Read Ebook: La rana viajera by Camba Julio
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Ebook has 192 lines and 15061 words, and 4 pages
que est? en el secreto de estas cosas, les haga caso ninguno. Por mi parte, le aseguro a usted que el ?cido f?nico me hace engordar y que su aroma me parece exquisito. Deseng??ese usted, querido colega. El ?cido f?nico s?lo es desagradable para los hombres...
--?Y piensa usted quedarse mucho tiempo por aqu??
--Ver? usted. Yo he venido a reponerme. He sufrido mucho en mis correr?as por el mundo. Fuera de Espa?a todo se vuelve hablar de libertad; pero si existe alg?n pa?s donde un pobre microbio puede hacer lo que quiera, ese pa?s es ?ste. Aqu? se siente uno amparado por las leyes y por las costumbres. Los naturales nos aman, y cuando alguna autoridad inicia una campa?a contra nosotros no faltan amigos que nos defiendan en?rgicamente diciendo que tienen un perfecto derecho a cultivarnos. Esto es libertad, libertad para los microbios, y lo dem?s es cuento. ?Sabe usted cu?nto peso he perdido durante mi estancia en Inglaterra? Pues muy cerca de una diezmillon?sima de miligramo. ?Para que digan que Inglaterra es un pa?s m?s libre que Espa?a!... Adem?s, en Espa?a uno puede cultivar el trato de toda clase de microbios, y esto siempre es instructivo. El microbio del tifus, por ejemplo, y el de la viruela, expulsados de todo el mundo, se han refugiado aqu?, donde viven a las mil maravillas. Yo los he visto el otro d?a en el pecho de un enfermo que es cliente m?o y a quien se los hab?a llevado su m?dico.
--?De modo que se establece usted entre nosotros para siempre?
--?Ah, no!... Llegar? un d?a en que Espa?a ser? un pa?s de microbios solos, y entonces la lucha por la vida adquirir? aqu? caracteres horribles.
--Antes de esa fecha--exclam? el microbio local--yo me agarrar? al presupuesto. Buscar? un emple?llo en alg?n laboratorio, como microbio de cultivo, y ?a vivir!
JUVENTUD, DIVINO TESORO...
?Han le?do ustedes las experiencias del doctor Voronof? El doctor Voronof pretende haber descubierto, sencillamente, el secreto de la eterna juventud. <
Pero todo esto son fantas?as. El doctor Voronof sabe muy bien lo que se dice y nos asegura que los m?dicos pueden rejuvenecer a la humanidad sin m?s que injertar en los organismos decr?pitos las gl?ndulas intersticiales de organismos vigorosos. Por este procedimiento ya le ha devuelto el doctor Voronof la juventud a numerosos carneros. ?No se la podr?a devolver tambi?n a algunos de nuestros pol?ticos?
Es posible que todos los problemas espa?oles se reduzcan a un solo problema quir?rgico, y que lo ?nico que necesitemos en este pa?s sean gl?ndulas intersticiales. Nuestros carneros son m?s o menos viejos; pero nuestros pol?ticos son todos anteriores a la revoluci?n francesa, y si los cirujanos no logran matarlos, que por lo menos procuren rejuvenecerlos. No creo que los pol?ticos se diferencien tanto de los carneros que no se pueda hacer con los unos lo que se ha hecho con los otros. Ensaye en ellos sus gl?ndulas intersticiales el doctor Voronof y ensaye tambi?n esas gl?ndulas tiroideas con las cuales parece que, ya en el a?o de 1913, convirti? a un idiota en un ser sensato y razonable.
Ahora, que el doctor Voronof debe tomar precauciones, porque aunque cient?ficamente un pol?tico sea igual a un carnero, hay, sin embargo, entre ambos una diferencia esencial. El carnero no vive de su vejez, y el pol?tico s?. ?Qu? ser?a de un pol?tico espa?ol sin vientre, sin barbas blancas, sin asma y sin calvicie? Quitarle estas cosas a un pol?tico es quitarle el prestigio y la respetabilidad. Por otra parte, ?es que los ex ministros seguir?an cobrando sus cesant?as cuando volviesen a la edad en que eran simples diputados? Porque si segu?an cobr?ndolas, el fracaso del doctor Voronof no pod?a ser m?s evidente.
Decididamente, no creo que sea nada f?cil rejuvenecer a un pol?tico espa?ol. El doctor Voronof podr? rejuvenecer a un carnero de catorce a?os, a un loro de ciento cincuenta y a una carpa de doscientos; pero no as? a uno de nuestros pol?ticos. Y es que para devolverle la juventud a un animal cualquiera, se necesita una cosa que no depende ni del doctor Voronof ni tampoco del animal. Se necesita, sencillamente, que el animal en cuesti?n haya sido joven alguna vez.
