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Read Ebook: Vida del escudero Marcos de Obregón by Espinel Vicente Pellicer Jos Luis Illustrator

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Ebook has 204 lines and 143057 words, and 5 pages

Cerradas las puertas del humilladero, para defensa del viento, y encendido el carbon para la del frio, estaba el lugar abrigado y apacible, que el armon?a que el aire hace con el ruido de las canales produce una consonancia agradable para las orejas y no para el cuerpo, que en esto se diferencia el oido del tacto, que hay cosas que tocadas son buenas, y oidas son malas, y al contrario. Comimos, y encerrados todo el dia con la oscuridad, la noche y dia fueron todo noche. Torn? el ermita?o ? repetir su primera pregunta, y como est?bamos ociosos, y encerrados, sin tener otra ocupacion, tratamos de lo que se nos ofreci?. Pregunt?me d?nde habia estudiado, y c?mo me habia divertido tanto por el mundo, siendo de una ciudad tan apartada del concurso ordinario, y que para la cortedad de la vida humana tiene bastantes y sobrados regalos para pasar con alguna quietud. Yo le respond? ? todo lo que me pregunt?: Aunque aquellos altos riscos y pe?as levantadas, por la falta de la comunicacion, despertadora de la ociosidad, y engendradora de amistades, no son muy conocidos; con todo eso cria tan gallardos esp?ritus, que ellos mismos apetecen la comunicacion de las grandes ciudades y Universidades, que purifican los ingenios, y los hinchen de doctrina, por donde hay vivos en este tiempo varones, con cuya salud se alegra, con tanta aprobacion de hombres doctos, que no tienen necesidad de la mia. Tuvimos all? un gran maestro de gram?tica, llamado Juan Cansino, no de los que dicen ahora Preceptores, sino de aquellos ? quien la antig?edad di? nombre de gram?ticos, que sabian generalmente de todas las ciencias, doct?simo en las humanas letras, virtuoso en las costumbres, dechado que obligaba ? que se las imitasen, las cuales ense?? juntamente con la lengua latina, en que hacia muy elegantes versos. Era naturalmente manco de ambas manos; pero de los m?s respetados y temidos ? fuerza de virtud propia; lo cual grange? con ense?ar silencio m?s que hablar, porque decia ?l muchas veces que el hablar era para las ocasiones forzosas, y el callar para siempre. De esto, y la lengua latina, si no fu? de los mejores disc?pulos, tampoco fu? de los peores.

Estando yo razonablemente instruido en la lengua latina, de manera que sabia entender un ep?grama y componer otro, y adornado con un poco de m?sica, , por la inquietud natural que siempre tengo y he tenido, quise ir ? donde pudiese aprender alguna cosa que me adornase y perfeccionase el natural talento que Dios y naturaleza me habian concedido. Mi padre, viendo mi deseo ? inclinacion, no me hizo resistencia, antes me habl? ? su modo con la sencillez que por all? se usa, diciendo: Hijo, mi costilla no alcanza ? m?s de lo que he hecho, id ? buscar vuestra ventura, Dios os guie y haga hombre de bien; y con esto me ech? su bendicion, y me di? lo que pudo, y una espada de Bilbao, que pesaba m?s que yo, que en todo el camino no me sirvi? sino de estorbo. Part?me para C?rdoba, aunque llegu? entero, que es donde acude el arriero de Salamanca, y all? vienen de toda aquella comarca los estudiantes que quieren encaminarse para la dicha Universidad. Fu?me al meson del Potro, donde el dicho arriero tenia posada, holgu?me de ver ? C?rdoba la llana, como muchacho inclinado ? trafagar el mundo. Fu?me luego ? ver la Iglesia mayor, por oir la m?sica, donde me d? ? conocer ? algunas personas, as? por acompa?ar ? mi soledad, como por tratar gente de quien poder aprender; que realmente con la poca esperiencia y haberme apartado poco habia de mis padres y hermanos, acto que engendra encogimiento en los m?s gallardos esp?ritus, viendo que en aquella ausencia era forzoso, y que la fortuna nos acomete en cobard?a, anim?me lo mejor que pude, diciendo: la pobreza me sac?, ? por mejor decir, me ech? de casa de mis padres, ?qu? cuenta daria yo de m? si me tornase ? ella? Si los pobres no se alientan y animan ? s? propios, ?qui?n los ha de animar y alentar? Y si los ricos acometen las dificultades, los pobres ?por qu? no acometer?n las dificultades, y aun los imposibles, si es posible? Entern?zcome con la memoria de mis hermanos; pero esta se ha de olvidar con el deseo de poderles hacer bien; y si no pudiere, ? lo menos habr? hecho de mi parte lo posible y obligatorio. No se vienen las cosas sin trabajo; quien no se anima de cobarde, se queda en los principios de la dificultad; si no hago m?s que mis vecinos, tan ignorante me quedar? como ellos; ?nimo, que Dios me ha de ayudar. Fu?me ? mi posada, ? ? la del meson del Potro, y p?seme ? comer lo que yo pude, que era dia de pescado: en sent?ndome ? la mesa, lleg?se cerca de m? un gran marchante, que los hay en C?rdoba muy finos, que debia ser vagamundo, y me oy? hablar en la Iglesia mayor, ? el diablo hablaba en ?l, y d?jome: Se?or soldado, bien pensar? vuesa merced que no le han conocido, pues sepa que est? su fama por ac? esparcida muchos dias h?. Yo soy un poco vano, y no poco: cre?melo, y le dije: Vuesa merced ?con?ceme? Y ?l me respondi?: De nombre y fama muchos dias h?, y diciendo esto sent?se junto ? m?, y me dijo: Vuesa merced se llama N. y es gran latino, poeta y m?sico: desvanec?me mucho y convid?lo si queria comer: ?l no se hizo de rogar y ech? mano de un par de huevos y unos peces, y comi?los; yo ped? m?s, y ?l dijo: Se?ora hu?speda no sabe vuesa merced lo que tiene en su casa; sepa que es el mas h?bil mozo que hay en toda la Andaluc?a: ? m? di?me m?s vanidad, y yo ? ?l m?s comida, y dijo: Como en esta ciudad se crian siempre tan buenos ingenios, tienen noticia de todos los que hay buenos en toda esta comarca. ?Vuesa merced no bebe vino? No se?or, respond? yo. Hace mal, dijo ?l, porque es ya un hombrecito, y para caminos y ventas, donde suele haber malas aguas, importa beber vino, fuera de ir vuesa merced ? Salamanca, tierra frigid?sima, donde un jarro de agua suele corromper ? un hombre: el vino templado con agua da esfuerzo al corazon, color al rostro, quita la melancol?a, alivia en el camino, da corage al m?s cobarde, templa al h?gado, y hace olvidar todos los pesares: tanto me dijo del vino, que me hizo traer de lo fino media azumbre, que ?l bebiese, que yo no me atrev?. Bebi? el buen hombre, y torn? ? mis alabanzas, y yo ? oirlas de muy buena voluntad, y al sabor de ellas ? traer m?s comida, torn? ? beber y ? convidar ? otros tan desenga?ados como ?l diciendo que yo era un Alejandro, y mirando h?cia m?, dijo: No me harto de ver ? vuesa merced, que vuesa merced es N. Aqu? est? un hidalgo, tan amigo de hombres de ingenio, que dar? por ver en su casa ? vuesa merced doscientos ducados.

Ya yo no cabia en m? de hinchado con tantas alabanzas, y acabando de comer, le pregunt? qui?n era aquel caballero. ?l dijo: Vamos ? su casa, que quiero poner ? vuesa merced con ?l. Fuimos, y sigui?ndole aquellos amigos suyos, y del vino, y yendo por el barrio de San Pedro, topamos en una casa grande un hombre ciego, que parecia hombre principal, y ri?ndose el bellacon, me dijo: Este es el hidalgo que dar? doscientos ducados por ver ? vuesa merced. Yo corrido de la burla le dije: Y aun por veros ? vos en la horca los diera yo de muy buena gana. Ellos se fueron y yo qued? muy col?rico y medio afrentado con la burla, aunque dijo verdad, que el ciego bien diera por verme cuanto tenia. Esta fu? la primera baza de mis desenga?os, y el principio de conocer que no se ha de fiar nadie de palabras lisonjeras, que traen el castigo al pi? de la obra. ?De qu? podia yo envanecerme, pues no tenia virtud adquirida en que fundar mi vanidad! La poca edad est? llena de mil desconciertos y desalumbramientos; los que poco saben f?cilmente se dejan llevar de la adulacion. Yo me dej? enga?ar con aquello que deseaba hubiera en m?, pero no es de espantar que un hombre sencillo y sin experiencia sea enga?ado de un cauteloso; mas ser? digno de castigo si se deja enga?ar segunda vez. No tenia de qu? correrme por lo hecho, sino de qu? aprender para adelante ? desapasionarme de las cosas del mundo; pero al fin me lastim? la burla de manera, que no siendo amigo de venganzas, quise probar la mano, ? ver si sabria dar una traza para que me la pagase aquel burlador. Habia otros estudiantes esperando al mismo arriero, h?ceme camarada con ellos, y comenzamos ? pasear juntos. Yo me quit? el vestido de camino y me vest? una sotanilla y ferreruelo negro de muy gentil ventidoseno de Segovia, y tr?jelo de manera, que los estudiantes lo conociesen bien, y luego me torn? ? poner de camino. El bellaco del burlador vino ? la tarde, ri?ndose mucho, y yo m?s, porque no entendiese que me habia corrido; d?jele: que queria por mi amigo ? hombre de tan buen gusto, y entre los dos y sus amigos reimos el disimulo con que habia comido y hablado. ?l tenia conocimiento, no muy sencillo, en una casa donde se daba de comer razonablemente, y ? precio convenible, y as? me dijo, que queria que comiese yo all? siempre, porque nos harian cortes?a; yo le dije: S? har?, con tal que vuesa merced coma conmigo, pero estoy esperando un mercader que acude ? las ferias de Ronda, para quien traigo una libranza de cien ducados, y hasta que ?l venga, no lo puedo pasar muy bien. No le d? ? vuesa merced pena, dijo ?l, pensando que tenia lance, que yo har? que le fien cuanto quisiere. Eso no, dije yo, que tiemblo de tratar de fiar, ni ser fiado, que por ah? se perdi? mi padre. Yo le dar? ? vuesa merced una muy gentil prenda sobre que nos fien, hasta que venga este mercader. Sea en hora buena, dijo el buen hombre. Fu?me ? mi casa, y doblando muy bien aquel ferreruelo de ventidoseno, llam?le ? solas, de que ?l se holg? mucho, y d?selo para que le llevase por prenda; yendo yo con ?l, v?sele dar, y comenzamos ? comer sobre ?l, el bellacon y los dos estudiantes, y yo estuve siempre alerta, que no pudiese entrar sin m? ? la casa donde com?amos, porque no me hiciese alguna treta, como lo tenia pensado, que de la mia no tenia sospecha. Vino el arriero de Salamanca, y tratamos de irnos. El redomazo, como no pudo hacer treta con el cuidado que yo tenia, ? lo menos pidi?le ? la buena mujer una docena de reales sobre el ferreruelo, porque dijo que queria ir fuera: no pudo dec?rselo sin que yo lo entendiese; d?jele: Pues se va fuera vuesa merced, d?gale ? esa se?ora que si yo viniere por el ferreruelo con el dinero, me lo d?. Y as? lo hizo, que su intencion era desaparecerse hasta que se hubiese ido el arriero, y quedarse con la prenda. Desapareci?se, y yo fu? ? un juez, y le dije con gran sentimiento y palabras que pudieran moverle, que como habia sido estudiante, era f?cil el persuadirle, quej?ndome: Se?or, yo soy estudiante, y estoy de camino para Salamanca; habiendo quince dias que estoy aqu? esperando al arriero, hanme hurtado un ferreruelo que me lleg? ? veinte ducados, tengo noticia que est? en cierta casa, suplico ? vuesa merced porque no me desavie de ir con el arriero, pues sabe vuesa merced, como tan gran estudiante y letrado, en qu? caen estas cosas, me mande con justicia restituir el ferreruelo, que el que lo hurt? guard? al punto crudo, porque me faltase tiempo para cobrarlo, y gozar m?s de su bellaquer?a. No le valdr?, dijo el juez, que ? semejantes trazas s? yo acudir con justicia y diligencia. ?Qu? grande maldad que ? un pobre estudiante, que quiz? no llevaba otra cosa con que honrarse en Salamanca, le querian desaviar qued?ndose con su hacienda hurtada! Di? luego ? un alguacil y escribano comision para que hiciese la diligencia. Yo repart? entre los dos ocho reales, con que se les encendi? el deseo de cumplir con lo mandado por el juez. Fu? con los dos estudiantes ? la buena mujer, Dios me lo perdone, y dejando ? la puerta el escribano y alguacil, d?jele que me sacase el ferreruelo. Sac?lo, vi?ronlo los estudiantes, y conocieron ser el mio. Entraron el alguacil y escribano, y tomados los testigos, la mujer dijo: que no queria dar el ferreruelo, sino ? quien se lo habia empe?ado, que era un conocido suyo, hombre muy honrado. El escribano se hizo depositario de ?l, y en llegando al juez con la informacion, mand? entregarme mi ferreruelo, dando mandamiento de prision contra el bellaconazo, que si antes no parecia por lo que queria hacer, despues no pareci? por lo que queria hacer con ?l. Fu?monos con el arriero, y habiendo comido ? costa suya, lo dejamos en este trance, con que reimos todo el camino. No alabo yo el haber hecho esta pesada burla, que al fin fu? venganza, cosa indigna de un valeroso pecho, y que realmente en esta edad no la hiciera; pero quien hace mal ? quien no se lo merece, ?qu? espera sino venganza y castigo? Estos hombres vagamundos y ociosos, que se quieren sustentar y alimentar de sangre agena, merecen que toda la rep?blica sea su fiscal y verdugo.

El ocioso siempre piensa en hacer mal, ? en defenderse del que ha hecho, y en no pensando en esto, est? triste y melanc?lico. La melancol?a facil?simamente acomete ? los holgazanes. ?Qu? contento queda uno de estos cuando ha puesto en ejecucion una maldad, y qu? presto vuelve ? estar en su mala intencion! La misma vida que trae el ocioso, lo trae arrastrando: por m?s infelice tengo ? un hombre ocioso, que ? un enfermo; porque ?ste tiene esperanza de salud, y la procura con todos los medios posibles; mas los ociosos y vagamundos nunca desean salir de su mal estado: como el que est? en galeras muchos a?os no se halla fuera de aquella miseria, as? el ocioso, en ocup?ndolo, no se halla fuera de su ruin vida. ?Qu? disgustos pasa cuando juega y pierde! ?Qu? desesperacion siente cuando ve ? los virtuosos bien puestos! ?Qu? carcoma infernal le acomete cuando se ve incapaz de merecer lo que el otro alcanza! Dios nos libre de tan abominable vicio, or?gen y principio de pobreza, poca estimacion, olvido de la honra y ofensa de la Magestad de Dios.

Fuimos caminando con el arriero la mitad del camino al pi? de la letra, y la otra como tercios de pescado cuando al arriero se le antojaba; que era mozo resuelto, de condicion desapacible, ense?ado ? perder el respeto ? los estudiantes novatos, y as? nos quiso hacer una burla en un pueblo peque?o, y en parte la hizo; lo uno por llevar sus mulos descansados, y lo otro porque pens? qued?ndose solo derribar la fortaleza de una mujercita de buena gracia que iba en nuestra compa??a, destituy?ndola del arrimo y apoyo que llevaba con cierto oficial que se habia de casar con ella. Fingi? que le habian hurtado un zurron de dineros, y que la justicia venia ? prendernos ? todos para darnos tormento hasta averiguar qui?n lo tenia: y junto con esto jur? que nos habia de dejar en la c?rcel, y caminar con los mulos lo que pudiese, que para muchachos sin esperiencia, cualquiera temor de estos bastaba: cre?moslo como si fuera verdad averiguada, y encareci?lo de manera que nos hizo andar toda aquella noche, tras lo que hab?amos caminado el dia antes, cinco ? seis leguas, y no caminando, sino huyendo por dehesas y monta?as fuera de camino, sin guia que nos pudiese alumbrar por donde ?bamos; y ?l se qued? riendo, importunando con requiebros y mal lenguaje ? la pobre mujer sola y sin defensa; pero no le sucedi? como pensaba, porque el ruido que ?l habia hecho habia sido por medio de un alguacilejo amigo suyo: y la mujer como valerosa, despues de haberse defendido de la violencia, que con ella quiso usar, tuvo modo como escabullirse de ?l, y y?ndose al Alcalde, le dijo con grand?sima accion de palabra y sentimiento, que aquel arriero habia hecho una estratagema y mara?a muy perniciosa, por aprovecharse de ella y quitarle el remedio que consigo traia: Crey?lo el buen hombre, as? por conocer la desverg?enza y mal trato del arriero, como por atajar el da?o, que ? la pobre mujer le podia suceder; y afe?ndole este caso y la inhumanidad que habia usado con los estudiantes, le mand? que diese fianzas, que llevaria muy regalada ? la mujer, sin hacerle agravio ni ofensa, y que no le castigaba muy gravemente por no desaviar la jornada ? los estudiantes: y amonest?le, que mirase c?mo procedia, porque le castigaria con todo rigor, sin tener respeto ? cosa alguna, si por el camino iba haciendo insolencias, y mand?le con esto que se aviase muy de ma?ana para recoger ? los cansados y hambrientos estudiantes: ?oh arrieros, imp?a gente y sin caridad! ?crueles contra su misma naturaleza! No conocen ? nadie m?s de en cuanto le est?n quitando el dinero. Y as? los castiga Dios, porque tienen muchas posadas y pocos amigos. Todos los g?neros de gente aman la piedad, si no son estos. El dia que no hacen alguna burla ? los caminantes, no est?n en s?. Tratan con bestias, y as? se van convirtiendo en su naturaleza. No se ha visto que llevando bestias vac?as aliviasen del trabajo y cansancio del camino ? algun miserable; parece que les falta el uso de la razon natural como ? este, que no pudiera uno de ley contraria usar con nosotros m?s exorbitante bellaquer?a que hacernos huir de noche, cansados de haber caminado el dia antes, sin m?s ocasion que cometer dos enormes maldades. ?bamos huyendo, y por no ser sentidos, y en tropa, divid?monos cada cual por donde mejor le pareci?. Yo segu? una media vereda, que estaba bien cubierta de ?rboles; hice cuanto pude de mi parte por no quedarme m?s atr?s de los otros, pero mi cansancio era de modo que en poco espacio ? ninguno de todos sentia. Puse el oido en la tierra, que de este modo se oyen mejor los pasos aunque est?n algo lejos: no sent? cosa que me hiciese compa??a. Trasp?seme un poco, y luego d?me priesa ? andar, volvi?ndome h?cia atr?s, pensando que iba adelante, y as? cuanto m?s andaba y me apresuraba, menos esperanza tenia de alcanzar los compa?eros: h?cia las espaldas me parecia que o?a perros ladrar algo lejos, que como los compa?eros iban apriesa alteraban estos animalejos. Como no estaba ejercitado en caminos, y el dia antes se habia trabajado en eso, el sue?o, como descanso general de todos los miembros, solicitaba sus horas diputadas, y no pudiendo ya m?s conmigo, rend?me al cansancio y al sue?o. Top?me con un alcornoque, bien ancho de tronco, y por una parte descorchado, de suerte que formaba un arrimo ? modo de alacena, donde pude arrimar y reclinar las molidas espaldas. Dej?me dormir; pero como no se duerme bien sentado, ca?me de lado como una cosa muerta. Despert? ? cabo de un rato, porque parecia que me andaban hormigas por el rostro, limpi?las con la mano y volv?me del otro lado: torn? ? recordar, porque sent? lo mismo; pero como el cansancio era tanto, y el sue?o tan profundo, aunque algo temeroso de la soledad en que me veia, dej?me caer tercera vez en el mismo lugar. No mucho despues, aunque el sue?o no mide el tiempo, despert? ? una trist?sima y cansada voz de un ?ay! que al parecer salia de las entra?as de la tierra, que hizo en las mias tal armon?a, que por poco me faltara el aliento y la vida; mas teniendo la respiracion, as? por el temor como por tornar ? escuchar con atencion la dolorosa voz, sent? otra m?s cerca de m?, que como habia unas matas un poco altas, no veia el instrumento de donde salia.

Ya yo estaba casi para espirar, ? para hacer alguna flaqueza indigna de hombre de pecho, cuando muy cerca de m?, tanto que veia el bulto, son? tercera vez la voz diciendo: ?Ay de m?, m?s infelice y sola que cuantas padecen cautiverio, servidumbre en las mazmorras de crueles ? inclementes moros! ?ay de m?, la m?s desventurada que las que han visto despedazar sus hijos en su presencia! ?ay, m?s sin remedio y consuelo que las ya condenadas por sentencia de rigoroso juez! ?Oh sitio maldito, ?rbol descomulgado, testigo de dos muertes, por quien yo diera mil vidas, si las tuviera! ?Qu? exequias har? quien desea morir sin ellas, siendo homicida de s? propia? ?Con qu? llanto podr? entregarme ? la rabiosa muerte que tanto huye de m?? ?Cu?ntos dias y noches vengo ? ver si puedo acompa?ar estos despedazados miembros? Yo me levant?, y estando ella junto ? m?, sin hacer movimiento, y yo temblando, me dijo: ?Eres acaso sombra que vienes enviada de la region de los muertos ? llevarme ? la compa??a de mi esposo y de mi amigo? Si eres de all?, ya sabes que en este mismo lugar adonde est?s, mi amante di? la muerte ? mi esposo sin consentimiento mio, por gozarme ? solas y con libertad, y que en ese mismo ?rbol el amante, que me habia quedado para consuelo, pag? la culpa de su delito. Veslo ah? sobre t? colgado, siendo mantenimiento de aves y animales. Yo, escandalizado, alc? el rostro, y v?, porque ya comenzaba ? amanecer, ? aquel cuyos gusanos andaban por mi rostro, cuando yo pensaba que eran hormigas: y confieso que con el horrendo espect?culo de la desesperada mujer, y con el hediente espantajo del ?rbol, si no hubiera luz, me cayera muerto, cortado y sin fuerzas; mas para no hacerlo, me ayud? el oir los cencerros y campanillas de la recua del arriero, que ya salia del pueblo, porque como arriba dije, pensando que iba delante, me iba h?cia atr?s, y ? ?l le hicieron salir m?s de ma?ana que solia, porque fuese ? recoger los enga?ados estudiantes. Y prosiguiendo la miserable mujer, dijo: Y si eres cosa de este mundo, huye de este execrable lugar, y d?jame proseguir mis acostumbradas exequias, desesperado mantenimiento con que me desayuno todas las ma?anas: y bien pudo dudar la irremediable mujer si yo era fantasma ? vision horrible de los olvidados sepulcros; porque el temor me habia chupado los carrillos, alargando el rostro y te?ido el color de rojo en pajizo: la falta del sue?o me tenia hundidos los ojos ? lo ?ltimo del colodrillo: el hambre prolongado el pescuezo vara y media, y el cansancio desjarretado piernas y brazos; el ferreruelo tenia hecho turbante sobre la cabeza: miren qu? figura para no juzgarme por del otro mundo, y no digo lo dem?s por mi honra. No pude responder palabra, ni ofrecerle ningun favor, porque para m? le habia menester. No acertaba ? apartarme de aquella m?s que horrible mujer, de ojos encarnizados y hundidos, nariz prolongada, rostro arrugado y hambriento, dientes amarillos, labios negros, barba aguzada, el cuello que parecia lengua de vaca: torc?ase las manos que parecian dos manojos de culebras, y todo lo dem?s ? esta traza. El temor me tenia trabado el entendimiento, y el entendimiento las dem?s acciones que podian aprovecharme para partirme de ella; pero alent?ndome lo mejor que pude, y pude muy mal, fu? moviendo los pi?s como toro desjarretado, maldiciendo la soledad, y ? quien quiere andar sin compa??a; considerando qu? bien puede traer, si no es estas cosas y otras peores; ?qu? temores no trae? ?qu? imaginaciones no engendra? ?qu? males no causa? ?qu? desesperaciones no ofrece? Los que tienen aborrecida la vida, buscan la soledad para acabarla de presto. Quien huye la compa??a, no quiere ser aconsejado en su mal. ?Hay m?s apacible cosa que la compa??a? ?ni m?s odiosa que la soledad? ?cu?ntas desdichas, cu?ntos robos, cu?ntas muertes suceden cada dia por ir sin compa??a? ?cu?ntas venganzas se ponen en ejecucion, que no se pondrian sino por la soledad? Al solo nadie le va la mano en el mal, ni le ayuda en el bien. ?Ay del solo que si cae, no hay quien le ayude ? levantar! ?ndese quien quiera solo, que la soledad s?lo es buena para Santos ? para poetas, que los unos tratan con Dios, que los acompa?a, y los otros con su imaginacion, que los desvanece.

