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Read Ebook: España invertebrada: Bosquejo de algunos pensamientos históricos by Ortega Y Gasset Jos

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Ebook has 246 lines and 26973 words, and 5 pages

PARTICULARISMO

Entre las nuevas emociones suscitadas por el cinemat?grafo, hay una que hubiera entusiasmado a Goethe. Me refiero a esas pel?culas que condensan en breves momentos todo el proceso generativo de una planta. Entre la semilla que germina y la flor que se abre sobre el tallo, como corona de la perfecci?n vegetal, transcurre en la Naturaleza demasiado tiempo. No vemos emanar la una de la otra: los estadios del crecimiento se nos presentan como una serie de formas inm?viles, encerrada y cristalizada cada cual en s? misma y sin hacer la menor referencia a la anterior ni a la subsecuente. No obstante, sospechamos que la verdadera realidad de la vida vegetal no es esa serie de perfiles est?ticos y r?gidos, sino el movimiento latente en que van saliendo unos de otros, transform?ndose unos en otros. De ordinario, el <> que la batuta de la Naturaleza impone al crecimiento de las plantas, es m?s lento que el exigido por nuestra retina para fundir dos im?genes quietas en la unidad de un movimiento. En algunos casos, tan raros como favorables, el <> de la planta y el de nuestra retina coinciden, y entonces el misterio de su vida se hace patente a nuestros ojos. Esto aconteci? a Goethe cuando baja del Norte a Italia: sus pupilas intensas y avizoras, habituadas al ritmo germinal de la flora germ?nica, quedan sorprendidas por el <> de la vegetaci?n meridional. Y descubren la ley bot?nica de la metamorfosis, genial contribuci?n de un poeta a la ciencia natural.

Para entender bien una cosa es preciso ponerse a su comp?s. De otra manera, la melod?a de su existencia no logra articularse en nuestra percepci?n y se desgrana en una secuencia de sonidos inconexos que carecen de sentido. Si nos hablan demasiado de prisa o demasiado despacio, las s?labas no se traban en palabras ni las palabras en frases. ?C?mo podr?n entenderse dos almas de <> mel?dico distinto? Si queremos intimar con algo o con alguien, tomemos primero el pulso de su vital melod?a y, seg?n ?l exija, galopemos un rato a su vera o pongamos al paso nuestro coraz?n.

Ello es que el cinemat?grafo empareja nuestra visi?n con el lento crecer de la planta y consigue que el desarrollo de ?sta adquiera a nuestros ojos la continuidad de un gesto. Entonces la entendemos con la evidencia misma que a una persona familiar, y nos parece la eclosi?n de la flor el t?rmino claro de un adem?n.

Pues bien: yo imagino que el cinemat?grafo pudiera aplicarse a la Historia y, condensados en breves minutos, corriesen ante nosotros los cuatro ?ltimos siglos de vida espa?ola. Apretados unos contra otros los hechos innumerables, fundidos en una curva sin poros ni discontinuidades, la historia de Espa?a adquirir?a la claridad expresiva de un gesto, y los sucesos contempor?neos en que concluye el vasto adem?n se explicar?an por s? mismos como unas mejillas que la angustia contrae o una mano que desciende rendida.

El proceso incorporativo consist?a en una faena de totalizaci?n: grupos sociales que eran todos aparte, quedaban integrados como partes de un todo. La desintegraci?n es el suceso inverso: las partes del todo comienzan a vivir como todos aparte. A este fen?meno de la vida hist?rica llamo particularismo, y si alguien me preguntase cu?l es el car?cter m?s profundo y m?s grave de la actualidad espa?ola, yo contestar?a con esa palabra.

Lo que la gente piensa y dice --la opini?n p?blica-- es siempre respetable; pero casi nunca expresa con rigor sus verdaderos sentimientos. La queja del enfermo no es el nombre de su enfermedad. El card?aco suele quejarse de todo su cuerpo menos de su v?scera cordial. A lo mejor nos duele la cabeza, y lo que tienen que curarnos es el h?gado. Medicina y pol?tica, cuanto mejores son m?s se parecen al m?todo de Ollendorf.

<> No le importan las esperanzas o necesidades de los otros y no se solidarizar? con ellos para auxiliarlos en su af?n. Como el vejamen que acaso sufre el vecino no irrita por simp?tica transmisi?n a los dem?s n?cleos nacionales, queda abandonado a su desventura y debilidad. En cambio, es caracter?stica de este estado social la hipersensibilidad para los propios males. Enojos o dificultades que en tiempos de cohesi?n son f?cilmente soportados, parecen intolerables cuando el alma del grupo se ha desintegrado de la convivencia nacional.

