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Read Ebook: Luftseilerens Skat by Grahame White Claude Harper Harry Lassen Helene Translator

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Ebook has 54 lines and 5536 words, and 2 pages

Nota del Transcriptor:

Se ha respetado la ortograf?a y la acentuaci?n del original.

Errores obvios de imprenta han sido corregidos.

P?ginas en blanco han sido eliminadas.

Las versalitas han sido sustituidas por letras may?sculas de tama?o normal.

RECUERDOS

DEL

TIEMPO VIEJO

POR

D. JOS? ZORRILLA.

BARCELONA.

IMPRENTA DE LOS SUCESORES DE RAMIREZ Y C.^A Pasaje de Escudillers, n?mero 4.

Y que no se me ofenda ningun librero, ni se me engalle ningun Acad?mico por esta frase: porque se dice que se lee y que se vende ? Quevedo ? ? Valera cuando se leen y se venden sus obras: lo mismo me sucede ? m?; unos me leen y otros me venden; y si los que me venden no me vendieran, no me leerian los que me leen, y yo publico este libro por agradecimiento ? los unos y ? los otros.

La razon y la escusa de lo que en ?l de m? mismo digo, van tambien alegadas en su relato; pero de las circunstancias en que le he escrito y del motivo de imprimirle dividido en dos partes y no en Madrid sin? en Barcelona, me conviene, aunque necesario no sea, decir cuatro palabras; siquiera no encuentren cuatro lectores ? quienes le?rmelas interese, ni media docena que en le?rmelas se complazcan.

Qued?me yo con la libranza delante de los ojos, el verano delante de m? y detr?s de m? los siete individuos de mi familia; y el ministro de Estado en los ba?os, y el de Fomento en sus haciendas, y el Sr. C?novas mi amparador en Cotterets, y en Francia mi pa?o de l?grimas el Capitan General Jovellar; quien en tales casos molesta por m? ? todos los ministros, y no pierde ocasion ni perdona empe?o por sacarme del mio. La moda, que deja ? Madrid desierto durante el verano, me dejaba ? m? en Madrid como en medio del Sahara: la tierra bajo mis pi?s, el cielo sobre mi cabeza, mi esperanza en Dios, y Dios tras el velo azul del aire; que es impenetrable cortinaje del pabellon que le guarda de las miradas de los hombres. ?C?mo pas? yo aquellos tres meses?

Antes de pedirla escrib? ? mis editores de Barcelona, los Sres. Montaner y Simon, d?ndoles cuenta de la suspension de mi sueldo y pidi?ndoles trabajo en su casa. Los Sres. Montaner y Simon me contestaron que <> El Arzobispo de Valencia, de cuya ciudad soy hijo adoptivo, parti? conmigo la limosna de sus pobres; el empresario del Teatro Espa?ol me ofreci? una cantidad que jam?s pude cobrar en contadur?a; y al volver ? Madrid el Sr. Conde de Toreno, ministro de Fomento, me present? en su antec?mara, en la cual no me detuvo ni un minuto. Exp?sele en dos palabras mi posicion: asombr?se de ella, confes?ndome que estaba muy l?jos de imagin?rsela tal; y prometi?ndome exponerla en consejo de ministros, en la primera ocasion, me di? cita para el dia siguiente en el gabinete del se?or C?rdenas, Subsecretario, con quien iba inmediatamente ? consultar un medio de venir en mi auxilio. Al dia siguiente el Sr. C?rdenas, con una delicadeza y un tacto que no podr? jam?s olvidar, me dijo: <> y puso en la mia un bono de dos mil pesetas contra el Tesoro.

? vivir en el olvido y ? morir en paz con Dios,

Y el gobierno ante quien espuse esta cuestion me subvencion? sobre los fondos de los Lugares P?os espa?oles en Roma, y mi subvencion tiene el car?cter piadoso y de limosna con el que yo la ped?, sin que por ello me crea ni deshonrado ni humillado: y mi?ntras con ella he vivido, en lugar de echarme ? dormir sobre mis doradas pajas, he entregado concluido en 1873 ? los editores Montaner y Simon mi leyenda del Cid que consta de diez y nueve mil versos, y mi leyenda de los Tenorios que tiene ocho mil; y hoy cuando lo que de mi subvencion me resta no me basta por la posicion en que mi reputacion me coloca, recojo los ?ltimos destellos de mi decadente ingenio, los ?ltimos alientos de mis cansados pulmones, y los ?ltimos ?tomos de honra y de br?o que en el corazon me restan, y me arrojo otra vez en los brazos del trabajo, en vez de arrojarme por el balcon, ? en el fango de la holgazaner?a ? quejarme de la nacion y de sus gobiernos, ? quienes no alcanza ni obligacion ni responsabilidad alguna en la posicion en que me han colocado mis circunstancias personales y mis negocios de familia.

