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Read Ebook: Los cuatro jinetes del apocalipsis by Blasco Ib Ez Vicente

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Ebook has 1878 lines and 132054 words, and 38 pages

--A kaiser le contaron este cuento, y cuando kaiser lo oy?, kaiser ri? mucho.

No necesitaba decir m?s. Todos re?an, <> con una carcajada espont?nea, pero breve; una risa en tres golpes, pues el prolongarla pod?a interpretarse como una falta de respeto ? la majestad.

--Es la guerra--dijo con entusiasmo--, la guerra que llega... ?Ya era hora!

Desnoyers hizo un gesto de asombro. ?La guerra!... ?Qu? guerra es esa?... Hab?a le?do, como todos, en la tablilla de anuncios del antecomedor un radiograma dando cuenta de que el gobierno austriaco acababa de enviar un ultim?tum ? Servia, sin que esto le produjese la menor emoci?n. Menospreciaba las cuestiones de los Balkanes. Eran querellas de pueblos piojosos, que acaparaban la atenci?n del mundo, distray?ndolo de empresas m?s serias. ?C?mo pod?a interesar este suceso al belicoso consejero? Las dos naciones acabar?an por entenderse. La diplomacia sirve algunas veces para algo.

--No--insisti? ferozmente el alem?n--; es la guerra, la bendita guerra. Rusia sostendr? ? Servia, y nosotros apoyaremos ? nuestra aliada... ?Qu? har? Francia? ?Usted sabe lo que har? Francia?...

Julio levant? los hombros con mal humor, como pidiendo que le dejase en paz.

--Es la guerra--continu? el consejero--, la guerra preventiva que necesitamos. Rusia crece demasiado aprisa y se prepara contra nosotros. Cuatro a?os m?s de paz, y habr? terminado sus ferrocarriles estrat?gicos y su fuerza militar, unida ? la de sus aliados, valdr? tanto como la nuestra. Mejor es darle ahora un buen golpe. Hay que aprovechar la ocasi?n... ?La guerra! ?La guerra preventiva!

El joven crey? que el consejero y sus admiradores estaban borrachos. <> ?C?mo pod?a convenir una guerra ? la industriosa Alemania? Por momentos iba ensanchando su acci?n: cada mes conquistaba un mercado nuevo; todos los a?os su balance comercial aparec?a aumentado en proporciones inauditas. Sesenta a?os antes ten?a que tripular sus escasos buques con los cocheros de Berl?n castigados por la polic?a. Ahora sus flotas comerciales y de guerra surcaban todos los oc?anos, y no hab?a puerto donde la mercanc?a germ?nica no ocupase la parte m?s considerable de los muelles. S?lo necesitaba seguir viviendo de este modo, mantenerse alejada de las aventuras guerreras. Veinte a?os m?s de paz, y los alemanes ser?an los due?os de los mercados del mundo, venciendo ? Inglaterra, su maestra de ayer, en esta lucha sin sangre. ?Y todo esto iban ? exponerlo--como el que juega su fortuna entera ? una carta--en una lucha que pod?a serles desfavorable?...

--No; la guerra--insisti? rabiosamente el consejero--, la guerra preventiva. Vivimos rodeados de enemigos, y esto no puede continuar. Es mejor que terminemos de una vez. ?O ellos ? nosotros! Alemania se siente con fuerzas para desafiar al mundo. Debemos poner fin ? la amenaza rusa. Y si Francia no se mantiene quietecita, ?peor para ella!... Y si alguien m?s... ?alguien! se atreve ? intervenir en contra nuestra, ?peor para ?l! Cuando yo monto en mis talleres una m?quina nueva, es para hacerla producir y que no descanse. Nosotros poseemos el primer ej?rcito del mundo, y hay que ponerlo en movimiento para que no se oxide.

Luego a?adi? con pesada iron?a:

--Han establecido un c?rculo de hierro en torno de nosotros para ahogarnos. Pero Alemania tiene los pechos robustos, y le basta hincharlos para romper el cors?. Hay que despertar, antes de que nos veamos maniatados mientras dormimos. ?Ay del que encontremos enfrente de nosotros!...

