Read Ebook: Cádiz by P Rez Gald S Benito
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Ebook has 2119 lines and 76498 words, and 43 pages
--Perd?neme usted si la he ofendido con mi brusca respuesta--dije reponi?ndome--; pero yo no puedo creer eso que he o?do. Todo cuanto hay en m? que hable y palpite con se?ales de vida, protesta contra tal idea. Si ella misma me lo dice, lo creer?; de otro modo no. Soy un ciego est?pido tal vez, se?ora m?a, pero yo detesto la luz que pueda hacerme ver la soledad espantosa que usted quiere ponerme delante. Pero no me ha dicho usted qui?n es ese ingl?s ni en qu? se funda para pensar...
--Ese ingl?s vino aqu? hace seis meses, acompa?ando a otro que se llama lord Byron, el cual parti? para Levante al poco tiempo. Este que aqu? est?, se llama lord Gray. ?Quieres saber m?s? ?Quieres saber en qu? me fundo para pensar que In?s le ama? Hay mil indicios que ni enga?an ni pueden enga?ar a una mujer experimentada como yo. ?Y eso te asombra? Eres un mozo sin experiencia, y crees que el mundo se ha hecho para tu regalo y satisfacci?n. Es todo lo contrario, ni?o. ?En qu? te fundabas para esperar que In?s estuviera queri?ndote toda la vida, luchando con la ausencia, que en esta edad es lo mismo que el olvido? ?Pues no ped?as poco en verdad! ?Sabes que eres modestito? Que pasaran a?os y m?s a?os, y ella siempre queri?ndote... Vamos, pide por esa boca. Es preciso que te acostumbres a creer que hay adem?s de ti, otros hombres en el mundo, y que las muchachas tienen ojos para ver y o?dos para escuchar.
Con estas palabras que encerraban profunda verdad, la condesa me estaba matando. Parec?ame que mi alma era una hermosa tela, y que ella con sus finas tijeras me la estaba cortando en pedacitos para arrojarla al viento.
--Pues s?. Ha pasado mucho tiempo--continu?--. Ese ingl?s se apareci? en C?diz; nos visit?. Visita hoy con mucha frecuencia la otra casa, y en ella es amado... Esto te parece incre?ble, absurdo. Pues es la cosa m?s sencilla del mundo. Tambi?n creer?s que el ingl?s es un hombre antip?tico, desabrido, brusco, colorado, tieso y borracho como algunos que viste y trataste en la plaza de San Juan de Dios cuando eras ni?o. No: lord Gray es un hombre fin?simo, de hermosa presencia y vasta instrucci?n. Pertenece a una de las mejores familias de Inglaterra, y es m?s rico que un perulero... Ya... ?t? cre?ste que estas y otras eminentes cualidades nadie las pose?a m?s que el Sr. D. Gabriel de Tres-al-Cuarto! Lucido est?s... Pues oye otra cosa.
>>Lord Gray cautiva a las muchachas con su amena conversaci?n. Fig?rate, que con ser tan joven, ha tenido ya tiempo para viajar por toda el Asia y parte de Am?rica. Sus conocimientos son inmensos; las noticias que da de los muchos y diversos pueblos que ha visto, curios?simas. Es hombre adem?s de extraordinario valor; hase visto en mil peligros luchando con la naturaleza y con los hombres, y cuando los relata con tanta elocuencia como modestia, procurando rebajar su propio m?rito y disimular su arrojo, los que le oyen no pueden contener el llanto. Tiene un gran libro lleno de dibujos, representando paisajes, ruinas, trajes, tipos, edificios que ha pintado en esas lejanas tierras; y en varias hojas ha escrito en verso y prosa mil hermosos pensamientos, observaciones y descripciones llenas de grandiosa y elocuente poes?a. ?Comprendes que pueda y sepa hacerse amar? Llega a la tertulia, las muchachas le rodean; ?l les cuenta sus viajes con tanta verdad y animaci?n, que vemos las grandes monta?as, los inmensos r?os, los enormes ?rboles de Asia, los bosques llenos de peligros; vemos al intr?pido europeo defendi?ndose del le?n que le asalta, del tigre que le acecha; nos describe luego las tempestades del mar de la China, con aquellos vientos que arrastran como pluma la embarcaci?n, y le vemos salv?ndose de la muerte por un esfuerzo de su naturaleza ?gil y poderosa; nos describe los desiertos de Egipto, con sus noches claras como el d?a, con las pir?mides, los templos derribados, el Nilo y los pobres ?rabes que arrastran miserable vida en aquellas soledades; nos pinta luego los lugares santos de Jerusal?n y Bel?n, el sepulcro del Se?or, habl?ndonos de los millares de peregrinos que le visitan, de los buenos frailes que dan hospitalidad al europeo; nos dice c?mo son los olivares a cuya sombra oraba el Se?or cuando fue Judas con los soldados a prenderle, y nos refiere punto por punto c?mo es el monte Calvario y el sitio donde levantaron la santa Cruz.
