bell notificationshomepageloginedit profileclubsdmBox

Read Ebook: La Biblia en España Tomo II (de 3) O viajes aventuras y prisiones de un inglés en su intento de difundir las Escrituras por la Península by Borrow George Aza A Manuel Translator

More about this book

Font size:

Background color:

Text color:

Add to tbrJar First Page Next Page Prev Page

Ebook has 578 lines and 66724 words, and 12 pages

--?Hay en su pa?s de usted quien dome los caballos de este modo?--pregunt?, y tomando al caballo por la crin cumpl? del modo m?s satisfactorio la ceremonia de hablarle quedo al o?do. Est?vose quieto el animal y mont? exclamando:

El mozo gitano grit? a su caballo al tiempo de ponerle el freno en la boca: ?Buen caballo, caballo gitano! ?D?jame que te monte ahora!

He aqu? la original copla biling?e que damos traducida en el texto:

Salimos de Madrid por la puerta de San Vicente, y nos encaminamos hacia las elevadas monta?as que dividen las dos Castillas. Aquella noche nos quedamos en Guadarrama, pueblo grande al pie de la sierra, distante de Madrid siete leguas. Al d?a siguiente madrugamos, subimos al puerto y entramos en Castilla la Vieja.

Salamanca es una ciudad melanc?lica; los d?as de su gloria escolar se acabaron hace mucho tiempo para no volver; suceso no muy de lamentar, pues ?qu? provecho ha obtenido jam?s el mundo de la filosof?a escol?stica? Y s?lo a ella debi? siempre Salamanca su fama. Sus aulas est?n ahora casi en silencio; la hierba crece en los patios donde en otro tiempo se agolpaban a diario ocho mil estudiantes lo menos, cifra a que hoy en d?a no llega la poblaci?n total de la ciudad. Pero, con su melancol?a y todo, ?qu? interesante, m?s a?n, qu? espl?ndido lugar es Salamanca! ?Cu?n soberbias sus iglesias, qu? estupendos sus conventos abandonados, y con qu? sublime pero adusta grandeza sus enormes y ruinosos muros, que coronan la escarpada orilla del Tormes, miran al ameno r?o y a su venerable puente!

?L?stima que de los muchos r?os de Espa?a casi ninguno sea navegable! El Tormes es bello, pero de poca agua, y en lugar de ser manantial de prosperidades y de riqueza para esta parte de Castilla, s?lo sirve para mover unos cuantos peque?os molinos instalados en las presas de piedra que de trecho en trecho atraviesan el cauce.

?Honor a Irlanda y a sus <>! Por mucho tiempo han sido sus campos los m?s verdes del mundo, sus hijas las m?s hermosas, sus hijos los m?s elocuentes y valerosos. ?Que sea siempre as?!

Salida de Salamanca.--Recibimiento en Pitiega.--El dilema.--Inspiraci?n s?bita.--El buen cura.--Combate de dos cuadr?pedos.--Irlandeses cristianos.--Las llanuras de Espa?a.--Los catalanes.--La poza fatal.--Valladolid.--Propaganda de las Escrituras.--Las misiones para Filipinas.--El colegio ingl?s.--Una conversaci?n.--La carcelera.

Se ocup? luego en ofrecernos un refrigerio. En un abrir y cerrar de ojos, con la ayuda del ama, puso sobre la mesa varios platos con bollos y confituras y unas botellas de vidrio grueso que se me antojaron muy parecidas a las de Schiedam, y resultaron, en efecto, suyas. <>; y manifestando dos anchos vasos, continu?: <>

Al observar que nos content?bamos meramente con gustar el aguardiente nos mir? asombrado y nos pregunt? por qu? no beb?amos. Le dijimos que muy rara vez beb?amos alcoholes, y yo a?ad? que, por mi parte, apenas probaba ni aun el vino, content?ndome, como ?l, con beber agua. Algo incr?dulo se mostr?; pero nos dijo que procedi?ramos con plena libertad y pidi?ramos lo que fuese de nuestro gusto. Le contestamos que a?n no hab?amos comido y que nos alegrar?a poder ingerir algo substant?fico. <>

En diciendo esto, nos condujo a una corraliza, a espaldas de la casa, que hubiera podido llamarse huerto o jard?n de haberse criado en ella ?rboles o flores; pero s?lo produc?a abundante hierba. En un extremo hab?a un palomar bastante grande, y nos metimos en ?l, <> Empero nos llevamos chasco: despu?s de registrar los nidos, s?lo encontramos pichones de muy pocos d?as, que no se pod?an comer. El buen hombre se entristeci? mucho y empez? a temer, seg?n dijo, que tuvi?semos que marcharnos sin probar bocado. Dejamos el palomar y nos llev? a un sitio donde hab?a varias colmenas, en torno de las que volaba un enjambre de afanosas abejas, llenando el aire con su zumbido. <>

Pasamos despu?s por varias habitaciones desamuebladas contiguas al corral, en una de las cuales colgaban varias lonjas de tocino; deteni?ndose debajo de ellas, el cura alz? los ojos y se puso a mirarlas atentamente. Dij?mosle que si no pod?a ofrecernos cosa mejor, tomar?amos muy gustosos unos torreznos, sobre todo si se les a?ad?an unos huevos. <>

EL POSADERO.--No me gusta el criado, y menos todav?a el amo. Es un hombre sin formalidad ni educaci?n; me dice que no es franc?s, le hablo de los irlandeses cristianos, y parece que tampoco es de su casta. Tengo m?s que barruntos de que es hereje o, por lo menos, jud?o.

