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Read Ebook: El pintor de Salzburgo by Nodier Charles Orts Ramos Tom S Translator

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Ebook has 319 lines and 39749 words, and 7 pages

EL PINTOR DE SALZBURGO

DIARIO DE LAS EMOCIONES DE UN CORAZ?N DOLORIDO

S?, todos los acontecimientos de la vida est?n en relaci?n con las fuerzas del hombre, porque mi coraz?n no se ha roto a?n.

Yo me pregunto a?n si no es alguna pesadilla la que me ha tra?do esta blasfemia:--?Eulalia esposa de otro!--Y miro a mi alrededor para asegurarme si estoy despierto; y me desespero cuando encuentro la naturaleza en el mismo estado que antes. Valdr?a m?s que mi raz?n se hubiese extraviado. Algunas veces querr?a tambi?n reposar en mi valor, pero he aqu? que viene de pronto esa noticia incre?ble que aun resuena en mis o?dos y que se apodera de m? con las angustias de la muerte.

Yo he contado muchos infortunios; ?pero ?ste es demasiado amargo! Desterrado de Baviera como un miserable faccioso, proscrito y fugitivo, errante por espacio de dos a?os desde las riberas del Danubio a las monta?as de Escocia, me lo hab?an robado todo, la patria y el honor. ?Pero me quedaba Eulalia! y este recuerdo inefable encantaba mi miseria y acompa?aba mi soledad. Yo era dichoso por el porvenir y por ella.

Ayer mismo, palpitante de deseo, de impaciencia, de amor, aun cre?a... ?y hoy!...

Hay una idea que oprime mi coraz?n, una idea dolorosa y mortal.

?En qu? consiste que nuestras impresiones m?s profundas sean una cosa tan incierta, tan yaga, que el transcurso de algunos meses, de algunos d?as, de un instante casi indiscutible, las borra? ?Cu?l es la naturaleza de este sentimiento, tan violento en su embriaguez, tan r?pido en su duraci?n, que aspira a sojuzgar el porvenir y que un a?o devora? ?Ser? verdad que los afectos del hombre no son m?s que un arenal invertido que deja escapar poco a poco todo su contenido? ?Y ser? preciso que muramos en todas partes donde hemos vivido--all? mismo donde encontr?bamos tanta dulzura en inmortalizarnos--en el coraz?n de los que nos aman?

?Oh! ?cu?n sabia fue la Providencia al asignar una carrera tan corta a los viajeros de la vida! Si hubiera sido m?s pr?diga y si el tiempo nos hubiera tra?do m?s lentamente la hora de nuestra destrucci?n, ?qu? hombre hubiera podido envanecerse de arrastrar consigo algunos recuerdos de la juventud? Despu?s de haber errado en un c?rculo sin fin de sensaciones siempre nuevas, llegar?a, solo, a la tumba y, lanzando una mirada apagada sobre la escena oscura y confusa del pasado, buscar?a in?tilmente una de las emociones de sus primeros a?os: lo habr?a olvidado todo, ?todo! hasta el primer beso de su amada, hasta los cabellos blancos de su padre.

Pero, si el vulgo emplea sus d?as en esas miserables irresoluciones, me parec?a, por lo menos, que era dable a ciertas almas eternizar sus sentimientos. Una vez cre? haber encontrado esa alma semejante a la m?a y le confi? mi dicha. ?Qui?n podr?a repetir el encanto de esas horas de embriaguez en que, recostado sobre el seno de Eulalia, respirando su aliento, atento al menor latido de su coraz?n y en que todas mis facultades se abismaban en una sola de sus miradas? ?Y, no obstante, me ha enga?ado! y cuando, al estrecharla en los tristes abrazos de una larga despedida, le ped? el t?tulo de esposo, me lo concedi? ante el padre de todo amor. ?Qu? derecho me ha arrebatado? ?por qu? me ha reducido a este estado de anonadamiento?

Me han olvidado todos, porque si alguna voz amiga hubiera hecho vibrar mi nombre en medio del solemne perjurio...--Pero me han olvidado todos y nadie le ha dicho--: ?Tiembla, Eulalia, Dios te ve!--Me han olvidado todos y la traici?n se ha consumado.

