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Read Ebook: Cuentos de la Alhambra by Irving Washington Lamarca Luis Translator

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Ebook has 180 lines and 17375 words, and 4 pages

Mas adelante se relacion? Ahmed con un buho de aspecto grave y presumido, cabeza voluminosa y ojos redondos y espantados. Este pasaba todo el dia dormitando en un agujero de la muralla, de donde no salia hasta la noche: pic?base de s?bio; de cuando en cuando dejaba escapar algunas voces campanudas sobre la astrolog?a; hablaba de la luna, y daba ? entender que no era del todo estra?o ? las ciencias ocultas; mas estaba furiosamente apasionado ? la metaf?sica, y sus disertaciones eran aun mas intolerables que las del s?bio Eben Bonabben.

Algunas veces tambien solia el pr?ncipe comunicar con un murci?lago, que pasaba el dia pegado ? la pared en un rincon oscuro de la b?veda, y solo salia al anochecer para dar algunos paseos, por decirlo as?, con chinelas y gorro de dormir. Esta ave no tenia tampoco sino ideas superficiales de todo, se mofaba de las cosas que ignoraba, ? de que solo habia adquirido conocimientos imperfectos, y no hallaba placer en nada.

Completaba la plum?fera sociedad una golondrina, con quien el pr?ncipe trab? al principio estrechas relaciones: era una habladora eterna, pero muy picotera y quisquillosa; y como nunca paraba en un punto, se hacia imposible tener con ella una conversacion seguida.

El pr?ncipe se apart? de ?l disgustado, y se fue ? buscar al buho que estaba escondido en su retiro. <> Con efecto, suplic? al buho que le dijese qu? venia ? ser el amor que cantaban en aquel momento todas las aves de las florestas inmediatas ? la torre.

? esta pregunta se manifest? el buho sorprendido ? incomodado. <>

Oida esta respuesta, se traslad? el pr?ncipe al rincon, en donde su amigo el murci?lago estaba colgado de las patas, y despert?ndole, le dirigi? la misma pregunta. El murci?lago, frunciendo el hocico, puso un gesto el mas ce?udo y emperrado, y le respondi? rega?ando. <>

En ?ltimo recurso acudi? el pr?ncipe ? la golondrina, y la detuvo ? la que pasaba en uno de sus c?rculos por lo mas elevado de la torre.

La golondrina, segun su costumbre, andaba muy atrafagada, y apenas se detuvo el tiempo preciso para contestar: <>

Qued? Ahmed en la misma duda, y su curiosidad se aument? todav?a con la dificultad de satisfacerla. Hall?ndose un dia discurriendo sobre este objeto misterioso, entr? en la torre su anciano preceptor, y vi?ndole el pr?ncipe corri? luego ? su encuentro, y le dijo con el mayor interes: <

--Dir?jame mi pr?ncipe las cuestiones que quiera, y toda la inteligencia de su siervo est? ? sus ?rdenes.

--Dime pues, ? el mas profundo de los fil?sofos, ?cu?l es la naturaleza de esa cosa que se llama amor?>>

El s?bio Eben Bonabben qued? tan asombrado como si hubiese caido un rayo ? sus pies; tembl?, perdi? el color, y le pareci? que la cabeza le bamboleaba ya sobre los hombros.

<>

<>

Entonces volvi?ndose ? Ahmed: <>

Dichas estas palabras se sali? el s?bio Bonabben, dejando al pr?ncipe en una perplejidad mas profunda aun que la que le mortificaba antes de hablarle. En vano procuraba separar de su imaginacion este objeto que absorvia todas sus ideas: ? pesar suyo le ocupaba continuamente, y su esp?ritu se fatigaba y se perdia en vanas congeturas. <>

Cierta ma?ana, tendido blandamente en su lecho, discurria entre s? sobre este misterio inesplicable. Abierta la ventana, penetraba por ella el fresco vientecillo, que despues de empaparse en el suave aroma de los azahares que florecen ? la orilla del Darro, subia ? recrear los sentidos del pr?ncipe; o?ase ? lo lejos la voz del ruise?or que repetia su tema acostumbrado, y cuando el pr?ncipe le escuchaba suspirando, oy? cerca de s? el ruido de las alas de un ave. Perseguido por el gavilan un hermoso palomo, se entr? en su aposento y cay? palpitando en el suelo; y el gavilan, vi?ndose privado de la presa, dirigi? el vuelo h?cia los montes.

