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Read Ebook: Tierras Solares Obras Completas Vol. III by Dar O Rub N Ochoa Enrique Illustrator

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Ebook has 206 lines and 37556 words, and 5 pages

La goletera, la hero?na de Arturo Reyes, sale multiplicada de su barrio, seguida del novio y de los varios Pipiriga?as que andan alrededor suyo. Como no soy muy ducho en distinguir las de la Goleta entre las del Perchel y de la Trinidad, se me antoja una Trini cada moza de las que llaman barbianas, con bellos ojos y caras y cuerpos de celeste pecado mortal. En el paseo, por la tarde, a orilla del mar quieto y amoroso en su dulce infinito, se juntan todas esas Trinis en grupos familiares, cerca de peque?as hogueras en que en sartas se asan las ricas sardinas reci?n salidas del copo, y que se comen calientes, regadas despu?s con el chispeante Montilla que pone luz solar en la cabeza y suelta estas ?giles lenguas, estas ?giles manos y estos ?giles pies, pues siempre se toca la guitarra, siempre se jalea, se acompa?a al tocador con las palmas, siempre se cantan las gimientes malague?as o los r?tmicos tangos, y a veces se ve a una brava muchacha iniciar un paso en que luce el garbo heredado de las antiguas danzarinas andaluzas. Las percheleras y las trinitarias son famosas por su gracia y su habilidad para el canto y el baile. As? las he admirado al pasar, mientras un sol cari?oso te??a ya de oro, de violeta, de p?rpura, el inmenso cristal mediterr?neo.

Los hombres pasan con sus trajes nuevos, las americanas ce?idas a la torera, los sombreros grises cordobeses, los zapatos de charol con la inevitable ca?a de color claro. Y con ciertos andares y ademanes que hacen ver que el compadrito bonaerense ha heredado algo de por ac?. Y las mujeres andan como que se deslizan, con los mantones de lana, blancos, rojos, azules, como las corbatas de los novios y amigos, y llevan las cabezas hermos?simas, adornadas con flores, profusamente, rosas fresqu?simas y rosadas, claveles ultraviolentos, y unas especies de crisantemas pajizas que llaman goyetinas, y que completan la decoraci?n floral. Qui?n va a la casa a preparar la cena de la noche, qui?n va a las barracas a comprar juguetes con los ni?os; juguetes que tienen todo el car?cter local: guitarritas, casta?uelas, panderetas y figuras de nacimiento, que se venden al lado del pin-pan-pum, divertimiento grotesco en que la brutalidad y el instinto de agresi?n humanos encuentran contentamiento, lo mismo en la feria de Neully que en la diminuta fiesta pascual malacitana. Las borracheras populares comienzan a hacer ruido por la noche. Se oyen pasar las sonoras <>, reuniones de muchachos y muchachas del pueblo, que van cantando coplas por las calles, coplas que recuerdan la celebraci?n del d?a, la Virgen en el pesebre, Jos?, el ni?o Jes?s, el buey y la mula. Y de paso va entremezclada la copla amorosa o sat?rica, al son de las zambombas, al grito de los pitos, al chocar de las almireces y casta?uelas, al rasgueo de la inseparable guitarra. Hay quien se acuerda todav?a de por qu? se celebra esa noche; hay quien piensa, por la tradici?n, en la estrella de los reyes magos, en la aldea de Bel?n, en el Dios de los cristianos que naci? pobremente, que muri? hace muchos siglos, y por el cual se pasan ratos muy agradables y regocijados.

La nochebuena se viene, la nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos m?s.

?Carrascl?s, que gordo est? el pavo; carrascl?s, que gordito est?; carrascl?s, qu? enjundia que tiene; carrascl?s, carrascl?s, carrascl?s!

?Qui?n se acuerda en Par?s, al engullir el <> blanco, ni de Cristo ni de la muerte...?

Luego se va aqu? a la misa del gallo. Las gentes invaden la iglesia, iluminada como para la alegre fiesta. El ?rgano lanza sus chorros armoniosos. Los villancicos resuenan, como las coplas de una celeste juerga. Los registros de la voz humana, del bombard?n, de la chirim?a, derraman sus sonidos como en un trueno de m?sica. Hay verdadero gozo en el ambiente, aunque la devoci?n no sea muy grande. Las campanas han anunciado el nacimiento del buen Pastor, celebrado por los pastores y adorado por los reyes. Todo eso est? muy bien; y as? ha llegado la hora de ir a los ?gapes copiosos en que hay tanta golosina, tanto vino encendedor de sangre y el animal de ritual:

?Carrascl?s, que gordo est? el pavo; carrascl?s, que gordito est?; carrascl?s, qu? enjundia que tiene; carrascl?s, carrascl?s, carrascl?s!

