Read Ebook: El libro rojo 1520-1867 Tomo II by Martinez De La Torre Rafael Mateos Juan A Juan Antonio Payno Manuel Riva Palacio Vicente
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EL LIBRO ROJO
DE VENTA
EL LIBRO ROJO
TOMO I
EL LIBRO ROJO
POR
Vicente Riva Palacio, Manuel Payno,
Juan A. Mateos
y Rafael Mart?nez de la Torre
AMPLIFICACIONES
ANGEL POLA
TOMO II
Asegurada la propiedad de esta obra conforme ? la ley
LA FAMILIA DONGO
Al conde G?lvez imitas, Pues enti?ndelo al rev?s, Que el conde libert? ? tres Y t? ? tres ? la horca citas.
Por renuncia de D. Manuel Flores fu? nombrado virrey de M?xico D. Juan Vicente G?emes Horcasitas y Aguayo, conde de Revillagigedo, segundo de este t?tulo, y muy conocido y popular hasta hoy entre los mexicanos, por las muchas y en?rgicas medidas que tom? para el arreglo de la administraci?n de la colonia, y por los excelentes reglamentos de polic?a que puso en planta, que subsisten actualmente, y que forman la base de las ordenanzas y de las disposiciones municipales.
Lleg? este c?lebre gobernante ? M?xico el 8 de Octubre de 1789, y ? poco se present? un suceso en que acredit? su actividad y su energ?a.
Viv?a en la casa n?m. 13 de la calle de Cordobanes un rico espa?ol, comerciante y propietario, llamado D. Joaqu?n Dongo. El d?a 24, ? las siete y tres cuartos de la ma?ana, se di? parte por el alcalde D. Agust?n Emparan de que la casa se hallaba abierta y tirado en el patio y nadando en su sangre el propietario de ella. Del reconocimiento judicial que se hizo, result? que once personas que compon?an la familia y criados, hab?an sido asesinadas de la manera m?s cruel y m?s violenta, pues todos ten?an numerosas heridas y los cr?neos hechos pedazos, y que faltaban veintid?s mil pesos que hab?an sido robados de las cajas.
El conde de Revillagigedo no durmi? desde el momento que tuvo noticia del crimen cometido, y dict? toda clase de providencias, aun las que menos se pensaba que podr?an dar un resultado satisfactorio. Un relojero de la calle de San Francisco observ? en la calle de Santa Clara que de dos personas decentes que platicaban, una de ellas ten?a una gota de sangre en la cinta del pelo; porque es menester recordar que entonces los hombres ten?an un peinado con trenzas entretejidas con cinta. D. Felipe Aldama, que era el que ten?a la mancha, fu? reducido ? prisi?n, y poco despu?s dos de sus amigos ?ntimos, D. Jos? Joaqu?n Blanco y D. Baltasar Quintero. Los tres eran personas decentes y aun nobles, como en esos tiempos se dec?a. El 7 de Noviembre, Blanco, Aldama y Quintero fueron ahorcados en un tablado tapizado de balleta negra, que se coloc? entre la puerta principal del palacio y la c?rcel de corte. Los machetes y varas de la justicia de que usaron para cometer el crimen, fueron quebradas por la mano del verdugo.
En un documento que se public? consta la narraci?n de este horrible crimen; y como no podr?amos a?adirle ni quitarle nada sin alterar la verdad hist?rica, le copiamos ? continuaci?n:
Entre cuantos ejemplares de excesos y delitos ha manifestado la experiencia desde la creaci?n y fundaci?n de esta imperial corte mexicana, no se ha experimentado otro m?s atroz, m?s alevoso ni m?s desproporcionado, as? por sus cualidades y circunstancias, como por las extraordinarias disposiciones de la ejecuci?n, que el que sucedi? la noche del d?a 23 de Octubre de 1789, en esta ciudad, en la calle de los Cordobanes, en la casa de uno de los republicanos de mejor nota, vecino honrado de este comercio, prior que fu? del real tribunal del consulado, D. Joaqu?n Dongo, por tres personas europeas, de noble y distinguido nacimiento, quienes en un proviso fueron la destrucci?n suya, y de toda su familia, sin reserva, limitaci?n ni excepci?n alguna, rob?ndoles su vida y hacienda con la mayor inhumanidad.
