Read Ebook: Las Furias by Baroja P O
Font size:
Background color:
Text color:
Add to tbrJar First Page Next Page
Ebook has 1419 lines and 57503 words, and 29 pages
Nota del Transcriptor:
Se ha respetado la ortograf?a y la acentuaci?n del original.
Errores obvios de imprenta han sido corregidos.
P?ginas en blanco han sido eliminadas.
Las versalitas han sido sustituidas por letras may?sculas de tama?o normal.
P?O BAROJA
MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCI?N
MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCI?N
LAS FURIAS
ES PROPIEDAD
DERECHOS RESERVADOS
PARA TODOS LOS PA?SES
COPYRIGHT BY RAFAEL CARO RAGGIO 1921
Establecimiento tipogr?fico de Rafael Caro Raggio
P?O BAROJA
MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCI?N
LAS FURIAS
RAFAEL CARO RAGGIO EDITOR MENDIZ?BAL, 34 MADRID
LAS FURIAS
PR?LOGO
HACIA 1860--cuenta nuestro amigo Legu?a--fu? con mi mujer, algo enferma del pecho, a pasar el invierno a M?laga, y me instal? en la fonda de la Danza, de la plaza de los Moros, en donde me hospedaba otras veces.
Esta fonda era de un gallego casado con una andaluza, y aunque no un hotel moderno , se pod?a vivir con comodidad en ella. No dominaba por entonces el individualismo, un tanto feroz, que hoy reina en los hoteles, y se com?a en la mesa redonda, y cada uno contaba a su vecino sus negocios y hasta sus cuitas. Ten?amos mi mujer y yo, como compa?ero de mesa, un juez gallego que se quejaba constantemente de la comida de M?laga.
Para el juez gallego, todo lo de la ciudad y los alrededores era rematadamente malo. El juez estaba deseando que lo trasladasen a otro punto; pero como, al parecer, era un buen funcionario, las personas influyentes de la ciudad hab?an pedido que no lo sacasen de all?, y el Gobierno lo dejaba en su puesto. Seg?n pude entender, el juez gallego constitu?a el terror de la gente maleante del Perchel y del puerto.
Sol?amos estar en la mesa tranquilamente, cuando se o?a de pronto la voz del gallego que gritaba:
Yo me re?a interiormente de las divergencias de opini?n del gallego y de la andaluza; para el primero no hab?a nada superior a lo que se criaba en las proximidades del Mi?o, y para la andaluza, M?laga era el compendio de todas las excelencias culinarias y no culinarias.
Un d?a en que me hablaba el juez de sus campa?as contra la gente maleante, le pregunt? si sab?a algo de la asonada pol?tica de M?laga en 1836, en que intervino Aviraneta y en la que murieron el conde de Donad?o y el general Sanjust; pero el juez, por aquella ?poca, no estaba en M?laga.
Pregunt? a un joven, empleado en el Gobierno Civil, que se hospedaba en la fonda, qui?n podr?a tener datos de esta algarada.
--El que he o?do decir que presenci? este mot?n--dijo el joven--fu? un se?or de aqu?.
--?Qui?n?
--Pepe Carmona, un comerciante malague?o que es aficionado a escribir. ?No le conoce usted?
--No.
--Pues es un hombre muy amable, muy tranquilo, muy fr?o, muy poco hablador, que parece un ingl?s. Sin embargo, su sino ha debido de ser tomar parte en estas trifulcas, porque de joven presenci? una matanza que hubo en Barcelona en el mismo a?o que la de M?laga.
--Hombre, ?qu? me dice usted? Me interesa tambi?n ese movimiento de Barcelona--dije yo--. Me gustar?a conocer a ese se?or. ?Podr?amos verle?
--S?; si usted quiere, le citar? una noche de ?stas en el Casino.
--Muy bien; c?tele usted.
--Pues ya le avisar? a usted para que vayamos a verle.
