Read Ebook: Musta tähti: Romaani by Elvestad Sven
Font size:
Background color:
Text color:
Add to tbrJar First Page Next Page Prev Page
Ebook has 1101 lines and 36140 words, and 23 pages
LA ANTIPOL?TICA
I El nuevo decorado del mundo
II Los proletarios de levita
IV El bolchevismo, enfermedad infecciosa
V La magia del dinero
VI El delito de ser ruso
X Asesinos manuales y asesinos intelectuales
MI NOMBRE DE CHARCA...
Mientras he estado en el extranjero, yo he tenido un punto de referencia para juzgar los hombres y las cosas: Espa?a. Pero esto era ?nicamente porque yo soy espa?ol y no porque Espa?a me parezca la medida ideal de todos los valores. Ahora, y para hablar de Espa?a, me falta este punto de referencia. Forzosamente har? comparaciones con otros pa?ses.
Y no s?lo resultar? que Espa?a no puede ser un modelo para las otras gentes, sino que no sirve apenas para los mismos espa?oles. La rana encontrar? su charca muy poco confortable.
ESPA?A REENCONTRADA
PSICOLOG?A CREMAT?STICA
La primera impresi?n que nos produce Espa?a es un poco confusa. Al principio no reconocemos exactamente a nuestro pa?s, no lo encontramos del todo igual al recuerdo que ten?amos de ?l. ?Es que Espa?a ha cambiado? Es, m?s bien, que la miramos desde otro punto de vista y con unos ojos algo distintos a como la mir?bamos antes. Los espa?oles, por ejemplo, ?qu? duda cabe de que no han disminuido de estatura? Sin embargo, ahora nos parecen peque??simos. Hombres muy peque?os, bigotes muy anchos, voces muy roncas...
--?Por qu? est?n tan enfadados estos hombres tan peque?os?--me pregunta un extranjero que ha sido compa?ero m?o de viaje.
Yo le explico a duras penas que no se trata de un enfado moment?neo, sino de una actitud general ante la vida. Mi compa?ero se esfuerza en comprender.
--?Ah, vamos!--exclama, por ?ltimo--. Es que los espa?oles no tienen dinero...
Y, aunque esta explicaci?n de la psicolog?a nacional me resulta excesivamente americana, yo, obligado a hacer una s?ntesis, la acepto sin grandes escr?pulos.
--S?. Es eso, principalmente...
--De modo que si nosotros meti?semos aqu? algunos millones de d?lares, ?cree usted que sus compatriotas se calmar?an?
--Yo creo que s?. Creo que estas voces ?speras se ir?an suavizando poco a poco y que las mesas de los caf?s no recibir?an tantos pu?etazos. Creo, en fin, que cambiar?an ustedes el alma espa?ola. Siempre, naturalmente, que los millones no se quedaran todos en algunos bolsillos particulares...
Hay muy poco dinero en Espa?a. Poco y malo. El primer tendero a quien le doy un duro lo coge y lo arroja diferentes veces sobre el mostrador con una violencia terrible. Yo hago votos para que, si no es de plata, sea, por lo menos, de un metal muy s?lido, porque, si no, el tendero me lo romper?. La prueba resulta bien; pero al tendero no le basta. Con un ojo escudri?ador y terrible que parece salirse de su ?rbita examina detenidamente las dos caras del duro. Luego vuelve a sacudirlo y, por ?ltimo, lo muerde. Lo muerde con tal furia que debe de mellarlo. Y el duro triunfa.
Espa?a es el pa?s del mundo en donde un duro tiene m?s importancia. Claro que el gesto de coger un duro y echarlo a rodar despectivamente sobre la mesa para que el camarero lo recoja es un gesto muy espa?ol; pero ese gesto no le quita prestigio al duro, sino que se lo a?ade.
--He aqu? un duro--parece decir el hombre que va a echarlo a rodar--. ?Conciben ustedes nada m?s grande que un duro? Si yo no tuviera un alma heroica y caballeresca, ante la cual carecen de poder las sugestiones de la fortuna, yo depositar?a este duro sobre la mesa tomando para ello precauciones infinitas a fin de que no se rompiese, o bien se lo entregar?a al camarero en propia mano, religiosamente, como si se tratara de un rito. Pero yo desprecio los bienes terrenales, y no me preocupo del porvenir. ?Ven ustedes este duro? Pues ah? va...