>>Despu?s nos habla de la incomparable Venecia, ciudad fabricada dentro del mar, de tal modo, que las calles son de agua y los coches unas lanchitas que llaman g?ndolas; y all? se pasean de noche los amantes, solos en aquella serena laguna, sin ruido y sin testigos. Tambi?n ha visitado la Am?rica, donde hay unos salvajes muy mansos que agasajan a los viajeros, y donde los r?os, grand?simos como todo lo de aquel pa?s, se precipitan desde lo alto de una roca formando lo que llaman cataratas, es decir, un salto de agua como si medio mar se arrojase sobre el otro medio, formando mundos de espuma y un ruido que se oye a much?simas leguas de distancia. Todo lo relata, todo lo pinta con tan vivos colores, que parece que lo estamos viendo. Cuenta sus acciones heroicas sin fanfarroner?a, y jam?s ha mortificado el orgullo de los hombres que le oyen con tanta atenci?n, si no con tanta complacencia como las mujeres.
>>Ahora bien, Gabriel, desgraciado joven, ?por lo que digo comprendes que ese ingl?s tiene atractivos suficientes para cautivar a una muchacha de tanta sensibilidad como imaginaci?n, que instintivamente vuelve los ojos hacia todo lo que se distingue del vulgo enfatuado? Adem?s, lord Gray es riqu?simo, y aunque las riquezas no bastan a suplir en los hombres la falta de ciertas cualidades, cuando estas se poseen, las riquezas las avaloran y realzan m?s. Lord Gray viste elegantemente; gasta con profusi?n en su persona y en obsequiar dignamente a sus amigos, y su esplendidez no es el derroche del joven calavera y voluntarioso, sino la gala y generosidad del rico de alta cuna, que emplea sabiamente su dinero en alegrar la existencia de cuantos le rodean. Es galante sin afectaci?n, y m?s bien serio que jovial.
El efecto que me caus? la relaci?n de mi antigua ama fue terrible. Fig?rense ustedes c?mo me habr?a quedado yo, si Amaranta hubiera cogido el pico de Mulhac?n, es decir, el monte m?s alto de Espa?a... y me lo hubiese echado encima.
Pues lo mismo, se?ores, lo mismo me qued?.
?Qu? pod?a yo decir? Nada. ?Qu? deb?a hacer? Callarme y sufrir. Pero el hombre aplastado por cualquiera de las diversas monta?as que le caen encima en el mundo, aun cuando conozca que hay justicia y l?gica en su situaci?n, rara vez se conforma, y elevando las manecitas pugna por quitarse de encima la colosal pe?a. No s? si fue un sentimiento de noble dignidad, o por el contrario un vano y pueril orgullo, lo que me impuls? a contestar con entereza, afectando no s?lo conformidad sino indiferencia ante el golpe recibido.
--Se?ora condesa--dije--, comprendo mi inferioridad. Hace tiempo que pensaba en esto, y nada me asombra. Realmente, se?ora, era un atrevimiento que un pobret?n como yo, que jam?s he estado en la India ni he visto otras cataratas que las del Tajo en Aranjuez, tenga pretensiones nada menos que de ser amado por una mujer de posici?n. Los que no somos nobles ni ricos, ?qu? hemos de hacer m?s que ofrecer nuestro coraz?n a las fregatrices y damas del estropajo, no siempre con la seguridad de que se dignen aceptarlo? Por eso nos llenamos de resignaci?n, se?ora, y cuando recibimos golpes como el que usted se ha servido darme, nos encogemos de hombros y decimos: <
--Est?s hecho un basilisco de rabia--me dijo la condesa en tono de burla--, y quieres aparecer tranquilo. Si despides fuego... toma mi abanico y refr?scate con ?l.
