bell notificationshomepageloginedit profileclubsdmBox

Read Ebook: Nature Mysticism by Mercer John Edward

More about this book

Font size:

Background color:

Text color:

Add to tbrJar First Page Next Page

Ebook has 105 lines and 12473 words, and 3 pages

Notas del Transcriptor

--Se han corregido los errores obvios de imprenta.

--Las p?ginas en blanco presentes en el original se han eliminado en la versi?n electr?nica.

OBRAS COMPLETAS

EMILIA PARDO BAZ?N

TOMO II

LA PIEDRA ANGULAR

OBRAS DE LA AUTORA

NOVELAS

PASCUAL L?PEZ, 3.? edici?n, un vol. UN VIAJE DE NOVIOS, 3.? edici?n, un vol. LA TRIBUNA, un vol. LA DAMA JOVEN, un vol. EL CISNE DE VILAMORTA, un vol. LOS PAZOS DE ULLOA, dos vol. LA MADRE NATURALEZA, dos vol. INSOLACI?N, un vol. MORRI?A, un vol. UNA CRISTIANA, un vol. LA PRUEBA, un vol. LA PIEDRA ANGULAR, un vol.

CR?TICA ? HISTORIA

SAN FRANCISCO DE AS?S , 2.? edici?n, dos vol?menes. LA CUESTI?N PALPITANTE, 4.? edici?n, un vol. LA REVOLUCI?N Y LA NOVELA EN RUSIA, 2.? edici?n, un volumen DE MI TIERRA , un vol. LA LEYENDA DE LA PASTORIZA, op?sculo. ESTUDIO CR?TICO SOBRE FEIJ?O, un vol. LOS PEDAGOGOS DEL RENACIMIENTO, op?sculo. EL PADRE LUIS COLOMA. PEDRO ANTONIO DE ALARC?N.

VIAJES

MI ROMER?A, un vol. AL PIE DE LA TORRE EIFFEL, un vol. POR FRANCIA Y POR ALEMANIA, un vol.

POES?AS

JAIME , un vol.

EN PRENSA

LOS PAZOS DE ULLOA. Novela. LA MADRE NATURALEZA.

EMILIA PARDO BAZ?N

OBRAS COMPLETAS.--TOMO II

PIEDRA ANGULAR

NOVELA

Es propiedad de la autora.

Queda hecho el dep?sito que marca la ley.

LA PIEDRA ANGULAR

Re?a ? m?s y mejor la chiquilla. Su cara era un poema de j?bilo. Sus ojuelos, gui?ados con picard?a deliciosa, negros y vivos, contrastaban con la finura un tanto clor?tica de la tez. Entre sus labios puros asomaba la leng?ecilla color de rosa. El rubio y laso cabello le tapaba la frente y se esparc?a como una madeja de seda cruda por los hombros. Al levantarla el Doctor, ella pugn? por mesarle las barbas ? el pelo, provocando el rega?o c?mico que siempre resultaba de atentados por el estilo.

Desde la entrada de la criatura, parec?a menos severo el aspecto de la habitaci?n, alumbrada por dos ventanas que dejaban paso ? la velada claridad del sol marinedino. Bien conoc?a Nen? los rincones de aquel lugar austero, y sab?a adonde dirigir la mirada y el dedito imperioso con que los ni?os se?alan la direcci?n de su encaprichada voluntad. No era ? los tupidos cortinajes; no ? las altas estanter?as, al trav?s de cuyos vidrios se transparentaba ? veces el tono rojo de una encuadernaci?n flamante; menos a?n ? la parte baja de las mismas estanter?as, donde, relucientes de limpieza y rigurosamente clasificadas, brillaban las herramientas quir?rgicas: los tr?cares, bistur?es, pinzas y tijeras de misteriosa forma en sus cajas de zapa y terciopelo; los forceps presentando la concavidad de acero de su terrible cuchara; los esp?culos, que recuerdan ? la vez el instrumento ?ptico y el de tortura....

Tampoco atra?an ? la inocente los medrosos bustos que patentizaban los sistemas nervioso y venoso, y que miraban siniestramente con su ojo blanco, descarnado, sin p?rpados; ni aquella silla tan rara, que se desarticulaba adoptando todas las posiciones; ni el ancha palangana rodeada de esponjas y botecitos de ?cido f?nico; ni los objetos informes, de goma vulcanizada; ni nada, en fin, de lo que all? era propiamente ciencia curativa. ?No! Desde el punto en que atravesaba la puerta, dirig?ase flechada Nen? hacia una esquina de la habitaci?n, ? la izquierda del sill?n del Doctor, donde, suspendida de la pared por cordones de seda, hab?a una ligera canasta forrada de raso. Era la famosa b?scula pesa-beb?s, el mejor medio de comprobar si la leche de las nodrizas reune condiciones, nutre ? desnutre al cr?o; y en su acolchado hueco, ? manera de imagen ? s?mbolo del rorro viviente, ve?ase un cromo, un nene de cart?n, desnudo, agachado, apoyadito con las manos en el fondo de la canasta, alzando la cara mofletuda y abriendo sus enormes ojazos azules. El cromo era el ?dolo de Nen?, que tend?a las manos para alcanzar ? su altura, chillando: <>--<> contestaba el Doctor, <> Hab?a minutos de duda, de incertidumbre, de combate entre diversas tentaciones igualmente fascinadoras.--<> El chupa-chupa prevalec?a al fin, y el Doctor, levant?ndose ?gilmente y ejecutando con limpieza suma el escamoteo, deslizaba del bolsillo de su bat?n al fondo de la canasta un trozo de pi?onate. Aupando despu?s ? Nen?, el hallazgo de la deseada golosina era una explosi?n de gritos de gozo y risotadas mutuas.

