Read Ebook: La Isabelina by Baroja P O
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Ebook has 2015 lines and 53857 words, and 41 pages
Mansilla visit? a los parientes de Tilly y les asegur? que ?ste no era un calavera, sino un joven estudioso que en aquel momento estaba enfermo en un zaquizam?.
Mansilla consigui? que la familia de Tilly le diera alg?n dinero para Jorge, pero ninguno de sus parientes quer?a tenerlo en su casa.
Mansilla envi? el dinero a Par?s, en una letra, y escribi? a Tilly lo que pasaba. Como el abate era un hombre de actividad, quiso encontrar para su amigo un rinc?n bueno en donde pudiera restablecerse.
Mansilla conoci? a un guarda de la plaza de Oriente, con quien sol?a pasear al salir de la iglesia de la Encarnaci?n, y por este guarda, a un domador de caballos de las caballerizas que ten?a el infante don Francisco en la Monta?a del Pr?ncipe P?o.
Fu? a ver este sitio, y como le pareci? excelente para Tilly, propuso al domador aceptara como hu?sped a un sobrino suyo, delicado de salud. El domador de caballos dijo que no pod?a hacerlo mientras el mayordomo del infante don Francisco no le diera su autorizaci?n. Mansilla vi? a uno y a otro, movi? sus amistades y consigui? el permiso.
Cuando lleg? Tilly pudo instalarse en seguida en la Casa del Jard?n. La mujer del domador le preparaba la comida, y ?l mismo, en un hornillo, se hac?a el desayuno y la cena.
--Ha hecho usted una admirable adquisici?n--dijo Tilly--, est? uno fuera del pueblo y cerca. Este observatorio es magn?fico. Aqu? yo me curar? y despu?s entre los dos haremos grandes cosas.
Tilly mejor? en seguida; paseaba, montaba a caballo, tomaba el sol. Casi todos los d?as iba Mansilla a ver a su amigo y ten?an los dos largas conversaciones. Mansilla sab?a todo cuanto pasaba; Tilly, como viv?a en la soledad, pod?a hacer la cr?tica de los sucesos mejor que el cura.
TRES AMBICIOSOS
UN poco antes de la muerte del rey, Tilly supo que Aviraneta se encontraba en Madrid, y le escribi? una carta. Aviraneta se present? en la Casa del Jard?n, y hablaron. Tilly cont? a don Eugenio su vida desde que hab?an dejado de verse; le habl? de su enfermedad y de la protecci?n del cura Mansilla, con quien estaba unido por agradecimiento y por inter?s.
--?Qu? clase de p?jaro es ese Mansilla?--pregunt? Aviraneta.
--Es un hombre inteligente, en?rgico y liberal; todo lo liberal que puede ser un cura.
--?Usted puede contar con ?l?
--S?, en absoluto. Usted le ver? dentro de un rato y charlar? usted con ?l.
Tilly le di? a Aviraneta toda clase de detalles respecto a Mansilla.
Aviraneta explic? despu?s a Tilly la empresa pol?tica en que se ve?a metido.
--Yo tengo organizada la Sociedad Isabelina, que ahora marcha viento en popa--le dijo--. Est? formada, principalmente, por militares y por empleados; pero he pensado que al mismo tiempo podr?amos organizar una serie de tri?ngulos para ayudarnos.
--Me parece muy bien.
--Usted es un hombre que me conviene, decidido, ambicioso y en?rgico. Nos ayudaremos mutuamente y escalaremos las m?s altas posiciones.
--Nada; cuente usted conmigo.
--?Este cura Mansilla, querr?a formar parte de nuestro primer tri?ngulo?
--Ya lo creo.
--Nos vendr?a muy bien un auxiliar en el Clero. Hay que tener todas las puertas abiertas. Si no se puede la llave, emplearemos la palanqueta.
--Estamos de acuerdo.
--?As? que usted cree que podemos constitu?r el tri?ngulo?
--Nada, est? constitu?do.
--Muy bien; entonces lo formaremos usted, ?l y yo. Usted el n?mero uno, Mansilla el dos, yo el tres.
--Muy bien, acepto. Dentro de poco vendr? Mansilla, a quien tengo citado.
Tilly puso en relaci?n a Aviraneta con el abate Mansilla, y los tres se prometieron ayudarse y favorecerse. Desde aquel d?a se form? el primer tri?ngulo del Centro. ?Ten?an alg?n dogma? ?Ten?an alguna doctrina? Al parecer, ni dogma, ni doctrina; su ?nico objeto era ayudarse y prosperar.
LIBRO SEGUNDO
EL TRUENO
EL PADRE CHAMIZO EN MADRID
EL padre Chamizo fu? a vivir a un tercer piso de la calle de Cervantes. Encontr? un cuarto, gabinete con alcoba, bastante espacioso. Este gabinete hab?a sido amueblado, con pretensiones, sin duda hac?a ya mucho tiempo. Ten?a un papel verdoso, desgarrado en muchas partes, una consola, un espejo sin brillo, un sof? de caoba y seis sillas. La alcoba estaba oculta con cortinas verdes, con los pliegues deste?idos, y la cama era de madera y parec?a un barco. Chamizo, para arreglar el cuarto a su gusto, compr? en el Rastro una mesa, una estanter?a para libros y un sill?n c?modo.
