Read Ebook: De Sobremesa; crónicas Segunda Parte (de 5) by Benavente Jacinto
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Los estudiantes, reci?n llegados para emprender sus tareas del curso, acuden presurosos ? iniciarse en los placeres de estos para?sos artificiales, y desde luego empiezan ? tomar apuntes.
Los tangos y los garrotines se suceden, y lo que es peor, se parecen. La juventud relincha y patea, la formalidad se congestiona, los acomodadores est?n p?lidos y ojerosos. Las odaliscas se deshacen por complacer al p?blico, y lo mismo sonr?en ? un aplauso que ? una groser?a; all? todo es lo mismo. Lo que ellas dir?n, parodiando al torero: Mas grosera es el hambre.
Alguna vez pasa una r?faga de belleza ? de arte, y el p?blico guarda respetuosa compostura. Para que el p?blico respete hay que empezar por respetarle... pero en seguida vuelve el garrot?n, vuelve el tango, vuelve la canci?n grosera y las patadas y los dicharachos, y un matrimonio de burgu?s aspecto que, sin duda, entr? all? por ver de todo, se levanta antes de que termine el espect?culo y sale presuroso.
--Ese se?or se lleva ? su se?ora. ?Si no la trajera ? estos sitios!
--Pero, ?usted cree?--dice otro mejor informado.--Si es ella la que le trae ? ?l, y es ella la que se le lleva... Y es un matrimonio que se lleva muy bien.
Lo que yo lamentaba no es la guerra, sino la ineficacia de sus resultados. Nos falta idealismo del mejor, que es el idealismo pr?ctico. Triunfaremos en el Rif con las armas y no triunfaremos con el esp?ritu, y sin ?l todas las ametralladoras, escuadras y soldados del mundo son in?tiles. Despu?s que las armas y la sangre vertida nos hayan abierto el camino, ?ir? all? el dinero que duerme en nuestros Bancos, esperando la buena hipoteca ? el buen empr?stito que venga ? despertarlo? ?Ir? nuestra industria? ?Ir? nuestro comercio? Lo dif?cil no es emprender, sino persistir. Delante Don Quijote
con su adarga al brazo todo fantas?a; con su lanza en ristre, todo coraz?n,
como canta Rub?n Dar?o; pero detr?s Sancho, con sus buenas alforjas y su manso rucio, ? gobernar las ?nsulas ganadas por su amo, con buen juicio y mejor sentido. Y ?quiera Dios que alg?n Tirteafuera de por esos mundos diplom?ticos no deje caer su varita privativa al primer bocado! Por lo dem?s, muy agradecido ? mi comunicante por su cort?s misiva.
Hay quien reniega de toda blandura con el enemigo y pide guerra de exterminio. ?Exterminio de qu?? Porque no es tan f?cil exterminar una raza, y exterminarla ? medias es dar vida perdurable al odio, y medio pueblo con odio vale por un pueblo entero.
Los ejemplos hist?ricos de la guerra sin cuartel no son de lo m?s convincente. Todav?a sirve para espantar muchachos el recuerdo del duque de Alba en los Pa?ses Bajos; pero, ?son independientes? Los rigores de alg?n general en provincias espa?olas, ?han servido de algo? Recientes sucesos son la mejor respuesta. En Argelia y en Casablanca los franceses, y los ingleses en sus posesiones y en la ?ltima guerra del Transvaal, despu?s de los primeros furores, ?no tuvieron que pastelear dulcemente, como cualquier hijo de vecino?
Dejemos el esp?ritu inquisitorial, ?nico que hemos paseado por el mundo y as? nos ha lucido el pelo. Dejemos de ser el pa?s de las intransigencias feroces, donde no es raro oir, como o? yo ? un buen se?or, pose?do de la mayor indignaci?n.