Como quiera que fuere, mi?ntras los publicaba en el peri?dico, recib? varias cartas, unas an?nimas y otras firmadas, en las cuales algunos me aconsejaban que coleccionase mis art?culos; y el Sr. Gasset y Artime, renunciando generosamente en mi favor sus derechos ? la propiedad de mi por ?l tan bien pagado trabajo, me otorg? omn?moda y perp?tua facultad para hacer de ?l lo que m?s me conviniera.--El Sr. Ortega Munilla se ofreci? espont?neamente ? ayudarme en tal publicacion y se ocupaba ya de sus preliminares pormenores, cuando ocurrieron ? la par su desastrada caida del caballo y mi impensado viaje ? Barcelona: cuyos dos imprevistos acontecimientos me obligan ? publicar este libro en la capital del Principado y no en la coronada villa.

Pero ?por qu?? ?A qu? vine yo ? Barcelona por siete dias y por qu? me quedo en ella por siete meses?

En uno y medio que en ella llevo no he tenido tiempo hasta hoy de hacerme tal pregunta, y voy ? ver si averiguo alguna razon que me sirva de respuesta.

En ellos repito y amplifico lo que en este pr?logo apunto: ni se hasta d?nde con ellos ir? ? parar, ni me detendr? en mi marcha el temor de encontrarme al fin de ella cara ? cara con mis contempor?neos, despues de haberme juzgado ? m? mismo y ? los que conmigo abrieron las puertas ? la revolucion pol?tica y literaria del primer tercio de nuestra centuria. La ingenuidad infantil y la sincera buena f? con que hasta aqu? los he escrito, creo que garantizan mi leal veracidad para el porvenir: pero una vez que Dios prolonga mi vida hasta los actuales y corrientes dias, ? ellos pertenezco a?n y en ellos voy ? vivir y de ellos voy ? hablar y en ellos voy ? meter mi baza y voy por ellos ? trabajar como trabaj? por los pasados; y espero en Dios que este trabajo no me deshonrar?, porque fio en la justicia de mi pueblo espa?ol que me rodear? del respeto ? que siempre ha considerado acreedor ? quien envejece y muere sobre el trabajo, por no sucumbir ? la miseria y deshonrarse en la haraganer?a vergonzosa de los ingenios vergonzantes por holgazanes.

Para no hacer de estos recuerdos un libro demasiado voluminoso, y en tan peque?os caract?res impreso que resulte tan dif?cil como enojoso de leer y de tener en las manos, lo he dividido en dos tomos peque?os. No teniendo adem?s la vanidad de creer que este miserable y pros?ico engendro mio, sea para m? la gallina de los huevos de oro, y deseando saber el n?mero de ejemplares que necesito para mis lectores, y por el pedido del primero regular la tirada del segundo, suplico ? mis suscriptores que hagan la suscripcion al segundo al recibir ? comprar el primero, en el recibo que le acompa?a.

El tomo II llevar? un ap?ndice nuevo en verso y prosa; y toda la obra corregida y ampliada como permite el libro y no admite el peri?dico, va dedicada al mas moderno y al mejor y mas bravo de mis amigos.

DON JOS? VELARDE

Barcelona 1.? de Enero de 1881.

EL POETA ZORRILLA.

Era la tarde del 15 de Febrero de 1837. En el cementerio de la puerta de Fuencarral, un numeroso concurso se api?aba en derredor de un j?ven desconocido, delgado, p?lido, de larga cabellera y expresivos ojos, que, acongojado y convulso, leia, ante un f?retro adornado con una corona de laurel, una sentida poes?a.

El concurso lo formaba todo el Madrid art?stico; el f?retro encerraba el cad?ver de Larra; el poeta era Zorrilla.

Aquella tarde fria y nebulosa fu? solemne; vi? la conjuncion de dos crep?sculos. Un sol se alzaba en el oriente de la literatura al hundirse otro sol en el ocaso.

A los desgarradores acentos de <>, de F?garo, ?ltimo canto del cisne moribundo, cuyos ecos a?n extremecian el aire, se unieron los acordes del arpa de Zorrilla, primeros cantos de la alondra al alba.

Espa?a, al perder al m?s grande de sus cr?ticos, encontr? al m?s popular de sus poetas.

Desde aquel dia, la Fama fatigada va dando ? todos los vientos el nombre del vate inmortal. Desde aquel dia, sus estrofas sublimes palpitan en todos los labios, y, como la voz divina, despiertan la inspiracion en el alma de la juventud y la lanzan ? la vida del arte.

Poeta formado de las entra?as de su pueblo, sus ideas, sus sentimientos, aunque universales por lo que tienen de humanos, son ante todo espa?oles; t?nto que al vibrar su lira nos parece escuchar el acento de la patria.

V?rio y m?ltiple en sus concepciones y en la manera de expresarlas, ora arrebatado, elocuente y profundo, ora tierno, sencillo y vulgar, siempre ameno, siempre inesperado, siempre poeta, pulsa todas las cuerdas y se reviste como Prot?o de todas las formas para llegar ? todos los corazones.

