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Read Ebook: Tristán o el pesimismo by Palacio Vald S Armando

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Ebook has 1378 lines and 67410 words, and 28 pages

un pecho... Con el otro solamente alimento a mi ni?o..., es decir, pudiera alimentarlo si tuviese qu? comer... ?Pero no lo tengo! Mi marido es cochero, pero est? enfermo de reumatismo sin poderse apenas mover y le han despedido de la casa... Ahora que est? un poco mejor, no encuentra trabajo... Sin la caridad de los vecinos, que son casi tan pobres como nosotros, ya hubi?ramos muerto de hambre hace tiempo... Algunas veces me dan pan y otras veces un poco de sopa... Pero la casa ?ay la casa! Ya debemos cinco meses y de un d?a a otro nos pondr?n los pocos trastos que tenemos en la calle... ?Dios m?o, Dios m?o, qu? va a ser de nosotros!

--?Vaya por Dios! ?Infeliz mujer!--exclam? Visita por lo bajo.

Cirilo sac? una moneda del bolsillo y se la entreg?.

--?Qu? le has dado?--le pregunt? su esposa al o?do.

--Una peseta.

--Dale m?s.

Sac? un duro y se lo dio.

--?Qu? le has dado?

--Un duro.

--Dale m?s. Nosotros no tenemos hijos. Dios nos ha protegido hasta ahora y nos seguir? protegiendo.

Cirilo ech? mano a la cartera y le entreg? un billete de cincuenta pesetas. La mujer, sorprendida y roja de emoci?n y de alegr?a, no encontraba palabras para dar las gracias. Se deshac?a en fervorosas bendiciones.

--?Dios se lo pague, se?orita, Dios se lo pague! ?Bendita sea la hora en que su madre la ha parido! ?Bendita la leche que ha mamado...!

--Pase ma?ana por nuestra casa. Ahora le dar? una tarjeta mi marido--dijo Visita--. Tenemos amigos que est?n en mejor posici?n que nosotros y acaso puedan colocar a su esposo.

Iban ya lejos y todav?a les segu?a la voz de la pobre mujer que gritaba sin cesar:

--?Dios les bendiga, se?oritos! ?Que nunca pase la desgracia por su casa...! ?Que Dios la proteja, se?orita, que Dios la proteja y ya que no ve la tierra le haga ver el cielo!

--Ya lo estoy viendo--murmur? Visita mientras dos l?grimas resbalaban por sus mejillas.

El coche les esperaba abajo. Montaron de nuevo en ?l y se trasladaron a la Bombilla. Antes de entrar en el gabinete que les ten?an reservado dieron orden para que sirviesen tambi?n de almorzar al cochero. Pasaron despu?s, y en un comedorcito agradable con vistas al r?o hicieron los honores al almuerzo, cuyos platos hab?an de antemano elegido. El paseo, el aire puro les hab?a despertado el apetito. Visita bebi? un poco m?s de lo ordinario y se qued? traspuesta algunos instantes en un sof?, mientras su marido le?a el peri?dico que hab?a enviado a comprar.

--?Ea, ahora con la m?sica a otra parte!--exclam? al cabo la ciega levant?ndose y sacudiendo la pereza.

--?A qu? parte?--pregunt? Cirilo riendo.

--Adonde la proporcionan mejor en Madrid; al circo del Pr?ncipe Alfonso.

Y as? se verific? r?pidamente. Oyeron el concierto que en las tardes dominicales de primavera all? se celebraba y ya de noche se restituyeron a su casa, no sin haber dado antes una vuelta por la confiter?a para comprar los postres de la comida.

--?Buen d?a...! ?Superior, hija, superior!--exclamaba Cirilo despu?s de comer, reclinado c?modamente en una butaca y saboreando una taza de caf? al par que chupaba un fragante tabaco de la caja que el d?a antes le hab?a regalado Reynoso.

--?Te has divertido? ?Has estado a gusto con tu mujercita?--le respond?a Visita, que tambi?n tomaba caf? sentada a su lado en una sillita baja.

--Con mi mujercita estar?a yo a gusto aunque viviese en una zahurda comiendo berzas y pan negro.

Y al mismo tiempo se inclin? para besar sus cabellos. Hubo una larga pausa en que ambos parec?an paladear su dicha enternecidos.

--?Sabes lo que estoy pensando?--profiri? ella al cabo buscando a tientas su mano y apret?ndola tiernamente--. Pues pienso que si yo no fuese ciega no te querr?a tanto como te quiero... y me parece que t? tampoco me querr?as a m? de este modo. Por tanto que no ser?amos tan felices.

--Quiz? sea como piensas--repuso ?l inclin?ndose otra vez para besarla--. Pero dar?a la vida por que recobrases la vista.

--Y estoy pensando tambi?n que el invierno pr?ximo lo vamos a pasar a?n mejor que este, porque tendremos en Madrid a don Germ?n y a Elena, y m?s cerca a?n de nosotros a Clara y Trist?n... Ya ves, vienen a vivir a cuatro pasos de aqu?, en la calle del Arenal. Todas las noches al teatro es mon?tono y adem?s costoso: algunas iremos a su casa, o vendr?n ellos a la nuestra. ?Qu? gusto, verdad? ?Qu? tertulitas ?ntimas, agradables, vamos a tener aqu? los cuatro!

En aquel instante son? el timbre de la puerta y la doncella se present? anunciando al se?orito Trist?n. Este apareci? detr?s de ella. La faz de Cirilo y la de Visita se iluminaron con una sonrisa de alegr?a. La de aqu?l se apag?, sin embargo, al observar el rostro serio y contra?do del joven.

