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Read Ebook: The Nursery Alice by Carroll Lewis Tenniel John Illustrator Thomson E Gertrude Emily Gertrude Illustrator

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Ebook has 65 lines and 5273 words, and 2 pages

-Ea, demos lugar a la gentecilla que se repapile, y v?yanse hasta las dos a hacer ejercicio, no les haga mal lo que han comido.

Entonces yo no pude tener la risa, abriendo toda la boca. Enoj?se mucho y d?jome que aprendiese modestia y tres o cuatro sentencias viejas y fuese.

Sent?monos nosotros, y yo, que vi el negocio malparado y que mis tripas ped?an justicia, como m?s sano y m?s fuerte que los otros, arremet? al plato, como arremetieron todos, y emboqu?me de tres medrugos los dos y el un pellejo. Comenzaron los otros a gru?ir; al ruido entr? Cabra, diciendo:

-Coman como hermanos, pues Dios les da con qu?. No ri?an, que para todos hay.

-Como no lo son en esta casa, no las hay. Para una vez que os proveer?is mientras aqu? estuvi?redes, dondequiera podr?is; que aqu? estoy dos meses ha y no he hecho tal cosa sino el d?a que entr?, como ahora vos, de lo que cen? en mi casa la noche antes.

?C?mo encarecer? yo mi tristeza y pena? Fue tanta, que considerando lo poco que hab?a de entrar en mi cuerpo, no os?, aunque ten?a gana, echar nada de ?l. Entretuv?monos hasta la noche. Dec?ame don Diego que qu? har?a ?l para persuadir a las tripas que hab?an comido, porque no lo quer?an creer. Andaban vah?dos en aquella casa como en otras ah?tos.

Lleg? la hora de cenar; pas?se la merienda en blanco, y la cena ya que no se pas? en blanco, se pas? en moreno: pasas y almendras y candil y dos bendiciones, porque se dijese que cen?bamos con bendici?n. <>, y citaba una retah?la de m?dicos infernales. Dec?a alabanzas de la dieta y que se ahorraba un hombre de sue?os pesados, sabiendo que en su casa no se pod?a so?ar otra cosa sino que com?an. Cenaron y cenamos todos y no cen? ninguno.

Fu?monos a acostar y en toda la noche pudimos yo ni don Diego dormir, ?l trazando de quejarse a su padre y pedir que le sacase de all? y yo aconsej?ndole que lo hiciese; aunque ?ltimamente le dije:

-Se?or, ?sab?is de cierto si estamos vivos? Porque yo imagino que en la pendencia de las berceras nos mataron, y que somos ?nimas que estamos en el Purgatorio. Y as?, es por dem?s decir que nos saque vuestro padre, si alguno no nos reza en alguna cuenta de perdones y nos saca de penas con alguna misa en altar previlegiado.

Entre estas pl?ticas y un poco que dormimos, se lleg? la hora de levantar. Dieron las seis y llam? Cabra a lici?n; fuimos y o?mosla todos. Mand?ronme leer el primer nominativo a los otros, y era de manera mi hambre que me desayun? con la mitad de las razones, comi?ndomelas. Y todo esto creer? quien supiere lo que me cont? el mozo de Cabra, diciendo que una Cuaresma top? muchos hombres, unos metiendo los pies, otros las manos y otros todo el cuerpo en el portal de su casa, y esto por muy gran rato, y mucha gente que ven?a a s?lo aquello de fuera; y preguntando a uno un d?a que qu? ser?a respondi? que los unos ten?an sarna y los otros saba?ones y que en meti?ndolos en aquella casa mor?an de hambre, de manera que no com?an desde all? adelante. Certific?me que era verdad, y yo, que conoc? la casa, lo creo. D?golo porque no parezca encarecimiento lo que dije. Y volviendo a la lici?n, diola y decor?mosla. Y prosigui? siempre en aquel modo de vivir que he contado. S?lo a?adi? a la comida tocino en la olla, por no s? qu? que le dijeron un d?a de hidalgu?a all? fuera. Y as?, ten?a una caja de hierro, toda agujerada como salvadera, abr?ala y met?a un pedazo de tocino en ella que la llenase y torn?bala a cerrar y met?ala colgando de un cordel en la olla, para que la diese alg?n zumo por los agujeros y quedase para otro d?a el tocino. Pareci?le despu?s que en esto se gastaba mucho, y dio en s?lo asomar el tocino a la olla. D?base la olla por entendida del tocino y nosotros com?amos algunas sospechas de pernil. Pas?bamoslo con estas cosas como se puede imaginar.

