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Read Ebook: Ranchos (Costumbres del Campo) by Viana Javier De

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Ebook has 166 lines and 7645 words, and 4 pages

El viejo gaucho nos mir? con expresi?n de asombro y respondi? sin asomo de iron?a:

--?C?mo pa qu? sirve?... ?Y las votaciones qui?n las iba hacer?...

--?Lindo pueblo!

--Lindazo; aqu? tuitos viven y los que tienen habelid? viven bien.

--?Y usted de qu? vive?

--?Yo?... Yo tengo m?s habelid? que ninguno... sacando el pulpero, se entiende...

--No comprendo qu? negocios puede hacer el pulpero con gentes que no tienen nada ni trabajan en nada.

--Que no tenemos nada, es verd?; pero trabajar, trabajamos, y le vendemos cueros, cerda, plumas de ?and? y de cuando en cuando una puntita'e ganao.

--?Y de d?nde sacan todo eso?

--?De donde haiga, pues!... ?Pucha que hab?a sido lerdo!...

LANZA SECA

Profundamente abatido, Ponciano resisti? a?n:

--?No Nerea!... Eso no; ?pa qu? comprometerme al ?udo?... ?Ten?s ganas de comer una ternera gorda?... Yo tengo muchas en mi rodeo y no vi? dir a carniar la ternerita blanca del vasco Anselmo, exponi?ndome a un disgusto...

--?Comprasel?!

--Ya te dije que no quiere venderla.

--Robasel?, entonces...

Y luego, con esa expresi?n de insolente fiereza que s?lo saben tener las mujeres, exclam?:

--?No ha de ser el primer zorro que desoll?s!...

La bofetada hizo empurpurar sus flacas mejillas tostadas por todos los soles estivales y por todas las heladas invernales. Pero la pasi?n, una pasi?n casi senil, le mane? la voluntad y el orgullo. Guard? silencio.

Envalentonada, la china impuso:

--Ya sab?s: el lunes que viene, de aqu? cinco d?as, es mi santo, y yo quiero festejarlo comiendo la ternerita blanca del vasco Anselmo.

Ponciano se despidi? contristado, sin aventurar una respuesta. En el momento de montar a caballo, ella insisti?:

--Si el lunes no ven?s con la ternera, es al ?udo que veng?s...

Era ?l un gaucho alto y flaco, que parec?a m?s alto y m?s flaco debido a la eterna vestimenta negra. Ten?a una cabeza perfectamente ?rabe; denegridos el pelo, la barba y los ojos; aguile?a y afilada la nariz; salientes los p?mulos, hundidas las quijadas, obscura la tez, finos los labios, blanqu?simos los dientes.

Su flacura le hab?a valido el mote generalizado de <> y pasaba en el pago por un personaje misterioso.

Su oficio era el de acarreador de ganado para invernadas y saladeros, y ten?a gran cr?dito debido a su pericia y a su honradez.

En los veinte a?os que llevaba trabajando en el pago, nadie hab?a tenido de ?l la m?s m?nima queja.

Empero exist?an varias circunstancias de su vida que obligaban al comentario. Lanza seca hab?a ca?do al norte entrerriano sin m?s haberes que un buen flete, un apero plateado y algunos patacones en el cinto.

Todos ignoraban qui?n era y de d?nde ven?a, y las averiguaciones en ese sentido siempre fueron infructuosas.

Ponciano era un hombre callado y que rehu?a el trato con todos. Sin embargo, cuando le hablaban, mostr?base siempre humilde.

Quit?base el sombrero, bajaba los ojos y respond?a, con una voz suave y finita:

S?, se?or... No, se?or.

Pero nada m?s.

Por otra pare, en determinadas ?pocas del a?o, cuando cesaba su trabajo de tropero, desaparec?a. Nadie supo nunca d?nde iba ni a qu? ocupaciones se dedicaba; pero es el caso que <>, el infeliz Ponciano, lleg? a ser propietario de dos leguas de campo pobladas con hacienda flor, lo cual no le impidi? continuar ejerciendo su oficio de tropero y su misma vida modesta y misteriosa.

