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Read Ebook: Vida del escudero Marcos de Obregón by Espinel Vicente Pellicer Jos Luis Illustrator

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Ebook has 204 lines and 143057 words, and 5 pages

Illustrator: Jos? Luis Pellicer

NOTA DE TRANSCRIPCI?N

ES PROPIEDAD.

VIDA DEL ESCUDERO

MARCOS DE OBREGON

POR EL MAESTRO

VICENTE ESPINEL.

ILUSTRACION DE

JOS? LUIS PELLICER.

TIPO-LIT. DE C. VERDAGUER.--BARCELONA.

VICENTE ESPINEL Y SU OBRA.

Cansado de la vida militar, puesta la vista en el porvenir y vi?ndose en el promedio de la vida sin puerto de salvacion para la vejez, trat? de regresar ? Espa?a, mas no sin visitar ? Pav?a, Turin, Venecia y otras ciudades italianas de gran fama. D. Hernando de Toledo, el tio, le tom? luego muy alegremente en Saona en sus galeras hasta desembarcarle en Barcelona. Pas? ? Madrid, donde muchos le conocieron en 1584 y ? poco tom? la resolucion de volver ? Andaluc?a, decidido ya ? echar la llave al ardor juvenil y ? recogerse al amparo de aquella carrera en la que todav?a le brindaba algun descanso la pr?vida fundacion de 1572.

Todos los actos eficaces de la vida del hombre y del poeta comienzan desde esta ?poca. De sus mal perje?ados apuntes y papeles, y del rico arsenal de su memoria, procur? entresacar aquellas obrillas l?ricas de la juventud, que formaban el bello ramillete del ingenio y del corazon en la risue?a edad de sus alegres mocedades. Envi?ndolas ? la censura de D. Alonso de Ercilla, que confesaba ser de los mejores versos l?ricos que ?l habia visto, desde la primera p?gina declar? ESPINEL el objeto que se proponia al intentar publicarlos, con aquel bello soneto, que le sirvi? de introduccion y es sin duda uno de los mejores que hay escritos en castellano.

Dice as?:

Estas son las reliquias, fuego y hielo, Con que llor? y cant? mi pena y gloria, Que pudieran ?oh Espa?a! la memoria Levantar de tus hechos hasta el cielo. Llev?me un juvenil, furioso vuelo Por una senda de mi mal notoria, Hasta que, puesto en medio de la historia, Abr? la vista, y v? mi amargo duelo. Mas retir?me ? tiempo del funesto Y estrecho paso, d? se llora y arde, Ya casi en medio de las llamas puesto: Que, aunque me llame la ocasion cobarde, M?s vale, errando, arrepentirse presto, Que conocer los desenga?os tarde.

Bien s?, que yendo la razon delante, De virtuoso no merezco el nombre, M?s que de docto y sabio un ignorante; Bien s? que no soy ?ngel, sino un hombre, Y no quiz? de inclinacion tan buena, Que de Florencia y de Turin se asombre. Tuve en la juventud, de abrojos llena, Virtudes pocas, abundantes vicios, Que me amenazan con ardiente pena. De la templanza traspas? los quicios: De Baco y C?res ocup? el regazo; Y en Chipre hice alegres sacrificios. De mal sufrido tuve mi pedazo; Y al maldecir de la figura muda Levant? contra el cielo rostro y brazo. Acostumbr?, con libertad desnuda, Decir mi parecer al m?s pintado En torpe estilo ? con razon aguda; Algo fu? maldiciente y confiado; Juez severo; en alabar remiso; ? todos los extremos inclinado; Tal vez Gorgonio fu?, tal vez Narciso; Y para no cansaros ni cansarme, Dej? el humor correr por donde quiso. Yo lo confieso: pueden condenarme Por mi dicho, mejor que por mi dicha: Que ni quiero, ni quieren perdonarme...

Tras esta confesion leal ? ing?nua, aunque valiente, el poeta revuelve, como quien de su superioridad tenia tan hecha la conciencia, contra sus detractores, y as? los apostrofa:

?De qu? le sirve aquel andar compuesto Al virtuoso, trafagando el mundo, ? mil peligros y borrascas puesto; Andar surcando el ancho mar profundo, Seis dedos de la muerte, en pino y brea, Sujeto al soplo de Eolo furibundo; Atravesar de la biforme y fea Scila y Caribdis el estrecho seno, Por ver el monte d? llegar desea; Si un torreznero, de malicias lleno, Y de cecina y nabo el tosco pancho, De ciencia falto y de virtud ajeno, Se ha de poner repantigado y ancho ? escudri?ar las cosas reservadas En su estrecha pocilga y bajo rancho? ?Oscuras sabandijas levantadas Del polvo de la paja, y de la escoria De las putrefacciones engendradas! ?Podreis meter la mar en una noria; Tener el viento en un costal atado; Cubrir el sol, privarnos de su gloria? Ni m?s ni menos estar? encerrado En vuestro pecho aquel profundo abismo De la virtud, ? pocos reservado. Entre la discrecion y el barbarismo, ?Qu? parentesco dais? ?Qu? descendencia Entre la ciencia y vuestro ingenio mismo? Entre la necedad y la prudencia ?Qu? s?mbolos hallais: que ? tanto llega De un atrevido pecho la insolencia? ?Oh carcoma infernal! ?oh envidia ciega, Rabioso c?ncer que en el alma imprime Gota coral que al corazon se pega! Envidia es ocasion que no se estime Al virtuoso, y que le den de codo, Y que, olvidado, ? la pared se arrime. Envidia es ocasion, en cierto modo, Que no est? puesto en el lugar m?s alto, Quien vos sabeis, y sabe el mundo todo...

En medio de estas adversidades, tal vez inesperadas, ESPINEL complet? sus estudios de moral en Ronda, y lleg? de una en otra ? todas las ?rdenes del sacerdocio en M?laga. Es l?stima que en los archivos de aquella mitra el des?rden y el saqueo hayan hecho total estrago de muchos papeles interesantes para la historia, pues contra la desaparicion absoluta de todos los que conciernen al registro de ?rdenes de aquel tiempo han tenido que estrellarse los esfuerzos de mi querido hermano el licenciado don Leonardo Perez de Guzman, mi colaborador asiduo con su inteligencia, su saber y sus recursos en las investigaciones sobre ESPINEL, y ? quien yo d? el encargo de buscar el modo de puntualizar las fechas que ? esta parte de la vida de nuestro protagonista corresponden. Este silencio de los documentos textuales, por fortuna no se prolonga; pues el Archivo general de Simancas, ya desde 1587 nos suministra nuevos instrumentos diplom?ticos desde el primer cargo eclesi?stico que desempe?? ESPINEL. Fu? ?ste un medio beneficio en Ronda, el cual hasta aqu? se habia atribuido tambien el favor del obispo Pacheco, cuando este prelado se hallaba ya en posesion de la sede de C?rdoba, estando vacante la de M?laga, como se advierte por el siguiente documento que traslado ?ntegro. Dice as?:

A SU MAGESTAD

Todas estas tres cartas est?n llenas de desaliento y de tristeza, y sobre todo del hast?o del suelo patrio. ? Pe?afiel ESPINEL le escribia:

La destemplanza de este invierno frio, Y entre estos riscos el levante y cierzo Encojer?n al mas lozano brio. Estoy cual sapo ? soterrado escuerzo, Cual el lagarto ? r?gida culebra La cerviz corva, sin valor, ni esfuerzo. Voy ? escribir, y el brazo se me quiebra: Si quiero asir el hilo antiguo roto, Tiembla la mano al enhilar la hebra. Ya, gallardo marques, estoy remoto De m?: que la inclemencia de este cielo Tiene el ingenio remontado y boto. Dicen algunos que antes este suelo Por la estra?eza de estos altos riscos Dar? ocasion bastante al dios de Delo. ?Mirad qu? gusto ofrecer?n lentiscos, Chaparros y torcidas cornicabras Entre enconosos, fieros basiliscos! Que aqu? todo el lenguaje y las palabras Es cochinos, bellota, ovejas, ro?a; Cultivar huertas y orde?ar las cabras; Si crece el pan; si el alcacel reto?a; Si Abbu-Hassen promete viento ? pluvia; Y todo el resto es v?rtigo y ponzo?a...

Bien donado sale al mundo Este libro, d? se encierra La paz de amor y la guerra Y aquel fruto sin segundo De la castellana tierra,-- Que, aunque la da Maldonado, V? tan rico y bien donado De ciencia y de discrecion; Que me afirmo en la razon De decir que es bien-donado. El sentimiento amoroso Del pecho m?s encendido En fuego de amor, y herido De su dardo ponzo?oso, Y en la lid suya cogido;-- El temor y la esperanza Con que el bien y el mal se alcanza En las empresas de amor Aqu? muestra su valor, Su buena ? su mala andanza...

No hay bien que del mal me guarde Temeroso y encogido, De sin razon ofendido, Y de ofendido cobarde. Y aunque mi queja ya es tarde, Y razon me la defiende, M?s en mi da?o se enciende: Que voy contra quien me agravia, Como el perro, que con r?bia ? su propio due?o ofende. Ya esta suerte, que empeora, Se vi? tan en las estrellas, Que form? de m? querellas, De quien yo las formo ahora. Y es tal la falta, se?ora, De este bien, que de pensallo Confuso y triste me hallo, Que si por vos me preguntan Los que mi da?o barruntan, De pura verg?enza callo...

?L?stima grande que un nombre tan ilustre como el de D. Gregorio Mayans y C?scar fuese el que se distinguiera m?s en esta clase de ac?rrima oposicion al m?rito de esta invencion!

Madrid 5 de Mayo de 1881.

PR?LOGO DEL AUTOR.

RELACION PRIMERA

DE LA VIDA DEL ESCUDERO

MARCOS DE OBREGON.

Estando pocos dias h? con los ojos altos y humildes al cielo, el rostro sereno y grave, las manos sobre un muy blanco lenzuelo en los oidos del enfermo, y pronunciando con mucho silencio las palabras del ensalmo, pas? cierto cortesano, y dijo: No puedo sufrir los embelecos de estos embusteros: yo call?, y prosegu? con mi acostumbrada compostura la medicinal oracion, y en acab?ndola me dijo mi compa?ero: ?No oisteis c?mo os llam? aquel gentil hombre de embustero? ?l no habl? conmigo, dije yo, y de lo que ? m? no se me dice derechamente no tengo obligacion de responder, ni hacer caso; y deseo persuadir esto ? los que por la poca esperiencia, ? por la condicion alterada y presta que naturalmente tienen, se dan por sentidos de las ignorantes libertades de quien no tiene atrevimiento para decirlas descubiertamente, que ni llevan ?rden de agravio, ni arguyen ?nimo, ni valor en quien las dice: ella es ignorancia grande, introducida de gente que trae siempre la honra y la vida en las manos: que no tengo yo de persuadirme ? que pues no me hablan libremente me ofenden, aunque tengan intencion de hacerlo: que los tiros que estos hacen son como los de una escopeta cargada de p?lvora y vac?a de bala, que con el ruido espantan la caza, y no hacen otra cosa. Los agravios no se han de recibir si no van muy descubiertos, y aun de esto se ha de quitar cuanto fuere posible, desapasion?ndose, y haciendo reflexion en si lo son ? n?, como discret?simamente lo hizo Don Gabriel Zapata, gran caballero y cortesano, y de excelent?simo gusto, que envi?ndole un billete de desaf?o ? las seis de la ma?ana cierto caballero con quien habia tenido palabras la noche antes, y habi?ndole despertado sus criados por parecerles negocio grave, en leyendo el billete dijo al que le traia: decidle ? vuestro amo que digo yo, que para cosas que me importan de mucho gusto no me suelo levantar hasta las doce del dia, ?que por qu? quiere que para matarme me levante tan de ma?ana? Y volvi?ndose del otro lado se torn? ? dormir; y aunque despues cumpli? con su obligacion, como tan gran caballero, se tuvo aquella respuesta por muy discreta.

Don Fernando de Toledo, el tio , viniendo de Flandes, donde habia sido valeroso soldado y Maestro de campo, desembarc?ndose de una salva en Barcelona, muy cercado de Capitanes, dijo uno de dos p?caros que estaban en la playa, en voz que ?l lo pudiese oir: Este es D. Fernando el p?caro. Dijo don Fernando, volviendo ? ?l: ?En qu? lo echaste de ver? Respondi? el p?caro: Hasta aqu? en lo que o?a decir, y ahora en que no os habeis corrido de ello. Dijo don Fernando muerto de risa: Harta honra me haces, pues me tienes por cabeza de tan honrada profesion como la tuya. As? que aun de aquellas injurias que derechamente vienen ? ofendernos, habemos de procurar por los mismos filos hacer triaca del veneno, gusto del disgusto, donaire de la pesadumbre, y risa de la ofensa. Que pues procura un hombre entender por donde camina una espada, los c?rculos y medios, la fortaleza y flaqueza, la ofensa y la defensa, y lo ejercita con grand?sima perseverancia hasta hacerse muy diestro para que no le maten ? hieran, ?por qu? no se ejercitar? en lo que estorba ? venir ? tan miserable estado, que es la paciencia? Que puesta la c?lera en su punto, y vistas dos espadas desnudas, una con otra han de herir, ? huir; cosa que por tan infame se ha tenido siempre en todas las naciones del mundo; y si con mucho menos trabajo y ejercicio se puede hacer un hombre diestro en la paciencia, que es quien refrena los ?mpetus bestiales de la c?lera, la potencia de los poderosos, la braveza de los valientes, la descortes?a de los soberbios ignorantes, y ataja otros mil inconvenientes, ?por qu? no se procurar? esto por no llegar ? lo otro? En Italia dicen que la paciencia es manjar de poltrones. Mas esto se entiende de una paciencia viciosa, que el que la profesa por comer, beber y holgar, sufre cosas indignas de imaginar entre hombres. Aqu? se trata de la paciencia que acicala y afina las virtudes, y la que asegura la vida, la quietud del ?nimo, y la paz del cuerpo; y la que ense?a ? que no se tenga por injuria la que no lo es ni lleva modo de poderse estimar por tal: que en solo el uso de esta divina virtud se aprende c?mo se han de rechazar los agravios paliados, c?mo se han de resistir los descubiertos, qu? caso se debe hacer de los que se dicen en ausencia, que es otro yerro notable que anda derramado entre la gente que ni sabe sufrir, ni lo quiere aprender, que as? se ofenden de un agravio enca?ado por arcaduces, como de una cuchillada en el rostro, como si hubiese alguno en el mundo que tenga las ausencias sin alguna calumnia. Y porque la materia de suyo es algo pesada, quiero aligerarla con decir lo que me pas? sirviendo al m?s desazonado col?rico del mundo: porque tras de muchos infortunios que toda mi vida he sufrido, me vine ? hallar desacomodado al cabo de mi vejez; de manera, que porque no me prendiesen por vagamundo, hube de encomendarme ? un amigo mio, Cantor de la Capilla del Obispo y ?l me acomod? por escudero y ayo de un m?dico y su mujer, tan semejante el uno al otro en la vanidad de valent?a y hermosura, que no les qued? que repartir en los vecinos, con los cuales me pasaron lances harto dignos de saberse.