En este esencial sentido podemos decir que el particularismo existe hoy en toda Espa?a, bien que modulado diversamente seg?n las condiciones de cada regi?n. En Bilbao y Barcelona, que se sent?an como las fuerzas econ?micas mayores de la pen?nsula, ha tomado el particularismo un cariz agresivo, expreso y de amplia musculatura ret?rica. En Galicia, tierra pobre, habitada por almas rendidas, suspicaces y sin confianza en s? mismas, el particularismo ser? reentrado, como erupci?n que no puede brotar, y adoptar? la fisonom?a de un sordo y humillado resentimiento, de una inerte entrega a la voluntad ajena, en que se libra sin protestas el cuerpo para reservar tanto m?s la ?ntima adhesi?n.

No he comprendido nunca por qu? preocupa el nacionalismo afirmativo de Catalu?a y Vasconia y, en cambio, no causa pavor el nihilismo nacional de Galicia o Sevilla. Esto indica que no se ha percibido a?n toda la profundidad del mal y que los patriotas con cabeza de cart?n creen resuelto el formidable problema nacional si son derrotados en unas elecciones los Sres. Sota o Camb?.

El prop?sito de este ensayo es corregir la desviaci?n en la punter?a del pensamiento pol?tico al uso, que busca el mal radical de catalanismo y bizcaitarrismo en Catalu?a y en Vizcaya, cuando no es all? donde se encuentra. ?D?nde, pues?

Para m? esto no ofrece duda: cuando una sociedad se consume v?ctima del particularismo, puede siempre afirmarse que el primero en mostrarse particularista fu? precisamente el Poder central. Y esto es lo que ha pasado en Espa?a.

Castilla ha hecho a Espa?a, y Castilla la ha deshecho.

Si Catalu?a o Vasconia hubiesen sido las razas formidables que ahora se imaginan ser, habr?an dado un terrible tir?n de Castilla cuando ?sta comenz? a hacerse particularista, es decir, a no contar debidamente con ellas. La sacudida en la periferia hubiera acaso despertado las antiguas virtudes del centro y no habr?a, por ventura, ca?do en la perdurable modorra de idiotez y ego?smo que ha sido durante tres siglos nuestra historia.

Anal?cense las fuerzas diversas que actuaban en la pol?tica espa?ola durante todas esas centurias, y se advertir? claramente su atroz particularismo. Empezando por la Monarqu?a y siguiendo por la Iglesia, ning?n poder nacional ha pensado m?s que en s? mismo. ?Cu?ndo ha latido el coraz?n, al fin y al cabo extranjero, de un monarca espa?ol o de la Iglesia espa?ola por los destinos hondamente nacionales? Que se sepa, jam?s. Han hecho todo lo contrario: <>; han fomentado, generaci?n tras generaci?n, una selecci?n inversa en la raza espa?ola. Ser?a curioso y cient?ficamente fecundo hacer una historia de las preferencias manifestadas por los reyes espa?oles en la elecci?n de las personas. Ella mostrar?a la incre?ble y continuada perversi?n de valoraciones que los ha llevado casi indefectiblemente a preferir los hombres tontos a los inteligentes, los envilecidos a los irreprochables. Ahora bien: el error habitual, inveterado, en la elecci?n de personas, la preferencia reiterada de lo ruin a lo selecto, es el s?ntoma m?s evidente de que no se quiere en verdad hacer nada, emprender nada, crear nada que perviva luego por s? mismo. Cuando se tiene el coraz?n lleno de un alto empe?o, se acaba siempre por buscar los hombres m?s capaces de ejecutarlo.

En vez de renovar peri?dicamente el tesoro de ideas vitales, de modos de coexistencia, de empresas unitivas, el Poder p?blico ha ido triturando la convivencia espa?ola y ha usado de su fuerza nacional casi exclusivamente para fines privados.

As?, pues, yo encuentro que lo m?s importante en el catalanismo y el bizcaitarrismo, es precisamente lo que menos suele advertirse en ?l; a saber: lo que tienen de com?n, por una parte, con el largo proceso de secular desintegraci?n que ha segado los dominios de Espa?a; por otra parte, con el particularismo latente o variamente modulado que existe hoy en el resto del pa?s. Lo dem?s, la afirmaci?n de la diferencia ?tnica, el entusiasmo por sus idiomas, la cr?tica de la pol?tica central, me parece que, o no tiene importancia, o si la tiene, podr?a aprovecharse en sentido favorable.

