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Read Ebook: Espasmo by De Roberto Federico

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Ebook has 1377 lines and 65080 words, and 28 pages

--?Muy pronto... y demasiado tarde! ?S?!

--?Cu?ndo la conoci? usted?

--El a?o pasado.

--?D?nde?

--Aqu?, en el Beau S?jour.

--?Todav?a no hab?a alquilado la villa?

--S?, pero pas? algunas semanas en el hotel.

--?D?nde viv?a en invierno?

--En Niza.

--?Entonces el a?o pasado ya no estaban juntos?

--No.

--Y ahora, ?hac?a poco tiempo que ?l hab?a vuelto a un?rsele?

--En estos ?ltimos meses.

--Esa mujer, esa joven, ?podr?a usted decirme qui?n es?

--Una compatriota y correligionaria suya.

--?Conoce usted la naturaleza de sus relaciones?

--No, pero no es dif?cil adivinarla.

--?Ser?a ella tambi?n su querida?

--?Se asombrar?a usted de ello? ?No sabe usted que estos vengadores de la oprimida humanidad aman el placer, lo buscan, tienen mucho gusto en asociarse al deber?

La manera de expresarse del joven era m?s y m?s amarga cuando hablaba de aquellos que en su concepto deb?an haber deseado la muerte de la criatura adorada por ?l.

--De modo que, supongamos, que esa joven sea querida del Pr?ncipe. ?Habr?, por celos, asesinado a la Condesa? ?Pero, de qui?n pod?a haber estado celosa? No de la Condesa, a mi parecer, porque ?sta no amaba ya al Pr?ncipe sino a usted. ?Ni tampoco ciertamente del Pr?ncipe, que no amaba ya a la Condesa, sino a ella!... ?Y ?l mismo, siendo esta la condici?n de las cosas, qu? motivo habr?a tenido para cometer ese delito?... Por otra parte, usted ha invocado el testimonio de la criada para confirmar su acusaci?n. ?C?mo se explica usted que esta mujer, apenas viera el cad?ver, dijera que su patrona, al matarse, hab?a puesto en pr?ctica un antiguo prop?sito?

--?Eso no le prueba a usted--exclam? el joven, sin contestar directamente a la pregunta, si no formulando el a su vez una nueva interrogaci?n,--eso no le prueba a usted en qu? abismos de desesperaci?n hab?a ca?do? ?No es cierto que para que, inspirada y sostenida siempre por una fe como la suya llegara a hablar de darse la muerte, la vida deb?a hab?rsele hecho odiosa o intolerable?... S?, hubo un momento en que dese? morir. Yo mismo o? de su boca la tremenda palabra. Pero eso fue un momento, y no ahora... ?Debo decir a usted cu?l era la esperanza que despu?s nos manten?a a ambos... el sue?o divino de una felicidad?...

Ahogado repentinamente por los sollozos, le fue imposible proseguir. Y el juez, a cada momento m?s impresionado al ver que la fisonom?a moral del joven era muy distinta de la que ?l le hab?a atribuido gui?ndose de sus propios recuerdos y de la reputaci?n que aqu?l ten?a, examinaba mentalmente la eficacia de la prueba moral que por fin precisaba el acusador.

Si era cierto lo que dec?a, si la muerta le hab?a amado, la acusaci?n parec?a ya menos improbable. Que el sentimiento del m?s all? hubiera debido impedir matarse a aquella mujer, era cosa que Ferpierre cre?a hasta cierto punto; pero que un sentimiento m?s humano, enteramente humano, hubiera podido disuadirla de su funesto prop?sito, no le parec?a improbable. La calidad de los motivos a que el hombre obedece es muy diversa, y en la jerarqu?a de los sentimientos la fe tiene el puesto m?s alto; pero, en la pr?ctica, sus virtudes no est?n en relaci?n con el grado que ocupan en esa escala ideal, y con mucha frecuencia pueden m?s, no solamente las pasiones inferiores, sino hasta los ?nfimos instintos. Contra los dolores insoportables, contra la necesidad de inquietud y reposo, el sentimiento religioso que proh?be la muerte voluntaria puede ser ineficaz; el amor, la esperanza de satisfacer una pasi?n esencialmente vital, reconcilian m?s prontamente con la vida.