Con estas solitarias consideraciones llegu? al camino, donde vi?ndome el arriero, con m?s blandas palabras que solia, par? la recua, y con cortes?a y afabilidad me dijo que subiese, doli?ndose mucho de la mala noche que hab?amos padecido. Y aun si bien lo supi?rades, dije yo, y preguntando ? la mujer que venia con ?l, qu? novedad era aquella, respondi? lo referido. Los dem?s, con el marido de la buena mujer, hall?monos ya hartos de dormir y comer: yo, aunque me preguntaron c?mo me habia quedado atr?s, no respond? m?s de que habia errado el camino. Del cuento sucedido no les dije palabra; lo uno por pensar que pudiera haber sido ilusion del enemigo del g?nero humano, lo otro porque las cosas tan estraordinarias hacen diferentes efectos en los que las oyen, y el m?s cierto es reirse y dar matraca ? quien las cuenta. Las cosas en que puede ponerse duda no se han de decir sino ? los muy particulares amigos, ? los discretos, que las reciben como ellas son. No todos tienen capacidad para oir cosas graves. Verdades que pueden escandalizar y alborotar los pechos, cuando no es necesario, no se han de decir. Yo reventaba por hablar; pero consideraba que me ponia ? peligro de no ser creido. M?s vale callar que dar ocasion de incredulidad ? murmuracion. La admiracion da ocasion al silencio, y de esta vez quise ver si podia ense?arme ? callar. Fuimos nuestro camino sin suceder cosa notable, yo callando, y los dem?s pregunt?ndome la causa: yo respondia no m?s de que era condicion natural mia: pero en todo el camino no se apart? de mi imaginacion la mujer, el ?rbol, la fruta, y la cama llena de gusanos, hasta que llegamos ? Salamanca, donde la grandeza de aquella Universidad hizo que me olvidase de todo lo pasado. Alegr?se mi alma de ver que los ojos gozasen lo que tenian los oidos y los deseos llenos de la soberbia fama de aquellas academias que han puesto silencio ? cuantas ha habido en el mundo. V? aquellas cuatro columnas sobre quien estriba el gobierno universal de toda la Europa, las bases que defienden la verdad cat?lica. V? al Padre Mancio, cuyo nombre estaba y est? esparcido en todo lo descubierto, y otros excelent?simos sugetos, con cuya doctrina se conservan las facultades en su fuerza y vigor. V? al Abad Salinas, el ciego, el m?s docto varon en m?sica especulativa que ha conocido la antig?edad, no solamente en el g?nero diat?nico y crom?tico, sino tambien en el arm?nico, de quien tan poca noticia se tiene hoy, ? quien despues sucedi? en el mismo lugar Bernardo Clavijo, doct?simo en entender y obrar, hoy organista de Felipe Tercero. En comenzando ? beber del agua de T?rmes, frigid?sima, y ? comer de aquel regalado pan, me cuaj? de sarna, como les sucede ? todos los buenos comedores, de manera que estudiando una noche la leccion de s?mulas me comenc? ? rascar los muslos al sabor de unos carboncillos que tenia encendidos en un tiesto de c?ntaro, y cuando volv? en m? los hall? tan desollados, que con el agua que destilaban me qued? hecho un alquitara, y por quince dias me negaron la obediencia y respeto; da?o en que ordinariamente caen los principiantes en Salamanca, porque como el pan es blanco, candeal y bien sazonado, y el agua delgada y fria, sin consideracion comen y beben, hasta cargarse unos de la perruna, y otros de la gruesa, y as? es menester que los que comienzan nuevos en Salamanca, lo uno por la frialdad y sutileza del agua, y lo otro porque los estudiantes van hechos al regalo de sus casas, y de sus padres y tierras, y con la poca edad se recibe m?s f?cilmente el da?o; fuera de que entrando con ?ste cuidado, la templanza es la que conserva la salud y aviva el ingenio.

Si los trabajos y necesidades que los estudiantes pasan no los llevase la buena edad en que los coge, no habia vida para sufrir tantas miserias y descomodidades como se pasan ordinariamente; pero con ser en la puericia y adolescencia, edad tan quitada de cuidados y sentimientos, se hace gusto del ac?bar, risa y pasatiempo de la necesidad, con que se va pasando aquel espacio en que se sazona ? hinche de doctrina el entendimiento, que con la esperanza del premio todo se hace sufrible. Ninguno hay que no se prometa grandes cosas en los primeros a?os, que en comenzando ? gustar ? disgustarse de la mala correspondencia, por la tardanza de los arrieros, ? del olvido de los padres y parientes, por la mayor parte se encogen y desaniman, especialmente aquellos que por ser pobres no tienen quien les acuda con lo necesario, ? parte de ello; que cierto desjarreta mucho la necesidad al que con buenos pensamientos comienza los estudios. La falta de mantenimientos, el carecer de libros, la desnudez, la poca estimacion que consigo traen estas cosas, tiene muchos y grandes ingenios acobardados, arrinconados, y aun distraidos por la privacion de sus esperanzas mal logradas. Yo confieso de m?, que la inquietud natural mia, junta con la poca ayuda que tuve, me quebraron las fuerzas de la voluntad, para trabajar tanto como fuera razon. Y como en esta edad los alientos de la mocedad est?n tan dispuestos para el mantenimiento, nunca se ve un hombre harto. Acu?rdome, que despues de haber comido la racion del pupilage de Galvez, me com? seis pasteles de ? ocho en una pasteler?a escelent?sima, que habia en el desafiadero. Miren qu? alientos estos para las necesidades de Salamanca. Est?bamos despues de esto tres compa?eros en el barrio de San Vicente tan abundantes de necesidad, que el menos desamparado de las armas reales era yo, por ciertas lecciones de cantar que yo daba; y aun las daba, porque se pagaban tan mal, que antes eran dadas que pagadas; y aun dadas al diablo. Consol?bamonos con la igualdad de la provision, y aunque parezcan ni?er?as, indignas de este lugar y aun de acordarse y tratarse, tengo de decir alguna para que no se desanimen los que se vieren con ingenio y pobreza, y con deseo de saber; que haciendo gusto de la necesidad, puede llevarse la penuria que de ordinario se pasa en los estudios: ver pasar ? otros mayores trabajos, disminuye la fuerza de los nuestros. Miserias y necesidades agenas en parte consuela ? los afligidos. ?Qu? trabajos puede tener un estudiante, que no los haya mucho mayores? El trabajo y necesidad que toca ? muchos, y muchos le llevan, se hace sufrible, aligera y alivia las cargas de todos. Cuanto m?s, que el que con buen ?nimo acomete al trabajo, la mitad tiene hecho, y al fin los valerosos ?nimos atropellan las forzosas necesidades. D?golo, porque las que pasaron mis compa?eros y yo fueron de manera, que pudieran consolar ? los estudiantes m?s llenos de miserias del mundo, y entre otras contar? una que puede servir de risa y de consuelo. Hall?monos una noche, entre otras muchas, tan rematados de dineros y paciencia, que nos salimos de casa medio desesperados sin cenar, sin luz para alumbrarnos, sin lumbre para calentarnos, haciendo un frio que en echando el agua en la calle, se tornaba cristal. Yo fu? en casa de cierto disc?pulo, y di?me un par de huevos y un panecillo: vine muy contento ? casa, y hall? ? mis compa?eros temblando de frio y muertos de hambre , que no osaban desenvolver un poco de rescoldo que se habia guardado para su menester. Dije lo que traia, salieron ? buscar algunas serojas para avivar el rescoldo; vinieron presto muy contentos, por haberse hallado un le?o bien largo: pusi?ronlo al poco rescoldo que habia quedado, y soplamos cuanto pudimos todos tres, y el le?o no se queria encender: tornamos ? soplar una y otra vez; pero qued?ndose el le?o sin encender, se hinch? el aposento de un humo muy hediondo.

Ech? un papel en el rescoldo para que diera luz en el aposento, y en encendi?ndose, descubri?, que el le?o era un muy descarnado zancarron de un mulo, que por poco nos hiciera rebentar de asco; y si antes no cenamos por no tener qu?, despues no cenamos por eso, y por la n?usea de nuestros est?magos, que hubo alguno que purg? por dos partes lo que no habia comido, ni cenado, hasta echar sangre por la boca, y el que lo trujo quiso cortarse la mano. Bien confieso que no son estas cosas para contarse; pero como sean para consuelo de afligidos, y mi principal intento sea ense?ar ? tener paciencia, ? sufrir trabajos, y ? padecer desventuras, puede llevarse con lo dem?s que no cuento. Todo lo que se escribe, para doctrina nuestra se escribe, y aunque sea de cosas humildes, se ha de recibir para el efecto que se dice. Y habemos de pensar, que ni en los ejemplos de cosas grandes hay siempre provecho, ni que en las peque?as falta doctrina. Tan bien se reciben las f?bulas de Hisopo, como las estratagemas de Cornelio T?cito. M?s gusto se halla en un higo que en una calabaza: as? cont? una ni?er?a como esta; porque para decir necesidades de estudiante, que son de hambre, desnudez y mal pasar, tambien las historias ejemplos han de ser de pobreza, para consolar ? quien la padece. No par? aqu? la mala ventura de aquella noche, porque estando ? la puerta de la calle, por no poder sufrir el pestilencial olor del le?o mular, pas? rondando el Corregidor , y nos dijo: ?Qu? gente? Yo me quit? el sombrero, y descubr? el rostro, y haciendo una gran reverencia, respond?: Estudiantes somos, que nuestra misma casa nos ha echado en la calle. Mis compa?eros se estuvieron con sus sombreros y cebaderas, sin hacer cortes?a ? la justicia. Indign?se el Corregidor, y dijo: Llevad presos ? esos desvergonzados. Ellos, como ignorantes, dijeron: Si nos llevaren presos, nos soltar?n un pi? ? la francesa; y asi?ronlos, y llev?ronlos por la calle de Santa Ana abajo: yo con la mayor humildad que pude, le dije: Suplico ? vuesa merced se sirva de no llevar ? la c?rcel ? estos miserables, que si vuesa merced supiese c?mo est?n, no los culparia. Tengo de ver, dijo el Corregidor, si puedo ense?ar buena crianza ? algunos estudiantes. ? estos, dije yo, con dalles de cenar, y quitalles el frio, los har? vuesa merced m?s corteses que ? un indio mejicano; y junto con esto le cont? lo pasado de los huevos y de la humarada que procedi? del sacrificio acemilar. Ri?se del cuento , y ? costa de ciertas espadas que habia quitado ? ciertos escolares vagamundos, les hinch? el vientre de pasteles y marrana, y de lo de la tabernilla, y ? m? me hizo mucha merced de all? adelante. D?jeles ? mis compa?eros amigos: Muy mal anduv?steis con el Corregidor. ?Por qu?? preguntaron ellos, ?es nuestro juez? Respond? yo: Porque ? las personas constituidas en dignidad, sean ? no sean superiores nuestros, tenemos obligacion de tratarlos con reverencia y cortes?a: y no solo ? estos, sino ? todos los m?s poderosos, ? por oficios, ? por nobleza, ? por hacienda, porque si?ndoles bien criados y humildes, en cierta forma los igualamos con nosotros, y haciendo al contrario, nos damos por enemigos de los que nos pueden agraviar muy ? su salvo. Dios cri? el mundo con estos grados de superioridad, que en el cielo hay unos ?ngeles superiores ? otros, y en el mundo se van imitando estos mismos grados de personas, para que los inferiores obedezcamos ? los superiores. Y ya que no seamos capaces de conocernos ? nosotros propios, se?moslo de conocer ? quien puede, vale y tiene m?s que nosotros. Esta humildad y cortes?a es forzosa para conservar la quietud y asegurar la vida. Es muy gran yerro querer ajustar nuestras fuerzas con las de los poderosos, usar del rigor de nuestra condicion con quien es mas cierto el perder que el ganar. La humildad con los poderosos, es el fundamento de la paz, y la soberbia la destruccion de nuestro sosiego, que al fin pueden todo lo que quieren en la Rep?blica. En esta vida pas? tres ? cuatro a?os, hasta que se me di? una plaza en el colegio de San Pelayo, estando entonces all? el Sr. D. Juan de Llanos de Vald?s, que cuando esto se escribe es del Consejo Supremo de la Inquisicion, en compa??a de sus hermanos, tan grandes estudiantes como caballeros, y el se?or Vigil de Qui?ones, que ? fuerza de virtud y merecimientos es ahora Obispo de Valladolid; donde ten?amos conclusiones todos los s?bados, y pudiera yo aprovecharme, si la necesidad de mis padres, y el deseo que yo tenia de servirles, no me sac?ra con una carta suya para ir ? heredar cierta hacienda, de que un pariente me queria hacer donacion, ? capellan?a.

Sal? de Salamanca sin dinero que bast?ra para dejar de ser peon, y como era fuerza el serlo, acord?ndome de la poca poblacion que habia en Sierra Moreda, por aquella parte de la Hinojosa, que habia quince leguas sin poblado, y por no dejar de ver ? Madrid, y ? Toledo, vine por esta m?quina, pas? por Toledo y Ciudad Real, donde una monja muy virtuosa y principal, llamada Do?a Ana Carrillo, me regal? y ayud? para el camino. Saliendo de Ciudad Real me encontr? con un mozo de muy buen talle, que parecia extrangero: fuimos caminando h?cia Almod?var del Campo, y topamos con dos gentiles hombres en el camino, que llevaban entre los dos un muy gallardo macho, remudando ? veces de cuando en cuando. Trabamos conversacion con ellos, y parece que se inclinaron ? no dejarnos atr?s. Coleg? de su modo de proceder, que serian lengua de dos mercaderes, que iban ? la feria de Ronda con muy gentil dinero, que ? m? me di? gusto por ser aquel mi viaje. No me pareci? bien, y con gran cuidado les mir? ? las manos, y las bocas. Entramos en una misma posada, y como yo llevaba tragada la malicia, y andaba sobre aviso, no hablaban palabra que fingi?ndome dormido no se la entendiese. El uno de ellos no hacia sino entrar y salir en la posada, hasta que ya top? con la de los mercaderes. En amaneciendo cogi? el uno de ellos una cabalgadura, y se parti? delante, llevando para cierto efecto una gracios?sima sortija . Fu?se aquel delantero, como criado, y qued?se esotro como se?or. Muy por la ma?ana aderez? su macho, y estubo con mucho cuidado aguardando ? que pasasen los mercaderes: en pasando, h?zose encontradizo con ellos, y pregunt?les con grande comedimiento, ad?nde caminaban, y respondi?ndole ellos, que ? la feria de Ronda, hizo grandes desmostraciones de holgarse, diciendo: Mejor me ha sucedido que pensaba, en haberme encontrado con tan principal compa??a; porque voy ? la misma feria, ? comprar un atajuelo de doscientas ? trescientas vacas, y por no haber andado este camino, ? lo menos de las Ventas Nuevas adelante, iba con algun recelo de mil da?os, que suelen suceder ? los que llevan dinerillo, y habiendo encontrado con vuesas mercedes, ir? muy consolado, as? por la buena compa??a, como porque vuesas mercedes me encaminar?n all?, pues tienen m?s inteligencia que yo para lo que voy ? comprar. Ellos le ofrecieron de ayudarle, y hacerle amistad en la feria, por ser muy conocidos en la ciudad. Estos dos bellacones, que iban en seguimiento de los mercaderes, ? lo que despues entend?, eran de un g?nero de fulleros, que entre ellos llaman donilleros: fueron riendo por el camino, porque el fullerazo era grande hablador, y les iba diciendo cuentos, con que los entretenia con mucha gracia y donaire. Yo por no perderlos hasta ver el fin, andaba lo m?s que podia asi?ndome de cuando en cuando al estribo, ? al trancado del macho, que como dije que iba ? la feria de Ronda, y era natural de ella, los mercaderes me animaban y esperaban ? ratos. Llegando cerca de cierta venta, que la mitad del a?o est? desamparada, puesta en una ladera ? mano derecha como subimos, el fullero sac? de la faltriquera ciertos mostachones, que por la mucha especie, llaman la sed ? tiro de arcabuz, y di? ? cada mercader uno, y como era por el mes de Mayo cuando llegaron ? emparejar con la venta, que estaba medio caida y sin gente, iban ya pereciendo de sed, dijo el fullero: Aqu? dentro hay una fuentecita muy fresca, entremos ? cumplir con los mostachones; y si vuesas mercedes quieren, aqu? llevo una bota de muy gentil vino de Ciudad Real, con que podemos hacer satisfaccion al llamamiento. Ape?ronse, y entr? el fullero primero en la venta, lleg? ? la fuente, y sigui?ndole los mercaderes, baj?se ? beber, y dijo con grande admiracion: ?Ay! ?qu? es esto que me hallo aqu?? Y alz? la sortija que el ladron de su compa?ero habia dejado en la fuente. ?Oh qu? graciosa sortija! dijeron los mercaderes; sin duda que algun caballero se la quit? para lavarse las manos, y se la dej? olvidada: cada cual se holg?ra de hab?rsela hallado. Todos tres, dijo el bellaco del fullero, la hallamos, y de todos tres ha de ser. ?Pues qu? haremos de ella? dijo un mercader. Echarla ? una qu?nola, dijo el fullero, en llegando ? la venta, y ? quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga. Bien dice vuesa merced, dijeron los mercaderes, y ? f? que si la gana cualquiera de los dos, se ha de emplear muy bien; pero cierto la sortijuela era de mucha codicia, porque alrededor tenia doce diamantes, aunque peque?os, muy finos, y en lugar de piedra un rub? de hechura de corazon, que ? cualquiera aficion?ra, labrado todo con mil donaires. Fueron todos muy codiciosos de ella, tratando por todo el camino los mercaderes del descuido del que la habia perdido, y el bellacon del cuidado del que la habia dejado, haciendo mil moner?as con ella, para ponerles m?s codicia. Llegaron ? Ventas Nuevas, y no parando en la primera, llegaron ? la segunda, por hallarse m?s cerca del puerto. Ape?ronse, y el bellacon sac? la bota de vino a?ejo de Ciudad Real, de m?s hojas que un Calepino, de que bebieron de muy buena gana. En comiendo un bocado de prisa, por codicia que cada uno tenia de la sortija, que les estaba haciendo del ojo, con el bocado en la boca, preguntaron al hu?sped, ?si tenia unos naipes para echar una rifa? Dijo que no, y el ladron del compa?ero, haci?ndose bobo, dijo: Yo llevo aqu? unas no s? cu?ntas barajas que me encomendaron en mi pueblo, y por las muchas que all? se levantan sobre ellas, no las llevo de muy buena gana. Si sus mercedes me las pagan, yo se las dar?. Mostrad ac?, dijo el fullero, que estos se?ores y yo os las pagaremos muy bien. Di?les una baraja hecha ? su modo, y como el licor de Ciudad Real se arrima tanto al corazon, y humea para el cerebro, alegr?ronse, y con mucho gusto echaron la rifa ? cuatro qu?nolas. El fullero les dej? llegar ? cada uno ? tres sin haber tomado ninguna para s?, y en dos pasantes que ech?, una de su mano, y otra del que tenia al lado, hizo las cuatro, y arrebat? la sortija, haciendo grandes algazaras con ella. Pic?ronse de esto, y dijeron: Juguemos dineros. El fullero, con cierta socarroner?a, negando al principio, dijo, que no queria poner en peligro su dinero ? las vacas que se habian de comprar de ?l: pero al fin, persuadido, jug?; teniendo m?s gana ?l que los otros, que con palabras que tenia hechas ? prop?sito, los iba haciendo picar. Pedia que les diesen de beber de la olorosa bota que estaba metida en parte fresca, y en calent?ndose las orejas echaban doblas como granizo; de suerte, que se estuvieron toda la tarde jugando, una vez ganando el fullero, y otra dejando ganar ? los mercaderes, por disimular la fuller?a, y quej?ndose ? veces, decia: Vuesas mercedes me han de ganar aqu? esta tarde cuatro ? cinco mil escudos, segun estoy de picado.

Al tiempo que entramos en la venta el mocito y yo nos dijeron, que all? no se daba posada ? gente que no traia cabalgaduras. Recibimos con humildad la notificacion, y par?monos ? descansar un poco. Mi compa?ero afligido pregunt?: ?Pues qu? habemos de hacer para esperar el fin y suceso de esta grande aventura? Yo le respond?: Dejadme, que yo conjurar? ? la ventera, de manera que no nos eche de la venta. ?Pues es endemoniada, dijo ?l, ? bruja? ? lo menos, dije yo, par?celo; pero no digo yo, sino con el conjuro general de las mujeres. ?Cu?l es? pregunt? el otro. Ahora lo vereis, dije yo. Llegu?me ? la ventera, que era una mujer coja y mal tallada: tenia las narices tan romas, que si se reia, quedaba sin ellas: los ojos parecian de capirote de disciplinante: echaba un tufo de ajos y vino por unos dientes entresacados y pardos, bastante ? ahuyentar todas las v?boras de Sierra-Morena; las manos parecian manojos de patatas; solo tenia que notar la limpieza, que parecia haber salido del naufragio de los Condes de Carrion: con todo esto me llegu? ? ella, y la dije: ?Qu? desdicha fu? la que trujo ? estas soledades ? una mujer de tan buena gracia como vuesa merced? ?Qu? despacio est?, dijo ella, el se?or estudiante! No es cierto, dije yo, sino que desde el punto que llegu? aqu?, puse los ojos en vuesa merced, para consolarme del cansancio del camino. No haga burla, dijo ella, de las mal vestidas. Yo no hago tal, sino que me parece vuesa merced muy hermosa. Hermosa, dijo ella, como gata laga?osa. Pareci?me que ya iba creyendo, y d?jele: Pues miren con qu? gracia y donaire responde. Cierto que es igual el rostro con la habla, y todo es con mucho gusto. Y como Deo gracias, dijo ella: si conociera ? una hermana mia que tengo, tabernera en las ventas de Alcolea, dijera eso de veras: que por solo oirla echar pullas, van ? beber ? su casa cuantos pasan. ?Y vuesa merced, dije yo, c?mo no se acerca h?cia C?rdoba? Porque, se?or, dijo ella, unas tienen ventura, y otras tienen ventrada. ?Pues es posible, dije yo, que no ha habido quien saque ? vuesa merced de tan mal oficio? Y respondi? ella: Est?se la carne en el garabato por falta de gato. Pues ? f?, dije yo, que si me hallara en disposicion que habia de hacerlo; porque me da l?stima ver entre estos riscos y monta?as ? una mujer de tan buenas prendas. Pues calle vuesa merced, dijo ella, que mi marido y yo les habemos de quitar el dinero ? estos que quedaron con ?l, y por la ma?ana haremos lo que nos pareciere; y si acaso mi marido volviere ? decir ? la noche que se salgan de la venta, v?yanse por la puerta trasera del corral, que yo se la dejar? abierta. Fu?se, y mi compa?ero me pregunt?: ?Qu? es del conjuro? ?Qu? mayor conjuro quereis, dije yo, que haber llamado hermosa ? una bestia, que parecia panza de vaca, con su zumaque y menudillos? Conjuro es este, dijo, que puede servir de malilla en todo el mundo. En tanto que pasamos esta conversacion se lleg? la noche, y la desesperacion de los mercaderes; porque con las trampas que el fullero iba haciendo, y con los tragos de cuando en cuando de Ciudad Real, los fu? chupando la plata y oro, y los zurrones en que tenian el dinero. Los mercaderes quedaron dados al diablo, y maldiciendo la venta, y ? quien ? ella los habia traido, se volvieron ? dormir ? la que habian dejado atr?s, con intencion de volverse ? Toledo. El hu?sped, que no era lerdo, entendi? muy bien la bellaquer?a: yo estaba para reventar por lo que habia oido la noche antes, y por lo que habia visto entonces. Estuve determinado de revelarles la maldad; porque volvi?ndose los mercaderes, me faltaba el bien que me habian prometido hacer por el camino; pero consider?, que decir el secreto que estaba tan en duda, era desacreditar ? los fulleros, y ? m? ponerme en peligro; que no siendo una cosa sabida, tenemos obligacion de callarla con secreto natural. La seguridad consiste en el silencio, y en estas ocasiones y otras semejantes h?se de advertir el peligro de ambas partes. Yo call? contra mi voluntad, y el ventero que era un bellaco redomado, disimul? y call? como yo y el otro. Los se?ores fulleros quedaron muy contentos; pero fueron tan miserables que no dieron barato ? nadie, por donde se aument? en el ventero el deseo de hurtarles la ganancia, y en m? de volv?rsela ? sus due?os. El ventero que realmente lo sinti?, les di? ? entender que recibi? mucho gusto en ver los mercaderes despojados; y haci?ndoles grandes zalamer?as, les di? un aposento que tenia aderezado para los mercaderes, donde estaba un arcaz muy grande con tres llaves, que les di? para guardar su dinero y ropa. Era el arcaz de una madera muy maciza y de tablas gruesas, que hacia pared con la caballeriza, que me puso en cuidado, imaginando qu? traza podria tener para hurtarles el dinero de un arcaz cerrado con tres llaves, y por ningun camino podia moverse de donde estaba. Habl? con la mujer de secreto, mirando con cuidado si los veian hablar. En cenando muy solemnemente los fulleros, habiendo hecho el pancho de perdices y vino de Ciudad Real, se atrancaron en su aposento, y se cerraron de manera que no podia entrarles una bruja. En siendo una hora de la noche, ? poco menos, el ventero dijo: Los que tienen cabalgaduras salgan de la venta, que ya que no hay arrieros, queremos dormir sin cuidados. Salimos aquel mocito y yo, y dando vuelta por las espaldas de la venta, hallamos abierta la puerta del corral, y entramos en el pajar. Yo andaba pensando con cuidado c?mo diablos, ? con qu? modo ? traza podian hacer tiro ? los fulleros. Veia que en el aposento no podian entrar, por estar muy bien encerrados, y el arcaz muy bien guardado. Traer salteadores para el efecto no era negocio seguro, sino muy peligroso; entrar y matarlos no podian, porque eran menos que ellos; pues querer minar el aposento con p?lvora era para todos peligroso. Y no pude dar en el modo, hasta que entre once y doce, estando ellos durmiendo el mejor sue?o, vinieron el ventero y la ventera muy paso entre paso, alumbrando ella con un cabo de vela: el marido comenz? ? desviar con mucho silencio un gran monton de esti?rcol que estaba en la caballeriza arrimado al aposento de los fulleros.