Antes que yo lo tomara, la condesa me dio aire con su abanico precipitadamente. Sin ninguna gana me re?a yo, y ella despu?s de un rato de silencio, me habl? as?:
--Me falta decirte otra cosa que tal vez te disguste; pero es forzoso tener paciencia. Es que estoy contenta de que mi hija corresponda al amor del ingl?s.
--Lo creo se?ora--respond? apretando con convulsa fuerza los dientes, ni m?s ni menos que si entre ellos tuviera toda la Gran Breta?a.
--S?--prosigui?--, todo suceso que me d? esperanzas de ver a mi hija fuera de la tutela y direcci?n de la marquesa y la condesa, es para m? lisonjero.
--Pero ese ingl?s ser? protestante.
--S?--repuso--, mas no quiero pensar en eso. Puede que se haga cat?lico. De todos modos, ese es punto grave y delicado. Pero no reparo en nada. Vea yo a mi hija libre, h?llese en situaci?n tal que yo pueda verla, hablarla como y cuando se me antoje, y lo dem?s... ?C?mo rabiar?a do?a Mar?a si llegara a comprender...! Mucho sigilo, Gabriel; cuento con tu discreci?n. Si lord Gray fuera cat?lico, no creo que mi t?a se opusiera a que se casase In?s con ?l. ?Ay!, luego nos marchar?amos los tres a Inglaterra, lejos, lejos de aqu?, a un pa?s donde yo no viera pariente de ninguna clase. ?Qu? felicidad tan grande! ?Ay! Quisiera ser Papa para permitir que una mujer cat?lica se casara con un hombre hereje.
--Creo que usted ver? satisfechos sus deseos.
--?Oh!, desconf?o mucho. El ingl?s aparte de su gran m?rito es bastante raro. A nadie ha confiado el secreto de sus amores, y s?lo tenemos noticias de ?l por indicios primero y despu?s por pruebas irrecusables obtenidas mediante largo y minucioso espionaje.
--In?s lo habr? revelado a usted.
--No, despu?s de esto, ni una sola vez he conseguido verla. ?Qu? desesperaci?n! Las tres muchachas no salen de casa, sino custodiadas por la autoridad de do?a Mar?a. Aqu? do?a Flora y yo hemos trabajado lo que no es decible para que lord Gray se franquease con nosotras, y nos lo revelara; pero es tan prudente y callado, que guarda su secreto como un avaro su tesoro. Lo sabemos por las criadas, por la murmuraci?n de algunas, muy pocas personas de las que van a la casa. No hay duda de que es cierto, hijo m?o. Ten resignaci?n y no nos des un disgusto. Cuidado con el suicidio.
--?Yo?--dije afectando indiferencia.
--Toma, toma aire, que te incendias por todos lados--me dijo agitando delante de m? su abanico--. Don Rodrigo en la horca no tiene m?s orgullo que este general en agraz.
Cuando esto dec?a, sent? la voz de do?a Flora y los pasos de un hombre. Do?a Flora dijo:
--Pase usted milord, que aqu? est? la condesa.
--M?rale... ver?s--me dijo Amaranta con crueldad--y juzgar?s por ti mismo si la ni?a ha tenido mal gusto.
Entr? do?a Flora seguida del ingl?s. Este ten?a la m?s hermosa figura de hombre que he visto en mi vida. Era de alta estatura, con el color blanqu?simo pero tostado que abunda en los marinos y viajeros del Norte. El cabello rubio, desordenadamente peinado y suelto seg?n el gusto de la ?poca, le ca?a en bucles sobre el cuello. Su edad no parec?a exceder de treinta o treinta y tres a?os. Era grave y triste pero sin la pesadez acartonada y tardanza de modales que suelen ser comunes en la gente inglesa. Su rostro estaba bronceado, mejor dicho, dorado por el sol, desde la mitad de la frente hasta el cuello, conservando en la huella del sombrero y en la garganta una blancura como la de la m?s pura y delicada cera. Esmeradamente limpia de pelo la cara, su barba era como la de una mujer, y sus facciones realzadas por la luz del Mediod?a d?banle el aspecto de una hermosa estatua de cincelado oro. Yo he visto en alguna parte un busto del Dios Brahma, que muchos a?os despu?s me hizo recordar a lord Gray.