Pero esta interpretaci?n del secesionismo vascocatal?n como mero caso espec?fico de un particularismo m?s general existente en toda Espa?a queda mejor probada si nos fijamos en otro fen?meno agud?simo, caracter?stico de la hora presente y que nada tiene que ver con provincias, regiones ni razas: el particularismo de las clases sociales.

COMPARTIMENTOS ESTANCOS

La incorporaci?n en que se crea un gran pueblo es principalmente una articulaci?n de grupos ?tnicos o pol?ticos diversos; pero no es esto s?lo: a medida que el cuerpo nacional crece y se complican sus necesidades, orig?nase un movimiento diferenciador en las funciones sociales y, consecuentemente, en los ?rganos que las ejercen. Dentro de la sociedad unitaria van apareciendo e hinchi?ndose peque?os orbes inclusos, cada cual con su peculiar atm?sfera, con sus principios, intereses y h?bitos sentimentales e ideol?gicos distintos: son el mundo militar, el mundo pol?tico, el mundo industrial, el mundo cient?fico y art?stico, el mundo obrero, etc. En suma: el proceso de unificaci?n en que se organiza una gran sociedad lleva el contrapunto de un proceso diferenciador que divide aqu?lla en clases, grupos profesionales, oficios, gremios.

Los n?cleos ?tnicos incorporados, antes de su incorporaci?n exist?an ya como todos independientes. Las clases y los grupos profesionales, en cambio, nacen desde luego como partes. Aqu?llos, mejor o peor, pueden volver a vivir solitarios y por s?; pero ?stos, aislados y aparte cada uno, no podr?an subsistir. ?Hasta tal punto les es esencial ser partes y s?lo partes de una estructura que los envuelve y lleva! El industrial necesita del productor de primeras materias, del comprador de sus productos, del gobernante que pone un orden en el tr?fico, del militar que defiende ese orden. A su vez, el mundo militar, <> --dec?a D. Juan Manuel--, necesita del industrial, del agr?cola, del t?cnico.

Habr?, por tanto, salud nacional en la medida que cada una de estas clases y gremios tenga viva conciencia de que es ella meramente un trozo inseparable, un miembro del cuerpo p?blico. Todo oficio u ocupaci?n continuada arrastra consigo un principio de inercia que induce al profesional a irse encerrando cada vez m?s en el reducido horizonte de sus preocupaciones y h?bitos gremiales. Abandonado a su propia inclinaci?n, el grupo acabar?a por perder toda sensibilidad para la interdependencia social, toda noci?n de sus propios l?mites y aquella disciplina que mutuamente se imponen los gremios al ejercer presi?n los unos sobre los otros y sentirse vivir juntos.

Es preciso, pues, mantener vivaz en cada clase o profesi?n la conciencia de que existen en torno a ella otras muchas clases y profesiones, de cuya cooperaci?n necesitan, que son tan respetables como ella, tienen modos y aun man?as gremiales que deben ser en parte tolerados y, cuando menos, conocidos.

