Read Ebook: Historia alegre de Portugal: leitura para o povo e para as escolas by Chagas Manuel Pinheiro
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HISTORIA DE AM?RICA
DESDE SUS TIEMPOS M?S REMOTOS HASTA NUESTROS D?AS
POR
D. JUAN ORTEGA RUBIO
CATEDR?TICO DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL.
MADRID LIBRER?A DE LOS SUCESORES DE HERNANDO CALLE DEL ARENAL, N?M. 11 1917
PR?LOGO
POL?TICA DE ESPA?A EN LAS INDIAS.
Cuando no conservamos un palmo de terreno en Am?rica, cuando los hermosos restos de nuestro inmenso poder colonial han adquirido recientemente su independencia, tomamos la pluma para escribir la historia de aquella parte del mundo. Hace tiempo que venimos acariciando esta idea; pero circunstancias especiales nos han impedido realizarla. Bajo el peso de larga enfermedad y en los ?ltimos a?os de la vida, ?tendremos tiempo para rese?ar los muchos y variados acontecimientos que se han sucedido en el Nuevo Mundo? ?Tendremos fuerzas intelectuales y f?sicas para tama?a empresa? Sea de ello lo que fuere, ponemos manos a la obra, creyendo firmemente que hacemos un bien a Espa?a, y tambi?n--aunque s?lo sea por el cari?o con que hemos de referir acontecimientos pasados--a las antiguas colonias americanas. No para atraernos las simpat?as de los pueblos del Nuevo Mundo, sino porque as? lo sentimos de todo coraz?n, comenzaremos afirmando que nuestra vieja y querida Espa?a no quiere, ni puede, ni debe pensar en ejercer hegemon?a alguna sobre los pueblos ibero-americanos. Queremos y aspiramos solamente a una comuni?n fraternal, y no seremos exigentes si les recordamos que la mayor parte de los pueblos americanos pertenecen a nuestra raza, hablan nuestro idioma, piensan como nosotros y llevan nuestros apellidos.
Espa?oles y americanos de raza ibera, olvidando antiguos agravios, s?lo pensar?n en adelante vivir la vida de la cultura y del progreso. Espa?oles y americanos de raza ibera, inspirados en generosos sentimientos, condenar?n el poder de la fuerza y olvidar?n en lo sucesivo que unos fueron vencedores y otros vencidos, que unos fueron conquistadores y otros conquistados.
Ibidem.
No son nuestros escritores los primeros de la historia de la literatura, como tampoco son nuestros artistas los m?s inspirados, ni nuestros industriales los m?s dignos de fama.
En nuestra larga historia encontramos pocos pol?ticos ilustres.
Guerreros y marinos no son superiores a los de otras naciones. Cuentan sesudos cronistas que nuestros triunfos en los Tiempos Medios fueron debidos a la intervenci?n de Santiago o de San Isidro; refieren competentes historiadores que nuestros desastres en la edad contempor?nea fueron gloriosos. Lo primero y lo segundo pertenecen al mundo de la f?bula. Ni los santos intervinieron en aquellas batallas, ni la fortuna acompa?? siempre a nuestras banderas. Nuestros cronistas creyeron en los milagros y nuestros poetas no dudaron de que la valent?a iba siempre unida al espa?ol. Dejemos tambi?n descansar las cenizas del Cid.
Si tiempo adelante el Sol no se pon?a en los dominios espa?oles y los soldados del Gran Capit?n y de Alejandro Farnesio, de Hern?n Cort?s y de Francisco Pizarro se coronaban de laureles, lo mismo en Europa que en las Indias, luego, peleando con Francia e Inglaterra, sufrieron grandes reveses y no pocas desventuras.
