Read Ebook: The Alien by Jones Raymond F
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Ebook has 1299 lines and 62233 words, and 26 pages
LA ALDEA PERDIDA
ARMANDO PALACIO VALD?S
ALDEA PERDIDA
NOVELA-POEMA DE COSTUMBRES CAMPESINAS
MADRID
IMPRENTA DE LOS HIJOS DE M. G. HERN?NDEZ
Libertad, 16 duplicado.
ES PROPIEDAD DEL AUTOR
INVOCACI?N
Et in Arcadia ego.
?S?, yo tambi?n nac? y viv? en Arcadia! Tambi?n supe lo que era caminar en la santa inocencia del coraz?n entre arboledas umbr?as, ba?arme en los arroyos cristalinos, hollar con mis pies una alfombra siempre verde. Por la ma?ana el roc?o dejaba brillantes gotas sobre mis cabellos; al mediod?a el sol tostaba mi rostro; por la tarde, cuando el crep?sculo descend?a de lo alto del cielo, tornaba al hogar por el sendero de la monta?a y el disco azulado de la luna alumbraba mis pasos. Sonaban las esquilas del ganado; mug?an los terneros; detr?s del reba?o march?bamos rapaces y rapazas cantando ? coro un antiguo romance. Todo en la tierra era reposo; en el aire todo amor. Al llegar ? la aldea, mi padre me recib?a con un beso. El fuego chisporroteaba alegremente; la cena humeaba; una vieja servidora narraba despu?s la historia de alguna doncella encantada, y yo quedaba dulcemente dormido sobre el regazo de mi madre.
La Arcadia ya no existe. Huy? la dicha y la inocencia de aquel valle. ?Tan lejano! ?Tan escondido rinconcito m?o! Y sin embargo, te vieron algunos hombres sedientos de riqueza. Armados de piqueta cayeron sobre ti y desgarraron tu seno virginal y profanaron tu belleza inmaculada. ?Oh, si hubieras podido huir de ellos como el almizclero del cazador dejando en sus manos tu tesoro!
Muchos d?as, muchos a?os hace que camino lejos de ti, pero tu recuerdo vive y vivir? siempre conmigo. ?Y a?n no te he cantado, hermosa tierra donde vi por primera vez la luz del d?a! Mi musa circul? ya caprichosa y errante por todo el ?mbito de nuestra patria. Naveg? entre rugientes tempestades por el oc?ano; pase? entre naranjos por las playas de Levante; subi? las escaleras de los palacios y se sent? en la mesa de los poderosos; baj? ? las caba?as de los pobres y comparti? su pan amasado con l?grimas; se estremeci? de amor por las noches bajo la reja andaluza; elev? plegarias al Alt?simo en el silencio de los claustros; cant? enronquecida y fren?tica en las zambras.
?Y a?n no ha cantado ? los h?roes de mi infancia! ?A?n no te ha cantado, magn?nimo Nolo! ?Ni ? ti, intr?pido Celso! ?Ni ? ti, ingenioso Quino! ?A?n no ha ca?do ? tus pies, bella Demetria, la flor m?s espl?ndida que brot? de los campos de mi tierra! Hora es de hacerlo antes que la parca siegue mi garganta.
Viajero, si alg?n d?a escalas las monta?as de Asturias y tropiezas con la tumba del poeta, deja sobre ella una rama de madreselva. As? Dios te bendiga y gu?e tus pasos con felicidad por el principado.
Y vosotras, sagradas musas, vosotras ? quien rend? toda la vida culto fervoroso y desinteresado, asistidme una vez m?s. Coronad mis sienes que ya blanquean con el laurel y el mirto de vuestros elegidos, y que este mi ?ltimo canto sea el m?s suave de todos. Haced, musas celestes, que suene grato en el o?do de los hombres y que, permiti?ndoles olvidar un momento sus cuidados, les ayude ? soportar la pesadumbre de la vida.
La c?lera de Nolo.