Dorm? profundamente, y me levant? algo entrada la ma?ana; despu?s de desayunarme pagu? la cuenta, y bien conoc?, por su exorbitancia, que no hab?an dejado de poner en ella los gastos de purificaci?n. Los vendedores ambulantes se hab?an marchado al rayar el d?a. Sacamos luego los caballos y montamos; en la puerta de la posada hab?a un grupo de gente que no nos quitaba ojo.--?Qu? significa esto?--le pregunt? a Antonio.

--Se susurra que no somos cristianos--respondi?--y han venido para persignarse al vernos partir.

En el momento de romper la marcha, en efecto, lo menos doce manos se pusieron a hacer la se?al de la cruz, que ahuyenta al Malo. Antonio se volvi? al instante y se santigu? al modo griego, mucho m?s complejo y dif?cil que el cat?lico.

A los pocos d?as conoc? al librero de la localidad, hombre sencillo, de coraz?n bondadoso, que de buen grado se encarg? de vender los Testamentos. Todo g?nero de literatura hall?base en Valladolid en profund?sima decadencia. Mi nuevo amigo s?lo pod?a dedicarse a vender libros en combinaci?n con otros negocios, porque, seg?n me asegur?, la librer?a no le daba para vivir. Sin embargo, durante la semana que permanec? en la ciudad se vendi? un n?mero considerable de ejemplares, y abrigaba yo buenas esperanzas de que a?n pedir?an muchos m?s. Para llamar la atenci?n sobre mis libros recurr? al sistema empleado en Salamanca y fij? carteles en las paredes. Antes de marcharme dispuse que todas las semanas los renovasen; con eso pensaba yo lograr multiplicados y saludables frutos, porque el pueblo tendr?a siempre ocasi?n de saber que exist?a, al alcance de sus medios, un libro que contiene la palabra de vida, y acaso se sintiera inducido a comprarlo y a consultarlo, incluso acerca de su salvaci?n... Hay en Valladolid un colegio ingl?s y otro escoc?s. Mis amables amigos los irlandeses de Salamanca me hab?an dado una carta de presentaci?n para el rector del ?ltimo. Estaba el colegio instalado en un l?brego edificio, en calle apartada. El rector vest?a como los eclesi?sticos espa?oles, car?cter que, a todas luces, pretend?an apropiarse. Hab?a en sus modales cierta fr?a sequedad, sin pizca del generoso celo ni de la ardiente hospitalidad que de tal modo me cautivaron en el cortes?simo rector de los irlandeses de Salamanca; sin embargo, me trat? con mucha urbanidad y se ofreci? a ense?arme las curiosidades locales. Sab?a, sin duda alguna, qui?n era yo, y acaso por esta raz?n se mostr? m?s reservado de lo que en otro caso hubiese sido; no hablamos palabra de asuntos religiosos, como si de consuno quisi?semos eludirlos. Bajo sus auspicios visit? el colegio de las Misiones Filipinas, situado en las afueras; me presentaron al rector, septuagenario de hermosa presencia, muy vigoroso, en h?bito de fraile. Expresaba su semblante una benignidad pl?cida que me interes? sobremanera; hablaba poco y con sencillez; parec?a haber dicho adi?s a todas las pasiones terrenales. Sin embargo, a?n se aferraba a cierta peque?a debilidad.

YO.--Vive usted en una casa hermosa, padre. Lo menos caben aqu? doscientos estudiantes.

EL RECTOR.--M?s a?n, hijo m?o; se hizo para albergar m?s centenares que simples individuos vivimos en ella ahora.

YO.--Veo aqu? algunos trabajos de defensa improvisados; los muros est?n llenos de aspilleras por todas partes.

EL RECTOR.--Hace unos d?as vinieron los nacionales de Valladolid y causaron bastante da?o sin utilidad alguna; estuvieron un poco groseros y me amenazaron con los clubs. ?Pobres hombres, pobres hombres!

YO.--Supongo que tambi?n las misiones, a pesar de sus elevados fines, se resentir?n de los trastornos actuales de Espa?a.

EL RECTOR.--Demasiado cierto es eso; ahora el Gobierno no nos favorece nada; s?lo contamos con nuestras propias fuerzas y con la ayuda de Dios.

YO.--?Cu?ntos misioneros novicios hay en el colegio?

EL RECTOR.--Ninguno, hijo m?o; ninguno. El reba?o se ha dispersado; el pastor se ha quedado solo.

YO.--Vuestra reverencia habr?, sin duda alguna, tomado parte activa en las misiones.

EL RECTOR.--Cuarenta a?os he estado en Filipinas, hijo m?o; cuarenta a?os entre los indios. ?Ay de m?! ?Cu?nto quiero yo a los indios de Filipinas!

