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Read Ebook: La niña robada by Conscience Hendrik

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Ebook has 954 lines and 32438 words, and 20 pages

BIBLIOTECA de LA NACI?N

H. CONSCIENCE

LA NI?A ROBADA

BUENOS AIRES

Derechos reservados.

Imp. de LA NACI?N.--Buenos Aires

LA NI?A ROBADA

La ma?ana era hermosa; el cielo estaba claro y profundo como un mar azul; el sol desprend?a del follaje de las encinas un perfume penetrante que dilataba los pulmones y daba bienestar al coraz?n.

Catalina sali? de su choza y se adelant? hasta la orilla del bosque, por un sendero que, dando varios circuitos, conduc?a a la calzada de la aldea de Orsdael.

Aunque caminase muy ligero, iba mirando al suelo como una persona cuyo esp?ritu est? oprimido por el peso de alguna inquietud. Y hasta de cuando en cuando meneaba la cabeza, volviendo los ojos hacia el castillo, con expresi?n de tristeza. Pensaba, sin duda, en la suerte de Marta Sweerts, en las sangrientas afrentas que ten?a que sufrir todos los d?as, en la inutilidad de los esfuerzos para descubrir el impenetrable secreto.

Cuando lleg? a la carretera, advirti? al intendente que iba unos cien pasos delante de ella. Esto la alegr? porque no hab?a visto a Marta desde hac?a una semana. Esperaba que si pod?a entrar en conversaci?n con Mathys, sabr?a noticias de su amiga, y quiz? esta ocasi?n le permitir?a decirle algunas palabras en su favor.

Apresur? el paso hasta que alcanz? al intendente. Cuando estuvo a su lado le dijo en tono cort?s, casi acariciador:

--Buen d?a, se?or Mathys. ?Qu? cielo tan claro! ?Qu? aire tan puro! Parece que uno se sintiera rejuvenecido, ?verdad?

--S?, hace buen tiempo... Buenos d?as--murmur? Mathys sin mirar a la campesina.

Dicho esto, acort? el paso como si quisiera quedarse m?s atr?s.

--Perdone, se?or intendente, que me atreva a hacerle una pregunta: mi respeto, mi afecto por usted son mi disculpa. Parec?is estar enfermo, pero conf?o que no ser? nada.

--No estoy enfermo--respondi? Mathys refunfu?ando.

--?Quiz? tendr?is un disgusto o habr?is sido tambi?n objeto de una injusticia?

--S?, he tenido un disgusto y estoy incomodado. Vos, Catalina, hab?is contribu?do a ello m?s que nadie; pero quiero creer que vos, lo mismo que yo, habr?is sido enga?ada por una falsa apariencia.

--?Que yo soy la causa de vuestra tristeza!--exclam? la campesina con sorpresa--. ?Imposible, se?or intendente!

--?No me ha hecho en toda ocasi?n elogios exagerados de la nueva aya? ?No me hab?is pintado a vuestra amiga como una mujer buena, atenta y amable? ?No llegasteis hasta hacerme creer vos misma que estaba agradecida a mi amistad y me ten?a alg?n afecto?

--?Y no es as?, se?or?

--Callaos, Catalina; el aya es orgullosa, mal educada y col?rica. Al principio supo disimular sus defectos; pero ahora apenas si se digna responderme. Tiene un humor ?spero y sombr?o. Casi estoy por creer, cuando reflexiono respecto de su conducta arrogante, que me mira como su sirviente. Para protegerla contra la condesa, me expongo de la ma?ana a la noche a sufrir altercados y disgustos... ?Y ser recompensado por un fr?o desd?n! No, no, esto no puede continuar. Hace demasiado tiempo que dejo turbar mi tranquilidad en beneficio de una ingrata. ?Es preciso que parta de Orsdael!

Sorprendida y profundamente conmovida por estas palabras, Catalina inclin? la cabeza y escuchaba temblando. Quiz? estaba absorbida en sus pensamientos y trataba de encontrar un medio de desviar el golpe fatal que amenazaba a su desgraciada amiga. Mathys, satisfecho de haber encontrado motivo para dar rienda suelta a su mal humor, prosigui?:

--?Os parece advertir en mi fisonom?a que estoy disgustado? Pues bien, s?, tengo motivos para estarlo. C?mo ha sucedido esto, no lo s?; pero desde la primera vez que vi a Marta, se despert? en m? un sincero afecto por ella. La he protegido y defendido sin cesar, hice cuanto pude por serle agradable. ?Qu? ped?a yo en recompensa? Un poco de amistad, nada m?s... y ella, ella parece temerme u odiarme. Eso me da pena; pero ahora se acab?, empiezo a detestarla. ?Sab?is qu? pensaba, Catalina, cuando vinisteis a interrumpirme? Me preguntaba si despedir?a ma?ana mismo al aya o si tendr?a paciencia ocho d?as m?s. Es natural que esta idea os entristezca; pero reconocer?is, sin duda, que os hab?is enga?ado tanto como yo respecto al car?cter de vuestra amiga... ?Qu? os pasa? ?Por qu? me mir?is con esa expresi?n tan extra?a, Catalina?