Escritores extranjeros y espa?oles son injustos con nuestra naci?n. <
Somos de opini?n que no es tan grande nuestra decadencia, ni se encuentra tampoco tan gastada y pobre la nacionalidad espa?ola. Cierto es que adelantamos poco en el camino del progreso y que el miedo, el apocamiento y el ego?smo, como en las ?pocas de verdadera crisis, se halla en la mayor?a de nuestros compatriotas. Apenas encontramos hombres de car?cter. Aquellos que cre?amos esp?ritus fuertes, se han convertido en aduladores cortesanos. Hasta los sabios y los artistas rinden culto al que la fortuna, caprichosa de suyo, levanta sobre el pav?s. <
Ibidem, p?g. 40.
Sin embargo de nuestro decaimiento presente, Espa?a debe ocupar puesto importante entre las naciones europeas; pero no oigamos impasibles las quejas de nuestro pobre pueblo, ni permanezcamos con los brazos cruzados ante las desgracias de esta bendita tierra, donde descansan las cenizas de nuestros mayores y donde descansar?n las de nuestros hijos, ni cerremos los ojos para no ver que estamos cerca de un precipicio. Ser?a cobard?a llorar sobre las ruinas de nuestras ciudades, como el profeta Jerem?as lloraba sobre los restos de Jerusal?n. Ser?a propio de mujeres llorar por la p?rdida de Granada, como el infortunado Boabdil. ?Nos hallamos amenazados de grandes males? No lo sabemos. Nos asaltan tremendas dudas.
No deis cr?dito a los muchos autores extranjeros que repiten a toda hora que el aventurero castellano lleg? al Nuevo Mundo llevando en una mano la espada y en la otra incendiaria tea, como si se propusiese conmover y aterrar a los mismos ind?genas salvajes.
Menos cr?dito deb?is dar a juicios apasionados de famoso escritor franc?s, el cual, con m?s deseo de causar efecto que de decir verdad, ha escrito lo que copiamos a continuaci?n: <
Buena prueba de ello es la noticia que copiamos a continuaci?n. El Secretario de Estado o de Relaciones Exteriores de la Rep?blica dominicana, en carta fechada el 20 de Noviembre de 1912, y dirigida a sus colegas de las otras naciones de origen ibero en aquel Continente, recomienda la celebraci?n del d?a 12 de Octubre, aniversario del descubrimiento de Am?rica, como fiesta nacional en todos los Estados ibero-americanos.
He aqu? el p?rrafo de la carta de que queda hecha referencia, que ata?e al asunto que nos ocupa:
Ya mi Gobierno lo ha declarado de fiesta oficial con la denominaci?n de <
< Que varias de estas naciones han decretado d?a de fiesta nacional esa magna fecha hist?rica, insinuando la idea de que todos los pa?ses americanos tributen en este d?a recuerdo de gratitud y admiraci?n al descubridor del Nuevo Mundo, Crist?bal Col?n, DECRETA Art?culo ?nico. Decl?rase el 12 de Octubre d?a de Fiesta Nacional. Dado en el Sal?n de Sesiones del Poder Legislativo. Palacio Nacional: San Salvador a 11 de Junio de 1915. Palacio Nacional: San Salvador, 12 de Junio de 1915. Igual conducta que Santo Domingo y El Salvador han seguido las Rep?blicas de Cuba, Chile, Argentina, Uruguay, Honduras, Paraguay, Brasil, Panam?, Guatemala y Colombia. Trasladaremos aqu? lo que acerca de la pol?tica espa?ola en las Indias dicen D. Francisco Pi y Margall y D. Jacinto Benavente: < De las tribus salvajes no me atrevo a formular juicio general de ning?n g?nero. Las hab?a rayanas de los brutos y las hab?a que en el sentimiento de la dignidad propia y la ajena igualaban cuando no aventajaban a los pueblos cultos>>. Del gran dramaturgo Benavente son las siguientes palabras: <<... Y de nuestra pol?tica colonial en las Indias, ?qu? no se habr? dicho? No ser?a tan tir?nica, tan destructora, cuando de ellas surgieron pueblos grandes y libres, orgullo de nuestra