Pocas noches despu?s fuimos al Casino el joven empleado y yo, y conoc? a Pepe Carmona. Pepe Carmona era hombre de unos cuarenta y cinco a cincuenta a?os; hombre triste, amable y apagado. Ten?a el tipo mixto que abunda en M?laga: los ojos azules, el pelo rubio, ya canoso; la nariz recta, la cara larga y huesuda; vest?a con mucha pulcritud y luc?a unas manos blancas, muy bien cuidadas. Al hablar ceceaba algo, pero con suavidad, sin aspereza alguna, y sonre?a amablemente con frecuencia y con cierta timidez, un tanto rara en hombre ya de sus a?os.
Pepe Carmona me confirm? lo dicho por el joven del hotel y me asegur? que hab?a conocido a Aviraneta en Barcelona, cuando las matanzas de la Ciudadela, en 1836, y que le volvi? a ver en M?laga d?as antes de la muerte del general Sanjust, es decir, meses despu?s de conocerle.
Le ped? me hiciera una relaci?n de estos acontecimientos, de los cuales hab?a sido testigo, y me dijo:
--Yo no sabr?a separar bien estos hechos con los recuerdos de mi vida; si usted quiere, le prestar? un cuaderno de mis memorias, en el que he escrito esos acontecimientos que a usted le interesan.
--Con much?simo gusto. No tendr? ese cuaderno mas que el momento indispensable para leerlo.
--No, no; puede usted guardarlo el tiempo que quiera.
El se?or Carmona me envi? al d?a siguiente al hotel un grueso cuaderno muy bien empastado. Estaba escrito con una letra inglesa de comerciante y hab?a intercalado en el texto algunos dibujos hechos por el mismo Carmona. Tanto la relaci?n escrita como los dibujos ostentaban cierta facilidad elegante, pero no una fuerte personalidad. Al parecer, Pepe Carmona, en su vida como en su literatura y en sus dibujos, era un hombre amable y distinguido; pero no pasaba de ah?.
De sus memorias copio todo lo que puede interesarnos a los aviranetistas.
EL DIARIO DE PEPE CARMONA
MI padre--dice Pepe Carmona--era un comerciante malague?o, nieto de un irland?s por la rama materna. El dec?a que su familia irlandesa proced?a nada menos que de reyes. Mi madre hab?a nacido en M?laga, pero era oriunda de Burgos, de un pueblo pr?ximo a Salas de los Infantes, de donde sali? mi abuelo para poner una mercer?a en la calle Ancha.
La procedencia, medio irlandesa, medio castellana, me ha dado a m? un tipo poco meridional, que es, sin embargo, frecuente en M?laga, en donde hay mucha mezcla de razas.
El caso fu? que a m? me di? una educaci?n de hijo de rico en un colegio de alto porte; que pas? temporadas en Madrid, y estuve en Inglaterra y en Francia. Naturalmente, yo me cre? un hombre de fortuna que pod?a dispensarse costosas fantas?as. En Londres me hice vestir por los mejores sastres, y en Par?s tuve la humorada de tomar, como profesor de viol?n, a un alem?n que me llevaba por cada lecci?n un ojo de la cara.
Cuando volv? a M?laga le dije, c?ndidamente, a mi padre que no sent?a la menor afici?n por el comercio: me gustaba m?s la poes?a, y puesto que ?l contaba con medios de fortuna suficientes para vivir, y yo tambi?n, si no le parec?a mal, me dedicar?a de lleno a la literatura. Tambi?n le dije que probablemente no vivir?a en M?laga, porque aquel sol y aquella sequedad del paisaje me pon?an malo.
Mi vida, por entonces, era muy agradable, y a pesar de que, para la mayor?a de la gente, M?laga, en aquella ?poca, pasaba por un pueblo aburrido y de poca sociedad, yo me encontraba admirablemente.
Mi tiempo transcurr?a en mi casa y en casa de mi novia. Los domingos paseaba con ella por la Alameda, y a todas horas le rondaba la calle. A veces me sent?a muy melanc?lico, y esto lo atribu?a a las peque?as disensiones que ten?a con mi padre y con mi novia.
Add to tbrJar First Page Next Page