Es el caso, que el d?a subsecuente, s?bado 24, como ? las seis de la ma?ana, vi? un drag?n cerca de su cuartel, en el barrio de Tenexpa, un coche solo, sin quien lo dirigiese y cuidase; con el que dada cuenta ? su jefe le orden? ?ste solicitase ? su amo, y no faltando prontamente quien lo conociese, asegurando ser de Dongo, ni quien por grangear alguna d?diva ? gratificaci?n le pasase noticia, fu? un cochero cerca de las ocho ? particip?rselo ? Dongo; pero encontrando la puerta cerrada pas? ? la de la cochera, y empuj?ndola se le puso ? la primera vista el horrendo espect?culo de Dongo y sus criados cocidos ? pu?aladas, sembrados todos por el patio, con lo que retirado inmediatamente llev? por gratificaci?n aquel asombroso encuentro, que al instante comunic? al alcalde de barrio de aquel recinto, D. Ram?n Lazcano, quien instru?do de ello, pas? ? participarlo al Sr. D. Agust?n de Emparan, del consejo S. M., alcalde de corte de esta real audiencia, juez de provincia y del cuartel mayor n?mero 4.?, comprensivo ? dicha casa, quien con su notorio celo y eficacia, pas? inmediatamente, y por ante D. Rafael Luzero, secretario del oficio de c?mara m?s antiguo de esta real sala, procedieron respectivamente al m?s prolijo reconocimiento de los cad?veres, ? la f? de aquellas atroces heridas, y ? la m?s exacta observaci?n de cuantos indicios, fragmentos y resquicios pod?a ofrecer la contingencia para inferir luces al descubrimiento de los agresores.
Entrados en la casa por la cochera, se encontr? ? primera vista bajo la escalera del almac?n un xacastle de varias vituallas y trastos de camino, que seg?n se inform? era del indio correo, de la hacienda de Do?a Rosa, propia del difunto, que hab?a de haber salido aquella ma?ana; ? corta distancia un candelero de plata, ? la derecha se reconoci? el zagu?n, y la puerta principal que se hallaba cerrada con llave, y en el suelo unos cordeles delgados del mismo con que parec?a estar atados los porteros. M?s adelante, en la misma derecha, como ? distancia de dos varas de la escalera principal, estaba D. Joaqu?n Dongo, tirado en el suelo, envuelto en su capa y sombrero, con varias y atroces heridas, as? en la cabeza como en el pecho y manos, y de una de las cuales ten?a separados dos dedos enteramente; la del pecho penetrante hasta la espalda, y la cabeza abierta de medio en medio, sin hebillas, charreteras y relox. A sus pies el lacayo, reclinado ? la derecha, con fuert?simas heridas en la cabeza: dividido el cr?neo. En la covacha que est? bajo de dicha escalera, se vi? en medio de ella tirado boca abajo, atadas las manos por detr?s, al portero jubilado, que le llamaban el Inv?lido, revolcado en su sangre, con la cabeza igualmente destrozada. En la puerta de la bodega el cochero con iguales heridas. En el cuarto del portero actual, se hall? dentro al indio correo, tirado en la misma forma, con la oreja derecha separada, y destrozada la cabeza. A los pies de ?ste, el portero actual, con las manos atadas por detr?s, con igual n?mero y clase de heridas.
Reconocido el segundo patio, sus cuartos y caballerizas, y dem?s piezas interiores, no se encontr? novedad digna de reparo.
Pasado ? reconocer el entresuelo, se encontr? en la primera pieza un ba?l descerrajado ? abierto, del que faltaron cincuenta pesos ? D. Miguel Lanuza, cajero y sobrino de Dongo, seg?n ?ste expres? ?ltimamente. A la tercera se hall? en su cama desnudo ? D. Nicol?s Lanuza, padre de dicho cajero, con una fuerte herida, en la cabeza, la que igualmente le dividi? el craneo; otra en la cara hacia el lado derecho, otra en la mano derecha que en el todo ten?a separada, con otras varias de igual consideraci?n; el que estaba boca arriba con las piernas encogidas, con una escopeta en la cabecera, inclinada hacia abajo, en acci?n de que hab?a intentado usar de ella, y los calzones encima de la cama, como que los hab?a querido tomar de su pretina.