--?Quite usted! Al que hace eso, yo le mataba. Y ?saben ustedes lo que hac?a quien as? se indignaba? A?adir un poco de agua ? media j?cara de chocolate. Fig?rense ustedes; si ? tan inocente porquer?a se?alaba tan terrible pena en su c?digo particular, ?qu? no ser?a en m?s graves asuntos? Yo sal? aterrado del establecimiento lugar de la escena.
De los Estados Unidos encargan localidades por lo que sea. Los que de mejor ? peor fe hacen el reclamo, y los que con absoluta buena fe protestan contra el reclamo, hablan de lo mismo y todo es reclamo. No parece sino que ese gallo es el mism?simo gallo de la Galia, que no cant? nunca m?s sonoro ni desde Vercingitorix ? Napole?n el Grande, ni desde Ronsard ? V?ctor Hugo.
Todo esto ser?a rid?culo si no fuera simp?tico. No es de Rostand ni de su obra de lo que se trata, para los franceses, es de la supremac?a del Arte franc?s, que ellos, con noble aspiraci?n, quieren sobreponer al del mundo entero. Algo parecido ? lo que hacemos aqu? con el nuestro.
Apenas alguno de nuestros escritores viaja por el mundo ? le piden noticias de otros escritores espa?oles , se arrea un formidable bombo ? s? mismo, y ? los dem?s los deja como para que nadie quiera saber de ellos. As? lee uno tan peregrinas cosas en esos libros de hispan?filos, al trav?s de los cuales no es dif?cil descubrir al P?jaro Pinto ? Ninfa Egeria que apunt? nombres y adjetivos.
Hay quien se cartea con medio mundo por el gusto de desacreditar al otro medio. De las obras de nuestros autores no se sabr? mucho por tierras extranjeras, pero de si Fulano maltrata ? su se?ora y atormenta ? sus ni?os, y si Mengano estuvo complicado en un escalo, eso, como en casa.
As? es, que al primer escritor espa?ol que visita ? un escritor extranjero, se le recibe con agrado; pero cuando llega el segundo... encierra la plata. El primero dej? preparado el terreno ? los dem?s, y, para que no cupiera duda de sus afirmaciones, se llev? unas cucharas.
Perdonen los j?venes autores, que por varios peri?dicos y particularmente me han enviado una carta abierta, mi tardanza en contestarles. Falta de salud, no de buena voluntad, ha sido culpable de mi descortes?a.
Cuenten ustedes con que no han de hallar en mi respuesta ni desdenes ni adulaciones. Tienen ustedes mucha raz?n de su parte, pero no toda la raz?n; por lo menos, en los medios que quisieran ustedes emplear para imponerla.
Aun las dificultades para darse ? conocer un autor son muchas, no lo niego, y no pretender? consolarles con la consideraci?n de que son ahora mucho menores que en mis tiempos, con el recuerdo de luchas y amarguras propias, con el sinn?mero de obras que yo hube de escribir antes de lograr que se representara una, no la mejor, de las que ten?a escritas, que alguna fu? despu?s tambi?n representada con mejor ?xito que la primera. Todo esto que digo pudiera ser consuelo, pero no remedio, y como dice Brabancio en <
Y ?pobre empresario si ante el vac?o de los d?as siguientes se decide ? retirar la obra!--?C?mo! ?Un ?xito de p?blico y de prensa! ?Y la obra tal que fu? pateada sigue en el cartel todav?a!--?Qu? quiere usted?--protesta el empresario.--La gente viene ? verla.--Ellos no comprenden que de un pateo del p?blico verdadero pueda salir una obra con m?s vida que de los aplausos de un p?blico ama?ado.
Mucho m?s dir?a ? mis amables y simp?ticos comunicantes si no temiera entrar en particularidades poco interesantes para el p?blico.
Tengo mucho gusto en ponerme ? su disposici?n para hablar m?s largamente de este asunto y perdonen si la contestaci?n no fu? del todo ? gusto suyo. Ya empec? diciendo que no hallar?an en ella ni desdenes ni adulaciones.