Esta tarde caminaba al azar, y no s? c?mo ha sido, he sentido un peso que me oprim?a, una nube que turbaba mi vista, un fuego que recorr?a toda mi sangre, y me he sentado. Un instante despu?s he levantado la vista y he reconocido en la casa que ten?a enfrente la mansi?n de Eulalia. En su habitaci?n hab?a luz. Eulalia ha llegado y se ha detenido detr?s del balc?n en una contemplaci?n silenciosa. Ella sufr?a, porque ha mirado al cielo. Su pecho parec?a hinchado, sus cabellos en desorden; se ha llevado la mano a la frente, que sin duda ard?a. En seguida se ha retirado sin haber advertido mi presencia, y yo he visto su sombra crecer sobre la pared y luego confundirse con las dem?s sombras. Yo he querido hablar, pero mi voz se ha negado a obedecerme y he permanecido mudo como el viajero nocturno que se encuentra con una aparici?n.

Despu?s, me he aproximado a aquel balc?n y me he visto inundado de la claridad que de ?l descend?a. Pero no he podido resistir tantas agitaciones, y he reanudado tristemente mi camino, y cuando he llegado a mi casa mis piernas han flaqueado; me he dejado caer por tierra y he regado el suelo con mis l?grimas.

Todo conspira a mi desesperaci?n. Al atravesar por esos campos he visto, delante de mi linda quinta, una mujer limpiamente vestida y, antes de que hubiese podido distinguir sus facciones, se ha arrojado en mis brazos y ha regado mis mejillas con sus l?grimas. <> Ella quer?a que viese a sus hijos. <> <> A estas palabras yo he vuelto el rostro, estremeci?ndome de dolor y de indignaci?n; y ella ha cre?do... <>, y la he abandonado al error de sus lamentaciones.

Al regresar aqu? he sabido que Eulalia hab?a partido hoy para el campo. ?Es que acaso sab?a...? ?Oh! yo partir?, yo tambi?n quiero partir; y mil veces he dirigido el cuchillo contra mi pecho, y mil veces he pedido a Dios la muerte y el aniquilamiento, porque si mi alma hab?a de sobrevivir y recordar todo lo que ha vivido, era preferible no morir. Pero yo no volver?a, quiz?, tal como soy--; y, adem?s, necesitar?a alg?n tiempo para adaptarme a una nueva vida.

Vale la pena de meditar.

El d?a ha sido tranquilo, el cielo puro y transparente, pero, en el momento en que el sol descend?a en su pompa occidental, el horizonte ha quedado de pronto envuelto en nubes, como un cintur?n, y poco a poco gigantescas tinieblas han devorado la luz del crep?sculo.

As?, me he dicho, he comenzado en una aurora dulce y brillante, y as? voy a acabar como este d?a en las tristezas de una tarde nebulosa. A esta idea, me he representado, con extraordinario vigor, las sensaciones nuevas de mis primeros a?os; he rebuscado en mi memoria los j?venes deseos, las esperanzas ingenuas de un alma virgen, y me he mecido en estos recuerdos.

Mientras tanto, frecuentes rel?mpagos recorr?an la atm?sfera y abr?an en las nubes despedazadas deslumbrantes caminos y vastos p?rticos de fuego. El rel?mpago se deslizaba sobre las b?vedas de la noche como una espada flam?gera y, a la luz pasajera, se ve?an de cuando en cuando algunas sombras siniestras descender sobre el valle, parecidas a esos esp?ritus vengadores que son enviados sobre las alas de la tempestad para atemorizar a los ni?os y a los hombres. Los vientos se estremec?an en los bosques o gru??an en los abismos, y en voz impetuosa se confund?an en las profundidades de la monta?a, con el sonido grave del toque a rebato, el tumulto de la cascada y el estruendo del trueno. Y en el silencio mismo que suced?a, triste y terrible, a esas armon?as imponentes, se distingu?an ruidos extra?os y conciertos misteriosos, como los que deben elevarse en las solemnidades del cielo. En estos trastornos que desolan la creaci?n, hay un b?lsamo para las heridas del coraz?n, porque nuestras aflicciones son absorbidas por aflicciones tan augustas, y nuestra compasi?n se ve obligada a repartirse entre otras almas. A veces, por ejemplo, me identifico con esa naturaleza doliente y la abrazo entera a mi piedad. He intentado mantenerme en este estado, pero como no tengo con quien compartir el sufrimiento a mi lado, no he tardado en recabar toda mi piedad para m? solo.

