Read Ebook: Historia alegre de Portugal: leitura para o povo e para as escolas by Chagas Manuel Pinheiro
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Tampoco habremos de negar que algunos de los primeros conquistadores, con la excusa de la civilizaci?n, olvid?ndose de la Moral cristiana, hollaron las instituciones, sentimientos, usos y costumbres de las razas americanas. Con la excusa de la civilizaci?n, algunos de los primeros conquistadores arrebataron a los indios sus mujeres y sus hijas, sus casas y sus tierras. Con la excusa de la civilizaci?n, algunos de los primeros conquistadores arrojaron de su pedestal aquellos ?dolos que hab?an sido el consuelo de infinitas generaciones, en tanto que el miedo y el terror, cuando no la desesperaci?n, se pintaba en el rostro de los ind?genas. Tuvieron a dicha no pocos religiosos espa?oles derribar templos, romper ?dolos y recorrer extensas comarcas imponiendo por la fuerza la doctrina del Crucificado.
En otro orden de cosas, tambi?n se cometieron abusos sin cuento. No negaremos lo que dice--y que copiamos a continuaci?n--el provisor Morales. <
Ibidem.
Severos censores hemos sido al juzgar la conducta de los conquistadores espa?oles en las Indias, y sin miramientos de ninguna clase diremos despu?s lo bueno y lo malo que hicieron; pero coloc?ndonos en el alto tribunal de la historia, a?adiremos que no todos son negruras en el descubrimiento, conquista y gobierno de Espa?a en el Nuevo Mundo, como no todo son negruras--aunque otra cosa digan apasionados cronistas--lo realizado en la colonizaci?n inglesa y portuguesa de las Indias Orientales. La imparcialidad no ha sido norma de los historiadores antiguos y modernos. A pesar de los juicios poco favorables que escritores europeos y americanos han emitido acerca de la pol?tica de los gobiernos de Madrid, Londres y Lisboa, a pesar de la ingratitud de algunas naciones de Am?rica--no todas, por fortuna--con Espa?a, Inglaterra y Portugal, nadie podr? negar, o mejor dicho, conviene no olvidar que un ilustre hijo de la rep?blica de G?nova, al servicio de los Reyes Cat?licos D. Fernando y Do?a Isabel, descubri? el Nuevo Mundo, y que ingleses, portugueses y espa?oles llevaron a aquellas lejanas tierras su respectiva civilizaci?n y cultura.
Al ocuparnos en las conquistas de unos pueblos sobre otros, tentados estamos para decir que, lo mismo en aquella ?poca que antes y despu?s, lo mismo si se trata de Espa?a que de otras naciones, dichas conquistas han ido casi siempre acompa?adas de abusos y alevos?as. Si pecaron los espa?oles, tambi?n pecaron ingleses, franceses, dinamarqueses y holandeses. Si no fu? generosa ni aun prudente la pol?tica seguida por nuestros compatriotas, tampoco lo fu? la de otras naciones. Recu?rdense los Gobiernos de lord Clive y de Warren Hastings en la India. Del primero, gobernador general de las posesiones inglesas de Bengala, dice lord Macaulay lo siguiente: <
Ibidem, p?g. 285.
All? en la antig?edad, la historia ense?a que Virgilio daba idea clara del destino y de la pol?tica exterior de Roma en los siguientes versos:
..................................................
Y las Doce Tablas consagraron aquel terrible principio que dice:
Cartago, gobernada por ego?sta aristocracia, s?lo quer?a aumentar el producto de su tr?fico, import?ndole poco las ideas de patria, de justicia, de honor y de cultura.
Los germanos se apoderaron de la mejor y mayor parte de la tierra de los vencidos, y algunos de aqu?llos, los anglo-sajones, por ejemplo, se hicieron due?os de todo en la Breta?a. Trist?sima fu? la condici?n de los vencidos.
Cuando los musulmanes lograron la victoria en la Laguna de Janda, los ibero-romanos sufrieron toda clase de vejaciones, y cuando los cristianos tomaron a Granada hicieron objeto de su odio a los hijos del Profeta.
