Read Ebook: Espasmo by De Roberto Federico
Font size:
Background color:
Text color:
Add to tbrJar First Page Next Page
Ebook has 1377 lines and 65080 words, and 28 pages
a rectitud inflexible del hombre maduro.
Desde largo tiempo atr?s conoc?a su reputaci?n. Sab?a que, due?o de uno de los primeros nombres y de una de las m?s cuantiosas fortunas de su pa?s, hab?a sido desterrado por complicidad en una conspiraci?n contra la vida de un general. Sab?a que, desterrado, hab?a continuado conspirando con mayor empe?o, que hab?a llegado a ser uno de los m?s temibles directores del partido revolucionario europeo, que una condena de muerte pend?a sobre su cabeza. Y sab?a tambi?n que, no obstante que en apariencia la obra pol?tica del rebelde absorb?a toda su actividad, todav?a dispon?a de tiempo para llevar una existencia llena de aventuras galantes, pasando de un amor a otro, recompensando con el dolor del abandono y la traici?n a las desventuradas incapaces de resistir a sus seducciones. ?Y por ese rebelde sanguinario, por ese indigno don Juan, se hab?a dejado seducir la Condesa d'Arda!... Pero, en fin, ?habr?a la Condesa querido morir, para no presenciar la ruina de sus sue?os de amor fiel, o hab?a sido asesinada por el Pr?ncipe y la nihilista?
M?s admisible era que, si exist?a un delito, se tratara de un delito de amor. ?No habr?a el Pr?ncipe muerto por celos a la Condesa, enamorado nuevamente de ella despu?s de haberla dejado de amar? ?Y de qui?n pod?a haber estado celoso, sino de ese V?rod que se mostraba tan afligido de la muerte de la Condesa, y asum?a, sin que nadie se lo pidiera, el papel de acusador y de vengador? ?O no ser?a m?s bien la extranjera quien hab?a cometido el crimen, celosa del amor que ten?a por la italiana el hombre que ella amaba?... El delito, quien quiera que fuese el culpable, cualquiera que fuese el m?vil, no pod?a tampoco haberse consumado sin que entre el asesino y la v?ctima hubiera habido una lucha, aun cuando hubiera sido muy breve; pero ni en el cuarto mortuorio ni en la persona de la muerta se hallaba el menor vestigio de esa lucha. De la posici?n del arma, la empu?adura hacia fuera, y el ca??n apuntando al cad?ver, deduc?an, los doctores que si la Condesa se hab?a matado, deb?a haberse hecho el tiro estando parada: de ese modo el rev?lver, al caer al suelo, se hab?a dado vuelta. Y aunque no parec?a muy natural que la infeliz, contrariamente a lo que hacen todos los suicidas, hubiera escogido esa posici?n para ultimarse, la circunstancia de ser suyo el rev?lver y haberlo tenido oculto, exclu?a la suposici?n de que un asesino hubiera podido servirse de ?l. Adem?s, el rev?lver estaba mal cerrado y en la ca?da se le hab?a salido una c?psula cosa que se explicaba perfectamente de parte de una mujer poco pr?ctica en el manejo de las armas, de una suicida cuyas manos deb?an temblar por otras razones; pero que en un asesino ser?a inexplicable.
Mas para detenerse sobre una hip?tesis cualquiera, era necesario todav?a esperar el resultado de la autopsia; y mientras tanto, Ferpierre, que hab?a establecido en el comedor de la villa su gabinete para la necesaria averiguaci?n en el lugar del suceso, orden? que hicieran entrar a V?rod.
