Read Ebook: Viaje a los Estados Unidos Tomo II by Prieto Guillermo
Font size:
Background color:
Text color:
Add to tbrJar First Page Next Page
Ebook has 3094 lines and 163130 words, and 62 pages
Illustrator: H. Iriarte
Nota del Transcriptor:
Se ha respetado la ortograf?a y la acentuaci?n del original.
Errores obvios de imprenta han sido corregidos.
P?ginas en blanco han sido eliminadas.
Las versalitas han sido sustituidas por letras may?sculas de tama?o normal.
Ilustraciones han sido eliminadas. Solo las leyendas correspondientes han sido inclu?das.
La portada fue dise?ada por el transcriptor y se considera dominio p?blico
VIAJE
? LOS
ESTADOS-UNIDOS
Por FIDEL
TOMO II
City-Hotel.--Primeras impresiones.--Primer romance ? Carrascosa.
Perezosa y malmodienta me salud? la aurora del 13, que 13 habia de ser para anunciarme duelos y quebrantos; y fu? el saludo entre tales lloriqueos de lluvia, que realmente me partieron el corazon.
La gran distancia ? que me encontraba de mis compa?eros, porque realmente estaba habitando entre las nubes, la estrechez del cuarto, el amontonamiento de paredes y tejados, cucuruchos de palo y tejavanas, me tenian como preso.
No obstante lo reducido del cuarto, era por dem?s sombr?o: prend? un cerillo, extray?ndolo de un zoquete de madera que tiene, en figura de peine, divididos los palillos que se van arrancando ? medida que la necesidad obliga. La pestilencia ? azufre de los tales fosforitos, es intolerable.
La lluvia me redujo ? prision.
En el primer piso, en vecindad arm?nica con el comedor y el salon de lectura, est? la barber?a, servida por unos negros de gre?a canosa, corbatas azules y desgobernada chancla, que deja percibir talones como matatenas. Habia tambien unos ba?os dispuestos, por la pulmon?a y el desaseo, ? las mil maravillas.
Para distraer mi tristeza, tom? la pluma y escrib? ? San Francisco ? Jos? Carrascosa, d?ndole cuenta de mis primeras impresiones. Suena la m?sica:
PRIMER ROMANCE A JOSE CARRASCOSA.
Positivamente, despues de haber vivido en San Francisco, las primeras impresiones de Orleans no podian serme tan agradables como ? otros viajeros.
Yo habia conocido ? Orleans en 1858; me llevaba de la mano la plenitud de la vida, y aunque mis circunstancias no eran mejores que ahora, me sonreia el sacrificio mismo, la vanidad me mostraba coronas de mirto y de laurel en las manos del sufrimiento. Me parecia que al trav?s de los rayos de gloria que circundaban ? Juarez, mi patria distinguia ? su coplero, y estas extravagantes alucinaciones me hacian feliz.
Y sin embargo, ent?nces la miseria nos guiaba, la incertidumbre del futuro hacia inseguros y peligrosos nuestros pasos; pero la estrella de Juarez reverberaba en nuestro horizonte con n?tidos fulgores, y dentro de mi alma escuchaba yo en mis horas de abatimiento, los preludios del himno triunfal de la Reforma....
?D?nde est?n los actores de aquel drama de audacia, de sacrificio y de gloria? ?d?nde aquel ideal que todo lo embellecia cuando cruzaba sobre las alas blancas de la esperanza y se inclinaba para derramar flores en mi camino?.... Todo habia desaparecido.
Me encontraba en la calle del Canal, es decir, en el corazon de la ciudad; tenia ? mi espalda el gran rio Mississipp?, que la limita y la ci?e como un poderoso brazo, motivo por el cual algunos le han llamado la Ciudad semicircular.
La calle en que estoy, tendr? cerca de sesenta varas de ancho, y se descubre ? lo largo poco m?s de una milla. El centro de la calle tiene una calzada amplia, con ?rboles sembrados de trecho en trecho. En la calzada est?n tendidos los wagones tirados por mulas, que cruzan la ciudad en todas direcciones, por el precio de cinco centavos. Hay un tren de vapor.... la locomotora reducida, pero primorosa, va dentro de un wagon, y corre con la mayor presteza y seguridad.
En medio de la amplia calle hay un extenso cuadrado con enverjado de fierro, sus altos y hermosos faroles y su escalinata, de donde parten las l?neas todas de ferrocarriles. Del centro de ese cuadro se levanta la estatua colosal de Henry Clay, ardiente amigo de M?xico, hermosa y dominadora.
El aspecto de la calle que describo, sin ser hermoso, tiene cierta grandiosidad por su amplitud, por la vista en sus extremos: del uno, risue?as y frondosas arboledas; del otro, el rio con sus aguas turbias, sus bosques de m?stiles, sus ferris, lanzando plumeros de humo, y sus barcas con sus blancas velas tendidas, como grandes alas que brillan con el sol.
Las aceras de esta calle presentan un aspecto extra?o y poco art?stico: tendr?n diez varas de extension las banquetas, y sobre ellas corre con interrupciones, un tejado que las sombrea y se apoya en morillos, en vigas ? columnas.
