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Read Ebook: Sinners and Saints A Tour Across the States and Round Them with Three Months Among the Mormons by Robinson Phil

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Ebook has 5671 lines and 104748 words, and 114 pages

EL COCINERO

SU MAJESTAD

POR

D. MANUEL FERNANDEZ Y GONZALEZ

EDICI?N ILUSTRADA CON GRABADOS

MADRID

LIBRER?A DE F. FE

PUERTA DEL SOL, 15 1907

ES PROPIEDAD.

Imp. de A. Marzo, San Hermenegildo, 32 dupdo.--Tel?fono 1.977.

INDICE

TOMO PRIMERO

I De lo que aconteci? ? un sobrino por no encontrar ? tiempo ? su t?o

II Interioridades reales

IV Enredo sobre mara?a

V ?Sin dinero y sin camisas!

VI Por qu? el t?o daba de comer de aquella manera al sobrino

X De c?mo don Francisco de Quevedo encontr? en una nueva aventura, el hilo de un enredo endiablado

XX De c?mo el t?o Manolillo hizo que do?a Clara Soldevilla pensase mucho y acabase por tener celos

XXX De c?mo hizo sus pruebas de valiente por ante la gente brava, Juan Monti?o

TOMO SEGUNDO

XL De c?mo el noble bastardo se crey? presa de un sue?o

XLI De c?mo Quevedo se qued? ? su vez sin entender al rey

XLII De c?mo don Juan T?llez Gir?n se encontr? m?s vivo que nunca cuando m?s pensaba en morir

XLIV Lo que se puede hacer en dos horas con mucho dinero

XLV En que el autor presenta, porque no ha podido presentarle antes, un nuevo personaje

XLVI De c?mo la Providencia empezaba ? castigar ? los bribones

L De c?mo don Francisco de Quevedo quiso dar punto ? uno de sus asuntos

LI En que encontramos de nuevo al h?roe de nuestro cuento

LII De c?mo empez? ? ser otro el cocinero mayor

LIV C?mo saben mentir las mujeres

LV Quevedo visto por uno de sus lados

LVI En que el autor retrocede para contar lo que no ha contado antes

LX Lo que hace por su amor una mujer

LXX En que se ennegrece gravemente al car?cter del t?o Manolillo

LXXX De c?mo el inter?s ajeno influy? en la situaci?n de Quevedo

CAP?TULO PRIMERO

DE LO QUE ACONTECI? ? UN SOBRINO POR NO ENCONTRAR ? TIEMPO ? SU T?O

A punto que el sol transpon?a en una nublada y lluviosa tarde de invierno, atravesaba la famosa puente Segoviana, en direcci?n al ya pr?ximo Madrid, un cuartago enorme que llevaba sobre su afilado lomo una silla de monstruosas dimensiones, y sobre la silla, un jinete en cuyo bulto s?lo se ve?an un sombrero gacho de color gris, calado hasta las cejas, una capa parda rebozada hasta el sombrero, y dos robustas piernas cubiertas por unas botas de gamuza de su color, adem?s del extremo de una larga espada, que asomaba al costado izquierdo bajo la plegadura de la capa.

El caballo llevaba la cabeza baja y las orejas ca?das, y el jinete encorvado el cuerpo, como replegado en s? mismo, y la ancha ala del sombrero doblegada y empapada por la lluvia que ven?a de trav?s impulsada por un fuerte viento Norte.

Afortunadamente para el amor propio del jinete, nadie hab?a en el puente que pudiera reparar en la extra?a catadura de su caballo, ni en su paso lento y trabajoso, ni en su acompasado cojear de la mano derecha: la lluvia y el fr?o hab?an alejado los vagos y los pillastres, concurrentes asiduos en otras ocasiones ? los juegos de bolos y ? las palestrillas de la Tela; las lavanderas hab?an abandonado el r?o, que, dejando de ser por un momento el humilde y lloroso Manzanares de ordinario, arrastraba con estruendo las turbias olas de su crecida, y en raz?n ? la soledad, estaban cerradas las puertas de las tabernillas y figones situados ? la entrada y ? la salida del puente.