--Pero ?qu? val?a aquella presunci?n? ?C?mo servirse de ella para inculpar a dos personas?

--Usted comprender?--repuso el magistrado cuando vio calmarse la angustia de V?rod,--la necesidad que me obliga a hacerle ciertas preguntas que le ser?n dolorosas. Me parece haber comprendido bien el sentimiento en fuerza del cual la Condesa, a juicio de usted, habr?a permanecido con un hombre con quien ya nada la ligaba. Quer?a aceptar, casi sufrir, ?no es cierto? como un castigo merecido, hasta el ?ltimo, las consecuencias de su error... Pero si eso le hab?a sido posible antes de conocer a usted, ?c?mo no recuper? su libertad el d?a que otra esperanza la sonri??

--S?, ?por qu? no la recuper??--replic? V?rod, como hablando consigo mismo.

--?Usted no sospech? el motivo?

--Ella misma me lo dijo.

--?Y fue?...

--Que ya no se cre?a, no se sent?a libre... El compromiso que hab?a contra?do un d?a al aceptar la vida com?n con ese hombre, era para ella un compromiso sagrado... No quer?a pasar de un hombre a otro... Ni yo tampoco la quer?a de esa manera...

?Era cre?ble el escr?pulo que manifestaba V?rod? Un hombre enamorado que se siente amado ?conoce obst?culos por el cumplimiento de sus anhelos? Cierto es que en las almas capaces de abrigar ideas generosas y escr?pulos delicados, tienen ?stos y aqu?llas mucha fuerza, principalmente en los comienzos de la pasi?n, y de las mismas declaraciones del joven resultaba que su amor estaba en la base inicial. Despu?s, se presentaba tan distinto de lo que deb?a ser seg?n su reputaci?n, hablaba con un acento tan profundamente triste, hab?a en su voz un temblor tan vecino del llanto, que Ferpierre no quiso sospechar de su sinceridad.

--Pero entonces--replic?,--si esa se?ora le amaba a usted y no se cre?a libre; si por una parte quer?a y por otra no pod?a romper un v?nculo ya mortificante para ella; si el nuevo amor en que se concentraba su sola raz?n de continuar viviendo le estaba vedado por escr?pulos morales, ?ese mismo argumento que usted aduce para reforzar su acusaci?n, no se vuelve en contra de ?sta? La esperanza que habr?a debido sostener a esa mujer ?no se habr?a convertido m?s bien, en un nuevo y ?ltimo motivo de desesperaci?n?

--?C?mo?... ?Por qu??...--balbuce? V?rod, aturdido.

--Digo que, queri?ndole a usted esa se?ora y no pudiendo amarle sino a costa del respeto que se ten?a a s? misma, no encontr? en el amor que usted la ten?a el consuelo que usted dice. Por el contrario, ese fue su dolor extremo, la raz?n definida que tuvo para abandonar la vida.

Como si el joven no hubiera comprendido al principio, o le pareciera haber comprendido mal, miraba a su interlocutor con ojos despavoridos, y en toda su actitud, en sus labios entreabiertos, en su respiraci?n breve y precipitada, en el tembloroso adem?n con que alzaba el brazo y se oprim?a el pecho con la mano, se ve?a como si de repente hubiera sentido el coraz?n atravesado por un dolor agud?simo.

--?Yo?... ?Yo?... ?Dice usted que por causa m?a?... ?Yo la he muerto?... ?Oh!

Y, ocultando la cara entre las manos, sofoc? un grito de dolor sobrehumano.

