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Read Ebook: La niña robada by Conscience Hendrik

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Ebook has 954 lines and 32438 words, and 20 pages

Una sonrisa ir?nica apareci? en los labios de Mathys, aunque creyera interiormente en la sinceridad de Catalina, y aunque estuviera inclinado a embriagarse en la esperanza halagadora que, por c?lculo, ella le hab?a hecho sorber gota a gota.

--?De manera que ella no os ha dicho nada?--pregunt? con expresi?n indiferente--. Eso no es m?s que una sospecha. Seguid vuestro camino, Catalina; tengo que ir hasta la aldea, pero no camino tan ligero como vos.

Entristecida por el fracaso aparente de su tentativa, Catalina le dijo con voz suplicante:

--Puedo preguntaros, se?or intendente, ?qu? es lo que hab?is decidido respecto de mi amiga? ?Ah, tenedle compasi?n! Si le quit?is vuestra generosa protecci?n no tendr? ning?n recurso de vida, y quiz? se vea reducida a ser sirvienta en una casa humilde. ?Una mujer de nacimiento tan distinguido, y tan bien educada! ?Puedo confiar en vuestra bondad, se?or?

--Dentro de dos d?as se habr? marchado--respondi? el intendente que cre?a que Catalina sab?a m?s de lo que hab?a dicho, y que el temor le inducir?a a hacer una declaraci?n m?s completa.

--?Tened l?stima, se?or!--exclam? la campesina con verdadera inquietud.

--Nada de l?stima; su ingratitud tiene que ser castigada; quiero recuperar mi tranquilidad.

Catalina sigui? durante alg?n tiempo indecisa; era evidente que luchaba contra un sentimiento doloroso; pero de pronto exhal? un profundo suspiro; acerc? la boca al o?do del intendente, y balbuci? con voz agitada:

--?Vos lo hab?is querido! Me arranc?is el secreto de mi desgraciada amiga... Pues bien, s?, os ama, piensa en vos, y ese amor irresistible es la causa de su pena. Me lo ha dicho y repetido m?s de una vez, derramando abundantes l?grimas. ?Est?is contento ahora, se?or?

El intendente tom? ambas manos de la campesina, y, mir?ndola en los ojos con una alegr?a casi insensata, exclam?:

--?Oh Catalina! ?Catalina! repet?dmelo, afirm?dmelo una vez m?s. ?De veras, esa frialdad es s?lo la m?scara de un amor secreto? ?Me ama Marta, de veras, con sinceridad de un alma pura...? ?Est?is bien cierta de esto, en verdad? ?Ella misma os lo ha dicho de un modo claro y distinto, que haga imposible toda equivocaci?n?

--Ay, se?or--suspir? Catalina con una tristeza verdadera--, ?por qu? me hab?is arrancado esta revelaci?n? No voy a ser capaz de mostrarme a los ojos de mi amiga despu?s de semejante deslealtad.

--Pero no, os alarm?is sin motivo. Marta, por el contrario, debe estaros agradecida. Sin vos yo hubiera cometido una injusticia; ma?ana mismo habr?a recibido la orden de dejar Orsdael para siempre.

--Y ahora, ?qui?n sabe si se quedar??

--Ahora se quedar?, y si la condesa quisiera hacerle la vida demasiado amarga y no la tratara bien, yo soy capaz de todo por defenderla. Pod?is estar tranquila, os recompensar? a vos tambi?n; los honorarios de vuestro marido ser?n aumentados; tendr?is m?s tierras que cultivar. Seguid, Catalina; ahora me siento m?s ?gil y con el coraz?n m?s contento. Mientras vamos andando volveremos a hablar de este asunto.

Volvieron a ponerse en marcha. El intendente sigui? demostrando su alegr?a. Cuanto antes tratar?a de hablar a Marta y pedirle perd?n por sus sospechas mal fundadas, y hacerle comprender por medio de palabras buenas que conoc?a la causa de su pesar.

Catalina no hac?a m?s que suspirar mientras ?l hablaba.

--?Qu? es lo que os apena tanto?--le pregunt?--. Parece que tuvierais ganas de llorar.

