las leyes de la historia estamos obligados ? implantar de un modo en?rgico en Filipinas, si hemos de espa?olizarlas, est?n claramente marcadas en aquellos principios sociol?gicos que huyendo de las ut?picas teor?as de nuestras antiguas leyes, hacen de la industria y el comercio el m?s seguro agente para la divulgaci?n del progreso, quedando la fuerza relegada ? mero auxiliar de la obra civilizadora que se ejecuta.

De ?sto se deduce, que la colonizaci?n debe efectuarse en condiciones que llene aquellos fines, armonizando el bienestar del elemento colonizador y del colonizado, y fomentando el desarrollo de la riqueza mediante una acertada explotaci?n de sus productos naturales, que lo mismo beneficie ? los ind?genas, sin distinci?n alguna de castas, que ? los nacidos en la pen?nsula, cuya misi?n all? no es de dominio ni de conquista, puesto que las colonias, como sabiamente disponen nuestras leyes, s?lo deben ser una continuaci?n de la metr?poli por la extensi?n de la raza, que al confundirse con la ind?gena le presta los elementos indispensables para su transformaci?n etnol?gica, poni?ndola en cond?ciones de alcanzar el nivel intelectual de los pueblos civilizados.

Practicando rigurosamente este principio, lograremos contrarrestar esa ley fatal de la Historia que impide en nuestra raza el que la influencia directa de la metr?poli obre sobre la colonia hasta su completa mayor?a de edad moral.

?Queremos que no ocurra en Filipinas lo que con la Am?rica latina? Pues hagamos dos cosas: explotemos convenientemente el suelo haci?ndole producir los ricos tesoros de su fecundizaci?n, y no perdamos medio para que miles de familias peninsulares lleven ? aquellos lejanos pa?ses sus energ?as, sus conocimientos y adelantos, mezclen su sangre con la del indio, creen all? intereses y alejen por completo la m?s remota sospecha de una separaci?n violenta.

Por ?ltimo, nos permitiremos hacer algunas indicaciones que, aunque no se fundamenten en bases de origen conocido, el patriotismo, que presiente ? veces con delicado instinto la m?s tenue nube que pueda empa?ar el claro horizonte que circunda la tranquilidad de la naci?n, nos obliga ? manifestar algunos recelos nacidos al comparar los distintos elementos que constituyen la poblaci?n y la riqueza en el estado actual de las Filipinas.

Lo mismo que anteriormente, consideramos como un deber el sincerar al filipino del err?neo concepto en que se le tiene en nuestra patria, distanciando as? dos pueblos ?ntimamente ligados por lazos que pueden llegar ? ser indestructibles; tambi?n creemos que aquel pa?s se encuentra muy pr?ximo, ? la resbaladiza pendiente que vendr?a ? determinar graves conflictos, funestos para la gran patria que veneran todos los buenos espa?oles.

Por eso nos permitimos recordar ? los poderes constitu?dos que en Filipinas el comercio peninsular no tiene arraigo y la representaci?n de nuestra raza es muy raqu?tica para poder neutralizar el incontrastable empuje del elemento asi?tico que all? impera, no s?lo por el n?mero, que ya hacen respetable los cien mil mestizos sangleyes que existen, sino por ser los principales acaparadores de la riqueza del pa?s y encontrarse perfectamente organizados y con una uni?n que distan mucho de imitar nuestros compatriotas, por m?s que ?sto obedezca ? manejos que, si hoy no alcanzan ? llamarse pol?ticos, pudieran ser precursores de una hostilidad que en momento dado diese funestos resultados para la integridad de la patria, ocasionando desquiciamientos siempre dolorosos cuando no est?n justificados por las leyes naturales del progreso.

Las islas Filipinas, que comprenden una gran porci?n de la subdivisi?n Oce?nica llamada Malasia, ocupan un ?rea de 80.000 leguas cuadradas, en la que se encuentran repartidas sobre unas 1.200 islas que alcanzan en junto ? m?s de 300.000 kil?metros cuadrados de territorio. Entre ?stas, las m?s importantes, aquellas de que nos hemos de ocupar, no exceden de 20, que son las que por su situaci?n geogr?fica, su extensi?n y riqueza, historia, usos y costumbres, determinan la formaci?n de grupos distintos cuyo estudio es de inter?s en esta ocasi?n.