De un modo ? de otro, menester es que los de Riomont?n y de Fresnedo peleen esta noche con nosotros. Ya sab?is que parte de la mocedad de Villoria y de Tolivia a?n no ha venido de la siega. De Entralgo y de Canzana tambi?n hay algunos por all?. Pod?is estar seguros que de nuestros contrarios no faltar? uno solo. Los de Lor?o y Rivota andan muy engre?dos desde la paliza del Obellayo. Los del Condado est?n avisados por ellos y no faltar?n tampoco. Si ahora nos quedamos sin la gente de los altos, temo que nuestras costillas vayan hoy molidas ? la cama. El jueves, en la Pola, tropec? en la taberna del Colorado con Toribi?n de Lor?o y Firmo de Rivota, y despu?s de ofrecerme un vaso de sidra, me dijeron con sorna: <
As? hablaba Quino de Entralgo, mozo de miembros recios y bien proporcionados, morena la tez, azules los ojos, casta?os los cabellos, el conjunto de su fisonom?a agraciada y con expresi?n de astucia. Vest?a calz?n corto y media de lana con ligas de color, chaleco con botones plateados, colgada del hombro la chaqueta de pa?o verde, sobre la cabeza la montera picona de pana negra y en la mano un largo palo de avellano.
Si no por el valor indomable, resplandec?a en las peleas por su consejo, cuerdo siempre y atinado, por la astucia y el artificio de sus trazas. Resplandec?a tambi?n en los lagares y esfoyazas por la oportunidad y donaire de su lengua; en las danzas por su extremada voz y el variado repertorio de sus romances, en los bailes por la destreza de sus piernas, por su aire gentil y desenvuelto. Pero mejor que en parte alguna resplandec?a en cualquier rinc?n solitario al lado de una bella. Ninguno supo jam?s apoderarse m?s pronto de su coraz?n, ninguno m?s rendido y zalamero ni m?s osado ? la vez, pero tampoco ?ay! ninguno m?s inconstante. M?s de una y m?s de dos pod?an dar en el valle de Laviana testimonio lamentable de su galanura y su perfidia.
--Par?ceme, Quino--respondi? Bartolo,--que se te ha ido la lengua y has hablado m?s de lo que est? en raz?n. Bien est? que vayamos ? Fresnedo y ? la Bra?a ? dar satisfacci?n ? los amigos; pero de eso ? decir que los de Lor?o nos han de moler las costillas hay lo menos legua y media de distancia. Mientras ? Bartolo, el hijo de la t?a Jeroma, no se le rompa en la mano este palito tan cuco de fresno, ning?n cerdo de Lor?o le moler? nada.
--?Vamo, hombre, no seas guas?n!--exclam? Celso, que por haber estado en el servicio militar tres a?os hab?a llegado al pueblo hablando en andaluz.--? ti te moler?n lo que tengas que moler, como ? too Mar?a Sant?sima. ?Si pensar?s que te han de dar m?s arriba del cogote!
--Yo no s? d?nde me dar?n, pero s? certifico ?pu?o! que antes de darme he de dejar dormidos ? muchos de ellos.
--S?, ? fuerza de sidra.
--? fuerza de palos, ?pu?o! ?Cu?ndo me has visto brincar atr?s ? esconder el cuerpo al empezar la bulla?
--Al empezar no, pero al concluir te han visto muchos entre los pellejos de vino ? detr?s de las sayas de las mujeres.
--?Mientes, pu?o! ?Mientes con toda la boca! El d?a del Obellayo si no es por m?, que di la cara ? Firmo, os llevan los de Rivota de cabeza al r?o.
--La cara no la diste ? Firmo, sino ? la mata de zarzas y ortigas donde te sepultaste cuando ?l te buscaba... Eso me contaron el jueves en la Pola.
--Si ha sido Firmo quien te lo ha contado, yo le dir? esta noche ? ese cerdo qui?n es Bartolo de Entralgo. Este palo tan majo que cort? en el monte ayer nadie lo estrena m?s que ?l.
Celso solt? una carcajada y tomando en la mano el palo de Bartolo lo examin? con curiosidad unos instantes.
--?Lindo palo, en verdad! Bien pintado; bien trabajado. Si Firmo le echa la vista encima, milagro ser? que no lo pruebe sobre tus espaldas.
Con esto se encresp? de nuevo Bartolo y comenz? ? vociferar tantas imprecaciones y bravatas, que su primo Quino se impacient? al cabo.
--?Calla, burro, calla! Arrea un poco m?s y no grites que me duele la cabeza.
Bartolo vest?a al igual que Quino, el calz?n corto, el chaleco y la montera, pero todo m?s viejo y desaseado. Era un mocet?n robusto, de facciones abultadas y ojos saltones. Su modo de andar tan torcido y desvencijado que parec?a que le acababan de dar cuatro palos sobre los ri?ones. Era Celso m?s bajo y m?s delgado que los otros, pero suelto y brioso y con un aire vivo y petulante que acusaba su estancia en tierras m?s calientes que la de Asturias. Vest?a igualmente el chaleco con botones de plata, la chaqueta de pa?o verde y la montera de pico; pero en vez del calz?n corto y la media, gastaba a?n el pantal?n largo y encarnado que hab?a tra?do del ej?rcito, aunque remontado ya de pana negra por trasero y muslos. Los dos primeros, primos hermanos, habitaban en Entralgo. El segundo en Canzana, lugar de la misma parroquia.
