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Read Ebook: El pintor de Salzburgo by Nodier Charles Orts Ramos Tom S Translator

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Ebook has 319 lines and 39749 words, and 7 pages

Mientras tanto, ya hab?amos llegado al lugar de la aldea en que Cornelia, durante su enfermedad, hab?a mostrado deseos de ser enterrada; yo quise informarme a?n, con una triste curiosidad, de todos los pormenores de aquel acontecimiento, goz?ndome en o?r referir c?mo aquella alma sensible y generosa se hab?a dado a conocer a los desgraciados durante su corta estancia sobre la tierra. Compadec?a, sobre todo, a Guillermo, porque sobrevivir a la que se ama... ?qu? digo yo? ?sin duda ?l tambi?n morir?!

Llegamos ante la iglesia y la caja fue colocada en el umbral; el sacerdote, con los ojos levantados al cielo, los brazos extendidos, el hisopo en la mano, dej? caer algunas gotas de agua bendita sobre la prisi?n estrecha y misteriosa que encerraba a Cornelia. Despu?s fue introducido el ata?d en el templo; la comitiva le acompa??, silenciosa, por la nave antigua, dividi?ndose en dos filas cerca de las rejas del coro; el pueblo se arrodill? y comenz? la ceremonia.

?Qu? espect?culo ofrec?a a mis ojos y qu? sensaciones produc?a en mi coraz?n aquella pompa conmovedora que la religi?n ha colocado como un punto de reposo entre la muerte y la eternidad! La santidad del lugar, la grandiosidad de las ceremonias, la melod?a imponente que resonaba en el recinto sagrado, los vapores del incienso mezcl?ndose con el humo de las antorchas funerarias, un sacerdote augusto elevando al Todopoderoso las oraciones de la multitud, una muchedumbre piadosa haciendo un llamamiento a la misericordia inagotable del Creador sobre la tumba de la criatura, el mismo Dios, bajando para reunir a los fieles al pie del trono de su padre--y cerca de m?, en aquella caja--, bajo las tristes vestiduras de la muerte, una joven que no hab?a tenido tiempo a?n de recibir los besos del esposo amado y que tan pronto hab?a trocado las rosas por los cipreses, las delicias de la primavera por los secretos del porvenir, el lecho nupcial por una fosa, ?una virgen que no se hab?a despojado a?n del traje de novia y se ve?a arrojada para siempre a la tierra h?meda y profunda, a merced de todas las intemperies y de todas las inclemencias! ?Inocente Cornelia! ?Ayer ?ay! llena de perfecciones y de bellezas, hoy inanimada por la muerte!

Mientras yo me entregaba a estas reflexiones, el cortejo hab?a llegado al cementerio donde Cornelia deb?a ser depositada, y all?, los pesares que ella inspiraba, estallaron con mayor amargura. Entonces hubiera podido creer que cada uno lloraba en ella una hija o una hermana querida; de tal modo la idea de separarse para siempre y de perder lo poco que de ella quedaba, hab?a aumentado la intensidad de todos los dolores.

En aquel momento aproximose un desconocido. Parec?a rayar en la edad madura, pero alg?n dolor inmenso hab?a grabado en su frente las huellas de una vejez anticipada. Su mirada dulce y altiva a la vez, tierna y no obstante un poco sombr?a, inspiraba el respeto, la admiraci?n y el amor, y en su rostro flotaba un no s? qu? de celeste y de deslumbrador con una majestad incomparable. Se ha dirigido hacia m?, me ha interrogado con voz emocionada y yo le he repetido en pocas palabras lo que me hab?an contado de Cornelia y de su muerte, pero cuando he llegado al fin del relato, ?l ha cesado de interrogarme y quiz? de verme; sus mejillas se han cubierto de un fuego viv?simo, sus miembros se han puesto r?gidos y todo su cuerpo ha temblado con una convulsi?n s?bita; se ha abalanzado hacia la fosa y ha mirado su interior con avidez, y cuando ha descendido el ata?d, sus brazos, que buscaban un apoyo, han rodeado mi cuello. <>

Diciendo esto ha ca?do desmayado, y cuando, gracias a nuestros cuidados, ha vuelto en s?, le he llevado lejos de aquel lugar de aflicci?n, y marchando apresuradamente por el lado de la ciudad, no nos hemos detenido hasta llegar al recodo del camino en que yo hab?a visto descender la f?nebre comitiva y desde donde la aldea quedaba oculta detr?s de los ?rboles que formaban como una cortina.

All? nos hemos separado, pero antes de hacerlo, el desconocido--al estrecharme contra su pecho con un fervor de amistad del cual yo me sent?a orgulloso, y al prodigarme testimonios afectuosos de reconocimiento por un servicio sin importancia--se ha dado a conocer, y ese desconocido, por quien mi coraz?n se hab?a sentido tan atra?do, ?es el esposo de Eulalia!