raza. Una pol?tica tir?nica, opresora, destruye toda posibilidad de emancipaci?n. No habr?amos oprimido tanto, cuando de igual a igual, fuertes y triunfantes, pudieron combatirnos y proclamar su independencia. Yo he visitado alguna parte de la Am?rica espa?ola, y, con orgullo puedo decirlo, lo mejor que hall? en ella es lo que de espa?ol queda all?, pese al cosmopolitismo invasor. Las virtudes de la familia espa?ola, esa discreci?n de la mujer no contaminada de feminismo, que m?s bien debiera llamarse masculinismo, la generosidad hidalga en los hombres, el trato afable y llano con los iguales, con los inferiores, todas esas virtudes de nuestra raza, la m?s democr?tica del mundo, contrastando con la sequedad de los hombres de presa que all? acuden de todas partes, hacen de aquellas hermosas ciudades, que nos recuerdan a las espa?olas, cuando en los hogares donde a?n alienta el esp?ritu de Espa?a se penetra como amigo, ciudades a la americana, cuando despu?s, por sus calles, entre empujones y codazos, ve uno a los otros, a los extranjeros de todos los puntos del mundo, brutales, febriles, codiciosos de bienes materiales...>> Sin embargo del respeto y admiraci?n que sentimos por Pi y Margall y por Benavente, habremos de manifestar que no estamos conformes con la opini?n del uno ni con la del otro. Markham, List. of Tribes etc. . Tambi?n no parece ocioso advertir que la esclavitud era en las Indias m?s b?rbara y repugnante que en los pueblos de Europa. No negaremos que numerosas tribus indias que poblaban algunos de aquellos dilatados pa?ses, ya tuviesen establecida su morada en las heladas regiones de Groenlandia, ya en las riberas de los caudalosos Mississip? y Amazonas, o en los elevados picos de los Andes, aunque no ten?an gobierno organizado ni leyes escritas y cre?an en dioses feroces que se alimentaban de sangre humana, eran dulces, pac?ficas y buenas. No negaremos la pureza de costumbres, la sobriedad y el respeto al extranjero de aquellas tribus b?rbaras que habitaban en el Gran Chaco o en la Patagonia. Pero habremos de a?adir que muchos ind?genas fueron taimados y perversos. Ellos pagaron con traiciones los beneficios que recib?an de sus patronos, al mismo tiempo que se postraban ante los espa?oles, que les maltrataban o envilec?an. Fueron desleales con los castellanos, que les trataban como hombres; obedientes y cari?osos con los que ve?an en ellos seres irracionales. No hac?an distinci?n entre sus bienhechores y sus tiranos. Si llevamos a Am?rica--contestaremos a Benavente--nuestra pol?tica y administraci?n, nuestra religi?n cat?lica, nuestro r?gimen econ?mico, nuestras ideas sobre la hacienda p?blica, nuestro sistema municipal democr?tico, nuestras instituciones ben?ficas, nuestros consulados, nuestras Audiencias y nuestras Universidades, tambi?n les llevamos modos, usos y costumbres, ruines pasiones y no pocos vicios. Cierto es que los frailes por un lado y la Compa??a de Jes?s por otro, cubrieron el suelo de iglesias y de hospitales, los misioneros llevaron la civilizaci?n a los pa?ses m?s lejanos e incultos, los artistas de la Metr?poli instruyeron en las Bellas Artes a aquellos numerosos pueblos y los colonos espa?oles crearon muchas industrias y ense?aron a los ind?genas la apertura de caminos y el cultivo de los campos; pero frailes, misioneros, artistas y colonos abusaron de la ignorancia de los indios y les enga?aron en los tratos que con ellos hicieron. Si el gran poeta Quintana, recordando nuestras culpas pasadas, cre?a vindicar a su patria diciendo: el historiador, aunque con profundo sentimiento, se ve obligado a decir otra cosa. De los primeros espa?oles descubridores