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Read Ebook: Vida y obras de don Diego Velázquez by Pic N Jacinto Octavio

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Ebook has 404 lines and 55578 words, and 9 pages

Las Hilanderas

Las Meninas

La Infanta Mar?a Teresa

El Pr?ncipe Felipe Pr?spero

AL LECTOR

De dos maneras son las vidas que se escriben de los grandes hombres: una reservada a los historiadores o cr?ticos de alto vuelo, para quienes no tiene secretos la investigaci?n ni obscuridad el discurso; otra a la cual basta el modesto prop?sito de que el vulgo pueda admirar lo que apenas conoce. Quien suponga que me he atrevido a lo primero, ser? injusto: a quien reconozca que he procurado lo segundo, quedar? agradecido.

Cuanto se sabe de la vida art?stica y condici?n social de Vel?zquez, procede primero de lo que en sus libros dejaron Pacheco y Palomino: despu?s, de los documentos debidos a la diligencia de don Ram?n Zarco del Valle y de los trabajos de erudici?n y cr?tica de don Pedro de Madrazo. No hay m?s antecedentes: estos son los que todos los bi?grafos se ven obligados a repetir tom?ndolos unos de otros, sin poder a?adir cosa nueva.

Sobre tales bases han escrito muchos extranjeros y espa?oles; pero lo de ?stos anda disperso en memorias, discursos y papeles peri?dicos, y lo de aqu?llos no se ha traducido: de donde resulta que no hay en Espa?a libro f?cilmente asequible que narre la vida y describa las obras de nuestro gran pintor. Sea este el primero, pues cuando los grandes no acometen las empresas preciso es contentarse con la labor de los peque?os.

Imaginando que as? debe hacerse en un trabajo de vulgarizaci?n, me he abstenido casi por completo de an?lisis y consideraciones de car?cter t?cnico; procurando, no la explicaci?n de c?mo pintaba, sino el reflejo de la impresi?n que producen sus obras.

Vago recuerdo de ellas ser? lo poco bueno, si hay algo, que contengan estas humildes p?ginas. Pronto a reconocer mis errores, no aspiro a m?s satisfacci?n que la de traer a la memoria una de nuestras glorias m?s grandes en estos d?as tristes, cuando todas parecen muertas.

Madrid, 1899.

ANTIGUA CULTURA Y DECADENCIA ESPA?OLA.

El amante de Mar?a la comedianta y Margarita la monja, sin ser hombre de mala ?ndole, fue detestable rey: nacido acaso para que en ?l se mostrase de qu? modo ciertas instituciones tuercen y bastardean la condici?n humana; porque as? como las alturas de la Naturaleza causan el v?rtigo, en las cumbres sociales la tentaci?n triunfa de la voluntad y la lisonja sofoca la virtud.

Felipe IV, fi?ndolo todo y descansando de todo en sus privados, a la ma?ana iba de caza, a la tarde pon?a rejones, y de noche buscaba en los camarines del Retiro y en las celdas de San Pl?cido aventuras con que olvidarse de que los tercios mor?an de hambre en los Pa?ses Bajos y Portugal se alzaba independiente.

Rayaba la credulidad en insensatez: Andr?s de Mendoza cuenta en serio que un d?a <>.

Mucho debi? de menguar el amor a la monarqu?a por entonces, pues en pocos a?os se descubrieron y castigaron temerosas conspiraciones fraguadas por poderosos y nobles. Don Carlos Padilla y el Marqu?s de la Vega de la Sagra mueren en el pat?bulo por intentar rebelarse contra el Rey; el Duque de H?jar, acusado de querer alzarse con Arag?n, sufre tormento; del gran Duque de Osuna se sospecha que so?? con el trono de N?poles, dando ocasi?n a que Villamediana dijese:

El Marqu?s de Ayamonte expir? en un cadalso, demostrada su intervenci?n en aquella trama urdida para hacer a Andaluc?a rep?blica independiente, y por la cual se dijo:

Mas a modo de consuelo para tanta verg?enza, como en resarcimiento de reinos arrebatados y humillaciones sufridas, quedaron en nuestra historia intelectual dos manifestaciones gloriosas del genio espa?ol: la riqueza extraordinaria de la producci?n literaria y el florecimiento de la pintura. Lope y Cervantes, Vel?zquez y Murillo, recuperaron para la Patria en los dominios de la belleza aquella estimaci?n y supremac?a que perdimos en lo pol?tico y material por la ineptitud y bajeza de los altos poderes del Estado.