Catalina estaba muy triste, en efecto. Para salvar a su amiga amenazada, hab?a tenido que recurrir a una mentira peligrosa. ?Qu? iba a suceder ahora; si el intendente, alentado por la falsa revelaci?n, se pon?a a asediar a Marta con su afecto m?s vivamente que nunca? La ?spera acogida con que lo recibir?a lo llenar?a de enojo, y la viuda ser?a inexorablemente despedida. Catalina no sab?a qu? hacer; su ?nica esperanza era conseguir que aquel hombre presuntuoso se condujera con Marta respetuosa y moderadamente. El le repiti? su pregunta:

--?Por qu? est?is tan afligida?

--Vuestras palabras me asustan, se?or--le respondi?--. Ten?is la intenci?n de declararle a mi pobre amiga que sent?s afecto por ella y que sab?is que su coraz?n no es indiferente a vuestra amistad. ?Por Dios os pido evitadle esa verg?enza! No la hag?is sonrojarse en vuestra presencia; huir?a indudablemente de Orsdael...

--?C?mo es eso!--murmur? Mathys--, ahora s? que no os comprendo. Me ama, yo la amo; no se atreve a dec?rmelo; quiero hacer lo posible para que la confesi?n sea ligera y f?cil, y eso la har?a huir como si fuera objeto de un sangriento ultraje. ?Qu? significa eso? ?hay acaso otros secretos que yo no conozco?

--No, se?or intendente, no hay otros; pero ten?is que ser justo y reconocer la delicadeza de vuestra posici?n delante de mi pobre amiga. ?Qu? sois para ella? Un amo que le demuestra amistad; y ella no es para vos, ?verdad?, m?s que una sirvienta que os debe obediencia. Es, pues, natural que haga esfuerzos para ocultar un sentimiento que debe inspirarle temor y verg?enza.

El intendente baj? la cabeza y sonri? a sus propios pensamientos, como si aquellas palabras hubiesen determinado en su esp?ritu una reflexi?n brusca.

--Ser?a generoso de vuestra parte--continu? Catalina--, que considerarais de vuestra parte la timidez de Marta. No podr?is darle mayor prueba de afecto que contentaros con la revelaci?n que me hab?is arrancado... Por Dios, se?or, os lo ruego, no le habl?is de amor. Ofender?ais su honesta reserva, y no debo ocult?roslo, y se marchar?a de Orsdael para preservar su honor de toda apariencia de debilidad.

--Est? bien, Catalina, pod?is estar tranquila; conozco un medio seguro de salvar todas las dificultades--dijo victoriosamente Mathys--. Ma?ana, probablemente, el aya os traer? la noticia de que me ha confesado su afecto sin haber temblado ni sonrojado.

La campesina lo mir? con sorpresa.

--Es bien sencillo--exclam?--, voy a proponerle que se case conmigo... ?Por qu? lanz?is ese grito de inquietud? Os he comprendido. Mientras Marta no sea para m? m?s que una sirvienta, tiene que sonrojarse de su amor; pero as? que tenga la certidumbre de ser mi mujer, tendr?, por el contrario, mil razones para estar orgullosa de mi amistad. ?No es ?se vuestro modo de pensar?

--S?, s?--balbuci? Catalina estremeci?ndose--. Pero, ?acaso quer?is proponerle el matrimonio tan pronto, ma?ana mismo?

--?Para qu? esperar y prolongar su tristeza? Ese era desde hace tiempo mi prop?sito. Despu?s de la feliz seguridad que me hab?is dado, no tengo por qu? vacilar.

--Creo que eso la llenar? de felicidad... pero... pero, ?y si por casualidad no aceptara?

--?Si no aceptara?--repiti? el intendente con una mueca de desconfianza--ser?a la prueba de que me hab?is enga?ado, Catalina, y claro que despu?s de este ultraje, no soportar?a ni un momento su presencia en el castillo. Pero ?bah! ?bah! no es posible que me rechace. Este casamiento debe hacerla feliz, yo poseo una linda fortunita, Marta no tendr?a que servir a nadie y pasar?a una vida f?cil y agradable...

Catalina camin? silenciosamente durante alg?n tiempo mientras Mathys se restregaba las manos y se entregaba a rientes reflexiones. La campesina se detuvo de pronto a la entrada de un sendero.

--Disculpadme, se?or intendente, es muy honroso para la mujer de un pobre guardabosque ir a la aldea as?, en compa??a de su amo, pero es preciso pasar all? por la peque?a huerta para comprar lino para la cortijera que me espera a las nueve.