Llam?base el Doctor Sagredo, hombre mozo, de muy gentil disposicion, algo locuaz, y aun loco, m?s col?rico y f?cil de enojarse que gozque de panadero, presuntuoso y estimador de su persona, y casado con una mujer de su misma condicion, moza, y muy hermosa, alta de cuerpo, cogida de cintura, delgada y no flaca, derecha de espaldas, el movimiento con mucho donaire, ojos negros y grandes, pesta?a larga, cabello casta?o, que tiraba un poco ? rubio, briosa, y no muy poco soberbia, vana y presuntuosa.

Llev?me ? su casa el buen Doctor, y lo primero que encontr? fu? una mula muy flaca en una caballeriza, tan ajustada con ella, que si tuviera alas no pudiera caber dentro. Subimos una escalerilla, y represent?seme luego la sala donde estaba la se?ora Do?a Mergelina de Aybar, que as? se llamaba, ? quien yo mir? de muy buena gana, que aunque viejo incapaz de semejantes apetitos, por razon y por edad, la mir? como ? hermosa, que ? todos ojos es la hermosura agradable. Dijo el Doctor: Veis aqu? ? quien habeis de servir, que es mi mujer. Yo le dije: Por cierto bien merece tan gentil dama ? tal galan. Ella respondi?, como mujer hermosa ignorante, ? por mejor decir, pregunt?: ?Qui?n os mete ? vos en eso? Se?ora, dije yo, advierta vuesa merced que cuando la llam? gentil no quise decir que no era cristiana, sino que tenia muy gentil talle y cuerpo. Que bien os entend?, dijo ella, sino que no quiero que nadie se me atreva ? decirme requiebros. Es la honra del mundo, dijo el Doctor, servidla con gusto y cuidado, que yo os lo pagar? muy bien. Mir? la casa muy de espacio, aunque se podia ver muy de presto, porque no v? en toda ella sino es un espejo muy grande en un poyo muy peque?o de una ventana, y unas redomillas que lo acompa?aban, con un cofrecillo peque?uelo: y mirando ? un rincon, v? ? un montante, con ciertas espadas de esgrima, dagas, y espadas blancas, una rodela, y broquel. D?jome el Doctor: ?Qu? os parece de mi rec?mara? Miradla bien, que en Alcal? era temida aquella espada. No miraba, dije yo, sino ? donde estaban los libros, que soy aficionado ? ellos. Estos son, dijo, mis Galenos y mis Avicenas, que por la negra y la blanca nadie me igual? en Alcal?; y que no se mene? contra m? hombre de noche que no fuese lastimado de mis manos. Luego vuesa merced, dije yo, m?s aprendi? ? matar que ? sanar. Yo aprend?, respondi? ?l, lo que los dem?s m?dicos; y por haber poco que vine de mis estudios no me he reparado de libros, que bien parece en los profesores de las facultades tener cada uno los de la suya. Pero dejemos eso, y llevad ? vuestra ama ? Misa, que es ya tarde. P?sose su manto mi se?ora Do?a Mergelina, y llev?la, ? acompa??la hasta S. Andr?s, que vivian en la Morer?a vieja, y en el camino muchos de los que la topaban le decian alguna cosa de su buen talle y rostro: ? lo cual ella respondia tan aceleradamente que todos iban disgustados de sus respuestas. Yo le decia: Mire, se?ora, que ya que no responda bien, ? lo menos tiene obligacion de callar como mujer principal, que en el silencio no puede haber que notar.

No soy yo mujer, decia ella, ? quien nadie ha de perder el respeto. Si alguno le decia que era muy hermosa, ella le decia: Y ?l hermoso majadero. D?jole un dia un mozalvillo, no de mal talle: As? se me tornen las pulgas en la cama; al cual muy de prop?sito respondi?: Debe dormir en alguna zahurda de lechon. Era tan descort?s y sacudida, que todos lo iban de sus respuestas, y ella lo quedaba de mis reprehensiones. ? cierto cl?rigo de San Andr?s, peque?o de cuerpo y grande de ?nimo, conocido mio, que yendo muy pulido con una sobrepelliz muy blanca, porque le dijo que no se saliese de casa ? hacer el oficio de la muerte, le replic?: Tambien habla el escarabajo hinchado, que con aquel sacudimiento tenia mucho donaire y gusto en cualquiera materia. Yo, entre muchas veces que la reprend? su vanidad, me arroj? una ? decirle todo lo que me pareci?, que aunque ella estaba confiada en su buen parecer, quise ver si podia enmendarla con el mio, y le dije: Vuesa merced usa de su hermosura lo peor del mundo; porque pudiendo ser querida y loada de cuantos andan en ?l, quiere ser aborrecida de todos: quien dice hermosura, dice apacibilidad, dulzura, suavidad de condicion y trato, y mezcl?ndola con soberbia y desapacibilidad, se viene ? convertir en ?dio lo que habia de ser amor: que don tan excelente como la hermosura, concedido por merced de Dios, es razon que tenga alguna correspondencia con el ?nimo, que si no parece lo uno ? lo otro, arguye mal entendimiento, ? poco agradecimiento ? la merced que Dios hace ? quien lo da. Hermosura con mala condicion, es una fuente clar?sima que tiene por guarda una v?bora, y es sobrescrito y carta de recomendacion, que en abri?ndola tiene un demonio dentro. ?Hay en el mundo quien quiera ser aborrecido? ?Hay quien quiera ser estimado en poco? No por cierto. Pues quien tiene consigo porque le amen y estimen, ?por qu? quiere que le aborrezcan y menosprecien? ?Es por fuerza que la hermosura ha de estar acompa?ada con vanidad, desdorada con ignorancia, y conservada con locura? ?Por qu? cuando se mira vuesa merced al espejo no procura que lo interior se parezca al exterior? Pues advi?rtole que suele el tiempo, y aun Dios, castigar de manera las vanidades, que los montes se allanan, y las torres vienen al suelo. ?Cu?ntas hermosuras se han visto y ven cada dia en esta m?quina ? ejemplo del mundo rendidas ? mil desdichas y calamidades, por faltarles el gobierno y cordura? Que aunque la hermosura, el tiempo que dura, es querida y estimada, en marchit?ndose no le queda otra prenda sino las que grange?, y el cr?dito y amistades que ? fuerza de buen t?rmino conquist?, cuando estaba en su fuerza y vigor. Y es el mundo de tan baja condicion, que ? nadie acaricia por lo que tuvo, sino por lo que tiene. ?Qu? hermosura se ha visto que no se estrague con el tiempo? ?Qu? vanidad que no venga ? dar en mil baj?os? ?Qu? estimacion propia que no padezca mil azares? Cierto, que fuera bien que como hay para las mujeres maestros de danzar y bailar, los hubiese tambien de desenga?o, y que como se ense?a el movimiento del cuerpo, se ense?ase la constancia del ?nimo. Yo digo, y aun aconsejo ? vuesa merced, lo que como hombre de experiencia me parece que es razon, y lleva camino. Mire no la castigue su presuncion y demasiada estimacion de su persona. Estas y otras muchas cosas le dije, y decia cada dia; pero ella se estuvo siempre en sus trece, y quien no admite consejo para escarmentar en cabeza ajena, ser?le forzoso escarmentar en la suya, por seguir las inclinaciones propias, como sucedi? ? la se?ora Do?a Mergelina, teniendo las suyas por ley, y al tiempo por verdugo de ellas, desta manera.

Venia casi todas las noches ? visitarme un mocito barbero, conocido mio, que tenia bonita voz y garganta: traia consigo una guitarra con que sentado al umbral de la puerta, cantaba algunas tonadillas, ? que yo llevaba un mal contrabajo; pero bien concertada , de manera, que con el concierto y la voz del mozo, que era razonable, junt?bamos la vecindad ? oir nuestra armon?a. El mozuelo ta?ia siempre la guitarra, no tanto para mostrar que lo sabia, como por rascarse con el movimiento las mu?ecas de las manos, que tenia llenas de una sarna perruna. Mi ama se ponia siempre ? escuchar la m?sica en el corredorcillo, y el Doctor, como venia cansado de hacer sus visitas , no reparaba en la m?sica, ni en el cuidado con que su mujer se ponia ? oirla. Como el mozuelo era cont?nuo todas las noches en venir ? cantar, si alguna faltaba, mi ama lo echaba de menos, y preguntaba por ?l, con alguna demostracion de gustar de su voz. Vino ? parecerle tan bien el cantar, que cuando el mozuelo subia un punto de voz, ella bajaba otro de gravedad, hasta llegar ? los umbrales de la puerta para oirle m?s cerca las consonancias; que la m?sica instrumental de sala, tanto m?s tiene de dulzura y suavidad, cuanto menos de vocer?a y ruido, que como el juez que es el oido, est? muy cerca, percibe mejor y m?s atentamente las especies que envia al alma, formadas con el plauso de la media voz. El mozuelo dej? de venir cinco ? seis noches, por no s? qu? remedio que tomaba para curarse, y en las cosas que son muy ordinarias, en faltando, hacen mucha falta: y as? mi ama cada noche preguntaba por ?l. Yo le respond?, m?s por cortes?a que por falta que le hiciese: Se?ora, este mozuelo es oficial de un barbero, y como sirve no puede siempre estar desocupado: fuera de que ahora se est? curando un poquillo de sarna que tiene. ?Qu? haceis, dijo ella, de aniquilarle y disminuirle, mozuelo barbero? sarna, pues ? f? que no falta quien con todas esas que vos le poneis, le quiera bien. Bien puede ser, dije yo, que el pobrecillo es humilde y f?cil para lo que le quieren mandar; y cierto que muchas veces le guardo yo de mi racion un bocadillo que cene, porque no todas veces ha cenado. En verdad, dijo ella, que ? tan buena obra os ayude yo: y de all? adelante siempre le tenia guardado un regalillo todas las noches que venia: una de las cuales entr? quej?ndose, porque de una ventana le habian arrojado no s? qu? desapacible ? las narices: ? las quejas suyas sali? mi ama al corredor; y baj? al patio, est?ndose limpiando el mozuelo, y con grande piedad le ayud? ? limpiar, y sahum? con una pastilla, echando mil maldiciones ? quien tal le habia parado.