Determinar claramente la parte de ideas y hasta de procedimientos que a cada una de esas maestr?as corresponde, ser?a punto menos que imposible. Es tambi?n aventurado asegurar, como han pretendido algunos cr?ticos y aficionados, que en Catalu?a y Arag?n imperase s?lo la influencia flamenca, y en Castilla y Andaluc?a la italiana: aqu?lla se inici? antes, mas luego la acci?n de ambas fue casi simult?nea, por lo cual en las obras de algunos pintores espa?oles de entonces se observa que buscaban, por ejemplo, al mismo tiempo el car?cter y personalidad de las figuras a semejanza de las escuelas de Colonia y de Brujas, y la impresi?n de color al modo de las escuelas de Siena y de Florencia.

Men?ndez Pelayo, a quien es tan grato como forzoso consultar en todo lo que se refiere a la historia de la cultura espa?ola, sintetiza en estas palabras la significaci?n de los artistas de aquel per?odo.

La pintura que durante m?s de dos siglos hab?a tenido su exclusivo asiento en las iglesias, se ense?ore? tambi?n de los alc?zares, vari? de ?ndole y hasta cuando decor? templos, los adorn? como si fueran palacios.

No lo permite la extensi?n de este modesto trabajo, pero conviene fijarse en la acogida que aqu? tuvieron las obras del Renacimiento para observar luego c?mo vari? su car?cter y se modificaron sus tendencias.

Los monarcas, a quienes la Iglesia no entorpec?a sus gustos personales por pecaminosos que fuesen, segu?an adornando los palacios y casas de recreo con profanidades y mitolog?as: algunos grandes se?ores, hac?an lo propio, seg?n se desprende de lo que refieren varios escritores de aquel tiempo; mas para la mayor?a de la naci?n, el arte fue un mero auxiliar del sentimiento religioso.

Indudablemente sent?an amor intenso a la belleza real, lo que se prueba observando c?mo daban a las figuras santas tal aspecto de verdad, que lo que perd?an en alteza, lo ganaban en verosimilitud, mas no era posible que nada de lo que les rodeaba a diario les pareciese objeto digno de emplear en ello su observaci?n y sus pinceles, cuando la voz de la Iglesia, tan temida y respetada entonces, les dec?a que la vida terrena y transitoria, es cosa baja y despreciable en comparaci?n de la celestial eterna. Tal es, en mi humilde entender, la causa, de que la pintura espa?ola de aquella ?poca no sirva, como sirve la de los pa?ses del Norte, para completar el estadio de la Patria, reflejando las costumbres que es un modo de reflejar el alma de la nacionalidad.

En Italia, tampoco logr? la pintura de costumbres gran importancia, porque all? el arte, gracias a la cultura del Papado, adquiri? car?cter eminentemente monumental: mas a falta y con ventaja de no poder representar escenas humanas y vulgares dispusieron los artistas del campo hermoso e ilimitado de la Mitolog?a, donde no hay belleza que no se contenga, pues en sus admirables f?bulas, los dioses pecando por amor se igualan a los hombres, y los hombres llegando a h?roes por el esfuerzo, casi se confunden con los dioses.

Pero el fundamento de las f?bulas mitol?gicas, en cuanto ofrecen asunto para las artes, es el desnudo, y en Espa?a, para los que reg?an las conciencias, desnudez y deshonestidad eran una misma cosa. Quien desee convencerse de ello lea unos cuantos libros de aquellos grandes escritores m?sticos que para hacer codiciable la gloria y posible la salvaci?n, presentaban no s?lo la belleza, sino aun la mera forma corporal, como cebo y acicate del pecado. El autor, por cierto admirable prosista cuyo nombre ha sido olvidado injustamente en las historias de nuestra literatura, que con m?s claridad y energ?a supo expresar esta hostilidad al desnudo, aunque exagerando como era natural sus peligros, fue el carmelita Fray Jos? de Jes?s Mar?a.--<>.