Luego ser? la danza, los cantos; airosas sevillanas, donairosos panaderos, saltantes y garbosas jotas. Y el buen pueblo continuar? en la zambra; saldr? por la poblaci?n caminando al comp?s de sus instrumentos, echando al aire, bajo las estrellas, estrofa y estrofa; la parranda llenar? con sus ecos todos los barrios; el vino ir? dejando vencidos, y la ?ltima canci?n se escuchar? hasta despu?s de que haya salido el sol.

Sol andaluz, que vieron los primitivos celtas, que sedujo a los antiguos cartagineses, que deslumbr? a los navegantes fenicios, que atrajo a los brumosos v?ndalos, que admir? a los romanos, pero que, sobre todo, fu? la delicia de los africanos de ojos y sangre solares; ?l es m?s que todo el donador de gracia y amor en esta tierra. M?laga es predilecta del divino Helios. <> Esas son cualidades solares. El sol da su brillo a la imaginaci?n malague?a, su fuerza a la fecundidad malague?a, su singular encanto a la hembra malague?a; Castelar no era de M?laga, era de C?diz; hermana solar tambi?n; pero C?novas era malague?o. La paleta del egregio maestro Moreno Carbonero concentra mucho de esta luz poderosa y dominante. Los poetas malague?os D?az de Escovar, que hace cantares oyendo el latir del coraz?n de su pueblo; Reyes, que lleva la primac?a, ardoroso moro, y m?s que andaluz supermalague?o; Rueda, maestro en gay saber andaluz; Urbano, delicado; S?nchez Rodr?guez, triste y melodioso; Gonz?lez Anaya, enamorado melanc?lico de su tierra; Fern?ndez de los Reyes, que labra el verso sincero y vibrador; todos los portaliras malague?os son dignos de su raza solar. Son almas que sufren lejanos atavismos, de los cuales brota el canto como la rosa del rosal.

Hay una estatua que levantar en M?laga: la de Hamehet-el-Zegr?.

Y as? concluyo estas l?neas sobre la Nochebuena, en pleno sol.

As?, toda joven que aprende a bailar, sue?a, si es bella, con la felicidad que existe en el extranjero, con las contratas en grandes ciudades en que hay gloria y amor rico, en las victorias de las Carmencitas, Oteros, Guerreros y Chavitas que van conquistando el mundo a son de sevillana, jota, vito, seguidilla o tango. Entretanto se van cerrando los caf?s t?picos de cante, aun en esta misma Andaluc?a de las guitarras, coplas y claveles. Aqu? en M?laga hab?a cinco, por ejemplo, entre ellos el famoso de Silverio, y apenas queda uno, muy mediocre y poco atrayente. En Sevilla se cerr? el sonad?simo Burrero, en la calle de las Sierpes, despu?s de haber tenido en su tablado todas las celebridades guitarreras y coreogr?ficas de la tierra, que como sab?is, es <>. Restan apenas las vistosas y decorativas casas de cante y baile que puedan satisfacer la curiosidad del viajero, en ciudades de segundo orden, como Ronda, V?lez-Malaga o Antequera, lugar por donde muchos quieren que salga el sol...; o all? en Algeciras, o La L?nea, en las cercan?as de Gibraltar, en donde los ingleses de la guarnici?n van a dejar sus libras convertidas en castizas pesetas.

Yo he ido a ver aqu? en M?laga el caf? de Espa?a. Le? el anuncio en un diario: <>. El local es un largo sal?n, con mesitas, como cualquier caf?, y en el centro un tablado, sin adorno alguno.

Concurrencia heter?clita; humo de cigarros; uno que otro <>, uno que otro militar, algunos campesinos, que aqu? llaman catetos. De pronto, los acordes de un piano se oyen, y aparecen en el tablado seis u ocho mozas vestidas de semimajas; es decir, de majas, que a la conocida indumentaria han agregado adornos y pompones a la francesa.