Ferpierre se vio obligado a guardar silencio, no tanto por discreci?n como porque sinti? una ins?lita turbaci?n. Hab?a ido all? a instruir un proceso y mientras tanto asist?a a un drama. El espect?culo de las pasiones le era habitual, pero la casualidad lo pon?a en ese momento en presencia de una alma con la que lo un?an los recuerdos de la juventud despertados de improviso. El hombre que estaba all? con ?l no era solamente el antiguo compa?ero con quien en otros tiempos hab?a tenido frecuentes conversaciones, era tambi?n uno de los m?s claros ingenios de su ?poca. La naturaleza de este ingenio no le hab?a inspirado simpat?a, y aunque no hubiera descubierto, como acababa de descubrir, cu?n poco se asemejaba el hombre al escritor, esa misma rivalidad intelectual que mediaba entre ambos lo turbaba, lo substra?a de su ordinaria indiferencia, de la necesaria serenidad. Y ante aquel dolor se sent?a conmovido, cuando precisamente ten?a necesidad de toda la lucidez de su esp?ritu para estudiar la acusaci?n.

Pero, una vez que el joven estaba abrumado por la sospecha de haber sido ?l mismo la causa involuntaria del suicidio de la Condesa, era necesario, no solamente hacerle creer que esa sospecha no era inveros?mil, sino tambi?n dejar que lo atormentase como un remordimiento. Sin embargo, el juez, en su fuero interno, no quer?a atribuirle a?n demasiado valor. Faltando como faltaban las pruebas materiales, no era posible formarse una opini?n sino sobre meras inducciones, y entre la afirmaci?n de V?rod, de que la Condesa no hab?a podido darse la muerte cuando la luz de un nuevo afecto iluminaba su tenebrosa vida, y la sospecha contraria, de que la misma imposibilidad de obedecer a este sentimiento la hubiese revelado la incurable desdicha de su propia existencia ?cu?l de las dos merec?a m?s cr?dito?

Avezado al ejercicio de su facultad de an?lisis en casos muy dudosos y obscuros, el juez no se hab?a sentido a?n confuso; pero, sin embargo, en vez de discutir entre s? las varias hip?tesis, hac?a todo lo posible por distraerse, por impedir que una de ?stas, contra su voluntad, echara ra?ces y le estorbara la exacta percepci?n de la verdad. Sab?a Ferpierre que la vegetaci?n de las ideas es mucho m?s r?pida que la de ciertas plantas que en breve tiempo extienden en torno suyo un bosque de ramas frondosas, y que la opini?n, por m?s que su vida parezca depender de la voluntad, y cesar bajo la influencia de la opini?n contraria, es sin embargo tenac?sima y a veces resiste a los mayores esfuerzos.

As?, V?rod, que parec?a tan confuso y anonadado, se alz? bien pronto al impulso de una viva reacci?n.

--?No!...--dijo bruscamente, alzando la cabeza y sacudi?ndola con adem?n de protesta.--?No!... ?No es posible!... ?Eso no puede ser!...

Si hubiera muerto por m?, ?no me lo habr?a dicho, no me habr?a dejado una palabra, la palabra de su dolor, un saludo, un adi?s?... Ayer habl? con ella, y nada, nada pod?a hacerme sospechar que tuviera la idea de la muerte, ?al contrario!... ?No!--repiti? con voz que se iba haciendo m?s firme a medida que su convencimiento iba reforz?ndose:--?No! ?Ella no se ha matado! ?Ha sido asesinada!

?Usted no lo cree porque no sabe, porque no la ha conocido!... Usted tiene necesidad de tocar con las manos para creer; pero yo estoy seguro de que aqu? se ha cometido hoy un infame delito. Y me comprometo confundir a los asesinos, a vengar a la muerta. Deber de usted es no creer nada por ahora; de averiguar, de ayudarme a buscar las pruebas que hacen falta. ?Ellas existen, y yo las encontrar?!

--?Tanto mejor!--contest? Ferpierre--?y puede usted estar cierto de que tambi?n yo las buscar?, de que las busco!...

Y antes de dejarse persuadir por la fuerza de aquella fe, despidi? a V?rod y dio orden de que hicieran entrar a la joven desconocida.

--?Su nombre?--le pregunt?.

--Alejandra Paskovina Natzichet.

--?Nacida en?...

--Cracovia.

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