Era el tal bicho , una especie de colosal armaz?n de huesos que se dejaban apreciar y contar bajo una piel ra?da en partes, encallecida en otras, de color indefinible entre negro y gris, desprovista de cola y de crines, peladas las orejas, torcidas las patas, largo y estrecho el cuerpo, y largu?simo y ?rido el cuello, ? cuyo extremo se balanceaba una cabeza afilada de figura de martillo, y en la que se descubr?a ? tiro de ballesta la expresi?n dolorosa de la vejez resignada al infortunio.

Representaos seis ca?as viejas casi de igual longitud, componiendo un pescuezo, un cuerpo y cuatro patas, y tendr?is una idea muy aproximada de nuestro buc?falo que all? en sus tiempos, veinte a?os antes, debi? ser un excelente bicho, atendidas su descomunal alzada y otras cualidades fisiol?gicas que ? duras penas pod?an deducirse por lo que quedaba ? aquella ruina viviente, ? aquella especie de espectro, ? aquella v?ctima de la tiran?a humana que as? explota la existencia y los elementos productores de los seres ? quienes domina.

Desesper?base el jinete con la lenta marcha de su cabalgadura, con su cojear y con su abatimiento, y de vez en cuando pronunciaba una palabra impaciente, y arrimaba un inhumano espolazo al jaco, que, al sentir la punta, se paraba, se estremec?a, lanzaba como protesta un gemido lastimero, y luego, como sacando fuerzas de flaqueza, emprend?a una especie de trotecillo, verdadero atrevimiento de la vejez, que duraba algunos pasos, viniendo ? parar en la marcha lenta y dif?cil de antes, y en el acompasado y marcad?simo cojeo.

No sabemos ? qui?n deb?a tenerse m?s l?stima: si al caballo que llevaba aquel jinete ? al jinete que era llevado por tal caballo.

El aspecto que presentaba entonces Madrid desde el puente de Segovia, poco m?s ? menos, semejante al que presenta hoy, no era lo m?s ? prop?sito para dar una idea de la extensi?n y de la importancia de la corte de las Espa?as; ve?anse ?nicamente dos colinas orladas por unos viejos muros, con algunas torres chatas, y sobre estas torres y estos muros, ? la derecha el convento y las Vistillas de San Francisco; ? la izquierda el alc?zar y el cubo de la Almudena, y entre estas dos colinas el arrabal y la calle y puerta de Segovia, vi?ndose adem?s hacia la izquierda y debajo del alc?zar el portillo y la puerta de la Vega.

A??dase ? esta vista pobre y ?rida, lo escabroso y desigual del espacio comprendido entre el puente de Segovia y los muros; los muladares, las zanjas y las hondonadas de aquel terreno formado por escombros; la luz triste que se desplomaba de un celaje de color de plomo sobre todo aquello, y se tendr? una idea de la impresi?n triste y desfavorable que debi? causar la vista de Madrid en el viajero, que ? todas luces iba por primera vez ? la corte, en vista de la irresoluci?n de que di? marcadas muestras acerca de la direcci?n que deb?a seguir para entrar en la villa, cuando ya fuera del puente, se encontr? cerca de los muros.

Fij?se, al fin, decididamente su vista en el alc?zar y luego en la puerta de la Vega, revolvi? su caballo hacia la izquierda, y acometi? la ardua empresa de salvar las escabrosidades y la pendiente de la agria cuesta.

Al fin, aqu? tropiezo, all? me paro, acull? vacilo, el anciano jaco logr? pasar la puerta de la Vega; enderez?se un tanto, animado, sin duda, por el olor de las cercanas caballerizas reales, y acaso por resultado de ese amor propio de que continuamente dan claras muestras de no estar desprovistos los animales, disimul? cuanto pudo su cojera, y sigui? sosteniendo un laudable esfuerzo en un mediano paso, adelantando por la plazuela del Postigo y la calle de Pomar, hasta un arco que daba entrada ? las caballerizas del rey, y donde, mal de su grado, hubo de detenerse el forastero, ? la voz de un centinela tudesco queh a stately decorum

--Y d?game uc?, se?or soldado--dijo con impaciencia el jinete--, ?por qu? no puedo seguir adelante?

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