Caminaban los tres la vuelta de Villoria un s?bado del mes de Julio, v?spera de la romer?a del Carmen. En vez de seguir el camino real que por el fondo de la estrecha ca?ada conduce ? aquel lugar, hab?an tomado por el monte arriba entre casta?ares y robledales, no tanto para guardarse de los rayos del sol como de las miradas de los indiscretos. Porque es de saber que los tres mozos llevaban ? Villoria una embajada extraordinaria, una misi?n delicad?sima que exig?a tanto sigilo como diplomacia. Sus convecinos los hab?an diputado para dar satisfacci?n ? los mozos de Riomont?n, de Fresnedo y de la Bra?a. ?stos, como todos los de la parroquia de Villoria, eran sus aliados, pero estaban con ellos desabridos desde hac?a alg?n tiempo. El motivo del desabrimiento no pod?a ser m?s justo. En una romer?a que se celebraba en lo alto de los montes que separan los concejos de Laviana y Aller los vecinos de aquellos altos vinieron ? las manos con los de Aller por cuestiones de pastoreo. Algunos mozos de Entralgo, que all? estaban, no quisieron tomar parte en la reyerta: se retiraron dejando solos y apaleados ? los de Fresnedo. Desde entonces ?stos no quisieron tomar parte con los de abajo en sus ri?as con los de Lor?o. Su ausencia hab?a ocasionado ya m?s de una derrota ? los de Entralgo. Porque si no sumaban mucho los de Fresnedo y Riomont?n, eran sin duda los m?s recios y esforzados.
Salieron por fin ? las cumbres desnudas despu?s de caminar buen rato entre el follaje de la arboleda. Detuvi?ronse un instante ? tomar aliento y volvieron la vista atr?s. Desde aquella altura se descubr?a gran parte del valle de Laviana, que ba?a el Nal?n con sus ondas cristalinas. Por todas partes lo circundan cerros de mediana altura como aquel en que se hallaban, vestidos de casta?ares y bosques de robles, tupidos unos, otros dejando ver entre sus frondas la mancha verde, como una esmeralda, de alg?n prado. Por detr?s de estos cerros se alzan hasta las nubes las negras moles de la Pe?a-Mea ? la derecha con su fant?stica crester?a de granito, de la Pe?a-Mayor ? la izquierda, m?s blancas y m?s suaves aunque no menos enormes. Por el medio del grandioso anfiteatro corre el r?o. ? entrambas orillas se extiende una vega m?s florida que dilatada, donde alternan los plant?os de ma?z con las praderas; unos y otros cercados por setos de avellanos que salen de la tierra semejando vistosos ramilletes. El Nal?n se desliza sereno unas veces, otras precipitado formando espumosa cascada; pero en todas partes tan puro y cristalino que se cuentan las guijas de su fondo. ? ratos se acerca ? la falda de los montes y en apacible remanso medio oculto entre alisos y mimbreras les cuenta sus secretos; ? ratos se adelanta al medio de la vega y marcha soberbio y silencioso reflejando los plant?os de ma?z.
--Mirad, mirad c?mo ahuma el techo de mi casa--exclam? Bartolo se?alando al fondo.
--Sin duda la t?a Jeroma te prepara la borona. As? te has criado t? tan rollizo--repuso Celso bromeando.
Entralgo estaba en efecto ? sus pies. Era un grupo de cuarenta ? cincuenta casas situado entre el r?o Nal?n y el peque?o afluente que ven?a de Villoria, ? la entrada misma de la ca?ada que conduce ? este pueblo. Por todas partes rodeado de espesa arboleda en medio de la cual parece sepultado como un nido. Sobre el peque?o cerro que lo domina, en una meseta, est? Canzana, lugar de m?s caser?o, rodeado de ?rboles, mieses, prados y bosques deliciosos. S?lo ve?an de ?l las manchas rojas de sus tejados; tanto le guarnecen los emparrados de sus balcones y los frutales de sus huertas. Estos dos lugares, con otros cuatro ? cinco peque?os caser?os distribu?dos por los cerros colindantes, constitu?an la parroquia.