Levant? el pr?ncipe al pobre palomo que estaba medio muerto, le bes? y le abrig? en su seno. Luego que lo hubo tranquilizado con sus caricias, le puso en una jaula de oro, y le present? con sus propias manos trigo del mas puro y agua cristalina. El ave sin embargo se negaba ? tomar alimento, y permanecia con la cabeza caida, lament?ndose con tono lastimero.

<

--?Ah! no, replic? el palomo; ?por ventura no estoy separado de mi amada compa?era, y precisamente en la ?poca feliz de la primavera, en la estacion hermosa de los amores?

--?De los amores! replic? Ahmed, ?ah! yo te lo suplico, ave graciosa, ?podrias decirme lo que es amor?

--?Ay pr?ncipe mio! ?Demasiado! El amor hace el tormento de uno, la felicidad de dos, y se convierte en una fuente de enemistades y desgracias si llegan ? ser tres. Es un encanto poderoso que atrae m?tuamente ? dos s?res, y los une con la mas dulce simpat?a; los hace dichosos si est?n unidos; pero muy dignos de l?stima cuando se hallan separados. Mas ?acaso no existe ningun s?r con quien os haya unido un afecto tierno?

--S?, yo amo ? mi anciano preceptor Eben Bonabben mas que ? ningun otro s?r conocido; pero sin embargo suele parecerme fastidioso, y algunas veces me creo mas feliz en su ausencia que en su compa??a.

--No trato yo de esa clase de afecto: hablo del amor, del gran misterio y principio de la vida, de la felicidad inefable de la juventud y delicia tranquila de la edad madura. Mira en torno de t?, pr?ncipe mio, y ver?s como todo respira amor en esta deliciosa estacion: de cuantas criaturas existen, no hay una que no tenga su compa?era; el mas peque?o pajarillo canta para agradar ? su amada; el insecto, que apenas se distingue sobre la yerba, busca tambien ? su querida, y esas mariposas que suben volando hasta por encima de la torre, y vagan jugueteando por el aire, son felices por su m?tua ternura. ?Ah pr?ncipe mio! ?ser? posible que hayas perdido los dias mas preciosos de tu juventud sin conocer el amor? ?Ningun s?r de sexo diferente, ninguna hermosa princesa, ninguna j?ven agraciada ha cautivado tu corazon, y hecho nacer en tu seno una dulce inquietud, un conjunto agradable de penas y deseos?

--Ya empiezo ? comprenderte, dijo el pr?ncipe suspirando; mas de una vez he esperimentado una inquietud semejante ? la que me dices sin adivinar la causa. Mas reducido ? esta espantosa soledad, ?d?nde podr? hallar un objeto tal como t? le pintas?>>

La conversacion continu? aun por algun tiempo sobre el mismo objeto, y la primera leccion que recibi? el pr?ncipe fue completa.

<>

Dicho esto abri? la jaula, sac? el palomo y le dej? sobre la ventana. <>

Bati? el ave las alas en se?al de contento, form? un c?rculo en el aire, y vol? como una flecha h?cia los floridos bosquecillos del Darro.

Sigui?la Ahmed con los ojos hasta perderla de vista, y qued? sumergido en la mas profunda tristeza. El canto de las aves que tanto le complacia pocos momentos antes, redoblaba ahora sus penas ?Amor, amor, amor! ?Ah pobre j?ven! Entonces conoci? el significado de este tema tan repetido.

La primera vez que vi? al s?bio Bonabben despues de esta conversacion, le dirigi? una mirada de resentimiento. <>

El s?bio Bonabben conoci? sobradamente que ya era in?til toda reserva, puesto que el pr?ncipe habia adquirido la ciencia prohibida. Le revel? pues las predicciones de los astr?logos; y le enter? de las precauciones que se habian tomado en su educacion para conjurar la tempestad que le amenazaba.