En nuestros d?as, ingleses, alemanes, franceses, italianos, rusos y portugueses, guiados ?nicamente por la idea del lucro, ven en sus colonias ancho campo donde extender y desarrollar sus respectivas industrias.
De Sir Russell Wallace, son las siguientes palabras: <>
Cari?oso por dem?s se muestra con nosotros Sir Russell Wallace. Si no creemos que Espa?a tenga justos t?tulos para pedir, como naci?n colonizadora, lugar preeminente en la Historia, tampoco admitimos que la p?rdida de las colonias de la Am?rica del Sur, sea prueba palmaria de su incapacidad para gobernar las extensas posesiones adquiridas en aquellos lejanos territorios. La Gran Breta?a no pudo sofocar la rebeli?n y perdi? las colonias de Am?rica del Norte, y a Espa?a le sucedi? lo mismo. Una y otra naci?n perdieron sus respectivas colonias porque deb?an perderlas, porque no era posible tener en perpetua tutela pueblos poderosos y cultos.
No olvidemos, no, que las Leyes de Indias son monumento glorioso de la legislaci?n espa?ola, y la Casa de la Contrataci?n mereci? alabanzas, lo mismo de nacionales que de extranjeros. Y d?gase lo que se quiera en contrario, digna de encomio fu? muchas veces la conducta de nuestros Reyes. Ellos, en no pocos casos, recomendaron con gran solicitud a sus infelices indios.
Isabel la Cat?lica dec?a en su testamento lo siguiente:
La misma simp?tica conducta siguieron con bastante frecuencia los Reyes de la Casa de Borb?n. Ilustre historiador contempor?neo ha dicho lo siguiente: <
En tanto que los Monarcas austriacos y los Reyes de la casa de Borb?n daban pruebas de su amor a la justicia y del cari?o que sent?an por los indios, tambi?n eran dignos de fama y renombre no pocos Virreyes, Gobernadores, Presidentes, Corregidores, Arzobispos y Obispos. No todos, ni aun una gran mayor?a, como fuera nuestro deseo; pero muchos fueron tolerantes y buenos, como lo confirman antiguos cronistas y modernos historiadores.
Nadie--por exigente que sea--escatimar?a aplausos a Antonio de Mendoza y a Luis de Velasco, virreyes de M?xico; a Manuel de Guirior, virrey del Per?; a Jos? Antonio Manso de Velasco, Gobernador de Chile; a Miguel de Ibarra, Presidente del Ecuador, y a Andr?s Venero de Leyva, Presidente de la Audiencia de Santa Fe de Bogot?. Entre los prelados, justo ser? recordar los nombres insignes de Santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de Lima, y de Fr. Juan de Zum?rraga, Arzobispo de M?xico. Protectoras incansables las autoridades espa?olas de la religi?n y de las ?rdenes religiosas, la religi?n fu? desde la cuna hasta la muerte el sentimiento general lo mismo del espa?ol que del indio. Tanto las autoridades civiles como las eclesi?sticas se desvelaron por extender la civilizaci?n, abrir escuelas, establecer imprentas y llevar a todas partes el mejoramiento y el bienestar. Que en el esplendoroso cuadro de los Gobiernos espa?oles hubo algunas y, si se quiere muchas manchas, nada importa, pues toda obra humana las tiene en m?s o menos cantidad, con mayor o menor fuerza se?aladas. No hemos de negar que no siempre estuvieron acertados los Reyes y los Gobiernos en el nombramiento de las autoridades, lo mismo civiles que militares, para las colonias. Con mucha frecuencia se impuso el favoritismo y ocuparon elevados puestos hombres aduladores, necios e intrigantes, cuando no avaros, codiciosos y crueles.