Entrando en el almac?n se encontraron de menos varios papeles de medias, y como nueve mil pesos que estaban en plata bajo del mostrador. La siguiente pieza se encontr? descerrajada, y aun quebrados los barrotes de la puerta; en medio de ella unos papeles quemados, los que seg?n se reconoci?, eran de marca, blancos, y una arca ? caja descerrajada, en que hab?a catorce mil pesos efectivos en plata, y encima de la mesa una vela de cera, que demostraba haberles servido ? los agresores en su empresa.
Habiendo subido ? las piezas principales y tomado el camino ? la derecha hacia el pasadizo de la cocina, se encontr? ? la puerta de ella ? la galopina tirada boca abajo, con la cabeza igualmente destrozada, en grado que los sesos se hallaban por el suelo y los cabellos esparcidos, tan bien cortados que parec?a haber sido con tijeras.
En la cocina estaba la cocinera boca arriba, con la cara y cabeza destrozada. Entrando para las piezas principales, se hall? en la anteasistencia ? la lavandera, tirada en la misma forma, con dos heridas penetrantes en la espalda, otra en el brazo derecho, quebrado y dividido el hueso, y varias en la cabeza. En la asistencia se encontr? ? la ama de llaves en la misma disposici?n, en el estrado, y con la misma especie de heridas en la cabeza y brazos. En la siguiente pieza, que es la rec?mara, se hall? descerrajado el ropero y un ba?l de carey y concha grande. En las salas de recibir no se encontr? novedad en el ajuar, que era de plata, ni en la labrada que andaba suelta. En el gabinete del difunto se encontraron descerrajados dos cofres, y en el suelo algunos g?neros y calcetas nuevas. Una escriban?a abierta con una gaveta menos que se encontr? encima del mostrador del almac?n. Reconocida la azotea y dem?s interiores de los altos, no se encontr? m?s novedad que unas gotas de sangre en la escalera que sub?a ? ella, que se supone ser de los sables ensangrentados con que subir?an ? registrarla, recelosos de no haber sido vistos ? sentidos, y asegurarse m?s para su intento.
En este mismo acto procedieron de orden de su se?or?a los maestros profesores en cirug?a D. Jos? Vera y D. Manuel Revillas, ? la inspecci?n y reconocimiento pr?ctico de los cad?veres con la mayor prolijidad y esmero.
Evacuada esta diligencia, mand? su se?or?a se pasasen los cad?veres de los criados ? la real c?rcel de corte, donde fueron conducidos en tablas y escaleras, por medio de los comisarios de su se?or?a, ? lo que fu? indecible el numeroso concurso que asisti? quedando en la casa Dongo y D. Nicol?s Lanuza, los que ? la noche pasaron ? la iglesia del convento de Santo Domingo, donde al d?a siguiente por la tarde se sepultaron, con asistencia de dos de sus agresores .
Inmediatamente se provey? auto cabeza de proceso, dict?ndose las providencias m?s severas y rigurosas ?rdenes, expidi?ndose en el acto las cordilleras correspondientes, hasta para caminos extraviados, previni?ndose en ellas las reglas y m?todo con que deb?an manejarse los respectivos justicias del Departamento ? que se dirig?an para su puntual observancia; oficio al capit?n de la Acordada para la solicitud y aprehensi?n de los que pudiesen descubrirse culpados: ?rdenes ? los capitanes de la sala, para que previniesen en todas las garitas lo conducente, por si pasase ? hubiese pasado alguno ? algunos fugitivos con carga ? sin ella, los que aprendiesen y dieran cuenta, como de cualesquiera ocurrencia ? indicio ? presunci?n que se advirtiese, con otras var?as al caso conducentes. A los hospitales, por si ocurriese alg?n herido. A los mesones, para tomar raz?n individualmente de los que estaban posando, qui?nes, de d?nde, con qu? fin y destino se hallaban en esta ciudad, si la noche del suceso hab?an salido, ? qued?dose fuera alguno de ellos. Al cuartel de dragones, por los soldados que hubiesen faltado la misma noche. A los plateros con la muestra semejante ? la de las hebillas que faltaban al difunto, por si ocurriesen ? venderlas ? tasarlas. Al Baratillo y Pari?n por lo que pudiese importar. A las concurrencias p?blicas y dem?s diversiones, por las luces que pudieran producir. A los alcaldes de barrio y sus comisarios, para que por su parte practicasen las m?s vivas y exactas diligencias. A los dem?s justicias del distrito, con otras muchas que no tienen n?mero ni ponderaci?n.