Y hecho esto, el hombre aguarda la vuelta, cuenta las perras gordas una por una y se las guarda en un bolsillo profundo...
Poco dinero y malo. Hombres furiosos. Se?oras gruesas, siempre sofocadas, o por el calor o por los berrinches, que se abanican constantemente. Muchos curas. Muchos militares... Grandes partidas de domin? y de billar. Cuestiones de honor. Toros. Juergas. Broncas. Nubes de limpiabotas, de vendedoras de d?cimos de la Loter?a, de gitanas que dicen la buenaventura, de m?sicos ambulantes, de ciegos, de cojos, de paral?ticos... Indudablemente, Espa?a no ha cambiado. Y es posible que nosotros mismos no hayamos cambiado tampoco.
EL TEMPLO DE LA ETERNIDAD
--El prestidigitador--a?ade Bernard Shaw--continuaba todav?a all? jugando ante la audiencia con las mismas bolas...
A mi vez, yo dir? que una noche me desped? de unos amigos con los que hab?a estado cenando en un caf? de la Puerta del Sol. Creo que les dije que iba a volver en seguida, y volv? siete a?os m?s tarde; pero ?qu? son siete a?os en un caf? de Madrid? Los amigos estaban todav?a all?, y la discusi?n continuaba. Las ideas eran las mismas, y la media tostada que Ful?nez mojaba en el caf?, dij?rase tambi?n la misma media tostada que siete a?os atr?s y en mi propia presencia le hab?a servido el camarero. Uno de los amigos pretende leerme un drama. El amigo est? igual, y del drama no ha sido cambiada ni una sola coma.
--Va a estrenarse dentro de quince d?as--me dice mi amigo.
?Lo mismo, exactamente lo mismo que hace siete a?os!
El camarero me llama por mi nombre:
--?Hola, D. Julio! ?Qu? va usted a tomar?
Elijo una paella, como plato castizo, y del que me encontr? privado durante mucho tiempo.
--Esta paella--observa alguien que la conoce--es la misma de ayer.
A m? me parece que es la misma de hace siete a?os, con los mismos cangrejos y todo.
--Y ?qu??--les digo a mis amigos--. Habladme. Dadme noticias. Los acad?micos, ?son inmortales todav?a? P?o Baroja, ?sigue siendo un joven escritor? Fulanito, ?contin?a con aquel hermoso porvenir ante ?l? Y la Fulana y la Zutana y la Mengana, ?es que son todav?a unas j?venes y hermosas actrices? Habladme de pol?tica. La revoluci?n supongo que, igual que hace siete a?os, ser? una cosa inminente. Espa?a no tardar? ni seis meses en transformarse, d?ndole as? la raz?n a los que, desde hace medio siglo, vienen anunciando esta transformaci?n tan r?pida...
SE ENCIENDE UNA ESTRELLA
Mi llegada a Madrid tuvo algo de b?blica. Coincidiendo con ella, apareci? en el cielo una estrella resplandeciente. ?Una nueva estrella y un nuevo microbio! ?Para que luego digamos que en Madrid no se descubre nada!
?C?mo se las arreglar? el Sr. Roso de Luna para encontrar tantas estrellas? Yo he hecho numerosos viajes y jam?s me he tropezado con ninguna. Bien es verdad que tampoco las he buscado, ignorando la utilidad que pudieran reportarme.
El Sr. Roso de Luna encontr? su estrella a las dos o las tres de la madrugada, y se fue corriendo a la redacci?n de un peri?dico para que los lectores de la primera edici?n tuvieran noticia del hallazgo. No s? cu?nto le habr? dado por la estrella el popular colega. Yo, en el caso del Sr. Roso de Luna, me habr?a ido con ella a Nueva York y se la habr?a ofrecido a Mr. Hearst para cualquiera de sus numerosos peri?dicos. Mr. Hearst, que es un especialista en patriotismo, podr?a as? a?adirle una estrella a la bandera americana, aunque tal vez prefiriese explotar el nuevo astro para hacer anuncios luminosos. Y si la necesidad me apuraba, entonces hubiese llevado mi estrella a la Embajada alemana de Madrid. Esos alemanes lo utilizan todo y pagan espl?ndidamente.