Desnoyers sinti? la necesidad de contestar ? estas arrogancias. El no hab?a visto nunca el c?rculo de hierro de que se quejaban los alemanes. Lo ?nico que hac?an las naciones era no seguir viviendo confiadas ? inactivas ante la desmesurada ambici?n germ?nica. Se preparaban simplemente para defenderse de una agresi?n casi segura. Quer?an sostener su dignidad, atropellada continuamente por las m?s inauditas pretensiones.

--?No ser?n los otros pueblos--pregunt?--los que se ven obligados ? defenderse, y ustedes los que representan un peligro para el mundo?...

Una mano invisible busc? la suya por debajo de la mesa, como algunas noches antes, para recomendarle prudencia. Pero ahora apretaba fuerte, con la autoridad que confiere el derecho adquirido.

--?Oh, se?or!--suspir? la dulce Berta--. ?Decir esas cosas un joven tan distinguido y que tiene...!

No pudo continuar, pues su esposo le cort? la palabra. Ya no estaban en los mares de Am?rica, y el consejero se expres? con la rudeza de un due?o de casa.

--Tuve el honor de manifestarle, joven--dijo, imitando la cortante frialdad de los diplom?ticos--, que usted no es mas que un sudamericano, ? ignora las cosas de Europa.

No le llam? <>, pero Julio oy? interiormente la palabra lo mismo que si el alem?n la hubiese proferido. ?Ay, si la garra oculta y suave no le tuviese sujeto con sus crispaciones de emoci?n!... Pero este contacto mantuvo su calma y hasta le hizo sonreir. <>

Y aqu? terminaron sus relaciones con el consejero y su grupo. Los comerciantes, al verse cada vez m?s pr?ximos ? su patria, se iban despojando del servil deseo de agradar que les acompa?aba en sus viajes al Nuevo Mundo. Ten?an, adem?s, graves cosas de que ocuparse. El servicio telegr?fico funcionaba sin descanso. El comandante del buque conferenciaba en su camarote con el consejero, por ser el compatriota de mayor importancia. Sus amigos buscaban los lugares m?s ocultos para hablar entre ellos. Hasta Berta comenz? ? huir de Desnoyers. Le sonre?a a?n de lejos, pero su sonrisa iba dirigida m?s ? los recuerdos que ? la realidad presente.

Entre Lisboa y las costas de Inglaterra, habl? Julio por ?ltima vez con el marido. Todas las ma?anas aparec?an en la tablilla del antecomedor noticias alarmantes transmitidas por los aparatos radiogr?ficos. El Imperio se estaba armando contra sus enemigos. Dios los castigar?a, haciendo caer sobre ellos toda clase de desgracias. Desnoyers qued? estupefacto de asombro ante la ?ltima noticia. <>

--?Pero estos alemanes se han vuelto locos!--grit? el joven ante el radiograma, rodeado de un grupo de curiosos tan asombrados como ?l--. Vamos ? perder el poco sentido que nos queda... ?Qu? revolucionarios son esos? ?Qu? revoluci?n puede estallar en Par?s si los hombres del gobierno no son reaccionarios?

--Joven, esas noticias las env?an las primeras agencias de Alemania... Y Alemania no miente nunca.

Despu?s de esta afirmaci?n le volvi? la espalda, y ya no se vieron m?s.

La gente, asomada ? las bordas, comentaba los extraordinarios encuentros en este bulevar mar?timo, frecuentado ordinariamente por buques de paz. Unos humos en el horizonte eran los de la escuadra francesa llevando al presidente Poincar?, que volv?a de Rusia. La alarma europea hab?a interrumpido su viaje. Luego vieron m?s nav?os ingleses que rondaban ante sus costas como perros agresivos y vigilantes. Dos acorazados de la Am?rica del Norte se dieron ? conocer por sus m?stiles en forma de cestos. Despu?s pas? ? todo vapor, con rumbo al B?ltico, un nav?o ruso, blanco y lustroso desde las cofas ? la l?nea de flotaci?n. <> Y miraban con inquietud las costas cercanas ? un lado y ? otro. Ofrec?an el aspecto de siempre, pero detr?s de ellas se estaba preparando tal vez un nuevo per?odo de Historia.

