bell notificationshomepageloginedit profileclubsdmBox

Read Ebook: La Isabelina by Baroja P O

More about this book

Font size:

Background color:

Text color:

Add to tbrJar First Page Next Page

Ebook has 2015 lines and 53857 words, and 41 pages

a. ?Qu? bien se guisaba en aquella casa! ?Qu? merluzas, qu? angulas, qu? perdices rellenas he comido all?! Ante unas comidas como aqu?llas, ?qu? quiere usted, amigo m?o?, yo era un hombre al agua.

Hay perfecciones da?osas, perjudiciales. Una persona de olfato muy fino, poco a poco, sin quererlo, se hace antisocial y enemigo de la plebe; un gastr?nomo, un hombre de paladar refinado, pierde, a veces, la dignidad y los principios por una buena comida... Pero divago, y no quiero divagar.

A principios de 1833, todos los liberales se prepararon para entrar en Espa?a. Como yo ten?a en Bayona mis relaciones entre ellos, vi con tristeza que se marchaban.

A mediados de febrero encontr? a Aviraneta en la calle y me pregunt?:

--Usted, ?qu? va a hacer?

--Me voy a quedar aqu?. Aqu? solamente cuento con medios de vida. No tengo dinero para ir a Espa?a.

--Por eso no se preocupe usted--me dijo--. Si quiere usted entrar en Espa?a, venga usted. Yo tengo alg?n dinero y voy en compa??a de mi primo Joaqu?n Errazu, que es un millonario mejicano. Este, si usted quiere, le pagar? su viaje a Madrid. Para ?l es una bicoca.

Aviraneta me present? a Errazu. Errazu me tom? por liberal y dijo que un hombre tan ilustrado y de ideas tan progresivas como yo era necesario en la patria, y que ?l, por su parte, con verdadero placer sufragar?a mis gastos hasta que encontrara una colocaci?n en Espa?a.

Pas? por liberal a la fuerza.

Por entonces, en la frontera de Espa?a se hallaba establecido el cord?n sanitario, y a los viajeros que intentaban entrar en la Pen?nsula se les obligaba a una cuarentena rigurosa en el lazareto establecido en el puente del Bidasoa.

Salimos de Bayona en compa??a de Errazu y de su criado, y, al llegar a San Juan de Luz, Aviraneta dispuso que nos embarc?ramos en una escampav?a, en el puerto de Socoa, y nos dirigi?ramos a San Sebasti?n. Fuimos en la barca nosotros cuatro y un se?or enfermo que viajaba con su mujer y su sobrino. Este se?or, don Narciso Ruiz de Herrera, hab?a sido embajador en Roma. Le acompa?aba su mujer, do?a Celia, que por la edad pod?a ser su hija, y el sobrino de don Narciso, un capit?n de caballer?a, Francisco Ruiz de Gamboa, a quien luego llamamos siempre Paquito Gamboa.

Llegamos a San Sebasti?n, ingresamos en el lazareto, fuera de la muralla, en el cual no hab?a nadie, pasamos unos d?as muy divertidos, y, conclu?da la cuarentena, entramos en la ciudad.

El se?or Errazu fu? llamado a Ir?n por sus parientes, y como Aviraneta ten?a prisa para ir a Madrid, tomamos los dos la diligencia.

Aviraneta aseguraba que su prop?sito en la corte era hacer gestiones para reingresar en el ej?rcito; yo me figuraba si tendr?a otros planes revolucionarios.

Llegamos a la corte; don Eugenio fu? a vivir a casa de su hermana, a la calle del Lobo, y yo, a una de hu?spedes de la calle de Cervantes.

Al llegar a Madrid fu? a visitar a don Sebasti?n Mi?ano, que me proporcion? varias cartas de recomendaci?n para personas influyentes, y no encontr? m?s que un trabajo mezquino de traducciones de noveluchas francesas del vizconde de Arlincourt y de otros autores por el estilo.