La campesina ten?a los ojos fijos en ?l, con una expresi?n de dolor y de compasi?n, meneando la cabeza silenciosamente.

--No os comprendo--murmur? Mathys sorprendido--. ?Qu? significa esa triste sonrisa?

--No me atrevo a hablar--murmur? Catalina suspirando--. Puede que traicionara un secreto que mi pobre amiga quiere mantener oculto; pero, creedme, se?or intendente, vuestro despecho no es fundado. Si pudierais leer en el coraz?n de Marta, quiz? reconocer?ais a vuestra vez hasta qu? punto vuestro esp?ritu se aleja de la verdad.

--S?, vais a contarme otra vez la misma canci?n; pero es in?til. No os imagin?is su conducta para conmigo; no veis su frialdad despreciativa. Es preciso que se marche del castillo, mi tranquilidad exige que se vaya; no quiero dejarme despreciar por alguien que, a no ser por m?, no hubiera puesto nunca los pies en Orsdael.

--?Y si su frialdad no fuera m?s que una simulaci?n para ocultar un sentimiento que se reprocha a s? misma?

--?Un sentimiento que se reprocha a s? misma!--repiti? Mathys sorprendido--. ?Un sentimiento de amor?

--As? parece.

--?Por qui?n?

--?Ah! ?se es mi secreto.

--Os re?s seguramente, Catalina. Pero es igual, acortad un poco el paso. Explicadme lo que cre?is saber.

La campesina fingi? asustarse de una revelaci?n importante. Se detuvo, mir? a su rededor para ver si nadie los escuchaba, y dijo con voz vacilante:

--Yo no s? si hago bien en tratar de penetrar lo que pasa en el coraz?n de mi amiga; pero tambi?n a vos os debo considerar y no quiero dejaros en un error que os entristece. Deb?is saber que Marta tiene principios muy severos respecto de la virtud de las mujeres, y que, su coraz?n es todav?a puro y sencillo como el de una ni?a de veinte a?os.

--?C?mo! pretender?ais hacerme creer...

--Es muy natural, se?or. Ha sido criada en un convento y no sali? de ?l m?s que para casarse con un hombre viejo ya, que ella no conoc?a casi. Su marido muri? poco tiempo despu?s. ?Os dais cuenta? Es como si no hubiese estado casada nunca.

--Pero eso, ?qu? tiene que ver conmigo? Sed m?s clara; ?ad?nde quer?is llegar?

--Hago cuanto puedo, se?or, para que adivin?is lo que no me atrevo a deciros abiertamente. Escuchad todav?a un momento con paciencia, os lo ruego... Quiz? ya lo hay?is olvidado; pero cuando se es joven o se conserva el coraz?n joven, hay momentos en la vida en que se sue?a noche y d?a, en que la misma imagen est? sin cesar ante nuestros ojos, en que se lucha en vano contra un sentimiento que se quer?a sofocar, pero cuyo poder nos domina con una tiran?a implacable. Entonces uno se vuelve triste, y la persona cuya presencia nos impresiona es aquella a que demostramos frialdad para ocultarle el secreto de nuestra debilidad.

Catalina, a prop?sito, hab?a hablado lentamente y en tono misterioso. Quer?a hacer impresi?n en el esp?ritu de Mathys, y despertar en su coraz?n, por medio de palabras ambiguas, una esperanza que fuera un obst?culo a la partida de Marta. Parec?a haber ya conseguido en parte su objeto, porque una sonrisa hab?a plegado los labios del intendente, y durante alg?n tiempo baj? los ojos con aire pensativo. Sin embargo, sacudi? de nuevo la cabeza con desconfianza.

--?Qu? significa esto?...--dijo ir?nicamente--. Esas s?lo son conjeturas que no prueban nada. ?Sab?is acaso algo m?s? ?Por qu? os deten?is a medio camino? Acabad de una vez.

--Pues bien, el hombre cuya imagen est? siempre delante de sus ojos, el hombre que ha interesado tan profundamente su coraz?n, el hombre a quien ama con toda la fuerza t?mida de su primer amor...

--?Acabad, pues!

--?Si fuerais vos, se?or intendente?

--?Yo? ?Bah! ?es imposible!--exclam? Mathys, que ocultaba con pena su emoci?n y fingi? completa incredulidad para arrancar a Catalina el secreto cuya revelaci?n deb?a colmarle de alegr?a--. ?Marta no es insensible a mi amistad? Vamos, hablemos claramente. ?Marta me ama? ?Os lo ha dicho?

--Una mujer, una mujer honesta y pura como Marta, nunca dice semejantes cosas...

--?C?mo pod?is saberlo entonces?

--El aya tiene mucha confianza en m?, se?or; harto he comprendido por sus palabras que su esp?ritu es presa de una pasi?n secreta. Y como siempre habla de vuestra amabilidad y de vuestra amistad, creo poder deducir que es en vos en quien piensa.

Una sonrisa ir?nica apareci? en los labios de Mathys, aunque creyera interiormente en la sinceridad de Catalina, y aunque estuviera inclinado a embriagarse en la esperanza halagadora que, por c?lculo, ella le hab?a hecho sorber gota a gota.

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