No cesando el infatigable celo de su se?or?a, con cuantos arbitrios le dict? la prudencia, procedi?, ? consecuencia de lo determinado, ? la pesquisa, examinando ? los que dieron cuenta del suceso, ? los vecinos, y cuantos se consideraron ?tiles ? la calificaci?n y descubrimiento de los homicidas.
En este acto se provey? auto para entregar las llaves ? D. Miguel Lanuza y D. Francisco Quintero, de esta vecindad y comercio, ? quien se nombr? de depositario con las debidas formalidades: se sac? el testamento, que se entreg? ? la parte de la ilustre cofrad?a de Nuestra Se?ora del Rosario, para que procediese ? poner en ejecuci?n las disposiciones del testador, como su albacea y heredera, y que corriesen los inventarios por cuerda separada, como asunto civil ? incompatible ? esta pesquisa.
En el siguiente domingo 25 se examinaron ? cuantos amoladores fueron habidos, por las armas que hubiesen amolado. A los cirujanos que se encontraron, por los heridos que hubiesen curado. A los vecinos de por Santa Ana y calle de Santa Catarina M?rtir, sobre un coche que se dec?a haber pasado la misma noche y hora del suceso, con precipitaci?n, y no consigui?ndose otra cosa que un mar de confusiones; sin embargo, se continuaron haciendo much?simas extraordinarias en ronda, registrando accesorias sospechosas, cateando casas, vigilando concurrencias, vinater?as y dem?s parajes de esta clase, hasta que en este c?mulo de confusiones, en que el p?blico y su se?or?a se hallaban, di? Dios ? luz, por un vehemente indicio, ? uno de los agresores.
El lunes 26 del mismo ocurri? ? su se?or?a cierta persona de distinci?n, denunci?ndole privadamente: Que el s?bado anterior, yendo por el cementerio de Santa Clara, como ? las tres y media de la tarde, se puso ? parlar con un amigo, y que ? corta distancia estaba igualmente parado en conversaci?n D. Ram?n Blasio, con una persona que no conoci?, ? quien le advirti? en la cinta del pelo una gota de sangre, que a?n la conservaba fresca en aquel acto, y vacilando sobre esto, por si acaso pudiese ser alguno de los delincuentes, lo hab?a consultado con personas de juicio y prudencia, con cuyo acuerdo lo participaba ? su se?or?a.
Algunos dicen que iba con Aldama para que entregara ? Blanco por querella de su t?a, y otros que iba ? catearles la casa por algunos indicios que ten?a sobre este particular.
El martes 27, ? las siete y media de la ma?ana, pas? su se?or?a ? la real c?rcel, donde habiendo puesto entre otros reos decentes, en una pieza reservada al citado Aldama, hizo entrar al denunciante para identificar la persona, quien al punto lo conoci? y entresac? de todos.
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Para la justificaci?n de si hab?a dormido el viernes en su casa con Blanco, hizo su se?or?a comparecer ? la criada cocinera de Aldama y ? su hermana Mar?a Guadalupe Aguiar, quienes preguntadas si conoc?an ? Blanco dijeron que con motivo de visitar ? su amo lo conoc?an; el que hab?a dormido el s?bado y domingo de la semana anterior en su casa. Que su amo Aldama estaba pronto ? sus horas, en especial de noche; que la del viernes no sali?, y ? pedimento de ellas hab?a estado tocando en flauta hasta muy tarde que se durmieron. Que el s?bado se recogi? temprano y que el domingo en la noche se hab?a ido ? la comedia.