? pocas vueltas se descubri? la tabla del arcaz, que servia de pared al aposento. Mir? con gran cuidado, y v? que la tabla del arcaz estaba por la parte de arriba asida con tres ? cuatro goznes, y por la parte de abajo con dos tornillos, cada uno en su esquina. Quit? el ventero los tornillos, y en quit?ndolos, mand? ? la mujer que llevase de all? la vela, porque no entrase la luz en el aposento: ella la llev?, y yo fu? muy poco ? poco al ventero, al tiempo que tenia la tabla alzada y los zurrones en las manos, y con voz muy baja, ? por mejor decir, entre dientes, le dije: Dad ac? esos zurrones, y tornad ? poner los tornillos; ?l me los di?, pensando que era su mujer, y sal?me con ellos y con mi compa?ero por la puerta del corral, que mientras tornaba ? poner el monton de esti?rcol hubo lugar para todo; y anduvimos un ratillo apriesa h?cia atr?s, cada uno con su zurron, no por el camino real, sino por un lado ? la parte de arriba, con todo el silencio posible. Ya est?bamos casi frontero de la otra venta, adonde los mercaderes se habian vuelto ? dormir, y nos sentamos ? descansar un poco, que el recelo y temor aumentan el cansancio. Yo le dije al compa?ero: ?Qu? pensais que traemos aqu?? nuestra total destruccion, porque ? ninguna parte podemos llegar donde no nos pidan muy estrecha cuenta de este dinero, que como ?l de suyo es goloso y codicioso, ? por la parte que le puede caber, ? por congraciarse, cualquiera dar? noticia ? la justicia de dos mozos caminantes de ? pi?, cansados y hambrientos, y con dos zurrones de moneda, y el tormento ser? forzoso, no dando buena cuenta de lo que se pregunta; pues esconderlo para volver por ?l, tampoco atinaremos nosotros, como los dem?s; y andar mucho por aqu? dar? sospecha de algun da?o, y el menos que nos puede suceder es caer en manos de los ladrones, que nos quiten el dinero y la vida: ponerse ? peligro por ganar dineros, muchos lo hacen; pero poner en peligro la vida, honra y dinero, ningun hombre de juicio lo ha de hacer: y as? mi principal intento fu? volver este dinero ? sus due?os, para tener tanta parte en ?l como ellos, sin peligro de las vidas, y sin da?o de las conciencias; y aqu? viene bien: quien hurta al ladron, etc. Esta y otras muchas cosas le dije para desarraigarle cierta golosina que se le habia pegado, que como lo llevaba ? cuestas, habia contraido no s? qu? parentesco con la sangre del corazon: pero al fin le pareci? muy bien. Fuimos ? la venta, y aunque era muy de madrugada, dimos golpes ? la puerta, diciendo que ven?amos con un despacho de mucha importancia para unos se?ores mercaderes de Toledo que estaban dentro. Ellos lo oyeron, y hicieron al ventero que abriese. Encendi? luz, y entramos en el aposento cargados, y sin hablarles palabra arrojamos los gatos sobre una mesa, que si fueran de Algalia no regalaran tanto las narices como estos regalaron las orejas. ?Qu? es esto? dijeron los mercaderes. Su dinero, respond? yo, que ha vuelto ? C?sar lo que era suyo. Cont?mosles el caso, y d?jeles que antes que en la otra venta se levantasen, pas?semos el puerto. De buena ventura mia, venian mulas de retorno h?cia Sevilla. Los mercaderes alegres y agradecid?simos del caso, para m? y para el otro mozo tomaron dos mulas, y caminando pasamos el puerto sin que lo sintiesen en las ventas. Encumbramos el puerto, y bajamos ? otra que est? en lo m?s bajo, no mal proveida, adonde estuvimos todo el dia descansando y durmiendo, por el poco sue?o y mucha pesadumbre que les habia causado la p?rdida de su dinero: y ? la tarde supimos que el ventero sospechando que los fulleros le habian hecho la treta que ?l no entendi?, fu? ? dar aviso ? la Hermandad, de la vida y trato de aquellos hombres, y c?mo tenian dos zurrones de dinero mal ganado, y vino la Hermandad, y como no hall? los dineros, ni los zurrones que el ventero habia dicho en el arcaz, ? ?l por desatinado ? loco ? porque habia cargado demasiado, y ? los fulleros por gente sospechosa que tan tarde se estaban en la venta, y ? la mujer por suspensa y callada, que no supo dar razon de s?, les hicieron pagar las costas sin averiguar el secreto. Holg?monos mucho con el suceso, de manera que los mercaderes lo querian oir por momentos, que segun pareci?, hallaron m?s dinero dentro de los zurrones del que habian dejado; y con donaire decia el uno de ellos: No quiera Dios que yo lleve dinero ajeno en mi poder, g?stese por el camino en perdices y conejos, que no quiero tener que restituir; y as? se hizo con benepl?cito de todos. Yo consider? ? solas conmigo, y aun lo comuniqu? con uno de los mercaderes, cu?n mal se logra lo mal ganado, y cu?nto peor se goza lo adquirido con juegos de ventaja, donde se aventura la reputacion, sin asegurar la ganancia, que est? sujeta ? cuantos la ven, y ? cuantos lo imaginan, y ? los ausentes, ? quien toca la distribucion de la estafa, que tasadamente les queda para consumir en los tabern?culos de la gula, fiestas de Baco y sacrificios de Venus, sin aprovechar la sumision y cortes?a fingida para enga?ar al que quieren desollar, ? al que ya tienen desollado; que si bien quisiesen los hombres sencillos advertir ? las cautelas, enredos y mara?as de estos apacibles lobos, echarian de ver que una cortes?a sin tiempo, una amistad sin sazon ni conocimiento, un comedimiento no acostumbrado, unas ceremonias no debidas, traen consigo m?s da?o que provecho para aquel con quien se usan; porque si son los hombres de tan ruin condicion que aun ? la cortes?a debida acuden de mala gana ? quien tienen obligacion, ?por qu? no se ha de entender que la novedad de cortes?as estraordinarias traen consigo algun secreto, especialmente no teniendo partes por donde se le deban? Los fulleros tienen tambien su materia de estado, porque, ? enga?an por s? ? por amigos, que tienen se?alados y diputados para el efecto; casas de posadas, ? mesones, donde les dan el soplo de la gente nueva ? quien pueden acometer.

Como el camino, por bueno que sea, siempre trae consigo un g?nero de soledad, porque ordinariamente se camina ? por necesidad, ? por negocios forzosos, que ocupan la memoria y distraen el gusto, procur?bamos tenerle en todas las cosas que encontr?bamos. Los mozos de mula acudian ? su costumbre, uno ? echar pullas, otro ? hacer burlas ? los caminantes, otro ? cantar romances viejos, cual sea su salud: nosotros de lo que se ofrecia ? la vista. Encontr?mos un pastor que pasaba su ganado de un distrito ? otro, pereciendo de sed ?l y los perros; que en Sierra-Morena por mayo y por todo el verano, aunque de noche hace fresco, de dia se encienden los ?rboles de calor: y era tan ignorante el buen hombre, que teniendo sed llevaba los perros atados porque no se le perdiesen. Pregunt?nos si sab?amos d?nde hubiese agua; yo le respond?: ?Pues llevando perros, preguntais esto? desatadlos, que ellos hallar?n presto el agua. ?Y es eso as?? dijo un mercader. Es cosa muy sabida, dije yo, y muchas veces experimentada. Y dije al pastor: Desatad los perros, ? el uno de ellos, y ponedle un cordelillo largo, con que lo vais siguiendo, que ?l hallar? fuente, arroyo ? laguna: y as? lo hizo el pastor; de suerte, que d?ndole larga con el cordel, rompi? por una ladera alzando el hocico, y se fu? h?cia una espesura derecho, que habia al pi? de una pe?a, donde hall? agua, que refresc? al pastor y satisfizo al ganado. Y contar?les ? vuesas mercedes lo que me cont? en Ronda un caballero de muy gentil entendimiento, que se llama Juan de Luzon, muy experimentado en letras humanas y divinas. Hay dos pueblecillos en Sierra de Ronda, entre otros muchos, uno llamado Balastar, y el otro Chucar, entre los cuales andando un cabrero moro apacentando su ganado, apret?ndole la sed, y no hallando agua, ni se?al donde pudiese haberla, despareci?sele un perro, y ? cabo de rato vino mojado todo y muy contento, coleando al amo, y haci?ndole muy grandes fiestas. Espantado de aquello el cabrero, le di? muy bien de comer y lo at?, aguardando ? que le tornase ? aquejar la sed, diligent?sima despertadora de la pereza. At?le un cordelejo largo, y dej?le ir, y sigui?ndole el amo, fu? saltando matas y pe?as, rasg?ndose las manos y el rostro; y sigui?le con todas estas dificultades, hasta que entre unas grandes espesuras, se col? por la boca de una cueva, que por debajo de altos riscos estaba naturalmente hecha, con algunos resquicios, que le daban la luz que habia menester. En medio de la cueva nacia un clar?simo arroyo, que se dividia en dos partes: bebi? el moro, ? hinch? su zaque; y admirado de la novedad di? en una traza, ? su parecer buena, que despues le cost? la vida; y fu?, que ataj? con unas piedras el un arroyo de aquellos, echando todo el agua por una parte, para ver al dia siguiente d?nde iba ? parar. Fu?se ? su ganado, y averigu? el dia siguiente que habia faltado el agua en Chucar. El moro que sabia el secreto, fu?se al pueblo diciendo, que si se lo pagaban bien les daria su agua, y otra tanta m?s, y cont? el caso como habia sucedido. El poco tiempo que les habia faltado el agua los necesit? de manera que le dieron doscientos ducados porque les diese su agua y la del otro pueblo. En recibiendo su dinero fu? ? la cueva, y solt? el agua por aquella parte. Vi?ndose con su agua tan crecida, conociendo la inconstancia y codicia del cabrero, antes que los de Balastar le corrompiesen con esperanza de mayor inter?s, acordaron darle garrote, qued?ndose con el agua toda, y el moro sin vida, sin que hasta hoy se haya sabido en qu? parte est? el secreto: y hoy se echa de ver se?al de que algun tiempo corri? por all? agua, por las guijas y piedras que lo manifiestan. Hall? aquella encubierta cueva el aliento del perro, leal amigo y fiel compa?ero, descubridor de enemigos de sus amos. Extra?a fuerza de aliento, dijo un mercader, que siendo el agua un elemento sin olor, la venga ? descubrir un perro con solo alzar el rostro al aire, principal movedor y embajador del olfato. Que son las calidades de los perros y las excelencias que hay en ellos muy dignas de admiracion, no por los cuentos que se dicen de ellos, ni haciendo caso de historias atrasadas, sino por lo que vemos y experimentamos cada dia. ?Qu? fidelidad! ?qu? amor! ?qu? conocimiento!

? lo menos, dije yo, tienen dos admirables virtudes, si se puede dar este nombre en ellos, que si los hombres las tuviesen tan sentadas en el alma como ellos en su natural inclinacion, vivirian en perp?tua paz, que son humildad y agradecimiento. ?Oh, bien notado! dijo el mercader: ?oh qu? gallarda consideracion! Del bienaventurado San Francisco, que fu? hijo de un mercader, se dice que alababa mucho la humildad de los perros, deseando imitarlos en esto, por la mucha que tuvo nuestro Maestro y Redentor Jesucristo. Pues en agradecimiento, dije yo, fuera de lo que la ley natural nos ense?a, lo tenemos por precepto suyo que enviando sus sant?simos disc?pulos ? predicar por el mundo les mand? que en agradecimiento del bien que les hiciesen en sus posadas curasen los enfermos que en ellas hubiese. ?Pues hay, dijo el mercader, quien desagradezca, ? quien no sepa agradecer el bien que le hacen? ?Hay quien no le parezca que no satisface el beneficio recibido? ?Qui?n ha de carecer de tan admirable virtud? Yo creo, respond?, que nadie, si no son los avarientos y los soberbios, que son dos g?neros de gente pestilencial en la Rep?blica; los unos, porque no saben usar de caridad, y los otros porque siempre van contra ella. Y pues se ha ofrecido materia tan excelente y divina virtud, como es el agradecimiento, en tanto que llegamos ? Adamuz tengo de referir un caso digno de saberse, que le pas? al autor de este libro viniendo de Salamanca, que no hay vida de hombre ninguno de cuantos andan por el mundo de quien no se pueda escribir una grande historia, y habr? para ella bastante materia. En una dispersion que hubo de estudiantes en Salamanca, por cierto encuentro que tuvo el Corregidor D. Enrique de Bola?os con la Universidad, y no con ella, sino con los estudiantes, gente briosa, y f?cil de moverse para cualquiera alteracion; como se qued? la ciudad sin estudiantes, el autor tambien se fu? ? su tierra como los dem?s, que las vacaciones estaban ya muy cerca, tiempo deseado para descanso de los estudiantes. La necesidad suya era tanta, que trill? el camino ? la apost?lica. Lleg? un dia al anochecer ? las ventas de Murga, y no queri?ndole dar posada, por el poco provecho que habia de dejar en ellas, pas? adelante solo, y cantando por hacerse compa??a, que la voz humana tiene propiedad maravillosa para acompa?ar ? quien no lleva dineros que le puedan quitar. Salieron cuatro hombres con cuatro ballestas, y pregunt?ronle de d?nde venia. ?l respondi? que de Salamanca. ?Y ? qui?n deja atr?s? preguntaron ellos; y ?l respondi?: Antes todos me dejan ? m?, porque ando poco. Pues ?c?mo no se qued? en las ventas? preguntaron. Y ?l respondi?: Porque como no llevo dineros, ni cabalgadura que les pudiera dejar provecho, me dieron voces que me saliese de la venta, y yo las voy dando ? Dios porque me acompa?e, y juzgue la crueldad de estos venteros. ? lo cual dijo el m?s peque?o de los ballesteros ? ballesteadores: Preguntamos esto, se?or estudiante, por ver si queda atr?s quien nos pueda comprar caza, de que tenemos mucha abundancia, y pocos compradores. Y volvi?ndose ? los compa?eros, dijo: Gran l?stima me ha dado el mal trato y crueldad de que estos venteros usan con la gente de ? pi?, y m?s la necesidad que he visto en este estudiante. Llev?mosle ? nuestro alojamiento, que algun tiempo nos valdr? con Dios esta caridad. Harto mejor, dijo uno, ser? matarlo porque no diga que nos ha encontrado, y espante los caminantes. Al fin el mozuelo di? y tom? con ellos hasta que lo llevaron consigo, porque les pareci? que era lo m?s sano para su negocio. Mostr?se el mozuelo muy compasivo, que si bien las ruines compa??as hacen prevaricar una buena inclinacion, tal vez naturaleza da una sofrenada, para recordacion del primer natural, que por m?s que se olvide, de cuando en cuando torna ? su primer principio. Fu?se con ellos, ? por mejor decir, se lo llevaron por unas espesuras, escuridades y escondrijos, llenos de revueltas y dificultades, que como ya era de noche y sonaba en unas profundidades despe??ndose el agua, y la fuerza del viento sacudia los ?rboles con gran furia, y al estudiante el temor le hacia de las matas hombres armados que le iban ? despe?ar en aquella infernal hondura, iba con gran devocion mirando al cielo, y tropezando en la tierra; pero con muy buen ?nimo, hablando sin muestras de temor. Llegaron al fin ? su habitacion, que parecia m?s de zorras que de hombres, y desenvolviendo mucha cantidad de brasa, que parecia ser de muy buena le?a de encina, encendieron, para alumbrarse, unas rajuelas de tea, que les daba la luz bastante que habian menester para toda la noche. La cena fu? muy buenos tasajos de venado, si no eran quiz? de algun pobre caminante. ?l no sabia fiestas que hacerles, dici?ndoles cuentos, entreteni?ndolos con historias, alab?ndoles el vivir en aquella soledad apartados del bullicio de la gente. Dec?ales que el ejercicio de la caza era de caballeros y grandes se?ores, y que sin duda descendian de alguna buena sangre, pues se inclinaban ? ?l. Si algun disparate se les caia, se lo alababa y solemnizaba por muy gran cosa. Al uno decia que tenia buen rostro, al otro que plantaba bien los pi?s, al otro que tenia buen ingenio, al otro que hablaba con mucha discrecion; que en semejantes conflictos la humildad mezclada con la apacibilidad y distraccion, ? los pechos que de suyo son fieros, y aun de fieras, los vuelven mansos y amigables. La necesidad en los peligros hace sacar fuerzas de flaqueza; y con gente de aquella traza el temor engendra sospecha, y el ?nimo arguye sencillez. Turbarse donde no estamos en ?l, es apresurarlo si ha de venir; y ponerlo en duda y sospecha si no se temia. ?l se hubo tan bien con los cazadores de gatos muertos y rellenos, que le regalaron y dieron de cenar, y dos zamarros en que durmiese, y antes que amaneciese, porque no saliese con luz, le dieron de almorzar, y sac?ndolo al camino aquel mozuelo, el menor de los cuatro, le fu? diciendo el peligro en que se habria visto si no fuera por ?l: y en pago le rogaba no dijese ? nadie lo que le habia sucedido: despidi?se de ?l, y fu? su camino, volviendo atr?s muchas veces la cabeza, que aun le parecia que no estaba muy seguro de ellos. Si encontraba algun caminante, le decia que no fuese por aquel camino, porque le habia seguido una grand?sima sierpe, que no osaba decir otra cosa, pareci?ndole que estaban oy?ndolo. Al fin, para abreviar el cuento, habiendo peregrinado por Espa?a y fuera de ella m?s de veinte a?os, red?jose al estado que Dios le tenia se?alado; fu?se ? su tierra, que es Ronda, h?zose sacerdote, sirviendo una capellan?a de que le hizo merced Felipe II, sapient?simo Rey de Espa?a. Despues del suceso de los salteadores, veinte y dos y veinte y tres a?os, vinieron en busca de tres ladrones famosos, trayendo lengua de ellos, que estaban en Ronda, que para hurtar tenian esta astucia. Las mujeres vendian buhoner?a , entraban en las casas ? vender su mercader?a, mir?banlas bien, y daban al punto ? sus maridos de las se?as de toda la casa, y ? la ma?ana amanecia robada. Lleg? ? Ronda este soplo, dieron con ellos en la c?rcel por la ?rden del licenciado Morquecho de Miranda, que al presente hacia oficio de Corregidor, siendo Alcalde mayor. Y por abreviar el cuento, di?les tormento, y confesaron de plano: pidi?le al autor que los confesase, y en entrando represent?sele la presencia del uno de ellos, que le hizo cosquillas en el alma; y reparando en el sentimiento que habia tenido, hall? que era el que le habia dado la vida en Sierra-Morena: buscando traza c?mo agradecer el bien que le habia hecho, y pareci?ndole que estaba el negocio muy adelante para rogar por un hombre convencido por su confesion, fu?se al juez, y d?jole que si hacia justicia de aquel, perdia una grande ocasion secreta. El juez dispuso de los otros dos y dej? aquel, para que descubriese una gran m?quina que el confesor le habia dicho, y apret?ndolo despues ? que hiciese con el delincuente que lo confesase, le respondi?: Se?or, martirizado de la piedad, y movido del agradecimiento, fing? ? vuesa merced lo que sabe: este hombre me libr? de la muerte, ha venido ? mis manos, querria pagarle el bien que me hizo, y ? los jueces tan bien los acompa?a la misericordia como la justicia: suplico ? vuesa merced por las entra?as de Dios que se compadezca del trabajo de un hombre tan piadoso como este. Respondi?: Estoy pensando c?mo satisfacer ? vuestra demanda y ? mi reputacion, y al bien de ese hombre, que por piadoso lo merece: ?l no est? ratificado, y en las cosas criminales tenemos ley del Reino que nos da licencia para poder conmutar la pena de muerte en galeras; yo os siento tan ansiado por agradecer el bien que os hizo, que quiero aprovecharme de esta ley, pues no hay parte, y echarlo ? galeras donde purgue su pecado. Hinc?se de rodillas, agradeciendo ? Dios y al juez tan piadosa causa: llev? la nueva al casi muerto preso, que respir?, volvi? en s? como de la muerte ? la vida, y el autor qued? content?simo de haber mostrado su agradecimiento en tan apretada ocasion, que siempre las buenas obras tienen guardado su premio en este y en el otro mundo. ?Estra?o suceso, y digno de memoria! : ?qu? santa cosa es hacer bien! ?qu? cierto la buena obra es la prision del corazon noble! ?qu? buen fruto coge quien siembra buenas obras! Que como el vestido cubre el cuerpo, las buenas obras son coberturas del alma. ?Qu? contento quedaria ese hombre cuando hizo este bien! Como queda sabroso el brazo cuando acierta un tiro, as? lo queda el alma cuando hace una buena obra. En esta conversacion, el acabarse el cuento y descubrir ? Adamuz, fu? ? un mismo tiempo; lugar apacible, puesto en el principio ? fin de Sierra-Morena, en jurisdiccion del Marqu?s del Carpio; y al mismo tiempo se descubrieron aquellos f?rtiles campos de Andaluc?a, tan celebrada de la antig?edad por los Campos El?seos, reposo de las almas bienaventuradas. Posamos y reposamos aquella noche en Adamuz.

El dia siguiente, por ciertos respetos, me fu? forzoso , apartarme de los mercaderes, tomando la via del Carpio; y ellos lo hicieron tan bien conmigo, que me dieron uno de los machos en que iban y dineros, fiando de m? que se lo llevaria ? la feria ? buen tiempo, y ellos se fueron con las mulas de retorno en que yo habia venido hasta all?; el macho era endiablado, que ni se dejaba herrar, ni poner la silla, y por momentos se echaba con la carga, aunque con la compa??a habia disimulado algo de su malicia, y as? en saliendo del lugar, por verse solo y por sus ruines resabios, en el primer revolcadero se arroj?, cogi?ndome una pierna debajo, de suerte que si yo no me ech?ra al mismo tiempo del otro lado, recibiera mucho da?o; pero con esta precaucion pude levantarme, y llev?ndolo del diestro muy contra su voluntad un ratillo, se me quit? el dolor, sin entrar el frio que pudiera, si no hiciera aquella diligencia. Ech? de ver la ruin compa??a que llevaba con mi cabalgadura; pero por si otra vez se echaba, cog? un garrote para usar de un remedio que habia oido decir ? un viejo, que como la experiencia los ha ense?ado, saben m?s que los mozos, y para semejantes actos, que no son de muchos lances, cerrados los ojos se puede seguir su parecer. Fu? con gran cuidado para otra vez que se quisiese echar, y en sinti?ndolo que iba ? caer, d?le con el garrote entre ceja y ceja con tal furia, que cayendo le v? volver lo blanco de los ojos, bien arrepentido de haberlo hecho, porque realmente pens? que lo habia muerto; pero sacando de presto pan, y moj?ndolo en vino, d?selo, y torn? en s? tan castigado, que nunca m?s se ech?, ? lo menos llev?ndome ? m? encima, aunque top? arenales donde pudiera hacerlo. Fu? mi camino, y en llegando ? un bosquecillo del Carpio, aunque peque?o, abundant?simo de conejos y otras trazas, en la ribera de Guadalquivir, ape?me ? cierta necesidad natural y forzosa, y antes que la comenzase espant?se el macho, di? ? huir por el ruido que hizo un culebron y una zorra que salieron de un zarzal y matas muy espesas que habia junto al camino, que debian de estar ambos en una cueva, que la culebra con ningun animal hace amistad sino con la zorra. Ella di? por una parte, y la culebra tras el macho, que como supe despues, ? cuantos pasaban acosaba, porque habian muerto su compa??a: arroj?le una piedra, no pensando que sucediera lo que sucedi?, que como la piedra iba por el aire, corri? m?s que la culebra, y di?la en el espinazo, de que volvi? con tal furia contra m?, que si no me pusiera de la otra parte del camino, dejando en medio mucha arena, lo pasara mal, que como no se podia aprovechar de las conchillas que le sirven de pi?s en la arena, como en lo duro y liso, no se atrevi? atravesar el camino; pero cuanto yo m?s corria por la una banda, ella corria por la otra, con m?s de una vara de cuello alzado de la tierra, vibrando la lengua muy apriesa, y haciendo cinco ? seis de ella.