Vest?a con elegancia y cierta negligencia no estudiada, traje azul de pa?o muy fino, medio oculto por una prenda que llamaban sort?, y llevaba sombrero redondo, de los primeros que empezaban a usarse. Brillaban sobre su persona algunas joyas de valor, pues los hombres entonces se ensortijaban m?s que ahora, y luc?a adem?s los sellos de dos relojes. Su figura en general era simp?tica. Yo le mir? y observ? ?vidamente, busc?ndole imperfecciones por todos lados; pero ?ay!, no le encontr? ninguna. Mas me disgust? o?rle hablar con rara correcci?n el castellano, cuando yo esperaba que se expresase en t?rminos rid?culos y con yerros de los que desfiguran y afean el lenguaje; pero consolome la esperanza de que soltase algunas tonter?as. Sin embargo no dijo ninguna.
Entabl? conversaci?n con Amaranta, procurando esquivar el tema que impertinentemente hab?a tocado do?a Flora al entrar.
--Querida amiga--dijo la vieja--, lord Gray nos va a contar algo de sus amores en C?diz, que es mejor tratado que el de los viajes por Asia y ?frica.
Amaranta me present? gravemente a ?l, dici?ndole que yo era un gran militar, una especie de Julio C?sar por la estrategia y un segundo Cid por el valor; que hab?a hecho mi carrera de un modo glorios?simo, y que hab?a estado en el sitio de Zaragoza, asombrando con mis hechos heroicos a espa?oles y franceses. El extranjero pareci? o?r con suma complacencia mi elogio, y me dijo despu?s de hacerme varias preguntas sobre la guerra, que tendr?a grand?simo contento en ser mi amigo. Sus refinadas cortesan?as me ten?an frita la sangre por la violencia y fingimiento con que me ve?a precisado a responder a ellas. La maligna Amaranta re?ase a hurtadillas de mi embarazo, y m?s atizaba con sus artificiosas palabras la inclinaci?n y repentino afecto del ingl?s hacia mi persona.
--Hoy--dijo lord Gray--hay en C?diz gran cuesti?n entre espa?oles e ingleses.
--No sab?a nada--exclam? Amaranta--. ?En esto ha venido a parar la alianza?
--No ser? nada, se?ora. Nosotros somos algo rudos, y los espa?oles un poco vanagloriosos y excesivamente confiados en sus propias fuerzas, casi siempre con raz?n.
--Los franceses est?n sobre C?diz--dijo do?a Flora--, y ahora salimos con que no hay aqu? bastante gente para defender la plaza.
--As? parece. Pero Wellesley--a?adi? el ingl?s--ha pedido permiso a la Junta para que desembarque la mariner?a de nuestros buques y defienda algunos castillos.
--Que desembarquen; si vienen, que vengan--exclam? Amaranta--. ?No crees lo mismo, Gabriel?
--Esa es la cuesti?n que no se puede resolver--dijo lord Gray--, porque las autoridades espa?olas se oponen a que nuestra gente les ayude. Toda persona que conozca la guerra ha de convenir conmigo en que los ingleses deben desembarcar. Seguro estoy de que este se?or militar que me oye es de la misma opini?n.
--Oh, no se?or; precisamente soy de la opini?n contraria--repuse con la mayor viveza, anhelando que la disconformidad de pareceres alejase de m? la intolerable y odios?sima amistad que quer?a manifestarme el ingl?s--. Creo que las autoridades espa?olas hacen bien en no consentir que desembarquen los ingleses. En C?diz hay guarnici?n suficiente para defender la plaza.
--?Lo cree usted?--me pregunt?.
--Lo creo--respond? procurando quitar a mis palabras la dureza y sequedad que quer?a infundirles el coraz?n--. Nosotros agradecemos el auxilio que nos est?n dando nuestros aliados, m?s por odio al com?n enemigo que por amor a nosotros; esa es la verdad. Juntos pelean ambos ej?rcitos; pero si en las acciones campales es necesaria esta alianza, porque carecemos de tropas regulares que oponer a las de Napole?n, en la defensa de plazas fuertes harto se ha probado que no necesitamos ayuda. Adem?s, las plazas fuertes que como esta son al mismo tiempo magn?ficas plazas comerciales, no deben entregarse nunca a un aliado por leal que sea; y como los paisanos de usted son tan comerciantes, quiz?s gustar?an demasiado de esta ciudad, que no es m?s que un buque anclado a vista de tierra. Gibraltar casi nos est? oyendo y lo puede decir.