--Est? bien, Catalina, os doy los buenos d?as. Pasado ma?ana, el aya os har? saber que va a ser la esposa leg?tima de Mathys. Ser? una alegre boda, y como me hab?is sido ?til en este asunto, har? de modo que asist?is a ella. Hay tras de vuestra casa, cerca del bosque, un retazo en que hubo cebada. Desde ma?ana pod?is cultivarla, os la doy en locaci?n.

La campesina balbuce? un agradecimiento, y se alej? por el sendero que estaba cercado de zarzas a ambos lados. Caminaba muy lentamente y echaba, de cuando en cuando, una mirada a trav?s del follaje, para ver si el intendente no hab?a llegado a la vuelta del camino. As? que lo vi? desaparecer tras el ?ngulo del bosque, se volvi? hacia el camino y se dirigi? a pasos precipitados al castillo.

Estaba asustada y triste; el coraz?n le lat?a con violencia.

?Qu? imprudencia hab?a cometido! Reducida por la necesidad a emplear un medio extremo, crey? que deb?a salvar a su amiga de una mentira, y ahora esa mentira se iba a volver contra ella para asestarle un golpe irreparable y hacerla echar de Orsdael.

Al caminar se hablaba a s? misma y se torturaba el esp?ritu a fin de reparar, si era posible, el mal que hab?a hecho involuntariamente. No le quedaba m?s esperanza que decidir a Marta a representar hasta el fin su triste comedia con el intendente. Catalina sab?a bien que su amiga acoger?a ese consejo con horror, tanto m?s cuanto que hab?a sorprendido por sus palabras que el odio del aya hacia ?l no hab?a hecho sino aumentar; pero, ?qu? hacer contra un concatenamiento de circunstancias fatales? Y puesto que Marta hab?a emprendido una lucha leg?tima contra los ladrones y verdugos de su hija, ?por qu? retroceder?a ante el papel que ten?a que proseguir, cuando la libertad de su pobre Laura pod?a ser el precio de ese nuevo sacrificio?

Catalina lleg? pronto al llano en medio del cual se levantan las torres de Orsdael, y, desde la elevaci?n en que se encontraba, mir? hacia todos los lados. De pronto lanz? una exclamaci?n de alegr?a y de sorpresa. Ve?a al aya sentada con Elena en un banco del jard?n, detr?s del castillo.

Estaban completamente solas; all? s?lo estaba el jardinero, y estaba trabajando a una gran distancia.

La campesina acort? el paso, afect? un aire indiferente, y se puso a avanzar despacio, como si se paseara, hacia el cerco y penetr? en ?l. Desde lejos hizo un llamado premioso al aya. Esta, sorprendida por aquellos ademanes ins?litos, se levant? y le dijo a la se?orita:

--Elena, qu?date aqu? en el banco, Catalina tiene algo importante que decirme, finge que no la has visto.

--Est? bien, mi buena Marta--respondi? la joven--, no me mover? de aqu?.

La campesina avanz? silenciosamente por el sendero, y se aproxim? a la viuda, que se hab?a ido a sentar en un banco algo apartado, vuelto de espaldas al castillo.

--Si?ntese a mi lado, Catalina--le dijo--, y h?bleme despacio, pues el bosque puede ocultar esp?as. ?Qu? os pasa? Ten?is los ojos llorosos.

--S?, el coraz?n oprimido por el espanto. Vais a pasar por una prueba suprema, Marta, y tiemblo al pensar que os falten las fuerzas necesarias.

--?Qu? nuevo dolor me espera? No importa, mi valor no sucumbir?.

--?Fatales ilusiones!--suspir? la campesina--. Sois tan dichosa en poder saborear el amor de vuestra hija, que lo olvid?is todo y no hac?is m?s esfuerzo para librarla de su triste esclavitud. Me temo que vuestra debilidad y vuestra imprevisi?n van a ser causa de una gran desgracia.

--?Qu? infundado es vuestro reproche, Catalina! No transcurre un minuto que yo no tenga presente el fin sagrado que me he propuesto.

--Lo creo, pero desde hace algunas semanas os neg?is a hacer sacrificios para conseguirlo. Hab?is tratado al se?or Mathys con una frialdad tan altanera que ha acabado por declarar su intenci?n de alejaros del castillo ma?ana mismo.

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