Tiene su poes?a algo de la ola que se hace espuma, de la luz que se quiebra en colores, de la flor que se disuelve en aroma, algo, en fin, de lo bello, inmaterializ?ndose para confundirse en lo infinito; y es, que as? como la larva ha de trocarse en mariposa para volar, la poes?a ha de espiritualizarse para subir al cielo, que es su patria verdadera.

Hay una poes?a que jam?s envejece, que no puede morir, que halla eco en todas las almas y hace latir al un?sono todos los corazones; lenguaje universal que entienden el ni?o y el viejo, el ignorante y el sabio, y es la poes?a de la naturaleza.

Y la naturaleza es la musa de Zorrilla, le da sus colores, le presta sus armon?as y encarna en sus versos que nos repiten los gemidos del lago, las endechas del ruise?or, los extremecimientos del trueno, y nos pintan la nube que se tornasola, la espuma que bulle y el ?rbol que florece.

Zorrilla ha sido anatematizado por los ret?ricos que jam?s han previsto ? los poetas ni los han comprendido, preci?ndose de las median?as que siguen sus reglas y odiando al g?nio que las deshace. Sigui? cantando el poeta y cayeron en el olvido las odas ampulosas, frias y limadas, y surgi? la poes?a del sentimiento y se ensancharon los horizontes del arte.

?Siempre la misma lucha entre el sabio y el poeta, y siempre el poeta vencedor!

Las murallas que guardan lo desconocido son de cristal para el g?nio que penetra en el fondo de lo insondable. La obra del sabio es perfectible, la del g?nio perfecta; aquel aprecia los pormenores, ?ste abarca el conjunto; el uno halla, el otro crea; el sabio, para meditar, se inclina h?cia la tierra; el poeta, cuando canta, mira al cielo; y es que el uno no va m?s all? de lo humano, y el otro se remonta ? lo divino.

Zorrilla venci?. Hoy todos le respetan. Ni la envidia le muerde, pues ni arrastr?ndose puede escalar la monta?a de laureles que le sirve de pedestal.

?Y c?mo no respetarle, si las doradas ilusiones, los dulces recuerdos y los sue?os juveniles de nuestras dos ?ltimas generaciones est?n iluminados por el fuego de la inspiracion del gran poeta? S?; sus versos fueron lo primero que balbucearon despues de las plegarias maternales; y aquellas impresiones, como el troquel en el metal, han dejado un sello imborrable en las almas.

Poeta de la tradicion, ? su m?gico acento, los h?roes castellanos se alzan de sus sepulcros de piedra apercibidos al combate; desfila la comunidad por el cl?ustro sombr?o de la g?tica abad?a, salmodiando sus preces al rayo misterioso de la luna; aparece el castillo feudal entre los riscos y bre?as de la monta?a; se coronan de arqueros las almenas, suspira la hermosa castellana al escuchar la enamorada trova; baja rechinando el puente levadizo para dar hospitalidad al peregrino, y el terrible se?or de horca y cuchillo apresta su mesnada ? se lanza venablo en mano, azuzando la jaur?a por el bosque enmara?ado persiguiendo al colmilludo jabal?. Ahora surgen la tapada, el rodrigon ce?udo, la due?a mediadora y el doncel galanteador; ahora se acuchillan en la tortuosa callejuela dos rondadores de una misma dama, ? la luz mortecina de un retablo, ? bien se puebla de c?rmenes y harenes la vega granadina, y resuenan en el Generalife los ecos de la zambra, y el sarraceno corre la p?lvora, y, como sol entre nubes, asoma al calado ajimez la hermos?sima sultana exclareciendo el dia con la luz de sus ojos.

?Qu? poder el del g?nio! En vano curiosos eruditos ? historiadores concienzudos se afanan en dar ? conocer el verdadero car?cter de D. Pedro de Castilla, en probar la muerte del rey D. Sebastian en el inhospitalario suelo de Africa, y en negar la vida borrascosa de Ma?ara, ? sea de D. Juan Tenorio.

Las obras de Zorrilla vivir?n siempre. El fuego de la inspiracion, que algunos creen fuego f?tuo, es como la lava que se endurece y adquiere la consistencia del bronce para resistir al tiempo. A m?s, que la mano del <>, al desclavarse para jurar, decret? la inmortalidad de nuestro poeta.

?C?mo premia la patria los merecimientos de su exclarecido hijo?

Hoy que la edad le agobia y el trabajo le fatiga, le ha retirado la modesta asignacion con que vivia y lo ha abandonado ? la miseria, sin duda para que ci?a ? un tiempo ? sus sienes la corona de laurel de la poes?a y la de espinas del martirio.

Jos? VELARDE.

AL J?VEN POETA

D. JOS? VELARDE.

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