Cuando yo recuerdo, despu?s de esto, que Eulalia hab?a cre?do descubrir alguna semejanza entre nosotros, y cuando me lo represent? con su fisonom?a de semidi?s, pienso que las almas escogidas est?n por encima de las vicisitudes y acontecimientos de la existencia y que su destino es encontrarse en este mundo.

Otra prueba de la debilidad de nuestro esp?ritu y de la inutilidad de los esfuerzos que empleamos en combatir nuestras inclinaciones. Estoy convencido de que nuestra vida ha sido prevista y ordenada con las dem?s manifestaciones de la existencia; que todas las costumbres, que todas las relaciones que contraemos en el comercio del mundo son consecuencias necesarias de nuestra organizaci?n, y que no depende de nosotros explicar ni vencer las simpat?as con que algunas veces nos encontramos atados. ?Por qu? otro ascendiente, si no, que el de una fatalidad todopoderosa, ese usurpador que me ha arrebatado mis m?s caras esperanzas, hubiera podido reducirme y subyugarme, cuando todo me era odioso en ?l y yo hubiera querido interponer un mundo entre los dos? ?No es el esposo de Eulalia y no posee su amor?

?Qui?n impedir?a, no obstante, que yo pasase mi vida entre ellos? ?Idea tan llena de delicias que mi d?bil imaginaci?n casi no puede concebirla! ?Qui?n impedir?a que yo fuese su esposo, como ?l, y que ella repartiese su ternura entre los dos? ?Un alma de una sensibilidad tan viva y tan tierna no nos confundir?a f?cilmente en un amor? porque, ?es que la dicha de los dem?s tiene necesidad de alimentarse de mi desgracia y de mis dolores?

Hay que confesar que es una condici?n bien digna de l?stima la m?a, porque, por muy maltratados que se vean por la suerte la mayor?a de los hombres, cuando menos pueden encontrar alg?n d?a consuelo en alguna persona querida. En cambio yo, solo sobre esta tierra miserable, re?no en m? todas las miserias de la humanidad, y todo lo que puede constituir un encanto o un alivio, me est? cruelmente prohibido. Mis m?s dulces afectos se han convertido en tormentos insoportables, y el mismo aire que respiro se envenena en mis labios desde que Dios me ha desheredado de su Providencia.

Y no obstante, ?l ha amado, ama a?n y llora a otra. No sabr? amarla como yo la amaba. No puede dedicar a ella todos sus recuerdos, todos sus pensamientos, toda su vida, y cuando est? recostado sobre su seno, pensar? en otro amor y en otra felicidad. ?Deseng??ate de tu dicha, alma tierna y confiada! Ese esposo no es el que el cielo te destinaba. Sus transportes, sus suspiros, sus l?grimas, no son para ti. No es a ti a quien ?l desea en sus ensue?os. ?Infortunada! ?no es a ti a quien ama! ?y con qu? derecho exigir? de ti el afecto que ?l no puede darte? ?acaso no es nulo el compromiso que ha anulado todos los compromisos del coraz?n y que ha hecho traici?n a la naturaleza?

Yo podr?a, pues... ?jam?s! Esta idea ha fermentado ya en mi pecho, pero... ?jam?s! ?Quimera! ?ilusi?n de las tinieblas! ?Qui?n soy yo? ?ay! un cautivo cuya imaginaci?n ha reposado un momento en sue?os voluptuosos; que cre?a andar sobre caminos llenos de verdor y bajo doseles de rosas, que no ocupaba su imaginaci?n m?s que en esperanzas f?ciles y esperanzas rientes y que, de pronto, se encuentra a la vista de sus cadenas y de su calabozo.

Cuando yo me veo as? separado de toda dicha por un mar sin orillas; cuando me siento aplastado, anonadado por la desesperaci?n; cuando observo c?mo todas mis facultades se degradan y se irritan en este estado de convulsi?n y de dolor; cuando intento calcular hasta qu? punto ligeras modificaciones de circunstancias o de temperamento pueden influir sobre nuestras m?s graves resoluciones, y cuando reflexiono sobre tantos desgraciados de sensibilidad ardiente que el cielo ha arrojado entre las contrariedades y las luchas de la vida, me extra?o menos de contar un tan gran n?mero de reputaciones escritas con sangre, y me indigno de los juicios insensatos de la multitud. Interrogad a esos altivos, a esos ciegos dispensadores de gloria y de castigo: ellos lo han apreciado, medido y previsto todo. No hay un crimen, ni un pensamiento que escape a sus leyes, a sus pesquisas, a sus verdugos; y no obstante, ellos no saben ni sabr?n nunca cuan d?bil, estrecha o imperceptible es la distancia que separa un rebelde de un emperador y el suplicio de un proscrito de la apoteosis de un semidi?s.