Llevan colores vistosos en las faldas cortas y acampanadas, en los corpi?os; y en las cabezas, rizadas y de peinados bajos, portan mo?os de cintas y flores de tintes violentos, flores naturales o artificiales. Bailan primero las boleras, que son las que llevan esas faldas cortas, y se acompa?an con las casta?uelas, bailan el ol?, que tiene el ritmo de un vals; los panaderos, m?s despaciosos, por dos parejas; las sevillanas, el jaleo, el vito, las soleares, las <>, y hasta jotas. Hay cierta gracia; pero deslucen las arrugadas medias color de carne, los trajes sin esmero, los zapatos usados, las sonrisas forzadas en las caras llenas de pintura, los horribles calzones que se exhiben al dar las ligeras vueltas o al hacer un quiebre de cintura.

Despu?s de las boleras bailan las flamencas sus polos, medios polos, zapateados, tangos y otros bailes. Las flamencas llevan faldas largas, no llevan casta?uelas; pero hacen sonar los dedos imit?ndolas, y tienen un coro de jaleadores que las anima con gritos, con los tradicionales <> y <>, y que sigue el ritmo con las palmas. Todas esas danzas se parecen; el extranjero, el no conocedor, dif?cilmente puede distinguir la diferencia que hay entre una y otra, la cual diferencia es de pasos y compases, con el ritmo m?s o menos precipitado o contenido.

Despu?s que han bailado, descienden boleras y flamencas a visitar a los consumidores en las mesitas, a hacer gastar lo m?s que se pueda, seg?n la consigna del due?o del caf?. Todas las que he visto son muy j?venes y bonitas, afeadas tan solamente por lo s?rdido de los vestidos. Hay una ni?a de trece a catorce a?os, portadora de monstruosas piernas postizas. Pregunto a un vecino qu? dice la liga contra la trata de blancas a este respecto, y me contesta que estas j?venes son, o por lo menos dicen que son, honestas. De mesa en mesa van trasegando manzanilla y m?s manzanilla, de mesa en mesa donde hay extranjeros o forasteros, porque los nativos conocen el juego y no se dejan explotar. Las caras de las muchachas, cubiertas de polvos y de afeites, exageradamente brochadas de rojo, a los resplandores de la luz el?ctrica toman reflejos extra?os, se ven en una verdad lamentable, con un aspecto cuasi grotesco, penoso y triste, en su fiesta, como en un cuadro de Zuloaga. Las infelices beben, beben, para volver a bailar y volver a beber. Las interpelan conocidos, de chaqueta o americana corta y sombrero cordob?s, les dicen groseras galanter?as, les murmuran proposiciones, se burlan de ellas, y, a veces, las insultan... El piano inicia de nuevo el son, y ellas, descaradas, bestiales, ingenuas, suben de nuevo a las tablas.

A ?l no le obligan a beber montilla ni manzanilla.

--?Por qu? te llaman <>?

--Porque zoy americano.

--?De d?nde?

--De Buenozaire.

--?Y te acuerdas de Buenozaire?

--No ze??.

--?Y cu?nto hace que viniste de all??

--Doze a?os.

?C?mo no haya venido en el vientre de su madre! Y vuelta otra vez a los bailes de las pobres muchachas pintarrajeadas, a los clamores desesperados de Jos? Beda <>, y a los tangos de la <>. Sale uno fastidiado, aburrido. Gautier y D'Amicis llegaron a estas tierras en tiempos mejores. Sus almas, ciertamente, no ten?an el veneno del Livor que mata a las generaciones de hoy; pero tambi?n las cosas de Espa?a eran distintas entonces. Imperaba la alegr?a de Fortuny. Hab?a diligencias, contrabandistas, mendigos pintorescos... Hoy ?stos abundan de todas layas... Y la vulgaridad utilitaria de la universal civilizaci?n lleva el desencanto sobre rieles o en autom?vil a todos los rincones del planeta. Si no fuesen las soberbias mujeres, el hechizo de la tierra, la dulzura del sol. Eso ayuda a la imaginaci?n y hace que aun se levanten castillos <>.