El trasatl?ntico deb?a llegar ? Boulogne ? media noche, aguardando hasta el amanecer para que desembarcasen c?modamente los viajeros. Sin embargo, lleg? ? las diez, ech? el ancla lejos del puerto y el comandante di? ?rdenes para que el desembarco se hiciese en menos de una hora. Para esto hab?a acelerado la marcha, derrochando carb?n. Necesitaba alejarse cuanto antes, en busca del refugio de Hamburgo. Por algo funcionaban los aparatos radiogr?ficos.

A la luz de los focos azules, que esparc?an sobre el mar una claridad l?vida, empez? el transbordo de pasajeros y equipajes con destino ? Par?s desde el trasatl?ntico ? los remolcadores. <> Los marineros empujaban ? las se?oras de paso tardo, que recontaban sus maletas creyendo haber perdido alguna. Los camareros cargaban con los ni?os como si fuesen paquetes. La precipitaci?n general hac?a desaparecer la exagerada y untuosa amabilidad germ?nica. <>

Se vi? en un remolcador que danzaba sobre las ondulaciones del mar, frente al muro negro ? inm?vil del trasatl?ntico, acribillado de redondeles luminosos y con los balconajes de las cubiertas repletos de gente que saludaba agitando pa?uelos. Julio reconoci? ? Berta, que mov?a una mano, pero sin verle, sin saber en qu? remolcador estaba, por una necesidad de manifestar su agradecimiento ? los dulces recuerdos que se iban ? perder en el misterio del mar y de la noche. <>

As? se perdi? en la sombra, con la precipitaci?n de la fuga y la insolencia de una venganza pr?xima, el ?ltimo trasatl?ntico alem?n que toc? en las costas francesas.

Esto hab?a sido en la noche anterior. A?n no iban transcurridas veinticuatro horas, pero Desnoyers lo consideraba como un suceso lejano de vagorosa realidad. Su pensamiento, dispuesto siempre ? la contradicci?n, no participaba de la alarma general. Las arrogancias del consejero le parec?an ahora baladronadas de un burgu?s metido ? soldado. Las inquietudes de la gente de Par?s eran estremecimientos nerviosos de un pueblo que vive pl?cidamente y se alarma apenas vislumbra un peligro para su bienestar. ?Tantas veces hab?an hablado de una guerra inmediata, solucion?ndose el conflicto en el ?ltimo instante!... Adem?s, ?l no quer?a que hubiese guerra, porque la guerra trastornaba sus planes de vida futura, y el hombre acepta como l?gico y razonable todo lo que conviene ? su ego?smo, coloc?ndolo por encima de la realidad.

--No; no habr? guerra--repiti? mientras paseaba por el jard?n--. Estas gentes parecen locas. ?C?mo puede surgir una guerra en estos tiempos?...

Desalentado por esta decepci?n, sigui? paseando. Su mal humor le hizo ver considerablemente agrandada la fealdad del monumento con que la restauraci?n borb?nica hab?a adornado el antiguo cementerio de la Magdalena. Pasaba el tiempo sin que ella llegase. En cada una de sus vueltas miraba ?vidamente hacia las entradas del jard?n. Y ocurri? lo que en todas sus entrevistas. Ella se present? de repente, como si cayese de lo alto ? surgiera del suelo lo mismo que una aparici?n. Una tos, un leve ruido de pasos, y al volverse, Julio casi choc? con la que llegaba.

--?Margarita! ?Oh, Margarita!...

Era ella, y sin embargo tard? en reconocerla. Experimentaba cierta extra?eza al ver en plena realidad este rostro que hab?a ocupado su imaginaci?n durante tres meses, haci?ndose cada vez m?s espiritual ? impreciso con el idealismo de la ausencia. Pero la duda fu? de breves instantes. A continuaci?n le pareci? que el tiempo y el espacio quedaban suprimidos, que ?l no hab?a hecho ning?n viaje y s?lo iban transcurridas unas horas desde su ?ltima entrevista.

Adivin? Margarita la expansi?n que iba ? seguir ? las exclamaciones de Julio, el apret?n vehemente de manos, tal vez algo m?s, y se mostr? fr?a y serena.

--No; aqu? no--dijo con un moh?n de contrariedad--. ?Qu? idea habernos citado en este sitio!

--?Qu? fastidio!--gimi? Margarita--. ?Qu? mala idea haber venido ? este lugar!

Se miraban los dos atentamente, como si quisieran darse exacta cuenta de las transformaciones operadas por el tiempo.

--Est?s m?s moreno--dijo ella--. Pareces un hombre de mar.