Le he visto por segunda vez; entraba yo en una casa extra?a y, al ser anunciado, vino a mi encuentro el se?or Spronck, dando pruebas de la m?s viva afecci?n. <> y no ha terminado la frase, pero su silencio mismo hablaba a mi coraz?n. Parec?a compadecerme y justificarme; como si quisiera evitar mi odio; y yo, mientras tanto, tr?mulo, cohibido, con los ojos humedecidos por las l?grimas, he estado veinte veces tentado de arrojarme a sus rodillas o en sus brazos.

Hay placeres que hemos gustado con tanta delicia, que se nos figura que el recuerdo que de ellos nos queda, debe bastar para nutrir nuestro coraz?n de ideas rientes y dichosas durante todo el curso de la vida; y cuando nos encontramos, largo tiempo despu?s, en las mismas circunstancias, ocurre, no obstante, que esas emociones, tan agradables y tan a?oradas, han perdido casi todo su prestigio. Nos lamentamos entonces de la inestabilidad de las cosas humanas y porque nosotros no tenemos ya aptitud para gozar de bellezas que nos arrebatan, acusamos locamente a la naturaleza de haber cambiado.

No hay nada m?s dulce, me dec?a, que poder, despu?s de grandes contrariedades y largos a?os de destierro y de dolor, transportarse con el pensamiento a los d?as tan puros de la feliz infancia; que volver a ver los lugares que han sido el teatro de nuestros primeros juegos, de nuestros primeros trabajos y de nuestros primeros ?xitos, las perspectivas en que hemos empleado nuestros primeros l?pices, el techo natal y los dominios hereditarios; que reconocer el campo que nuestro padre ha deslindado, el ?rbol cuya sombra tanto amaba, su arado, el r?stico hogar y el lecho de paz desde el cual nos bendijo. ?Se acuerda uno con tanta emoci?n de aquel tiempo, rico en ignorancia y en sencillez, en que una mediocridad laboriosa limitaba nuestros deseos y un estrecho horizonte nuestro universo! ?Hemos tantas veces deseado reunir a nuestro alrededor a todos los que han hecho con nosotros el aprendizaje de la vida y esperamos tantos goces de la evocaci?n de aquellos recuerdos! He dejado Salzburgo para reanimar mi coraz?n en aquel hogar de inocentes voluptuosidades, y en lugar de los consuelos que yo esperaba, todo lo que he visto no ha servido m?s que para redoblar mi disgusto. ?Placeres m?s penosamente comprados que los que tienen tales recuerdos! ?la dicha pasada puede, pues, ser un tormento de m?s!...

Yo me figuro uno de esos ?ngeles r?probos que consumen su eternidad en in?tiles arrepentimientos. Algunas veces se eleva pensativo hasta los confines de su primera patria, contempla con una tristeza profunda el cielo del que ha sido desterrado y los bienes que su rebeli?n le ha arrebatado: su infortunio es a?n mayor; y, rugiendo de desesperaci?n, se hunde de nuevo en los abismos.

?Cu?ntas gentes que se quejan de la monoton?a de la naturaleza, que no ven m?s que cuadros est?riles y fastidiosos, que piensan que con una ojeada pueden verlo todo y abarcarlo todo y que no deber?an quejarse m?s que de la imperfecci?n de sus facultades, de la pobreza de su imaginaci?n y de sus sentidos! En cambio, el artista gime ante la impotencia de sus recuerdos y maldice sus telas y sus paletas cuando observa tanto matiz inimitable, tantos aspectos variados, tantas expresiones infinitas en el gran cuadro de la soberbia creaci?n. ?Y qu? motivo de incertidumbre para ?l cuando ve un solo punto modificado por todas las influencias de las estaciones, por todos los accidentes de la luz y por todas las emociones de su propio coraz?n!

Esta ma?ana me he detenido a la sombra de un viejo olmo, alrededor del cual, ciertos d?as de fiesta, los j?venes, sin otro concierto que el que les daba un pobre m?sico ambulante, se reun?an para dar muestras de su fuerza y agilidad, mientras que los ancianos, emocionados por los m?s deliciosos recuerdos, se contaban entre ellos alg?n acontecimiento notable de su juventud, ocurrido en semejante d?a. Sin duda conservan aquella hermosa tradici?n, porque he visto la hierba hollada, las flores esparcidas y las margaritas deshojadas. ?Dichosos ellos que, al menos, son fieles a sus primeros placeres y a sus primeras costumbres!