En el extranjero, aunque en apariencia parezca un disfavor, nos hacen el favor todav?a de juzgarnos fan?ticos luchadores por las ideas... S?, s?; ?buenas ideas nos d? Dios! ?Personas, personas y personas! como dir?a Hamlet, si hubiera nacido espa?ol. Somos realistas, en el sentido filos?fico de la palabra. Aqu? las personas no son s?mbolo de nada, sino de su persona misma. Se dir? que hay pocas personas capaces de elevarse hasta el s?mbolo. Pero, no; son creyentes los que faltan, no son santos. Con un poco de devoci?n no es dif?cil levantar altares.
Ahora, digamos: ?Por qu? siendo el pueblo m?s indiferente en todo, en Religi?n, en Pol?tica, en Arte, nos damos traza para parecer ? los extra?os un pueblo intolerante y fan?tico? ?Es todo desconocimiento de los extranjeros, ? no habr? algo de culpa por nuestra parte? Esto es lo que debe interesarnos m?s que todos los dimes y diretes de casa y de fuera de casa. ?Por qu? somos una cosa y parecemos otra? ? ?es que nosotros mismos no nos damos cuenta de lo que somos ni de lo que parecemos? Es lo que importa averiguar. Nada m?s triste que la inconsciencia para los pueblos y para las personas. Fan?ticos por una idea, tuerta ? derecha, todav?a podemos parecer grandes; inconscientes de todas, s?lo podemos parecer rid?culos.
?Qui?n hab?a de decirnos, pocos d?as antes que, en esta pr?xima conmemoraci?n de los difuntos, nuestro m?s fervoroso responso ser?a por el partido conservador? ?No somos nada! ? bien que los conservadores podr?n consolarse con la idea de que en este pa?s no se puede ser cosa mejor que difunto. Por algo, entre nosotros, tiene su conmemoraci?n tanto de fiesta pagana, con su bulliciosa visita ? los cementerios, el vistoso adorno de sepulturas, sus bu?uelos de viento y sus representaciones del <
Al pol?tico joven y bien intencionado se le abruma con el recuerdo de Cisneros, y al escritor novel se le aplasta con la balumba de nuestra literatura cl?sica. In?til escribir despu?s de Cervantes; vano esfuerzo pintar despu?s de Vel?zquez.
Entre todos los personajes de nuestro teatro ninguno despierta tanta simpat?a como Don Juan Tenorio. Ning?n otro podr?a soportar la peri?dica reaparici?n con tanta seguridad de aplauso. ?Es tan espa?ol este Don Juan, de Zorrilla, de quien hay que creer en empresas y amor?os, m?s por lo que dice que por lo que hace, como ? casi todos nuestros pol?ticos!
Y de un pueblo que adora ? Don Juan, ?no podr? decirse como ? ?l mismo su amada: <
Adem?s, mi retrato en el saloncillo del teatro Espa?ol. Gracias mil ? sus amables directores; gracias tambi?n ? Juan Antonio Benlliure, y m?s agradecido ? todos, si ya que, por aquello de <
El sentido moral indignado ser?a muy respetable si se indignara ? tiempo y con absoluta justicia. Por ejemplo: con tantos malos maridos y peores padres como andan por todas las esferas sociales; con el que vive ? costa de su mujer ? de la ajena; con el que no repara en transmitir ? sus hijos dolorosa herencia de enfermedades, por lograr su bienestar con un matrimonio conveniente; con el funcionario torpe ? prevaricador; con el adulterador de substancias alimenticias; con el usurero sin entra?as; con el explotador sin conciencia... En todos ?stos pod?a emplearse mejor esa indignaci?n derrochada por ligeros indicios contra mujeres indefensas, siempre respetables. La descortes?a masculina ser?a disculpa en este caso, y en otros parecidos, de lo mismo que con ella pensaban castigar. Si as? son los hombres, se comprende que toda mujer de sentimientos delicados procure evitarlos. De estas cosas, como de la influencia clerical en el esp?ritu