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Read Ebook: Tagalog Texts with Grammatical Analysis by Bloomfield Leonard

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Ebook has 3375 lines and 160849 words, and 68 pages

En el Hospital del Rey Hay un rat?n con tercianas, Y una gatita morisca Le est? encomendando el alma.

Con gusto hubiera prolongado el rey Buby la velada, pero Rat?n P?rez, que se hab?a ausentado un momento, volvi? con su cartera terciada ? la espalda, y al parecer bien repleta, y le manifest? respetuosamente que ya era hora de partir.

Hizo, pues, el rey Buby, con mucha gracia, sus corteses ofrecimientos de despedida, y la Ratona P?rez, en un arranque de cordialidad un poco burguesa, plant?le en cada mejilla un sonoro beso. Adelaida le tendi? una pata con cierto aire sentimental, que parec?a decir:

--?Hasta el cielo!

Adolfo estuvo tambi?n muy expresivo: acompa??les hasta la entrada de la ca?er?a, y all? reiter? ? Buby su ofrecimiento de presentarlo en el Polo-Club, y le recomend? por tercera vez el uso de las raquetas J. Tate del n?m. 12, ? ? lo m?s del 12-1/2. Las del 13 resultaban ya, para manos ratoniles, algo pesadas.

Agradeci?selo mucho el Reyecito, y se despidi? pensando que Adolfo podr?a ser en verdad muy elegante, pero que sin duda ten?a los sesos de picatoste.

Comenzaron de nuevo su desatinada carrera Buby y Rat?n P?rez, con un lujo de precauciones que sobresaltaron al Reyecito.

Caminaba delante un grueso pelot?n de fornidos ratones, gente toda de guerra, cuyas aceradas bayonetas de finas agujas relumbraban ? veces en la obscuridad. Detr?s ven?a otro pelot?n no menos numeroso, armados tambi?n hasta los dientes.

Confes? entonces Rat?n P?rez que no se hab?a determinado ? emprender aquella expedici?n, sin garantir suficientemente con aquella aguerrida escolta de Cazadores ligeros la persona del joven monarca que con tanta nobleza se le confiaba.

De repente vi? el rey Buby que desaparec?a la vanguardia entera por un estrecho agujero, que dejaba escapar reflejos de tenue luz.

Hab?a llegado el momento del peligro, y Rat?n P?rez, despacito, haciendo vibrar suavemente la punta del rabo, asom? poquito ? poco el hocico por aquel temeroso boquete: observ? un segundo, retrocedi? dos pasos, torn? ? avanzar lentamente, y de improviso, agarrando al rey Buby por la mano, lanz?se con la rapidez de una flecha por el agujero, atraves? como una exhalaci?n una extensa cocina, y desapareci? por otro agujero que frente por frente hab?a, detr?s del fog?n.

Con la rapidez con que se ven en el d?a de hoy desfilar los palos del tel?grafo por las ventanillas de un tren, as? vi? pasar el rey Buby ante sus ojos, en su veloz carrera, el pavoroso cuadro de aquella cocina... Al calorcito de la lumbre oculta bajo el rescoldo dorm?a el temido D. Gaiferos, gatazo enorme, cartujano, cuyos erizados bigotes sub?an y bajaban al comp?s de su pausada respiraci?n...

La guardia ratonil, inm?vil, silenciosa, preparada, mordiendo ya casi el cartucho, proteg?a el paso del rey Buby, formando desde el dormido D. Gaiferos hasta los dos agujeros de entrada y de salida el formidable tri?ngulo romano de la batalla de Ecnoma...

Era aquello imponente y aterrador...

Una vieja fe?sima dorm?a en una silla, con la calceta ? medio hacer ca?da sobre las faldas.

Ces? el peligro una vez franqueado el agujero de salida, y faltaba ya tan s?lo subir ? la ?ltima buhardilla de aquella misma casa, que era donde Gilito viv?a. Todo era entrada en aquella miserable habitaci?n abierta ? todos los vientos, y los ratones la invadieron por rendijas, grietas y agujeros, como se invade una ciudad ya desmantelada.

Encaram?se el rey Buby en el palo de una silla sin asiento, ?nica que hab?a, y desde all? pudo abarcar todo aquel cuadro de horrible miseria, que nunca hubiera podido ni aun siquiera imaginar.

Era aquello un cuchitril infecto, en que el techo y el suelo se un?an por un lado, y no se separaban lo bastante por el otro para dejar cabida ? la estatura de un hombre. Entraba por las innumerables rendijas el viento helado del alba, que ya clareaba, y ve?anse por debajo de la tejavana del techo grandes cuajarones de hielo.

No hab?a all? m?s muebles que la silla que serv?a de observatorio al rey Buby, un cesto de pan vac?o, colgado del techo ? la altura de la mano, y en el rinc?n menos expuesto ? la intemperie, una cama de pajas y de trapos, en que dorm?an abrazados Gilito y su madre.