Iba yo de manera, que ya no sentia la falta del macho, sino la persecucion de la culebra, que me tenia sin aliento, lleno de sudor y cansancio. Los silbos no eran formados ni agudos, sino bajos y continuados, casi al modo que pronunciamos ac? las xx. Llegu? ? una parte del camino, ? donde habia piedras para tirarle. Par?me, as? por descansar, como por aprovecharme de las piedras; pero ella viendo mi temor, quiso pasar por la arena para acometerme, por donde tuve yo esperanza de librarme de ella; porque en entrando no pudo aprovecharse de las conchuelas, ni moverse sino muy poco: anim?ndome lo mejor que pude, le tir? tantas piedras, que casi la vine ? enterrar en ellas, y acert?ndole con una, despues de haberle escupido muchas veces h?cia la cabeza la acert? con una piedra media vara m?s arriba de la cola, donde tiene el principal movimiento, de que no pudo menearse m?s, y acudiendo con otras muchas, le maj? la cabeza, y me sent? ? descansar. Pasaron por all? dos hombres que iban camino de Adamuz, y me contaron lo que arriba dije. Midi?ronla, y tenia diez pi?s de largo, y de grueso m?s que mu?eca ordinaria. Abri?ronla, y hall?ronle dentro dos muy gentiles gazapos, que estas serpientes son muy voraces y poco bebedoras, aunque pasan mucho tiempo sin mantenimiento; y as? hacen tarde la digestion, que en el poco movimiento que ella hacia bien se echaba de ver que estaba pesada. Consider? en el rato que estuve descansando, qu? de cosas hay en el mundo que contrastan la vida del hombre. Que hasta un animal sin pi?s ni alas le persigue, y le comenz? ? perseguir desde su principio antes que otro animal ninguno, ? porque no piense el hombre que se le di? el dominio y jurisdiccion en la tierra sin pension ni trabajo, ? porque con la razon sepa distinguir lo malo de lo bueno, y guardarse de lo que le puede da?ar; mediante la cual razon conoce y sabe conocer el mantenimiento provechoso, y desechar el nocivo. Huir de los animales bravos, y servirse de los mansos; pero los feroces y da?osos avisan del mal que pueden hacer, ? con las u?as, ? con los cuernos, ? con los dientes, ? con los picos. ?Mas que un animal sin pi?s, sin u?as, sin cuernos como ?ste sea tan horrendo y abominable, que atemorice con solo mirarle! Ordenacion fu? de Dios, para sujetar la soberbia del hombre y desjarret?rsela con la misma inmundicia y asquerosidad de la hez de la tierra, que aun muerta la veia, y me daba horror; y confieso de m?, que siempre que veo semejantes sabandijas, engendran en m? nuevo temor y espanto; ?pero qu? no espantar? ver, que una cosa que parece cerbatana ? varal, de su propio movimiento corre tanto como un caballo? ?Y que con hincar la cabeza en el suelo, d? tan grande golpe ? un hombre que lo derribe y aun lo mate, acometiendo ? traicion que no cara ? cara? ?Que sea tan astuto, que se desnude el h?bito viejo y se vista de nuevo? ?que se cure la ceguera de sus ojos causada de las humedades del invierno con refregarse en el hinojo la primavera? Son tan contrarios ? todos los dem?s animales, que con ninguno hacen amistad, sino con la zorra, ? porque ambas habitan siempre en cuevas de tierra y piedra, ? por buscar abrigo en el pelo de la zorra. Hasta aqu? habia estado el ermita?o callando, y aqu? pareci?le preguntar, como hombre que habia estado en soledades y entre ?speras monta?as, huyendo el concurso de la gente, viviendo y conversando con animales brutos, ?cu?l era la razon porque estas sabandijas sean tan espantables, como son culebras, lagartos, sapos, escuerzos, ?spides, v?boras, y otras semejantes que suelen verse? Respond?le: Lo primero, que todas las cosas que no vemos y tratamos de ordinario, traen consigo este g?nero de admiracion. Lo segundo, que por tener tanto de los dos elementos graves, que son agua y tierra, y tan poco de los elementos leves, que son aire y fuego, que casi no tienen parentesco ni semejanza con el hombre; porque ?ste tiene de lo espiritual, en que se parece ? los ?ngeles, y de lo corporal, en que se parece ? los animales brutos; y estos en aquella parte terrestre, h?meda y fria, tienen semejanza con las sabandijas, y estas consigo solas, y con las entra?as de la tierra. Lo tercero y ?ltimo, porque todos los animales que no pueden engendrar de la putrefaccion de la tierra, sin generacion de su semejante, ni pueden ser para el servicio, ni para el gusto del hombre, ? quien Dios les manda que obedezcan, y ellos mismos huyen de su presencia, como de se?or ? quien aborrecen, por la superioridad y dominio que tienen sobre todas, ? por la antipat?a natural. Y esto baste, porque la p?rdida de mi macho me da pena y cuidado, y priesa que lo busque. Ya que hube descansado y limpi?dome el sudor del rostro, que lo de dentro no pude, fu? buscando mi macho, ? por mejor decir, de los mercaderes, por toda la orilla y ribera del Guadalquivir, sin topar ? persona que me supiese dar rastro ni nuevas de ?l yendo, como iba, cargado con ferreruelo, espada, cogin y alforjas, que todo lo ech? por alto, sino es la silla, que la llevaba en la barriga; de suerte, que yo me cargu? de todo lo que el macho se descarg?, y mucho m?s me cargaban las matracas que me daban los que me topaban hecho caballo de postillon, que por no dejarlo lo sufria todo. Par?me ? descansar un ratillo, antes que pasase el rio, donde v? tanta abundancia de conejos, que estaban m?s espesos ? la orilla del rio, que liendres en jubon de arriero, que en todo el dia no dejan de venir ? beber muchas manadas de ellos. Pas? de la otra parte del rio, y entr?me ? descansar ? un meson que est? antes de llegar al pueblo, donde tampoco me supieron dar nueva de mi negro macho, aunque promet? hallazgo, haciendo diligencias con las guardas del bosque. Refresqu?me lo mejor que pude de mantenimiento y bebida, con la templanza que el cansancio pedia. P?seme ? la puerta del meson, para ver si pasaba el macho ? persona que de ?l me diese nuevas. Mir? aquel pedazo de tierra en el tiempo que all? estuve, que en fertilidad ? influencia del cielo, hermosura de tierra y agua, no he visto cosa mejor en toda la Europa, y para encarecerla de una vez, es tierra que da cuatro frutos al a?o, sembr?ndola y cultiv?ndola con regad?o de una ace?a, con tres ruedas, que la ba?a abundant?simamente, donde algunos a?os despues pas? en presencia mia una desgracia muy digna de contarse; para que se vea cu?nta obligacion tienen los hijos de seguir el consejo de los padres, aunque les parezca que repugna ? su opinion. Y fu?, que siendo Marqu?s del Carpio Don Luis de Haro, caballero muy digno de este nombre, y muy gallardo de persona, y adornado de virtudes y partes muy dignas de estimar, vinieron all? madereros de la sierra de Segura con algunos millares de vigas muy gruesas; y dando el Marqu?s licencia y lugar para que las pasasen, alzaron la puente de la pesquera, para que toda el agua se recogiese ? un despe?adero ? profundidad, por donde los maderos habian de pasar. Los gancheros eran todos mozos, de muy gentiles personas, fuertes de brazos, y ligeros de pi?s y piernas, grandes nadadores y sufridores de aguas, frios y trabajos. Quisieron hacer al Marqu?s una fiesta de gansos, poni?ndolos atados entre los dos maderos de la puerta de la pesquera, y como iba el madero despe??ndose, por la violencia del grande cuerpo del agua, puesto el ganchero sobre el madero h?cia la cabeza del ganso, y tirando del pescuezo, se deslizaba de la mano y caia en la profundidad del agua, saliendo lejos de all? nadando, en que pasaron cosas de mucho gusto y risa, aunque no sin peligro de quien la causaba, que siempre las caidas son de gusto para quien las ve, pero no para quien las da, especialmente en ejercicios tan poco usados como este.

Entre estos gancheros venia un mozo recio, de muy gentil talle, alto de cuerpo, rubio, y bien hecho de miembros, grande hacedor de su persona, y que entre todos los dem?s era conocido y respetado como por de tal opinion, y por grandes fuerzas para cualquier ejercicio de hombres. Este pidi? licencia ? su padre, que venia en compa??a de los otros, para ir ? quitar el pescuezo ? un ganso que estaba recien puesto; la cual el padre le neg?, que los padres, ? por tener m?s experiencia que los hijos, ? por ser hechura suya y conocer sus inclinaciones, ? por haberlos criado, y conocer de qu? pi? cojean, ? por el amor entra?able que les tienen, son algo profetas de los bienes ? males de los hijos; y as? este por ningun camino consinti? que de su voluntad fuese el hijo ? la fiesta; pero diciendo ?l que no queria que lo tuviese por menos hombre que ? los dem?s, con importunaciones alcanz? de su padre que lo dejase ir, aunque de muy mala gana. Y reprehendi?ndole algunos porque lo hacia tan forzado, respondi? en presencia mia unas palabras llenas de gran sentimiento y dolor diciendo: No sabe nadie lo que es aventurar un hijo criado, y solo. El mozo fu? gallard?simamente, teniendo todos los ojos puestos en ?l, que en asiendo el cuello del ganso, que ?l pensaba con facilidad arrancar con la fuerza grande que hizo, est?vose casi colgado de las manos hasta que el madero llegaba ya al cabo, en cuyo remate ? cabeza, desliz?ndosele la mano, cay?, y di? de cerebro, sumergi?ndose en el profundo del charco, sin que m?s pareciese hasta el dia siguiente, con grande espanto y compasion de todos los circunstantes, quedando el padre, que lo estaba mirando, en ?stasis. Todos los gancheros nadando le buscaron, y lo hallaron al dia siguiente, que pareci? en cierta manera castigo de la desobediencia que tuvo al mandamiento del padre, y ejemplo para cuantos le vieron. Fu? contra el precepto y consejo paternal, del cual tienen necesidad todos los que desean acertar. Pas? este caso en este mismo lugar, y en presencia del marqu?s D. Luis de Haro, y de su hijo el marqu?s D. Diego Lopez de Haro, que cuando esto se escribe est?n vivos, y m?s mozos que el autor, en cuya compa??a se hall? presente ? este infelice suceso. Y porque no habr? lugar de contarlo adelante, se dice aqu?, por encargar ? los hijos que aunque les parezca que saben m?s que los padres, en razon de la superioridad que Dios les di? sobre ellos, y representando la persona del verdadero Padre, los han de obedecer y respetar, y creer que en cuanto ? las costumbres morales saben m?s que ellos; porque con esto se merece con el universal Padre de todas las criaturas. Y volviendo al estado presente, y la pena que me daba la falta de mi macho, aquella tarde no pude saber de ?l, y as? me qued? aquella noche en el meson, sin esperanza de poderlo hallar.

Amaneci? el sol el dia siguiente con unos rayos entre verdes y cetrinos, se?al de agua, y yo sin macho, ni esperanza de hallarlo. Fu?me al pueblo ? las nueve, ? ? las diez, y v? que unos gitanos estaban vendiendo un macho, muy hechas las crines y el trenzado de atr?s, con su enjalma y dem?s aderezos, encareciendo la mansedumbre y el paso con mil embelecos de palabras. Hacia el gitano mil gerigonzas sobre el macho, de manera que tenia ya muchos golosos que le querian comprar. Llegu?me cerca, y v? que era del color del mio; pero desconocido en verlo tan manso, seguro, remozado de crines y cola. V? que se dejaba tocar ? todas las partes del cuerpo sin alterarse, y as? no me atrev? ? pensar que pudiera ser el mio. Alz?banle los pi?s y manos, d?ndole palmadas en el pecho y en las ancas, estando ?l con mucha paciencia y mansedumbre: yo estaba desconfiado de que pudiera ser el mio, pero fu?me por un lado disimuladamente, y p?seme delante de ?l, aunque detr?s del gitano, y en vi?ndome amusg? las orejas, por el conocimiento, ? por el temor que me tenia. Espant?me de ver su tan s?bita y no esperada mudanza, y v? que realmente era mi macho: mas no pude imaginar c?mo le podia cobrar sin dar testigos ? evidencia de c?mo era mio; y as? no me arroj? ? decir que era hurtado, y decia entre m?: ?es posible que sean estos gitanos tan grandes embusteros que en menos de veinte y cuatro horas hayan hecho este macho de enjalma, y le hayan disfrazado de manera que me ha puesto en duda el conocimiento de ?l, y que lo hayan hecho m?s manso que una oveja, siendo peor que un tigre, y que no tenga yo modo para cobrarlo manifestando mi justicia? Pero det?veme un poco, y llegu?me con los dem?s ? ver el macho, y alab?ndole, pregunt? si era gallego. Respondi? el gitano: Vuesa merced, ce?or, ? f? que sabe mucho de bestiaz, y ha conocido bien la bondad de loz mejorez cuatro pi?z que hay en toda Andaluc?a. No ez gallego, mi ce?or, cino de Illezcaz, que all? lo truqu? por un cuartago cordovez, y aqu? traigo el teztimonio. Ser? levantado, dije yo entre m?, y junto con esto lo mostr?. Ofreci?seme traza para cobrarlo f?cilmente, y llegu?me ? un hidalgo, ? quien v? que todos respetaban, que era de los antiguos criados de aquella casa, llamado Angulo, y le dije: Se?or, este macho me han hurtado esos gitanos, y aunque trae enjalma, es de silla; y aunque parece que traen testimonio, es falso. ? lo cual me dijo el hidalgo: Mire, se?or estudiante, que conocemos este gitano de mucho tiempo ac?, y nos ha tratado siempre verdad. Pues ahora, respond? yo, no la trata, y haciendo vuesa merced las diligencias que yo le suplicar?, se ver? con evidencia la verdad que tengo dicha; y vuesa merced est? inclinado ? comprarlo porque le parece manso, siendo peor que un demonio.

Pues ?puede ser fingida, pregunt? el hidalgo, aquella mansedumbre y bondad? S? se?or, respond? yo, porque lo han emborrachado; y no hay bestia tan feroz ni maliciosa que ech?ndole de grado ? por fuerza una azumbre de vino en las tripas, no se amanse m?s que una oveja: y por esto haga vuesa merced lo que yo le suplicar?, y saldr? de este enga?o, viendo que el macho es malicioso, y que es mio. Y lo primero digo ? vuesa merced que se lo llegue ? comprar, y d?gale esto y esto, habl?ndole algo al oido, ? inform?ndole de todo lo conveniente. Fu?se el hidalgo, despues de bien informado, al gitano, y mirando el macho, le dijo: Yo estoy muy contento de esta bestia, y la compr?ra si tuviera silla y freno, porque tengo de hacer un viaje muy largo. El gitano se holg? mucho de ello, y trajo la silla y el freno, diciendo que era el mejor caminador del mundo, y que por pensar que para el campo se venderia m?s presto, le habia puesto la enjalma. En viendo el hidalgo la silla y el freno, hall? que conformaba con las se?as que yo le habia dado, y haciendo lo que yo le habia dicho al oido, llev?lo ? su casa, asegurando ? los gitanos que lo queria probar; y t?volo hasta tanto que se gastaron los humos del vino encerrado en su casa. Hecho esto llam? al gitano, y d?jole que subiese en el macho y caminase un cuarto de hora fuera del pueblo. Subi?, aunque era muy suelto, con mucha dificultad, por la poca seguridad del macho, que gastada la suavidad del vino, torn? ? su ruin natural, y caminando como un viento, en saliendo de las casas, con la misma furia que llevaba di? consigo y con el gitano en tierra, y cogi?ndole una pierna debajo, se revolc? de manera, que fu? bien necesaria la ligereza del gitano para que no se la quebrase. Acudi? aquel hidalgo desenga?ado ya de la bellaquer?a, y le dijo ri?ndose: ?Qu? desgracia es esta, Maldonado? Se?or, dijo el gitano, como est? holgado, y mal herrado, se echa con la carga. Y ri?ndose m?s el hidalgo, dijo: Pues alzadle los pi?s, veamos si h? menester herradura. Alz?le un pi?, y di?le una patada en el carrillo izquierdo, con que le dej? se?alada la herradura y los clavos; d?jole el hidalgo: Mal se conoce lo que no se ha criado, hermano Maldonado; si vos hubi?rades tratado y conocido esta bestia, ni os enga??rades, ni nos enga??rades. En lo ajeno dura poco la posesion: ?bades con aquel refran: quien no te conoce te compre. ?Por qu? pens?bades que os pregunt? el due?o si era gallego, sino porque como tal os habia de dar la coz que os di?? Vos quer?ades herrarlo; ?mas ?l no os herr? ? vos? ?cogistes ayer el macho, y quer?ades hoy venderlo? Hu?lgome de saber que tambien sois nigrom?ntico, pues desde ayer habeis venido de Illescas. Se?or, dijo el gitano, yo hice como gitano, y su merced ha de sufrir como caballero; bien ech? de ver que este se?or sabia de bestias. Descubierto el hurto con la evidencia posible, me dieron mi macho, y me avi? camino de M?laga, pasando por Lucena, donde llegando un poco tarde, repos? y com? un bocado, y pensando llegar aquella noche ? Benamej?, cuyo camino yo no sabia, part?me con la relacion que me dieron. Las leguas son m?s largas de lo que yo me pensaba; el camino estaba lleno de lodo, porque la noche antes habia llovido muy bien. Yo por priesa que me d? con mi macho, me anocheci? una legua antes de llegar ? un riachuelo que est? entre Lucena y Benamej?. Hall?me confuso, por ser la noche oscura, y caminar sin guia, sin encontrar ? quien preguntar por el camino, que era domingo en la noche, cuando todos los labradores est?n en sus casas. Al fin poco ? poco, muchas veces tropezando, y algunas cayendo, llegu? al rio, y en pasando no hall? camino por la otra parte, por una costumbre que tienen los labradores en aquella tierra, que es para desviar los caminantes, para que no les entren por el sembrado, cavar por aquella parte por donde suelen hacer senda los caminantes. Sali? del rio mi macho lo mejor que pudo, y ech? ? mano derecha por un cerro que tenia muchas sendas de ovejas, ? de cabras. Lleg? ? lo m?s alto que pudo, y estaba tan empinado el cerrillo, que en acab?ndose la senda ni pude ir adelante, ni volver atr?s. V?me en un gran peligro, porque si queria bajar con el pi? derecho, habia de rodar por la sierra abajo hasta llegar ? un arroyo salado, donde cuando bien libr?ra lleg?ra la cabeza llena de chichones. Rogu?le al macho con mucha humildad que me hiciese la merced de estarse quedo mientras bajaba al rev?s; pero al tiempo que le mand? que volviese por la sendilla que habia subido, ?l iba tan cansado que se ech?, y ech?ndose, como el cerro estaba tan empinado rod? hasta el arroyo salado; yo volv? por la senda, hasta llegar al arroyo, y fu? ? mi desdichado macho, y lo que pude, ayud?le ? levantar, que estaba tan molido que fu? menester animarle con sopa en vino, y llev?ndole del diestro lo m?s poco ? poco que pude, fu? considerando que todo aquello me sucedia por no haber tenido respeto ? la fiesta, caminando y haciendo el viaje que se pudiera hacer otro dia; que al fin como las fiestas son para dar gracias ? Dios y no para hacer jornadas, no puede haber quietud para hablar con Dios despacio. Que trabajando en los dias que la Iglesia tiene dedicados para Dios, no solamente no aumenta el provecho, pero por mil caminos viene el da?o, como me sucedi? esta noche, que yendo con mi macho ? mano izquierda por una ladera arriba, yendo yo por la parte de abajo por animarlo, desliz?, y cogi?me debajo; aunque no fu? mucho el da?o, porque pude f?cilmente salir, y d?ndole sopa en vino pudo subir hasta que descubr? en lo alto del cerro un cortijo, donde me llegu? con toda la humildad del mundo; y aunque d? muchos golpes no me respondian, porque habia mucha gente, que se habia juntado all? aquella noche por ser dia de fiesta.

Al fin, d? tantos golpes, que me respondi? un mozo, y dici?ndole con la necesidad que venia, respondi?me que me fuese en hora buena; y tornando ? llamar, acudi? el aperador del cortijo, que en todas sus acciones pareci? ser muy hombre de bien, y abri?ndome la puerta acudi? ? mi necesidad y al cansancio de mi macho, y d?jome: Perdone vuesa merced, que por estar dando voces sobre una serilla de higos que estos mozos me habian hurtado, no pude responder tan presto. Pues si no es m?s de por eso, dije yo, no le d? pena, que yo le dir? qui?n se la hurt?. ?ngel ser? vuesa merced, respondi? ?l, y no hombre, si me dice eso. D?jeme reposar, dije yo, y se lo dir?. Descans? un rato, y mi macho cen? lo mejor que pudo; yo cen? un muy gentil gazpacho, que cosa m?s sabrosa no he visto en mi vida, que tanto tienen las comidas de bueno, cuanto el est?mago tiene de hambre y de necesidad. Fuera de que el aceite de aquella tierra y el vino y vinagre es de lo mejor que hay en toda la Europa. Habiendo cenado, y estando todos los mozos alrededor, le dije al aperador: Este dornajo en que habemos cenado ha de descubrir el hurto de los higos. Dijo uno entre dientes: aun seria el diablo la venida del estudiante. Ped?le al buen hombre un poco de aceite y almagre, y sin que los mozos lo viesen unt? el suelo del dornajo con una mezcla que hice del aceite y almagre, y ped?le un cencerro de las vacas, y poni?ndolo debajo del dornajo dije, con voz que lo oyeron todos, habiendo puesto el dornajo m?s adentro, donde estaba el pajar: Pasen todos uno ? uno, y den una palmada en el suelo del dornajo, y en pasando el que hurt? los higos sonar? el cencerro. Fueron todos uno ? uno, y di? cada uno su palmada en la almagre, y no son? el cencerro que es lo que todos esperaban. Llam?les ? todos, y d?jeles que abriesen las palmas de las manos, las cuales tenian todos enalmagradas, si no era ?l uno de ellos; y as? les dije ? todos: Este gentil hombre hurt? los higos, que porque el cencerro no sonase no os? poner la mano en el dornajo. ?l se puso colorado como un escaramujo, y los dem?s estuvieron toda la noche reventando de risa y d?ndole matraca, y el aperador muy agradecido de haber hallado sus higos, y yo muy contento del buen acogimiento: y por el buen hospedaje dej?le dos cuchillos damasquinos, con que por poco le corta las orejas al ladron de los higos.

Habiendo descansado aquella noche lo que parecia que bastaba para los trabajos de mi macho, fu? ? rogarle que se animase, y gru?endo alz? la pata, y al mismo tiempo d?le un palo, con que se le acord? el trabajo pasado. Soseg?se luego, y ech?le la silla; camin? ? Benamej?, que estaba muy cerca, y aunque quise pasar sin que me viese pasar el se?or Benamej?, el bellaco del macho se arroj? en su casa, y fu? forzoso descansar all? un rato. Al fin, por abreviar el cuento, llegu? ? M?laga, ? por mejor decir, par?me ? vista de ella en un alto que llaman la cuesta de Zambara. Fu? tan grande el consuelo que recib? de la vista de ella, y la fragancia que traia el viento, regal?ndose por aquellas maravillosas huertas cubiertas de todas especies de naranjos y limoneros y llenas de azahar todo el a?o, que me pareci? ver un pedazo de para?so, porque no hay en toda la redondez de aquel horizonte cosa que no deleite los cinco sentidos. Los ojos se entretienen con la vista de mar y tierra, llena de tanta diversidad de ?rboles hermos?simos como se hallan en todas las partes que producen semejantes plantas; con la vista del sitio y edificios, as? de casas particulares como de templos excelent?simos, especialmente la iglesia mayor, que no se conoce m?s alegre templo en todo lo descubierto. ? los oidos deleita con grande admiracion la abundancia de los pajarillos, que imit?ndose unos ? otros, no cesan en todo el dia y la noche su dulc?sima armon?a, con un arte sin arte, que como no tienen consonancia ni disonancia, es una confusion dulc?sima que mueve ? contemplacion del universal Hacedor de todas las cosas. Los mantenimientos abundantes y substanciosos para el gusto y la salud. El de la gente muy apacible, afable y cortesano, y todo es de manera que se pudiera hacer un grande libro de las excelencias de M?laga, y no es mi intento reparar en esto. Negoci? ? lo que venia en aquella santa iglesia, de donde se pueden sacar muchos sugetos para obispos y oidores, y para gobernar el mundo, entre los cuales hall? un prebendado amigo mio, hombre bien nacido, de grandes y superiores partes, muy digno de estimarse, apasionado, porque sin razon le ofendian las ausencias, hombres que por ningun camino podian correr parejas con ?l. Que de la misma manera que la envidia no se halla ni se cria sino en pechos olvidados de la buena educacion y partes, as? acomete siempre ? los que las poseen, y resplandecen en actos de ciencia y virtud. Que les parece que reconocer superioridad y ventaja ? quien se la tiene es perder el derecho que tienen ? la descortes?a, ? quien se crian subordinados, por falta de buen entendimiento y sobra de mala voluntad. Quej?base que habiendo hecho grandes bienes ? un hombre que siempre habia tenido pocos ? ningunos, y habi?ndole librado de cosas de que ?l por ningun camino tuviera trazas ni modo para librarse, no solo no le agradecia, pero buscaba caminos por donde pudiese escurecer las buenas obras recibidas. V?lo con determinacion de volver la hoja, y vengarse de ?l por la mejor via que pudiese; pero ataj?le con advertirle que arrepentirse del bien que habia hecho no cabe en ?nimos nobles.

Pues hacer mal, dije, al quien hicistes bien, arguye poca firmeza y constancia en el valor del ?nimo. Vengaros por tribunales es yerro notable, porque nunca las ofensas manchan, hasta que lleguen ? tan miserable estado; especialmente que si vos me dec?s que es hombre desadornado de partes heredadas ? adquiridas, ?qu? agradecimiento os ha de tener ? vos, si no agradece ? Dios haberle puesto en el estado que no merecia, ni pens? merecer? Y preg?ntoos, ?qui?n hizo mal, ?l ? vos? Respondi?me: Claro est? que ?l. Pues en?jese ?l, dije yo, que hizo tan gran maldad, como no agradecer; que vos que no hicisteis mal, no teneis de qu? sentiros, sino de que estar muy contento. Y no querais desmerecer con Dios la buena obra que hicisteis. Consol?se de manera que si habia sido mi amigo hasta all?, por este consejo creci? mucho m?s la amistad. Y realmente, la quietud del ?nimo no admite alteraciones advenedizas de pechos, ? intenciones, en quien se asienta mal la paz y tranquilidad del alma. H?nse de huir semejantes recuentros, por el mejor medio que fuere posible; y si es forzosa la comunicacion, como sucede en comunidades, usar de ella en solo aquello que no puede escusarse, llevando siempre por guia la justicia y la verdad, de manera, que los que viven con cuidado de hallar en qu? tropezar, se corran y confundan; y cuando no sucediere como se desea y como seria razon, ? lo menos quedar? muy seguro en su conciencia y desapasionado quien as? lo hubiere hecho. Que el hombre constante, y de ?nimo quieto, ? s? propio se ha de temer y guardarse de s? m?s que de los contrarios. Si le ofenden con razon, calle por s? propio, y enmi?ndese de la culpa; si le murmuraren sin ella, consu?lese, viendo que est? libre de calumnia. De suerte, que por todos caminos, el silencio es refugio y acogida de los agravios con malicia. Pero tornando ? lo primero, ?por qu? pensais, le dije, que dicen ordinariamente: nunca falta un Gil que me persiga? que no dicen un don Francisco, ni un don Pedro, sino un Gil, es porque nunca son perseguidores; sino hombres bajos como Gil Manzano, Gil Perez; ni para verdugos y comitres buscan, sino hombres infames y bajos, enemigos de piedad, bestias crueles, sin respeto ni verg?enza, inclinados ? perseguir ? la gente que ven levantarse en actos de virtud, como este miserable de quien os quejais. De estos la comunicacion por ningun camino es buena, porque no son capaces de hacer bien, ni pueden dejar de hacer mal; lo cual se ataja, no conoci?ndolos para que no lo hagan. Pues suele pasar, dijo, por cerca de m?, sin quitarme el sombrero. Eso, dije yo, ? ser? por descuido, ? por descortes?a. Si por descortes?a, en?jese como tengo dicho consigo propio, porque ha hecho mal, y no os enojeis vos por los pecados del otro, que fu? descort?s y mal criado. Que vos no os habeis de alterar, no habiendo cometido culpa: y si se hace por descuidado, consigo trae la disculpa; porque los que caen en esta inadvertencia, no podemos juzgar si van pensativos, ? ocupados por imaginaciones de negocios que pueden suceder por muchas cosas, ? inculpados, de que no podemos ser jueces, no tener ciencia, ni razon de sentirnos y alterarnos. Y en esto de las cortes?as, no tenemos de qu? enfadarnos. Lo uno, porque el no usarla con nosotros, no es por culpa nuestra. Lo otro, porque quien da, no da m?s de lo que tiene, y quien no tiene cortes?a, no es mucho que no la d?, y la regla general es, que en ninguna manera habemos de tomar fastidio de lo que no sucede por culpa nuestra, que los descorteses su castigo tienen acerca de quien los conoce.