de las mujeres, como de todos sus extrav?os, tiene siempre la culpa el hombre, por su groser?a ? por su indiferencia. La mujer necesita una fe, un apoyo, una creencia en algo, humano ? divino. Si el hombre renuncia ? ser el sacerdote de su casa, en doctrina y en ejemplo, ?c?mo impedir que la mujer acuda ? otros altares, paganos ? cristianos? La mujer que acude al hombre de su cari?o en demanda de ayuda y consejo y le oye contestar desalmado: <> ?No se sentir? desligada de ?l para siempre, por el coraz?n y por la inteligencia? <>--dijo Santa Teresa.--Mientras los hombres ignoren el alma de la mujer, ?pueden quejarse de que ella busque ser entendida? Por algo la Iglesia cat?lica, gran conocedora de la psicolog?a femenina, viste con traje talar ? sus ministros. Sabe que sus mejores conquistas espirituales son las de las mujeres que llegan desenga?adas de los pantalones. El confesor no dice nunca como el marido: <> El entiende de todo. Por eso domina sobre nuestras mujeres. No le culpen los hombres, ni las culpen ? ellas; c?lpense ? s? mismos, y no se quejen de que el sacerdote llegue ? ser padre de familia, cuando ellos no supieron ser los sacerdotes de su casa.
De todos los problemas que deben solicitar la atenci?n de nuestros gobiernos, ninguno tan urgente, tan necesario como el aumento de sueldos. Existe una desproporci?n monstruosa entre el aumento de necesidades en la vida moderna y la mezquindad de los sueldos; aun los que parecen m?s excesivos por comparaci?n con los inferiores. No hay derecho ? exigir solicitud, diligencia, ni siquiera honradez, ? servidores que carecen de lo necesario y han de aparentar lo superfluo.
Y mientras tan urgente resoluci?n alcance ? todos, me dirijo ? la noble inteligencia y al gran coraz?n del nuevo director de Correos, se?or Francos Rodr?guez: ?No cree de justicia--no he de invocar la compasi?n con tan recto esp?ritu--el aumento de retribuci?n ? los peatones de Correos, verdaderos parias entre los servidores del Estado? Todo el que haya residido alg?n tiempo en lugares donde estos humildes depositarios de tantos intereses prestan sus penosos servicios, sentir?n que nada m?s justo ni m?s urgente. Y despu?s... ?olvidar?n ? los maestros y ? toda esa clase media burocr?tica, tan desde?ada, que nunca se declar? en huelga, ni alarm? con manifestaciones, ni tiene su Primero de Mayo, ni sus sociedades de resistencia, ni una lujosa casa donde congregarse?
Los gobiernos, demasiado preocupados con los que pueden hacer alarde de fuerza, se preocupan muy poco de los que s?lo pueden hacer alarde de debilidad. Es preciso fortalecerlos, siquiera para contar con aliados el d?a de la gran batalla; porque al chocar de dos fuerzas contrarias y poderosas, nadie sabe lo que puede influir de un lado ? de otro la indiferencia de los neutrales que, cruzados de brazos, con la impasibilidad de la desesperaci?n, exclamen: <> Hay que procurar que todos tengan un por qu? para luchar por algo.
El pueblo madrile?o no ha podido demostrar sus simpat?as al pueblo hermano en la representaci?n visible de su monarca. Comprendo la dif?cil situaci?n de un gobierno que, si peca de confiado, puede incurrir en grandes responsabilidades, y si peca de previsor desagrada ? todos, quiz?s ? los mismos con tan excesiva solicitud guardados. Los tiempos no est?n para excesivas confianzas; acaso tampoco para excesivos recelos. Lo mejor en estos casos es dejar algo en manos de Dios, ya que los ojos de la polic?a no pueden estar en todo, y algo tambi?n al coraz?n del pueblo, que siempre responde ? toda confianza, y ? quien siempre ofende todo recelo.