Mientrastanto, Aviraneta subven?a a mis necesidades, y yo, la verdad, me encontraba a mis anchas. Madrid, pueblo que no conoc?a, era un lugar?n destartalado y feo, pero muy pintoresco y divertido. Iba a los caf?s, recorr?a los puestos de libros viejos, hablaba en los corrillos de la Puerta del Sol y de San Felipe, me enteraba de una porci?n de cosas que ignoraba. Toda aquella gente, la que m?s bull?a ten?a su misterio en la pol?tica y algo que ocultar. Qui?n hab?a servido al rey Jos?, qui?n hab?a estado en Am?rica de traidor contra Espa?a; otros pod?an dividir su vida en un per?odo absolutista y otro liberal. Aquello era un Carnaval. En ning?n sitio pod?a aplicarse mejor la frase de Goya, un pintor sordo que conoc? aqu? en Burdeos, que hizo una estampa de gente con careta, y puso al pie la leyenda: <>.

Hab?a por entonces una gran inseguridad en el origen de la mayor?a de las personas conocidas; daba la impresi?n de que no se pod?a rascar mucho en la vida de la gente sin encontrar algo feo.

Todo el mundo era pretendiente a un destino, a un estanco, a una pensi?n, y por cada destino hab?a cientos que lo solicitaban; se llamaba en broma a algunos aspirantes a pretendientes.

Yo tambi?n era aspirante, pues aunque don Eugenio segu?a coste?ndome los gastos, quer?a independizarme lo m?s pronto posible.

En esto el padre Chamizo sinti? que la nube de sue?o que le ven?a encima era cada vez mayor, y balbuce?:

--Mi querido... se?or Legu?a... Creo la verdad, que he bebido demasiado...; tome usted el cuadernito ?ste, donde est?n mis notas... y haga usted lo que quiera con ?l... Me lo devuelve... o no me lo devuelve... Ahora me voy a dormir... porque no puedo m?s.

Legu?a llam? al camarero y le mostr? a Chamizo, que dorm?a.

--?Qu? se puede hacer con ?l?--le pregunt?.

--Se le puede subir al hotel y echarle en la cama.

--Eso es. Muy bien.

Entre dos mozos cogieron a Chamizo como si fuera un saco y se lo llevaron. Legu?a pag? la cuenta y se march? a su casa. Las notas del ex fraile le sirvieron de base para escribir este libro.

LA CASA DEL JARD?N

EL a?o 1833, el cuartel de la Monta?a del Pr?ncipe P?o, de Madrid, no estaba edificado a?n, y el cerro que ocupa en la actualidad, con sus alrededores, formaba parte del Real Sitio de la Florida.

Esta posesi?n era muy extensa; se hallaba rodeada de una tapia de doce pies de altura, constru?da de cal y canto, con machones intercalados de ladrillo, y ten?a para su comunicaci?n con la villa cuatro puertas: una, la principal, que daba frente a las Caballerizas; otra, al cuartel de San Gil; la tercera, a la cuesta de San Vicente, y la m?s lejana, que comunicaba con el descampado de San Antonio de la Florida.

Por dentro, la casa ten?a grandes salones de paredes pintadas con paisajes y guirnaldas, y los techos, llenos de amorcillos, y una galer?a de madera con los barrotes carcomidos por el sol y la lluvia.

La Casa del Jard?n se hallaba desde hac?a mucho tiempo abandonada, y sus grandes salas serv?an de guardamuebles y de graneros. Unicamente en un pabell?n, adosado a una de las esquinas, viv?a un domador de caballos con su mujer y dos chicos.

En la primavera de 1833, dos mozos hortelanos entraron una ma?ana en la Casa del Jard?n, desocuparon una sala y un gabinete que daban a la galer?a, llevando los muebles amontonados all? al desv?n, y limpiaron los suelos; pocos d?as despu?s un inquilino fu? a vivir a la casa r?stica. Era un joven demacrado, con aire de convaleciente de una enfermedad, flaco hasta v?rsele los huesos, con las orejas que se le transparentaban a la luz. Este joven p?lido ten?a los ojos azules, el pelo rubio y el tipo elegante. El joven deb?a tener influencia sobre el mayordomo de Palacio, pues hizo que le dejaran entrar en las habitaciones cerradas y eligi? varios muebles, que mand? llevar a la sala y al gabinete de que se hab?a apoderado.

Eran estos dos salones hermosos; uno de ellos con una gran ventana que daba hacia el Campo del Moro; el otro, con una galer?a, desde donde se divisaba la Casa de Campo y el Pardo, con el fondo de las monta?as azules del Guadarrama.