Desde aquel lugar, la vista se extiende sobre un inmenso valle que se cruza y se despliega con gracia entre las laderas de los bosques y cuyo aspecto riente y tranquilo encanta el coraz?n. Algunos arroyos bordeados de sauces se pierden en la llanura sin alejarse demasiado los unos de los otros, se embalsan a trechos, se acercan y se huyen cuando parece que van a darse alcance, y, finalmente, m?s lejos, se ven correr todos juntos. A la derecha, entre las caba?as de los campesinos, se distinguen las torrecillas de un castillo g?tico cuyas alas ruinosas se extienden sobre una ancha plataforma; y m?s abajo, el r?o que sale de repente de detr?s de la colina, como si en ella tuviera su nacimiento, y que se pierde, a gran distancia, en el fondo azulado del horizonte. El puente que lo atraviesa a lo lejos se asemeja a una peque?a media luna negra sobre un campo de azur.

El oriente comienza ya a colorearse en los primeros albores del d?a; todo es dudoso, vago e indefinido. El paisaje, apenas esbozado, no ofrece m?s que los colores inciertos, rasgos confusos y formas caprichosas. A medida que el d?a se levanta, las monta?as nacen, las perspectivas retroceden, los planos se destacan y se caracterizan; bandadas de p?jaros de todos colores recorren el aire con toda suerte de vuelos y de evoluciones. Bien pronto la hora del trabajo puebla los senderos y los campos. El campesino desciende de la aldea, el arriero camina pausadamente detr?s de las mulas y el pastor sigue a sus ovejas. Cada hora que se aproxima es testimonio de otras escenas. Algunas veces una sola r?faga de aire basta para cambiarlo todo. Todas las selvas se inclinan, los sauces se blanquean en sus copas, los arroyos aparecen rizados en su superficie y los ecos suspiran.

Cuando, al contrario, el sol desciende hacia occidente, el valle se oscurece y las sombras se extienden. Algunos objetos m?s elevados se hacen notar a?n con sus reflejos de oro entre las nubes de p?rpura; pero esas luces mortecinas no brillan en ninguna parte con m?s esplendor que sobre la superficie del r?o, que se precipita centelleante y lo envuelve todo en una amplia franja de fuego.

Finalmente, la luna se abre paso entre los espacios del cielo: lo mismo cuando su claridad, tierna y temerosa como la mirada de una virgen, tiembla bajo las sombras transparentes, que cuando cae en haces de luz sobre el misterio de la llanura, prestando a todos los objetos encantos inexplicables y dulzuras infinitas; es entonces cuando los bosques se pueblan de rumores misteriosos, de secretos, de pompas. Todos los aspectos del cielo y de la tierra adquieren una idealidad indecible. El aire est? cargado de las emanaciones m?s puras y de los perfumes m?s agradables. El sonido del corno, el ta?ido de la campana lejana, el ladrido del perro que vigila atentamente ante la morada del hombre, el ruido m?s insignificante, en fin, os turba y os penetra; parece que la majestad de la noche impone tambi?n su misterio sobre los sentidos.

M?s a?n; si las inspiraciones supersticiosas y los ensue?os cr?dulos son hijos de la soledad y de las tinieblas, ?qui?n me impide dar a ese castillo habitantes y misterios; gemir por la suerte de una esposa oprimida, que agoniza en sus subterr?neos, y evocar sobre sus torres las vetustas sombras de sus antiguos se?ores?

Esas chozas, ?no pueden ocultarme una pareja de amantes verdaderos que han preferido el simple hogar de sus padres, un peque?o campo cultivado por sus manos y el goce de placeres sin remordimiento, a todas las seducciones de la ciudad?

So?emos, so?emos en esta felicidad que nos rodea, puesto que jam?s hemos de participar de ella.

Esta aldea no est? separada de aquella en que he visto a Eulalia m?s que por una colina en la que crecen diferentes ?rboles y atravesada por inn?meros senderos. Sea predilecci?n, sea casualidad, mis solitarios ensue?os me conducen siempre a una linda explanada tapizada de fresco musgo y sobre las que robustos arcos forman una b?veda sombr?a y rumorosa. En la pendiente de la colina, un campanario, ennegrecido por un incendio, eleva su torre ahumada entre algunas casuchas groseramente agrupadas en anfiteatro, y en los confines de la llanura se ven algunas alquer?as con sus huertos y algunas quintas de recreo.