Fu?se el mozuelo con su trabajo, sinti?ndolo la se?ora Do?a Mergelina, tan llena de c?lera como de piedad, y con harta m?s demostracion de lo que yo quisiera, loando la paciencia del mozuelo, y agravando la culpa de quien le habia salpicado con tanto estremo, que me oblig? ? preguntarle por qu? lo sentia tanto, siendo sucedido inadvertidamente y sin malicia. ? que me respondi?: ?No quereis que sienta ofensa hecha ? un corderillo como este? ?? una paloma sin hiel, ? un mocito tan humilde y apacible, que aun quejarse no sabe de una cosa tan mal hecha? Cierto que quisiera ser hombre en este punto para vengarle, y luego mujer para regalarle y acariciarle. Se?ora, le dije yo, ?qu? novedad es esta? ?Qu? mudanza de rigor en blandura? ?De cu?ndo ac? piadosa? ?De cu?ndo ac? sensible? ?De cu?ndo ac? blanda y amorosa? Desde que vos, respondi? ella, vinisteis ? mi casa, que trujisteis este veneno envuelto en una guitarra, desde que me reprehendisteis mis desdenes, desde que viendo mi bronca y ?spera condicion, quise ver si podia quedar en un medio l?cito y honesto, y he venido de un estremo ? otro: de ?spera y desde?osa, ? mansa y amorosa: de desamorada y tibia, ? tierna de corazon: de sacudida y soberbia, ? humilde y apacible: de altiva y desvanecida, ? rendida y sujeta. ?Oh pobre de m?, dije yo, que ahora me quedaba por llevar una carga tan pesada como esta! ?Qu? culpa puedo yo tener en sus accidentes de vuesa merced, ? qu? parte en sus inclinaciones? ?Hay quien sea superior en voluntades agenas? ?Hay quien pueda ser profeta en las cosas que han de suceder ? los gustos y apetitos? Pero pues por m? comenz? la culpa, por m? se atajar? el da?o, porque no venga ? ser mayor con hacer que ?l no vuelva m?s ? esta casa, ? irme yo ? otra: que si con la ocasion creci? lo que yo no pude pensar, con atajarla tornar?n las cosas ? su principio. No lo digo, dijo ella, por tanto, padre de mi alma, que la culpa yo la tengo, si hay culpa en los actos de voluntad: no os enojeis por mis inadvertencias, que estoy en tiempo de hacer y decir muchas: antes os admirad de las pocas que ver?des y oy?redes en m?; ni hagais lo que habeis dicho, si quereis mi vida, como quereis mi honra: porque estoy en tiempo, que con poca m?s contradicion, har? algun borron que tizne mi reputacion, y la deje m?s negra que mi ventura; no estoy para que me desampareis, ni para admitir reprehension, sino para pedir socorro y ayuda. Bien me dec?ades vos que mi presuncion y vanidad habian de caer de su trono; cuanto me podeis repetir y traer ? la memoria, yo lo doy por dicho, y lo confieso; favorecedme, y no me desampareis en esta ocasion; y no me mateis con decir que os ireis desta casa. Y con esto y otras cosas que dijo, llor? tan tiernamente, cubriendo el rostro con un lienzo, que por poco fuera menester quien nos consol?ra ? entrambos; y si fu? grande la reprehension que le d? por soberbia, mayor fu? el consuelo que le d? por afligida: mas anim?ndome en lo que era m?s razon, acudiendo ? mi obligacion, ? su consuelo y honra de su casa, le dije, con la mayor demostracion que pude: ?Es posible que en tan estraordinaria condicion ha podido caber tanta mudanza, y que por ojos tan llenos de hermosura y desdenes hayan salido tan piadosas l?grimas, y que por mejillas tan recatadas haya corrido un licor tan precioso, que siendo bastante ? enternecer las entra?as de Dios, se haya derramado y echado ? mal por un miserable hombre? ?Y ya que se habia de precipitar y arrojarse, y desdecir de s? propia, no hiciera eleccion de una persona de muchas partes y merecimientos? Ya que se rinda quien no podia ser rendida, ?habia de ser una sabandija tan desventurada? Que se rinda la hermosura ? la fealdad, la limpieza ? la inmundicia y asquerosidad, no s? qu? me diga de tal eleccion, y tan abominable gusto. ?Oh cu?n enga?ados, dijo ella, est?n los hombres en pensar que las mujeres se enamoran por eleccion, ni por gentileza de cuerpo, ? hermosura de rostro, ni por m?s ? menos partes, grandeza de linage, soberbia de estado, abundancia de riqueza! ; pues para que se desenga?en, sepan, que en las mujeres el amor es una voluntad continuada, que de la vista crece, y con la comunicacion se cria y conserva, sin hacer eleccion de este ni de aquel, y la que no se guard?re de esto, caer? sin duda: de esta continuacion ha nacido mi llama, y con ella se ha criado, hasta ser tan grande, que me tiene ciegos los ojos para ver otra cosa, y las orejas cerradas para admitir reprehension, y la voluntad incapaz de recibir otro sello. Y cuanto m?s lo deshaceis y aniquilais, tanto m?s se enciende la voluntad y el deseo. ?Por ventura los barberos son de diferente metal que los dem?s hombres, para que aniquileis un oficio que tanta merced hace ? los hombres en tornarlos de viejos ? mozos? ?Llamaisle sarnoso por unas rascadurillas que tiene en las mu?ecas, que parecen hojas de clavel? ?No echais de ver aquella honestidad de rostro? ?La humildad de sus ojos? ?La gracia con que mueve aquella voz y garganta? No me le deshagais, ni reprehendais mi gusto, que no est? para contradecirlo ni rechazarlo. ?Ojal?, dije yo, fuera pelota, que yo la echara y rechazara! Pero pues ha llegado ? tan estrecho paso, har? con vuesa merced lo que con mis amigos, que es, en la eleccion aconsejarles lo mejor que s?, y en la determinacion ayudarles lo mejor que puedo. D?jele esto por no desconsolarla, hasta que poco ? poco fuese perdiendo el cari?o, que pudiera traer la ofensa de Dios y de su marido, y con esto me apart? aquella noche de ella, espant?ndome de ver cu?n poderosa es la comunicacion, y considerando cu?n mal hacen los hombres que donde tienen prendas que les duela, consienten visitas ordinarias, ? comunicaciones que duren: y cu?nto peor hacen los padres que dan ? sus hijas maestros de danzar, ? ta?er, cantar ? bailar; si han de faltar un punto de su presencia, y aun es menos da?o que no lo sepan: que si han de ser casadas, b?stales dar gusto ? sus maridos, criar sus hijos y gobernar su casa: y si han de ser monjas, apr?ndanlo en el monasterio; que la razon de estar algunas disgustadas, quiz?s es por haber ya tenido fuera comunicaciones de devociones, que por honestas que sean, son de hombres y mujeres, sujetos al comun ?rden de naturaleza.

El dia siguiente vino el mozuelo m?s temprano de lo que solia, puesto un cuello al uso, como hombre que se veia favorecido de tan gallarda mujer. Sucedi? que dentro de tres ? cuatro dias vinieron ? llamar al doctor Sagredo, su marido y mi amo, para ir ? curar un caballero estranjero que estaba enfermo en Carabanchel, ofreci?ndole mucho inter?s por la cura de que ?l recibi? mucho contento por el provecho, y ella mucho m?s por el gusto. Cogi? su mula y lacayo, y un braco, que siempre le acompa?aba, y ? las cuatro de la tarde di? con su persona en Carabanchel. Ella, visto la buena ocasion, h?zome aderezar de cenar lo mejor que fu? posible, regal?ndome con palabras, y prometi?ndome obras, no entendiendo que yo le estorbaria la ejecucion de su mal intento: vino el mozuelo al anochecer, y comenzando ? cantar como solia, ella le dijo que no era l?cito, ni parecia bien ? la vecindad, estando su marido ausente, cantar ? la puerta, y as? mand? que entrase m?s adentro. Mand? sentar al mozuelo ? la mesa, deseando que la cena fuese breve, porque la noche fuese larga; pero apenas se comenz? la cena cuando entr? el braco haciendo mil fiestas ? su ama con las narices y la cola. El doctor viene, dijo ella, desdichada de m?, ?qu? haremos, que no puede estar lejos, pues ha llegado el perro? Yo cog? al mozuelo, y p?sele en un rincon de la sala, cubri?ndolo con una tabla, que habia de ser estante para los libros, de suerte que no se podia parecer cuando entr? el doctor por la puerta, diciendo: ?Hay bellaquer?a semejante, que envien ? llamar ? un hombre como yo, y por otra parte llamen ? otro m?dico? Vive Dios, si en a?os atr?s me cogieran, que no se habian de burlar conmigo. ?Pues de eso teneis pena, dijo ella, marido mio? ?No vale m?s dormir en vuestra cama y en vuestra quietud, que desvelaros en velar un enfermo? ?Qu? hijos teneis que os pidan pan? Vengais muy en hora buena, que aunque pens? tener diferente noche, con todo eso me di? el esp?ritu que habia de suceder esto, y as? os tuve, por s? ? por no, aderezada la cena. ?Hay tal mujer en el mundo! dijo el doctor; ya me habeis quitado todo el enojo que traia. V?yanse con el diablo ellos y sus dineros, que m?s aprecio veros contenta, que cuanto inter?s hay en la tierra. ?Cu?ntos enga?os, dije yo entre m?, hay de estos en el mundo, y cu?ntas ? fuerza de artificios y bondad fingida se hacen cabezas de sus casas, que merecen tenerlas quitadas de los hombros? Ape?se de la rucia el doctor, y el lacayo p?sola en razon, y fuese ? su posada con su mujer, que le daban racion y quitacion. Sent?se el doctor ? cenar muy sin enojo, loando mucho el cuidado de su mujer. El diablo del braco, que por la fuerza que estos animalejos tienen en el olfato, no hacia sino oler la tabla que encubria al mozuelo, rascando y gru?endo de manera que el doctor lo ech? de ver, y pregunt? ?qu? habia detr?s de la tabla? Yo de presto respond?: Creo que est? all? un cuarto de carne. Torn? el braco ? gru?ir, y aun ladrar algo m?s alto: mi amo lo mir? con m?s cuidado que hasta all?; yo ech? de ver el da?o que habia de suceder si no se remediaba, y conociendo la condicion del doctor d? en una buena advertencia, que fu? decir que iba por unas aceitunas sevillanas, de que eran muy amigos, y est?veme al pi? de la escalerilla esperando su determinacion: el braco no dejaba de rascar y ladrar, tanto que mi amo dijo que queria ver por qu? perseveraba tanto el perro en ladrar. Entonces yo p?seme en la puerta, y comenc? ? dar voces diciendo: Se?or, que me quitan la capa; se?or doctor Sagredo, que me capean ladrones. ?l con su acostumbrada c?lera y natural presteza se levant? corriendo, y de camino arrebat? una espada, poni?ndose de dos saltos en la puerta, y preguntando por los ladrones; yo le respond?, que como oyeron nombrar al doctor Sagredo echaron ? huir por la calle arriba como un rayo. ?l fu? luego en seguimiento suyo, y ella ech? al mozuelo de casa sin capa y sin sombrero, poniendo el cuarto de carne detr?s de la tabla, como ya le habia dado la advertencia. Hasta aqu? habia caminado el negocio; mas el mozuelo iba turbado, lleno de miedo y temblor, que no pudo llegar ? la puerta de la calle tan presto que no topase mi amo con ?l ? la vuelta. Aqu? fu? menester valernos de la presteza en remediar este segundo da?o, que tenia m?s evidencia que el primero, y as? antes que ?l preguntase cosa, le dije: Tambien han capeado y querido matar ? este pobre mocito, y por esto se col? aqu? dentro huyendo, que de temor no osa ir ? su casa: mire vuesa merced qu? l?stima tan grande; y como es muy de col?ricos la piedad, t?vola mi amo del mozuelo, y dijo: No tengais miedo, que en casa del doctor Sagredo estais, donde nadie os osar? ofender. Ofender, dije yo; en oyendo nombrar al doctor Sagredo les nacieron alas en los pi?s. Yo os aseguro, dijo el doctor, que si los alcanz?ra, que os habia de vengar ? vos y ? mi escudero de manera que para siempre no capearan m?s. Mi ama, que estaba hasta all? turbada y temblando en el corredor, como vi? tan presto reparado el da?o, y vuelta en piedad la que habia de ser sangrienta c?lera, ayud? ? la compasion del marido de muy buena gana, diciendo: ?Hay l?stima como esta? No dejeis ir ? ese pobre mozo, b?stenle los tragos en que se ha visto, no le maten esos ladrones. No le dejar?, dijo el doctor, hasta que le acompa?e. ?Y c?mo sucedi? esto, gentil hombre? Iba, se?or, respondi? el mozo, ? hacer una sangr?a por Juan de Vergara, mi amo, ? cierta se?ora del tobillo, y con harto gusto; pero como no duerme este ?ngel de los pi?s aguile?os, sucedi? lo que vuesa merced ha visto. Que no faltar? ocasion para hacerla, dijo la se?ora, sosi?guese ahora, hermano, que en casa del doctor Sagredo est?. Sub?os ac?, dijo el doctor, que en cenando yo os llevar? ? vuestra casa. El braco, aunque sali? ? los ladrones imaginados, no por el ruido dej? de tornar ? la tema de su tabla, y si antes la habia rascado por el mozuelo, entonces lo hacia por la tentacion de sus narices contra la carne: mi amo, como vi? perseverar al braco, fu? ? la tabla, y hall? el cuarto de carne detr?s de la tabla, con que se soseg?, loando mucho el aliento de su perro. Ella, aunque se habia librado de esos trances, todav?a, durando en su intento, me di? ? entender que no dejase ir al mozuelo, que era lo que yo m?s aborrecia.