El joven de aire macilento mejor? pronto en la Casa del Jard?n.

Al principio se pasaba all? todo el d?a contemplando el paisaje: el Manzanares, con su escasa corriente y las ropas blancas puestas a secar, que resplandec?an al sol; la vega verde de los Carabancheles y de Getafe, el Palacio Real, que parec?a de m?rmol al anochecer, y las notas de violeta que tomaba el Guadarrama al acercarse el crep?sculo. El enfermo, cuando se puso bueno, comenz? a pasear y a montar a caballo.

Al principio iba ?nicamente a verle un cura joven y ten?an los dos largas conversaciones.

Poco despu?s comenz? a visitar al joven otro se?or que aparec?a muy de tarde en tarde. Cuando llegaba ?ste, el joven y el cura esperaban, se encerraban los tres y charlaban largo rato.

LA PROTECCI?N DEL CURA MANSILLA

DON Francisco Mansilla era un cura vallisoletano emigrado en Par?s desde 1827. Este cura, hombre emprendedor, violento y mujeriego, hab?a dado varios esc?ndalos en Valladolid, falsificando unas firmas, y vi?ndose en posici?n dif?cil se escap? a Par?s.

Mansilla era inteligente y de una actividad inagotable.

Mansilla detuvo sus an?lisis y sus cr?ticas ante los dogmas de la religi?n, comprendiendo que si interiormente los deshac?a, se encontrar?a sin ning?n punto de apoyo en la vida pr?ctica y en la vida del pensamiento, lo cual para un hombre de voluntad no pod?a convenir.

Mansilla, al llegar a Par?s, frecuent? los centros absolutistas y entr? poco despu?s de capell?n en una casa del Faubourg Saint-Germain y altern? con lo m?s rancio y lo m?s decorativo de la nobleza francesa. El trato frecuente con la aristocracia realista hizo a Mansilla por dentro liberal exaltado.

El abate Mansilla, que ganaba muy poco sueldo y no ten?a apenas medios, se pasaba la vida leyendo en su cuarto. Alguna vez que otra iba a visitar a los conocidos espa?oles para hablar con ellos y tener noticias de Espa?a.

En 1832, un d?a de Nochebuena, el abate supo que agonizaba un joven espa?ol, enfermo y abandonado en un hotel miserable de la calle del Drag?n. Este joven era un tal Jorge Tilly, que en medio de una vida borrascosa hab?a ca?do enfermo de una fiebre tifoidea. Mansilla no era hombre de sentimientos dulces, y, sin embargo, experiment? por el joven casi agonizante un impulso de simpat?a, y decidi? atenderle hasta su muerte o hasta su curaci?n.

En la casa aristocr?tica donde estaba habl? de su proyecto, que se tom? como una manifestaci?n de la piedad cristiana del abate, y se permiti? que se ausentara d?as y noches para cuidar del joven espa?ol. Jorge Tilly sali? de la fiebre tifoidea; pero qued? despu?s de la enfermedad sin fuerzas, en los huesos, presa de una laxitud terrible.

Cuando Tilly comenz? a levantarse, el abate y ?l hablaron largo tiempo, se contaron uno a otro sus respectivas vidas, se confesaron sus faltas, y despu?s de una serie de explicaciones, se juraron simult?neamente un pacto de amistad y de ayuda rec?proca. Ambos se hallaban cansados de la vida del extranjero y convencidos de que ?nicamente en el propio pa?s se puede prosperar.

Decidieron con este pensamiento trasladarse a Espa?a. La dificultad era la falta de dinero.

Resolvieron reunir sus medios en una alianza ofensiva y defensiva y estudiaron varios proyectos. El punto de mira fu? Madrid. Tilly ten?a las notas de dos mujeres que hab?an servido a la polic?a y se las prest? a Mansilla.

Mansilla las estudi?, las extract? y crey? que eran aprovechables.

Mansilla visit? a los parientes de Tilly y les asegur? que ?ste no era un calavera, sino un joven estudioso que en aquel momento estaba enfermo en un zaquizam?.

Add to tbrJar First Page Next Page

 

Back to top