En un cercado de aspecto elegante y de una exposici?n acertada, yo hab?a visto con frecuencia a Eulalia errar pensativa por entre los bosquecillos dejando flotar a merced del viento los pliegues de su t?nica blanca y las ondas de su cabellera, o bien, a la ca?da de la tarde, regar con agua pura las flores de sus parterres, cuando ?stas languidec?an marchitas por los ardores del sol, como s?mbolo conmovedor de un alma tierna que se consume calladamente de amor; y cada vez un deseo inquieto, un sentimiento, mezcla de turbaci?n y de voluptuosidad, se deslizaba por mis venas y hac?a hervir mi sangre. Mi alma ard?a ante la idea de aliarse en el espacio con el alma de aquella desconocida; si ella se alejaba, yo la segu?a con la mirada hasta perderla de vista, la esperaba hasta que volviese y, al verla de nuevo, trataba de apoderarme de su imagen, de apropi?rmela por completo y de identific?rmela, para no perderla jam?s. Inm?vil, de pie, sin respiraci?n, sin movimiento, su presencia era un misterio que yo tem?a turbar. Algunas veces negros presentimientos se extend?an sobre mi porvenir como un velo de dolores; y entonces el coraz?n se me desgarraba. Nubes de sangre flotaban ante mis ojos y me ocultaban el cielo; l?grimas tibias y pesadas, como las primeras gotas de una lluvia tempestuosa, ca?an de mis ojos, y la tierra hu?a bajo mis pies. Entonces hubiera querido partir y lo hubiese olvidado todo: mi papel, mis l?pices y mi ossian.

Despu?s me lanzaba al azar por los bosques y me trazaba nuevos senderos apartando con las manos las ramas h?medas y los arbustos espinosos. Entonces me plac?a recorrer los lugares donde el hombre no tiene la costumbre de penetrar, de tal modo estaba pose?do del sentimiento que llenaba mi alma y de tal modo tem?a ser distra?do de ?l. Hablaba de ella bajo mil nombres imaginarios, los grababa sobre la corteza de los ?rboles y sobre la arena, y a veces a?ad?a el m?o. Si alg?n tiempo despu?s acertaba a pasar por el mismo sitio y ve?a a?n aquellas cifras, entrelazadas, palpitaba de alegr?a como si fuese ella quien las hubiese escrito. Con frecuencia curvaba j?venes ?rboles para formar toldos de verdura o bien los agrupaba en p?rticos, colgando de ellos frescas guirnaldas de enredaderas con sus hojas como lanzas de hierro brillantes a?n por el roc?o.

Quiz?s un d?a, pensaba, la conducir? bajo mis glorietas, la har? pasar bajo mis b?vedas de flores y la coronar? con mis enredaderas. Estas eran dulces quimeras e ilusiones presuntuosas del amor sin experiencia.

Hoy he querido ver todo eso, pero la magia de los hermosos d?as ha desaparecido. La casa ha sido abandonada a nuevos propietarios, y ?stos, sin consideraci?n alguna, han devastado sus parterres y arrancado sus madreselvas. No han respetado nada de lo que ella amaba; ?lo que ella amaba! ?acaso lo saben esas gentes?

No obstante, he cedido al prestigio de mis recuerdos con tanta confianza y abandono, que antes de abandonar la explanada me he vuelto maquinalmente para saber si Eulalia no segu?a mis pasos. Despu?s, reflexionando sobre este error, me he echado a llorar; pero aun he llorado m?s amargamente cuando he advertido mis toldos destruidos por el viento, mis arbolitos abatidos por el hacha y la tierra sembrada con sus ramas. Ante esta ?ltima pena, por ligera que pueda parecer, me he acordado de todo lo que he perdido; me he contemplado con espanto en mi soledad y en mi miseria; sin amigos, sin familia y sin patria, sin apoyo y sin esperanza, traicionado por el pasado, arruinado para el presente y desheredado para el porvenir; ?abandonado de Eulalia y del Cielo!

En aquel mismo lugar hab?a tambi?n resuelto consagrar a mi querido Werther una tumba cubierta de hierba ondulante, como ?l la deseaba; y hoy he sentido un secreto deseo de cavar la m?a. ?Es un destino tan cruel el de morir lejos de lo que nos fue querido y el de dejar los cuidados de nuestra sepultura en manos de un extra?o!