Por fortuna, creemos que no est?n en mayor?a los escritores que piensan como Sarmiento y Ortiz. No pocos--aunque nosotros quisi?ramos que fuese mayor el n?mero--aprovechan cuantas ocasiones se les presentan para manifestar su cari?o a Espa?a. Con singular complacencia hemos le?do varias veces el siguiente p?rrafo del Sr. Riva Palacio, ministro de M?xico en Madrid:
<
Discurso le?do por el general Riva Palacio en el Ateneo de Madrid el 18 de Enero de 1892, p?g. 9.
Entre los papeles de Manuel Araujo, electo presidente de la Rep?blica de San Salvador en el a?o 1911, y fallecido en 1914, hallamos uno, en el cual se consigna este hermoso pensamiento:
<
Merece trasladarse tambi?n aqu? lo que Alejandro Alvarado Quir?s ha escrito al visitar el sepulcro de Col?n en Sevilla. Dice as?:
<
... <
Constitu?da una nueva moral, poniendo como ejemplo la tradici?n de sus pensadores y de sus fil?sofos, a Espa?a le sobrar?n fuerzas para renacer; las hay en cada provincia o regi?n; muchas de ellas pujan ya en vuestra Catalu?a intensa y expansiva.>>
Entre los inspirados vates que mas han amado a Espa?a, ataremos a Rub?n Dar?o. Recordamos aquellos versos:
o aquellos de Chocano:
o aquellos otros de G?mez Jaime;
o los de Andrade Coello:
o, en fin, otros muchos inspirados en el mismo sentimiento hacia Espa?a.
Al querer--como poco antes se dijo--la uni?n de los pueblos hispano-europeos con los hispano-americanos, no deseamos de ning?n modo la enemiga con los de raza anglo-sajona. Pruebas habremos de dar en el curso de nuestra obra, no s?lo del respeto, sino de la admiraci?n que sentimos por la gran Rep?blica de los Estados Unidos del Norte de Am?rica.
Algunas veces hemos llegado a creer--y de ello estamos arrepentidos--que, para contrarrestar el imperialismo de los Estados Unidos, debieran confederarse todos los pueblos de raza espa?ola del Nuevo Continente y con ellos el lusitano americano, bajo la suprema direcci?n de los m?s poderosos
De un art?culo de Castelar copiamos lo siguiente: <
Aunque lleg? el d?a tan temido, no se unieron nuestras inteligencias ni nuestras fuerzas, o mejor dicho, nuestras inteligencias y nuestras fuerzas fueron vencidas por el inmenso poder de los Estados Unidos. Con pena habremos de confesar que lo mismo Am?rica que Europa se alegraron para sus adentros de las desgracias de Espa?a.
Trasladaremos tambi?n a este lugar lo que ha escrito el acad?mico Sr. Beltr?n y R?zpide, recordando seguramente la destrucci?n de nuestras escuadras en Santiago de Cuba y en Cavite. <
P?gs. 153 y 154.
Cuando los hijos de Cuba, Puerto Rico y Filipinas no se hallen contentos con su estado actual, cuando echen de menos el Gobierno de la antigua Metr?poli y cuando el progreso se haya interrumpido o cortado en aquellos pa?ses, entonces y s?lo entonces estaremos conformes con el sabio agustino.
Nada importa que Espa?a haya perdido una provincia, dos o veinte. Lo que importa es que la guerra no destruya aquellas ciudades, ni se hiera ni se mate en aquellas tierras. Lo que importa es que al ruido de la p?lvora haya sucedido el reino de la paz y del amor. Entretanto que ge?grafos y religiosos condenan a los hijos de W?shington y de Franklin, nosotros bendecimos a Dios y entonamos un c?ntico a la libertad e independencia de los pueblos. ?Bendita sea la hora en que la fuerza fu? vencida por el derecho!
Triste, muy triste es que Espa?a, la primera naci?n que tuvo la fortuna de llegar a Am?rica y la ?nica que fu? due?a de m?s extensos territorios, nada posea en nuestros d?as. La culpa es nuestra. Pero olvid?ndolo todo, casi me atrever?a a rogar al ge?grafo Beltr?n y R?zpide y al te?logo P. Mart?nez que me acompa?aran a rezar una oraci?n ante las tumbas de espa?oles y de americanos, pues las de aqu?llos y las de ?stos se hallan bajo las flores del mismo cementerio.