Cenaron, y el que primero habia sido cabecera de mesa, despues comi? en la mano como gavilan, y no como galan en la mesa, que la fuerza puede m?s que el gusto. En cenando quiso el doctor llevarlo ? su casa, y aunque yo le ayud?, mi ama dijo que no queria que fuese ? ponerse en riesgo de topar con los capeadores, especialmente habiendo de pasar por el pasadizo de San Andr?s, donde suele haber tantos capeadores retraidos. Y aunque esto, dijo, para vuestro ?nimo es poco, ser? para m? de mucho da?o, porque estoy en sospecha de pre?ada, y podria sucederme algun accidente ? susto que pusiese mi vida en cuidado; que ese mocito podr? dormir con el escudero, que es conocido suyo, y por la ma?ana irse ? su casa. Alto, dijo el doctor, pues vos gustais de eso, sea en hora buena, yo me quiero acostar, que estoy un poco cansado. Fu?ronse ? la cama juntos , aunque como ella vivia con diferentes pensamientos, no di? lugar al sue?o hasta que di? en una traza endiablada, que le cost? pesadumbre y le pudiera costar la vida. La sala era tan peque?a que desde mi cama ? la suya no habia cuatro pasos, y cualquiera movimiento que se hacia en la una se sentia en la otra; y as? no le pareci? bien lo que por aqu? podia intentar. La mula era de manera inquieta que en vi?ndose suelta alborotaba toda la vecindad antes que pudiesen cogerla. Pareci?le ? la se?ora do?a Mergelina que desat?ndola podria volver ? la cama antes que su marido despertase para ir ? ponerla en razon, y en el espacio que se habia de gastar en cogerla y trabarla, le tendria ella para destrabar su persona. Y como las mujeres son f?ciles en sus determinaciones, en sintiendo al marido dormido, levant?se paso ? paso de la cama, y yendo ? la caballeriza desat? la mula, entendiendo que pudiera volver ? la cama antes que la mula hiciese ruido y el marido despertase, con que tendria lugar para ejecutar su intento. Pero parece que la mula y ?l se concertaron; la mula en salir presto de la caballeriza haciendo ruido con los pi?s, y ?l sentirlo tan presto que se levant? en un instante de la cama, dando al diablo ? la mula y ? quien se la habia vendido; y si no se entrara la mujer en la caballeriza, topara con ella el marido. ?l cogi? una muy gentil vara de membrillo, y peg?le ? la mula, que huyendo ? su estrecha caballeriza, apenas cupiera, por la hu?speda que hall? dentro. Ella no tuvo donde encubrirse por la estrecheza sino con la misma mula, de suerte que alcanz?, como la vara era cimbre?a, gran parte de los muchos varazos que le di? con los tercios postreros en aquellas blancas y regaladas carnes. Yo estaba en la escalera como si aguardara al verdugo que me echara de ella, turbado y sin consejo, porque veia lo que pasaba y sin poder remediarlo. El braco, sintiendo el ruido, y oliendo carne nueva en mi cama, comenz? ? darle buenos mordiscones al mozuelo y ? ladrarle, de suerte que la mujer en manos del marido, y el mozuelo en los dientes del braco, pagaron lo que aun no habian cometido. Yo viendo la ejecucion de su c?lera, sin saber lo que hacia, le dije: Mire vuesa merced lo que hace, que cuantos palos da en la mula los da en el rostro de mi se?ora, que la quiere de manera por andar vuesa merced en ella, que no consiente que la toque el sol. Agradeced, se?ora mula, lo que me han dicho de vuestra ama, que hasta la ma?ana os estuviera pegando. ?Hay con qu? trabar esta mula? Yo respond?: En ese corralillo hallar? vuesa merced una soguilla, que yo estoy con un dolorcillo de ijada, y no me atrevo ? salir. As? como fu? por ella, p?seme ? la puerta, haciendo pala ? la se?ora, y subi?se ? su cama callando, aunque lastimada. Yo como siempre procur? que no llegase la ofensa ? ejecucion, aunque no iba con mucho gusto para ello; en saliendo el doctor le tom? la soguilla, y envi?lo ? la cama. Trab? la mula, y sub?me ? reposar ? la mia, donde hall? al mozuelo quej?ndose del braco, y ? ella en la suya llorando tiernamente; y pregunt?ndole el marido la causa, respondi? muy enojada: Vuestras c?leras y arrebatamientos, que como tan de repente os alborotastes, y yo estaba en lo mejor del sue?o, sobresaltada y despavorida, ca? detr?s de la cama, y d? con el rostro en mil baratijas que estaban aqu?, con que me he lastimado muy bien. Soseg?la el marido lo mejor que pudo, y pudo muy bien, porque las mujeres honradas cuando tropiezan y no caen en el yerro, caen en la cuenta, que habiendo de ser muy estrecha, es de perdones, y como vi? que ? tres va la vencida, y ella lo qued? saliendo mal de ellas, no quiso probar la cuarta. Al mozuelo con los peligros y los dientes del braco se le quit? el poco amor y desvanecimiento como con la mano.

Como toda la noche hasta all? habia sido tan inquieta y llena de disgustos, pesadumbres y alteraciones, efectos propios de semejantes devaneos, fundados en deshonor, ofensa y pecado, lo que hasta la ma?ana quedaba, se durmi? tan profundamente, que siendo yo de poqu?simo sue?o, no despert? hasta que por la ma?ana dieron golpes ? la puerta, llamando al doctor para cierta visita muy necesaria. Alc? el rostro y v? que el sol visitaba ya mi aposento, que en mi vida le mir? de m?s mala gana, y llam? al lastimado mozuelo, que m?s parecia embelesado que dormido, y hall?ndolo con determinacion de no tornar ? las burlas pasadas, le dije: Pues el mayor peligro queda por pasar, si no viv?s con cuidado y recato, que aunque es verdad que vos actualmente no habeis hecho ofensa en esta casa, y los deseos, ya que manchan la conciencia, no estragan la honra, con todo eso, para la reputacion de ella y seguridad vuestra, importa guardar el secreto, que como muchacho de poca experiencia, pod?ades revelar pareci?ndoos que son lances muy dignos de saberse, y que dici?ndolos por cifras no se entenderian, que es un enga?o en que caen todos los habladores, pues advi?rtoos que no os va menos que la vida en saber callar, ? la muerte en querer hablar. Ningun delito se ha cometido por callar, y por hablar se cometen cada dia muchos: el hablar es de todos los hombres, y el callar de solos los discretos: yo creo que cuantas muertes se hacen sin saber los autores, nacen de ofensas de la lengua: guardar el secreto es virtud, y al que no le guarda por virtuoso, le hacen que le guarde por peligroso: el callar ? tiempo es muy alabado, porque lo contrario es muy aborrecido: hablar lo que se ha de callar, nos precipita en el peligro y en la muerte, y lo contrario asegura el da?o, y preserva la vida y quietud. Nadie se ha visto reventar por guardar el secreto, ni ahogado por tragar lo que va ? decir: las abejas pican ? su gusto; pero dejan el aguijon y la vida, ?y ? los que dicen el secreto que les importa callar, les sucede lo mismo? y en resolucion el callar es excelent?sima virtud, y tan estimada entre los hombres, que de la suerte que se admiran de ver hablar bien ? un papagayo que no lo sabia, se admiran de ver callar bien ? un hombre que sabe hablar. Y para no cansaros m?s, si no call?redes porque es razon, callareis por el peligro en que os poneis, tratando de la honra de un hombre tan valiente como el Doctor. Con estas, y otras muchas cosas que le dije, lo envi? ? su casa con m?s temor que amor, ? m?s temeroso que enamorado. El Doctor se visti? tan de priesa que no tuvo lugar de mirar el se?alado rostro de su mujer, que lo primero que hizo antes de vestirse, y sin aguardar ? poner los pi?s en las mulillas, fu? ? mirarse al espejo; y vi?ndose el sobrescrito con algunos borrones, lo sinti? de manera, que en muchos dias no se quit? del rostro un rebozo parecia m?s que le traia por gala, que por necesidad. En estando para poderla hablar me llegu? ? donde estaba aderez?ndose el temeroso rostro, y lastim?ndome de los muchos cardenales que le alcanc? ? ver le dije, con la mayor blandura que pude, y supe: ?Qu? le parece de su buena ventura? Que tal lo ha sido, pues en cuantas veces la ha probado, la ha guardado de que los pensamientos no viniesen ? la ejecucion de las obras, para que su honra quedase salva en un aprieto tan grande, que arroj?ndose con tan determinada voluntad, le ha puesto tantos impedimentos para la caida, y tantas ayudas para el arrepentimiento. ?Si cayera en un rio muy hondo, y saliera sin mojarse la ropa, no lo tuviera ? milagro, y cosa nunca vista? ?Si se arrojara entre mil espadas desnudas sin salir herida, no le pareceria obra de la mano de Dios? Pues crea, y tenga por cierto, que ha sido tanta evidencia de la misericordia divina, usada con vuesa merced con su marido, pues de su misma voluntad ha librado: que la m?s poderosa fuerza que hay con nosotros es la voluntad propia, ella nos rinde, y hace al entendimiento tan esclavo que no le deja libertad para conocer la razon, ? ? lo menos para volver por ella; pues la voluntad depravada rindi? un pecho tan libre: ella misma con el arrepentimiento y la razon le han de volver ? su libertad. El arrepentirse, y volver sobre s?, es de ?nimos valerosos: el escarmiento nos hace recatados, como la determinacion arrojadizos. Cuando la voluntad nos arroja con atrevimiento, el mal suceso lo remedia con temor: mejor es arrepentirse temprano, que llorar tarde. Un mal principio arrojado, mejora el medio, y asegura el fin: m?s vale, considerando este mal suceso, detenerse, que perseverando, esperar que se mejore. ?Dichoso aquel ? quien le viene el escarmiento antes que el da?o! Los malos intentos al principio errados, engendran recato para los venideros: quien no yerra no tiene de qu? enmendarse, mas quien yerra tiene en qu? mejorarse: que Dios juzg? por mejor que hubiese males, porque les siguiesen los arrepentimientos, que tener el mundo sin ellos; que m?s grandeza suya es sacar de los males bienes, que conservar el mundo sin males. ?Ojal? cuantos males se cometen, tuviesen tan ruines principios como este! que los males serian menores por el escarmiento. Vuesa merced vuelva en s?, estimando su hermosura, igualmente con su honra, que este da?o tengo yo atajado, y le atajar? m?s. ? todas estas cosas que yo le decia, estuvo destilando unas l?grimas tan honestas y vergonzosas por las rosadas megillas, que enternecieran al m?s tirano ejecutor del mundo. Mas alzando el temeroso rostro, despues de haberse enjugado con un lienzo la humedad que lo habia ba?ado, con voz un poco baja, me dijo lo siguiente: Quisiera que fuera posible sacarme el corazon, y ponerle en vuestras manos para que se viera el efecto que ha hecho en ?l vuestra justa reprehension, y fuera para m? algun descuento de mis desdichas, si me crey?rades como os he creido, no s?lo para admitir el consejo, sino para obedecerlo, y ponerlo en ejecucion: que quien oye de buena gana, enmendar?se si quiere.