?Triste cosa es que el temor ? un loco ? ? un malvado haya impedido al rey de Portugal conocer al pueblo madrile?o! En cambio habr? conocido mejor nuestra pol?tica. Cuando tantas precauciones hay que tomar--se habr? dicho,--no hay duda, por aqu? ha pasado un Juan Franco. En efecto, se?or. Esperemos que vuestra majestad vuelva ? visitarnos cuando ni en Espa?a ni en Portugal quede sombra de estas pesadillas. S?lo en los pueblos verdaderamente libres pueden pasear los reyes libremente. Ahora os lo podr? decir el rey Eduardo.
?Se acaba la guerra? ?No se acaba? ?Se acab? ya? Todo hace esperar y creer que s?; s?lo algunos espectadores del antiguo r?gimen echan de menos un final de efecto; alguna gran batalla decisiva; una apoteosis con bengalas y desfile general, como en zarzuela de espect?culo. No tienen en cuenta que la guerra moderna no admite esos finales de efecto preparado. Ya no son posibles caballos de Troya, buen cuadro final de una empe?ada guerra; ni el asolamiento de ciudades y reinos, ni la cautividad de pueblos enteros. Hay que contentarse con un desenlace modesto, y es de notar que ahora les parece poca guerra ? muchos de los que antes les pareci? demasiada, y hubieran renunciado ? todo por no vernos metidos en aventuras. No ? ganar m?s, sino ? conservar lo ganado debemos aspirar todos, y ? que la gloriosa sangre vertida no sea infecunda, y esa ser? la mayor gloria de los que sucumbieron. Se?ores capitalistas espa?oles: ya que no sea todav?a ley el servicio obligatorio para vuestros hijos, se impone el servicio obligatorio para vuestro dinero.
Debemos desear que, en esta lucha de Compa??as, triunfe la que representa el Arte l?rico espa?ol, m?s necesitado que nadie de templos, y, ? no poder ser otra cosa, de capillas en que ofrecerle culto. Las Compa??as de electricidad no necesitan un sitio c?ntrico; las otras, menos; tienen un p?blico fiel que va ? buscarlas, aunque sea al extrarradio. Todos sus parroquianos tienen coche propio y autom?vil.
Esta funesta Carmen, con el contoneo de sus caderas, sus toreros, sus contrabandistas, sus trabucos y sus navajas, ha sido la mayor contribuyente ? la representaci?n de esa Espa?a de pandereta, tan impresa en el extranjero, que nos se?ala como un pueblo aparte de Europa.
Una gran artista espa?ola se atiene, en la interpretaci?n de Carmen, ? la verdad del novelista y del m?sico. Es el deber de todo artista int?rprete. La Carmen de Merim?e y de Bizet es ?sa. La mujer espa?ola, la andaluza en particular... ?Son as?? De ning?n modo. Justamente en Espa?a, la mujer meridional es mucho m?s reservada, m?s casta en sus manifestaciones amorosas, que la mujer del Norte. Ninguna menos provocativa, como no sea por su propia belleza, que la mujer andaluza; ninguna que, aun muy bajo ca?da, guarde siempre m?s esquivos pudores.
Yo he visto bailadoras sevillanas que, en sus momentos de reposo, evocaban m?s el recuerdo de las v?rgenes de Murillo que el de la Carmen de Merim?e.
El baile andaluz, el verdadero baile andaluz, no el adulterado por escenarios franceses y espa?oles, es de un ritmo sacerdotal, religioso; como Romero Torres, pintor artista, lo represent? en uno de sus cuadros.
Sucede muchas veces con las comedias como con algunas telas, que por el rev?s tienen mejor vista, y es lo mejor que puede sucederles, porque lo cierto es que el p?blico siempre ve el rev?s de las comedias. Por eso, el autor h?bil debe cuidar el tejido de las dos caras: la una, de esmerado dibujo; la otra, de llamativos colorines.