Saliendo de M?laga, me par? entre aquellos naranjos y limoneros, cuya fragancia de olor con gran suavidad conforta el corazon; y p?seme ? mirar y considerar la escelencia de aquella poblacion que as? por la influencia del cielo, como por el sitio de la tierra, escede ? todas las de Europa en aquella cantidad que su distrito abraza. Y estando en esta contemplacion, v? venir h?cia m? una cosa que parecia hombre sobre una mula hablando entre s? ? solas, con un movimiento de brazos, meneo de rostro y alteracion de voz, como si fuera hablando con alguna docena de caminantes. Volv? la rienda ? mi macho, pic?ndole con toda la priesa posible, antes que pudiese llegar ? m?, porque le conoc? la enfermedad; que para huir de un hablador de estos querria tener, no solamente pi?s de galgo, sino alas de paloma; y si ellos supiesen cu?n odiosos son ? cuantos los oyen, huirian de s? propios. Que la locuacidad, fuera de ser enfadosa y cansada, descubre f?cilmente la flaqueza del entendimiento, suena como vaso vac?o de substancia, y manifiesta la poca prudencia del sugeto, y tiene tan buena gracia con las gentes, que jam?s son creidos en cosas que digan, porque aunque sea verdad, va tan derramada, ahogada y desconocida entre tantas palabras, como el olor de una rosa entre muchas matas de ruda: son estos habladores como el helecho, que ni da flor ni fruta: son el raudal de un molino, que ? todos los deja sordos y siempre ?l est? corriendo. No hay toro suelto en el coso que tanto me haga huir como un palabrero de estos, y en resolucion no hay buen rato en ellos sino cuando duermen, como me sucedi? en este, que por mucha priesa que me d? ? huir, me alcanz? y salud? como el verdugo por las espaldas, y apenas le hube respondido, cuando me pregunt? ad?nde iba, y de d?nde era. ? lo primero le respond?, mas ? lo segundo no me di? lugar ? que le respondiese, y prosiguiendo me dijo: Pregunto de d?nde es vuesa merced porque yo soy del reino de Murcia, aunque mis padres fueron monta?eses, de un linaje que llaman los Collados. ? lo menos no callados: mir?le mientras iba hart?ndose de hablar que tenia razonable cuerpo y talle, aunque era con un gran defecto que era zurdo, y queria parecer derecho. Que aunque la fealdad del zurdo es grande, tengo por peor la del que disfraza, ? quiere disfrazar la falta natural, porque arguye doblez y artificio en lo interior de la condicion; y siendo este g?nero de hombres tan conocidos por este defecto, como los eunucos por el de las barbas, as? quieren persuadir ? que no lo son, como estotros ? que no han llegado ? edad de barbar, y los unos y los otros con querer negarlo, ? disimularlo, dan ? entender cu?n grande falta es, pues la niegan.

Este buen hombre, jugando de una y otra mano, y arqueando las cejas, que tenia grandes, con dos rayas entre ellas profundas, ojos aunque no peque?os, cerrados siempre que hablaba, como si con los ojos se oyera, y todo el rostro acabronado, quiero decir, libre, alto y desvergonzado; dijo mil disparates, ? que yo nunca estuve atento, porque le conoc? luego. Cont? valent?as suyas, ? las cuales yo estuve tan atento, como ? todo lo dem?s, de suerte que nunca me di? lugar para responderle ? lo que me habia preguntado, hasta que habiendo andado dos leguas, como de tanto hablar habia gastado la humedad del celebro, labios y lengua, en una venta que llaman del Pilarejo, pidi? un jarro de agua, y en comenzando ? beber le respond? ? su pregunta, diciendo: De Ronda. Quit?se el jarro de la boca, y d?jome: Hu?lgome porque voy h?cia all? de llevar tan buena compa??a. Torn? el jarro ? la boca, y mientras acab? de beber, le dije: Antes es la peor del mundo, porque no hablar? palabra en todo el camino. ?Esa virtud del silencio, dijo, tiene vuesa merced? Ser? prudente y estimado de todo el mundo, que del poco hablar se conoce la prudencia de los sabios, que es una virtud con que un hombre asegura los da?os que por su causa sola pueden venir. Yo no soy amigo de hablar: cuando dan tormento ? alguno si no habla ni confiesa, lo tienen por valeroso, por haber callado lo que le habia de da?ar. En un banquete, los callados comen m?s y mejor que los otros, y hablan menos, porque oveja que bala bocado pierde, aunque yo no soy amigo de hablar. El sue?o tan importante para la salud y vida, ha de ser con silencio. Cuando uno est? escondido, como suele suceder, en casa ajena, por callar se salva, aunque se le salga algun estornudo. Que el silencio es virtud sin trabajo, que no es menester cansarse con libros para callar. El callado est? notando lo que los otros hablan, para ech?rselo despues en cara. Yo no soy amigo de hablar. Con estos disparates y otros tan materiales, iba alabando el silencio, y cans?ndome ? m? y prosiguiendo con su inclinacion, dijo: Yo no soy amigo de hablar, sino por entretener en el camino ? vuesa merced, que me parece hombre principal, voy aliviando el cansancio. Yo busqu? mil invenciones para librarme de ?l, y seguir mi camino ? solas: pero no fu? posible dejarlo, y al fin le dije: Se?or, yo tengo necesidad de apartarme ? la mano izquierda, y pasar este rio, porque tengo qu? hacer en Coin. ?Pues por tan desconversable me tiene vuesa merced, dijo ?l, que no le habia de acompa?ar? ?l prosigui?, y como no sali? bien lo primero, fu?me divirtiendo con los ruise?ores, que nos daban m?sica por el camino, admir?ndome de ver con cu?nto cuidado se van poniendo delante de los hombres para que oigan la melod?a de su canto, ? veces llevando el canto llano con la quietud del tenor, y luego con la disminucion del tiple, convidando al contrabajo ? que haga el fundamento, sobre que van las voces saliendo ? veces sin pensar con el contralto. Concierto no imitado de los hombres, sino ense?ado ? los hombres, ? quien sirven con gran cuidado de darles gusto, pues en la orilla de aquel rio, y en cualquiera parte que los haya, tanto con m?s escelencia usan de su armon?a, cuanto m?s cerca se hallan de los hombres. Con esto pude disimular, y sufrir algun tanto la gotera y continuacion de este impertinente hablador, hasta que llegamos ? una venta, donde fu? forzoso comer. En acabando yo me hice enfermo, por quedarme sin ?l, mas ?l dijo: Juntos salimos de M?laga, juntos habemos de llegar ? Ronda; que como yo callaba y ?l hablaba cuanto queria, le parec? bien para compa??a. V?me cansado, atajado y molido; porque aunque confieso de m? que s? usar de la paciencia en muchas cosas, s? que no la tengo para oir hablar mucho y prolijamente, y as? me determin? ? usar del remedio contra los habladores, que es hablar m?s que ellos. En acabando de comer el buen hombre, estendiendo los brazos con un gran bostezo, comenz? ? decir: Por aqu? pas? el Rey Don Fernando y su gente, cuando despues de ganada Ronda vino sobre M?laga, y habi?ndole faltado recursos, por los muchos gastos que se le habian recrecido, y por haber acosado ? los pueblos circunvecinos con los cont?nuos rencuentros, trazas y estratagemas de que habia usado por ganar ? Ronda, estuvieron dos ? tres dias los soldados sin recibir mantenimiento, por donde pensaron perecer de hambre. Yo le ataj? con gran furia, diciendo: Y aun yo me acuerdo, que lo o? contar ? mi bisabuelo, que habia traido de la campi?a de los pueblos circunvecinos de cristianos de Ronda una gran manada de ganado de cerda, de que ahora hay m?s abundancia que en toda Espa?a, para mantenimiento del real: como se hubiese acabado ya todo el ganado vacuno, y quedasen algunos cochinos, mand? el Rey Cat?lico que le guardasen una docena de ellos, y que por ningun camino tocasen ? ellos, por ser grandes y largos, para casta. Como los soldados, gente sin paciencia, se veian perecer de hambre, y la provision que esperaban se tardaba, aunque estaban atrincherados, y cercados de enemigos de toda la Hoya de M?laga, donde por fuerza habian de vivir con recato; vieron dos ? tres camaradas que se habian desmandado los puercos h?cia la espesura de estos ?rboles, por la ribera del rio, que como llevaban seguridad y salvoconducto, nadie tocaba ? ellos. Acudi? un arcabucero de la camarada, y por entre las ramas le encerr? dos balas en el cuerpo ? un cochino de aquellos. ?Arma, dijeron todos, arma, enemigos, arma! P?sose todo el real en arma; los soldados arrastraron el puerco h?cia su tienda, y meti?ronlo entre la ropa de un baul. Acudieron ? todas las partes por donde se podia temer flaqueza ? peligro, porque en semejantes ocasiones ninguno sino los centinelas puede disparar un arcabuz; y como hallaron seguridad, mand?se que se hiciese pesquisa por un sargento mayor ad?nde y por qu? se habia disparado el arcabuz: ech?se de ver que habia sido por la muerte del cochino. Los tres soldados con los pi?s borraron el rastro de la sangre, y envolvi?ndole entre sus vestidos y camisas, lo encerraron en el suelo del baul, que le sirvi? de sepulcro hasta que lleg? el sargento mayor, ? inform?ndose de tienda en tienda. Llegando ? la de los soldados, negando ellos lo del cochino, lleg? el sargento mayor ? mirar detr?s del baul, y en mene?ndolo, el cochino de lo entra?able de las tripas en contrabajo di? un profundo gru?ido, porque no era muerto, y secund? con otro m?s recio.

El sargento mayor, que se enter? del caso, y padecia tanta hambre como ellos, mir?los sin hablar palabra. Ellos erizado el cabello, tembl?ndoles las manos, y confuso el rostro, cuando entendieron que los habia de ahorcar, ? hacer otro castigo muy grave, el sargento mayor, poniendo el dedo en la boca, les dijo: Env?enme mi parte, y comamos todos. Con mucha disimulacion torn? ? su pesquisa de tienda en tienda, y cuando lleg? ? la suya, hall? entre unos drapos sucios la parte del cochino, que le pareci? que habia venido del cielo. Entonces dijo el hablador: Pues ? prop?sito de esto contar?: y al momento ataj?le con decir: Pues no par? aqu?, ni he contado la mitad del cuento, y diciendo mil disparates, semejantes ? los pasados, lo rend? de manera que cogi? su mula y se fu? camino de Alora sin despedirse, y yo me qued? en la venta de Don Sancho, descansando de lo mucho que habia hablado y habia sufrido hablar, que con ser el medio con que se entienden los hombres unos con otros, la demas?a destruye el buen fin para que fu? concedido ? los hombres, y no ? los dem?s animales; la comunicacion del hablar, y la dulzura de la lengua que tantas excelencias tiene, y que ella es el int?rprete del alma, satisfactoria ? lo que le preguntan, exhortadora al bien, consoladora en el mal, relatora fiel de las sentencias, medianera en las amistades, agradable para el oido, en la soledad compa?era, declamadora para persuadir, y voz para comunicarnos. Dejo otros muchos provechos, que aunque son materiales, son muy necesarios, como es traer la lengua el mantenimiento de una parte ? otra, para que si est? muy caliente se temple, y si est? frio se acaliente, y baje al est?mago, de manera que lo abrace bien. Mas, ?qu? asquerosa y babosa fuera la boca, si no hubiera lengua que recogiera la saliva que sin licencia se destila del celebro, y sube del est?mago? ?Como si pudiera arrancar la flema del pecho si no ayudara la lengua? ?Qui?n negar? la gracia que tiene para pedir, y la desgracia para despedir? Maravillosas propiedades tiene para lo material.

Pero ?qui?n, ? c?mo podr? decir las calidades de la lengua, aunque ella propia tuviese su libre alvedr?o sin tener dependencia de otra parte, para hablar de s?? Dicen algunos que es de hechura de hierro de lanza, y eng??anse, porque ni es tan ancha por lo ancho, ni tan puntiaguda por el remate. ? m? me parece que tiene hechura de cabeza de culebra; y quien quisiere advertir en ello, v?ala mir?ndose ? un espejo, y hallar? lo que digo: ver? el f?cil movimiento que tiene, m?s veloz que todos los dem?s miembros del cuerpo, como de su movimiento propio se alarga y se encoge, se angosta y ensancha, con qu? ligereza sube ? lo alto de la boca, y baja ? lo bajo, y se mueve al un labio y al otro, c?mo sale afuera, y vuelve adentro, sin ver con qu? se alarga, ni d?nde se encoge: y mir?ndola con todos estos accidentes parece v?bora que est? ? la boca de su cueva para salir ? no salir. Y en fin sale, teniendo en su guarda y defensa los dos adarves de dientes y labios, que le estorban la libertad del hablar, pero no por eso deja de hablar cuanto le mandan, y algunas veces mucho m?s de lo que le mandan. Vicio infame, y que ordinariamente se halla en gente muy humilde, como pescaderas y lavanderas; y si son hombres, son semejantes en nacimiento y costumbres, que si pensasen cu?nto importa para la quietud de la vida y seguridad de la muerte, antes querrian ser mudos que hablar tanto y tan mal. Mil veces he pensado por qu? llaman ? estos deslenguados, teniendo tan larga la lengua. Y dejadas otras razones, digo que como hablan tanto, y tan mal, parece que han de tener la lengua gastada y consumida de hablar; y por eso les llaman deslenguados, siendo lenguados, y aun aced?as, pues tantas engendran en quien los sufre. Y dije que parece la lengua cabeza de culebra, porque tan dispuesta se halla para picar ? morder, como para alabar ? persuadir. Mas ?cu?n dulce cosa es decir bien! ?Qu? de amigos se grangean por ello, y qu? de enemigos por lo contrario! En cuantas pesadumbres suceden en el mundo habria templanza y moderacion, si la hubiese en la lengua, que por ella se traban cuantas pendencias suceden en las comunidades ? cabildos. ?Qu? f?cil cosa es conceder una verdad, y qu? dificultoso contradecirla! Pues al fin no se ha de dar razon conveniente para derribarla. El contradecir la verdad, por salir cada uno con la suya, bien se echa de ver que es estimarla en poco, y su misma reputacion. Que aunque por algunos respetos le dejan salir con su intencion, al fin todos echan de ver la vanidad que sustentaba, y ?l queda corrido y arrepentido; y ? todos los que se aprovechan mal de la lengua les viene luego el pesar al pi? de la obra. Tristes de aquellos que ponen su justicia en la confianza de su ruin lengua, que si por ese camino la alcanzan, toda la vida pasan con escr?pulo, y la muerte sin restitucion . Todas las heridas que un hombre da con el brazo paran all? donde se recibe el da?o. Si ofende con la pisada no pasa de all? el da?o. Pero la herida que hace la lengua va cundiendo y extendi?ndose de la misma manera que el movimiento que hace una piedra en un charco de agua, que ? todas partes se va estendiendo, ? como la voz que se da al aire, que ? todas partes corre, y va creciendo, que la palabra una vez echada no sabe volverse ? su due?o, ni es se?or de lo que pudo retener en s? y lo dej? ir. Llaman sat?rico de pocos a?os ? esta parte al que tiene ruin lengua; mas impropiamente, que no tiene lo uno parentesco con lo otro: porque las s?tiras no nacen de la ponzo?a de la lengua, sino del celo de reprehender un vicio, que por ser insensible ?l en s?, se reprehende en quien lo tiene. Mas la hambre y sed de la ruin lengua no tiene discurso como el que compone la s?tira; y si lo tuviese, ? espacio para pensar los inconvenientes, no se arrojaria tan f?cilmente contra la honra del pr?gimo. Aquel fil?sofo que pregunt?ndole cu?l era el animal m?s ponzo?oso en la mordedura, respondi? que de los bravos el maldiciente, y de los mansos el lisonjero, no declar? cu?l se llama verdaderamente lisonjera, que realmente la lisonja es una mentira dicha con blandura en alabanza del presente: como si ? un hombre ignorante le llamasen sabio, ? ? la mujer fea la llamasen hermosa.

Esta es realmente adulacion y conocida lisonja, y es grande maldad decirla, y mayor ignorancia consentirla; pero no se llamar? lisonja ? la mujer que es medianamente hermosa y parece bien, llamarla muy hermosa, ni al hombre que tiene razonable talle, decirle que es gentil hombre; ni lo ser? al que canta ? gusto de quien lo oye, decirle que es un Orfeo, ni al que es muy razonable poeta decirle que es un Horacio, que algo se ha de a?adir para que los ?nimos se alienten ? pasar adelante con los actos de virtud; porque si la honra es el premio de la virtud ?c?mo sabr? el virtuoso la opinion que tiene en el pueblo si no se lo dicen en su cara, y le animan para que prosiga en merecer m?s y m?s cada dia? As? que decirle bien de s? propio al que tiene en qu? fundarlo no es lisonja, sino dejarlo sabroso para que no cese en su buen prop?sito; y el que lo dice, sabi?ndolo decir, se acredita de afable, y de juez que conoce lo que se debe ? las buenas partes. ?Qui?n ser? tan inhumano que tenga por lisonja decirle ? Lope de Vega que no ha habido en la antig?edad m?s escelente ingenio por el camino que ha seguido? ?Ni tan bruto que porque el otro sabe echar cuatro pullas con donaire, diga que es gran poeta? Todos estos son oficios de la lengua, que si es como la de aquel hablador, todo lo destruye y todo lo da?a, as? solapando el mal, como desacreditando el bien; porque en la demas?a es imposible caber los actos de justicia, y m?s si el hablar mucho cabe en una mujer ignorante y hermosa, que para un hombre de recogimiento y estudio hace m?s ruido y ocupa m?s en una casa que un corral de doscientas gallinas. El hablar mucho est? lleno de mil inconvenientes, y pocos habladores ? ningunos he visto enmendados; porque cuanto m?s viven y duran, crece m?s la licencia del hablar y el parecerles que lo pueden hacer. El hablar con moderacion regala el oido, cria voluntad y amor en quien lo oye, y hace una armon?a en el oyente, que no hay cuatro voces concertadas que as? lo suspendan. Mas, ?qu? fuera de la m?sica de voces si no hubiera lengua que pronunci?ra las s?labas y form?ra los puntos? Parecieran los m?sicos vacas en acequias, ? azudas en procesion. Y aunque yo use mal del precepto que doy en hablar poco, no puedo dejar de condenar un g?nero de gentes que en comenzando ? hablar son como rueda de cohetes, que hasta que ha despedido toda la p?lvora no para. Son descorteses si no oyen lo que les responden, y se hacen odiosos ? todo el mundo. H?se de hablar lo necesario, respondiendo y dando lugar ? que se responda con silencio justo, ? ajustado con la conversacion, si pudiere ser con agudeza y donaire, si no ? lo menos con cordura, moderacion y aplauso, no pensando que se lo han de hablar todo. Como divinamente hace Do?a Ana de Zuazo, que usa de la lengua para cantar y hablar con gracia, concedida del cielo para milagro de la tierra. ? como Do?a Mar?a Carrion, que si no fuera con tantas ventajas hermosa, con sola la cordura y gracia de su lengua pudiera ser estimada en el mundo. No quiero traer en consecuencia de esto ? los grandes oradores, como es el Maestro Santiago Pico de Oro, al Padre Fray Gregorio de Pedrosa, al Padre Fray Pl?cido Tosantos, y el Maestro Ortensio, divino ingenio, el Padre Salablanca, tan semejante en la vida ? la escelencia de sus palabras, y otros escelent?simos sugetos, que parece que hablan con lenguas de ?ngeles m?s que de hombres. Pero para reprehender el mucho hablar he yo hablado demasiado, por persuadir ? quien tiene esta falta que se reforme en ella. Aquella noche descans? en un pueblo que est? cerca del camino que llaman Cazarabonela, abundant?simo de naranjas y limones, con muchas aguas y frescuras, aunque al pi? de muy altas pe?as.

Por la ma?ana tom? el camino por entre aquellas asperezas de riscos y ?rboles muy espesos, donde v? una extra?eza entre muchas que hay en todo aquel distrito, que nacia de una pe?a un gran ca?o de agua, que salia con mucha furia h?cia afuera, como si fuera hecho ? mano, mirando al oriente, muy templada, m?s caliente que fria, y en volviendo la punta del pe?asco salia otro ca?o correspondiente ? ?ste, muy helado, que miraba al poniente; en lo primero el romero florido, y ? dos pasos aun sin hojas, y todo cuanto hay por ah? es de esta manera. Unas zarzas sin hojas, y otras con moras verdes, y poco adelante con moras negras. Todo cuanto mira ? M?laga muy de primavera, y cuanto mira ? Ronda muy de invierno, y as? es todo el camino. Por entre aquellos ?rboles muy lleno el camino de manantiales y aguas, que se despe?an de aquellas alt?simas bre?as y sierras, por entre muy espesas encinas, lentiscos y robles; y como solo imaginando en las extra?as cosas que la naturaleza cria, cuando sin pensar d? con una transmigracion de gitanos, en un arroyo que llaman de las Doncellas, que me hiciera volver atr?s si no me hubieran visto, porque se me represent? luego las muertes que sucedian entonces por los caminos, hechas por gitanos y moriscos; como el camino era poco usado, y yo me v? solo y sin esperanza de que pudiera pasar gente que me acompa??ra, con el mejor ?nimo que pude, al mismo tiempo que ellos me comenzaron ? pedir limosna, les dije: Est? en hora buena la gente. Ellos estaban bebiendo agua, y yo les convid? con vino, y alargu?les una bota de Pedro Jimenez de M?laga, y el pan que traia, con que se holgaron; pero no cesaron de hablar y pedir m?s y m?s. Yo tengo costumbre, y cualquiera que caminare solo la debe tener, de trocar en el pueblo la plata ? oro que h? menester para el espacio que hay de un pueblo ? otro, porque es peligros?simo sacar oro ? plata en las ventas, ? por el camino, y trayendo en la faltriquera menudos, saqu? un pu?ado, con que les d? y repart? limosna ? cada uno como me pareci?. Las gitanas iban de dos en dos, en unas yeguas y cuartagos muy flacos; los muchachos de tres en tres, y de cuatro en cuatro, en unos jumentos cojos y mancos. Los bellacones de los gitanos ? pi?, sueltos como un viento, y entonces me parecieron muy altos y membrudos, que el temor hace las cosas mayores de lo que son; el camino es estrecho y peligroso, lleno de ra?ces de los ?rboles, muchos y muy espesos, y el macho tropezaba cuanto podia; d?banle los gitanos palmadas en las ancas, y ? m? me pareci? que me las querian dar en el alma; porque yo iba por lo m?s bajo y angosto, y los gitanos por los lados superiores ? m?, por veredillas enredadas con mil matas de chaparros y lentiscos, que cada momento me parecia que me iban ya ? pegar; y en medio de esta turbacion y miedo, yendo mirando con cuidado ? los lados, moviendo los ojos, sin mover el rostro, lleg? un gitano de improviso, y asi? del freno y la barbada del macho, y queri?ndome yo arrojar en el suelo dijo el bellaco del gitano: Ya ha cerrado, mi ce?or. Cerrada, dije yo entre m?, tengas la puerta del cielo, ladron, que tal susto me has dado. Preguntaron si lo queria trocar, y habi?ndome atribulado del trago pasado, y de lo que podia suceder; mas considerando que su deseo era de hurtar, y que no podia echarlos de m? sino con esperanzas de mayor ganancia, con el mejor semblante que pude, saqu? m?s menudos, y reparti?ndolos entre ellos, dije: Por cierto, hermanos, s? hiciera de muy buena gana, pero dejo atr?s un amigo mio mercader, que se le ha cansado un macho en que trae una carga de moneda, y voy al pueblo ? buscar una bestia para traerla. En oyendo decir mercader solo, macho cansado, carga de moneda, dijeron: Vaya su merced en hora buena, que en Ronda le serviremos la limosna que nos ha hecho. Piqu? al macho, y le hice caminar por aquellas bre?as m?s de lo que ?l quisiera. Ellos quedaron hablando en su lenguaje de gerigonza, y debieron de esperar ? acechar al mercader para pedirle limosna, como suelen, que si no us?ra de esta estratagema, yo lo pasara mal. Sabe Dios cu?ntas veces me pes? de haber dejado la compa??a del hablador, cuando habl?ra mucho y me enfad?ra, mas al fin no me pusiera en el peligro en que estuve. Que realmente para caminar por enfadosa que sea la compa??a tiene m?s de bueno que de malo, y aunque sea muy ruin, la puede hacer buena el buen compa?ero, no comunic?ndole cosas que no sean muy justas. Y para tratar de lo que se ofrece ? la vista, por el camino es buena cualquiera compa??a. Que bien nos di? ? entender Dios esta verdad cuando acompa?? un brazo con otro, una pierna con otra, ojos y oidos, y los dem?s miembros del cuerpo humano, que todos son doblados sino la lengua, para que sepa el hombre que ha de oir mucho y hablar poco. Iba volviendo el rostro atr?s, para ver si me seguian los gitanos, que como eran muchos, podian seguirme unos y quedarse otros; pero la misma codicia que ceb? ? los unos detuvo ? los otros, y as? me dejaron de seguir. Llegu? al pueblo m?s cansado que lleg?ra si no fuera por miedo de los gitanos. Despues v? en Sevilla castigar por ladron ? uno de los gitanos, y una de las gitanas por hechicera en Madrid; pero despues que estuve sosegado y sin alteracion, se me represent? en aquellos gitanos la huida de los hijos de Israel de Egipto. Iban unos gitanillos desnudos, otros con un coleto acuchillado, ? con un sayo roto sobre la carne: otro ensay?ndose en el juego de la correguela. Las gitanas, una muy bien vestida, con muchas patenas y ajorcas de plata, y las otras medio vestidas y desnudas, y cortadas las faldas por vergonzoso lugar: llevaban una docena de jumentillos cojos y ciegos, pero ligeros y agudos como el viento, que los hacian caminar m?s que podian. Dios me ofreci? y depar? aquella estratagema, porque los gitanos eran tantos que bastaban para saquear un pueblo de cien casas. Repos? y com? en aquel pueblo, y ? la noche llegu? ? Ronda, donde hall? ? mis mercaderes muy deseosos de verme y muy adelante en su trato. Lo que all? me pas? no es de consideracion, porque en una feria tan caudalosa son tantos los enredos, trazas, hurtos y embelecos que pasan, que para cada uno es menester una historia. Yo no iba ? tratar ni ? contratar, sino ? negocios de mis estudios, y visitar mis parientes; pero serv?les ? los mercaderes de gozquecillo, para mostrarles algunas cosas muy notables y dignas de ver que tiene aquella ciudad, as? por naturaleza, como por artificio, como es el edificio famoso de la mina por donde se proveia de agua siempre que estaba cercada de contrarios.