Mas como la privacion puede tanto con las mujeres, por el mismo caso que yo rehusaba, mi ama procuraba m?s que lo dijese, que como tenia pecho noble, y le parecia que la tenia obligada en alguna manera, sacaba fuerzas de flaqueza, y buscaba modos c?mo darme ? entender que estaba de m? agradecid?sima. Que esta diferencia hace un pecho liso y sencillo, ? uno de mala raza y cosecha, que el bueno aun el bien imaginado agradece, mas el bronco y desabrido, no solamente no agradece, pero busca modos c?mo desagradecer el bien recibido: pero cuanto m?s mi ama se esforzaba por dar ? entender su agradecimiento, tanto m?s me ofendia yo en que pensase en que habia hecho algo en servirla, que el saber flaquezas ajenas, que ? todos las cometemos, ? estamos naturalmente dispuestos ? ello, no ha de ser parte para estimar en menos ? aquellos de quien las sabemos: saber el secreto ajeno ? es acaso, ? por confianza que hacen de nosotros: si es acaso, la misma naturaleza nos ense?a que puede suceder lo mismo por nosotros; y si es por confianza, ya entra en guardarle la reputacion del que lo sabe. Encubrir faltas ajenas es de ?ngeles, y descubrirlas es de perros que ladran cuando m?s da?an. Querer saber secretos ajenos, nace de pechos sin merecimientos, que lo que no pueden merecer por s?, quieren merecerlo ? costa ajena: quien quiere saber faltas ajenas, quiere estar mal con todo el mundo, y que se publiquen las suyas. ?Dichosos aquellos ? cuya noticia no han llegado las faltas ajenas, que ni ofender?n, ni ser?n ofendidos! Hay algunos ?nimos tan fuera del ?rden natural, que les parece que han alcanzado una gran joya, cuando saben alguna falta de su pr?gimo: pues no se persuada ? entender quien tiene tan abominable costumbre, que no hay contratretas para semejantes desafueros, que todos traen el castigo por sombra; y no hay mala intencion que no tenga su semejante, ? peor. Un fraile, aunque no muy docto, bien intencionado, preguntando en un escrutinio si sabia faltas, ? descuido de sus compa?eros, respondi? que n?, porque si las habia oido, ? no habia reparado en ellas, ? las habia dejado olvidar, y si venian por relacion, no las habia oido, ? no las habia creido. Y otro, habiendo desacreditado ? todos los compa?eros, por acreditarse ? s? en el escrutinio, sali? m?s culpado que todos. Este almacen de palabras he traido, para decir el recelo que mi ama debia tener, pareci?ndole que podia revelar su secreto, ? que ? lo menos lo queria tener, como dicen, el pi? sobre el pescuezo, y as?, prosiguiendo en su intento, dijo, que por buen t?rmino y trato, quisiera perpetuarme en su casa, para tenerme en lugar de padre, queri?ndome casar con una parienta suya, doncella, y de muy buena gracia, y de poca edad; y declar?ndose con su marido y conmigo, encareciendo la bondad y virtud de la moza, y cu?n bien me estaria para el regalo de mi vejez casarme con ella, yo le dije: Se?ora, no har? eso por todas las cosas del mundo, porque quien se casa viejo, presto da el pellejo: y ri?ndose ella, prosegu? diciendo, que en Italia traen un refrancete ? este modo, que el que casa viejo tiene el mal del cabrito, ? que se muere presto, ? viene ? ser cabron. ?Jesus! dijo mi ama, ?pues eso ha de imaginar un hombre tan honrado como vos? Se?ora, dije yo, lo que veo, y he visto siempre es, que al viejo que se casa con moza, todos los miembros del cuerpo se le van consumiendo, sino es la frente, que le crece m?s. Las mozas son alegres de corazon, y regocijadas en compa??a, andan siempre jugando y saltando como ciervas, y los maridos como ciervos, siendo viejos. No es tan perseguida la liebre de los galgos, como la mujer del viejo de los paseantes: no hay mozo en todo el lugar que no sea su pariente, ni vieja rezadera que no sea su conocida: en todas las iglesias tiene devociones, ? por huir del marido, ? por visitar las comadres: si es pobre el marido, se anda quejando de ?l: si es rico, ? pocas vueltas le deja como el invierno ? la cornicabra, con solo el fruto en la frente. He rehusado en mi mocedad tomar esa carga sobre mis hombros, ?y la habia de tomar ahora sobre mi cabeza? Dios me guarde mi juicio, bien me estoy solo; ya me s? gobernar con la soledad, no quiero entrar en nuevos cuidados, afuera consejos vanos. ? todo esto el doctor estaba pereciendo de risa, y su mujer pensando en la r?plica que habia de hacer; y as? con muy gran donaire y desenvoltura, dijo ? su marido, y ? m?: Cada dia vemos cosas nuevas, bien es vivir para experimentar condiciones: el primer viejo sois que he visto y oido decir, que haya rehusado casamiento de ni?a; todos apetecen la compa??a de sangre nueva, para conservacion de la suya: los ?rboles viejos, con un enjerto nuevo los remozan: ? las plantas, porque no se hielen, les ponen abrigo: la palma, si no tiene junto ? s? su compa?era, no lleva fruta: la soledad ?qu? bien puede traer sino melancol?a, y aun desesperacion? Todos los animales racionales y brutos apetecen la compa??a. No seais como aquel bestial fil?sofo, que habi?ndole preguntado cu?l era buena edad para casarse, respondi?, que cuando era mozo, era temprano, y cuando viejo, tarde. Mirad, que fuera de ser para m? grande gusto, para vuestra comodidad es bien vivir con abrigo. Yo confieso, le dije, que tan elegantes razones, dichas con tanta gracia y estilo, persuadir?n ? cualquiera que no estuviera con tanta experiencia de las cosas del mundo, y tan hecho ? la soledad como yo; pero verdades tan apuradas, no admiten persuasiones ret?ricas, porque casarse un viejo con una muchacha, si ella es como debe ser, es dejar hijos hu?rfanos y pobres, y en pocos a?os venir ? ser entrambos de una misma edad, porque naturaleza va siempre tras su conservacion, y el viejo conserva la suya, consumiendo la juventud de la pobre muchacha; y si no es de esta suerte, tiene puestos los ojos en lo que ha de heredar, y la voluntad ? intencion en el marido que ha de escoger. Mas, ?qu? tal pareciera yo con mis blancas canas junto ? una ni?a rubia y blanca, bien puesta y hermosa, que cuando alzara los ojos ? mirarme el copete lo viera m?s liso que el carca?al, las entradas como el colodrillo de la ocasion, la barba m?s crespa y cana que la del Cid? Eso no os d? pena, dijo ella, que Juan de Vergara tiene una tinta tan negra y fina, que ? cuantos hombres y mujeres entran en su casa con canas los pone de manera que ? la salida no los conocen. Ni aun ellos propios se conocen ? s? mismos, dije yo, con un enga?o como ese, y creo cierto, que nace esta flaqueza de no conocer nuestra hechura, porque disfrazar y entretener las canas, no s? de qu? sirve, sino de una ocupacion de zurradores, que no rehusan traer las manos como ?bano de Portugal. Y realmente los que lo hacen tienen tanta ventura que ? nadie enga?an sino ? s? solos, porque todos lo saben; de modo, que les a?aden muchos m?s a?os de los que tienen; y ellos no se desenga?an, hasta que por alguna enfermedad dejan de te?irse, y se hallan cuando se miran la barba, como Urraca ahorcada. Pues si la tinta no acierta ? ser del color de la barba, que es muy ordinario, en d?ndoles el sol, hace visos como el arco del cielo. Si con el te?ir se reparara la flaqueza de la vista, se supliera la falta de los dientes, se cobrara la fuerza de piernas y brazos, ? se entretuvieran los a?os para enga?ar la muerte, todos lo hici?ramos; pero hace la muerte con los te?idos, como la zorra con el asno de Cumas, que se visti? una piel de leon para espantar ? los animales y pacer con seguridad: mas la zorra, vi?ndole andar tan despacio, mir?le las patas, y dijo: asno sois vos. As? la muerte mira los te?idos, y les dice: viejo sois vos. T??ase quien quisiere, que yo tengo por mejor lo claro que lo obscuro, el dia que la noche, lo blanco que lo negro. M?s quiero parecer paloma que no cuervo, m?s hermoso es el marfil que el ?bano. Si como las barbas que pasan de negras ? blancas, pasaran de blancas ? negras, ?cu?nto mas odiosas fueran por el color tapetado? En fin, la plata es m?s alegre que el ?bano: ?no bastaba casado, sino tiznado? Andad, dijo mi ama, que con eso se disimulan algunos a?os, y sin eso no se pueden negar. Aunque los hombres de bien, dije yo, jam?s han de mentir, en todas las cosas del mundo puede aprovechar una mentira, si no es en los a?os y en el juego; porque ni los a?os pueden ser menos por negarlos, ni la ganancia se ha de quitar por confesarla. Pero volviendo ? nuestro prop?sito, que el matrimonio es cosa sant?sima no se puede negar, ni yo lo niego, que el no apetecerlo yo nace de la incapacidad mia, y no de la excelencia suya; apet?zcalo quien est? en edad y disposicion para ello con la igualdad que la misma naturaleza pide, que ni sean ambos ni?os ni ambos viejos, ni ?l viejo y ella ni?a, ni ella vieja ni ?l ni?o. Sobre lo cual hay diversas opiniones entre fil?sofos, y la m?s cierta es que el varon sea mayor que la mujer diez ? doce a?os; pero que tenga yo cincuenta a?os, y mi se?ora mujer quince ? diez y seis, es como querer que un contrabajo y un tiple canten una misma voz, que por fuerza han de ir apartados ocho puntos el uno del otro. ?Pues nunca habeis sido enamorado? dijo mi ama. Y tanto, dije yo, que he compuesto coplas y tenido pendencias, que la mocedad est? llena de mil inconsideraciones y disparates. No lo ser?n, dijo ella, que los hombres de buen discurso sazonan las cosas diferentemente, que los dem?s. Reniego, dije yo, de ejercicio que ha de traer ? un hombre hecho lechuza, guardando cimenterios, sufriendo frios y serenos, incomodidades y peligros tan ordinarios como suceden de noche, y aun cosas dignas de callar. El que anda de noche ve los da?os ajenos, y no conoce los suyos, consume presto la mocedad, y se desacredita para la vejez: v?nse de noche cosas que se juzgan por malas, no si?ndolo; ?qu? de temores y espantos cuentan los que pasean de noche, que vistos de dia nos provocarian ? risa! Acu?rdome, que teniendo cierto requiebro al barrio de San Gin?s, con otro juicio tal como el mio era entonces, m?rtes de carnestolendas por la tarde me envi? ? decir la se?ora que le llevase algo bueno para despedirse de la carne, que en estos dias hay libertad para pedirlo, y aun para negarlo; pero por usar de fineza, por ser la primera cosa que hacia en su servicio, vend? ciertas cosillas, que me hicieron harta falta, y en acab?ndose la grita de jeringas y naranjazos, y el martirio perruno, causado de las mazas d? conmigo en un tabern?culo de la gula, donde hench? un pa?o de manos de una empanada, un par de perdices, un conejo y frutillas de sarten, y at?ndolo muy bien, camin? ? darlo por una ventana ? m?s de las once de la noche; y como el dia siguiente, por ser mi?rcoles de ceniza, era dia de mucha recoleccion, aunque todo el pasado habia sido alegr?a para los muchachos y trabajos para los perros, habia silencio general; de suerte, que aunque yo iba bien cargado, no me podia ver nadie: llegando ? la plazuela de San Gin?s sent? que venia la ronda, y retir?me debajo de aquel cobertizo, donde suele haber una tumba para los aniversarios y exequias, y antes que pudiesen llegar ? m? los de la ronda, met? el pa?o de manos, atado como estaba, por un agujero grande que tenia la tumba por la parte de abajo, y sacando un rosario, que siempre traigo conmigo, comenc? ? fingir que rezaba. Lleg? la ronda y pensando que fuese algun retraido asieron de m?, preguntando qu? hacia all?. Lleg? el alcalde, y visto el rosario y poca turbacion, que importa mucho en cualquier ocasion no perturbarse el ?nimo, dijo que me dejasen, y me recogiese: hice que me iba, y trasponiendo la ronda torn? por mi pa?o de manos y cena ? la negra tumba, donde lo habia dejado, y aunque con un poco de temor por la hora y la soledad, alargu? la mano y brazo todo lo que pude alcanzar, y no top? con el pa?o ni con lo que estaba en ?l: de lo cual qued? temblando y helado; y es de creer que me causaria horrible miedo una cosa tan espantosa en un cimenterio, debajo de una tumba, ? m?s de las once de la noche, y con tan gran silencio, que parecia se habia acabado el mundo; pues junto con esto, sent? dentro en la tumba tan gran ruido de hierro, que se me representaron mil cadenas, y otras tantas ?nimas, padeciendo su purgatorio en aquel mismo lugar. Fu? tanta mi turbacion y desatiento, que se me olvid? el amor y la cena, y quisiera hallarme mil leguas de all?; pero lo mejor que pude, ? lo menos mal que acert?, volv? las espaldas, y fu?me poco ? poco, arrim?ndome ? la pared, pareci?ndome que iba tras m? un ej?rcito de difuntos; pues yendo con esta turbacion me sent? por detr?s tirar de la capa, desanim?ndome de manera que d? un golpazo con mi persona en el suelo, y con los hocicos en la guarnicion de la espada; volv? ? mirar si era algun cad?ver descarnado, y no v? otra cosa sino mi capa asida al calvario que est? en aquella pared; con esto respir? un poco, y fu? cobrando aliento, y descansando el temor del clavo y de la capa; pero no el de la tumba.

Sent?me, y mir? alrededor ? ver si habia cosa que pudiese acompa?ar, y descans?, porque estaba tan cansado que lo hube menester, que no lo estuviera m?s si hubiera andado cien leguas por los altos y bajos de Sierra-Morena. Hice reflexion sobre lo pasado, considerando qu? cuenta daria yo de m? el dia siguiente, contando lo que habia sucedido, sin haber visto cosa que fuese de momento; porque decir un terror tan horrible sin haber averiguado el fundamento, era desacreditarme y quedar en fama de cobarde ? mentiroso: dejar de contarlo era quedar en opinion de miserable con la se?ora Daifa, habiendo gastado lo que no tenia sin decir el fin que tuvo. Por otra parte veia que si fuera algun difunto no tenia necesidad de mi pobre cena, pues hombre no podia estar tan abreviado que no topara con ?l cuando extend? el brazo. Al fin hice mi cuenta de esta manera: Si es demonio, mostr?ndole la se?al de la cruz huir?; si es ?nima, sabr? si pide algunos sufragios; y si es hombre, tan buenas manos y espada tengo como ?l, y con esta resolucion fu?me animosamente ? la tumba, desenvain? la espada y rodeando la capa al brazo, dije con muy gentil determinacion: yo te conjuro, y mando de parte del cura de esta iglesia, que si eres cosa mala te salgas de este lugar sagrado, y si eres ?nima que andas en pena, que me reveles qu? quieres, ? qu? has menester : una y dos, y tres veces te lo digo y torno ? decir; pero cuanto m?s le decia, tantos m?s golpes de hierro sonaban en la tumba que me hacian temblar. Visto que mi conjuro no era v?lido, y que si dejaba enfriar la determinacion que tenia, tornaria el temor ? desanimarme, p?seme la espada entre los dientes, y con ambas manos as? de la tumba por el agujero de abajo, y en alz?ndola sali? corriendo por entre mis piernas un perrazo negro, con un cencerro atado ? la cola, que huyendo de los muchachos se habia recogido ? descansar ? sagrado; y como despues de haber reposado oli? la comida, retir?la para s?, y sac? el vientre de mal a?o; pero con el grande y no pensado ruido que hizo saliendo, fu? tanto mi espanto, que como ?l fu? huyendo por una parte, yo fuera por otra, sino por un espinillazo que al salir me di? con el cencerro, de que no me pude menear tan presto; pero fu? tanta la pasion de risa que despues de quitado el dolor me di?, que siempre que me acuerdo de ello, aunque sea ? solas y por la calle, no puedo dejar de dar alguna demostracion de ello. Fu? menester que el Doctor y su mujer acabasen de reir, para proseguir el intento para que truje el cuento; y habi?ndolo solemnizado, les dije: No se podr? creer lo que yo me holgu? de averiguar aquella duda que en tanta confusion me habia de poner, para contar lo que habia visto, por donde pusiera mal nombre ? aquel lugar, como lo han hecho otros muchos, que por no averiguar los temores ? las causas de ellos, desacreditan mil lugares, y quedan desacreditados por temerosos y espantables sin haber causa para ello, m?s de haber visto alguna extraordinaria cosa, y sin averiguarla van ? contar mil deslumbramientos y disparates. Uno dijo, que habia visto un caballo lleno de cadenas y descabezado, y era una bestia que venia del prado ? su casa, con las trabas de hierro.

Son infinitos los disparates que en esto se dicen; de manera, que no hay poblacion, donde no haya un lugar desacreditado por temeroso, y ninguno, si no es burlando ? haciendo donaire, dice la verdad. En Ronda hay un paso temeroso despues que se subi? de noche una mona en un tejado, que con la maza y cadena ator?, ? encall? en una canal, y desde all? echaba tejas ? cuantos pasaban, y todo es de esta manera. Solas dos cosas hallo yo que pueden hacer mal de noche, que son los hombres y los serenos, que los unos pueden quitar la vida y los otros la vista.