Cuando el joven se present? a Ferpierre, ?ste vio en la palidez de su rostro, en la angustia de su mirada, en la turbaci?n de su actitud, la confirmaci?n evidente de que V?rod deb?a haber estado vinculado con la difunta por un sentimiento a la par muy fuerte y muy delicado, y en el instante, reconoci? en ?l, sin la menor vacilaci?n, al estudiante del curso de letras, por m?s largo que fuera ya el tiempo transcurrido desde la ?poca en que ambos eran condisc?pulos. Y al verlo record? tambi?n la frecuencia con que lo hab?a encontrado en el c?rculo universitario ginebrino, durante dos a?os seguidos, y record? igualmente que entre ellos no hab?a mediado una sola palabra de simpat?a. La ?ndole triste de V?rod se hab?a revelado desde aquellos d?as lejanos, en las discusiones juveniles con los camaradas: ninguno de los sentimientos a que Ferpierre hab?a obedecido sucesivamente, ni los entusiasmos po?ticos, ni el severo deber parec?an inteligibles a esa alma cerrada. ?Se acordar?a ?l tambi?n de aquellas antiguas relaciones? ?Hab?a pedido ver al juez instructor por qu? sab?a qui?n era? ?Iba a darse a conocer?
--Usted ha querido hablarme--dijo Ferpierre mientras se dirig?a mentalmente estas preguntas y pon?a en orden en la mesa los papeles, secuestrados en la habitaci?n de la muerta y del Pr?ncipe;--aqu? me tiene usted. Y ante todo ?su nombre, su edad?
--Roberto V?rod, treinta y cuatro a?os.
--?Es usted V?rod, el escritor?
--S?.
--?Nacido en Ginebra, domiciliado en Par?s?
--S?.
O el joven no le reconoc?a, o no quer?a decirle que le reconoc?a.
--Bueno. ?Cu?les son las pruebas que quiere usted comunicarme?
No solamente V?rod no estaba ya seguro de s? mismo, como al principio, sino que de acusador parec?a haberse convertido de improviso en acusado, tan grande fue su confusi?n al o?r la pregunta que el juez le hac?a. Guard? silencio por un momento, trat? de decir cualquier cosa, y luego, arrepentido y m?s vacilante que nunca, se acerc? al juez y le tendi? la mano.
--?Si usted supiera, se?or--le dijo con voz insegura y sumisa,--qu? tumulto de sentimientos agita mi coraz?n, cu?nto miedo tengo de hablar, cu?nto necesito confiarme a su indulgencia, a su discreci?n, para decirle lo que tengo que decirle!
Con tanta delicadeza y sinceridad formul? su invocaci?n, que Ferpierre se sinti? conmovido. Pero todav?a no quiso provocarlo a que se hiciera reconocer, esperando ver si ?l mismo alud?a a las relaciones que los hab?an unido en otros tiempos. Solt? los papeles y estrechando la mano que el joven le tend?a con tanta ansiedad como si quisiera, agarrarse a ?l, contest?:
--Con eso no har?a m?s que cumplir con mi deber; pero hagamos algo mejor: olvidemos nuestras respectivas condiciones y conf?ese usted no al magistrado, sino al hombre.
--?Gracias, se?or! ?Mucho le agradezco sus bondadosas palabras!... Al magistrado no tendr?a, efectivamente, mucho que decir, ni conseguir?a probablemente comunicarle, falt?ndome las pruebas materiales, mi convicci?n moral...
--?Y al hombre?
--Al hombre... al hombre le preguntar?: ?cree usted que quien ha soportado una vida siempre tenebrosa, huya de ella cuando ve que por fin resplandece la luz? ?que quien ha sufrido con resignaci?n, en silencio, puede exasperarse, rebelarse contra una esperanza imprevista?
El juez le escuchaba con la cabeza inclinada, sin mirarlo, y de pronto no contest?.
Pero alzando luego la vista y fij?ndola en V?rod, se puso a su vez a interrogarle:
--?Ten?a usted mucha intimidad con la difunta?
El joven no respondi?. Lentamente los ojos se le llenaron de l?grimas.
--No debo, no, decirlo...--murmur? con voz ahogada.--A nadie revelar? un secreto que no es m?o... que no es del todo m?o... Y hasta creo, mire usted, que a ella la lastimar?a, que ella me proh?be decirlo.
--?La amaba usted?
--S?.