ENTRE CABALLEROS
LOS DESAF?OS Y EL M?DICO
Si la proposici?n que algunos m?dicos presentaron un d?a al Colegio de Madrid hubiese llegado a adoptarse, los <
En Francia, los duelistas procuran presentarle al p?blico de vez en cuando un peque?o cad?ver. Aqu? no se ha cambiado de cad?ver desde hace much?simos a?os, y el duelo est? perdiendo prestigio. Vean ustedes las estad?sticas de accidentes del trabajo y observar?n que la industria corchotaponera produce m?s v?ctimas que el duelo. ?Qu? se discute en Espa?a entre los partidarios del desaf?o y sus antipartidarios? Pues, sencillamente, un muerto de all? por el a?o 98, muerto que, al parecer, debi? su muerte a un descuido del m?dico...
LOS DESAF?OS Y LA T?CNICA
Si un se?or me invitase un d?a a jugar una partida de ajedrez, por muy obligado que yo le estuviera, no le complacer?a. Le demostrar?a que no s? jugar al ajedrez, y el se?or en cuesti?n tendr?a que renunciar a la partida proyectada.
--No s? tocar el piano--le dir?a--. Y si, en vez del ajedrez o el piano, el se?or en cuesti?n se orientase hacia la esgrima y quisiera batirse conmigo a espada o a sable, mi contestaci?n ser?a igualmente lac?nica.
--Lo siento mucho, pero no s? batirme a sable ni a espada...
En el tercer caso, sin embargo, es seguro que yo quedar?a muy mal. Cualquier raz?n sirve para no batirse, excepto la de que uno no se sabe batir. A nadie se le ocurre atribuir al miedo el motivo de que yo no d? conciertos en la Sociedad Filarm?nica; pero si yo me negara a batirme, se dir?a que el miedo me dominaba:
--En el terreno, la t?cnica significa muy poco. Lo decisivo es el valor...
Y esto es posible; pero yo creo que se tiene tanto m?s valor cuanto se tiene m?s t?cnica. Est? demostrado que la t?cnica de la nataci?n consiste principalmente en perder el miedo. Nadie nada de primera intenci?n, porque el miedo le lleva a hacer una serie de movimientos con los que, irremisiblemente, se ahoga. Pues yo coger?a a D'Artagnan, de quien no es publico que supiese nadar, le pondr?a al borde de un mar profundo, y le dir?a:
--L?ncese usted. Todo es cuesti?n de no tener miedo...
Y el intr?pido mosquetero se ir?a a hacerle compa??a a los pac?ficos besugos.
Y cuando alguien me desaf?e, yo le dir? que no me s? batir, en vez de plantearle el problema de la moral del duelo. Por lo dem?s, acaso toda la moral del duelo consista precisamente en esto. Cuando todo el mundo llevaba una espada al cinto y sab?a m?s o menos manejarla, batirse en duelo era una cosa as? como lo que es hoy liarse a garrotazos. Hoy, en cambio, el duelo es la equivalente de lo que ser? liarse a garrotazos en el a?o 2000, cuando, en vez de bastones, los hombres salgan a la calle con unos tubos de goma llenos de aire comprimido, de energ?a radioactiva, de caf? con leche o de lo que sea.
LOS DESAF?OS Y EL HONOR
Sigamos con esto del duelo. Un hombre hace una canallada; este hombre se bate y es un hombre de honor. A un hombre le hacen una canallada; este hombre no se bate y es un hombre sin honor. El honor o el deshonor no consisten, pues, en conducirse honorable o deshonorablemente, sino en batirse o no batirse. Yo me atrever?a a decir del honor caballeresco exactamente lo mismo que he dicho del valor, esto es, que se tiene tanto m?s cuanto se tiene m?s t?cnica. El honor se puede aprender, si no en doce, en cien o en doscientas lecciones. Todo es cuesti?n de tener alg?n dinero para ir a una sala de esgrima. Por mil pesetas uno puede llegar a hacerse un caballero perfecto, a condici?n de que uno no est? demasiado viejo ni demasiado gordo, ya que el honor tambi?n tiene edad, peso y estatura.
--Pero si esto es as?--dir?n ustedes--, ?por qu? hay tantos hombres sin honor?
Sencillamente, porque no lo necesitan. Yo he observado que s?lo tienen honor aquellas personas a quienes les hace verdadera falta tenerlo. ?De qu? le servir?a el honor a un ebanista o a un comerciante? Cuando un joven piensa dedicarse a la ebanister?a o al comercio, no se preocupa del honor. En cambio, si quiere entrar en la pol?tica, o si es arist?crata, se compra unos floretes, unas zapatillas y una careta y se inscribe en una academia de esgrima. En Inglaterra no existe el honor caballeresco, y en Barcelona, tampoco. Un barcelon?s puede ser un hombre muy digno y hasta un hombre muy sinverg?enza sin necesidad ninguna de tener honor; pero no as? un madrile?o. Hubo un tiempo en que para dedicarse al periodismo, el honor era tambi?n una cosa indispensable. Hoy creo que todav?a se exige el honor en algunos peri?dicos; pero, en la mayor?a, s?lo procuran que el periodista sepa su oficio. D?as atr?s hablaba yo con un periodista de la vieja escuela y le dec?a que, francamente, eso del honor me parec?a absurdo.