Al tiempo que me iba hallando mejor con el Doctor Sagredo, y mi se?ora Do?a Mergelina de Aybar, por el amor que me tenian, como mi suerte ha sido siempre variable, hecha y acostumbrada ? mudanzas de fortuna, y ejercitada en ellas toda mi vida, vinieron ? llamar de un pueblo de Castilla la Vieja al doctor Sagredo con un gran salario, el cual no pudo rehusar por haberlo menester, y para ejercitar lo que habia estudiado, que ni la grandeza del ingenio, ni el cont?nuo estudio hacen ? un hombre docto, si le falta experiencia, que es la que sazona los documentos de las escuelas, sosiega las bachiller?as que hacen al ingenio confiado por las filoterias de la dial?ctica, que realmente no podemos decir que tenemos entero conocimiento de la ciencia hasta que conocemos los efectos de las causas que ense?a la experiencia, que con ella se comienza ? saber la verdad. M?s sabe un experimentado sin letras, que un letrado sin experiencia, la cual faltaba al Doctor Sagredo, y as? le estuvo bien aceptar aquel partido por esto, y por repararse de las cosas necesarias para la conservacion de la vida humana. Aceptado el partido, pidi?ronme con toda la fuerza posible que me fuese con ellos, lo cual yo hiciera, si no fuera que no me atrev? ? los frios de Castilla la Vieja, que estando un hombre en los postreros tercios de la vida, no se ha de atrever ? hacer lo que hace en la mocedad. El frio es enemigo de la naturaleza, y aunque uno muera de ardent?simas fiebres, al fin queda frio. Las acciones del viejo son tardas por la falta de calor; como la mocedad es c?lida y h?meda, la vejez es fria y seca; por falta de calor viene la vejez, y por esto han de huir los viejos de regiones frias, como yo lo hice, que me qued? desacomodado por no ir ? donde me acabase el frio en breve tiempo. Fu?ronse, y qued?me solo y sin arrimo que me pudiese valer; que los que dejan pasar los verdes a?os sin acordarse de la vejez, han de sufrir estos y otros mayores da?os y trabajos. Nadie se prometa esperanzas de vida, ni piense que sin diligencia puede asegurarla, que hay tan poco de la mocedad ? la vejez, como de la vejez ? la muerte; no puede creerlo sino quien ha entregado sus a?os ? la dilacion de las esperanzas. Cada dia que se pasa en ociosidad, es uno menos en la vida, y muchos en la costumbre que se va haciendo. Siendo estudiante en Salamanca el Licenciado Alonso Rodriguez Navarro, varon de singular prudencia ? ingenio, le hall? una noche durmiendo sobre un libro, y dici?ndole que mirase lo que hacia, que se quemaba las pesta?as, respondi?, que apelaria para el tiempo que le diese otras; pero que si perdia el tiempo, no tenia para quien apelar sino para el arrepentimiento. Al mismo, pregunt?ndole por qu? camino habia venido ? ser tan bien quisto en su ciudad, que es Murcia, respondi?, que haciendo placer, y disimulando desagradecimientos, pero que nunca llegaron ? engendrar en su pecho arrepentimientos de haber hecho el bien: que los hombres de bien no han de hacer cosas de que se deban arrepentir; y si el arrepentimiento viene tarde, y es bien recibido, aprovecha para el reparo de la vida, que como el arrepentimiento sigue ? los da?os sucedidos por propia culpa, viene acompa?ado con asomos de virtud, nacida del escarmiento y ayudado de la prudencia. Mas no hay arrepentimiento que venga tarde como sea bien recibido.

Cuatro efectos suelen resultar del tiempo mal gastado y peor pasado; dejamiento de s? propio, desesperacion de cobrar lo perdido, confusion vergonzosa, y arrepentimiento voluntario; estos dos postreros arguyen buen ?nimo, y estar cercanos ? la enmienda; pero enti?ndese, que como el yerro fu? con tiempo, el arrepentimiento no ha de ser sin tiempo: que si el mucho tiempo se pas? presto, el poco se pasar? volando, y llegar? tarde el arrepentimiento, como el tiempo que se pasa al descuido con gusto no se cuenta por horas, como el que se pasa trabajando, no se echa de ver hasta que es pasado. Yo qued? solo y pobre, y para reparo de mis necesidades, me top? mi suerte con cierto hidalgo que se habia retirado ? vivir ? una aldea, y habia venido ? buscar un maestro ? ayo para dos ni?os que tenia de poca edad, y pregunt?ndome si queria cri?rselos, le respond?, que criar ni?os era oficio de amas, y no de escuderos; ri?se, y dijo: Buen gusto teneis, ? f? de caballero que habeis de ir conmigo: ?no os hallareis bien en mi casa? Yo respond?: Ahora s?, pero despues no s?. ?Por qu?? pregunt? el hidalgo. Porque hasta tomar el tiento ? las cosas, dije yo, no se puede responder afirmativamente; y no se ha de preguntar ? los criados si quieren servir, sino, si saben servir, que el querer servir arguye necesidad, y saber servir, habilidad y experiencia en el ministerio que los quieren; y de aqu? nace, que muchos criados, ? pocos dias de servicio, ? se despiden, ? los despiden, porque entraron ? servir por necesidad, y no por habilidad, como tambien en algunos estudiantes perdidos, que en vi?ndose rematados, entran en religion tan llenos de necedad como de necesidad, y ? pocos lances, ? desamparan el h?bito, ? el h?bito los desampara. Primero se ha de inquirir y escudri?ar si es bueno y suficiente el criado para el cargo que le quieren dar, que no si tienen voluntad de servir: porque de tener criados ociosos, y que no saben acudir al oficio para que fueron recibidos, fuera del gasto impertinente, se siguen otros mayores inconvenientes. Aunque cierto Pr?ncipe de estos reinos, dici?ndole un mayordomo suyo que reformase su casa, porque tenia muchos criados impertinentes, respondi?: El impertinente sois vos, que los vald?os me agradecen y honran; y esotros, pag?ndoles, les parece que me hacen mucha merced en servirme, y el que no obliga con buenas obras, ni es amado, ni ama, y en las buenas se parece un hombre ? Dios. Par?ceme, dijo el hidalgo, que quien sabe eso, sabr? tambien servir en lo que le mandaren, especialmente que mi hijo el mayor os podr? hacer bien en algun tiempo, que tiene accion, y espectativa ? un mayorazgo de parte de su madre, que ahora posee su abuela; y del hijo mayor, ? quien le viene, no tiene sino dos nietecillos enfermizos; y muriendo ellos y su padre, queda mi hijo por heredero. Eso es, dije yo, como el que deseando hartarse de d?tiles, fu? ? Berber?a por una planta de palma y compr? un pedazo de tierra en que la plant?, y est? esperando todav?a que d? el fruto; as? yo tengo de esperar ? tres vidas, estando la mia en los ?ltimos tercios, para la poca merced que se aguarda de quien a?n no tiene esperanza, que como ella vive entre la seguridad y el temor, es necesario que tenga larga vida quien se sustenta de ella; que no hay cosa que m?s la vaya consumiendo que una esperanza muy dilatada; y es de creer, que el que se va ? pasar la suya entre robles y jarales, ni la tiene muy cerca, ni muy cierta, que por no martirizarme con ellos ni verme en los tragos en que ponen ? quien los sigue, he tenido por mejor y m?s seguro abrazarme con la pobreza que abrazarme con la esperanza. Esa, dijo el hidalgo, es la cuenta de los perdidos, que por no esperar ni sufrir, quieren ser pobres toda la vida. ?Y qu? mayor pobreza, dije yo, que andar bebiendo los vientos, echando trazas, acortando la vida y apresurando la muerte, viviendo sin gusto, con aquella insaciable hambre y perp?tua sed de buscar hacienda y honra? Que la riqueza, ? viene por diligencia buscada, ? por herencia poseida, ? por antojo de la fortuna prestada: si por diligencia, no da lugar ? otra cosa de virtud; y si por herencia, ordinariamente se posee acompa?ada de vicios y envidiada de parientes; si por antojo ? arrojamiento de la fortuna, hace al hombre olvidarse de lo que antes era, y de cualquier manera que sea, todos en la muerte se despiden de mala gana de la hacienda y de las honras que por ella les hacian. Una diferencia hallo en la muerte del rico y la del pobre, que el rico ? todos los deja quejosos, y el pobre piadosos.

Parece, dijo el hidalgo, que nos habemos apartado de mi principal intento, que es la crianza y doctrina de mis hijos, en que consiste salir industriados en virtud, valor, estimacion y cortes?a, que son cosas que han de resplandecer en los hombres nobles y principales. Acerca de la materia de criar los hijos, hay tantas cosas que advertir, y tantas que observar, que aun de los propios padres que los engendraron, no se puede muchas veces confirmar la doctrina que ellos han menester; porque las costumbres corrompidas ? mal arraigadas en el principio de los padres, destruyen los sucesores de las casas nobles y ordinarias. Si los antecesores saben los hijos que fueron cazadores, los hijos quieren serlo; si fueron valientes, hacen lo mismo; si se dejaron llevar de algun vicio que los hijos lo sepan, siguen el mismo camino; y para corregir y enmendar vicios heredados de sus mayores, casi es menester, y aun necesario, que no conozcan ? los padres, que seria lo m?s acertado sepultar las memorias de algunos linages, que por ellos se van imitando lo que oyeron decir de sus mayores, que m?s valiera que no lo oyeran para que no lo imitaran. Y de aqu? nace que suban unos en virtud y merecimientos, no habiendo ? quien imitar en su linage por la educacion valerosa que se imprimi? en los verdes a?os, y otros bajen al mismo centro de la flaqueza y miseria humana, degenerando de la virtud heredada, ? por la imitacion adulterada de los ascendientes, ? por la depravada doctrina, impresa y sembrada en los tiernos a?os, que es tan poderosa, que de una yerba tan humilde como la achicoria, se viene por la crianza ? hacer una hortaliza tan escelente como la escarola, y de un cipr?s tan eminente y alto, por sembrarlo ? plantarlo en una maceta ? tiesto, se hace un arbolito enano y miserable, por no haberlo ayudado con buena educacion.

Toda esta pl?tica ? conversacion pas? estando este hidalgo y yo echados de pechos sobre el guardalado de la puente Segoviana, mirando h?cia la Casa de Campo, por donde vimos asomar un buen atajo de vacas que nos interrumpi? la conversacion, y vi?ndolas, le dije: Aquellas vacas han de pasar por esta puente m?s api?adas y m?s apriesa que vienen por aquella parte, por eso no aguardemos aqu? el ?mpetu con que han de pasar. No temais, dijo el hidalgo, que os guardar? ? vos, y ? m?. Gu?rdese ? s?, le dije yo, que ? m? aquella pared que baja de la puente al rio me guardar?, porque yo no me entiendo con gente que no habla, ni s? re?ir con quien trae armas dobles en la frente. Fuera de lo que dicen: Dios me libre de bellacos en cuadrilla. H?se de re?ir con uno que si le digo teneos all? me entienda; re?ir con un animal bruto es dar ocasion que se ria quien lo mira, y cuando salga bien de ello, no he hecho nada. No se ha de poner un hombre en peligro que no le importa mucho; defenderse del peligro, es de hombres, y ponerse en ?l es de brutos. El temor es guarda de la vida, y la temeridad es correo de la muerte. ?Qu? honra ? provecho se puede sacar de matar un buey, cuando se haga por ventura, sino tener que pagar ? su due?o? Si yo puedo estar seguro, ?por qu? tengo de poner mi seguridad en peligro? Con todo esto que yo dije, ?l se qued? haciendo piernas, y yo con las mias me puse lo m?s presto que pude detr?s de la esquina. Venia por la puente delante una mula con dos cueros de vino de San Martin, y un negro atasajado en medio de ellos, y aunque venia un poco apriesa delante de los bueyes, con el ?mpetu que venian, por la priesa que los vaqueros le dieron, cogieron ? la mula en medio al tiempo que llegaron ? emparejar con mi negro hidalgo; la mula era maliciosa, y como se vi? cercada de cuernos, comenz? ? tirar pu?adas y coces, de manera que arroj? al negro y ? los dos cueros encima de la herramienta de un novillejo harto alegre, y que comenzando ? usar de sus armas, arroj? el un cuero por la puente al rio en medio de muchas lavanderas. El hidalgo, por librar al negro, y defenderse ? s?, puso mano ? su espada, y afirm?ndose contra el novillo le tir? una estocada u?as abajo, con que hizo al otro cuero dos claraboyas que alegraron harto ? la gente lacayuna; pero no fu? tan de valde, que no le trujese por delante, asido por las cuchilladas de las calzas, que de puro manidas, no pudiendo resistir ? la violencia de los cuernos, se rindieron, y ?l qued? arrimado al guardalado de la puente, con algunos chichoncillos en la cabeza, diciendo: Si trujera las nuevas, buen lance habia hecho. En pasando la manada, que fu? en un instante, acudieron los gentiles hombres guiones de la gente de ? caballo, y acometiendo por los orificios de los ijares al cuerpo sin aliento, en un instante le dejaron sin gota de sangre.