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El d?a siguiente 28, se provey? auto para el embargo de la hacienda de Do?a Rosa, y comparecencia de su administrador en esta ciudad, cuyo despacho se expidi? por la estafeta del d?a.
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En vista de tan claras y manifiestas contradicciones, le tom? su se?or?a la espada, y lo mand? aprehender por medio de un piquete de soldados que ten?a prevenidos, quienes habi?ndolo atado le registraron las faldriqueras, y le encontraron veinte pesos en un pa?uelo: con este hecho lo bajaron p?blicamente como ? las diez del d?a ? la real c?rcel de corte, y en seguida su se?or?a,
< < En este estado se suspendi? la diligencia. Inmediatamente el se?or juez, en vista de las contradicciones de Quintero, de las mutaciones que le advirti? en el semblante y la ambig?edad con que declaraba y se retractaba. En seguida mand? se reconociera la accesoria en que hab?a vivido y el cuarto que en la actualidad ten?a interior. Pasado inmediatamente su se?or?a y el escribano actuario, acompa?ados del capit?n Elizalde y los comisarios extraordinarios de su asistencia; se reconoci? la puerta de la accesoria que estaba manchada de sangre, asegurando los reos no haber habido motivo para que la hubiese, pues ninguno sali? herido ni llevaron cosa que la manchara, y abierta ?sta, se encontr? descombrada sin trasto alguno, y levant?ndose ? mano derecha al pie de la ventana la primera viga, se percibieron las talegas, y levantadas todas, se hallaron 21,634 pesos un real efectivos, inclusos ochenta que hab?a con otra porci?n en un pa?uelo. Un envoltorio en otro pa?uelo con siete pares de medias de seda, cuatro pares de calcetas, cuatro camisas, una usada y tres nuevas, y una pieza de saya-saya carmes?; en una bolsita de mecate se hallaron las hebillas y charreteras del difunto, dos rosarios y un reloj de plata antiguo, lo que, sacado p?blicamente, se pas? ? reconocer el cuarto interior y levantando sus vigas, no se encontr? novedad alguna debajo de ellas; pero s? en la ropa, pues se encontr? un chup?n rociado de sangre, dos sombreros manchados de lo mismo, que despu?s se verific? ser uno de Quintero y el otro de Blanco; tras de la puerta, ? mano derecha, estaba una tranca gruesa con muchas se?ales de tajarrazos con machete ? sable amolado, como que en ella hab?an hecho experiencia y prueba de su corte ? fortaleza. Un belduque bajo un colch?n. Todo lo cual se condujo en un carro al real palacio, custodiado de soldados, con m?s, unas medias de color gris ensangrentadas que estaban debajo de las vigas de la accesoria; y deposit?ndose en cajas reales el dinero, lo dem?s se pas? ? la sala de justicia para el reconocimiento y convencimiento de los reos, ? quienes al instante se les puso un par de grillos m?s. Como ? las cuatro y media de la tarde del mismo jueves se procedi? ? tomar confesi?n ? los reos, previo el auto correspondiente, que se provey?, y nombramiento de curador ? Blanco por ser menor, el que se hizo en D. Jos? Fern?ndez de C?rdoba, procurador del n?mero de esta real audiencia. Habi?ndose hecho inmediatamente comparecer ? Aldama, puesto ante su se?or?a con un semblante modesto y compasivo, tir? la vista hacia todos, y con un tierno suspiro, dijo: se?or; ya ha llegado el d?a de decir las verdades; y compungido con l?grimas del coraz?n, signific? que la fragilidad y la miseria humana lo hab?an conducido ? tan horrendo sacrificio, estimulado de su necesidad, ya violentado y estrechado de sus acreedores, ya de sus escaseces, tan extraordinarias, y ya de lo principal, que fu? su triste y desgraciada suerte; y pues para Dios no hab?a cosa oculta, y era su voluntad pagase sus atroces delitos, estaba pronto ? declarar cuanto ocurri? en el caso.
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