Con frecuencia he deseado volver a ver ese monasterio abandonado, en cuyos claustros silenciosos tantas conmovedoras inspiraciones hab?a recibido. Me acordaba de haber paseado con Eulalia por entre sus ruinas confusas y sus construcciones descalabradas, y, al advertir en lo alto de la colina la elevada flecha de la iglesia, atrevidamente lanzada al aire, me estremec? de alegr?a, como a la vista de un amigo. Pero, y esto lo observ? con dolor, hab?an reparado las brechas del muro y podado las hayas. El desastre de los claustros demolidos y la energ?a de una vegetaci?n libre y salvaje, me hab?an producido sensaciones de grandeza distintas. As? y todo, como aquel recinto hab?a albergado mi pensamiento, cuando llegu? al antiguo vest?bulo, cuando o? el ruido de mis pasos resonando en los ecos de las capillas y del santuario y cuando las puertas tr?mulas crujieron girando con dificultad sobre sus goznes, con el coraz?n tan oprimido y con los ojos llenos de l?grimas, amargas y voluptuosas a la vez, atraves? los corredores resonantes y los patios devastados para llegar al pie de la escalinata de la terraza. De en medio de la grader?a rota surg?an los cilindros aterciopelados del gordolobo, las c?pulas de las camp?nulas, manojos de arabeta, matas de quelidonia dorada y las mort?feras flores del bele?o. Me he apoyado contra una columna, la ?nica que, como el noble hu?rfano de una familia desgraciada, ha quedado de pie; cerca de m? hab?a un gran olmo, cuya copa, calcinada por el sol, destacaba apenas de entre las ruinas.

Yo me he dicho: <

Mientras tanto me he aproximado al antiguo cementerio de los monjes, y he visto una mujer que dibujaba, sentada sobre una tumba. Ha dirigido sus ojos hacia m?, y cuando se han encontrado con los m?os, he quedado deslumbrado, como si un meteoro hubiese pasado ante mi vista, y he ca?do de rodillas. Entonces Eulalia, porque era ella, ha avanzado hacia m?, se ha apoderado de una de mis manos tr?mulas, y me ha dirigido palabras de consuelo. Cuando he vuelto en m? y he podido darme cuenta de este acontecimiento, cuando he reflexionado sobre la siniestra casualidad que nos hab?a preparado una entrevista al pie de un sepulcro, cuando he previsto todo lo que nuestra conversaci?n hab?a de tener de penoso y la magnitud de las nuevas impresiones que deb?an atormentar mi coraz?n, he deseado que un abismo se abriese a nuestros pies y nos enterrase a los dos juntos. <>, he dicho al fin. <>

Mientras tanto, me hab?a sentado a su lado, abandon?ndome a todas mis lamentaciones, deshaci?ndome en improperios contra el destino y contra ella misma; le he recordado el d?a de mi destierro, la hora funesta de nuestra separaci?n y los juramentos violados por ella; ?juramentos sellados con tantos besos y l?grimas! He llorado otra vez con mucha amargura, y los sollozos que me sofocaban me han impedido continuar.

<<--H?gase la voluntad de Dios--ha seguido Eulalia--, pero que El no permita que pueda usted condenarme sin o?rme. ?Si usted supiera lo que he sufrido yo! ?Me vio usted cuando con los ojos llenos de l?grimas espiaba sus ?ltimos pasos cuando usted march? al destierro? ?Presenci? usted las largas veladas que pas? ocupada en gemir y en pensar en usted? ?Me vio usted, en fin--?y por qu? no morir?a aquel d?a! Yo cre?a, esperaba morir, porque no pensaba que el d?bil coraz?n de una mujer pudiese contener tantos dolores...--Diga usted, ?me vio usted pronta a expirar de desesperaci?n a la noticia de su muerte?>>

A esta palabra, que me her?a por primera vez, suspir?; s?lo el pensamiento de que hubiese podido morir llev?ndome su amor y llorado por ella, me ofrec?a encantos sin cuento y me inspiraba deseos. Ella continu?:

<<--El se?or Spronck lleg? a Salzburgo procedente de Carintia y nos fue presentado. Fue agradable a mi madre y yo misma le encontr? no s? qu? de usted, tanto en su aspecto como en su car?cter y, sobre todo, esa huella de melancol?a que demuestra que un alma tiene penas ocultas. Efectivamente, hab?a experimentado grandes disgustos. El inter?s que me inspir?, tambi?n lo hubiera obtenido de usted. ?Verdad que es imposible negar una tierna piedad a la desgracia?