?C?mo se mantiene despierta esta corriente profunda de solidaridad? Vuelvo una vez m?s al tema que es <> de este ensayo: la convivencia nacional es una realidad activa y din?mica, no una coexistencia pasiva y est?tica como el mont?n de piedras al borde de un camino. La nacionalizaci?n se produce en torno a fuertes empresas incitadoras que exigen de todos un m?ximum de rendimiento, y, en consecuencia, de disciplina y mutuo aprovechamiento. La reacci?n primera que en el hombre origina una coyuntura dif?cil o peligrosa es la concentraci?n de todo su organismo, un apretar las filas de las energ?as vitales, que quedan alerta y en pronta disponibilidad para ser lanzadas contra la hostil situaci?n. Algo semejante acontece en un pueblo cuando necesita o quiere en serio hacer algo. En tiempo de guerra, por ejemplo, cada ciudadano parece quebrar el recinto herm?tico de sus preocupaciones exclusivistas, y agudizada su sensibilidad para el todo social, emplea no poco esfuerzo mental en pasar revista, una vez y otra, a lo que puede esperarse de las dem?s clases y profesiones. Advierte entonces con dram?tica evidencia la angostura de su gremio, la escasez de sus posibilidades y la radical dependencia de los restantes en que, sin notarlo, se hallaba. Recibe ansiosamente las noticias que le llegan del estado material y moral de otros oficios, de los hombres que en ellos son eminentes y en cuya capacidad puede confiarse. Cada profesi?n, por decirlo as?, vive en tales agudas circunstancias la vida entera de las dem?s. Nada acontece en un grupo social que no llegue a conocimiento del resto y deje en ?l su huella. La sociedad se hace m?s compacta y vibra integralmente de polo a polo. A esta cualidad, que en los casos b?licos se manifiesta superlativamente, pero que en medida bastante es pose?da por todo pueblo saludable, llamo <>. Es en el orden psicol?gico la misma condici?n que en el f?sico permite a la bola de billar transmitir, casi sin p?rdida, la acci?n ejercida sobre uno de sus puntos a todos los dem?s de su esfera. Merced a esta elasticidad social, la vida de cada individuo queda en cierta manera multiplicada por la de todos los dem?s; ninguna energ?a se despilfarra; todo esfuerzo repercute en amplias ondas de transmisi?n psicol?gica, y de este modo se aprovecha y acumula. S?lo una naci?n de esta suerte el?stica podr? en su d?a y en su hora ser cargada prontamente de la electricidad hist?rica que proporciona los grandes triunfos y asegura las decisivas y salvadoras reacciones.

Se dice que los pol?ticos no se preocupan del resto del pa?s. Esto, que es verdad, es, sin embargo, injusto, porque parece atribu?r exclusivamente a los pol?ticos pareja despreocupaci?n. La verdad es que si para los pol?ticos no existe el resto del pa?s, para el resto del pa?s existen mucho menos los pol?ticos. ?Y qu? acontece dentro de ese resto no pol?tico de la naci?n? ?Es que el militar se preocupa del industrial, del intelectual, del agricultor, del obrero? Y lo mismo debe decirse del arist?crata, del industrial o del obrero respecto a las dem?s clases sociales. Vive cada gremio herm?ticamente cerrado dentro de s? mismo. No siente la menor curiosidad por lo que acaece en el recinto de los dem?s. Ruedan los unos sobre los otros como orbes estelares que se ignoran mutuamente. Polarizado cada cual en sus t?picos gremiales, no tiene ni noticia de los que rigen el alma del grupo vecino. Ideas, emociones, valores creados dentro de un n?cleo profesional o de una clase, no transcienden lo m?s m?nimo a las restantes. El esfuerzo tit?nico que se ejerce en un punto del volumen social no es transmitido, no obtiene repercusi?n unos metros m?s all?, y muere donde nace. Dif?cil ser? imaginar una sociedad menos el?stica que la nuestra; es decir, dif?cil ser? imaginar un conglomerado humano que sea menos una sociedad. Podemos decir de toda Espa?a lo que Calder?n dec?a de Madrid en una de sus comedias:

Est? una pared aqu? de la otra m?s distante que Valladolid de Gante.

EL CASO DEL GRUPO MILITAR

Para no seguir movi?ndome entre f?rmulas generales y abstractas, intentar? describir someramente un ejemplo concreto de compartimento estanco: el que ofrece la clase profesional de los militares. Casi todo lo que de ?stos diga vale, con leves mudanzas, para los dem?s grupos y gremios.

Despu?s de las guerras colonial e hispano-yanqui, qued? nuestro Ej?rcito profundamente deprimido, moralmente desarticulado; por decirlo as?, disuelto en la gran masa nacional. Nadie se ocup? de ?l ni siquiera para exigirle en forma elevada, justiciera y competente las debidas responsabilidades. Al mismo tiempo, la voluntad colectiva de Espa?a, con rara e inconcebible unanimidad, adopt? sumariamente, radicalmente, la inquebrantable resoluci?n de no volver a entrar en b?licas empresas. Los militares mismos se sintieron en el fondo de su ?nima contaminados por esta decisi?n, y D. Joaqu?n Costa, tomando una vez m?s el r?bano por las hojas, mand? que se sellase el arca del Cid.

