Read Ebook: Tagalog Texts with Grammatical Analysis by Bloomfield Leonard
Font size:
Background color:
Text color:
Add to tbrJar First Page Next Page
Ebook has 3375 lines and 160849 words, and 68 pages
Illustrator: Mariano Pedrero
Rat?n P?rez
CUENTO INFANTIL
Por el P. LUIS COLOMA. S. J.. de la Real Academia Espa?ola.
Dibujos de M. Pedrero.
MADRID Administraci?n de RAZ?N Y FE Plaza de Santo Domingo, 14, bajo.
MADRID.--Est. Tip. <
? SU ALTEZA REAL EL SERENISIMO SE?OR PR?NCIPE DE ASTURIAS, DON ALFONSO DE BORB?N Y BATTENBERG.
Se?or:
Sembrad en los ni?os la idea, aunque no la entiendan: los a?os se encargar?n de descifrarla en su entendimiento y hacerla florecer en su coraz?n.
Entre la muerte del rey que rabi? y el advenimiento al trono de la reina Mari-Casta?a existe un largo y obscuro per?odo en las cr?nicas, de que quedan pocas memorias. Consta, sin embargo, que floreci? en aquella ?poca un rey Buby I, grande amigo de los ni?os pobres y protector decidido de los ratones.
Consta tambi?n que el rey Buby prohibi? severamente el uso de ratoneras y dict? muy discretas leyes para encerrar en los l?mites de la defensa propia los instintos cazadores de los gatos: lo cual resulta probado, por los graves disturbios que hubo entre la reina do?a Goto ? Gotona, viuda de D. Sancho Ord??ez, rey de Galicia, y la Merindad de Ribas de Sil, ? causa de haberse querido aplicar en ?sta las leyes del rey Buby al gato del Monasterio de Pombeyro, donde aquella Reina viv?a retirada.
El caso fu? grave y sus memorias muy duraderas, por m?s que unos autores digan que el gato en cuesti?n se llamaba Russaf Mateo, y otros le llamen simplemente Minini. De todos modos el hecho resulta probado, aunque nada diga sobre ello Vaseo, ni tampoco lo mencione el Cronic?n Iriense, y el bueno de D. Lucas de Tuy haga como que se olvida del caso, quiz?, quiz?, por razones de conveniencia.
Consta tambi?n que el rey Buby comenz? ? reinar ? los seis a?os bajo la tutela de su madre, se?ora muy prudente y cristiana, que guiaba sus pasos y velaba ? su lado, como hace con todos los ni?os buenos el ?ngel de su guarda.
Era entonces el rey Buby un verdadero encanto, y cuando en los d?as de gala le pon?an su corona de oro y su real manto bordado, no era el oro de su corona m?s brillante que el de sus cabellos, ni m?s suaves los armi?os de su manto que la piel de sus mejillas y sus manos. Parec?a un mu?equito de S?vres, que en vez de colocarlo sobre la chimenea, lo hubieran puesto sentadito en el trono.
Pues sucedi?, que comiendo un d?a el Rey unas sopitas, se le comenz? ? menear un diente. Alarm?se la corte entera, y llegaron, uno en pos de otro, los m?dicos de C?mara. El caso era grave, pues todo indicaba que hab?a llegado para S. M. la hora de mudar los dientes.
Reuni?se en consulta toda la Facultad; telegrafi?se ? Charcot, por si ven?a complicaci?n nerviosa, y decret?se al cabo sacar ? S. M. el diente. Los m?dicos quisieron cloroformizarle, y el Presidente del Consejo sostuvo porfiadamente esta opini?n, por ser ?l tan impresionable, que nunca dejaba de hacerlo cada vez que se cortaba el pelo.
Pero el rey Buby era animoso y valiente, y empe??se en arrostrar el peligro cara ? cara. Quiso, sin embargo, confesarse antes, porque faena hecha no ocupa lugar, y despu?s de todo, lo mismo puede escaparse el alma por la herida de una lanza, que por la mella de un diente.
At?ronle, pues, al suyo una hebra de seda encarnada, y el m?dico m?s anciano comenz? ? tirar con tanto pulso y acierto, que ? la mitad del empuje hizo el Rey un pucherito, y salt? el diente tan blanco, tan limpio y tan precioso como una perlita sin engaste.
Recogi?lo en un azafate de oro el gentilhombre Grande de guardia, y fu? ? presentarlo ? S. M. la Reina. Convoc? ?sta al punto el Consejo de Ministros, y dividi?ronse las opiniones.