En la parte superior del tejado se ven, ya ventanas sim?tricas con sus persianas verdes, del estilo americano, ya balcones ? la espa?ola, ya extensos terrados descubiertos, ce?idos con desairados barandales.
Unas casas son altas y escurridas, las otras chatas y amplias, interrumpi?ndose este pandemonium y este des?rden con edificios verdaderamente suntuosos de canter?a y granito, con p?rticos y columnas soberbias ? templos g?ticos con sus altas torres, sus ventanas ojivas, sus barandales de fierro, ?rboles y jardines.
Las azoteas de esas desordenadas casas, se empinan, se cuelgan, se arrastran, hacen maroma, se despatarran, y como que trepan, descienden y se bambolean: a??dase ? todo esto que no hay dos casas seguidas de un color, sino que son escarlatas, verdes, amarillas, azules, blancas y de color de canter?a, y se tendr? el conjunto m?s carnavalesco del mundo.
Debajo del portal hay los mismos accidentes que en la parte superior.
Un tramo lo ocupan vendedores de fruta con sus vestidos de lienzo rayado y su sombrero de jipijapa.... ? dos pasos se ostentan almacenes lujos?simos de ropa hecha, con sus hileras de figurines en las puertas, con sus ojos de esmalte y sus brazos agarrotados.... Otro paso m?s, y se halla embarazado por cestos, trastos, canastos, juguetes, huevos de porcelana para coser los puntos de las medias, etc.
Al salir de aquel laberinto, detiene nuestra marcha un hombre que en una mesilla vende tintas y moldes para marcar la ropa, y un vendedor de pegamento que ense?a como muestra un plato ? un vidrio rotos y restaurados con el pegamento, suspendidos ? ellos enormes pesos para probar su eficacia.
Las joyer?as, las sombrerer?as, los almacenes de ropa hecha abundan, y ya en las boticas, ya aislados, se ven expendios de agua de Soda, de Vichi, de Saratoga, con sus preciosos aparatos como en San Francisco, y su escolta tambien de sabrosos jarabes.
El conjunto, como hemos dicho, es al extremo desigual, porque si nos hemos detenido complacidos frente ? la aduana y el correo, que es un suntuoso edificio de granito, casi no hemos podido dar paso en las cercan?as del rio y la estacion del ferrocarril, con jacales por habitaciones, con banquetas sucias, descuidadas, obstruidas por tercios y llenas de charcos y de hoyancos.
Si hemos sentido una impresion de repugnancia frente al cementerio, en cambio el cementerio mismo es de extraordinaria belleza.
Por poco observativo que sea el viajero, encuentra en conjunto y como sin clasificacion, americanos, franceses, alemanes, cubanos en gran n?mero y algunos mexicanos, procedentes de nuestros puertos y fronteras, muy caracter?sticos.
La calle del Canal divide la ciudad en dos secciones, teniendo por frontera cada una la acera correspondiente.
La parte que mira al Oriente es el barrio frances, la del Occidente el americano; son las dos razas que se contemplan y como que ponen de manifiesto sus virtudes y defectos; pero no chocan, rivalizan, s?; suelen ponerse en caricatura, pero muy frecuentemente se tienden la mano y hacen efectiva la dulce confraternidad.
El viajero, recorriendo cada una de las aceras, va percibiendo, del lado frances, angostas calles con balcones, tejados, antepechos y estorbos: las casas, son de tres, cuatro y cinco pisos, y abren campo irregularmente ? fachadas de suntuosos templos, ? p?rticos de los hoteles y edificios notables, y ? plazas con arboledas frondosas y esmeradamente cuidadas.
No obstante, las calles tienden ? la curva, y esto depende, segun la gu?a que tengo ? la vista, de que la ciudad antigua se fu? extendiendo, siguiendo la curvatura del rio.
En la parte americana, esas calles angostas, advenedizas, como intrusas y desordenadas, hacen campo y como que se detienen ? observar el paso de ampl?simas calzadas, de prados sembrados de verde c?sped y rodeados de elegantes asientos, convertidas en lugares de recreo.
Las casas de estas nuevas calles dan con sus escalinatas ? las banquetas, y est?n adornadas de p?rticos graciosos, jardines risue?os y praditos pintorescos.
Las casas de las calzadas blanquean, escondi?ndose entre los ?rboles; de las columnas de sus p?rticos y del t?mpano que corona su frente, cuelgan enredaderas profusas, y saltan entre sus ondas de esmeralda, la llama del clavel y de la rosa, la espuma de las camelias y azucenas, el zafiro de las violetas y de la pasionaria, y los rub?es de la alfombrilla pomposa.
Entre esas enramadas se distinguen las aves del hogar, las fuentes bullidoras de chorros elevados, los ni?os juguetones, y cuadros, envidia del viajero, y tal vez recuerdo de una felicidad perdida.
Con el nombre de cada calle del lado derecho, parece que nos sale al encuentro un conocido. Calle de Chartes, de Borbon, de San Luis, de San Felipe, las Ursulinas, como que nos presentan cartas de recomendacion y nos traen recuerdos.
Cuando desde una altura se abraza el conjunto de la ciudad semicircular, aparece con singular belleza.
El inmenso rio Mississipp?, como que se detiene enamorado en la f?rtil llanura que lo descarr?a.
Add to tbrJar First Page Next Page