Entre todas, y ? modo de ramilletes gigantescos festoneados con las espl?ndidas frondas de aquella exuberante y rica vegetaci?n tropical, circundan limit?ndola una gran porci?n de agua; mar interior que ? semejanza del Mediterr?neo en nuestra Europa, ha sido y ser? por largo tiempo el foco convergente de las m?s potentes energ?as del Archipi?lago, de la industria y del comercio, y donde la mayor densidad de poblaci?n acusa con su pl?tora de vida el bienestar que la riqueza proporciona.

Sus aguas son surcadas de cont?nuo por fr?giles embarcaciones que transportan los productos de unas ? otras islas, sosteniendo un activo tr?fico de cabotaje, que reuniendo las mercanc?as en los puertos de Ceb?, Ilo-Ilo y otros menos importantes, los ponen en condiciones de abastecer el gran mercado del Archipi?lago, Manila, y exportar directamente al exterior enormes cantidades de az?car, caf?, cacao, abac?, tabaco y otra infinidad de productos que por su bondad son tenidos en grande estima.

El mar de Jol? ? de Mindoro, que con ambos nombres se le designa, est? limitado al N. por la costa S. de Luz?n, comprendiendo las provincias de Batangas, Tayabas, Camarines y Albay. Por el E. Mindoro y la dilatada isla de Paragua, que corri?ndose desde esta ?ltima hasta la de Borneo lo cierra por aquella parte formando el estrecho de Bal?bac. Al O. Samar, Leyte y Mindanao le separan del Pac?fico, con el que s?lo comunica por algunos estrechos de tan corta latitud que en la subida y bajada de mareas su navegaci?n es peligrosisima por la impetuosa corriente de las aguas que los cruzan. Por el S. constituyen su barrera una serie de peque?as islas que forman los Archipi?lagos de Jol? y Tauitaui, grupos insignificantes por su extensi?n territorial, pero el m?s poderoso baluarte, desde el cual las feroces y pir?ticas huestes mahometanas han sembrado la desolaci?n y la ruina de aquellas costas, las m?s ricas del Archipi?lago, llev?ndolo todo ? sangre y fuego, esclavizando ? los hombres robustos, violando ? las doncellas y dando muerte cruel al anciano, cuyos m?sculos no fuesen capaces de soportar la dura faena del remo.

En el NO. del mar de Mindoro que dejamos rese?ado, y como espl?ndido remate ? la admirable posici?n geogr?fica con que la naturaleza ha dotado ? las Filipinas, tanto en relaci?n con los pa?ses inmediatos como tambi?n para facilitar el fomento de la propia riqueza, se encuentra el grupo de las Visayas, islas hasta hace poco relegadas al m?s vergonzoso atraso bajo la tir?nica opresi?n de la pirater?a joloana, pero que influ?das hoy por el ambiente de paz que hace a?os disfrutan, constituyen con las inmediatas provincias del S. de Luz?n el emporio verdadero de la riqueza y de la producci?n en aquel pa?s.

Nos d? el ejemplo de su val?a, con la construcci?n, sin el auxilio oficial, de l?neas f?rreas que den salida ? los carbones que en sus entra?as atesora; y que en sus 4.183 km. de superficie, cuenta con una industriosa poblaci?n de m?s de 350.000 habitantes.

La isla de Bohol ? Bojol, esa ? la que Cavada llama la hija desheredada de esta espl?ndida naturaleza intertropical, comprende una superficie de 3.250 km., ocupada por 250.000 habitantes.

El calificativo aplicado por Cavada ? este territorio pudo ser de oportunidad en otra ?poca; hoy Bojol aumenta r?pidamente las explotaciones agr?colas, cosechando en gran cantidad el caf? m?s apreciado, cuyo cultivo concluir? por invadir una gran parte de los territorios que se mantienen incultos.

La riqueza forestal de esta isla es tan grande y variada, que puede compensar con exceso las dificultades que la roturaci?n presentara para el cultivo de sus campos, efectuado por una inteligente explotaci?n agr?cola.

All? abundan las maderas preciosas, representadas por el ?bano y s?ndalo: las de utilidad, como el molave, dung?n, ipil y otras, que aparte su aplicaci?n en las edificaciones urbanas alcanzar?an gran estima si llegasen ? ser empleadas en la construcci?n de l?neas f?rreas.

La despoblaci?n de esta isla est? plenamente justificada.

Los moros necesitaban un punto de apoyo y refugio en el progresivo desarrollo que hacia el N. del Archipi?lago daban cont?nuamente ? sus peri?dicas excursiones pir?ticas, y ?sto lo encontraron sin tener que vencer grandes resistencias, en las magn?ficas ensenadas de Mamburao y Paluan, donde se mantuvieron hasta nuestro siglo.