Yo negoci? ? lo que iba, y vine ? Salamanca, donde estuve hasta que se hizo una armada en Santander, de donde fu? general Pedro Melendez de Avil?s, adelantado de la Florida, muy gran marinero, que por ser para navegar se la encomendaron. Yo con el deseo que tenia de ver mundo desampar? los estudios, y me acog? en compa??a de un amigo capitan, que iba haciendo gente para la dicha armada, que quien viera la gente que se junt? en ella de Andaluc?a y Castilla, juzg?ra que para todo el mundo bastaba: pero como la mano de Dios lo gobierna todo, y sin su incomprehensible voluntad, ni el poder de los reyes, ni el valor de los generales, ni la furia de los grandes soldados es bastante para derribar la flaqueza de un miserable hombre, tuvo infelic?simo fin aquel poderoso ej?rcito: no en batalla, porque no lleg? ? ese punto, sino que se cundi? una enfermedad en los soldados, de que casi todos murieron sin salir del puerto. Embarc?se lucid?sima gente moza y robusta, con muy grandes esperanzas que el gallardo brio les prometia. Yo me embarqu? en una zabra con la compa??a en que fu?, aunque con diferente capitan, porque hubo reformacion, y de este segundo fu? yo alf?rez en armada, de quien se dijo: Desdichada la madre que no tuvo hijo alf?rez. Era almirante don Diego Maldonado, caballero de bon?simo gusto, en cuya gracia yo ca?, y en su desgracia nunca, por cuyo respeto me di? su bandera el segundo capitan. Di?ronme unas tercianas dobles que andaban fuera y dentro de la mar; y como nunca las cosas, por poco pr?speras que sean, se poseen sin envidia, di? en tenerla de m? un hidalguete de la misma compa??a que traia ocho ? diez camaradas que procuraban con grandes veras derribarme del oficio de alf?rez; pero cuanto m?s ellos ocasiones me daban para su intento, tanto m?s me apartaba yo de tomarlas; porque puesto un hombre en ellas, mal sabe resistirse, y no hay remedio tan excelente para huir los males, como no aceptar el envite de las ocasiones, particularmente en la edad robusta que yo entonces tenia, que aunque no era muy mozo, era muy col?rico, y la enfermedad me hacia andar desgraciado. Por apartarme de este hidalguete me estuve en tierra algunos dias sin entrar en el nav?o, que todo esto se ha de hacer por evitar pesadumbres: y una hu?speda mia me curaba las calenturas con darme ? beber vino de Rivadavia con suciedad de ratones, que los enfermos todo lo creen, como vaya en ?rden de darles salud. Como yo era fogoso, m?s se encendian las calenturas, y m?s se encendia el ?dio del envidioso; de suerte que por su causa me mandaron que fuese al nav?o: h?celo, y aun estando con mi calentura; y como ?l estaba puesto en su malicia, determin? con sus camaradas, con quien el pobre gastaba lo poco que tenia muy bien, de darme la ocasion ? manos llenas. Yo sabia nadar, y ?l no; fu? tanta la ocasion, que me oblig? ? responder: estando ?l y sus camaradas al bordo del nav?o, me desminti?. Ofreci?seme de improviso si le daba un bofeton, que me ponia en peligro que los camaradas me diesen de pu?aladas; y as?, sin hablar palabra, me abrac? con ?l, y me arroj? en la mar, y d?ndole cuatro coces donde los camaradas no podian ayudarle, ech?lo ? fondo, y dando dos braceadas, as?me al bordo de la chalupa. El pobre, habiendo tragado algunos cuartillos de agua, sali? h?cia arriba; y lo primero que encontr? con que asirse fu? una pierna mia, que agarr? tan fuertemente, que con muchas coces que le d? con la otra, no fu? posible hacer que la soltase. Los bellacones, en cuyo favor y ?nimo ?l se habia fundado para atreverse, en lugar de favorecerle ? ?l y ? m?, estaban al bordo del nav?o pereciendo de risa de verlo asido de mi pierna, y ? m? asido de la chalupa. Yo d? voces ? los marineros, porque ?l no podia hablar, que echasen un cabo: ech?ronle y bajaron dos de ellos, y como si fu?ramos dos atunes, dieron con nosotros en la chalupa, aunque ? m? solo me estorbaba para salir no dejar el otro mi pierna; pero ?l, como se vi? en elemento que no conocia, sali? medio ahogado: subidos arriba, le dieron al otro ciertas coces en la barriga, con que vomit? el agua mala, y yo me enjugu? de la que habia cogido en el vestido: de suerte, que para la vida le aprovech? m?s al pobre una pierna del enemigo, que doce brazos de sus amigos; que ordena el cielo de manera las cosas, que las amistades y favores fundados en malos intentos, no aprovechen para el mal fin. Nadie se fie en lo que no fuere suyo, que es f?cil el prometer ayuda y dudoso darla, que cada uno en la ocasion mira su da?o, y no la obligacion en que le pusieron. D?bale osadia el desprecio mio con el favor de los otros, y en ese mismo desprecio hall? la vida que por el favor tuvo en duda. Yo con mi determinacion deshice mi agravio, ahuyent? la calentura y d? que reir ? toda la armada. En confianza de ajeno favor nadie se atreva ? hacer cosas mal hechas. S?polo el adelantado, que ri? mucho de ello. Vino ? vernos el almirante por saber que habia sido conmigo la pesadumbre, y diciendo con grand?sima gracia: Estas amistades pasadas por agua y hechas por Neptuno, yo como almirante las confirmo; y pues saben, se?ores soldados, que debajo de bandera no hay agravio, al que lo hiciere se le dar?n tres tratos de cuerda, y al que lo sufriere le tendr?n por muy honrado soldado, considerado y cuerdo. Regal? al medio muerto de temor, y ? m? me llev? ? comer consigo, diciendo mis disparates ? cuantos encontraba de la armada, que fu? tan desdichada, que de casi veinte mil soldados que se embarcaron muy gallardos, solo trescientos quedaron de provecho, que llev? el capitan Vanegas ? donde le mandaron, que no bast? la diligencia del conde de Olivares, excelent?simo ministro, capaz para gobernar un mundo, discreto, sagaz y sabio en todas materias. Muri? all? el adelantado, y otros grandes ministros de S. M., con que aquella gran m?quina se acab? de deshacer. Yo dispar? como los dem?s que quedaron ? reparar la salud con la convalecencia: que realmente todos los que no murieron cayeron enfermos: y entendi?se que se hizo algun da?o en los mantenimientos. Sal? de Santander, y tom? mi derrota por Laredo y Portugalete: llegu? ? Bilbao, donde me sigui? mi fortuna, como suele. Aunque no iba muy recio ni convalecido, llevaba algunas galillas de soldado; y como aquella armada habia dado tan grande tronido, todos gustaban de ver soldados de ella. Las mujeres particularmente, como m?s noveleras, salian ? ver cualquiera soldado que venia.

Estando en una Iglesia de Bilbao, puso los ojos en m? una vizcaina muy hermosa, que las hay en estremo de lind?simos rostros; yo correspond? de manera, que antes que saliese, dijo, despues de haber hablado un gran rato, y dado y tomado sobre cierta inclinacion que tenia que venir ? Castilla, que pasase aquella noche por su casa, y que hiciese una se?a. Yo la dije que se?as ordinarias son muy sospechosas, y as?, que en oyendo el ruido de un gato, se pusiese ? la ventana, que yo seria. T?vele en cuidado, y ? las doce de la noche, cuando me pareci? que no habia gente, fu? arrimado ? una pared que hacia sombra, y con mucho silencio me puse en un rinconcillo que estaba debajo de su ventana, donde por la sombra no podia ser visto, y entonces hice la se?a gatuna, ? cuyo ruido se alborotaron los perros, y un jumento solt? su contralto. Andaba de la otra parte un hombre tambien haciendo hora, y como oy? al gato y los perros, estando yo muy atento ? la ventana ? ver si se asomaba, cogi? una piedra, y dijo en vascuence: Valga el diablo los gatos, que han venido ? alborotar los perros, y jugando del brazo y piedra, tir? ? bulto donde habia oido el gato, y di?me en estas costillas una pedrada, pensando espantar el gato. Call?, y llev? lo mejor que pude mi dolor, con que me quit? la atencion de la ventana, y aun el amor de la moza, porque me acord? que Dios lo habia permitido por el poco respeto que habia tenido en la Iglesia, concertando en ella lo que habia de ser ofensa suya; que en los lugares sagrados el temor y la verg?enza han de ser freno para no hacer semejantes atrevimientos; que si los templos son para ofrecer ? Dios sacrificios y pedirle mercedes, ?c?mo las conceder?, teni?ndole poco respeto en su casa? Y quien no tiene temor y respeto en semejantes lugares, arguye ?nimo desvergonzado; porque el temor del hombre viene ? redundar en honra de Dios, y quien no lo tuviere, tampoco vendr? ? tener fortaleza. Nadie siga mujeres en la Iglesia; pues hay harto espacio para verlas fuera, que se han visto muy grandes castigos en hombres que no han tenido respeto ? los templos, y muy grandes mercedes en quien ha temblado de hacer descortes?as en ellos; y no solamente en la verdadera religion, pero aun en el culto de los falsos dioses ha permitido el verdadero muy grandes males en los tales; porque ya que enga?ados del demonio piensan que van acertados, son sacr?legos de lo que tienen por bueno. Retir?me por el mal suceso, y porque las cosas que se han comunicado poco no dan mucha pesadumbre en dejarlas; pero como ella tenia gana de venir ? Castilla, tuvo modo para enviarme ? decir con una amiga suya, tan cerrada en la lengua castellana, como yo en la vizcaina, que ya que no queria pasar por su casa para hablarla, me fuese ? la salida de Bilbao para Vitoria, que all? me hablaria. Y los hombres que en pueblos no conocidos, y de cuyas costumbres no tienen noticia, se atreven ? hacer su voluntad, merecen verse en el peligro en que yo me v?. No hay confianza que no est? sujeta ? algun peligro: y es grande ignorancia tenerla en lo que no se tiene esperiencia. Quien dice en Castilla vizcaino, dice hombre sencillo, intencionado; pero yo creo que Bilbao, como cabeza de reino, y frontera ? costa, tiene y cria algunos sugetos vagamundos, que tienen algo de bellaquer?a de Valladolid y aun de Sevilla.

Yo fu? al puesto un poco tarde, y hall? ? la se?ora vizcaina con una amiga ? compa?era suya: fu?monos hablando, y ? ratos ella cantando en vascuence, porque la otra no sabia una palabra en castellano, y con la materia que ella iba tratando de su ida ? Castilla, divert?monos de manera que anocheci? algo lejos de la ciudad. Volv?monos, y llegando ? un molino, encontramos cuatro hombres perdidos que salian de una taberna, no de sidra, sino de muy gentil vino, que las hay por aquellos molinos arriba. Y viendo con un castellano dos vizcainas, gobern?ronse por sus cabezas, como estaban entonces, pusi?ronse dos de ellos de un lado, y dos de otro, y puesta mano ? sus espadas, me comenzaron ? acuchillar: yo no fu? se?or de m?, porque de la una parte estaba un cerro bien alto, y de la otra una pared bien alta, que bajaba ? un caz de un molino.

Las vizcainas huyeron, y yo hice todo cuanto fu? posible por cogerlos delante, por verme con ellos mejor: pero los bellacos eran matantes, y sabian c?mo se habia de hacer una bellaquer?a. Yo, visto que por fuerza habia de peligrar, no pudiendo tomar la delantera, ni subir por el cerro, ni por los lados, arremet? con los dos para cogerles la delantera, y al mismo tiempo todos juntos cerraron conmigo, y me arrojaron en el caz de aquel molino, y fu? tan cerca del rodezno, que la corriente furiosa del agua me llevaba ? hacer pedazos, si no me asiera de una estaca ? maderilla que estaba hincada, aunque poco fuerte, cerca de la puerta que atajaba el agua para que fuese al rodezno; pero era tan cerca de ?l, y la estaca poco fuerte, que se doblaba con el peso, y yo me iba acercando m?s ? perdicion; los bellacos se fueron siguiendo las mujeres en vi?ndome caido abajo, y como los peligros imprevistos carecen de consejo, yo no le tenia para valerme: la estaca se iba rindiendo, y yo lleg?ndome h?cia el rodezno. Volv? el rostro h?cia el lado izquierdo, y v? un arbolillo peque?o, que se criaba de la humedad del agua, que pens? que tuviera m?s fuerza que la estaca, mas no tenia fortaleza. Por que la corriente no hiciese su oficio, fu? cobrando esp?ritu, dej? la mano derecha en la estaca, y alargu? la izquierda al arbolillo, y pude asirlo de una rama. Repartido el peso entre las dos, aunque no podia resistir ? la inmensa furia del agua, por estar casi llegando con los pi?s al rodezno, pude mejor sostenerme, pero no volver arriba, hasta que sacando la pierna izquierda, que estaba m?s arrimada ? aquel lado que al derecho, top? en la paredilla con una piedra, en que pude estribar muy bien, y haciendo fuerza con ella, ayud?ndome de la de los brazos, mejor?me, hasta poder asir el madero, en que estaba asida la puerta del desaguadero, y encomend?ndolo ? la mano izquierda, saqu? con la derecha la daga, y metiendo el brazo debajo del agua, apalanqu? con la daga, y alc? la puerta tanto, que se col? la mitad del agua, y segundando, como pude, con toda la mano derecha, la levant? de manera, que con la misma furia que iba al rodezno, todo el agua se despe?? por su natural corriente, con que yo pude valerme de mis pi?s, y subir por toda la acequia, asi?ndome ? las estacas que ayudaban ? la presa del molino, y como el que ha resucitado de muerte ? vida, sin capa y espada ni sombrero, iba mirando si era yo el que se habia visto en tan evidente peligro; iba corriendo por aquellos molinos abajo, como el que se habia soltado de la c?rcel, por llegar presto donde me alentase y mudase el vestido, porque no se me entrase aquella humedad de la ropa en las entra?as. Los que me encontraban me hablaban en vascuence, debian de preguntar si estaba loco, yo no respondia palabra, por no me poner ? resfriar.

Cuando llegu? ? mi posada llevaba la mu?eca de la mano derecha m?s gorda que el muslo, del golpe que habia dado. Est?veme en la cama ocho ? diez dias, restaurando la bater?a que habia hecho en m? el espanto de la ya tragada muerte, que fu? el mayor peligro de los que yo he pasado, por ser con quien no sabe hablar, sino hacer y callar. Admir?me de ver que entre gente que tanta bondad y sencillez profesan, se criasen tan grandes traidores, sin piedad, justicia y razon. En el tiempo que estuve en la cama me tomaba cuenta ? m? propio, diciendo: Se?or M?rcos de Obregon, ?de cu?ndo ac? tan descompuesto y valiente? ?qu? tiene que ver estudio con bravezas? Muy bien guardais las reglas de vivir, ?qu? os ense?? vuestro padre? ?no os acordais que el primer precepto que os di? fu? que en todas las acciones humanas tom?sedes el pulso ? las cosas antes que las acometi?sedes; y en el segundo, que si las acomet?ades, mir?sedes si podia redundar en ofensa agena; y el tercero, que con vos mismo consult?sedes el fin que pueden tener los buenos ? malos principios? Muy bien os aprovechais de ellos: ?mas qu? bien parece pasar de estudiante ? soldado, profesiones tan honradas, y despues de soldado ? molinero, y no ? molinero sino ? molido? ?Qu? poca pena le diera al bellaco del rodezno hacerse verdugo y descuartizarme! Tent?bame mis piernas y mis brazos, y como los hallaba, aunque cansados, buenos, daba mil gracias al bendito ?ngel de la guarda, que ?l por su bondad es la prudencia de los hombres, que la nuestra no basta para librarnos de los trabajos y adversidades: pero bast?ra para no ponernos en ellos, sino que se adquiere esta divina virtud tan tarde, y con tanta esperiencia de trabajos y vejez, que cuando les viene ? los hombres parece que ya no la han de menester: y la juventud est? tan llena de variedades y mudanzas naturalmente, que apetece m?s arrojarse ? la fortuna y suerte, que obedecer ? la Providencia. Y confieso, que la poca que yo tuve, me trajo ? punto de perecer miserablemente, donde habia de ser manjar, aun no de peces, sino de gusarapos, si no era que los perros del molino querian hacer algun banquete antes que viniera ? noticia del amo. Yo pas? mi trabajo lo mejor que pude, y pude muy mal, porque en la soldadesca no habia mucho dinero, aunque se hacen en ella los hombres esperimentados para estimar la paz, y animosos para ejercitar la guerra.

Sal? de Vizcaya, ech?ndola mil bendiciones, lo m?s presto que pude por llegar ? Vitoria, donde hall? un gran caballero amigo mio que se llamaba D. Felipe Lezcano, y ?l me hosped? y regal? de manera que pude repararme del trabajo pasado: y por no dejar de verlo todo fu? de all? ? Navarra, siendo Condestable de ella un hijo del gran Duque de Alba D. Fernando de Toledo; pero con gran cuidado de no arrojarme ? cosa que no fuese muy bien pensada; porque como en cada reino, ciudad y pueblo hay diversas costumbres, el que no las sabe, con vivir bien y quietamente cumple con la obligacion natural; y con aquel primer documento que me di? la afliccion del molino, procur? valerme siempre, si no era cuando me olvidaba de ?l, que como mozo tropezaba de cuando en cuando, principalmente en aquellas cosas que sola la edad puede madurar. Cuanto m?s que, es tan poderoso el hacer costumbre en las cosas, que ellas mismas se facilitan con el uso: y cuando no repugnan ? la razon, no se han de dejar si no pide otra cosa la fuerza. Al fin me val? por Navarra y Aragon de manera que adquir? muchos amigos. Y en llegando ? Zaragoza, ciudad y cabeza del antiguo reino de Aragon, que entonces no tenia tan buena fama como mereciera, hall? tantos amigos, y tan buenos, que m?s parec? natural que forastero en el amor que me tenian; pero yo fu? siempre con cuidado de no mirar ? ventana, que son celos?simos los de aquel reino, ni tomar pesadumbre con nadie, ni asir de palabras de poca importancia, que es de donde se traban las enemistades y ?dios. Honr?me en su casa por el tiempo que all? estuve un gran Pr?ncipe muy amigo de m?sica, y de todos actos de ingenio y virtud, honr?ndome y acudi?ndome ? las necesidades de naturaleza; y fu? tanto el favor que me hizo, que me divert? m?s de lo que fuera razon, en juegos, que hasta entonces no habia dado en ellos, que fu? bastante para distraerme, y dar en aquel vicio que me trajo m?s inquieto. Que como en palacio la ociosidad es tanta, y el ejercicio en letras y uso de las ciencias tan poco favorecido, d? en lo que todos daban. Vicio contra caridad, lleno de ira insolente en el que gana, y de humildad forzosa en el que pierde, y que arrastra de manera ? quien lo sigue, que no le deja voluntad para otra cosa. Cu?l antepone el juego ? la honra; cu?l deja mujer ? hijos perecer de hambre, y estos son da?os muy ordinarios; que hay muchos que ni se pueden ni se sufren decir. Un hidalgo de muy buen entendimiento se vi? tan lleno de trampas por el juego, y tan sujeto ? la costumbre, y convertido ya el uso en naturaleza, que reprehendi?ndole su misma madre, y rog?ndole que dejase el juego, y ella le alargaria toda su hacienda, que no era poca, respondi?, que estaba como hombre que tiene atravesada una daga, que vive mientras la tiene, y en sac?ndola muere, y que en quit?ndole el juego se habia de morir. Pero es tanta la golosina del que gana, y tan grande la desesperacion del que pierde, que ni el uno reposa hasta perderse, ni el otro vive hasta desquitarse. El uno se inquieta con la ganancia, el otro se ahoga con la esperanza de ganar, y ambos f?cilmente mudan de estado; pero no duran en ?l de costumbre, ni se puede creer el ?dio infernal que tiene el que pierde con el que le gana, aunque m?s y m?s disimule, que parece que en aquel punto le falta el conocimiento de la primera causa, nacido de no poderse vengar de su enemigo: quien quisiere meter ciza?a entre dos grandes amigos, haga que jueguen el uno contra el otro, que no h? menester m?s fuerza el diablo para hacerles grandes enemigos; tal es la fuerza del ?dio que se cobra en el juego: ?qu? de muertes infames hechas con supercher?as y traiciones, robos y mentiras nacen del juego! No quiero que se me representen las cosas que he visto suceder en el juego y por el juego; s?lo quiero decir, que es tan poderoso que un hombre que trata de recogimiento, ? por escribir, ? por leer, ? por otros actos de virtud, si juega una vez y pierde, h? menester ayuda del cielo para tornar ? a?udar el hilo por donde lo habia quebrado. Yo me divert? en esta materia, y la d? ? entender ? amigos que trataban este infame ejercicio, con uno de los cuales me pas? una cosa muy vergonzosa para m?, y de risa para quien lo supo. Fu?, que una noche me pidi? que le acompa?ase porque iba ? hablar con cierta persona, y quiso llevarme para que le guardase la suya. Yo me puse como de noche con una espada y broquel, unos calzones ? zarag?elles de lienzo, un capotillo de dos faldas, y otras cosas de disfraz, con que fuimos adonde me llev?, que era una casa donde habia un poyo ? la puerta. Di? las once el reloj, y despues las doce, que era la hora que tenia aplazada, y d?jome que lo esperase sentado en aquel poyo, que luego saldria. Sent?me bien rellanado, y musitando entre dientes comenc? ? entretener el sue?o lo mejor que podia, que ya era hora de ello. El dia siguiente era dia solemn?simo de los Ap?stoles: o? las dos y luego las tres, que el buen hombre no podia salir, porque hubo estorbo para ello; yo me caia de sue?o; d? en pasearme y en rezar, entendiendo que aprovecharia para no dormirme, siendo cosa que m?s concilia el sue?o de cuantas hay en el mundo. Torn? ? sentarme, porque me cansaba de tanto pasear, y como habia digerido ya la cena gran rato habia, por m?s que me refregaba los ojos con saliva, no pude valerme hasta que no s? c?mo ni de qu? manera, sin querer, me qued? dormido sobre el poyo, adonde estuve, hasta que ta?endo ? Misa mayor el dia siguiente, con el ruido de las campanas de la fiesta y de la mucha gente, pasando unas se?oras por all?, dijeron: ?Qu? bien lo ronca el cochino! y mandaron ? un escudero que me despertase. Despert?me, y alzando los ojos con un gran bostezo v? el sol en medio de la calle, y oyendo la armon?a de las campanas, arreboc?me un capotillo que llevaba, y d? ? correr no h?cia mi posada, sino h?cia la placeta de M?dicis, sigui?ndome m?s de trescientos perros; y ? la vuelta de una esquina top? con un ciego que llevaba una docena de huevos en el seno, y al mismo comp?s que le top? volvi? el b?culo, y alcanz?me en el hombro izquierdo, y como le destilaba lo amarillo de la tortilla, decian que le habia quebrado la hiel en el cuerpo, y ya que con mi huida llegaba cerca de la casa donde me habia de acoger, con la priesa que llevaba y la que me daban los perros tropec?, y tend?me ? la puerta de esta se?ora, tan buena de nacimiento, que habi?ndole yo enviado dos perdices para que se regalase con ellas, las ech? en una necesaria, porque venian lardeadas con tocino.

Parece que con estas menudencias se desautoriza la intencion que se lleva en este discurso; pero mirando bien, para eso mismo lleva mucha substancia, que aqu? no se escriben haza?as de pr?ncipes y generales valerosos, sino la vida de un pobre escudero que ha de pasar por estas cosas y otras semejantes, y por reprehender una inadvertencia tan grande como la que hizo aquel amigo y la que hice yo. Llevar compa??a de noche quien va ? cosa hecha, t?ngolo por yerro; porque si va adonde no tiene peligro, no h? menester llevar testigo de sus mocedades; y si va con sospecha de algun peligro, claro est? que no ha de querer infamar una casa, y por fuerza se ha de retirar; y para huir m?s desembarazado, mejor va solo que acompa?ado, porque al fin no lleva consigo quien diga que huy?. Y aunque es lo m?s sano y seguro no hacerlo, si se hiciere sea ? solas, no acompa?ado, porque las amistades de hombre se acaban, y luego se revelan los secretos. Pues la fineza que yo us? en esperarle y guardarle el cuerpo, ?qui?n dir? que no fu? disparate? Pasaban dos horas, y acerc?ndose el dia, ?qu? necesidad tenia yo de ponerme ? padecer tormento de sue?o? ?Qu? fortaleza de Rey me habia mandado que guardase, sino la que era de un hombre perdido, para ponerme ? peligro, dem?s de la verg?enza que pas?? Cuando se ha de poner un hombre ? tan grandes riesgos, ha de ser por conocer un evidente peligro en alguna persona de vida ? de honra, ? por obedecer el mandamiento de algun gran pr?ncipe ? rep?blica. Pero que me ponga yo ? los sucesos de fortuna por quien est? muy contento, sin tener m?s cuidado de mi cuerpo que de su alma, t?ngolo por fineza impertinente. ?Qu? honra ? hacienda perdiera yo cuando me fuera ? tomar el reposo y descanso que naturaleza pide para su conservacion? Si me culp?ra en haberlo dejado, le pregunt?ra yo si lo dejaba en alguna mazmorra, de donde lo podia sacar con la mano, ? si me dej? ?l ? m? en mi lecho reposado, ? si quedaba entre enemigos de la f?, como quedaba entre enemigos de guardarla. Siempre o? decir que el que fuere compa?ero en los trabajos tambien lo ha de ser en los gustos; pero aqu? la parte del trabajo era para m?, y la del gusto para ?l. La conclusion es, que tengo por yerro llevar compa??a en semejantes jornadas, y por mucho mayor acompa?ar ? nadie en ellas, que si llama la compa??a por pusil?nime, lleva la vida jugada el que le acompa?a, porque ? la primera ocasion huye, y lo deja en manos de enemigos que ?l no tenia ni temia. Y mire cada uno, si le sucediere, que es participante del da?o que el otro hiciere en ofensa ajena. Yo me repar? de vestido y de sue?o, aunque habia dormido lo bastante para un hombre de bien, en aquella misma casa donde llegu?, y ? donde hall? un vecino suyo muy lleno de melancol?a, y tanta, que me vi? dar con mi persona en el suelo, con la espada ? una parte y el broquel ? otra; no conoc? en ?l accidente de risa, como en cuantos me vieron caer, que una caida es ocasionada para mucho disgusto de quien la da, y mucha risa de quien la ve. Con todo se lleg? este buen hombre estando ya puesto de rua en casa de aquella mujer, amiga del tocino; y pareci?ndole que yo estaba disgustado, lleg? como ? consolarse conmigo, dici?ndome que todos los hombres del mundo padecen trabajos, y que ?l estaba tan dentro de ellos como todos cuantos vivian en ?l. Yo le pregunt?, qu? eran sus males que tan triste lo traian, porque siempre he sido compasivo; y ?l me respondi? en una palabra: Zelos. ?Ese mal tiene? le dije yo; no quiero preguntarle si son averiguados, ? si es sospecha; pero quiero decirle que es enfermedad de mozos de poca experiencia, que si la tuviesen, sabrian que los mismos tienen unos de los otros. Y si advirtiesen que el otro de quien yo los tengo anda rabiando de ellos por m?, consolar?ame con su da?o y con verle padecer, y consumirse con un perp?tuo desasosiego. ?Qu? mayor consuelo puedo tener yo que ver ? mis enemigos padecer, y reirme de ellos? Porque pensar que una mujer divertida en estos tratos se ha de contentar con lo que uno le da, es pensar que un fullero ha de andar bien puesto con sola la ganancia que hace ? un cuitado. Los zelos tienen al diablo en el cuerpo del que los tiene, y parece que lo trae consigo, pues ? nadie hacen mal sino ? quien los mantiene, y cuanto m?s se callan m?s crecen. Su remedio est? en tan ruin fundamento, que con averiguar la verdad, ? se mueren, ? se halla ocasion para perderlos, poco ? poco, apart?ndose de quien los causa. Yo aseguro que son m?s de cuatro los zelosos, sin saber unos de otros en esa misma ocasion, y crea que se usa esto. Si son zelos de la mujer propia, es agravio que se le hace, que la m?s baja mujer del mundo estima en m?s la sombra de su marido que ? todo lo restante de ?l.