Esto me hace recordar otra cat?strofe reciente que tanta conmoci?n produjo; me refiero a la p?rdida del buque-escuela de la marina alemana que se despedaz? contra los escollos, a la vista de la poblaci?n malague?a. El barco hab?a salido fuera del puerto, a pesar de amenazar mal tiempo, a hacer algunos ejercicios. La tempestad se vino violentamente, y cuando el capit?n quiso entrar a ponerse en salvo, no pudo conseguirlo y el buque choc? contra las rocas. Todos miraban desde los murallones y desde la playa la muerte de tantos hombres, y, si se logr? salvar a algunos, grande fu? el n?mero de los que perecieron. Qui?nes se pudieron asir a cables o boyas, qui?nes lograron ganar la costa a nado, a pesar del fragor y fuerza de las olas enormes. Fu? aquel un d?a de luto para la escuadra alemana, para Alemania entera y su emperador. Y he podido ver en este aniversario las coronas que ornaron las tumbas de algunos de los que perecieron en el cementerio ingl?s de esta ciudad. La p?rdida de ese barco-escuela, como la del <> franc?s, es de esos golpes terribles que la ira del mar asesta sobre los pa?ses que conquistan su elemento con el poder de las escuadras, y la escuadra y la naci?n argentinas saben de esos duelos con recordar el solo nombre de la perdida <>.

Esto es m?s racional y m?s veros?mil por m?s que nada hay imposible si Dios lo quiere. Par?ceme que M?laga, pa?s en donde los gitanos dicen la buenaventura, lleno a?n de terrores medioevales como estaba, fu? posiblemente presa de una vasta autosugesti?n colectiva, d?as despu?s de la ruina de la capital lusitana.

He ido a ver en d?a de mar agitado la playa malague?a. El agua, que tantas veces ha mostrado a mis ojos su espejo de azules profundos y pac?ficos, ruge y se arquea y avanza hacia la tierra de manera tal, que bien se explica hayan padecido el legendario susto los que gritaban: <> Las espumas saltan sobre las macizas obras del puerto que aquel gran malague?o que se llam? D. Antonio C?novas del Castillo dej? a su ciudad nunca olvidada. Por el lado del faro la furia marina se manifiesta igual, y a lo largo de la v?a que se extiende hacia la parte de la Caleta. Hablando en poeta dir?a que la espuma de los briosos caballos de Neptuno, o la hirviente leche de los reba?os que <> sobre la revuelta superficie, o bien el agitado jab?n que mil colosales Nansicaas derraman de colosales artesas, llega alz?ndose, echando al aire saladas pulverizaciones, rompi?ndose en las piedras, hasta salpicar los jardines que en floridas mansiones hay para encanto de hidalgos, ricos o adinerados extranjeros.

He visto, a pesar de la mar brava, que los pescadores estaban sacando sus redes con gran trabajo. Me he acercado a ellos. Unos veinte hombres de cada lado tiraban, aprovechando la llegada de la ola, las cuerdas resistentes; y luego hac?an esfuerzos para que la vuelta del agua no les quitara lo ganado.

Poco a poco, bajo el sol y casi desnudos, hacen su tarea. A veces les ba?an los espumarajos; a veces les hace retroceder la potencia del agua, y se entierran hasta m?s arriba de los tobillos, encorvados con la cuerda del hombro. Y parece que el monstruo est? col?rico, sin raz?n, como la fatalidad, contra esos pobres trabajadores del mar. Porque las c?leras del mar son as?, como todas las cosas de la naturaleza, iguales para todos. La hormiga o el hombre, el acorazado o la lancha del pescador, son aplastados por la misma invisible mano, sorbidos por el mismo visible elemento, unidos en la destrucci?n, en la universal muerte. Thalasa no sabe si el rey loco la manda azotar, o si est?n all? los pies de ese otro rey para mojarlos o no. Ella vive en su misterio. Hace su eterna obra, cumple su destino infinito. Apenas si se comunica con los corazones que se acuerdan con la palpitaci?n del suyo, con las mentes de los so?adores y pensadores que se hunden en lo insondable del tiempo y del espacio, con los buzos de Dios.

La ronca mar sigue en sus vaivenes y en sus clamores furiosos, y los pescadores tiran de su <>. Un grito se?ala el momento de unir el empuje. Entre los que trabajan hay ancianos, hombres robustos, adolescentes dorados de sol, ni?os que est?n aprendiendo los oficios del agua y del viento. Un capataz vigila. A lo lejos se recortan en el lejano horizonte las velas latinas que andan aguas adentro. Los colores del agua cambian. Aqu? es el blanco l?cteo de las espumas, en seguida un gris verdoso, en seguida verdeoscuro, luego verdep?lido, luego azul. Y las voces del mar enojado son roncas, hondas, cuando se desploman los arcos de cristal y de ?mbar, alborotadas como de muchedumbre al saltar los ramilletes enormes, las cascadas espumosas, y con ruido de sedas, de papeles que se rozan, de condor que se arrastra, del aire entre los ramajes de pinos de un bosque.