Quer?an unos engarzar en oro el dientecito y guardarlo en el tesoro de la Corona; y propon?an otros colocarlo en el centro de una rica joya, y regalarlo ? la imagen de la Virgen, patrona del Reino. Pareceres ambos en que descubr?an aquellos ministros cortesanos, m?s bien el deseo de halagar ? la madre, que el de servir ? la Reina.
Mas esta Se?ora, que como mujer lista no fiaba de aduladores y era muy prudente y amiga de la tradici?n, resolvi? que el rey Buby escribiese ? Rat?n P?rez una atenta carta, y pusiese aquella misma noche el diente debajo de su almohada, como ha sido y es uso com?n y constante de todos los ni?os, desde que el mundo es mundo, sin que haya memoria de que nunca dejase Rat?n P?rez de venir ? recoger el diente y ? dejar en cambio un espl?ndido regalo.
As? lo hizo ya el justo Abel en su tiempo, y hasta el grand?simo p?caro de Ca?n puso su primer diente, amarillo y apestoso como uno de ajo, escondido entre la piel de perro negro que le serv?a de cabecera. De Ad?n y Eva no se sabe nada: lo cual ? nadie extra?a, porque como nacieron grandecitos, claro est? que no mudaron los dientes.
Apuradillo se vi? el rey Buby para escribir la carta; pero consigui?lo al cabo, y no sin grande suerte, pues tan s?lo lleg? ? mancharse de tinta los cinco dedos de cada mano, la punta de la nariz, la oreja izquierda, un poco del borcegu? derecho y todo el babero de encajes desde arriba hasta abajo.
Acost?se aquella noche m?s temprano que de costumbre, y mand? que dejasen encendidos en la alcoba todos los candelabros y ara?as. Puso con mucho primor debajo de la almohada la carta con el diente dentro, y sent?se encima dispuesto ? esperar ? Rat?n P?rez, aunque fuese necesario velar hasta el alba.
Rat?n P?rez tardaba, y el Reyecito se entretuvo en pensar el discurso que hab?a de pronunciarle. ? poco abr?a Buby mucho los ojitos, luchando contra el sue?o que se los cerraba: cerr?selos al fin del todo, y el cuerpecillo resbal? buscando el calor de las mantas, y la cabecita qued? sobre la almohada, escondida tras un brazo, como esconden los pajaritos la suya debajo del ala.
De pronto, sinti? una cosa suave que le rozaba la frente. Incorpor?se de un brinco, sobresaltado, y vi? delante de s?, de pie sobre la almohada, un rat?n muy peque?o, con sombrero de paja, lentes de oro, zapatos de lienzo crudo y una cartera roja, terciada ? la espalda.
Mir?le el rey Buby muy espantado, y Rat?n P?rez, al verle despierto, quit?se el sombrero hasta los pies, inclin? la cabeza seg?n el ceremonial de corte, y en esta actitud reverente esper? ? que Su Majestad hablase.
Pero S. M. no dijo nada, porque el discurso se le olvid? de pronto, y despu?s de pensarlo mucho, tan s?lo acert? ? decir alg?n tanto azorado:
--Buenas noches...
? lo cual respondi? Rat?n P?rez profundamente conmovido:
Y con estas corteses razones, quedaron Buby y Rat?n P?rez los mejores amigos del mundo. Conoc?ase ? la legua que era ?ste un rat?n muy de mundo, acostumbrado ? pisar alfombras y al trato social de personas distinguidas.
Su conversaci?n era variada ? instructiva y su erudici?n pasmosa. Hab?a viajado por todas las ca?er?as y s?tanos de la corte, y anidado en todos los archivos y bibliotecas: s?lo en la Real Academia Espa?ola se comi? en menos de una semana tres manuscritos in?ditos que hab?a depositado all? cierto autor ilustre.
O?ale todo esto el rey Buby embobado, extendiendo de cu?ndo en cu?ndo maquinalmente la manita, para cogerle por el rabo. Mas Rat?n P?rez, con una oscilaci?n r?pida y ceremoniosa, pon?a el rabo de la otra parte, burlando as? el intento del ni?o, sin faltar en nada al respeto debido al Monarca.