Las lavanderas acudieron al que habia caido en el rio, cada una con su jarrillo, que llevando uno en las tripas y otro en la mano, le dejaron la boca al aire, y el se?or cuero callar; al negro medio deslomado le pusieron sobre la mula, no s? lo que fu? de ?l. Yo acud? ? mi hidalgo, no ? darle en cara el no haber seguido mi consejo, sino ? limpiarle y consolarle, diciendo, que lo habia hecho muy como valiente hidalgo: que es yerro al afligido y corrido reprehenderle lo que no tiene remedio: con la reciente pesadumbre ? nadie se ha de decir: bien os decia yo; que en el da?o hecho es mala la correccion temprana: al que est? compungido de su da?o, no se ha de dar en cara lo que dej? de hacer, que ?l se tiene consigo la penitencia de su yerro; y en semejantes sucesos el empacho y verg?enza son castigos de la confianza. ?l se puso muy hueco del consuelo que yo le d? en alabarle de su disparate, aunque se le ech? de ver la confusion que tenia en el rostro. Con todo eso me agradeci? lo que le dije, y para alegrarlo le mostr? el estrago que los lacayos hacian en el cuero, y la alegr?a de las lavanderas, que le echaban mil bendiciones al novillo, rogando ? Dios que cada dia sucediese lo mismo. Y en habiendo ellos y ellas concluido con dejar los pellejos sin alma, se tornaron ? su costumbre antigua. Los lacayos ? decir mal de sus amos y del gobierno de la Rep?blica, y las lavanderas ? murmurar de doncellas y religiosos. ?Lastimosa cosa, que pasando toda la vida en pobreza, trabajo y miseria, con que pueden ganar ? Dios la voluntad, vengan ? hallar alivio y descanso en los brazos de la murmuracion! Que es tan poco humilde nuestra naturaleza, que ordinariamente la pobreza se rinde ? la envidia, como si el arrepentimiento de las partes suspendiese de sola la diligencia humana, sin ?rden de la voluntad divina, y que se aborrezca por cosa infame, lo que tanto am? el Autor de la vida. Los pobres son piadosos para otros pobres; pero no para los ricos, y si considerasen con los ojos del alma, cu?nto m?s cargados de obligaciones y cuidados est?n los ricos que los pobres, sin duda no trocarian su suerte por la del rico; que al rico todos procuran derribarle, y al pobre nadie le tiene envidia: y con todo eso su mayor consuelo es murmurar del que ven acrecentado ? en mejor estado que el suyo; pero dejemos ahora ? los lacayos gobernar el mundo, y ? las lavanderas aniquilar y deshacer lo mejor que hay en ?l. El hidalgo, aunque algo desabrido del suceso, con grandes veras me comenz? ? persuadir que fuese con ?l, yo ? considerar si me estaba bien; porque cuanto ? lo primero yo echaba de ver que el andar vagamundo y ocioso era cosa perniciosa para conservar la reputacion y sustentar la vida, que aunque es as? que la ocupacion cansa el cuerpo, y la ociosidad fatiga el esp?ritu, y el que trabaja piensa en lo que hace de bien, y el ocioso en lo que puede hacer de mal; gracia del cielo es menester para que el ocioso se ocupe en cosas de virtud, y mucha fuerza de mala inclinacion, para que el ocupado se ejercite en el vicio. Muchas veces o? decir al Doctor Cetina, gran juez, que aborrecia las ocupaciones de su oficio, por no saber faltas agenas, y por otra parte las deseaba por no estar ocioso. Cuanto ? lo segundo, consideraba que no era cordura salir de Madrid, ? donde todo sobra, por ir ? una aldea, donde todo falta; que en las grandes Rep?blicas el que es conocido, aunque anochezca sin dineros, sabe que el dia siguiente no ha de morir de hambre. En los pueblos peque?os en faltando lo propio, no hay esperanza de lo ageno: el perro que no es de muchas bodas siempre anda flaco. Si el conejo tiene dos puertas en su vivar, puede salvarse; pero si no tiene m?s de una, luego es cazado. El hombre que no sabe nadar, en un charco se ahoga; pero el que sabe entrar y salir en la mar, no se anega. Lo tercero, veia tan inclinado al buen hidalgo ? llevarme consigo; y ? m? tan agradecido ? quien me quiere bien, que no sabia neg?rselo, que el agradecer el amor y las buenas obras es de pechos nobles, y la ingratitud de tiranos: el que no agradece no merece tener amigos: nada tienen los hombres que no sea recibido, y as? desde nuestro nacimiento habemos de comenzar ? agradecer. Tras de todo esto consider? mi estado, y la obligacion natural que tengo ? m? propio. El buen hidalgo era no muy rico, y de sus acciones descubria estrecheza de corazon; no parecia liberal; pobreza y miseria en un sugeto, aunque son para en uno, no quiero que sean para m?; yo naturalmente soy enemigo de la escasez, y aun creo que la misma naturaleza le aborrece, siendo como es pr?diga en dar; y ? este hidalgo se le echaba de ver, que no era escaso por pobre, sino por inclinacion: pero con todo eso me aventur? ? no negarle lo que me pedia. Fu?me con ?l ? casa de cierto t?tulo, con quien profesaba parentesco ? amistad; porque ?l tenia necesidad de algun regalo, por las burlas que le habian pasado con el novillo, y en entrando dijo ? un despensero de la casa que me regalase: ?l entendi? sin duda que no me regalase, y as? lo hizo; de manera, que de pura dieta casi se me vino ? juntar el pecho con el espinazo. Era ya tarde, y mostr?me el dicho despensero un tinelo donde comian los criados m?s importantes de la casa, como son gentiles-hombres y pajes. Lleg?se la hora de cenar, y el tinelo estaba m?s escuro que la ?ltima cubierta del nav?o. Entr? cierto galancete, aunque no alto de cuerpo, de razonable talle, trigue?o de rostro, ceja arqueada, casi de hechura de mariposa de seda, buena espedicion de lengua, pocos conceptos y muchas palabras, m?s lleno de hambre que de hidalgu?a: y como vi? tan l?brego el aposento, dijo: Ola, trae aqu? velas. Vino un p?caro, con m?s andrajos que un molino de papel, con un cabo de vela portuguesa, ? hinc?la en un agujero de la misma mesa tinelar, que si no tuviera nudo la madera, la hincara en la pared. Pusieron en ella unos manteles desvirados, que parecian delantal de zurrador. Sac? aquel galan una servilleta de la faltriquera, no m?s limpia, pero m?s agujereada que cubierta de salvadera, y por gran cosa dijo: M?s h? de veinte a?os que la tengo conmigo, lo uno por no ensuciarme con estos manteles; lo otro, porque me la di? cierta se?ora, que no quiero decir m?s. Pusi?ronles ? cada uno un r?bano, cuyas hojas fueron la ensalada, y el r?bano el sello estomatical. Yo les dije que estaban seguros de la fatigosa pasion de orina, as? por el uso de las hojas, como por la templanza en la comida, que no les dieron ? cenar, sino unos bofes salpimentados con hollin y salpimiento. Respondi? aquel entonadillo: Siempre en casa de mis padres o? alabar esta virtud de la templanza, y por haberme criado con ella, soy templado en todas mis acciones. Si no es en hablar, dijo otro gentil-hombre. Prosigui?, que los hidalgos tan honrados y bien nacidos como yo, no se han de ense?ar ? ser glotones, que no saben en lo que se han de ver, en paz ? en guerra.