?S?, al sentir el fuego que recorre mis venas, he comprendido que para m? no hab?a otro bien en la tierra que en esta otra mitad de m? mismo, de la que la injusta suerte me ha separado! ?Y qui?n me devolver? esos d?as de delicia y de gloria? ?Qui?n ser? capaz de hacerme revivir ese pasado que ha devorado mi porvenir? ?Aquel tiempo ?ay! en que mi coraz?n estaba inundado de afectos tan dichosos! ?en que todas mis facultades gozaban de una actividad tan poderosa, en que su sola proximidad, el rumor de su voz o el m?s ligero contacto me produc?an tal estremecimiento que me parec?a que la vida iba a abandonarme o que mi alma se precipitaba en mis nervios! ?Entonces lamentaba no poseer bastantes fuerzas para soportar mi felicidad, o bastante amor para sucumbir a ?l! ?Por qu? no deb?a de haber sucumbido de aquel modo, exhalar mi ?ltimo suspiro en aquel estado de beatitud? ?Por qu? no me atrev? a ce?irla entre mis brazos, a arrebatarla como una presa, a arrastrarla fuera de la vida de los hombres y a proclamarla mi esposa ante el cielo? O si ese deseo es un crimen, ?por qu? se ha unido al propio sentimiento de mi existencia de tal modo que no podr?a desterrarlo sin morir? ?He dicho un crimen? En los d?as de barbarie, cuyo recuerdo est? ligado a todas las ideas de ignorancia y de esclavitud, el vulgo ha querido dar forma escrita a sus prejuicios y ha dicho: ?Estas son las leyes! ?Extra?a ceguera de la humanidad, espect?culo digno de desprecio el de tantas generaciones gobernadas por una generaci?n extinguida, y el de tantos siglos regidos por un siglo oscuro!

Despu?s de haber gemido largo tiempo bajo el peso de tan odiosas violencias, ?qui?n no querr?a abreviar la penosa carga de la vida, si esta alegr?a dependiese al menos de nosotros? Pero el Cielo y los hombres est?n conformes en prohib?rnosla y no nos libertamos de nuestros d?as m?s que para volver a comenzar nuestro dolor. Vigila a la puerta de las tumbas, como esos monstruos que se nutren de cad?veres, nos desencanta del sue?o de la muerte y se apodera de nuestra eternidad como de una herencia. Cualquiera que sea el terrible porvenir, el porvenir de sangre y de l?grimas que reserv?is a los r?probos, permitid, permitid ?oh Dios! que Eulalia me sea devuelta un momento, ?que un solo momento este pobre coraz?n palpite contra el suyo! ?que mi d?bil existencia pueda desvanecerse en la embriaguez de sus miradas y de sus besos! ?que pueda morir en su amor! ?Y a este precio, un infierno!

Es una cosa admirable y llena de encanto seguir a un gran genio en su carrera, estar, en alg?n modo, asociado a sus descubrimientos y recorrer con ?l distancias que nunca se hubieran alcanzado sin gu?a, como el nav?o acostumbrado a cortas traves?as, al que un piloto h?bil hace surcar por entre mares inmensos y hacia puertos desconocidos. As?, nuestra imaginaci?n arrastrada en el sublime vuelo de tu musa, ?oh divino Klopstock!, y recorriendo sobre sus huellas los espacios que t? has poblado, se extra?a de los milagros que le rodean y se detiene sobrecogido de espanto ?Con qu? magnificencia re?nes bajo nuestros ojos todo lo que la poes?a tiene de maravilloso, lo mismo cuando nos introduces en los consejos del Alt?simo en que los ?ngeles celebran los misterios del cielo y los querubines, penetrados de un religioso temor, agitan en su huida sus alas de oro, que cuando nos descubres las grutas tenebrosas de los infiernos, evocas, con una autoridad incre?ble, esos ?ngeles vencidos que una eterna venganza persigue con eternos tormentos, tr?mulos bajo sus cadenas ardientes y sus rocas calcinadas, o nos transportas al gran sacrificio del G?lgota en que el Creador del mundo se abandona a las angustias de la agon?a para redimir a sus verdugos!

Pero la lectura de la Biblia me ofrece a?n m?s deliciosos goces. No hay circunstancia en la vida en que el hombre no pueda hallar consuelo en alguno de sus pasajes; ninguna desgracia que ella no solemnice, ninguna alegr?a que no embellezca: por eso es un libro emanado directamente del cielo.

De buena gana romper?a mis pinceles cuando comparo la naturaleza de este triste Occidente, mezquina y desgraciada, con esos climas favorecidos, esos cielos puros y ese sol sin mancha del magn?fico Oriente, cuando vago con el pensamiento, bajo las chozas n?madas y patriarcales de los pastorales oasis o entre los augustos monumentos del viejo Egipto y cuando el magn?fico habitante de esas felices regiones se eleva ante mis ojos en toda la energ?a de su primitiva grandeza y de sus formas originarias, mientras aqu? observo c?mo se han comprimido todas las fuerzas y restringido todas las facultades. Cuando me parece ver al ?rabe, solo con su corcel, que como ?l respira toda la libertad de sus soledades, cuando con la imaginaci?n le veo franquear las arenas t?rridas o bien reposar bajo la sombra reparadora de las palmeras, entonces me quejo a la Providencia de que me haya desterrado a una zona fr?a, en medio de una naturaleza t?mida y tan lejos de las soberbias miradas del sol inspirador, y me pregunto: ?Por qu? los hombres me han hecho cautivo y por qu? me han conducido prisionero a sus ciudades? ?Hubieseis visto como yo al le?n del desierto arrojarse sobre la tierra alterada, olvidando que ella arde, y saborearla largo tiempo entre sus dientes!

