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Read Ebook: Novelle by De Amicis Edmondo Bignami Vespasiano Illustrator

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Ebook has 234 lines and 32108 words, and 5 pages

Simpat?a de Colombia por la Argentina.--Sus causas.--Rivalidades de argentinos y colombianos en el Per?.--Car?cter de los oficiales de la Independencia.--La conferencia de Guayaquil.--Bol?var y San Mart?n.--Una hip?tesis.--El recuerdo rec?proco.--Analog?as entre colombianos y argentinos.--Caracteres y tipos.--La partida.--En Manzanos.--Las mulas de Piqauillo.--El almuerzo.--El tuerto sabanero.--Una gran lluvia en los tr?picos.--En Guaduas.--Encuentros.--En busca de mi tuerto.--Un entierro.--Recuerdo de los Andes.--Viajando en la monta?a.--El viajero de la armadura de oro.--D. Salvador.--Su historia.--Su famosa aventura.--?Pobre D. Juan!--Una costumbre quichua.

Aguas abajo--Col?n.

El ?lbum de Consuelo.--Una ruda jornada.--Los patitos del sabanero.--El "Confianza".--La bajada de Magdalena.--Otra vez los cuadros soberbios.--Los caimanes.--Las tardes.--La m?sica en la noche.--En Barranquilla.--Cambio de itinerario.--La Ville de Par?s.--La traves?a.--Col?n.--Un puerto franco.--Bar-rooms y hoteles.--Un d?a ingrato.--Aspectos por la noche.--El juego al aire libre.--Bacanal.--Resoluci?n.

El Canal de Panam?.

Corinto, Suez y Panam?.--Las viejas rutas.--Importancia geogr?fica de Panam?.--Resultados econ?micos del canal.--Dificultades de su ejecuci?n.--La mortalidad.--El clima.--Europeos, chinos y nativos.--Fuerzas mec?nicas.--?Se har? el canal?--La oposici?n norteamericana.--M. Blaine.--?Qu? representa?--El tratado Clayton-Bulwer.--La cuesti?n de la garant?a.--Opini?n de Colombia.--La doctrina de Monroe.--Qu? significa en la actualidad.--Las ideas de la Europa.--Cu?l debe ser la pol?tica sudamericana.--Eficacia de las garant?as.--La garant?a colectiva de la Am?rica.--Nuestro inter?s.--Conclusi?n.--El principal comercio de Panam?.--Los pl?tanos.--Cifra enorme.--El porvenir.

CAPITULO XX

En Nueva York.

En el Ni?gara.

La excursi?n obligada.--El palace-car.--La compa?era de viaje.--Costumbres americanas.--Una opini?n yanqui.--Ni?gara Fall's.--La Catarata.--Al pie de la cascada.--La profanaci?n del Ni?gara.--El Ni?gara y el Tequendama.--Regreso.--El Hudson.--Conclusi?n. 270

MIGUEL CAN?

Naci? en Montevideo, en 1851, durante la emigraci?n. Estudi? en el Colegio Nacional de Buenos Aires y se gradu? en Derecho en la Universidad el a?o 1872. Perteneci? al grupo de esp?ritus selectos que form? la "generaci?n del ochenta", en momentos en que la cultura argentina se renovaba substancialmente en el orden cient?fico y literario.

Su actividad fue solicitada alternativamente por la pol?tica, la diplomacia y la vida universitaria; pero siempre se mantuvo fiel cultor de las buenas letras, con aticismo exquisito. Nadie pudo ser m?s representativo para ocupar el primer decanato de nuestra Facultad de Filosof?a y Letras, a cuya existencia qued? para siempre vinculado su nombre.

Inici? su carrera de escritor en "La Tribuna" y "El Nacional". En 1875 fue diputado al Congreso; en 1880 director general de correos y tel?grafos; despu?s de 1881 ministro plenipotenciario en Colombia, Austria, Alemania, Espa?a y Francia. En 1892 fue Intendente de Buenos Aires y poco despu?s Ministro del Interior y de Relaciones Exteriores.