--Buenas noches.

Al o?r el saludo, la sonrisa de Visita tambi?n se apag?: su fino o?do de ciega hab?a notado algo extra?o en el timbre de la voz.

Despu?s de preguntarse por la salud y de unas cuantas frases superficiales, Trist?n abord? con premura, pero en tono afectadamente sosegado, la magna cuesti?n que all? le conduc?a.

--El objeto que me trae a estas horas es un poco raro, un poco molesto... acaso tambi?n un poco rid?culo... Pero en fin, en este mundo no es todo corriente y agradable por desgracia: alguna vez hay que tocar tambi?n en lo molesto y en lo rid?culo, y a m? me llega el turno a la hora presente. Desear?a obtener de su amabilidad me dijese si en el tiempo que llevamos de relaci?n amistosa he incurrido en su desagrado por alguna acci?n o por alguna omisi?n que les haya molestado, si han observado ustedes en m? algo que no estuviese de acuerdo con una franca y leal amistad, o bien si inadvertidamente creen ustedes que les ocasion? alg?n perjuicio.

Cirilo y Visita permanecieron mudos, estupefactos ante aquel extra?o discurso.

--Deseo saber--repiti? al cabo de un instante, recalcando m?s las palabras--, si en el curso que hasta ahora ha seguido nuestra amistad tienen ustedes alg?n motivo de queja contra m?.

--Me parece ociosa la pregunta, Trist?n--manifest? Cirilo recobr?ndose--. Demasiado sabe usted que nunca nos ha dado motivos para otra cosa que para estimarle en lo mucho que vale y considerarle como uno de nuestros buenos y cari?osos amigos.

--?Tampoco les he ocasionado perjuicio alguno de un modo indirecto, esto es, sin darme cuenta de ello?

--Absolutamente ninguno que yo sepa.

--Est? bien... ?Entonces por qu? conspiran ustedes contra m? y me hacen la guerra?

--?Conspirar contra usted...? ?Hacerle la guerra?

--S?. ?Por qu? me hieren en la sombra y trabajan cautelosamente a fin de desbaratar mi pr?ximo matrimonio?

--?Qu? est? usted diciendo?

--Perm?tame usted que le diga, amigo Trist?n, que no entiendo lo que usted quiere decir ni aun el paso que usted acaba de dar visit?ndonos en esta forma brusca y desusada... es decir, s? veo que est? usted irritado y que juzga que nosotros le hemos hecho alg?n agravio en lo que se refiere a su pr?ximo matrimonio, pero por m?s que discurro no s? d?nde est? ese agravio. Lo mismo Visita que yo nos hallamos tan contentos y nos parece tan bien esa boda que precisamente en este momento habl?bamos de ella con alegr?a y nos felicit?bamos de que...

--?Bien, bien, dejemos eso!--exclam? Trist?n con aspereza. Aquellas palabras le parec?an el colmo de la hipocres?a y de la impudencia.--No necesito decir a usted que la alegr?a o la tristeza de ustedes en lo que a mi boda se refiere, aunque en s? mismas tengan mucha importancia, para m? la tienen secundaria. Puedo casarme o permanecer soltero y vivir bien o mal y ser feliz o desgraciado sin que en ninguna de estas cosas influya de un modo decisivo la alegr?a o la tristeza de ustedes... Pero si no influyen sus sentimientos pueden influir las acciones. Todos estamos expuestos en la vida a tristes desenga?os, a las asechanzas de nuestros enemigos... y a la traici?n de nuestros amigos.

--?Vea usted lo que est? diciendo, se?or Aldama!--profiri? Cirilo perdiendo la paciencia e incorpor?ndose en la butaca--. Considere usted que con esas reticencias me est? usted ofendiendo y que yo no le he dado motivo alguno para ello.

--<>--repiti? Trist?n sonriendo sarc?sticamente--. Hasta ahora nada le he dicho ofensivo... No ha sido m?s que la queja de quien se siente herido. Pero no respondo de que m?s tarde no pueda decirle algo que le moleste de veras.

--?Pues entonces cortemos inmediatamente esta conversaci?n!--exclam? Cirilo apoy?ndose con mano crispada sobre la mesa para levantarse--. Considero a usted un hombre de honor y s? que se arrepentir?a de haber ofendido a quien carece de medios para pedirla reparaci?n de la ofensa.

Visita se hab?a puesto en pie tambi?n vivamente y Trist?n hizo lo mismo.

--Tampoco es noble ampararse de su debilidad para dar rienda suelta a rencores injustificados y hacer da?o a quien nunca se lo ha hecho a usted.

--Repito que no se me ha pasado por la imaginaci?n jam?s ocasionar a usted da?o alguno y que s?lo un chisme de alg?n malintencionado pudo hac?rselo creer y ponerle tan obcecado.

--?Obcecado! ?obcecado!--exclam? Trist?n con voz enronquecida ya por la ira--. No hay chismes, no hay malintencionados. Yo no puedo creer que tengan mala intenci?n ni pretendan enga?arme mis propios o?dos. A la postre todo se descubre. Para quien no procede con lealtad el mundo es transparente. A hac?rselo ver es a lo ?nico a que he venido a aqu?, o lo que es igual a decirles a ustedes que ya no me enga?an y que desprecio como merecen sus falsos testimonios de amistad... Ahora queden ustedes con Dios. Me han declarado la guerra... Est? bien, lucharemos. Lucharemos s?; ustedes en la sombra; yo cara a cara y a la luz del d?a. Buenas noches.

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