Grande es el amor que tenemos a Espa?a; grande es tambi?n el amor que tenemos a nuestras antiguas colonias. Pero no dejamos de reconocer que en esta vieja Europa los hombres s?lo piensan en matarse unos a otros y las naciones en destruirse; en esa joven Am?rica, salvo algunas excepciones, los hombres son laboriosos, emprendedores, y las ciudades poseen inmensas f?bricas dedicadas a la industria y al comercio. Aunque dichas naciones, lo mismo las europeas que las americanas, sufren terribles enfermedades sociales, la historia ense?a que las primeras salen de sus crisis maltrechas y debilitadas, al paso que las segundas contin?an pr?speras y poderosas.
Si all? en los primeros tiempos de la historia, el progreso, despu?s de cumplir su misi?n en Egipto, pas? a Caldea, China e India, luego a Grecia y Roma y tiempo adelante a los pueblos todos de Europa, en nuestros d?as ?emprender? su marcha al Nuevo Mundo? De Africa pas? al Asia, y de Asia a Europa; ?pasar? al presente de Europa a Am?rica? ?Buscar? otro campo de acci?n en las orillas del San Lorenzo, del Mississip?, del Amazonas o del Plata? Cuando haya pasado la crisis terrible porque atraviesa Europa, contestaremos, ya tranquilo nuestro esp?ritu, que el Antiguo y Nuevo Mundo seguir?n su marcha progresiva y realizar?n, cada vez con mayor entusiasmo, la ley del amor y de la justicia.
PLAN DE LA OBRA.
Por lo que respecta al plan de la obra, nos proponemos rese?ar la vida de los pueblos americanos de una manera clara y ordenada. En cinco partes dividiremos la HISTORIA DE AM?RICA: trataremos en la primera de la Am?rica antes de Col?n, o sea, de las primitivas razas que poblaron el Nuevo Mundo; en la segunda del descubrimiento de las Indias Occidentales y de los descubrimientos anteriores y posteriores al del insigne genov?s; en la tercera de las conquistas realizadas por los espa?oles y otros pueblos de Europa; en la cuarta de los diferentes Gobiernos establecidos en aquellos pa?ses o de los Gobiernos coloniales, y en la quinta de la guerra de la independencia y de los sucesos acaecidos en aquellos pueblos hasta nuestros d?as.
Estas cinco partes o ?pocas se estudiar?n en tres tomos; las dos primeras, o sea Am?rica precolombina y los descubrimientos ser?n materia del tomo primero; la conquista del pa?s y los Gobiernos coloniales se expondr?n en el tomo segundo, y la independencia de todos los Estados hasta nuestros d?as formar?n la historia del tomo tercero.
Veamos m?s detalladamente los asuntos que se incluir?n en cada una de las cinco partes. Despu?s del Pr?logo damos algunas noticias geogr?ficas del Nuevo Mundo, pasando luego a tratar de la Prehistoria y de la aparici?n del hombre en el continente americano, procurando resolver la cuesti?n de si es o no es aut?ctono; y en caso contrario, cu?l es su procedencia y el camino que sigui? para llegar a Am?rica. En seguida tratamos de las razas y tribus que habitaron el suelo americano antes del descubrimiento. Si vaga y corta es la historia de los pueblos que llamamos civilizados, casi nula es la de los pueblos b?rbaros. Algunas noticias daremos acerca del estado social de los indios, de su lengua, de sus conocimientos cient?ficos y art?sticos. Despu?s se estudiar? el estado de Espa?a durante el reinado de los Reyes Cat?licos, y luego los importantes descubrimientos geogr?ficos anteriores al del Nuevo Mundo.
Con todo detenimiento ser? objeto de nuestro estudio la vida de Crist?bal Col?n y los cuatro viajes que hizo al Nuevo Continente.
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