He dicho en el desierto, porque entre los lazos de hierro de la sociedad y bajo el peso de sus ignominiosas instituciones, vuestros ?rganos relajados no podr?an soportar largo tiempo el esplendor de tan exuberante naturaleza. Sus ricas prodigalidades no podr?an pertenecer al hombre que se ha dejado degradar de la dignidad de su especie y que ha traficado cobardemente con su independencia. ?Y cu?n profundamente se siente humillada el alma generosa que ha comprometido todas sus fuerzas en este contrato, cuando conoce el precio de su sacrificio, cuando se encuentra subyugada por el audaz ascendiente de esos insolentes dominadores, y cuando compara la presente con esas edades afortunadas de la juventud del mundo en que las sociedades circunscritas en los estrechos l?mites de las familias no reconoc?an otros poderes que los que le hab?an sido conferidos por la Divinidad, ni otro jefe que el que recib?an de la naturaleza!

Es entonces cuando se siente la necesidad de elegir entre las armon?as de la tierra las que tienen una afinidad m?s particular con nuestra miserable condici?n; es entonces, y yo lo he experimentado con frecuencia, cuando se prefiere a la pompa radiante del sol las dudosas claridades de la luna y los misterios de la noche, a los esplendores del est?o, a las gracias de la primavera, a los opulentos dones del oto?o, la triste desnudez del invierno, las brisas fr?as y las negras escarchas.

As?, cuando mi alma se desprendi? de sus juveniles ilusiones y cuando no encontr? ya nada que la pudiera retener entre los hombres, espi? los secretos de las tinieblas y las alegr?as silenciosas de la soledad, comenz? a vagar por las moradas de la muerte y bajo los gemidos del aquil?n; por eso ella ama las ruinas, la oscuridad, los abismos, todo lo que la naturaleza tiene de terror?fico, y por eso ha estudiado, sin necesidad de buscar otro modelo, algunos de los caracteres del infortunio.

S?; lo repito, el invierno en toda su indigencia, el invierno con sus p?lidos astros y sus desolados fen?menos, me promete m?s goces que la orgullosa profusi?n de los hermosos d?as. Me place ver la tierra despojada de su fecunda vestidura y flotando en esos horizontes brumosos como en un mar de nubes. En medio de esas grandezas desvanecidas y de esa vegetaci?n ahogada, todo parece adquirir aspectos f?nebres, todo se vuelve terrible y severo. A trav?s de los velos gris?ceos y de las nubes formidables en que est? envuelto, se tomar?a al sol por un meteoro que se extingue. Los r?os no tienen aquel estremecimiento divino, las selvas no murmuran ni dan sombra. No se oye m?s que el crujido de la rama muerta que se rompe y el zumbido del viento que se desliza silbando sobre la llanura desolada. La ?nica verdura que se ve es la hiedra que extiende sus amplias alfombras por las paredes de las rocas, que se las adosa a los muros r?sticos o envuelve con ellas el tronco de las viejas encinas. Unicamente algunos abetos destacan aqu? y all?, entre la nieve de las monta?as, sus obeliscos oscuros, como otros tantos monumentos dedicados a la memoria de los muertos... Y de cuando en cuando pod?is ver, en la lejan?a, algunos viajeros que cruzan precipitadamente la llanura, o peregrinos que oran sobre una tumba.

Despu?s de abundantes lluvias, un torrente amplio y r?pido, alimentado con todos los arroyos y barrancos, desciende desde lo alto de las monta?as, cae con el ruido del trueno, se lanza furioso en la llanura, la llena de espanto y de desastre, destroza, invade, devora todo lo que se opone a su paso, y, arrastrando en su loca carrera ?rboles arrancados de ra?z, rocas y ruinas, rueda y se precipita rugiendo en el Salza.

Si sobre esos bordes veis un grupo de ?lamos que opone dulcemente su tranquila majestad a la agitaci?n vehemente de la corriente, nuestro esp?ritu no puede por menos que entregarse a pensamientos graves y religiosos, y medit?is tristemente sobre esas vanas grandezas del mundo que aparecen de pronto, como esos torrentes, sin que se conozca el origen, que, como ?l, pasan entre estr?pitos y devastaciones y como ?l se pierden en el abismo.