Sus l?grimas se hab?an detenido, su mirada expresaba el orgullo y la alegr?a, una altiva felicidad.
--S?; con un amor que puede ser confesado, alta la frente, delante de cualquiera. ?Por qu? lo habr?a de negar?
--?Y ella le amaba a usted?
--?S?!... Y el mundo no sabe, jam?s sabr?, lo que fue nuestro amor. El mundo es triste, y a poco andar la vida lo amarga todo. Pero nada, ni un acto, ni una palabra, ni un pensamiento contamin? una sola vez ese sentimiento que nos hac?a vivir.
--?De modo que al Pr?ncipe no le faltar?a raz?n de estar celoso?
A la expresi?n de soberbio gozo que animaba el rostro de V?rod, sucedi? un amarga contracci?n de desd?n.
--?Celoso?... ?Para estar celoso habr?a debido amarla! ?Y si la hubiera amado fielmente, a ella sola, me habr?a ella amado a m??
Ferpierre se qued? estupefacto ante la manifestaci?n de semejante idea. O conservaba un mal recuerdo de las verdades brutales e ingratas de que V?rod hab?a sido ap?stol desde joven, o el pesimista, el esc?ptico se hab?a convertido.
--Pero entonces ?en qu? estado se encontraban las relaciones del Pr?ncipe con la Condesa?--sigui? preguntando mientras tanto.--?No cabe duda de que hubo un tiempo en que se amaron!
--Usted sabe, se?or, que este nombre, el nombre de amor, se da a tantas cosas diversas: a nuestras ilusiones, a nuestros caprichos, a nuestra codicia... Si; ella le am?, con un amor que fue ilusi?n y enga?o. Le am? porque crey? ser amada por ?l, ?por ?l, que solamente sabe odiar!
--?C?mo fue, entonces, que no llegaron a separarse?
--Por la parte de ?l s?: ?l quiso separarse. Se lo dijo, le ech? en cara, como un reproche, su fidelidad, y varias veces la abandon?. Pero ella no quiso reconocer que se hab?a enga?ado, o lo reconoc?a ?nicamente en su interior, y, pensando que los enga?os se pagan, que hay que sufrir las consecuencias del error, acept? el martirio.
--?Podr?a usted precisar en qu? consisti? ese mal trato?
--?Qui?n podr?a referirlo punto por punto? Todos sus actos, todas sus palabras envolv?an una ofensa, un agravio.
--?C?mo lo sab?a usted? ?Qui?n se lo dijo?
--?No ella, se?or! ?Nunca o? de sus labios una queja contra ese hombre!... Yo lo supe, lo o? personalmente... Hab?a conocido al hombre en Par?s, muchos a?os atr?s, antes de que estuviera con ella, y sab?a lo que val?a. En esto no estaba solo, pues todo el mundo sabe lo mismo que yo a su respecto.
--?Se encontr? usted con ?l alguna vez despu?s de haber conocido a la Condesa?
--Nunca. El a?o pasado ya parec?a haberla abandonado para siempre, y ahora, despu?s de su vuelta, no lo he visto sino de lejos, una o dos veces.
--?Qu? sabe usted respecto a lo que ella pensaba de su actividad pol?tica?
--Que eso no fue uno de los dolores menos crueles de la infeliz.
--?Ignoraba ella, cuando lo encontr? por primera vez, los fines que persegu?a?
--No s?... no creo... Pero si acaso supo que lo hab?an desterrado de su patria y condenado a muerte, buena y sensible como era, debi? temblar de compasi?n por ?l. Y si ?l la dijo que su sed de sangre no era otra cosa que amor a la libertad y a la justicia, caridad hacia los oprimidos y sue?os de perfecci?n, el alma de la desventurada, ignorante del mal, debi? seguramente inflamarse de entusiasmo y admiraci?n.
--?Cree usted que el desenga?o le haya sobrevenido muy pronto?
--?Muy pronto... y demasiado tarde! ?S?!
Add to tbrJar First Page Next Page