--?Ah!--me contest?--. Usted ha tenido mucha suerte y puede usted prescindir del honor. Si yo hubiese podido hacerme una firma, tambi?n prescindir?a de ?l; pero a los cincuenta a?os de edad no he logrado llegar a?n a las doscientas pesetas, trabajando diez horas diarias. Yo soy un fracasado, y si no tuviese honor, me morir?a de hambre...
Mi pobre compa?ero tiene honor porque le hace much?sima falta. Si el d?a de ma?ana heredase, dejar?a inmediatamente de tenerlo.
LA POL?TICA
CEREBROS ARTIFICIALES PARA USO DE DIPUTADOS
Estamos ante problemas demasiado graves, y yo temo que nuestros cerebros, ociosos durante much?simos a?os, no puedan ahora funcionar con la exactitud necesaria. Algunos diputados razonan con chirimoyas. Otros, vistos desde la tribuna de la Prensa, nos presentan unos cr?neos largos y depilados, como melones. Y otros, en fin, m?s acres, cuando estrujan su peque?a masa encef?lica, parece que estrujaran un lim?n. ?Por qu? no se har?n m?quinas de pensar, como se hacen m?quinas de calcular? El Sr. Torres Quevedo, que ha hecho una m?quina para jugar al ajedrez, podr?a, seguramente, con mucha m?s facilidad, hacer m?quinas que estudiasen la cuesti?n catalana y vend?rselas o alquil?rselas a los se?ores diputados.
Claro que el d?a en que los espa?oles razonemos con unos cerebros artificiales, confeccionados al por mayor, perderemos toda nuestra variedad, tan pintoresca. Pero acaso sea precisamente esto lo que nos est? haciendo falta.
LA INDUSTRIA ELECTORAL
Las elecciones son nuestra ?nica industria nacional, y si se hicieran dos veces al a?o, Espa?a se depauperizar?a. Hay pueblos en los que la cosecha representa unos diez mil duros anuales, la industria unos cinco mil, y las elecciones ciento o ciento cincuenta mil. ?Y aun hay quien echa pestes contra la ley del Sufragio!
--?Para qu? queremos el voto?--se preguntan algunas gentes.
Y estas gentes, no s?lo carecen de sentido pol?tico, sino que carecen tambi?n de todo instinto comercial. Queremos el voto para venderlo. La ley que nos ha proporcionado el derecho a votar nos ha asegurado con ?l una renta vitalicia. Un voto puede valer cinco, diez, veinte, cien, hasta doscientos duros. Muchos hombres en Espa?a ganan con su trabajo cincuenta duros al a?o, y con el voto obtienen el doble y el triple. Claro que es preciso votar a los candidatos conservadores. Los socialistas, que se las echan de protectores del pueblo, en realidad quieren robarle al pretender que el pueblo los vote gratis. ?Falsos ap?stoles!, como dice un colega...
Cuando llegan las elecciones es como si llegara una cosecha milagrosa. Una cosecha de cereales, de salchichones, de chorizos y de cigarros de a peseta con ?ureas sortijillas. El vino circula abundantemente en nuestros pueblos m?s miserables. Las gallinas, animadas de un fuego sagrado, dij?rase que ponen los huevos ya cocidos y todo. Los corderos nacen asados. Espa?a come y bebe a sus anchas.
?Y son los socialistas quienes censuran al Sr. Maura por echar sobre el pueblo espa?ol esta bendici?n de unas elecciones generales? Pues que el decreto de disoluci?n se retrase unos meses m?s, y con lo cara que est? la vida, Espa?a se morir? de hambre. Es preciso acabar con esta leyenda de que un candidato no es importante m?s que como un diputado en potencia. Lo importante no es el diputado, sino el candidato. Lo importante no es el Parlamento, sino el per?odo electoral. Un hombre que se deja en un distrito de cincuenta mil duros para arriba es, indudablemente, un hombre que favorece al distrito, y el pueblo, agradecido, debe votarle...
A no ser que el candidato contrario se deje lo doble.
UNA CARTA
Un lector me env?a la siguiente carta:
< Yo creo que se debiera constituir una liga de electores imponiendo una tarifa m?nima para los votos. Esta ser?a, a mi juicio, la ?nica manera pr?ctica de que los ciudadanos hici?ramos valer nuestros derechos. Cinco duros por voto, y si los candidatos no aceptaban, ir?amos a la huelga. Y no me hable usted de inmoralidad. El hecho de que usted cobre sus art?culos no quiere decir que usted venda sus ideas. En realidad, un escritor no tiene verdadera independencia de pensamiento mientras no puede vivir de su pluma, y algo de esto ocurre tambi?n con el elector. ?Sabe usted lo que yo he tenido que hacer en las elecciones pasadas para valorizar un tanto mi derecho de elector? Pues he tenido que votar dos veces: una por un candidato mon?rquico, y otra, por un republicano. Porque eso de que los candidatos conservadores son quienes pagan mejor los votos, tampoco es exacto, se?or Camba. Cuando est?n en el Poder, ?qu? necesidad tienen de pagarlos? Generalmente, ni siquiera se toman la molestia de echarnos un discurso.
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