Era ya tarde, y como el rey Buby no pensaba en despedirle, Rat?n P?rez insinu? h?bilmente, sin faltar ? la etiqueta, que le era forzoso acudir aquella misma noche ? la calle de Jacometrezo, n?mero 64, para recoger el diente de otro ni?o muy pobre, que se llamaba Gilito. Era el camino ?spero y hasta cierto punto peligroso, porque hab?a en la vecindad un gato muy mal intencionado, que llamaban D. Gaiferos.
Antoj?sele al rey Buby acompa?arle en aquella expedici?n, y as? se lo pidi? ? Rat?n P?rez con el mayor ahinco. Qued?se ?ste pensativo, atus?ndose el bigote: la responsabilidad era muy grande, y ?rale forzoso adem?s detenerse en su propia casa para recoger el regalo que hab?a de llevar ? Gilito en cambio de su diente.
? esto respondi? el rey Buby que ?l se tendr?a por muy honrado con descansar un momento en casa tan respetable.
La vanidad venci? ? Rat?n P?rez, y apresur?se ? ofrecer al rey Buby una taza de t?, ? trueque de conquistar el derecho de poner cadenas en la puerta de su casa, como se hac?a en aquellos tiempos en todas las que consegu?an el honor de hospedar ? un monarca.
Viv?a Rat?n P?rez en la calle del Arenal, n?m. 8, en los s?tanos de Carlos Prats, frente por frente de una gran pila de quesos de Gruy?re, que ofrec?an ? la familia de P?rez, pr?xima y abastada despensa.
Fuera de s? de contento, tir?se el rey Buby de la cama, y comenz? ? ponerse su blusita. Mas Rat?n P?rez salt? de repente sobre su hombro, y le meti? por la nariz la punta del rabo: estornud? estrepitosamente el Reyecito, y por un prodigio maravilloso, que nadie hasta el d?a de hoy ha podido explicarse, qued? convertido, por el mismo esfuerzo del estornudo, en el rat?n m?s lindo y primoroso que imaginaciones de hadas pudieran so?ar.
Tom?le de la mano Rat?n P?rez, sin usar ya tantas ceremonias, y entr?se con ?l, disparado como una bala, por un agujero que debajo de la cama y oculto por la alfombra hab?a.
Era su carrera desatinada, obscuro el camino, h?medo y hasta pegajoso, y cruz?banse ? cada paso con bandadas de diminutas alima?as, que ? tientas les pinchaban y mord?an.
? veces deten?ase Rat?n P?rez en alguna encrucijada, y exploraba el terreno antes de seguir adelante: todo lo cual puso al rey Buby un poco nervioso y de mal humor, porque lleg? ? sentir desde el hociquito hasta la punta del rabo ciertos ligeros escalofr?os que le parecieron se?ales de miedo. Acord?se, sin embargo, de que
El miedo es natural en el prudente, Y el saberlo vencer es ser valiente,
y se venci? y fu? valiente por raz?n, que es en lo que el verdadero valor consiste.
Tan s?lo una vez, al sentir un estr?pito espantoso sobre su cabeza, que no parec?a sino que pasaban por encima diez docenas de Ripers-Oliva, pregunt? muy bajito ? Rat?n P?rez si era all? donde viv?a D. Gaiferos. Contest?le Rat?n P?rez haciendo con el rabo un adem?n negativo, y siguieron adelante.
? poco entraron en una suave explanada, que ven?a ? desembocar en un s?tano ancho y muy bien embaldosado, donde se respiraba una atm?sfera tibia, perfumada de queso. Doblaron una enorme pila de ?stos, y encontr?ronse frente ? frente de una gran caja de galletas de Huntley.
All? era donde viv?a la familia de Rat?n P?rez, bajo el pabell?n de Carlos Prats, tan ? sus anchas y con tanta holgura, como pudo vivir la rata legendaria de la f?bula, en el queso de Holanda.
No era Adelaida bonita, pero ten?a modales muy distinguidos, y hac?a oscilar su rabo con cierta melanc?lica coqueter?a, que revelaba, sin duda, alguna pena secreta.
Elvira, por el contrario, era vivaracha y hasta un poco ordinaria; pero la energ?a de su alma le rebosaba por los ojos, y el rey Buby crey? ver delante de s? una espartana repitiendo el himno de las Term?pilas, cuando cant? al piano con tr?gica entonaci?n y en?rgicos rencores de raza:
En el Hospital del Rey Hay un rat?n con tercianas, Y una gatita morisca Le est? encomendando el alma.
Add to tbrJar First Page Next Page