El concejo de Laviana est? dividido en siete. La primera, seg?n se viene de la mar por los valles de Langreo y San Mart?n del Rey Aurelio, es Tira?a, la segunda la Pola, capital y sede del Ayuntamiento; enfrente de ?sta Carrio, m?s all? Entralgo y detr?s de ?l, en los montes lim?trofes de Aller, Villoria, la m?s numerosa de todas. Por ?ltimo, en el fondo del valle, ? cada orilla del r?o, est?n Lor?o y Condado. All? se cierra y s?lo por una estrecha abertura se comunica con Sobrescobio y Caso.
La juventud de las cuatro ?ltimas rivalizaba desde tiempo inmemorial en gentileza y en ?nimo. De un lado Entralgo y Villoria: del otro, Lor?o y Condado. Las tres primeras estaban descontadas: Tira?a por hallarse demasiado lejos; la Pola porque sus habitantes, m?s cultos, m?s refinados, se cre?an superiores y despreciaban ? los rudos monta?eses de Lor?o y Villoria; Carrio por ser la m?s pobre y exigua del concejo.
Despu?s de reposar un instante los tres embajadores prosiguieron su camino por las cumbres que se?orean el riachuelo de Villoria. Bartolo iba delante con marcha tortuosa y derrengada.
--?M?ralo, m?ralo!--exclamaba Celso con ex?tico acento.--?Qu? morrillo sabroso luce el maldito! ?qu? buenas piernas! ?qu? nalgas!... Bien se conoce que la t?a Jeroma no tiene otro pich?n que cebar... ?Vaya un pimpollo!... Me han dicho que todas las ma?anas le unta de manteca fresca para que est? suave y reluzca... ? ver, Bartolo...
Y se acercaba ? ?l y le pasaba con delicadeza la mano sobre la cerviz. Bartolo gru??a.
? Celso se le hac?a la boca agua contando estas aventuras rom?nticas y las enjaretaba una tras otra sin dar paz ? la lengua. Sin embargo, Quino marchaba preocupado, distra?do. Nunca hab?a concedido mucho valor ? la charla de su amigo. Era hombre pr?ctico, sab?a adaptarse al medio y donde el otro no ve?a m?s que tristeza y pena sab?a ?l libar la dulce miel de la voluptuosidad. Pero ahora, bajo el temor de una paliza, encontraba las mentiras de su compa?ero mucho m?s insustanciales.
--?Sab?is lo que os digo?--profiri? al cabo levantando la cabeza.--Que si Nolo de la Bra?a no quiere esta noche manejar el palo, podemos encomendar nuestras espaldas al Santo Cristo del Garrote.
--La verdad es, chiquillo--repuso Celso poni?ndose serio tambi?n,--que ? Nolo le zumba el alma con el palo en la mano.
--?Que si le zumba!--exclam? Quino aceptando, sin comprenderlo, el lenguaje pintoresco de su amigo.--Hab?as de verlo desenvolverse como yo le he visto el a?o pasado en la romer?a del Otero. Ten?a seis hombres encima de s? y no de los peores de Rivota. Pues no les volvi? la cara, ni creo que la hubiera vuelto aunque fuesen doce. ?Qu? modo de revolverse! ?qu? modo de brincar! ?qu? modo de dar palos! ?Veis un oso cuando los perros le acometen despu?s de herido, y al primero que se le acerca le da un zarpazo y lo tumba y los otros ladran sin atreverse ? entrar hasta que uno m?s atrevido se lanza y vuelve ? caer? Pues as? estaba Nolo en medio de aquellos mozos... Pero el palo restalla y se le quiebra en las manos... Ya est? perdido... ?Ahora si que le van ? moler las costillas!... ?Ca!... M?s de prisa que te lo cuento da un salto adelante, arranca el palo ? un mozo, vuelve ? saltar atr?s y empieza ? sacudirlo como si fuese un junco del r?o. ?Muchachos, en verdad os digo que era gloria el verlo!... Yo estoy en fe de que en toda la parroquia de Villoria no hay ahora ninguno capaz de ponerse delante de Toribi?n de Lor?o m?s que ?l... y ?por qu? no hemos de ser francos? tampoco en la de Entralgo.
Bartolo dej? escapar un bufido dubitativo.
--?Qu? gru?es t?, burro, qu? gru?es?--exclam? Quino con rabia.--?Acaso piensas t? ponerte delante de Toribi?n?
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