La casa aqu?lla, cuya due?a era una se?ora pensionista, do?a Purificaci?n S?nchez del Real, no era una casa de hu?spedes, sino algo muy indefinido y madrile?o. Do?a Puri alquilaba dos cuartos a caballeros estables y les daba de comer si ?stos le anticipaban de antemano el dinero para la compra. Naturalmente, daba de comer mal, cosa terrible para Chamizo, y, adem?s de esto, serv?a la comida a los caballeros estables en una encrucijada a la que llamaba el comedor, que era un sitio obscuro, entre pasillos, con una ventana de cristales empa?ados que daba a la cocina, que a su vez daba al patio. S?lo de noche se ve?a algo en aquel comedor, que seg?n do?a Puri estaba bien por su decoraci?n. Do?a Puri llamaba la decoraci?n a unos armarios simulados que ten?a el cuarto en las paredes. Do?a Puri era una vieja encorvada con una mirada suspicaz y una voz de caracter?stica de teatro. Ten?a esta se?ora la nariz corva, la boca sumida y unos lunares como cerdas en el labio. Era muy redicha y muy sentenciosa.
Su hijo Doroteo, muchacho de unos veinte a?os, parec?a por su aspecto una de esas aves est?pidas y perplejas de la orden de las zancudas. A fuerza de creerse sabio lo equivocaba todo y no hac?a cosa a derechas.
Muchas veces don Venancio le di? encargos, que el joven Doroteo los equivoc? completamente.
--Perdone usted, yo hab?a entendido que usted quer?a decir...
--Pero, ?por qu? no entiende usted lo que se le dice simplemente?--le preguntaba Chamizo.
Ten?a Doroteo una novia en la guardilla de enfrente; la pobre muchacha se pasaba el tiempo en la ventana bordando y Doroteo la escrib?a versos.
Do?a Puri hablaba mucho al padre Chamizo de su hijo.
--Porque como usted, don Venancio, es como si fuera de la familia...--le dec?a, y le abrumaba con historias sin inter?s.
El otro hu?sped de la casa era un tal don Crisanto P?rez de Barradas, un se?or de barba negra, alto, con melenas y anteojos ahumados. Don Crisanto ten?a una voz hueca y campanuda de pedante. Chamizo, al verle por primera vez, asegur? que deb?a ser mas?n, y, efectivamente, result? que lo era.
Don Venancio, los primeros d?as de su estancia en Madrid, se dedic? a andar por las calles, a recorrer los caf?s y a visitar las librer?as de viejo. Casi siempre volv?a a casa con unos cuantos vol?menes empolvados, que colocaba con placer en los estantes.
--Mi marido--dec?a do?a Puri--era tambi?n aficionad?simo a los libros. No sabe usted qu? hombre m?s culto era.
Chamizo era, como cat?lico, poco practicante; se le olvidaba muchas veces la misa del domingo y no daba gran importancia a los rezos.
Para ?l esto era pura mec?nica; probablemente, entre los rezos maquinales de los cat?licos, los molinos de oraci?n de los tibetanos y de los chinos y las calabazas llenas de oraciones que los calmucos hacen girar con el viento, el ex fraile no encontraba mucha diferencia.
El padre Chamizo recorr?a Madrid de un extremo a otro, y le gustaba.
Madrid era entonces un pueblo curioso, m?s interesante que muchas ciudades de importancia y que muchos pueblos exteriormente t?picos, por tener un car?cter especial, el car?cter del pueblo alto, seco, duro. Era dif?cil que por aquel tiempo hubiera en Europa una capital tan poco mezclada, tan poco cosmopolita como Madrid; no ten?a esa vida arcaica de las ciudades viejas, como Venecia o Nuremberg; en Espa?a, como Toledo o Salamanca, ciudades todo fachada, ciudades que enga?an y parecen existir para entusiasmar al extranjero ?vido de lo pintoresco; no ten?a grandes aspectos.
Madrid moral estaba en consonancia con el Madrid material: pobre, destartalado, inc?modo, con casuchas m?seras, con un empedrado mal?simo, y, sin embargo, con rincones admirables, no tan suntuosos como los de Roma, pero con una gracia m?s ligera. Jorge Borrow comprendi? en parte el car?cter de Madrid como ning?n otro escritor nacional y extranjero y not? su absurdo atractivo. Borrow sinti? la extra?eza de Madrid mejor que Larra, que hizo la cr?tica un poco mezquina del se?orito que se cree superior porque ha estado en Par?s; sinti? Madrid much?simo mejor que Mesonero Romanos, que pint? el cuadrito de costumbres vulgar y rampl?n, imitando a los costumbristas franceses del tipo anodino de Jouy.
Pueblo de poca tradici?n, no ten?a Madrid, como las ciudades antiguas, el barrio t?pico, monumental, que interesa al arque?logo; su car?cter estaba en la vida de las gentes; no hab?a all? la casa g?tica, ni el alero con g?rgolas y canecillos, ni la gran fachada del Renacimiento, pero dentro de la pobreza en la construcci?n, ?qu? tipo m?s acusado ten?a todo, lo inanimado y lo vivo, las casas y las calles, como el alma de los hombres!
Chamizo se divert?a en buscar los contrastes, en ver a los elegantes de la calle de la Montera y a los majos de Puerta de Moros, en o?r a los pol?ticos de la Puerta del Sol y a los paletos de la plaza de la Cebada, y se entreten?a en mirar las tiendas, las pa?er?as de la calle de Postas, los comercios de cuchillos de las calles pr?ximas a la Plaza Mayor. Quer?a apresurarse a sorber el esp?ritu castellano, que era el suyo; identificarse con su pueblo y hartarse de o?r su idioma. Aunque comprend?a que era absurdo, le gustaban, m?s que las plazas anchas y suntuosas de las capitales de Francia, aquellas plazoletas de Madrid como la de las Descalzas o la de la Paja, que no le parec?an de ciudad, sino de aldea manchega.
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