No se halla que mi padre comiese m?s de una vez al dia, y con mucha templanza, , era muy gran cortesano, tan discreto y decidor, que entretenia solo ? una sala de gente, pero con todo eso nos dej? muy pobres. No me espanto de esto, dije yo, que el caudal eran palabras y la resulta ser?a viento: que cuando el hablar no se acompa?a con el hacer, como se queda en la primera parte, nunca se ve el fruto de la segunda. La dulzura y gracia de la lengua satisface tanto ? su due?o, que todo se va en vanagloria para s?, y detraccion para los dem?s. Y en resolucion, la lengua es la m?s cierta se?al de lo interior del alma, que la mucha locuacidad no deja cosa en ella que no eche fuera. ? todo esto, yo esperaba mi cena, que segun se tardaba, me parecia que servia ya en palacio. Asom? mi despensero con un platillo de mondongo, m?s frio que las gracias de Mari ?ngela. Tom?lo y despedac?lo, que no habia con qu? cortarlo; y al olor que subi? de tripa mal lavada, dijo aquel hablador: En viendo este g?nero de comida, siento un olor ambarino que me consuela el alma, porque lo com?amos siempre en mi aldea hecho con las manos de una hermana mia, que si no fuera por unos cabellos m?s rubios que el oro, que se le caian encima, lo podia comer un ermita?o. ? m? me oli? de manera, que deseaba que el p?caro me lo quit?ra de delante, y convid?le ? aquel hidalgo con ?l, diciendo que habia cenado; ?l lo prob? y aprob?, y alabando el picante de la pimienta y cebolla, y la limpieza de las manos que lo habian hecho, se acab? junto con el cabo de vela. Comenz? este ? decir: P?caro, trae aqu? velas. ?Cu?les velas? pregunt? el p?caro, v?yase ? pasear, y deje las velas. ? f? de hidalgo, dijo aquel gentil-hombre, que os tengo de hacer quitar la racion. Eso fuera, dijo el p?caro, si me la hubieran dado, pero la que no se ha dado, mal se puede quitar; que como sabe, h? m?s de cuatro meses que no se da racion en esta casa. Oh villano, dijo el otro, deshonra buenos; ?y tal has de decir? Los mal nacidos como ?ste infaman las casas de los se?ores, que no saben tener paciencia ni sufrir un mal dia; luego echan las faltas en la cara; no se contentan con el respeto que les tienen por servir ? quien sirven; mal call?redes vos lo que yo he callado, y sufri?rades lo que yo he sufrido, y hubi?rades hecho lo que yo he hecho, supliendo sus faltas, gastando mi hacienda, prestando mi dinero, y diciendo muchas mentiras por disculpar sus descuidos. Los bien nacidos tienen consideracion ? las muchas obligaciones de los se?ores: si hoy no tienen, ma?ana les sobra y pagan junto lo que no dan por menudo. Se?or, dijo el p?caro, yo no tengo las inteligencias que vuesa merced que se va ? las casas de juego. Ataj?le de presto el gentil-hombre, diciendo: Es verdad que yo juego de ordinario, que a?n no h? m?s de esta tarde, que gan? dinero y ciertas joyuelas y una cadenilla de oro. ?Pues c?mo no tiene para velas? dijo el p?caro. Porque d?, respondi?, todo el dinero de barato. No es mucho, dijo el p?caro, si es verdad esto, que de cuantas veces lo recibe le d? una. ?Yo, p?caro? dijo el mozalvillo. Como su padre, respondi? el p?caro. Mi padre, dijo el galan, tom?balo, porque se lo daban y lo merecia. Y vuesa merced, dijo el p?caro, porque lo pide y no lo merece. ? toda esta pendencia, y otra que se habia trabado entre dos pajes, sobre la antig?edad del asiento, estaba ? oscuras el l?brego tinelo, y yo espantado dije al mozuelo que callase y tuviese respeto, que ? los que tienen oficio superior en casa de los se?ores, no se les habian de atrever de aquella manera. D?jelo vuesa merced, dijo otro gentil-hombre, que si el p?caro habla, por todos habla: que si jugando sentencia una causa que no sea en su favor, luego dice que lo hace porque le den barato. Fuera de ser el que nos ponga ? todos en mal con el se?or, congraciador general, y celebrador y reidor de lo que el se?or dice, arcaduz de la oreja, manantial de chismes, estafeta de lo que no pasa en todo el mundo. Si dice algo, ?l lo celebra y quiere que se lo celebren todos: si otro dice ? hace algo bueno, lo procura derribar y deshacer; si malo, ? pura risa lo persigue, y si alguno le parece que se le va entrando al se?or en la voluntad, por mil caminos le descompone. Estas y otras muchas cosas le dije yo de mi persona ? la suya con cinco palmos de espada. Cuando yo esperaba una grande pendencia, el habladorcillo di? una carcajada de risa, con que el otro se indign? mucho m?s, y dijo: ?Luego no es verdad lo que digo? Y el otro con una risa falsa le dijo: Eso y mucho m?s es verdad: y vuesa merced sabe poco de palacio, que aqu? el doblez y la ficcion est?n en su lugar: no hay verdad, sino lisonja y mentira, y el que no la trata no puede valer en palacio. Desde que nac? me cri? en ?l, y aunque mi padre me avisaba de esto mismo, nunca le v? medrar, sino cuando decia mal de algun ausente, que como sea dicho con donaire, como ?l lo decia, alegra el ?nimo, endulza el oido, atrae la voluntad, y saca risa de los pechos melanc?licos. Y llev?rase el diablo, dije yo, ? quien lo dice, y ? quien escucha, y ? quien incita ? que se diga, y ? quien tiene tan ruin opinion, y ? quien lo consiente, pudi?ndolo estorbar que no se diga. Y querer nadie hacer ley de su mala condicion y costumbre en las cosas de palacio, es yerro notable y digno de castigo, que todos estos son actos que tienen su principal descendencia y or?gen de la antiqu?sima casa de la envidia. Pasion infame, engendrada en pechos que piensan que el bien ajeno ha de redundar en da?o suyo, desnudos de partes y merecimientos, la cual envidia es la m?s perniciosa de todas; porque como tiene su fundamento en un pesar del bien ajeno, todo el tiempo que dura en aquel la prosperidad, dura en este la malicia, y sin tasa ni eleccion, porque el mismo en quien se halla tan abominable inclinacion, en todo se opone: al menor, porque no se iguale, y al igual, porque no le deje atr?s, y al mayor, porque no le sujete. ?Qu? templado est? ? lo viejo! dijo el hablador. ?Y qu? destemplado est? ?l ? lo moderno! dije yo. Y prosigui? diciendo: ?Entre los religiosos y religiosas, puede negarme que no son muy ordinarias las envidias sobre las elecciones de superiores, y oficios? Cuando las haya, que pocas veces las hay, dije yo, al fin son sobre cosas honradas, de mucha calidad ? importancia para su Religion, y cada uno sigue el bando que m?s le parece conveniente para cosas de tanta substancia: pero en palacio, ?sobre qu? es la envidia, sino sobre unas calzas viejas que desech? el se?or por m?s que viejas? ?? sobre hacerse secretario de lo que es p?blico en la boca de todos? Pues quiero que entiendan los habladores y ziza?eros de palacio, que ya con su argenter?a falsa pueden traer enlabiado al se?or, en tanto que por la tierna edad se deja llevar de congraciadores, que al fin son descendientes de sangres alimentadas con virtud y valor de ?nimo, y han de caer en la cuenta mejor que en el yerro, y conocer lo que es bien y mal, y premiarlo conforme ? la intencion con que ha corrido. Pregunt? aquel gentil-hombre: ?Pues no ha de tener el Pr?ncipe criados, que por la reputacion del se?or sepan cumplir de palabra con los mercaderes, y entretener los acreedores ? quien deben? Eso, dije yo, es lo que menos importa ? los se?ores, porque los tales criados no mienten por entretener las trampas de los se?ores, sino por dilatar las que ellos hicieron ? vueltas de ellos. Mas pregunto, ?es forzoso que por estar un hombre ocioso y vicioso, ha de servir toda la vida, sujeto ? las costumbres envejecidas de los que no pretenden m?s de vivir y morir, y por levantarse tarde y ejercitar la poltroner?a, han de estar todo el dia arrimados ? la pared, como ?nima de jiganton en puerta de taberna? Bien s? que no han de ser todos soldados, ni todos estudiantes, oficiales y sacerdotes, que servirse tienen las gentes de las gentes y los Pr?ncipes de los hombres que sean hombres, que no profesan la adulacion por comer y holgar. Estudien, lean, aprendan algo de virtud, que no ha de ser todo congraciarse con el se?or, derribando al uno, desacreditando al otro, y amenazando ? aqu?l, y enfadando ? todos. Sobre cosas que no tienen m?s calidad, ni cantidad, que comer y pasearse, y ? la vejez contar historias, que ni las vieron, ni las leyeron, ni aun quiz? las oyeron, que la necesidad los hace inventores. Ya se me iba desatando el frenillo contra la vida de palacio, como el est?mago estaba desocupado y las partes org?nicas obraban m?s desenvueltamente, cuando entraron achas encendidas, alumbrando toda la casa, que sirvi? la visita de que por una saet?a entrase la luz ? la mesa de los doce pages, y acudiendo cada uno ? sus obligaciones, qued? tan solo, que pude desamparar las mias en el tinelo, y deslic?me lo m?s calladamente que pude sin despedirme de nadie, ni hablar palabra, volviendo de cuando en cuando el rostro atr?s, por ver si me seguian por la cosa que habia hecho en el regalo mondonguil, que no com?, ni comiera, y en verme libre de aquel carnero de huesos mondos, entend? que me habia escapado de alguna mazmorra de Argel. Fu?me ? mi posadilla, que aunque peque?a, me hall? con una docena de amigos que me restituyeron mi libertad, que los libros hacen libre ? quien los quiere bien. Con ellos me consol? de la prision que se me aparejaba, y satisfice el hambre con un pedazo de pan conservado en una servilleta, y ? la dieta con un cap?tulo que encontr? en alabanza del ayuno. ?Oh libros, fieles consejeros, amigos sin adulacion, despertadores del entendimiento, maestros del alma, gobernadores del cuerpo, guiones para bien vivir, y centinelas para bien morir! ?Cu?ntos hombres de obscuro suelo habeis levantado ? las cumbres m?s altas del mundo? ?Y cu?ntos habeis subido hasta las sillas del cielo? ?Oh libros, consuelo de mi alma, alivio de mis trabajos, en vuestra santa doctrina me encomiendo! Repos? aquella noche muy poco, porque como el sue?o, que se di? para descanso del cuerpo, se hace de vapores c?lidos y h?medos que suben del est?mago, y manjar al cerebro, y yo estaba casi en ayunas, fu? tan poco mi sue?o, que ? las seis de la ma?ana estaba ya vestido. Santig??me, y encomend?ndome al Autor de la vida, fu?me ? un humilladero del bendito ?ngel de la Guarda, que est? de la otra parte de la puente Segoviana. El dia amaneci? claro, y el sol grande, y de color amarillazo. Fuera de esto en un reba?o de ovejas que encontr? cerca de la puente v? que los carneros se topaban unos con otros, y de cuando en cuando alzaban los ojos al cielo; ech? de ver la tempestad que amenazaba al dia y d?me prisa para volver pronto. Fu? ? rezar, y en acabando lleg? el ermita?o ? m?, que me pareci? ser hombre de buen discurso, y me dijo: No har? tan buen dia como hizo el del bienaventurado San Isidro, si se hall? vuesa merced aqu?. S? me hall?, dije yo, y he conocido las mismas se?ales del mal tiempo, por donde este dia no se parecer? al otro. Cierto, dijo el ermita?o, que mir? desde este alto, y se me represent? con la mucha cantidad que habia de coches y carros, una hermosa flota de nav?os de alto bordo, que me trujo ? la memoria algunas que he visto en Espa?a y fuera de ella. En el mismo concepto, dije yo, estuve aquel dia que venia con un poco de gota, con el espacio y remanso que requiere tal enfermedad, y me acord? de la armada de Santander, que tan hermosa apariencia tuvo, y tan mal se logr?. Llegando al medio de la puente me llamaron para subir en un coche dos caballeros del h?bito eclesi?stico, de muy gallardos entendimientos, acompa?ados de prudencia y bondad. Sub?, y apenas estuve en el coche, cuando se alborotaron los caballos por una supercher?a que us? un hombre de ? caballo con un hidalgo de ? pi?, de muy buena suerte, sobre haber sido estorbo para no hablar ? su comodidad con una cuadrilla de cien mujeres que ocupaban un coche ageno, que en cogi?ndole prestado cabe dentro todo un linage y toda una vecindad. Alborotada la flota carrozal, lleg?se cerca de nosotros el autor de la pesadumbre, muy ufano de lo que habia hecho. D?jole uno de aquellos dos caballeros, Bernardo de Oviedo: Si fuera l?cito ? los hombres hacer todo lo que pueden, no se fuera vuesa merced riendo de la sinrazon que ha hecho. Respondi? el otro: Vuesa merced no debe de saber qu? cosa es ser enamorado. ? lo menos, dijo Bernardo, s? que el amor no ense?a ? hacer cosas ruines. Pas? acaso por all? el Maestro Franco con su mula, y dijo el agresor: No se desconsuele vuesa merced, que por lo menos ha granjeado la voluntad de doce mujeres, que con esa haza?a y doce pasteles de costa, ir?n ? decir que vuesa merced es un Alejandro y un Scipion. ?Hu?lganse conmigo, dijo el valiente? Pues vive Dios que si no fueran cl?rigos habia de pasar el negocio adelante. Pues por eso, dijo el Maestro Franco, lo hizo Dios mejor, que sin quedar vuesa merced descomulgado nos ha dado harta materia para reir.

? todo esto estaba muy col?rico cierto gentil hombre que iba all?, de buena conversacion y poca substancia, y dijo: ?Es posible que ha tenido aquel hidalgo paciencia para no vengarse de su agravio, aunque le hicieran pedazos? ?De cu?l agravio? dijo Bernardo. ?l anduvo muy bien en no hacer diligencia donde no habia de aprovechar, y los agravios que no caen sobre materia, no tocan ? la honra, ni aun ? la ropa, si bien perturban el ?nimo. Jugando suelen decir mil disparates los que pierden, como decir: cualquiera que se huelga que pierda, miente, y es un cornudo. H?se de reir de esto, porque nadie di? materia para la desmentida, y ll?mase materia la ocasion de agravio hecho con palabras, ? con obras, sobre que caiga la venganza. Si d?ndole ? un jumento de varazos, le alcanzan ? dar ? un hombre, ? si jugando al mallo ? ? los trucos le aciertan ? dar un palo, no tiene de qu? sentirse, porque aquel agravio no cay? sobre materia, y la paciencia en semejantes casos arguye mucho valor de ?nimo. Ea, se?or, dijo el otro, que la paciencia en tan notorias injurias descubre pocos h?gados en quien ordinariamente la tiene. Por tres cosas, dijo Luis de Oviedo, tiene un hombre paciencia notable, ? por no entender bien las cosas del mundo, ? por templanza natural de condicion, ? por virtud adquirida de muchos actos; y el que sin estas tres cosas sufre injurias que no puede remediar, manifiesta invencible ?nimo para ellas, y menosprecio para quien las hace. Al tiempo que acababa esta conversacion con el ermita?o, v? todo el cielo revuelto y turbado, fu?me ? despedir para irme, y ?l me detuvo diciendo, que antes que acabase de pasar la puente me cogeria la borrasca: dentro de poco espacio fu? tan grande la tempestad de truenos, rel?mpagos y rayos, que la creciente en menos de media hora casi vino ? cubrir los ojos de la puente, y fu? forzoso cerrar las puertas del humilladero, que combatidas del aire, hicieron mucho en no rendirse ? su violencia. Mejor est? vuesa merced aqu?, dijo el ermita?o, que no en el camino. Qu? mejor, dije yo, que estando en la casa del mismo defensor de nuestras almas y cuerpos, criado para eso de la inefable bondad del Eterno Padre; m?s bien guardados estamos que fuera de ella. Guarda ? quien no solamente la heredad de Dios reverencia y conoce: pero aun la antig?edad, ciega de la lumbre de F?, tuvo grande veneracion, dedic?ndole templos, y levant?ndole altares en nombre del g?nio, que as? llamaban los antiguos al bendit?simo ?ngel Custodio. ?Jesus, y qu? cont?nuos ? inciviles truenos! ?qu? gruesa piedra! ?qu? perseverancia tan grande! Desde que yo vine ? Castilla, nunca entend? que fuera tan sujeta ? tempestades tan desatadas como las que muchas veces he visto, que en mi tierra, por ser llena de grandes monta?as muy altas y sujetas ? la fuerza de los vientos, no es tan de admirar que se vean estos tan arrebatados turbiones, mezclados con vientos y granizo. ?De d?nde es vuesa merced? dijo el ermita?o. Yo, se?or, respond?, soy de Ronda, ciudad puesta sobre muy altos riscos y pe?as tajadas, muy combatida de ordinario de ponientes y levantes furiosos; de manera que si fueran los edificios como estos, se los llev?ran tormentas. Nunca he sabido hasta ahora, dijo el ermita?o, de d?nde fuese vuesa merced, aunque le conoc? en Sevilla, y le comuniqu? en Flandes y en Italia. Mir?le con cuidado, y haciendo refleccion, conoc?le, que habia sido soldado donde dijo; holgu?me, y abrac?lo, y supe de ?l que se habia retirado ? la soledad de los montes algunos a?os ? servir ? Dios, y por haber enfermado se vino ? poblado, ? cerca de ?l, ? pasar la vida erem?tica, d?ndole ? Dios lo que le quedaba. Aunque la furia del argavieso no dur? m?s de una hora, el agua que tras ?l se sigui? dur? sin cesar hasta el dia siguiente, con furia de vientos deshechos. El buen ermita?o se hall? con carbon, encendi? un brasero, ? h?zome quedar ? comer con ?l, de lo que Dios le habia enviado por mano de gente muy devota, de que hay mucha abundancia en Madrid.

Cerradas las puertas del humilladero, para defensa del viento, y encendido el carbon para la del frio, estaba el lugar abrigado y apacible, que el armon?a que el aire hace con el ruido de las canales produce una consonancia agradable para las orejas y no para el cuerpo, que en esto se diferencia el oido del tacto, que hay cosas que tocadas son buenas, y oidas son malas, y al contrario. Comimos, y encerrados todo el dia con la oscuridad, la noche y dia fueron todo noche. Torn? el ermita?o ? repetir su primera pregunta, y como est?bamos ociosos, y encerrados, sin tener otra ocupacion, tratamos de lo que se nos ofreci?. Pregunt?me d?nde habia estudiado, y c?mo me habia divertido tanto por el mundo, siendo de una ciudad tan apartada del concurso ordinario, y que para la cortedad de la vida humana tiene bastantes y sobrados regalos para pasar con alguna quietud. Yo le respond? ? todo lo que me pregunt?: Aunque aquellos altos riscos y pe?as levantadas, por la falta de la comunicacion, despertadora de la ociosidad, y engendradora de amistades, no son muy conocidos; con todo eso cria tan gallardos esp?ritus, que ellos mismos apetecen la comunicacion de las grandes ciudades y Universidades, que purifican los ingenios, y los hinchen de doctrina, por donde hay vivos en este tiempo varones, con cuya salud se alegra, con tanta aprobacion de hombres doctos, que no tienen necesidad de la mia. Tuvimos all? un gran maestro de gram?tica, llamado Juan Cansino, no de los que dicen ahora Preceptores, sino de aquellos ? quien la antig?edad di? nombre de gram?ticos, que sabian generalmente de todas las ciencias, doct?simo en las humanas letras, virtuoso en las costumbres, dechado que obligaba ? que se las imitasen, las cuales ense?? juntamente con la lengua latina, en que hacia muy elegantes versos. Era naturalmente manco de ambas manos; pero de los m?s respetados y temidos ? fuerza de virtud propia; lo cual grange? con ense?ar silencio m?s que hablar, porque decia ?l muchas veces que el hablar era para las ocasiones forzosas, y el callar para siempre. De esto, y la lengua latina, si no fu? de los mejores disc?pulos, tampoco fu? de los peores.

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