He aqu? un caso preciso en que resplandece la necesidad de interpretar din?micamente la convivencia nacional, de comprender que s?lo la acci?n, la empresa, el proyecto de ejecutar un d?a grandes cosas, son capaces de dar regulaci?n, estructura y cohesi?n al cuerpo colectivo. Un ej?rcito no puede existir cuando se elimina de su horizonte la posibilidad de una guerra. La imagen, siquiera el fantasma de una contienda posible, debe levantarse en los confines de la perspectiva y ejercer su m?stica, espiritual gravitaci?n sobre el presente del ej?rcito. La idea de que el ?til va a ser un d?a usado es necesaria para cuidarlo y mantenerlo a punto. Sin guerra posible no hay manera de moralizar un ej?rcito, de sustentar en ?l la disciplina y tener alguna garant?a de su eficacia.

Comprendo las ideas de los antimilitaristas, aunque no las comparto. Enemigos de la guerra, piden la supresi?n de los ej?rcitos. Tal actitud, err?nea en su punto de partida, es l?gica en sus consecuencias. Pero tener un ej?rcito y no admitir la posibilidad de que act?e, es una contradicci?n grav?sima que, a despecho de insinceras palabras oficiales, han cometido en el secreto de sus corazones casi todos los espa?oles desde 1900. La ?nica guerra que hubiera parecido concebible, la de independencia, era tan inveros?mil, que, pr?cticamente, no influ?a en la conciencia p?blica. Una vez resuelto que no habr?a guerras, era inevitable que las dem?s clases se desentendieran del ej?rcito, perdiendo toda sensibilidad para el mundo militar. Qued? ?ste aislado, desnacionalizado, sin trabaz?n con el resto de la sociedad e interiormente disperso. La reciprocidad se hac?a inevitable; el grupo social que se siente desatendido reacciona autom?ticamente con una secesi?n sentimental. En los individuos de nuestro Ej?rcito germin? una funesta suspicacia hacia pol?ticos, intelectuales, obreros ; ferment? en el grupo armado el resentimiento y la antipat?a respecto a las dem?s clases sociales, y su periferia gremial se fu? haciendo cada vez m?s herm?tica, menos porosa al ambiente de la sociedad circundante. Entonces comienza el Ej?rcito a vivir --en ideas, prop?sitos, sentimientos-- del fondo de s? mismo, sin recepci?n ni canje de influencias ambientes. Se fu? obliterando, cerrando sobre su propio coraz?n, dentro del cual quedaban en cultivo los g?rmenes particularistas.

En 1909, una operaci?n colonial lleva a Marruecos parte de nuestro Ej?rcito. El pueblo acude a las estaciones para impedir su partida, movido por la susodicha resoluci?n de pacifismo. No era lo que se llam? <>, empresa de tama?o bastante para templar el ?nimo de una milicia como la nuestra. Sin embargo, aquel reducido empe?o bast? para que despertase el esp?ritu profesional de nuestro Ej?rcito. Entonces volvi? a formarse plenamente su conciencia de grupo, se concentr? en s? mismo, se uni? consigo mismo; mas no por esto se reuni? al resto de las clases sociales. Al contrario: la cohesi?n gremial se produjo en torno a aquellos sentimientos acerbos que antes he mentado. De todas suertes, Marruecos hizo del alma dispersa de nuestro Ej?rcito un pu?o cerrado, moralmente dispuesto para el ataque.

Desde aquel momento viene a ser el grupo militar una escopeta cargada que no tiene blanco a que disparar. Desarticulada de las dem?s clases nacionales --como ?stas, a su vez, lo est?n entre s?--, sin respeto hacia ellas ni sentir su presi?n refrenadora, vive el Ej?rcito en perpetua inquietud, queriendo gastar la espiritual p?lvora acumulada y sin hallar empresa c?ngrua en que hacerlo. ?No era la inevitable consecuencia de todo este proceso que el Ej?rcito cayese sobre la naci?n misma y aspirase a conquistarla? ?C?mo evitar que su af?n de campa?as quedara reprimido y renunciase a tomar alg?n presidente del Consejo como si fuese una cota?

Todo ten?a que concluir en aquellas jornadas famosas de julio de 1917. En ellas, el Ej?rcito perdi? un instante por completo la conciencia de que era una parte, y s?lo una parte, del todo espa?ol. El particularismo que padece, como los dem?s gremios y clases, y de que no es m?s responsable que lo somos todos los dem?s, le hizo sufrir el espejismo de creerse solo y todo.