Julio la encontraba m?s hermosa que antes, reconociendo que bien val?a su posesi?n las contrariedades que hab?an originado su viaje ? Am?rica. Era m?s alta que ?l, de una esbeltez elegante y armoniosa. <>, dec?a Desnoyers al evocar su imagen. Y lo primero que admir? al volverla ? ver fu? el ritmo suelto, juguet?n y gracioso con que marchaba por el jard?n buscando nuevo asiento. Su rostro no era de trazos regulares, pero ten?a una gracia picante: un verdadero rostro de parisiense. Todo cuanto han podido inventar las artes del embellecimiento femenil se reun?a en su persona, sometida ? los m?s exquisitos cuidados. Hab?a vivido siempre para ella. S?lo desde algunos meses antes abdic? en parte este dulce ego?smo, sacrificando reuniones, t?s y visitas, para dedicar ? Desnoyers las horas de la tarde. Elegante y pintada como una mu?eca de gran precio, teniendo por suprema aspiraci?n el ser un maniqu? que realzase con su gracia corporal las invenciones de los modistos, hab?a acabado por sentir las mismas preocupaciones y alegr?as de las otras mujeres, cre?ndose una vida interior. El n?cleo de esta nueva vida, que permanec?a oculta bajo su antigua frivolidad, fu? Desnoyers. Luego, cuando se imaginaba haber organizado su existencia definitivamente--las satisfacciones de la elegancia para el mundo y las dichas del amor en ?ntimo secreto--, una cat?strofe fulminante, la intervenci?n del marido, cuya presencia parec?a haber olvidado, trastorn? su inconsciente felicidad. Ella, que se cre?a el centro del universo, imaginando que los sucesos deb?an rodar con arreglo ? sus deseos y gustos, sufri? la cruel sorpresa con m?s asombro que dolor.

--Y t?, ?c?mo me encuentras?--sigui? diciendo Margarita.

Para que Julio no se equivocase al contestarle, mir? su amplia falda, a?adiendo:

Desnoyers tuvo que ocuparse del vestido con tanto apasionamiento como de ella, mezclando las apreciaciones sobre la reciente moda y los elogios ? la belleza de Margarita.

--?Has pensado mucho en m??--continu?--. ?No me has enga?ado una sola vez? ?Ni una siquiera?... Di la verdad: mira que yo conozco bien cuando mientes.

--Siempre he pensado en ti--dijo ?l llev?ndose una mano al coraz?n como si jurase ante un juez.

Y lo dijo rotundamente, con un acento de verdad, pues en sus infidelidades--que ahora estaban completamente olvidadas--le hab?a acompa?ado el recuerdo de Margarita.

--?Pero hablemos de ti!--a?adi? Julio--. ?Qu? es lo que has hecho en este tiempo?

Hab?a aproximado su silla ? la de ella todo lo posible. Sus rodillas estaban en contacto. Tomaba una de sus manos, acarici?ndola, introduciendo un dedo por la abertura del guante. ?Aquel maldito jard?n, que no permit?a mayores intimidades y les obligaba ? hablar en voz baja despu?s de tres meses de ausencia!... A pesar de su discreci?n, el se?or que le?a el peri?dico levant? la cabeza para mirarles irritado por encima de sus gafas, como si una mosca le distrajera con sus zumbidos... ?Venir ? hablar tonter?as de amor en un jard?n p?blico, cuando toda Europa estaba amenazada de una cat?strofe!

Margarita, repeliendo la mano audaz, habl? tranquilamente de su existencia durante los ?ltimos meses.

--He entretenido mi vida como he podido, aburri?ndome mucho. Ya sabes que me fu? ? vivir con mam?, y mam? es una se?ora ? la antigua, que no comprende nuestros gustos. He ido al teatro con mi hermano; he hecho visitas al abogado para enterarme de la marcha de mi divorcio y darle prisa... Y nada m?s.

--?Y tu marido?...

--No hablemos de ?l, ?quieres? El pobre me da l?stima. Tan bueno... tan correcto. El abogado asegura que pasa por todo y no quiere oponer obst?culos. Me dicen que no viene ? Par?s, que vive en su f?brica. Nuestra antigua casa est? cerrada. Hay veces que siento remordimiento al pensar que he sido mala con ?l.

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