Yo me he sentido muy halagado al ver que a mi llegada se encend?a una nueva estrella en el cielo de Madrid. Desgraciadamente, la nueva estrella result? algo semejante al nuevo microbio, que todos cre?amos espa?ol y que result? proceder del centro de Europa. No acabamos de descubrir nada por completo, ni en la regi?n de lo infinitamente peque?o, ni en la de lo infinitamente grande. Nuestros nuevos astros y nuestros nuevos microbios son, poco m?s o menos, tan viejos como nuestros nuevos pol?ticos.
UNA NUEVA TEOR?A DEL CLIMA
?Qu? tal le va a usted--me preguntan desde el extranjero--en ese hermoso pa?s del sol y del cielo azul?
Pues en este hermoso pa?s del sol y del cielo azul nos pasamos la vida tomando bromo-quinina para luchar contra el constipado. Madrid es uno de los pueblos m?s fr?os de Europa, y lo es por una raz?n muy sencilla: la de que carece de aparatos de calefacci?n. En Par?s, como en Berl?n, y en Londres como San Petersburgo, ha habido una ?poca en que el clima era sumamente fr?o; pero, poco a poco, ha ido transform?ndose artificialmente el clima natural de esas ciudades. Claro que no se ha calentado la atm?sfera; ello ofrec?a, de momento, dificultades insuperables aun para la misma qu?mica alemana. Se han calentado, en cambio, las viviendas, los establecimientos p?blicos, los tranv?as y coches, etc., etc. Hoy puede afirmarse que, mientras los madrile?os tiritan, los berlineses y los londinenses pasan sus inviernos a una temperatura media de 17 grados. En la Friedrichstrasse y en Oxford Street har? ahora, seguramente, m?s fr?o que en la calle de Alcal?; pero no as? en las casas de Oxford Street ni de la Friedrichstrasse. Y como no es en la calle, sino en las casas, donde realmente se vive, resulta que los madrile?os son habitantes de un pa?s fr?o, mientras que los londinenses y los berlineses lo son de pa?ses c?lidos.
Con estos datos como base, se podr?a fundar una teor?a en contra de aquella que estudia la influencia del medio natural sobre los hombres: la teor?a del medio artificial. Esta nueva teor?a demostrar?a que el car?cter de cada pa?s depende de sus aparatos de calefacci?n, y semejante demostraci?n tendr?a una gran importancia porque nos llevar?a a la conclusi?n siguiente: para acabar con las diferencias raciales que separan a unos pueblos de otros, y que tanto han contribuido al origen de la guerra europea, bastar? que todo el mundo se caliente con el mismo procedimiento de calefacci?n y que ponga sus casas a una id?ntica temperatura...
No tengo representaci?n bastante para fundar la teor?a que queda esbozada, ni dispongo tampoco del tiempo necesario para ocuparme en un asunto tan trascendental y tan poco lucrativo; pero que no me digan a m? que Espa?a, por raz?n de su clima, ser? siempre lo que es ahora. Que no me digan que en este pa?s del sol y del cielo azul los hombres tendr?n, por los siglos de los siglos, una naturaleza perezosa, violenta e incapaz de disciplina. Que no me digan, en fin, que el teatro de Ibsen no ser? comprendido nunca aqu? porque es el teatro de un pa?s brumoso, y que las leyes inglesas son tan inadaptables al car?cter espa?ol como lo son los impermeables ingleses al clima de Espa?a.
Porque Espa?a no es un pa?s c?lido nada m?s que durante unos cuantos meses al a?o, y porque, desde que se han inventado los ventiladores el?ctricos y la calefacci?n central, no hay pa?ses c?lidos ni pa?ses fr?os. El clima no existe ya como una determinante del car?cter de los hombres. Son, al contrario, los hombres quienes influyen sobre el clima. Reconozcamos que, afortunadamente, Madrid comienza ya a preocuparse de mejorar el suyo.
EL TIEMPO Y EL ESPACIO
Tengo un asunto urgente a ventilar con un amigo. Desde luego, el amigo se opone a que lo ventilemos hoy.
Add to tbrJar First Page Next Page Prev Page