Al decir esto, observaba atentamente al ingl?s, suponi?ndole pr?ximo a dar rienda suelta al furor, provocado por mi irreverente censura; pero con gran sorpresa m?a, lejos de ver encendida en sus ojos la ira, not? en su sonrisa no s?lo benevolencia, sino conformidad con mis opiniones.
--Caballero--dijo tom?ndome la mano--, ?me permitir? usted que le importune repiti?ndole que deseo mucho su amistad?
Yo estaba absorto, se?ores.
--Pero milord--pregunt? do?a Flora--; ?en qu? consiste que aborrece usted tanto a sus paisanos?
--Se?ora--dijo lord Gray--, desgraciadamente he nacido con un car?cter que si en algunos puntos concuerda con el de la generalidad de mis compatriotas, en otros es tan diferente como lo es un griego de un noruego. Aborrezco el comercio, aborrezco a Londres, mostrador nauseabundo de las drogas de todo el mundo; y cuando oigo decir que todas las altas instituciones de la vieja Inglaterra, el r?gimen colonial y nuestra gran marina tienen por objeto el sostenimiento del comercio y la protecci?n de la s?rdida avaricia de los negociantes que ba?an sus cabezas redondas como quesos con el agua negra del T?mesis, siento un crispamiento de nervios insoportable y me averg?enzo de ser ingl?s.
>>El car?cter ingl?s es ego?sta, seco, duro como el bronce, formado en el ej?rcito del c?lculo y refractario a la poes?a. La imaginaci?n es en aquellas cabezas una cavidad l?brega y fr?a donde jam?s entra un rayo de luz ni resuena un eco melodioso. No comprenden nada que no sea una cuenta, y al que les hable de otra cosa que del precio del c??amo, le llaman mala cabeza, holgaz?n y enemigo de la prosperidad de su pa?s. Se precian mucho de su libertad, pero no les importa que haya millones de esclavos en las colonias. Quieren que el pabell?n ingl?s ondee en todos los mares, cuid?ndose mucho de que sea respetado; pero siempre que hablan de la dignidad nacional, debe entenderse que la quincalla inglesa es la mejor del mundo. Cuando sale una expedici?n diciendo que va a vengar un agravio inferido al orgulloso leopardo, es que se quiere castigar a un pueblo asi?tico o africano que no compra bastante trapo de algod?n.
--?Jes?s, Mar?a y Jos?!--exclam? horrorizada do?a Flora--. No puedo o?r a un hombre de tanto talento como milord hablando as? de sus compatriotas.
--Siempre he dicho lo mismo, se?ora--prosigui? lord Gray--, y no ceso de repetirlo a mis paisanos. Y no digo nada cuando quieren ech?rsela de guerreros y dan al viento el estandarte con el gato mont?s que ellos llaman leopardo. Aqu? en Espa?a me ha llenado de asombro el ver que mis paisanos han ganado batallas. Cuando los comerciantes y mercachifles de Londres sepan por las Gacetas que los ingleses han dado batallas y las han ganado, bufar?n de orgullo crey?ndose due?os de la tierra como lo son del mar, y empezar?n a tomar la medida del planeta para hacerle un gorro de algod?n que lo cubra todo. As? son mis paisanos, se?oras. Desde que este caballero evoc? el recuerdo de Gibraltar, traidoramente ocupado para convertirle en almac?n de contrabando, vinieron a mi mente estas ideas, y concluyo modificando mi primera opini?n respecto al desembarco de los ingleses en C?diz. Se?or oficial, opino como usted: que se queden en los barcos.
--Celebro que al fin concuerden sus ideas con las m?as, milord--dije creyendo haber encontrado la mejor coyuntura para chocar con aquel hombre que me era, sin poderlo remediar, tan aborrecible--. Es cierto que los ingleses son comerciantes, ego?stas, interesados, prosaicos; pero ?es natural que esto lo diga exager?ndolo hasta lo sumo un hombre que ha nacido de mujer inglesa y en tierra inglesa? He o?do hablar de hombres que en momentos de extrav?o o despecho han hecho traici?n a su patria; pero esos mismos que por inter?s la vendieron, jam?s la denigraron en presencia de personas extra?as. De buenos hijos es ocultar los defectos de sus padres.
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