Public? los siguientes libros, que le asignan un puesto eminente en nuestra historia literaria: "Ensayos" , "Juvenilia" , "En viaje" , "Charlas literarias" , Traducci?n de "Enrique IV" , "Notas e impresiones" , "Prosa ligera" . Ha dejado numerosos "Escritos y Discursos" que pueden ser reunidos en un volumen tan interesante como los anteriores.

Con excelente gusto cr?tico y ductilidad de estilo, cualidades que educ? en todo tiempo, logr? ser el m?s le?do de nuestros "chroniqueurs", igualando los buenos modelos de este g?nero esencialmente franc?s. M?s se preocup? de la gracia sonriente que de la disciplina adusta, prefiriendo la l?nea esbelta a la pesada robustez, como que fue en sus aficiones un griego de Par?s.

Falleci? en Buenos Aires el 5 de Septiembre de 1905.

JUICIO CR?TICO DE ERNESTO QUESADA

O?da la acusaci?n y la defensa, puede, pues, abrirse juicio sobre el valor del libro. Cr?tico y criticado parecen estar de acuerdo acerca de algunos defectillos, disienten en otros, y parecen no haber querido recordar el verso cl?sico:

He o?do decir que el car?cter del se?or Can? es tan jovial como bondadoso y franco: en su libro ha querido, sin duda, hacer gala de escepticismo, y deja entrever con mucha--?demasiada?--frecuencia, la nota siempre igual del eterno fastidio. Y, sin embargo, ?qu? amargo contrasentido encierra ese original deseo de aparecer fastidiado! Fastidiado el se?or Can?, cuando, en la flor de la edad ha recorrido las m?s altas posiciones de su pa?s, no encontrando por doquier sino sonrisas, no pisando sino sobre flores, ?ni?o mimado de la diosa Fortuna! ?No ser? quiz? ese aparente fastidio un verdadero lujo de felicidad?...

Estamos en presencia de un libro de viajes escrito por una persona que, a pesar de haber viajado mucho, no es verdaderamente un viajero. El autor no siente la pasi?n de los viajes: soporta a su pesar las incomodidades materiales, se traslada de un punto a otro, pero maldice los fastidios del viaje de mar, el cambio de trenes, los p?simos hoteles, etc., etc. Habla de sus viajes con una frialdad que hiela: adopta cierto estilo semiesc?ptico, semiburl?n, para re?rse de los que pretenden tener esa pasi?n tan horripilante.

<>.

?Ah!, el placer de los viajes por los mismos, sin preocupaci?n alguna, buscando contentar la curiosidad intelectual siempre aguzada, jam?s satisfecha No hay nada en el mundo que pueda compararse a la satisfacci?n de la necesidad de ver y conocer: la impresi?n es de una nitidez, de una sinceridad, de una fuerza tal, que la descripci?n que la encarna involuntariamente transmite al lector aquella sensaci?n, y al leer esas p?ginas parece verdaderamente que se recorren las comarcas en ellas descriptas.

El placer de los viajes es un don divino: requiere en sus adeptos un conjunto de condiciones que no se encuentran en cada boca-calle, y de ah? que el criterio com?n o la platitud burguesa no alcanzan a comprender que pueda haber en los viajes y en las emigraciones goce alguno; s?lo ven en la traslaci?n de un punto a otro la interrupci?n de la vida diaria y rutinera, las incomodidades materiales; tienen que encontrarse con cosas desconocidas y eso los irrita, los incomoda, porque tienen el intelecto perezoso y acostumbrado ya a su trabajo mec?nico y conocido.

Pero los pocos que saben apreciar y comprender lo que significan los viajes, viven de una doble vida, pues les basta cerrar un instante los ojos, evocar un paisaje contemplado, y ?ste revive con una intensidad de vida, con un vigor de colorido, con una precisi?n de los detalles que parece transportarnos al momento mismo en que lo contemplamos por vez primera y borrar as? la noci?n del tiempo transcurrido desde entonces.

El se?or Can? parece tener pocas simpat?as por esa vida, quiz? porque la encuentra contemplativa, y considera que restringe la acci?n y la lucha. ?Error! ?El viajero, cuyo temperamento lo lleve a la lucha, se servir? de sus viajes para combatir en su puesto, y lo har? quiz? con mejor criterio, con armas de mejor precisi?n que el que jam?s abandon? su tertulia sempiterna!