Poniendo en duda o atenuando la fuerza de esta manera de pensar, se dir? que despu?s de escritos tales p?rrafos, acaso en aquellos mismos a?os, los monarcas adornaban sus palacios con obras de Veron?s y de Ticiano, tales que seg?n la intransigencia de los m?sticos pod?an calificarse de pecaminosas, y aun que el mismo Vel?zquez trajo varias de Italia para Felipe IV; mas esos lienzos no eran imitados por nuestros pintores.

Men?ndez Pelayo, que ha tratado magistralmente cuanto se refiere a nuestros escritores did?cticos de bellas artes, dice, despu?s de copiar m?s extensamente aquellos p?rrafos: <>.

A propio intento me he detenido algo en lo que precede, aunque sin insistir lo que la materia permite, porque tales ideas fueron la causa de que la pintura de aquel tiempo, exceptuando el retrato, est? limitada al g?nero religioso. Sin incurrir en el absurdo de rechazar esta fase del esp?ritu nacional, s?ame permitido lamentar que su exclusivismo nos privara de otras manifestaciones art?sticas.

JUVENTUD DE VEL?ZQUEZ.

Don Diego Rodr?guez de Silva y Vel?zquez naci? en Sevilla, seg?n tradici?n falta de pruebas, en la calle de Gorgoja: fue su padre Juan Rodr?guez de Silva, oriundo de Portugal, pero nacido y avecindado en Sevilla, y su madre D.? Jer?nima Vel?zquez: se le bautiz? en la parroquia de San Pedro el 6 de Junio de 1599.

No falt?, sin embargo, en Sevilla por aquellos a?os poeta que viendo un Cristo crucificado, de Pacheco, en que la ejecuci?n quedaba muy por bajo del pensamiento, dijese:

La atm?sfera intelectual creada por tales artistas y poetas, de los cuales unos eran ya muertos y otros a?n viv?an, fue el ambiente que comenz? a respirar Diego Vel?zquez, quien casi ni?o sali? de poder de Herrera, adusto y rega??n, original e intransigente, que dibujaba con ca?as quemadas y pintaba con enormes brochas, y fue a parar a la escuela de un hombre bondadoso, apacible, imitador de los italianos, cuya morada deb?a de ser academia donde prevalec?a el gusto cl?sico, fruto de la m?s pulcra ilustraci?n, pero al fin clasicismo de reflejo.

Por cierto que, a poderse hacer, ser?a curioso el estudio de investigar c?mo Pacheco dadas sus ideas, de que Vel?zquez indudablemente no participaba, lleg? a admirarle tanto. Pero si en ?ste fue grande la independencia de observaci?n y criterio, no debieron de ser menores la perspicacia y tolerancia de Pacheco. Las maravillosas aptitudes del disc?pulo sedujeron al maestro, que le cas? con su hija.

Fuera como fuese, Pacheco se ufana diciendo al elogiar a Vel?zquez:

<>: nobles palabras que aun tocadas de disculpable orgullo revelan su bondad de alma.

La primera educaci?n de Vel?zquez, la que pudieron darle libros y maestros, debi? de estar por entonces si no concluida muy adelantada. Seg?n Palomino estudi? anatom?a en Durero y Vesalio, expresi?n en Juan Bautista Porta, perspectiva en Daniel Barbaro, aritm?tica en el bachiller Juan P?rez de Moya, geometr?a en Euclides, rudimentos de arquitectura que aprend?an todos los pintores de su tiempo, en Vitrubio y Vi?ola, y finalmente elegancia, poes?a y buen gusto, en la culta sociedad de aquellos ilustres varones que frecuentaban la casa de su suegro.

Palomino, que escribi? medio siglo despu?s de muerto Vel?zquez, pero que declara deber a Juan de Alfaro, disc?pulo de ?ste, lo principal que supo de ?l, habla de varias pinturas de su juventud que corresponden a esta ?poca anterior a su salida de Sevilla.

<>.