<>

Era el pr?ncipe mas razonable de lo que pudiera esperarse de un j?ven de su edad, y as? escuch? las reflexiones de su preceptor con tanta mayor deferencia, cuanto que nada le hablaba contra ellas. Por otra parte Ahmed profesaba un verdadero afecto al s?bio Bonabben, y como solo conocia la te?rica del amor, consinti? f?cilmente en encerrar en su seno todas las noticias que sobre este objeto acababa de adquirir, antes que poner en peligro la cabeza del fil?sofo.

Su discrecion empero tuvo que sufrir muy pronto una prueba mas fuerte. Algunos dias despues, hall?ndose engolfado en tristes imaginaciones junto ? las almenas de la torre, apareci? en los aires el palomo ? quien habia restituido la libertad, y abatiendo el vuelo, se le puso sobre el hombro con singular familiaridad.

Cogi?le el pr?ncipe, y estrech?ndole contra su corazon: <

--Vengo, ? pr?ncipe, de una region muy distante; y en recompensa de la libertad que os debo, os traigo las mas alegres nuevas. En mi remontado vuelo puedo cernerme sobre una altura prodigiosa, y dominar una estension inmensa de pais. Cierto dia pues descubr? bajo de m? un jardin delicioso, lleno de toda suerte de frutas y flores: un l?mpido arroyuelo corria serpenteando por entre las flores, que esmaltaban una frondosa pradera; y en el centro del jardin se levantaba un magn?fico palacio. Pos?me sobre un ?rbol para descansar, y junto al arroyuelo que pasaba ba?ando el tronco, descubr? una princesa en todo el brillo de la primera juventud, rodeada de doncellas de su misma edad, que la adornaban con guirnaldas de flores tan frescas como ella, pero no con mucho tan hermosas. Tantos hechizos sin embargo florecian en aquella soledad ocultos ? los ojos de todos; porque el jardin se hallaba cercado de murallas alt?simas, y nadie podia penetrar en ?l. ? la vista de una tierna j?ven tan llena de atractivos, ? quien su separacion del mundo ha conservado toda la inocencia de la edad infantil, he discurrido que esta era la que el cielo tenia destinada para inspirar amor ? mi querido Ahmed.>>

<>

Remont?se el palomo hasta una altura prodigiosa, y en seguida dirigi? el vuelo en l?nea recta. Sigui?le el pr?ncipe largo rato con la vista, ya no le distinguia sino como un punto casi imperceptible, y al fin se ocult? enteramente detras de una monta?a.

Contaba Ahmed con impaciencia los dias que se siguieron ? la partida de su mensagero, y cada ma?ana se prometia verle antes de la noche; mas esperaba en vano. Ya comenzaba ? acusarle de ingratitud, cuando ? la caida de una hermosa tarde, vi? al fiel palomo que lleg? volando ? su habitacion y cay? muerto ? sus pies. La flecha cruel de algun desapiadado cazador habia atravesado su pecho, y la pobre avecilla emple? toda la fuerza y vida que le quedaban en llegar al t?rmino de su viage y dejar cumplida su mision.

Inclin?se el pr?ncipe lloroso sobre el cuerpo inanimado de aquel m?rtir de la fidelidad, cuando not? al rededor de su cuello una cadena de perlas, de la que pendia un retrato que estaba oculto bajo el ala, y representaba sobre esmalte una hermosa princesa en la flor de su edad. Esta era sin duda la bella desconocida del jardin; mas ?qui?n era? ?En d?nde estaba? ?Habria recibido la carta y le enviaba en cambio aquel retrato, como prenda de correspondencia?

Todo esto quedaba desgraciadamente envuelto en la duda y en la oscuridad con la lastimera muerte del palomo.

Contemplaba el pr?ncipe la miniatura, y arras?banse de l?grimas sus ojos. Estrech?bala contra su corazon y contra sus labios, pasaba horas enteras mir?ndola sumergido en una tierna agon?a. <>

El pr?ncipe tom? de repente una resolucion estraordinaria. <>

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