>>Pero cuando esas condiciones sobresalen realmente, es cuando se las ve, despojadas de sus lujos y cubiertas con el corto y sucio traje del trabajo, balancearse sobre la tabla que une al buque con la tierra, bajo el peso de la enorme canasta de carb?n que traen en la cabeza... Al pie del buque y sobre la ribera, hormigueaba una muchedumbre confusa y negra, iluminada por las ondas del fanal el?ctrico. Eran mujeres que tra?an carb?n a bordo, trepando sobre una plancha inclinada las que ven?an cargadas, mientras las que hab?an depositado su carga descend?an por otra tabla contigua, haciendo el efecto de esas interminables filas de hormigas que se cruzan en silencio. Pero aqu? todas cantaban el mismo canto pla?idero, ?spero, de melod?a entrecortada. En tierra, sentado sobre un trozo de carb?n, un negro viejo, sobre cuyo rostro en ?xtasis ca?a un rayo de luz, mov?a la cabeza con un deleite indecible, mientras bat?a con ambas manos, y de una manera vertiginosa, el parche de un tambor que oprim?a entre las piernas, colocadas horizontalmente. Era un redoble permanente, mon?tono, id?ntico, a cuyo comp?s se trabajaba. Aquel hombre, retorci?ndose de placer, insensible al cansancio, me pareci? loco>>...

El libro del se?or Can?, es, en apariencia, una sencilla relaci?n de viaje. Dedica sucesivamente seis cap?tulos a la traves?a de Buenos Aires a Burdeos, a su estad?a en Par?s y en Londres, y a la navegaci?n desde Saint-Nazaire a La Guayra. Entonces, en un cap?tulo--cuya demasiada brevedad se deplora--habla de Venezuela, pero m?s de su pasado que de su presente.

En seguida, en seis nutridos y chispeantes cap?tulos, describe su pintoresco viaje de Caracas a Bogot?; su paso por el mar Caribe; el viaje en el r?o Magdalena, y las ?ltimas jornadas hasta llegar a la capital de Colombia. A esta simp?tica rep?blica presta preferent?sima atenci?n el autor: no s?lo se ocupa de su historia, describe a su capital, sino que pinta a la sociedad bogotana, sin olvidar--como lo ha dicho M. Groussac--el obligado p?rrafo sobre el Tequendama. Deti?nese el autor en estudiar la vida intelectual colombiana en el cap?tulo, en mi concepto, m?s interesante de su libro, y sobre el cual volver? m?s adelante. El regreso le da tema para varios cap?tulos en que se ocupa de Col?n, el canal de Panam?, y sobre todo de Nueva York. Y aqu? vuelve de nuevo la cl?sica descripci?n del Ni?gara.

Por lo dem?s, el libro entero est? salpicado de juicios atrevidos, de observaciones profundas. La superficialidad aparente es rebuscada: el autor, sin quererlo, se olvida con frecuencia de que se ha prometido ser tan s?lo un jovial a la vez que quejumbroso compa?ero de viaje. Al correr de la pluma, ha emitido juicios de una precisi?n y exactitud admirables. Otras veces ha lanzado ideas que van contra la corriente general. El lector no se detiene mucho en los cap?tulos sobre Par?s y Londres, cuando en la r?pida lectura encuentra tal o cual opini?n sobre Francia o Inglaterra. Pero poco a poco comprende que hay all? intenci?n preconcebida, y cuando llega a los cap?tulos sobre Colombia, se encuentra insensiblemente engolfado en un an?lisis sutil de aquella constituci?n, que, seg?n el dicho de Castelar, <>. Entonces se refriega los ojos, vuelve a leer, y con asombro halla que el autor critica--y critica con fuerza--el r?gimen federal de gobierno. Y no es la ?nica p?gina en que el libro ejerce una influencia sugestiva, forzando a meditar. Hay p?rrafos, al tratar del canal de Panam? y de los Estados Unidos, que hacen abrir tama?os ojos de asombro.

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