He aqu? una historia que, <>, puede contarse de casi todos los trozos org?nicos de Espa?a. Cada uno ha pasado por cierta hora en que, perdida la fe en la organizaci?n nacional y embotada su sensibilidad para los dem?s grupos fraternos, ha cre?do que su misi?n consist?a en imponer directamente su voluntad. Dicho de otra manera: todo particularismo conduce por fin, inexorablemente, a la acci?n directa.

ACCI?N DIRECTA

La psicolog?a del particularismo que he intentado delinear podr?a resumirse diciendo que el particularismo se presenta siempre que en una clase o gremio, por una u otra causa, se produce la ilusi?n intelectual de creer que las dem?s clases no existen como plenas realidades sociales o, cuando menos, que no merecen existir. Dicho a?n m?s simplemente: particularismo es aquel estado de esp?ritu en que creemos no tener por qu? contar con los dem?s. Unas veces por excesiva estimaci?n de nosotros mismos, otras por excesivo menosprecio del pr?jimo, perdemos la noci?n de nuestros propios l?mites y comenzamos a sentirnos, como todos independientes. Contar con los dem?s supone percibir, si no nuestra subordinaci?n a ellos, por lo menos la mutua dependencia y coordinaci?n en que con ellos vivimos. Ahora bien: una naci?n es a la postre una ingente comunidad de individuos y grupos que cuentan los unos con los otros. Este contar con el pr?jimo no implica necesariamente simpat?a hacia ?l. Luchar con alguien, ?no es una de las m?s claras formas en que demostramos que existe para nosotros? Nada se parece tanto al abrazo como el combate cuerpo a cuerpo.

Pues bien: en estados normales de nacionalizaci?n, cuando una clase desea algo para s?, trata de alcanzarlo buscando previamente un acuerdo con las dem?s. En lugar de proceder inmediatamente a la satisfacci?n de su deseo, se cree obligada a obtenerlo al trav?s de la voluntad general. Hace, pues, seguir a su privada voluntad una larga ruta que pasa por las dem?s voluntades integrantes de la naci?n y recibe de ellas la consagraci?n de la legalidad. Tal esfuerzo para convencer a los pr?jimos y obtener de ellos que acepten nuestra particular aspiraci?n es la acci?n legal.

Esta funci?n de contar con los dem?s tiene sus ?rganos peculiares: son las instituciones p?blicas que est?n tendidas entre individuos y grupos como resortes y muelles de la solidaridad nacional.

Pero una clase atacada de particularismo se siente humillada cuando piensa que para lograr sus deseos necesita recurrir a esas instituciones u ?rganos del contar con los dem?s. ?Qui?nes son los dem?s para el particularista? En fin de cuentas, y tras uno u otro rodeo, nadie. De aqu? la ?ntima repugnancia y humillaci?n que siente entre nosotros el militar, o el arist?crata, o el industrial, o el obrero cuando tiene que impetrar del Parlamento la satisfacci?n de sus aspiraciones y necesidades. Esta repugnancia suele disfrazarse de desprecio hacia los pol?ticos; pero un psic?logo atento no se deja desorientar por esta apariencia.

Pica, a la verdad, en historia la unanimidad con que todas las clases espa?olas ostentan su repugnancia hacia los pol?ticos. Dir?ase que los pol?ticos son los ?nicos espa?oles que no cumplen con su deber ni gozan de las cualidades para su menester imprescindibles. Dir?ase que nuestra aristocracia, nuestra Universidad, nuestra industria, nuestro ej?rcito, nuestra ingenier?a, son gremios maravillosamente bien dotados que encuentran siempre anuladas sus virtudes y talentos por la intervenci?n fatal de los pol?ticos. Si esto fuera verdad, ?c?mo se explica que Espa?a, pueblo de tan perfectos electores, se obstine en no sustituir a esos perversos elegidos?

Este vocablo fu? acu?ado para denominar cierta t?ctica de la clase obrera: pero, en rigor, habr?a que llamar as? cuanto hoy se hace en asuntos p?blicos. La intensidad y desnudez con que este car?cter de acci?n directa se presenta depende s?lo de la fuerza material con que cada gremio cuente. Los obreros llegaron a la idea de semejante t?ctica por un l?gico desarrollo de su actitud particularista. Insolidarios de la sociedad actual, consideran que las dem?s clases sociales no tienen derecho a existir por ser parasitarias, esto es, antisociales. Ellos, los obreros, son, no una parte de la sociedad, sino el verdadero todo social, el ?nico que tiene derecho a una leg?tima existencia pol?tica. Due?os de la realidad p?blica, nadie puede impedirles que se apoderen directamente de lo que es suyo. La acci?n indirecta o parlamentarismo equivale a pactar con los usurpadores, es decir, con quienes no tienen leg?tima existencia social.