Los naturales, sujetos ? la m?s terrible esclavitud, emigraron ? las provincias pr?ximas, quedando reducida la poblaci?n ? los infieles, que parapetados en lo abrupto de los montes, supieron mantener su independencia.

Samar goza de tan excelente salubridad, y sus terrenos admirables son tan ricos y de topograf?a tan adecuada para el cultivo, que al fundarse hace pocos a?os una colonia agr?cola compuesta de peninsulares exclusivamente, procedentes del regimiento de Artiller?a que guarnece ? Manila, fu? elegido por unanimidad como punto el m?s adecuado y donde pod?an esperarse m?s brillantes resultados, esperanza que los hechos han coronado del ?xito m?s completo.

Su extensi?n superficial es de 12.175 km. y 200.000 pr?ximamente el n?mero de sus habitantes.

En el conf?n opuesto ? Samar y Leyte, y sirviendo de barrera entre el mar de Mindoro y el de China, se encuentra la isla de la Paragua, extensa faja terrestre de 420 km. de longitud y que no alcanza ? 40 km. en su mayor anchura, y ? 14.000 de extensi?n superficial. Su riqueza forestal es enorme, y en la actualidad hay hechas en ella important?simas concesiones para la colonizaci?n de su territorio.

Terminada esta liger?sima rese?a de las m?s importantes islas que componen el grupo central del Archipi?lago, resta s?lo esbozar lo que son y valen aquellas dos grandes islas que la limitan, la una por el N. y la otra por el S., Luz?n y Mindanao.

La isla de Luz?n, la que constituye el extremo N. de aquellos territorios, requerir?a por s? sola un grueso volumen si hubi?semos de dar somera idea de las castas que la pueblan, de su territorio y de la inmensa riqueza minero-forestal con que la naturaleza le ha dotado.

Cuenta con una extensi?n superficial de m?s de 100.000 kil?metros, ? sea, pr?ximamente, igual ? la de la isla de Cuba, y su poblaci?n excede de 3.500.000 habitantes. Al N. Cagay?n. La Isabela ? Ilocos producen el riqu?simo tabaco de su nombre, el m?s apreciado del Archipi?lago. En el centro Cavite. Pampanga y Batangas bastan por s? solas para desterrar el concepto de holgazanes de que en la pen?nsula disfrutan los filipinos; las m?s ricas de nuestras provincias no superan en la maestr?a de sus cultivos ? las que dejamos mencionadas; pru?balo la bondad de los productos, el activo comercio que sostienen, el bienestar que sus habitantes disfrutan y el r?pido aumento de poblaci?n que en pocos a?os han experimentado.

Ambos Camarines y Albay al S. concluyen de patentizar la inmensa riqueza de Luz?n. El abac?, ese preciado filamento que constituye un privilegio exclusivo de las Filipinas, tiene en estos volc?nicos terrenos el mayor centro de producci?n, fomentando la riqueza de estas provincias hasta hace poco empobrecidas ? incultas.

La isla de Mindanao, aunque algo menor en extensi?n que la de Luz?n, no cede ? ?sta en la fecundidad de sus tierras y bondad de los productos, si bien con la enorme ventaja que le d? su riqueza mineral?gica sobre las dem?s islas del Archipi?lago. En el Museo Biblioteca de Ultramar, que tantas cosas ?tiles, tantos objetos valiosos para el estudio y conocimiento de nuestras colonias encierra, y gracias ? la amabilidad de su ilustrado director y distinguido amigo nuestro, el Sr. D. Francisco Vigil, hemos podido encontrar manuscritos en los que se d? ? conocer con toda clase de detalles la existencia de grandes yacimientos hulleros en la jurisdicci?n del pueblo de Naanan, del segundo distrito de Mindanao Tanto en ?ste como en el de Misamis, se encuentran inmensas porciones de terrenos que atesoran riquezas aur?feras, tanto ? m?s reproductivas que las de Australia, cuya existencia ha sido confirmada por los reconocimientos que en distintas ?pocas ha practicado el Ingeniero de minas Sr. Centeno.

Los distritos de Cottabato, Zamboanga y Davao, aunque poblados por la raza fan?tica ? indolente de los malayos mahometanos, producen abundancia grande de arroz y caf?, ambos productos de tan excelente calidad que pueden competir con los m?s acreditados del mundo, dando origen ? un comercio reproductivo, suficiente ? subvenir ? las necesidades de aquel pueblo, cuya preferente ocupaci?n es la guerra.