>>Ya sabe usted, Carlos, que durante su ausencia he perdido a mi madre. Cuando vio que se aproximaba el instante fatal, nos llam? a los dos a su lado; despu?s me mir?, y una nube de inquietud pareci? empa?ar el brillo de sus ojos. Luego, nos envolvi? en una misma mirada a los dos, coloc? una mano de Spronck en la m?a, y la expresi?n de una voluntad irresistible se detuvo sobre sus labios expirantes; despu?s pas? tan dulcemente desde esta vida a la eternidad, que se hubiera cre?do que dorm?a si nuestro dolor no hubiese atestiguado que ya no exist?a. Ya ve usted c?mo, por una deplorable herencia del infortunio y de la muerte, me he casado con otro; de modo que si le he hecho traici?n ha sido por obedecer la voz de la naturaleza y de la tumba; y lo que todas las potencias del mundo no me hubieran obligado a hacer, lo ha obtenido la ?ltima mirada de mi madre.>>

Acabado este relato, se volvi? hacia m? con una dulce compasi?n, y me dijo:

<<--Carlos, henos aqu? como dos viajeros del desierto que despu?s de haber so?ado en la patria, reanudan su largo camino a trav?s de los arenales. Todo se ha desvanecido, pero tenga usted valor, Carlos, y est? seguro de que mi amistad le seguir? a todas partes.>>

?Su amistad! ?Hasta qu? punto me bastar? tal sentimiento? ?sta es la cuesti?n. ?Qu? puede haber de com?n entre una sociedad fr?a y austera, que no goza m?s que de alegr?as serias y placeres acompasados, y esta uni?n, llena de embriaguez y de voluptuosidades, en la que dos seres predestinados vienen a confundir toda su existencia? ?entre ese alimento de algunas almas miserables y el fuego puro y regenerador que devora la vida y la reproduce? ?La amistad! ?y qu?! al ni?o testarudo que pide el objeto que se le ha sustra?do, se le arroja cualquier chucher?a para distraerlo.

A los veintitr?s a?os estoy cruelmente desenga?ado de todas las cosas de la tierra y siento un profundo desd?n por el mundo y por m? mismo, porque he visto que en la naturaleza no hay m?s que aflicci?n y que en el coraz?n del hombre s?lo mora la amargura. Llega, lanza sobre lo que le rodea una mirada inexperimentada, y en inmenso afecto abraza ?vidamente a todas las criaturas. Se cree, por s? solo, capaz de animar otro universo, mientras que marcha, ?ay! en medio de un mundo muerto y prodiga in?tilmente sus jornadas fugitivas y su amor inconsiderado. Bien pronto observa, oye, juzga; poco despu?s su imaginaci?n se extingue, sus ilusiones se marchitan, su esfera de acci?n se limita, lo mismo que sus relaciones, hasta el instante en que una experiencia dolorosa brilla a sus ojos, como una antorcha encendida sobre las tumbas, y acaba de iluminarle sobre su insignificancia. En fin, despu?s no encuentra m?s que almas sordas y refractarias; la amistad le olvida, el amor le hace traici?n, la sociedad le rechaza; se da cuenta de que todos los lazos est?n a punto de romperse: se rompen en efecto; ?y, dichoso ?l si tambi?n cede a esta hecatombe! Desde entonces no veo m?s que ego?stas que han conseguido insensibilizar su coraz?n y entusiastas que lo agotan en quimeras.

Dar vueltas en un oc?ano de inquietudes y de dolores y cuando se comienza apenas a descansar de tantas emociones violentas, cuando las apreciaciones exageradas comienzan apenas a ser rectificadas, ?he aqu? que viene la muerte, col?rica e inesperada, que os estrecha entre sus brazos inflexibles y os aniquila en el silencio de la tumba!...

?Otro doloroso recuerdo! Esta tarde me he encontrado, a orillas del r?o, ante el ?ngulo de un basti?n medio derruido, al pie del cual descans?bamos de nuestros paseos en las hermosas tardes de verano. El tapiz de musgo, que tantas veces nos hab?a servido de asiento, conserva su frescura: la ruina amenazadora que lo domina, aun permanece en pie; yo hab?a pensado algunas veces que pod?a enterrarme en su ca?da, y he aqu? que ha sobrevivido al amor inmortal que ella me hab?a jurado, a la inmortal felicidad que yo me hab?a prometido. All?, pocos d?as antes de mi partida, siguiendo con los ojos el movimiento de la onda y transport?ndome con el pensamiento a los mares lejanos que deb?a atravesar--penetrado de dolor, a la idea de una separaci?n quiz?s irreparable--; as? una mano de Eulalia y la inund? de l?grimas. Tan turbada como yo, intent? distraerme cantando una de esas melod?as que tantas veces hab?an encantado nuestras veladas. Era--?podr?a olvidarlo jam?s!--Era as?:

<>>Su solo pensamiento era el himeneo; la alegr?a su solo sentimiento, ?que es lo que un dios consolador env?a a los enamorados! Pero he aqu? que un d?a, el padre de Paulino le dijo: <> Presa de la mayor emoci?n se dirige hacia su futura y le dice: <> Pero si alguno de nosotros muere en la espera, que su alma goce de constante libertad para que pueda venir desde la negra orilla a consolar al que quede.

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