Prepar?base alguna comedia de este g?nero, porque Nen? ya gobernaba hacia la b?scula, cuando asom? por la puerta lateral, que sin duda conduc?a ? la antesala, un criado, que al ver al Doctor con la ni?a en brazos, qued?se indeciso. Moragas, contrariado, frunci? el entrecejo.

--?Qu? ocurre?

Alz? la vista el m?dico, y se fij? en la esfera del reloj de pared. Marcaba las dos.... menos cinco. Esclavo del deber, Moragas se resign?.

Nen? obedeci?, muy contra su voluntad. Antes de volverse, dejando cerrada la puerta que le incomunicaba con la chiquilla, el Doctor adivin? de pie en el umbral al tard?o cliente. Delataba su presencia un anhelar indefinible, la congoja de una respiraci?n; y al encararse con ?l, el m?dico le vi? inm?vil, encorvado, aferrando con ambas manos contra el est?mago el hongo verdoso y bisunto.

Moragas masc? un <>, y se encamin? ? su sill?n, calando nerviosamente los quevedos de oro y adquiriendo repentina gravedad. Su mirada cay? sobre el enfermo como caer?a un martillo, y en su memoria hubo una tensi?n repentina y violenta. <>

--No, se?or,--contest? el cliente con voz sorda y lenta.--Yo apenas trabajo. Vivo descansadamente; vamos, sin obligaci?n.

Al parecer nada ten?a de particular la frase, y, sin embargo, le son? ? Moragas de extra?o modo, renov?ndole la punzada de la curiosidad y el prurito de recordar en qu? sitio y ocasi?n hab?a visto ? aquel hombre. Volvi? ? fijar sus ojos, m?s escrutadores a?n, en la cara del enfermo. En realidad, las trazas de ?ste concordaban muy mal con la aristocr?tica afirmaci?n de vida descansada que acababa de hacer. Su vestir era el vestir s?rdido y f?nebre de la mesocracia m?s modesta, cuando se funde con el pueblo propiamente dicho: hongo sucio y maltratado, terno de un negro ala de mosca, compuesto de mal cortada cazadora y angosto pantal?n, corbata de seda negra, lustrosa y anudada al descuido, camisa de tres ? cuatro d?as de fecha, leontina de plata, borcegu?es de becerro resquebrajado sin embetunar, y en las manos nada absolutamente: ni paraguas, ni bast?n. No suelen andar as? los ricos, ? quienes por obra y gracia de Dios les caen del cielo las hogazas.

--Como ejercicio, s?....--respondi? opacamente el hombre.--Paseo much?simo. ? veces ando dos y tres leguas y no me canso. Algo se trabaja tambi?n en la casa. No es uno ning?n holgaz?n.

--? veces.... una chispa de ca?a....

Al mismo punto en que las yemas de sus dedos rozaron las del cliente, la obscura reminiscencia que flotaba en su memoria di? un latido agudo, y casi se condens?. Moragas crey? que iba ? recordar...., y no record? todav?a. Vi? una niebla, detr?s un rayito de p?lida luz....; mas todo se borr? al rasgueo de la pluma sobre la cuartilla blanca. Mientras escrib?a, notaba que el cliente no se hab?a atrevido ni ? encender el cigarro ni ? guard?rselo en el bolsillo de la americana. Moragas firm?, rubric?, sec? en el vade, y tendi? la hoja al enfermo.

?ste permaneci? un momento indeciso, con la hoja en la mano y la mirada errante por la alfombra. Al fin se resolvi?, hablando torpemente, llamando al m?dico por su nombre de pila.

--Y.... disp?nseme...., ?y cu?nto tengo que abonarle, Don Pelayo?

El hombre ech? mano pausadamente al bolsillo del chaleco, revolvi? con tres dedos en sus profundidades, y sac? dos duritos brillantes, del nuevo cu?o del nene, que deposit? con reverencia en un cenicero de bronce.

--Pues much?simas gracias, se?or de Moragas,--pronunci? con cierto aplomo, como si el acto de pagar le hubiese dado t?tulos que antes no ten?a.--No molesto m?s. Volver?, con su permiso, ? decirle c?mo me prueban los remedios.

--Si uno no tuviera hijos,--contest? el hombre, alentado por aquellas pocas palabras levemente cordiales,--tanto daba morir un poco antes como un poco despu?s. Al fin y al cabo se ha de morir, ?verdad? Pues a?o m?s ? menos, poco interesa; digo, ? m? me lo parece. Pero los hijos duelen mucho, y dejarlos pereciendo.... Vaya, ? su obediencia, Don Pelayo.

Acababa de caer la cortina de la puerta; a?n se o?an en la antesala los pasos del cliente, cuando Moragas se alzaba del sill?n, un tanto desazonado y nervioso.

--?Nen?!--grit?, aproxim?ndose ? la puerta por donde hab?a salido la chiquilla.

--Ya s?.... El verdugo.... ?El verdugo!

Inmediatamente se arranc? del bolsillo el pa?uelo; con las puntas de los dedos envueltas en ?l tom? las dos monedas relucientes; abri? de golpe la ventana, y dej? caer el dinero sobre las losas de la calle, donde rebot? con son argentino.

En aquel instante la Nen? empujaba la puerta. Ven?a gorjeando; pero al ver ? su padre que se volv?a cerrando las vidrieras y destellando c?lera y horror, qued?se paradita en el umbral, con ese instinto de las criaturas, que se hacen cargo de la situaci?n ps?quica mejor que nadie, y murmur? por lo bajo:

Add to tbrJar First Page Next Page

 

Back to top