YO.--?Habla vuestra reverencia la lengua de los indios?

EL RECTOR.--No, hijo m?o. A los indios les ense??bamos el castellano; a mi parecer, no hay idioma mejor. Les ense??bamos el castellano y la adoraci?n de la Virgen. ?Qu? m?s necesitaban saber?

YO.--?Y qu? piensa vuestra reverencia de las Filipinas como pa?s?

EL RECTOR.--Cuarenta a?os he estado all?; pero lo conozco poco; el pa?s no me interesaba gran cosa; mis amores eran los indios. No es mala tierra aqu?lla; pero no tiene comparaci?n con Castilla.

YO.--?Vuestra reverencia es castellano?

EL RECTOR.--Soy castellano viejo, hijo m?o.

Desde la Casa de las Misiones Filipinas, me condujo mi amigo al Colegio ingl?s, establecimiento muy superior en todos los ?rdenes al Colegio Escoc?s. En este ?ltimo hab?a muy pocos alumnos, creo que seis o siete apenas, mientras que en el seminario ingl?s se educaban unos treinta o cuarenta, seg?n me dijeron. La casa es hermosa, con una iglesia peque?a, pero suntuosa, y muy buena biblioteca: su emplazamiento es alegre y ventilado; completamente aislada en un barrio de poco tr?nsito, un elevado muro, genuina muestra del exclusivismo ingl?s, la rodea por todas partes y encierra, adem?s, un deleitoso jard?n. Este colegio es, con gran ventaja, el mejor de los de su clase en toda la Pen?nsula, y creo que el m?s floreciente. En el r?pido vistazo dado a su interior no pod?a enterarme a fondo de su r?gimen; pero no dej? de impresionarme el orden, la limpieza, el m?todo reinantes por doquiera. Sin embargo, no me atrever?a yo a afirmar que el aire de severa disciplina mon?stica que all? se advert?a respondiese con exactitud a la realidad. En la visita nos acompa?? el vicerrector, por estar ausente el rector. De todas las curiosidades del colegio la m?s notable es la galer?a de pinturas, donde se guardan los retratos de gran n?mero de antiguos alumnos de la casa martirizados en Inglaterra, en el ejercicio de su vocaci?n, durante los agitados tiempos de Eduardo VI y de la feroz Isabel. En esa casa se educaron muchos de aquellos sacerdotes medio extranjeros, p?lidos, sonrientes, que a hurtadillas recorr?an en todas direcciones la verde Inglaterra; ocultos en misteriosos albergues, en el seno de los bosques, soplaban sobre el moribundo rescoldo del papismo, sin otra esperanza y acaso sin otro deseo que el de perecer descuartizados por las sangrientas manos del verdugo, entre el griter?o de una plebe tan fan?tica como ellos; sacerdotes como Bedingfield y Garnet, y tantos otros cuyo nombre se ha incorporado a las gestas de su pa?s. Muchas historias, maravillosas precisamente por ser ciertas, podr?an, sin duda, extraerse de los archivos del seminario papista ingl?s de Valladolid.

YO.--Yo le hubiera cre?do, por lo menos, tan divertido como Toro, que no es ni la tercera parte de grande.

YO.--Nunca he tenido ese honor; generalmente, la c?rcel es el ?ltimo sitio que se me ocurre visitar.

LA MUJER.--Vea usted lo que es la diferencia de gustos: yo he ido a ver la c?rcel de Valladolid, y me parece tan aburrida como la ciudad.

YO.--Es claro; si en alguna parte hay tristeza y fastidio, ha de ser en la c?rcel.

LA MUJER.--Pero no en la de Toro.

YO.--?Qu? tiene la c?rcel de Toro para distinguirse de las dem?s?

YO.--Dispense usted: no conoc?a esas circunstancias. La diferencia, en efecto, es grande.

YO.--?Tonto? Pues en la cara lo disimula bastante. No ser?a yo quien comprara a este muchacho si lo vendieran por tonto.

YO.--Habiendo tantas distracciones en Toro, los presos no lo pasar?n mal con usted.

Due?as.--Los hijos de Egipto.--Chalaner?as.--El caballo de carga.--La ca?da.--Palencia.--Curas carlistas.--El mirador.--Sinceridad sacerdotal.--Le?n.--Alarma de Antonio.--Calor y polvo.

Mir? al cabo; ten?a la nariz y los ojos dentro de la boca del caballo. Los dem?s de la partida, que pod?an ser seis o siete, no estaban menos atareados. El uno le examinaba las manos; el otro, las patas; ?ste tiraba de la cola con toda su fuerza, mientras aqu?l le apretaba la tr?quea para descubrir si el animal ten?a all? alguna tacha. Por fin, al ver al cabo dispuesto a aflojarle la silla para reconocerle el lomo, exclam?:

Soldados.

Feria.

Caballero.

Un hombre no gitano; un gentil.

Granada.

--Os olvid?is de que sois soldados; ?c?mo me ibais a comprar el caballo?

Add to tbrJar First Page Next Page Prev Page

 

Back to top