Un pr?ncipe de esta ciudad dijo muy bien qui?n son los zelos, y materia tan odiosa no se ha de traer ? la memoria, sino consolarse con lo que tengo dicho de ver que padecen por m? lo que yo padezco por otros: que han venido las mujeres ? tan infeliz estado, que han privado ? su misma naturaleza del gusto que ella les concedi?, porque lo han puesto en solo hurtar y robar las haciendas, fingiendo querer ? los que desean desollar, por solo igualarse en galas ? las que de su nacimiento por herencia de patrimonio nacieron nobles y honradas, ricas y principales, que les parece no ha de haber diferencia y desigualdad en la tierra de mujeres ? mujeres, como en el cielo la hay de ?ngeles ? ?ngeles. He mezclado de esta materia con esotra, porque de la perdicion de esto viene la comunicacion de muchos, para que todos anden zelosos: y con tener cada una su docena de ?ngeles de guarda, pasan por moneda corriente y honrada. Desped? al buen hombre algo consolado, y fu?me ? mi posada, y dentro de pocos dias me fu? ? Valladolid, despues de haber visto ? B?rgos y toda la Rioja. Provincia f?rtil, de bon?simo temperamento, y que parece en algo al Andaluc?a.

En Valladolid serv? al Conde de Lemos, D. Pedro de Castro, el de la gran fuerza, caballero de excelent?simo gusto y bondad muy suya, sin la heredada que era y es, cuando menos, descendiente de la sangre de los Jueces de Castilla, Nu?o Rasura y Lain Calvo, junta con la de los Reyes de Portugal. Entr? en su gracia, ? hice muy poco, porque tenia el Conde un pechazo tan generoso, manso y apacible, que con poca diligencia se entraba en las entra?as de quien le queria. Con todo no me hall? muy bien ? los principios, porque me faltaba lo que es menester para servir en palacio, que es decir con gracia una lisonja, salpimentar una mentira, traer con blandura y artificio un servil chisme, fingir amistades, disimular ?dios, que caben mal estas cosas en los pechos ing?nuos y libres. Dejo aparte el rigor y magestad de los porteros, que ordinariamente tienen una gravedad m?s seca que sus personas, y ellos lo son tanto como sus palabras.

Aunque ech? de ver, que lo que m?s importa es, que en presencia del se?or el criado tenga el rostro alegre, y en las cosas que le mandan, y aunque no se las manden, ser? menester ser diligente y sol?cito, y cumplir cada uno puntualmente con su ministerio. En lo primero, que es traer el rostro alegre, mal lo puede hacer un melanc?lico; pero para esto hay un remedio, que es no ponerse delante del se?or, sino cuando estuviere el criado de buen humor: que la alegr?a de los criados, fuera de hacer su negocio, ayuda ? vivir al se?or, y si no la muestra, piensa que est? disgustado en su servicio, y as? durar? poco con ?l. Aunque este pr?ncipe mostraba tan buen pecho con sus criados, que ?l mismo los obligaba ? andar muy contentos, y servirle con muy apacible semblante: porque haciendo todo lo que podia tenia obligacion de hacer, los honraba donde quiera que se hallaba. Y siempre en esta antiqu?sima casa han llevado y llevan esta grandeza de ?nimo y cortes?a, como se ha parecido y parece en el que ahora lo posee D. Pedro de Castro, que desde ni?o tierno descubri? tanta excelencia de ingenio y valor, acompa?ado de ing?nuas virtudes, que habi?ndolo puesto su Rey en los m?s preeminentes oficios y cargos que provee la monarqu?a de Espa?a, ha sacado milagroso fruto ? su reputacion, siendo muy grato ? su Rey, muy amado de las gentes subordinadas ? su gobierno, y muy loado de las naciones extranjeras. Estando en esta casa y en Valladolid, se descubri? aquel gran cometa, tantos a?os antes pronosticado por los grandes astr?logos, amenazando ? la cabeza de Portugal. Hubo tan grandes juicios sobre ella, y algunos tan impertinentes, que dieron harto que reir, entre los cuales hubo uno que decia, que las cosas grandes habian de descrecer, y las peque?as habian de crecer: lleg? este juicio al de un hombrecico peque?o, que tambien en esto lo era, que estaba muy mal contento de verse con tan aparrada presencia, que trayendo unos pantuflos de cinco ? seis corchos, aun no podia lucir entre la gente. Andaba siempre pulido y bien puesto, enamorado y bien hablado, y aun hablador no sin afectacion. En las conversaciones procuraba, no que sus conceptos llegasen ? igualarse con los otros, sino que sus hombros se ajustasen con los de la rueda, y como no podia ser, pensando que era la culpa de las agujetas, meneaba un lado y otro, hasta que crujian todas. Pues como lleg? ? su noticia la interpretacion del cometa, que las cosas peque?as han de crecer, se le encaj? que se decia por ?l. Que f?cilmente nos persuadimos ? creer lo que deseamos, aunque sea tan gran disparate como este. Dij?ronle que yo era nigrom?ntico, y que si yo queria, podia hacerle dos ? tres dedos ? m?s; pero que habia de ser muy secreto, porque no se supiese que yo sabia tal arte diab?lica. Pasando por la plaza, haciendo mil escuderajes con los dem?s gentiles-hombres de casa, me se?alaron con el dedo, para que me conociese. Sin haberme avisado los que le tornaban loco, se lleg? ? m? con una ret?rica bien pensada, ofreci?ndome amistad y hacienda y favor para toda la vida, y el fin de todo fu? decir: Ya vuesa merced ve el agravio que naturaleza hizo ? un hombre de mis partes, en dar ? tan altos pensamientos tan peque?o cuerpo: yo s? que si vuesa merced quiere, puede suplir esta falta, con que tendr? un esclavo para siempre jam?s. Eso, dije yo, solo Dios puede hacerlo, que es superior ? la naturaleza, y si vuesa merced quiere crecer por los pi?s, p?ngase m?s corchos de los que trae; y si del pecho arriba, con ahorcarlo, crecer? tres ? cuatro dedos. Oh se?or, dijo ?l, ya venia informado que vuesa merced no me habia de negar este bien, por amor de m? que se disponga ? ello, y en lo dem?s corte por donde quisiere. Ve?alo tan rematado en su disparate, que lo hube de reducir ? la obra de naturaleza, dici?ndole: Se?or, vos vais tras de un imposible, que no solamente no es hacedero, pero os tendr?n por loco cuantos supieren que dais en ese error. Las obras de naturaleza son tan consumadas, que no sufren enmienda: nada hace en vano, todo va fundado en razon, ni hay sup?rfluo en ella, ni falta en lo necesario; es naturaleza como un juez, que despues que ha dado la sentencia, no puede alterarla, ni mudarla, ni es se?or ya de aquel caso, sino es que apelen para otro superior.

En formando naturaleza sus obras con las calidades que les da, ya no es se?ora de la obra que hizo, sino que Dios, como superior, quiera mudarlas; si hace grande, grande se ha de quedar; si chico, chico se ha de quedar; si m?nstruo, as? ha de permanecer. Ni hay para qu? cansarse nadie pensando imposibles. ? esto replic? diciendo: ?Pues no es m?s dificultoso hacerse un hombre invisible, y hay quien lo hace? No es, dije yo, sino facil?simo, que con ponerse un hombre detr?s de una tapia, queda invisible, ? encubri?ndose con una nube. Y vos os hareis invisible con solo poner delante de vos un mosquito. Gentil consuelo, dijo, he hallado, en quien pens? tener todo lo que he deseado toda mi vida. ?Qu? consuelo ha de hallar, dije, quien quiere ir contra las obras de la misma naturaleza, que es la que nos representa la voluntad del primer movedor y autor de todas las cosas? Que aunque cri? ? todos los hombres iguales, no fu? en los actos exteriores, sino en la razon del alma. Y esta es la que hace al hombre superior ? todos los dem?s animales, que no el ser grande ? peque?o. Si naturaleza os hubiera criado desigual de miembros, como habi?ndoos dado esa de gozque, tener unos brazos de jigante, ? en esa carilla de mandr?gora os hubiera puesto unas narices trastuladas, pudi?rades os quejar, pero no enmendar. Mas al fin, si sois peque?o, sois tan bien hecho y tan igual de miembros, como que teneis las orejas mayores que los pi?s: y quien tiene andada la mitad para una de las m?s importantes virtudes que resplandecen en los hombres, ?por qu? ha buscar quien le haga crecer? ?Qu? virtud? pregunt? ?l. La humildad, respond? yo, que para alcanzar tan divina virtud, teneis andada la parte del cuerpo, que parece que estais siempre de rodillas, y con humillar el ?nimo, la tendreis alcanzada toda. Si naci?rades en tiempo de los gentiles, que se usaban transformaciones, la naturaleza enojada con vos, por no contentaros con ella, y por soberbia, os hubiera transformado en renacuajo, por humillar la soberbia del ?nimo, y cercenar la cantidad del cuerpo. ? todo cuanto le dije call?, y dijo por ?ltimo: At?ngome ? la significacion de la cometa, que dice, que los peque?os han de crecer, y los grandes han de disminuirse; pero ya que vuesa merced se ha holgado d?ndome matraca, obligacion tiene de ponerme en estado, que no me la den otros: que quien sabe decir lo uno, sabr? hacer lo otro, y eso de ser humilde, gu?rdelo para s?, que yo tengo porque estimarme en mucho, que soy hijodalgo de parte de mi abuela, que antes que se casase con mi abuelo, habia sido casada con un hidalgo muy honrado, y tiene hoy la ejecutoria de ?l guardada y ? buen recaudo. ?De suerte, dije yo, que de ah? os viene la vanidad, y no querer ser humilde? Sereis como los que lucen y se arreglan con hacienda ajena. Ahora digo que no me espanto que seas soberbio, teniendo mucha razon de ser humilde, y rendiros ? la humildad, virtud que jam?s tuvo ?mulos ni envidiosos: que todas las partes que adornan ? un hombre, padecen esta mala ventura, sino es la humildad y la pobreza, tan aborrecida de los hombres, y tan amada del Autor de la vida: pero si la humildad nace del conocimiento de s? propio, y esto os falta ? vos, ?por qu? habeis de ser humilde? Yo no vine, me dijo, ? oir virtudes, sino ? probar encantamientos ? cosas sobrenaturales para conseguir mi intento. Fu?se el buen hombre, y luego llegaron ? m? cuatro amigos de buen gusto y no poca malicia, preguntando si habia venido ? mis manos con aquella demanda: respond?les que s?, y que lo habia desenga?ado de aquel disparate y deslumbramiento tan grande. Por vida vuestra, dijeron, que le hagamos una burla, porque es tan gran loco, que se persuade ? que pueda crecer y le sacaremos una muy gentil merienda ri?ndonos un rato ? costa suya. Eso, respond? yo, no lo har? por todas las cosas del mundo, porque burlas de que puede resultar esc?ndalo general y da?o particular, ni son l?citas, ni se permite por camino alguno. Sabed, dijeron, que es la misma avaricia y miseria, y habemos dado en esto por hacerle gastar, que lo sentir? en el alma. Si esa condicion tiene, dije yo, no le sacar?n de ella aunque le hagan llegar ? la Giralda, que los avarientos y los borrachos nunca se ven hartos de lo que desean, ni apagan la sed que traen. Acu?rdome que por hacerle gastar ? un hombre ciertos maleantes, se pusieron ? trechos, dici?ndole que estaba enfermo, de suerte que cuando lleg? al ?ltimo ya lo estaba de veras, por el caso que habia hecho la imaginacion; y fu? menester llevarle ? su casa medio muerto, y de quererle hacer burla tan pesada, naci? el arrepentimiento tard?o para todos ellos y grave da?o para el paciente. Y en este caso seria mayor, cuanto es m?s imposible la obra, que para persuadir una cosa tan contra la misma naturaleza, se han de hacer grandes embelecos, y no pueden ser sin grande da?o del pobre raton, que ni ve su cuerpo ni conoce su ignorancia.

Porfiaron todav?a que le hici?semos un enga?o que pareciese cosa de encantamiento. Cuando eso se hiciese, pregunt? yo, ?qui?n quedar? m?s confuso, ?l en recibir este enga?o, despues de descubierta la verdad, ? yo en haber sido autor de ?l? En todas las cosas se ha de considerar el fin que pueda tener, y esa ficcion y enga?o no puede estar mucho encubierta: y para m? tengo por mejor y m?s seguro el estado del enga?ado, que la seguridad del enga?ador: porque al fin, lo uno arguye sencillez y buen pecho, y lo otro mentira y maldad profunda. Yo no puedo tragar una mentira ni enga?o, porque se arremete ? desdorar la opinion de quien se tiene por hombre de bien. Las burlas han de ser pocas y sin da?o de tercero, y tales, que el mismo contra quien se hacen guste de ellas. No sabemos la capacidad de cada uno, que la burla llevadera para uno, ser? para otro muy pesada; y las burlas no se han de juzgar por malas ? peores de parte de quien las hace, sino de parte de quien las recibe; y si ?l las tomare bien, ser?n de sufrir; y si las tomare pesadamente, ser?n pesad?simas. D?banle matraca ? cierto ordenante por una necedad que habia dicho, y cuando estuvo harto de sufrir, dijo: Que queria que pecase mortalmente quien m?s se la diese. Que de burlas pesadas vemos cada dia resultar agravios que no se pensaron. Este miserable no tiene talento para llevar una burla tan pesada como esta que por fuerza lo ha de ser. Yo me tengo de oponer en eso, porque iria contra mi propia opinion, que es justo y mal hecho: y no me espantar? del que se deja enga?ar por lo que desea, pero espantar?ame de quien le quisiere enga?ar, sin esperar de ello m?s gusto que hacer mal. Fu?ronse, y al fin le hicieron una burla muy pesada, d?ndome ? m? por autor de ella. Pusi?ronle en estrecho de ayunar tres dias con cuatro onzas de pan y dos de pasas y almendras, y dos tragos de agua, y primero le tomaron la medida de su cuerpo en una pared muy blanca, poniendo para se?al de su altura un clavito peque?o ? tachuela. Hizo su dieta, unas hermanas suyas le fregaban los brazos y piernas todas las noches y ma?anas, por consejo de los maleantes: pregunt?banle las pobres despues de cansadas: ?Hermano, para qu? hace esto? Y ?l las respondia: B?rbaras, no os entremetais en las cosas de los hombres. Todos estos tres dias de la dieta y las fricaciones, se subia ? una azotea en amaneciendo, y se ponia h?cia el nacimiento del sol, haciendo ciertas se?ales que le habian mandado contra las nieblas de Valladolid, que ?l hizo muy puntualmente como todo lo dem?s. Cumplidos los tres dias, y lleno el celebro de nieblas, vino ? los bellacones con tanta cara como una calavera de mandr?gora, que como estaba tan chupado y flaco, parecia m?s alto. Fu? uno de ellos ? la pared blanca donde se habia metido, y mud? el clavito dos dedos m?s abajo, y tap? el agujero con un poco de cera blanda, que era en la cerer?a recien hecha, blanca y muy lisa. Envi?ronle ? medirse, y como top? con el colodrillo en el clavito, qued? fuera de s? de contento, entendiendo que ?l habia crecido lo que el clavo habia bajado. Vino con la boca llena de risa, que parecia mico desollado, y fu?se ? echar ? los pi?s de quien le habia hecho crecer: ellos le dijeron que callase, porque sino se descreceria lo crecido, y que lo dificultoso quedaba por hacer. ?l dijo que aunque fuera bajar al infierno, lo haria por no descrecer. Pues no es menos, dijeron ellos, y aquella noche le mandaron que entre las once y las doce de la noche entrase en cierto aposento por un callejon muy estrecho, que estaba debajo de unas casas l?bregas y obscuras, solo y sin luz, y que all? le dirian lo que habia de hacer. ?l se turb? todo con la dificultad que le pusieron, pero al fin dijo, con todo el miedo posible: S? har?, s? har?. Fu?se ? la noche entrando por su callejon, espeluzado el cabello, cortado de brazos y piernas, sin oir perro ni gato que le pudiese hacer compa??a, y en llegando al aposento, salieron por las cuatro esquinas debajo la cama cuatro car?tulas de demonios, con cuatro candelillas en la boca, que con el temor que habia concebido, se le represent? el infierno todo; porque todos los hombres muy cr?dulos son tambien temerosos; y como se fueron alzando los demonios, ?l se fu? quedando, y sin saber de s?, ni poder moverse de donde estaba, cay? en el suelo, d?ndole tan gran corrupcion, que no se le pareci? haber tenido dieta, que la c?lera habia desbaratado cuanto las almendras y pasas habian detenido. ?l caido, y ellos turbados y aun arrepentidos, no supieron qu? hacer, sino dejarlo y acogerse. ?l volvi? ? cabo de rato en s?, y hall?se revolcado en su sangre, de que anduvo muy corrido, y de manera enfermo, que fu? menester de veras valerse de las pasas y almendras para no morirse, y ellos anduvieron escondidos y ausentes. Yo me sangr? en salud, refiri?ndole el cuento al Conde, que le solemniz? mucho con su buen gusto, y tom? ? su cargo las amistades, contando lo pasado ? cuantos entraban en su casa. Soseg?se el negocio con la autoridad de un tan gran pr?ncipe, aunque ellos anduvieron hartos dias inquietos: porque el hombrecito se quej? ? todo el mundo, y ? quien podia castigar la burla. Yo los cog? cuando hubo oportunidad, y les d? ? entender con la verdad, cu?nto importa no hacer mal, tanto en burlas como en veras, que de haberle dado la vaya sobre su ruin talle y cuerpo, vino ? buscar tan pesado remedio, que nadie quiere oir faltas, y por m?s que se hagan sufridores y finjan risa, no hay ? quien no le pese en el alma oir mal de s? propio: y tanto m?s, cuanto m?s parece verdad lo que se dice: que aun cuando no lo es ni lo parece, se le abrasa el corazon ? quien se dice, ora sea por dar pesadumbre, ? sea por chisme, de que era tan enemigo este pr?ncipe, que en tray?ndole alguna novedad de palacio, llamaba ? aquel de quien se decia, y delante del parlero se lo reprehendia: si se encogia de hombros el otro neg?ndole, decia el Conde: Pues veis aqu? ? fulano que me lo dijo: y as? andaban todos ajustados con la lengua y con el Conde.

RELACION SEGUNDA

DE LA VIDA DEL ESCUDERO

MARCOS DE OBREGON.

Estando el Marqu?s preso por mandado de su Rey en San Martin de Madrid, monasterio de la Orden de San Benito, y visit?ndole sus amigos grandes caballeros, muchas veces ? siempre se quedaban de noche acompa??ndole, particularmente el Sr. D. Enrique, Marqu?s de Pobar, su hermano, y el Sr. D. Felipe de C?rdoba, hijo del Sr. D. Diego de C?rdoba, Caballerizo mayor de Felipe II, y una noche, entre muchas, di?les gana de irse ? pasear al Marqu?s y ? D. Felipe: fueron h?cia el barrio de Lavapi?s, y estando hablando por una ventana, dijo el Marqu?s: Esperadme aqu?, que voy ? aquella callejuela ? cierta necesidad natural; hall? en ella dos hombres en las dos esquinas, que no le dejaron pasar. El Marqu?s dijo: Vuesas mercedes sepan que voy con esta necesidad, y fu? ? pasar contra su gusto. Arroj?le uno de ellos una estocada, y el Marqu?s otra ? ?l propio; cada uno pens? que dejaba muerto al otro. Con el mismo movimiento que le sac? el Marqu?s la espada, que tenia la guarnicion en el pecho, le di? al otro una cuchillada, con que le abri? la cabeza. Qued?ronse los dos que no pudieron moverse; el de la estocada muerto, aunque en pi?, el de la herida fuera de s?. Fu?se el Marqu?s y llam? ? D. Felipe, y fu?ronse ? San Martin. Estando all?, pareci?ndole que dormir sin averiguar bien lo que habia pasado era yerro, cont?selo, y los dos determinaron de ir. Fu? el Marqu?s con ellos, que no quiso que fuesen sin ?l, y hallaron alborotado el barrio, diciendo que habian muerto all? dos hombres. Volvi?ronse sin hallar en el sitio donde habia pasado otra cosa sino dos lienzos ensangrentados. El que habia quedado con la herida fu?se ? Toledo, y desde all? envi? ? saber si el Marqu?s era muerto, que lo habia conocido cuando le di? la estocada, y cur?ndose lo mejor que pudo, vino ? morir de la herida: hizo testamento antes, y como supo que el Marqu?s no habia recibido da?o, porque la estocada habia sido al soslayo, dej?lo por su testamentario. Supo el Marqu?s esto por relacion de un Religioso que se lo vino ? decir qui?n era el que lo dejaba por testamentario. Dentro de cinco ? seis dias, despues de muerto este hombre, estando el Marqu?s acostado en su cama, y D. Enrique su hermano, y D. Felipe de C?rdoba en el mismo aposento en otra cama, cerrada la puerta para dormir, llegaron y le quitaron la ropa de la misma cama. El Marqu?s dijo: Quitaos all?, D. Enrique, y respondi? la persona que era con una voz ronca y llena de horror: No es D. Enrique. Escandalizado el Marqu?s se levant? muy de priesa, y desenvainando la espada que tenia ? la cabecera, tir? tantas cuchilladas, que pregunt? D. Felipe: ?Qu? era aquello? El Marqu?s mi hermano es, respondi? D. Enrique, que anda ? cuchilladas con un muerto. ?l di? cuantas pudo, hasta que se cans?, sin topar en cosa, sino algunas en las paredes.

Abri? la puerta, y torn? ? verlo fuera, y con la misma priesa fu? dando cuchilladas, hasta que lleg? ? un rincon donde habia oscuridad, y entonces dijo la sombra: Basta, se?or Marqu?s, basta, y v?ngase conmigo, que le tengo que decir. El Marqu?s le sigui?, y ? ?l los dos caballeros, su hermano, y D. Felipe. Baj?le abajo, y diciendo el Marqu?s qu? le queria, respondi?, que mandase los dejasen solos, que no podia hablar delante de testigos. ?l, aunque de mala gana, les dijo que se quedasen; mas ellos no quisieron. Al fin la sombra se entr? en cierta b?veda donde habia huesos de muertos: entr? el Marqu?s tras de ella, y en pisando los huesos le fu? discurriendo por los suyos tan grande temor, que le fu? forzoso salir fuera ? respirar y cobrar aliento, lo cual hizo por tres veces. Lo que le queria, y pudo el Marqu?s con la turbacion percibir, era que en pago de la muerte que le habia dado, le hiciese aquel bien de cumplir lo que en su testamento dejaba, que era una restitucion, y poner una hija suya en estado. Hubo en esto dares y tomares entre el Marqu?s y la sombra, segun dijeron los testigos. Y confiesa el Marqu?s, que siendo tan hermoso de rostro, blanco y rojo, como sus hermanos, desde esta noche qued? como est? ahora, sin ningun color y quebrantado el mismo rostro. Dice que le vino ? hablar otras veces, y que antes que le viese le daba un frio y temblor, que no podia sustentarse. Al fin cumpli? lo que le pidi?, y nunca m?s le apareci?. Si fu? el mismo esp?ritu suyo, ? del ?ngel de su guarda, ? ?ngel bueno ? malo, disp?tenlo los se?ores te?logos, que para m? b?stame el haberlo oido de la boca de un tan gran caballero como el Marqu?s y D. Enrique su hermano, para tener el caso por m?s cierto; y que por cosas tan particulares, que importan la salvacion de un alma, suele el Se?or del cielo y tierra dar licencia para semejantes negocios, que no son estas de las cosas que algunos autores gentiles dicen, de llamar las almas para hacerles preguntas, como hacia Empedocles y Apion Gram?tico, que llam? la sombra de Homero, y no os? decir lo que habia respondido, que estas eran artes de la necromancia, de que dice Ciceron, que fingian cuerpos de aquellos que ya estaban quemados, y les daban alguna forma ? figura; porque el esp?ritu por s? era incapaz de ser visto, que todas eran artes del demonio, y acudia ? lo que le pedian como poderoso, permiti?ndoselo Dios, que sin esta permision no podia hacerlo. Y que el venir de las almas de los muertos con dispensacion de Dios, no se puede negar haber sucedido algunas veces; no porque anden vagando por el mundo, que sus lugares tienen se?alados, ? en el cielo ? en el infierno, ? en el purgatorio. Y si he sido prolijo en este cuento contra mi condicion y estilo, es porque cosas tan graves se han de decir con la sencillez y llaneza con que pasaron, sin dorarlo ni desdorarlo. Admiracion me ha puesto el caso, dijo el ermita?o, y estoy determinado de apartarme de soledad, que aunque he pasado algun tiempo en ella, no he visto cosa que me perturbe, y aun con todo eso me he retirado de la soledad h?cia el poblado, por los temores que pasaba entre los altos riscos de Sierra-Morena: pero dejemos ya esta materia, y volvamos ? proseguir lo comenzado; que con la dulzura del estilo y gracia del contarlo, se olvidar? la melancol?a del sue?o y de la verdad referida. Luego se fu? ? Sevilla, donde ahora vive muy recogido.