A pesar de ?sto, gran porci?n de Mindanao se encuentra inculta, sin que en ella se hayan notado hasta ahora esos signos indelebles que acusan los progresos de una civilizaci?n ?vida de remover las riquezas de tan espl?ndidos pa?ses, donde el reino mineral guarda tesoros incalculables recubiertos de bosques, cerrados hoy por las frondas de una exuberante vejetaci?n que se propaga y crece, no al cuidado de un cultivo inteligente, basado en los adelantos de las ciencias agron?micas, sino libre y salvaje, fecundada por lluvias y roc?os al amparo de las tibias caricias de aquel clima incomparable.

Mindanao

No es esta isla de aquellos territorios cuyo conocimiento se facilita y adquiere en las vigilias del estudio. De all?, como de todo pa?s donde la naturaleza con obst?culos casi insuperables, imposibilita y retarda la acci?n investigadora de la exploraci?n cient?fica, cuanto se relata y escribe, est? sujeto al criterio particular?simo, formado por la experiencia sobre el terreno adquirida, ? bien por ideas robustecidas en las noticias de los mismos naturales, cuya veracidad es siempre problem?tica.

Pero no son ?stos los solos obst?culos con que se tropieza en la apreciaci?n de todo asunto que ? Mindanao se refiera.

En tan remotos pa?ses, donde parec?a natural que no existieran otras aspiraciones que las de una noble emulaci?n, tras de conseguir el engrandecimiento nacional, se remueven de cont?nuo ambiciones ocultas, manteniendo latentes las luchas sostenidas en ?pocas pasadas entre las distintas ?rdenes mon?sticas que all? ejercen la cura de almas, sin otro objetivo que el de extender paulatinamente la esfera de su influencia.

De ah? su celoso prurito de acaparar todo principio de autoridad, procurando la absoluta separaci?n entre el peninsular y el ind?gena, ? fin de que su influencia aumente en proporci?n ? la ignorancia en que aquellos pa?ses se encuentren, tanto el elemento civil como el militar, haciendo indispensable su concurso, que por lo que se v? es bien egoista.

Por este s?lo hecho es f?cil deducir que si al ocuparnos de aquel pa?s nos ciega un exagerado celo pol?tico ? religioso que ? nada ?til conduce, ? el egoismo del inter?s se sobrepone ? la voz de la raz?n, se hace imposible apreciar con esp?ritu sereno el verdadero estado de la actual situaci?n de Mindanao y los dificiles problemas que para su reducci?n restan a?n por resolver.

Si se ha de juzgar con alguna exactitud la clase de enemigos con que all? nos toc? combatir desde los primitivos tiempos de nuestra dominaci?n en el Archipi?lago, y cuyos restos, refugiados hoy en el centro de Mindanao, se aprestan ? lucha her?ica con valor jam?s desmentido, es necesario investigar en el terreno de la historia su procedencia, para venir en conocimiento de que la raza dominadora de aquellos ricos territorios, la que dirige y alienta por ideal egoista perfectamente definido, ? gran porci?n de obor?genes--el del dominio y defensa de intereses creados con inteligente direcci?n,--es la ?rabe, cuya autoridad de potencia religiosa y cuyos usos y costumbres ha aceptado.

Aquella misma raza, que al esfuerzo de una civilizaci?n pujante reflejara en nuestra Europa los destellos de su ciencia, imponi?ndose con car?cter desp?tico y fiero ? la India, Sumatra, Java y Borneo, y, por ?ltimo, ? las Filipinas, que fueron la etapa final de la excursi?n que por el grande Archipi?lago Asi?tico realizara.

Si bien estas gentes no conservan el grado de cultura que en aquellos tiempos les vali? el nombre de raza civilizadora, su incultura no es tal que pueda llam?rseles con justicia salvajes.

Y mal puede ser tampoco pueblo vagabundo y n?mada como se suele afirmar, el que es cultivador inteligente de productos ricos y apreciados, y manifiesta gran respeto ? la autoridad y acendrado sentimiento religioso, agrup?ndose en apretado haz para perder la vida antes de ceder un palmo del pa?s natal.

Mu?stranse disciplinados y valientes ? la voz de sus Dattos, que les dan ejemplo, siquiera sea su t?ctica por tradici?n la emboscada y la sorpresa, que con valor temerario ? infinita cautela ejecutan.

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