y conquistadores de Am?rica, habremos de afirmar que, hombres de poca cultura y, como tales, de h?bitos un tanto groseros, cometieron con harta frecuencia des?rdenes y tropel?as, robos y muertes. . Los soldados de Cort?s y Pizarro no ten?an la disciplina de aquellos que mandaba el Gran Capit?n, Antonio de Leiva y el marqu?s de Pescara, ni aun la de los tercios de Flandes, ni siquiera la de los que conquistaron Portugal bajo las ?rdenes del duque de Alba. Los aventureros que desde Andaluc?a, especialmente de Sevilla, iban a Am?rica, eran hombres m?s dados a la vagancia que al trabajo. Serv?an unos de espadachines escuderos a elevadas damas o influyentes galanes; descend?an otros a rufianes de la m?s ?nfima clase de cortesanas; dedic?banse muchos a cobrar el barato en las casas de juego o se agregaban a las compa??as de comediantes o faranduleros, con el s?lo objeto de aplaudir en los corrales a damas y a galanes. En busca de aventuras se dirig?an tambi?n al Nuevo Mundo castellanos, extreme?os, catalanes y manchegos, gente ruda, altiva y ?spera en sus costumbres. Aqu?llos y ?stos, unos y otros eran asistentes diarios a las farsas que imitaban perfectamente o con exactitud las palizas, las lidias de toros y los autos de fe que celebraba la Inquisici?n. Recordaremos a este prop?sito al hidalgo de Extremadura, que < Y Prescott escribi? que los conquistadores del Nuevo Mundo fueron < Cre?an que por el derecho de conquista pod?an, no s?lo repartirse las cosas, sino tambi?n las personas; pero no debemos olvidar--pues el asunto tiene transcendental importancia--que la gente que iba de Espa?a se ve?a obligada frecuentemente a subir altas y fragosas monta?as, a recorrer estrechas y pedregosas veredas o valles donde nunca llegaba la luz del sol, a atravesar caudalosos r?os, terribles precipicios y profundas simas, a subir escarpadas rocas y montes cubiertos de verdor y cuyas cimas, coronadas de nieve, se ocultaban en las nubes, a bajar cordilleras, a arrostrar riesgos y trabajos, a luchar de noche y de d?a en las ciudades y en los campos. Para conquistar aquel pa?s, donde se encontraban hombres sencillos y feroces, civilizados y salvajes, hospitalarios y antrop?fagos, necesitaba la Metr?poli, y no lo ten?a, poderoso, obediente y disciplinado ej?rcito. Conviene recordar que las distracciones del espa?ol estaban reducidas a fugaces amor?os con alguna india cautiva, a escuchar picaresco cuento y a veces legendarias haza?as referidas en largas noches de invierno por alg?n soldado poeta. Otra hubiese sido la conducta de los conquistadores de las Indias al tener en su compa??a mujeres de la misma raza y del mismo pa?s, pues ellas, con sus amores y caricias, con sus alegr?as y bondades, habr?an transformado por completo el car?cter de aquellos rudos soldados. Tampoco habremos de negar que algunos de los primeros conquistadores, con la excusa de la civilizaci?n, olvid?ndose de la Moral cristiana, hollaron las instituciones, sentimientos, usos y costumbres de las razas americanas. Con la excusa de la civilizaci?n, algunos de los primeros conquistadores arrebataron a los indios sus mujeres y sus hijas, sus casas y sus tierras. Con la excusa de la civilizaci?n, algunos de los primeros conquistadores arrojaron de su pedestal aquellos ?dolos que hab?an sido el consuelo de infinitas generaciones, en tanto que el miedo y el terror, cuando no la desesperaci?n, se pintaba en el rostro de los ind?genas. Tuvieron a dicha no pocos religiosos espa?oles derribar templos, romper ?dolos y recorrer extensas comarcas imponiendo por la fuerza la doctrina del Crucificado.
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