Don Diego y yo nos vimos tan al cabo que, ya que para comer al cabo de un mes no hall?bamos remedio, le buscamos para no levantarnos de ma?ana; y as?, trazamos de decir que ten?amos alg?n mal. No osamos decir calentura, porque no la teniendo era f?cil de conocer el enredo. Dolor de cabeza u muelas era poco estorbo. Dijimos al fin que nos dol?an las tripas y que est?bamos muy malos de achaque de no haber hecho de nuestras personas en tres d?as, fiados en que a trueque de no gastar dos cuartos en una melecina, no buscar?a el remedio. Mas orden?lo el diablo de otra suerte, porque ten?a una que hab?a heredado de su padre, que fue boticario. Supo el mal, y tom?la y aderez? una melecina, y haciendo llamar una vieja de setenta a?os, t?a suya, que le serv?a de enfermera, dijo que nos echase sendas gaitas. Empezaron por don Diego; el desventurado ataj?se, y la vieja, en vez de ech?rsela dentro, dispar?sela por entre la camisa y el espinazo y diole con ella en el cogote, y vino a servir por defuera de guarnici?n la que dentro hab?a de ser aforro. Qued? el mozo dando gritos; vino Cabra y, vi?ndolo, dijo que me echasen a m? la otra, que luego tornar?an a don Diego. Yo me resist?a, pero no me vali?, porque, teni?ndome Cabra y otros, me la ech? la vieja, a la cual de retorno di con ella en toda la cara. Enoj?se Cabra conmigo y dijo que ?l me echar?a de su casa, que bien se echaba de ver que era bellaquer?a todo. Yo rogaba a Dios que se enojase tanto que me despidiese, mas no lo quiso mi ventura.

Libro Primero: Cap?tulo IV: De la convalecencia y ida a estudiar a Alcal? de Henares.

Entramos en casa de don Alonso y ech?ronnos en dos camas con mucho tiento, porque no se nos desparramasen los huesos de puro ro?dos de la hambre. Trujeron exploradores que nos buscasen los ojos por toda la cara, y a m?, como hab?a sido mi trabajo mayor y la hambre imperial, que al fin me trataban como a criado, en buen rato no me los hallaron. Trujeron m?dicos y mandaron que nos limpiasen con zorras el polvo de las bocas, como a retablos, y bien lo ?ramos de duelos. Ordenaron que nos diesen sustancias y pistos. ?Qui?n podr? contar, a la primera almendrada y a la primera ave, las luminarias que pusieron las tripas de contento? Todo les hac?a novedad. Mandaron los dotores que por nueve d?as no hablase nadie recio en nuestro aposento, porque como estaban huecos los est?magos sonaba en ellos el eco de cualquiera palabra.

Con estas y otras prevenciones comenzamos a volver y cobrar alg?n aliento, pero nunca pod?an las quijadas desdoblarse, que estaban magras y alforzadas, y as? se dio orden que cada d?a nos las ahormasen con la mano del almirez. Levant?bamonos a hacer pinicos dentro de cuarenta d?as, y a?n parec?amos sombras de otros hombres, y en lo amarillo y flaco simiente de los Padres del yermo. Todo el d?a gast?bamos en dar gracias a Dios por habernos rescatado de la captividad del fier?simo Cabra, y rog?bamos al Se?or que ning?n cristiano cayese en sus manos crueles. Si acaso, comiendo, alguna vez nos acord?bamos de las mesas del mal pupilero, se nos aumentaba la hambre tanto que acrecent?bamos la costa aquel d?a. Sol?amos contar a don Alonso c?mo al sentarse en la mesa nos dec?a males de la gula , y re?ase mucho cuando le cont?bamos que en el mandamiento de No matar?s, met?a perdices y capones, gallinas y todas las cosas que no quer?a darnos, y, por el consiguiente, la hambre, pues parec?a que ten?a por pecado el matarla, y aun el herirla, seg?n regateaba el comer.

Pas?ronsenos tres meses en esto, y, al cabo, trat? don Alonso de enviar a su hijo a Alcal? a estudiar lo que le faltaba de la Gram?tica. D?jome a m? si quer?a ir, y yo, que no deseaba otra cosa sino salir de tierra donde se oyese el nombre de aquel malvado perseguidor de est?magos, ofrec? de servir a su hijo como ver?a. Y c

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