Acerc?se Rat?n P?rez, llevando al rey Buby de la mano, y al ver ?ste de cerca al pobre Gilito, asomando las yertas manecitas por los trapos miserables que le cubr?an, y pegada la preciosa carita al seno de su madre, para buscar all? un poco de calor, angusti?sele el coraz?n de pena y de asombro, y rompi? ? llorar amargamente.

?Pero si ?l nunca hab?a visto eso!... ?C?mo era posible que no hubiese ?l sabido hasta entonces que hab?a ni?os pobres que ten?an hambre y fr?o y se mor?an de miseria y de tristeza en un horrible camaranch?n?... ?Ni mantas quer?a ?l ya tener en su cama, mientras hubiese en su reino un solo ni?o que no tuviera por lo menos tres calzones de bayeta y un vestidito de bombas?!...

Conmovido tambi?n Rat?n P?rez, se enjug? ? hurtadillas una l?grima con la pata, y procur? calmar el dolor del rey Buby, ense??ndole la brillante monedita de oro que iba ? poner bajo la almohada de Gilito, en cambio de su primer diente.

Despert? en esto la madre de Gilito, ? incorpor?se en el lecho, contemplando al ni?o dormido. Amanec?a ya, y ?rale forzoso levantarse para ganar un m?sero jornal, lavando en el r?o. Cogi? ? Gilito en sus brazos, y le puso de rodillas, medio dormido, delante de una estampita del Ni?o Jes?s de Praga que hab?a pegada en la pared, sobre la misma cama.

El rey Buby y Rat?n P?rez se pusieron de rodillas con el mayor respeto, y hasta los cazadores ligeros se arrodillaron tambi?n, dentro del canasto vac?o en que merodeaban silenciosos.

El ni?o comenz? ? rezar:

Hizo el rey Buby un gesto de inmensa sorpresa al oirle, y se qued? mirando ? Rat?n P?rez con la boca abierta.

Comprendi? ?ste su estupor y fij? en el Reyecito sus penetrantes ojos; mas no dijo una sola palabra, esperando sin duda que otro las dijese.

Emprendieron el viaje de vuelta silenciosos y preocupados, y media hora despu?s entraba el rey Buby en su alcoba con Rat?n P?rez.

Torn? all? ?ste ? meter en la nariz del Rey la punta de su rabo; estornud? de nuevo Buby estrepitosamente, y encontr?se acostadito en su cama, en los brazos de la Reina, que le despertaba, como todos los d?as, con un cari?oso beso de madre.

Crey?, por el pronto, que todo hab?a sido sue?o; mas levant? prontamente la almohada, buscando la carta para Rat?n P?rez que hab?a puesto all? la noche antes, y la carta hab?a desaparecido.

En su lugar hab?a un precioso estuche con la insignia del Tois?n de Oro, toda cuajada de brillantes, regalo magn?fico que le hac?a el generoso Rat?n P?rez, en cambio de su primer diente.

Dej?lo caer, sin embargo, el Reyecito sobre la rica colcha, sin mirarlo casi, y qued?se largo tiempo pensativo, con el codo apoyado en la almohada. De pronto dijo, con esa expresi?n seria y meditabunda que toman ? veces los ni?os, cuando reflexionan ? sufren:

La Reina le respondi?:

--Porque Dios es padre de ellos, lo mismo que lo es tuyo.

--Entonces--replic? Buby aun m?s pensativo--seremos hermanos...

--S?, hijo m?o; son tus hermanos.

Los ojitos de Buby rebosaron entonces admiraci?n profunda, y con la voz empa?ada por las l?grimas y tr?mulo el pechito por el temblor de un sollozo, pregunt?:

--?Y por qu? soy yo Rey, y tengo de todo, y ellos son pobres y no tienen de nada?

Apret?le la Reina contra su coraz?n con amor inmenso, y bes?ndole en la frente, le dijo:

--Yo no sab?a eso--dijo Buby, meneando con pena la cabecita.

Y sin acordarse m?s del Tois?n de Oro, p?sose ? rezar, como todos los d?as, sus oraciones de la ma?ana. Y ? medida que rezaba, parec?ale que todos los Gilitos pobres y desvalidos del reino se agrupaban en torno suyo, alzando tambi?n ? Dios sus manitas, y que ?l dec?a, llevando, como hermano mayor, la voz de todos:

Y cuando el rey Buby fu? ya un hombre y un gran guerrero, y tuvo que pedir ? Dios auxilio en los trabajos, y darle gracias en las alegr?as, siempre dijo, llevando la voz de todos sus s?bditos, pobres y ricos, buenos y malos:

Y cuando muri? el rey Buby, ya muy ancianito, y lleg? su buena alma ? las puertas del cielo, all? se arrodill? y dijo como siempre:

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