Por los teatros madrile?os han causado la natural alarma no s? qu? nuevas disposiciones de la autoridad, que amenazan complicar la ya dif?cil marcha de los negocios teatrales. Son las tales disposiciones, ? lo que se dice, de lo m?s arbitrario ? injusto que darse puede, y las empresas, muy cargadas de raz?n, se aprestan ? protestar contra ellas. Si no es que, dada la buena armon?a que entre ellas reina, y la natural y espa?ola satisfacci?n de quedarse sin los dos ojos por el gusto de ver al vecino tuerto, no les lleva ? pasar por todo, como en otros asuntos que les interesan: las representaciones de tarde, por ejemplo, en el extranjero teatro Real, que nunca estuvieron permitidas, con excepci?n de las fiestas de Navidad, y que tanto perjudican ? los teatros nacionales.
?Dichoso pa?s ?ste, en que gozamos de una Constituci?n y de C?digos que parecen garantizar todas las libertades y derechos individuales, para que despu?s, cualquier tiranuelo de monterilla, entre ordenanzas, bandos y reglamentos de polic?a, deje Constituci?n y C?digos, derechos y libertades como para limpiarse las narices!
Tr?tase, seg?n parece, con este nuevo atropello, de reglamentar el n?mero de localidades que han de venderse en contadur?a y las que han de venderse en despacho; del precio y sobreprecio que ha de fijarse en d?as de moda ? de estreno. Como si cada uno, y trat?ndose de algo que no es art?culo de primera ni aun de ?ltima necesidad, como el teatro, no fuera due?o en su casa, de vender cu?ndo, c?mo y ? qui?n mejor le parezca.
Pero siempre fu? achaque de nuestros gobernantes, altos y bajos, gobernar ? gusto de sus amigos. Llega ? casa de uno de ellos una se?ora amiga, muy sofocada:--?Lo que pasa en este Madrid no pasa en ninguna parte!--?Qu? es ello?--le pregunta el se?or de autoridad--Fig?rese usted que yo quer?a ir esta noche al estreno de... ? ? la inauguraci?n ? ? lo que sea. Mando esta ma?ana por localidades, y me dicen que no queda ninguna. ?Ha visto usted qu? abuso?--?Escandaloso! ?Esas empresas abusan del p?blico! ?Habr?se visto! ?Vender todo el teatro! Hay que poner orden en ello.
Como no se puede dar gusto ? todo el mundo, es natural que se prefiera contentar ? los amigos. Bien vale la pena de que los empresarios, pudiendo vender sus localidades anticipadamente, tengan la galanter?a de reservarlas para que, cuando ? la buena se?ora amiga se le ocurra ir al teatro, tenga d?nde escoger.
El divino Emperador de Alemania, en su deseo de fomentar por todos los medios la cr?a y reproducci?n de sus s?bditos, se compromete ? ser padrino del octavo hijo que se digne tener cualquier matrimonial pareja de su Imperio. ?C?mo han de oponerse sus leales s?bditos ? tan amable <
Estas naciones montadas militarmente, y en las que todo ha de estar montado por el mismo orden, son un puro contrasentido. Por un lado, prohiben ? los j?venes contraer matrimonio mientras est?n sujetos al servicio militar; prohiben el matrimonio de los subalternos y dificultan el de los oficiales hasta cierta graduaci?n y cierto sueldo. Y por otra parte, todo es achuchar ? los ciudadanos pac?ficos para que no se paralice la producci?n de soldados. ?Cualquiera entiende el l?o! Hay que contar tambi?n con que, ocupados en el servicio militar los campesinos m?s j?venes y vigorosos, la producci?n de las tierras decrece, y hay menos probabilidades de que los reci?n nacidos puedan traer un pan debajo del brazo. Pero, ?qu? importa? Con que traigan brazos para coger el fusil de mayores, el Emperador se da por contento. Antes que en el campo de batalla hay que vencer al enemigo en lo que G?ngora llam? <
Lo que dec?a aquel matrimonio que fu? al teatro con sus chicos: <
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