La primera de estas obras descritas todas cuidadosamente por Aureliano de Beruete, representa una vieja puesta de perfil y cubierta en parte la cabeza por una cofia blanca, que es la nota m?s clara del cuadro; tiene en la mano derecha una cuchara de palo, en la izquierda un huevo: ante ella se ve una mesa con utensilios de cocina, y a su derecha un muchacho que se le acerca trayendo en la izquierda una botella y sujetando con la derecha contra el cuerpo un mel?n enorme. Completan el conjunto un hornillo colocado en primer t?rmino, donde esta puesta la sart?n, bajo la cual brillan las brasas, un perol, una jarra, un almirez y al fondo, colgado de la pared, un saquillo con trapos; todo ello, especialmente la cabeza del chico, ejecutado con verdad pasmosa.

Ya porque alg?n asunto grave requiriese all? su presencia, ya porque desesperara de conseguir sus deseos, Vel?zquez regres? aquel mismo a?o a Sevilla: mas al siguiente de 1623 don Juan de Fonseca le llam? por orden del Conde-Duque de Olivares, libr?ndole una ayuda de costa de cincuenta escudos para el viaje que, seg?n parece, hizo acompa?ado de Pacheco. Hospedose en casa de Fonseca, y, ya como muestra de habilidad, prueba de gratitud o acaso ardid entre ambos convenido para que se le conociera pronto, le hizo Vel?zquez un retrato. <

>>Hablole la primera vez su excelencia el Conde-Duque alent?ndole a la honra de la patria, y prometi?ndole que ?l solo hab?a de retratar a S. M., y los dem?s retratos se mandar?an recoger. Mandole llevar su casa a Madrid y despach? su t?tulo el ?ltimo d?a de Octubre de 1623 con veinte ducados de salario al mes, y sus obras pagadas, y con esto, m?dico y botica: otra vez, por mandado de S. M., y estando enfermo, envi? el Conde-Duque el mismo m?dico del Rey para que lo visitase. Despu?s de esto, habiendo acabado el retrato de S. M. a caballo, imitado todo del natural hasta el pa?s, con su licencia y gusto se puso en la calle Mayor enfrente de San Felipe, con admiraci?n de toda la corte y envidia de los del arte, de que soy testigo>>.

<>.

RUBENS EN ESPA?A.--<>. PRIMER VIAJE DE VEL?ZQUEZ A ITALIA--<>. <>.

Hemos copiado los anteriores p?rrafos antes que, con prop?sito de que resalte la pasmosa facilidad de Rubens, para que se comprenda que Vel?zquez debi? de verle trabajar muchas veces, a pesar de lo cual las ideas del insigne flamenco influyeron en ?l poco o nada. El arte de Rubens era, en lo que se refiere a la disposici?n de los asuntos grandiosamente teatral y en el m?s alto grado decorativo; en el dibujo antes atrevido que fiel, y en las galas del color magn?fico y pomposo sobre toda ponderaci?n. Vel?zquez sigui?, como hasta all?, componiendo con extremada naturalidad, dibujando con una fidelidad rayana en lo prodigioso, y siendo incomparable en el color, no a fuerza de brillantez y riqueza de tonos, sino por la sabia armon?a en el conjunto de ellos.

Esta dibujado de un modo admirable: ni en cada figura considerada con relaci?n a las dem?s, se nota desproporci?n, ni examin?ndola aisladamente tiene la incorrecci?n m?s ligera: no hay figura que no ocupe el lugar que le corresponde, ni miembro que no encaje en el cuerpo a que pertenece, ni l?nea que no reproduzca con verdad pasmosa la forma que pretende copiar. Los trozos de desnudo son en cuanto a la pureza de modelado como fragmentos de estatuas cl?sicas; en las ropas cada pliegue acusa el bulto que esconde. La mancha total del color es caliente, dominando los tonos pardo-amarillentos de tezes curtidas por la intemperie y de los pa?os burdos. En el estilo y manera hay todav?a dureza; cada pedazo esta hecho y apurado aparte, con la preocupaci?n de modelar en?rgicamente; las sombras parecen recortadas, y en derredor de las figuras, cuyo contorno destaca del fondo con innecesario vigor, falta el aire respirable que es el mayor encanto de las obras de Vel?zquez, cuando a fuerza de observaci?n llega m?s tarde a esfumar los cuerpos en la distancia, present?ndolos no con su propio aspecto real, sino con el que toman, seg?n el lugar que ocupan.

Era natural, dado el tiempo en que viv?a, que Vel?zquez pretendiera ir a Italia; Rubens debi? de aconsej?rselo y el Rey, lejos de oponerse <>.

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