Tornando de nuevo ? coser ? ? anudar la conversacion pasada, sent?monos al brasero, prosiguiendo mi comenzada relacion, porque el ermita?o, hombre de muy buen discurso, me importun? de manera, que se ech? de ver que gustaba mucho de oir los trances de mi vida, y mostrando mucha atencion, que es lo que da nuevo ?nimo ? las conversaciones, prosegu? lo que la noche antes habia dejado por el sue?o del ermita?o, y comenc?lo de muy buena gana, porque de la misma manera que quita el gusto de hablar la descortes?a de que algunos ignorantes usan, en atajar lo que un hombre va diciendo, por encajar un disparate que se les ofrece fuera de prop?sito, as? la atencion da fuerzas y esp?ritu al que habla para no cesar en su materia; yerro en que he visto caer ? muchas personas, muy reprehensible en quien le tiene, porque arguye poco gusto ? mal entendimiento. El que no quiere oir lo que otro habla, bien puede apartarse y dar lugar ? que oiga quien tiene gusto; que hay algunos de tan estraordinaria condicion y natural, que, ? por deslucir lo que otro habla, ? por no entenderlo, que es lo m?s cierto, procuran atajarlo con poca razon y menos cortes?a. El premio del que dice bien, es la atencion que se le presta, y aunque no sea muy limado, es gran descortes?a no dar aplauso ? lo que dice, que al fin procura que parezca bien, y dice lo mejor que puede y sabe. Hay un g?nero de gentes que hablan con intercadencia, careciendo de hebra y caudal para la materia que se trata: que despues de haberles respondido, aunque se haya mudado el primer motivo, acuden con lo que se les ofrece fuera de la intencion que se lleva: este es un disparate y una inadvertencia que hace muy odioso al que la usa, y de quien se debe huir la conversacion, porque son estorbo al que habla y ? los que oyen: y cuando va con malicia de desdorar al que dice, que todo esto puede la envidia, es una malicia sin disculpa y merecedora de cualquier mala correspondencia, que no se halla sino en hombres de poca substancia, as? en ingenio, como en letras. Y esti?ndese ? tanto, que aun en los libros que se imprimen, no rehuye la infame y mal nacida envidia, de usar de libertades muy conocidas. Los libros que se han de dar ? la estampa, han de llevar doctrina y gusto que ense?en y deleiten, y los que no tienen talento para esto, ya que no lo alcanzan, no se deslicen ? echar pullas, con ofensa de los hombres de opinion, ? no escriban; que no ha de ser todo danza de espadas, que despues de hechas no queda fruto ni memoria de cosa que se pegue al alma. Han de llevar los libros que se dan ? la estampa, mucha pureza y castidad de lenguaje; pureza en la eleccion de las palabras, y honestidad de conceptos, y castidad en no mezclar bastard?as que salen de la materia, como maledicencias ? desestimacion de lo que otros hacen, especialmente cuando son contra quien sabe decir, y sabe qu? decir; y tan mal dichas, que van se?alando con el dedo, con que descubren su ignorancia, y desacreditan sus escritos, y manifiestan su envidia, y declaran su malicia. Tornando ? la materia del hablar, digo que en las conversaciones h?se de dar lugar ? que hable el que habla, y ?l ha de ser tan remirado, que no se derrame, ni divierta, ni quiera habl?rselo todo, que ha de dar lugar ? la respuesta. Yo, como iba historiando mi vida, no advert? que podria el ermita?o cansarse de oirme hablar tan diversamente: pero sucedi?me bien, que no solamente no se cans?, pero torn? ? importunarme que prosiguiese en mi principal intento, que para eso me lo habia rogado al principio, y tornando ? hablar con ?l, prosegu? diciendo.

Luego que por el pron?stico y significacion de aquel cometa, ? por lo que la Magestad de Dios sabe y fu? servido, muri? el Rey Don Sebastian de Portugal, en aquella tan memorable batalla, donde se hallaron tres Reyes, y murieron todos tres, como sucedi? al Cardenal Don Enrique, tio de Felipe II y lo llam? ? la sucesion del Reino toda Castilla y Andaluc?a, se movi? ? ir sirviendo ? su Rey con el amor y obediencia, que siempre Espa?a ha tenido ? sus leg?timos Reyes. V?neme de Valladolid ? Madrid, y siguiendo la variedad de mi condicion y la opinion de todos, fu?me ? Sevilla con intencion de pasar ? Italia, ya que no pudiese llegar ? tiempo de embarcarme para ?frica. Estuve gozando de la grandeza de aquella ciudad, llena de mil escelencias, tesorera y repartidora de la inmensa riqueza que envia el mar Oc?ano, sin la que deja para s? en sus profundas arenas escondida para siempre. Sosegadas, ? por mejor decir, reducidas ? mejor forma las cosas de Portugal, qued?me en Sevilla por algun tiempo, donde entre muchas cosas que me sucedieron, fu? una dar en la valent?a; que habia entonces, y aun creo que ahora hay, una especie de gentes, que ni parecen cristianos, ni moros, ni gentiles; sino su religion es adorar en la diosa valent?a, porque les parece que estando en esta cofrad?a, los tendr?n y respetar?n por valientes, no cuanto ? serlo, sino cuanto ? parecerlo. Sucedi?me pasando por la calle de G?nova, topar con uno de estos, encontr?ndome con ?l, de suerte que por pasar yo por lo limpio le hice pasar por el lodo, volvi?se ? m?, y con gran superioridad me dijo: Se?or marquesote, ?no mira c?mo va? Yo le dije: Perdone vuesa merced, que no lo hacia ? sabiendas. ?l replic?: Pues si lo hiciera ? sabiendas, ?no habia de estar ya amortajado? Yo no llevaba espada, que iba como estudiante, profesion de que siempre h?me preciado, y as? us? de toda la humildad posible, y ?l de toda la soberbia que tienen los de su profesion. D?jele: No fu? tan grave el delito, que merezca tan gran castigo como ese. D?jome entonces: No debe de saber el morlaco con qui?n se ha encontrado; pues est?se quedo, que no quiero darle mas castigo de ponerle cuarenta dedos en los carrillos, que por mi cuenta venian ? ser ocho bofetadas; esper?le, y viniendo alzadas las manos para ejecutar el castigo, us? de una treta que siempre me ha salido bien. Y fu?, que como venia tan atento ? su negocio, yo hice el mio; y asi?ndole la espada por la guarnicion, con toda la presteza posible se la saqu? de la vaina, con el mismo movimiento le puse los cinco dedos en la cara, y con la guarnicion le her? en el carrillo izquierdo.

?l que se vi? desarmado, di? ? correr h?cia gradas, y unos jubeteros comenzaron ? decir: V?ctor, v?ctor al escolar; pero dij?ronme: V?yase de aqu?, que este va ? llamar retraidos, y volver?n presto. Fu?me h?cia San Francisco, y el bellacon entr? muy descolorido, sin espada, en el corral de los naranjos, la capa arrastrando, la cara llena de sangre, y pregunt?ndole qu? habia sido, respondi?, que lo cercaron treinta hombres, y abraz?ndose con ?l, le sacaron la espada, y habi?ndole herido, ? bocados se libr? de ellos, y le habia sacado las narices ? uno de ellos de un bocado, y que iba por una espada y rodela para hacerlos pedazos ? todos. Acudieron ? donde habia pasado el ruido, y todos los oficiales hablaron en favor mio, ? lo cual dijo uno que iba entre ellos, hombre de menos que mediana estatura, zurdo y dobladillo de cuerpo ? quien todos pareci? que respetaban: Bien est?, ese hombrecillo debe de tener buen h?gado y as? es menester hacerlos amigos, porque el herido lo es de todos los honrados de la cofrad?a, y antes de dos horas estar? con los muchos si lo saben: llamen ? ese pobrete. Llam?ronme unos oficiales, y trajeron al otro, que para que quisiese ser amigo, fu? menester llevarlos todos ? la taberna de Pinto, y gastar una hanega de lo de Cazalla: todos ? una voz dijeron: Buen hijo es; bien merece entrar en la cofrad?a.

Pasado esto, como el bellacon qued? mal contento busc? traza c?mo vengarse, y hall?la muy buena. Como yo entr? nuevo, y tenia poca esperiencia de las cosas de Sevilla, recat?me poco, que en las rep?blicas tan grandes es menester entrar con tiento, y el que no tiene conocimiento ni esperiencia de ellas, h?se de valer de quien tenga para no hallarse atajado. P?seme espada, y en las obligaciones en que se pone quien la ci?e, que con el desvanecimiento de la valent?a, y con haber dado en poeta y m?sico, que cualquiera de las tres bastaba para derribar otro juicio mejor que el mio, comenc? ? alear m?s de lo que me estaba, y ? tenerme por paseante y gran ventanero, y enamorar cuantas encontraba; de manera, que no habia portugu?s m?s azucarado que yo, por donde hall? mi contrario flaqueza en m? con la de una dama de buen talle, en cuya casa ?l entraba y era se?or absoluto. Andando yo en la brama entre aquellos ?rboles de la alameda, sent?me llamar de una cierva, y acudiendo al bramido me dijo: ?Es posible, se?or galan, que tan al descuido viva vuesarc?, que no ha echado de ver que le miran con m?s cuidado que el ordinario? Mir?le el rostro y talle, y aunque le tenia estremado de bueno, con todo lo cre?, porque yo estaba tan desvanecido, que por este camino creyera cualquier favor que se me diera. Prosigui? diciendo: ?Que haya venido yo ? tiempo que no mire la calidad de mi persona ni autoridad de mi marido! ?oh mal hayan los ojos que no se recatan, y mal hayan los pi?s que salen de los umbrales de su casa para ver sus desdichas! ?que haya entregado mi libertad ? quien no s? si la estimar?! ?que mire yo ? quien ni me conoce ni conozco, y que haya de rogar ? quien jam?s admiti? ruegos de nadie! M?s quiero morir, que no rendirme ? quien quiz? se reir? y despreciar? mis prendas. Y con eso fingi? unas l?grimas tan tiernas, que me sac? de juicio. Y en habiendo hecho su embeleco, me dej? y volvi? las espaldas con grand?simo donaire y garbo. Yo qued? helado y abrasado de su presteza en irse, y de sus palabras en rendirme. La criada me dijo: Buena tiene vuesa merced ? mi se?ora, que estas eran sus melancol?as; de aqu? nacen sus malas condiciones, que no hay quien en casa se averig?e con ella. S?gala vuesa merced, y rec?tese no le vea su marido, que es un caballero muy principal, y no poco celoso, aunque jam?s ha visto en mi se?ora ocasion para serlo. Segu?la espantado, y contento de parecerme que mereceria yo mucho: estim?ndome interiormente en harto m?s de lo que fuera razon. Entr? en su casa, que era en una calle angosta que iba ? dar ? la calle de las Armas, y luego me favoreci? haciendo ventana: y advirti?me que no diese muchos bordos, que ella me avisaria de lo que habia de hacer. Anduve algunos dias en pretension, pareciendo que por su estimacion no queria rendirse luego. ?Oh enga?os del mundo, y qu? f?cilmente cree un hombre las cosas que van encaminadas ? su gusto ? ? su provecho! Si mir?semos y tante?semos lo que mira ? nuestro bien, como lo que mira ? nuestro mal, no caer?amos en tantos da?os y desventuras como suceden. En la apariencia del gusto nos arrojamos con la esperanza del bien, y en el mal no nos recatamos, siendo tan peligroso ? dudoso el fin de lo uno como de lo otro. M?s seguros vamos por el camino del da?o que yertos por el del provecho; porque lo uno nos pone en recato, y lo otro en descuido. En el uno puede haber enga?o, y en el otro est? el desenga?o claro, como me sucedi?, que creyendo el enga?o de aquella mujer, me v? en grande peligro; ?pero ? qui?n no enga?ar? un rostro hermoso y un talle gallardo con palabras dulces y ojos bachilleres? Al fin yo persever? hasta que me envi? ? decir con un papel amoros?simo que me llegase all? aquella noche. P?seme lo m?s galan que pude, cog? mi espada y una linterna grande, que podia servir de broquel, y fu?me derecho ? su casa sin considerar otra cosa m?s que obedecer al gusto; hall? la puerta y sus brazos abiertos, recibi?me con todas las caricias que yo podia desear de actos exteriores y sencillos, y palabras dobladas: cerr? la puerta, luego al punto llamaron ? ella. Ella sin preguntar qui?n llamaba, dijo: Amigo, mi marido llama, entraos en esta bodeguilla, que luego se tornar? ? ir. Entr?me con mi linterna encendida: cerraron la puerta de la bodeguilla con cerrojo, y dej?ronme muy bien cerrado. El aposentillo estaba casi todo lleno de sarmientos y chamiza seca; habia un pozo, que respondia ? lo alto, con su cubo colgado: p?seme ? escuchar lo que hablaban, porque de haber cerrado la puerta sospech? no bien; pregunt?le la se?ora al marido fingido: Ya tengo cerrado ? este hombre, ?qu? se ha de hacer? ?l respondi?, aunque paso, en voz que le pude conocer que era mi contrario: Abrasarlo ? ahogarlo en el pozo, que este es el que me sac? la espada de la vaina. Luego se me represent? la traza para salir salvo de su cautela; que el peligro, descubridor de grandes secretos, y el temor de la muerte levantan la imaginacion ? cosas nunca pensadas: tap? con una tabla el brocal del pozo: y de aquella chamiza y sarmientos secos llegu? cantidad ? la puerta de la bodeguilla, y con la linterna, que aun no habia apagado, encend?los. La puertecilla estaba tan seca, que comenz? ? arder con la ayuda de la le?a, saliendo muchas llamaradas de la chamiza por debajo la puerta: met?me en el cubo del pozo, y as?me ? la soga muy bien, que como estaba tapado el pozo iba seguro yo. Comenz? toda la gente ? dar voces: Fuego, fuego, agua, saquen agua del pozo; tiraron de la soga para sacar agua, y como pesaba el cubo demasiadamente, por estar yo dentro, lleg?ronse muchos vecinos ? tirar de la soga, y tanto y con tanta fuerza tiraron, que al fin me subieron arriba. As?me muy bien al brocal del pozo, yo debia de estar con el rostro p?lido de la turbacion, y con esto y hacerles un gesto de abominable demonio, desmayaron todos, diciendo que era un diablo lo que sacaron del pozo. Acab? de salir, y escabull?me entre la gente lo mejor que pude, y pude muy bien, porque como estaban turbados no me echaron de ver, dej?ndoles la casa encendida, y llevando mi persona libre, que vine ? hallar la vida donde era tan f?cil el perderla; como en un pozo, y encerrado en tanta estrecheza, como en una bodeguilla llena de curianas.

Mi enemigo tom? para vengarse de m? por instrumento una mujer hermosa, que al fin todas tienen fuerza natural para mover corazones, tan bien como criaturas con aficion y l?grimas; pero como nacieron para llorar, saben enternecer. Maldiga Dios sus determinaciones, que tan resueltas son para ejecutar cuanto se les pone en la testa, que por el mismo caso que no lo pueden con fuerza, lo hacen con astucia y embeleco. Tienen tan grande fuerza en decir lo que quieren, y nosotros tanta flaqueza en creerlas, que parece que para eso solo nacimos. Muchas he visto de muy justificada vida, pero aun en estas he hallado desigualdades de condiciones: y conocido algunas muy honradas de sus personas, que lo son por solo decir mal de las que tienen alguna flaqueza. Y en resolucion, pocas hay que se escapen de algun azar. Libr?me del da?o que pudiera suceder, ? en que ya me v?, pero no de las manos de un alguacil que se habia llegado al ruido, y como me vi? ir corriendo, asi?me; mas yo con mucha presteza le dije: ?Qu? hace vuesa merced? ?quiere que muramos ambos ? las manos de ese demonio que est? en esta casa? Huya y p?ngase en salvo, que viene matando ? cuantos encuentra. ?l me solt? y di? ? correr, porque como habia oido decir el demonio del pozo, como yo se lo afirm?, se confirm? en ello. Yo no par? hasta llegar ? tomar descanso ? la sombra de dos amigos, H?rcules y C?sar, que est?n en dos alt?simas columnas, ? la entrada del alameda que hizo aquel gran caballero D. Francisco Zapata, Conde de Barajas, que tantas deshizo en Sevilla. Pero no acabaron aqu? las de aquella noche, que estando descansando, sent? ? las espaldas de la calle de la Garbancera, en un malvar muy alto que all? se hace, un ruido muy grande, movi?ndose las malvas sin ver qui?n las movia, que por ser de noche y estar solo en el lugar muy sujeto ? melancol?a, me caus? alguna: mas lleg?ndome cerca con la espada desenvainada, no v? cosa sino el movimiento de las malvas, y algun ruido entre unas piedras que habia en el malvar, hasta que salieron fuera luchando una culebra y un gato: la culebra procurando ce?ir al gato por el cuerpo, y el gato puesto sobre los pi?s, ? hiriendo ? la culebra con las u?as por entre las conchuelas, que dur? algun espacio: pero la culebra no pudiendo resistir las u?as del gato, se torn? ? sus malvas, y el gato como diestro, dando un salto le cogi? la delantera, y con el mismo movimiento, masc?ndole la cabeza, retir?se antes que la culebra le diese con todo el cuerpo; y lo hiciera si no se retir?ra, porque con el golpe di? en unas piedras con la parte del lomo, ? donde tiene la fuerza, de que no pudo m?s moverse, y llegando el gato la acab? de matar. Di?me que considerar la destreza del gato, viendo cu?n cierta tiene la herida m?s que los dem?s animales, por donde yo fu? aficionado desde all? ? los gatos, habiendo sido siempre enemigo de ellos, porque aunque no tienen tanto conocimiento ni amor como los perros, son de gran seguridad contra las sabandijas que se aparecen en las casas. Yo me fu? ? reposar aquella noche, admirado y corrido del doblez que tan pesadamente us? conmigo aquella mi enamorada, que lo sea del diablo: y no del que sali? del pozo; que la apacibilidad que promete el rostro de una mujer hermosa sea capaz de tan pesado enga?o, y que con tanta facilidad se rinde ? un mal consejo, es cosa que aun no acabo de creerla. Que se apiade un hombre ? unas l?grimas de una mujer, es mucha nobleza; pero que ella las finja por mal fin, parece abominacion. Rendirse ? la hermosura es cosa natural; pero rendirse la hermosura al enga?o es contra razon, y aun contra naturaleza. Y un ?nimo como el del hombre, que hace cara ? un ej?rcito entero, se rinda ? una mujer, que huye de un raton, es cosa que espanta. Dios me libre de sus revueltas, y me guarde de sus dobleces, que aun sin gusto suelen tenerlos, por dar ? entender que son queridas y desde?osas; que las aman y que no las estiman; que las regalan, y que ellas hacen burla de quien las sirve.

El amo, como no hall? la presa que buscaba, y porque el sacristan le dijo que se la daria pac?ficamente, no llam? al Toledanillo. ?l me llev? paseando por toda la alameda, y el barrio del Duque, hasta la calle de San Eloy, donde era mi posada; yo anim?bale diciendo que fuera de que se lo habia de pagar muy bien, hacia una obra de misericordia. Venian dos conocidos mios tras ?l pereciendo de risa, y ?l no osaba preguntarles de qu? se reian, hasta que llegando ? donde le pareci? que ya estaba fuera de peligro, pregunt?les: ?De qu? se rien voarcedes? Ellos le respondieron sonriendo: De la carga que llevais, que es el que ?bades ? sacar de la iglesia. ?l sobresaltado, solt?me luego en el suelo, y yo encar?ndome ? ?l, le dije: Pues qu?, ?pensaba el ladron, que habia de cogerme el dinero? Agradezca que no le visit? las tripas por el pescuezo cuando me traia acuestas hecho San Crist?bal. En este tiempo andaba el se?or juez ri?endo con el sacristan porque le diese el retraido. ?l dijo: Yo ya cumpl? mi palabra con d?rselo al Toledanillo, que lo llev? acuestas. Ri?ronse tanto los circunstantes con la burla hecha al Toledanillo, por ser tan bravo corchete, que se olvid? el enojo de juez por lo que alcanzaba de la burla viendo la que se habia hecho ? su corchete: y ?l por no dar ? entender su corrimiento disimul?, por la parte que le tocaba. Esto es para que los ministros de justicia entiendan, que ni todo ha de suceder como ellos quieren, ni los delincuentes lo han de remitir todo ? las manos, como suelen en Sevilla, ni hacer resistencias, que si una vez sucede bien, treinta les sucede mal. Los jueces nunca pierdan el respeto ? los templos, porque les sucede lo que ? los perros que andan buscando la vida, que si muchas veces comen, alguna los vienen ? coger entre puertas. Debe proceder el juez con los delincuentes de manera que no parezca que la justicia y venganza se conforman para un fin, que se ha de averiguar las verdades oyendo ambas partes: ni ha de creer, que uno es malo porque se lo diga quien no es bueno. Juez apasionado no lo ha de ser en su negocio propio, porque la pasion hace mayores los delitos del enemigo. Como es dificultoso juzgar por malo aquello que nos deleita, as? es imposible juzgar por bueno lo que aborrecemos: que mal podr? guardar la autoridad de la ley quien quiere hacerla de su condicion en ?dio ? en amor. Muy confuso se halla un juez cuando le apelan la sentencia que di? con pasion, no siendo ya se?or de ella. Los delincuentes han de usar de todos los medios humanos y divinos antes que hacer una resistencia, y quien la hace en confianza del favor que tiene, merece que le falte cuando lo h? menester, como sucede. No puede haber causa, si no es por salvar la vida, que obligue ? un hombre ? tan b?rbaro delito, que no se halla sino en hombres desconfiados de la vida y honra. La humildad con los ministros de justicia arguye valor y ?nimo noble, en que consiste el fundamento de la paz y concordia. Y si ? los tales que se persuade ? que son poderosos para cuanto quieren, los tratamos con soberbia, ?c?mo podremos conservarnos con ellos? Huir de ellos cuando nos siguen, no es falta de ?nimo, sino reconocimiento de superioridad: y el que de ellos es bien considerado, hu?lgase de ver que el delincuente le tiene respeto, en huir ? en retraerse, sin querer perseguirle ni apretarle m?s de lo que es justicia y razon. Yo no pude hacer buen amigo de este hombre, y as? me determin?, por no resistirme ni huir, de hacerle esta burla que se tuvo por acertada, tanto como reida, con que ?l me dej?, y el otro se soseg? en perseguirme. Yo para aquietarme de todo, determin? de arrimarme ? algun favor poderoso, en cuya sombra pudiera descansar. Andaba entonces en Sevilla un gran Pr?ncipe, de gallard?simo talle, muy gentil hombre de cuerpo, hermoso de rostro, con gran mansedumbre de condicion y consumada bondad, m?s de ?ngel que de hombre, amigu?simo de hacer bien, amado y admirado en aquella rep?blica, por estas y otras muchas partes que en su persona resplandecian: sobrino del arzobispo que entonces era en Sevilla, que era Marqu?s de D?nia. Yo me determin? de buscar modo como entrar en la gracia de este Pr?ncipe, y comunic?ndolo con cierto amigo, le dije: No es posible, sino que este gran se?or me ha de recibir en su favor y gracia. ?En qu? lo echais de ver? dijo mi amigo. Y respond? yo: En que yo le soy grandemente apasionado, y perp?tuo historiador de sus admirables virtudes: y no es posible sino que la constelacion que me obliga ? este excesivo amor ? ?l, le incline ? serme agradecido. Sucedi?me como yo me lo tenia imaginado, porque estando en el corral de los naranjos, y pasando por all? este gran Pr?ncipe, me determin? ? hablarle lo m?s cortesmente que yo pude y supe. Par? el coche, y oy?me con entra?as piados?simas, haci?ndome la merced que yo deseaba, y mand?ndome que le viese. Recibido en su gracia, no me sucedi? cosa mal en Sevilla, ni mis ?mulos tuvieron brio ni atrevimiento m?s contra m?; que el favor de los Pr?ncipes y grandes se?ores es poderoso para vivir con quietud en la Rep?blica, quien quiere ampararse de su valor y reclinarse ? su sombra. Y es cordura el hacerlo, aunque no sea m?s de por imitar sus nativas costumbres, que exceden con gran ventaja ? las de la gente ordinaria; que como en las plantas, las m?s bien cultivadas dan mejor y m?s abundante fruto, as? entre los hombres, los m?s bien instruidos dan mayor y m?s claro ejemplo de la vida y costumbres, como son los pr?ncipes y se?ores, criados desde su ni?ez en costumbres loables, no derramados entre la ignorancia del libre vulgo; que entre los caballeros est?, y se usa la verdadera cortes?a: de ellos se aprende el buen trato y la crianza con lo que se debe dar ? cada uno; en ellos se halla la discreta disimulacion y paciencia, y cuando h? lugar el perderla, que como tratan siempre con gente que sabe todos saben. Los que huyen el trato de los caballeros, no pueden entrarse en la verdadera nobleza que consiste en la pr?ctica y no en la te?rica, y con ella se aprende el respeto que se les ha de tener, para tratar con la nobleza ignorada de todo el vulgo.

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