En cuanto a m?, sonr?o con piedad ante los cuidados pueriles que el hombre siente, mientras que el tiempo arrastra en su porvenir siempre naciente el corto presente de que gozan; y al considerar que la vida no es m?s que un momento que huye en medio de la inmensa eternidad, siento que mis penas disminuyen.

Esta noche me encontraba en esa situaci?n indefinible que no tiene casi nada de la actividad de la vida, pero que tampoco es el sue?o. Cre? o?r una m?sica muy melodiosa, de una expresi?n suave y conmovedora, y cuyos sonidos eran modulados con tanta dulzura, que ni siquiera el arpa los hubiera podido producir m?s tiernos y m?s seductores. Se hubiera dicho que era un concierto ang?lico, pero su armon?a inconstante y caprichosa no multiplicaba mis alegr?as m?s que para multiplicar mis pesares; apenas hab?a conseguido retenerla, cuando me escapaba de nuevo. En fin, despu?s de una cadencia sollozante que reson? largo tiempo en mi alma, ces? y no o? m?s que un ruido sordo parecido al de un r?o lejano. Luego una mano fr?a se pos? pesadamente sobre mi coraz?n; un fantasma se inclin? hacia m? y pronunci? mi nombre con voz penetrante, y yo sent? que el aliento de su boca me hab?a helado. Me volv? y cre? ver a mi padre, no como era antes, sino como una forma vaga y sombr?a, p?lido, desfigurado, los ojos hundidos, las pupilas sangrientas y los cabellos en desorden; despu?s se alej?, haci?ndose cada vez menos distinto y disminuyendo en la oscuridad, como una luz presta a extinguirse. Quise lanzarme en su seguimiento, pero, en el mismo instante, la luz, la voz, el fantasma, todo se desvaneci? con mi desvar?o y no abrac? m?s que el vac?o.

Puesto que es verdad que, desde el comienzo de este corto tr?nsito de la vida, todo lo que vemos a nuestro alrededor no nos deja m?s que pesares, dichoso el sabio que se envuelve en su manto, se abandona en su esquife y se aleja sin volver los ojos a la orilla. Pero carezco de este dif?cil valor.

Yo mismo me extra?o de las vacilaciones de mi coraz?n y de la ciega facilidad con que acoge diariamente nuevas quimeras. Todo lo que tiene una apariencia de novedad le seduce, porque sabe que su estado actual es el peor y siempre saldr? ganando con el cambio. Quiere emociones desiguales y diferentes, una manera de ser diversa y fortuita, porque ha observado que el azar le daba mejor resultado que la previsi?n. No obstante, es tal su inquietud, que en medio de las agitaciones que busca, desea a?n el reposo, ?nicamente, quiz?, porque el reposo es una cosa distinta de lo que ?l experimenta diariamente, pero no tarda en fatigarse del mismo reposo. No ve la dicha m?s que lejos de ?l, y, desde que cree haberla visto en alguna parte, rompe, para alcanzarla, los nudos que le atan al lugar donde se encuentra; ?dichoso si pudiera romperlos todos! ?Qu? ocurre mientras tanto? Antes de haber recorrido la mitad del camino que nos conduce al sitio deseado, el prestigio cesa y el fantasma se desvanece, burl?ndose de nuestras esperanzas. ?Dios me preserve de vivir mucho tiempo as?!

<> Y, desde entonces, todo lo que veo aqu? me importuna.

El otro d?a, casi sin darme cuenta, me encamin? hacia Salzburgo; pero, desde que vi la fortaleza de la monta?a, las flechas de las iglesias, las c?pulas de los palacios, y desde que pude enlazar la sensaci?n que experimentaba con todos mis recuerdos, me encontr? tan poderosamente arrastrado, que por nada del mundo hubiese cambiado de direcci?n. Mientras tanto la noche se aproximaba y las brumas espesas y lluviosas hac?an a?n mayor la oscuridad. No ten?a necesidad, adem?s, de recogimiento y de libertad de esp?ritu y no quer?a entrar en la ciudad hasta despu?s de haber acostumbrado mi alma a las agitaciones que la amenazaban. Me abandon? con voluptuosidad a aquella noche larga y rigurosa en la que nada limitaba la independencia de mi pensamiento. Todos esos cuadros que el d?a anima y colorea, todo lo que me recuerda la vida me enoja y me contrar?a. Si hay en m? alguna actividad poderosa, si siento algunas veces en m? una fuerza superior a la del hombre, es en el aislamiento de la noche y en la contemplaci?n de las tumbas. Todas las ideas sublimes nacen del coraz?n, y el coraz?n del hombre est? hecho de dolor y de sombras.

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