Gracias a Dios. A pesar de la c?lera del mar, a pesar del ?mpetu de esas poderosas fuerzas, he aqu? que los pescadores han sacado por fin el <>, y m?s cargados de peces que otras ocasiones en que los he visto trabajar con viento propicio y Mediterr?neo en calma. La red ha tra?do un buen por qu? de calamares, sardinas, rojos salmonetes, peque?os y saltantes boquerones, un crecido, feo y amarillento pulpo. Los pescadores est?n contentos. Y me alejo pensando--asociaci?n de ideas--en Wells, en V?ctor Hugo y en N. S. Jesucristo.

?No hay quien me pegue un tirito en medio del coraz?n?

Un loco, o un enamorado novio, estaba all?, y sac? una pistola, y le peg? el tiro, en medio del coraz?n. Estos salvajes amorosos son as?. Anta?o no habr?a sido pistola, sino gum?a. Todos los poetas de estas regiones son dolorosos y excesivos, fatalistas, o violentos. Todos son amados del sol. Todos no: he aqu? uno amado de la luna...

Convalescente di squisitti mali...

The man that hath no music in himself, Nor is not mov'd with concord of sweet sounds, Is fit for treasons, stratagems, and spoils; The motions of his spirit are dull as night. And his affections dark as Erebus...

El valle tiene un ensue?o y un coraz?n; sue?a y sabe dar con su sue?o un son triste de flautas y de cantares,

hay flautas p?nicas, dulces flautas campesinas. ?Deliciosos romances!

R?o encantado, las ramas so?olientas de los sauces, en los remansos dormidos besan los claros cristales.

Y el cielo es pl?cido y dulce, un cielo bajo y flotante, que con su bruma de plata va acariciando los ?rboles.

Ese romance suena a la m?sica del divino G?ngora; y para nosotros, los americanos, a la m?sica de un rimador de encantos y de tristezas, de un adorable orfeo cubano, ha tiempo desaparecido. Esas notas las hemos o?do en las cuerdas que acariciaba la mano de Zenea. Escuchad a Jim?nez:

Llora el ?ngelus de oto?o la campana de la iglesia, un ?ngelus mustio, muerto entre la lluvia y la niebla.

Recordad a Zenea:

Baja Arturo al occidente Ba?ado en p?rpura regia Y al soplar el manso alisio Las eolias arpas suenan.

En todo el libro de Jim?nez hay una, dir?ase, sonrisa ps?quica, llena de la suavidad melanc?lica que da el anhelo de lo imposible, antigua enfermedad de so?ador. Los que hablan de un arte enfermo, juzgo que se equivocan. No hay arte enfermo, hay artistas enfermos; y en las almas es como en la naturaleza. Hay maneras de expresi?n que da el obscuro destino. Los antiguos no andaban errados cuando hablaban de la influencia de los astros. Hay maneras de expresi?n que da el obscuro destino, y no exij?is a una p?lida flor de lis que tenga los colores violentos de una rosa roja, ni modestia a la cola del pavo real, ni un solo de ruise?or al papagayo. El poeta nace, s?; todas las cosas naturales nacen; lo que no nace es lo artificial. As?, no pens?is en que Francis Jammes o Juan R. Jim?nez har?an mejor en pensar en el porvenir pol?tico de sus respectivas naciones, que en decir los sentimientos que brotan al calor apacible de sus dulces musas. No seas alegre, poeta, que naciste absolutamente amado de la tristeza, por tu tierra, por la morena y amadora y triste Andaluc?a; y porque tu sino te ha puesto al nacer un rayo lun?tico y visionario dentro del cerebro.

Hay en este libro vagas reminiscencias literarias; por ah? pasa, un momento, un enlutado misterioso semejante al de la estrofa mussetiana, el enlutado <>; suena uno que otro acorde de fiesta galante--?ntima, sin decoraci?n ni preciosismo--y se alzan, bajo la claridad lunar, los chorros de agua de Lelian, <>. Y Febe, aqu?; all?, m?s all?, siempre:

Las noches de luna tienen una lumbre de azucena, que inunda de paz el alma y de ensue?o la tristeza.

Yo no s? qu? hay en la luna que tanto calma y consuela, que da unos besos tan dulces a las almas que la besan.

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