A pesar de ser un hombre a lo sumo de cuarenta y cinco a?os, no se le conoc?a una sola amistad femenina, del mismo modo que no se le conoc?a ning?n vicio. Era un ser sombr?o; uno de esos seres que parecen vivir sin objeto.

La realidad era otra.

Por mucho tiempo, la existencia de <> tuvo por fin ?nico enriquecerse. Con su humildad hip?crita, con su insignificancia aparente, con su honradez visible, era en el fondo un taimado, un pillo habilidoso sediento de placeres, pero dotado de una voluntad f?rrea que le permit?a contenerse y disimular siempre sus vicios.

Sin embargo, lo inevitable lleg? al fin. Nerea, una chinita de diez y seis a?os, hija de matreros, cuya choza se ocultaba entre los ?andubaysales de Montiel, logr? vencer su ego?smo y convertirlo en su esclavo. Si no se hab?a instalado en la estancia, si no se hab?a hecho legalizar como esposa, es porque aquella alma ch?cara y aquel cuerpo libertino, no pod?an decidirse al abandono del salvajismo montaraz y a los fugitivos y ardientes amores de las fieras que pasan.

Ponciano hab?a rogado vanamente muchas veces:

--Ven?; ?yo soy rico y tuito lo marcado con mi marca ser? tuyo y vos ser?s la reina del pago!...

Y ella respond?a:

--Cuando sea m?s luego, y encomiense a desnudarse el d?a, and? a la orilla el arroyo y cantale ese estilo a la madre 'el agua...

--Yo ti aseguro que ser?s feliz, siendo s?lo m?a...

--?Pu'?hi se quiebra el palo!... Chancho montar?s no engorda en chiquero...

Siempre fu? in?til el ruego, y Lanza seca sent?ase, sin embargo, cada vez m?s esclavizado por la bella y perversa flor de la ?spera tierra de los matreros.

Se somet?a a todo, pero aquel capricho era exhorbitante. No es que su conciencia sintiese mayores escr?pulos. Como lo hab?a dicho Nerea, no ser?a el primer zorro que desollase. Pero sus cochiner?as las efectuaba all?, en el Paraguay, en el Uruguay, en el Brasil, donde no se llamaba Ponciano Su?rez. ?Pero all?, en Montiel, donde gozaba de envidiable reputaci?n de honradez!... ?Y meterse con el vasco Anselmo que de tiempo atr?s lo ven?a sospechando!...

Lleg? rabioso a su estancia. Lleg? tarde. Desprendi? del gancho una paleta de oveja, aviv? el fuego, la as? y empez? a comerla vorazmente sin preocuparse de Ca?n, su perro fiel, que lo miraba con unos ojos que iban entristeci?ndose a medida que se iba concluyendo la carne.

Ponciano puso la paletilla pelada sobre una alhacena, y ya con la barriga llena se fu? a dormir. Ca?n qued? solo en la cocina, solo y con hambre de dos d?as. Reflexion? largo rato, midiendo virtualmente la altura de la alhacena calculando si valdr?a la pena exponerse a un porrazo por un hueso pelado. El hambre pudo m?s que la prudencia. Di? un brinco formidable y se encontr? encima del mueble.

?Sorpresa!... Desde all?, su hocico alcanzaba sin dificultad al gancho donde quedaba medio costillar de oveja.

--Suceda lo qu'el patr?n quiera--pens? Ca?n y le mene? diente al costillar.

Y sucedi? algo mucho peor de lo que esperaba el perro. Lanza seca, que no hab?a podido dormir en toda la noche, se levant? de madrugada, cuando los peones dorm?an a?n, se fu? a la cocina, hizo fuego y se dispuso a desayunarse con el costillar de oveja.

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