Qu?tese a esto cuanto tiene de claridad conceptual propia de una teor?a; trad?zcase al lenguaje difuso e il?gico de los sentimientos, y se hallar? el estado de conciencia que hoy act?a en el subsuelo espiritual de casi todas las clases espa?olas.

<>

He mostrado la acci?n directa como una t?ctica que se deriva inevitablemente del particularismo, del no querer contar con los dem?s. A su vez, el no contar con los dem?s tiene su causa inmediata en una falta de perspicacia, de vigilancia intelectual. Cuanto m?s torpes seamos y m?s angosto nuestro horizonte de curiosidades e intuiciones, menos cosas habitar?n nuestro paisaje y con mayor facilidad nos olvidaremos de que el pr?jimo existe.

Aquellos coroneles y generales, tan atractivos por su temple heroico y su sublime ingenuidad, pero tan cerrados de cabeza, estaban convencidos de su <>, no como est? convencido un hombre normal, sino como suelen los locos y los imb?ciles. Cuando un loco o un imb?cil se convence de algo, no se da por convencido ?l solo, sino que al mismo tiempo cree que est?n convencidos todos los dem?s mortales. No consideran, pues, necesario esforzarse en persuadir a los dem?s poniendo los medios oportunos; les basta con proclamar, con <> la opini?n de que se trata: en todo el que no sea miserable o perverso repercutir? la incontrastable verdad. As?, aquellos generales y coroneles cre?an que con dar ellos el <> en un cuartel toda la anchura de Espa?a iba a resonar en ecos coincidentes.

Yo creo que casi todos los movimientos pol?ticos de los ?ltimos a?os reproducen esos dos caracteres de los <>.

Quedar?a incompleto y aun tergiversado el an?lisis del estado presente de Espa?a que estos art?culos ensayan si se entendiera el r?gimen de particularismo por m? descrito como un ambiente de feroz lucha entre unas clases y otras. Parecer? vana sutileza, pero considero esencial no confundir la disociaci?n particularista con el temperamento belicoso. ?Ojal? que hubiese en Espa?a alguien con ansia de luchar! Por desgracia, acontece lo contrario.

Es suficientemente notorio que para encender una vela hace falta a lo menos que la vela est? apagada. Del mismo modo, para sentir af?n de combatir hace falta a lo menos no estar convencido de que se ha ganado ya la batalla. No hay estados de esp?ritu m?s divergentes que el del combatiente y el del victorioso. El que, en efecto, quiere luchar, empieza por creer que el enemigo existe, que es poderoso; por tanto, peligroso; por tanto, respetable. Procurar? en vista de ello aunar todas las colaboraciones posibles; emplear? todos los resortes de la gracia persuasiva, de la dial?ctica, de la cordialidad y aun de la astucia para enrolar bajo su bandera cuantas fuerzas pueda. El que se cree victorioso proceder? inversamente: tiene ya a su espalda e inerte al enemigo. No necesita andar con contemplaciones ni halagar a nadie para que le ayude, ni fingir actitudes amplias, generosas, que arrastren en pos de s? los corazones. Por el contrario, tender? a reducir sus filas para repartir entre menos el bot?n de la victoria, y marchando en v?a recta, tomar? posesi?n de lo conquistado. La acci?n directa, en suma, es la t?ctica del victorioso, no la del luchador.

Vu?lvase la vista a cualquiera de los movimientos pol?ticos que se han disparado en estos a?os, y se ver? c?mo la t?ctica seguida en ellos revela que surgieron no para pelear, sino, al contrario, por creer que ten?an de antemano ganada la partida.

En 1917 intentan obreros y republicanos una revolucioncita. El desmandamiento militar de julio les hab?a hecho creer que era el momento. ?El momento de qu?? ?De batallar? No, al rev?s: el momento de tomar posesi?n del Poder p?blico, que parec?a yacer en medio del arroyo, como <>. Por esto, aquellos socialistas y republicanos no quisieron contar con nadie, no llamaron con palabras fervorosas y de elevada liberalidad al resto de la naci?n. Supusieron que casi todo el mundo deseaba lo mismo que ellos, y procedieron a dar el <> en tres o cuatro barrios de otras tantas poblaciones.

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