Read Ebook: Clemencia: Novela de costumbres by Caballero Fern N
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Ebook has 2500 lines and 98144 words, and 50 pages
COLECCION DE AUTORES ESPA?OLES.
CLEMENCIA.
NOVELA DE COSTUMBRES POR FERNAN CABALLERO.
LEIPZIG: F. A. BROCKHAUS. 1883.
PARTE PRIMERA.
Aux po?tes dramatiques l'action, aux romanciers l'analyse du coeur. A los poetas dram?ticos pertenece la accion, y ? los novelistas el an?lisis del corazon. J. A. DAVID.
Le style vient des id?es et non des mots. El estilo nace de las ideas y no de las palabras. BALZAC.
-- No se canse Vd., D. Silvestre; cada casa es un mundo, -- decia una tarde del verano de 1844 la Marquesa de Cortegana ? su amigo y compadre D. Silvestre Sarmiento, mi?ntras este sorbia palade?ndola una taza de caf?. -- T?melo Vd. por arriba, t?melo Vd. por abajo, cada casa es un mundo, aunque Vd. diga que no.
-- Se?ora, yo no digo ni que s? ni que no.
-- As? es Vd. en todo: ?bendito Dios que le ha criado mas fresco que una lechuga! Como si no tuviese yo bastante con dos hijas, me manda Dios esa sobrina! Una sobrina... la cosa mas in?til del mundo!...
-- Es una perla, Marquesa.
-- S?, una perla, que es para m? lo que fu? la otra para el gallo! Capaz es Vd. de sostenerme que es una suerte, y que he ganado ? la loter?a!
-- Yo no sostengo nada, se?ora.
-- Pero lo da Vd. ? entender, que es lo mismo. ?As? cayesen en casa de Vd., llovidos del techo, media docena de sobrinos! Ya ver?amos la cara que Vd. ponia.
-- Se?ora, yo no soy rico, y es claro que me apurarian.
-- Ya, ?si Vd. cree que con dinero se compone todo!...
-- No creo eso, Marquesa; pero creo que con dinero son las cargas m?nos gravosas.
--?Y por qu? no la dej? Vd. en el convento?
--?Con diez y seis a?os la habia de dejar en el convento, para que toda Sevilla me quitase el pellejo, y me llamase tia tir?nica? ?Tiene Vd. unas cosas!...
-- En efecto, tiene Vd. razon: ha sido acertado y ha hecho muy bien en sacarla del convento.
--?Que he hecho bien? Eso le parece ? Vd. Pues no faltar? ? quien le parezca que he hecho mal.
Nacian en parte los defectos de esta se?ora de haber sido toda su vida muy mimada, primero por sus padres, luego por su marido, que fu? un bendito y le sigui? la corriente, y por los amigos de este, que hicieron lo que ?l: de lo que result? que siendo la Marquesa una excelente criatura, aunque de pocos alcances, se habia hecho un ente personal ? insufrible.
Por parte de su marido no habia conocido mas pariente cercano que un cu?ado, que sirvi?, y muri? en campa?a, dejando ? su mujer embarazada; la que poco despues falleci? en el parto de una ni?a, que recogi? su tio, el difunto Marques, y la hizo educar en un convento; ? la cual ahora acababa la Marquesa de traer ? su lado, como hemos visto por la conversacion antecedente. Tambien vimos que la Marquesa hizo mencion de dos hijas.
En cuanto ? Clemencia, la sobrina de la Marquesa, que ? los diez y seis a?os salia del convento como una blanca mariposa de su capullo de seda, era de aquellas criaturas ? las que, como al mes de Mayo, regala la naturaleza con todas sus flores, toda su frescura, todo su esplendor y todos sus encantos.
De mediana estatura y perfectas formas, blanca y sonrosada como un ni?o ingl?s, su dorado cabello la cubria toda cuando estaba suelto, como un manto real de oro. Sus grandes ojos pardos tenian un se?or?o tan dulce y grave que parecian haber sido colocados por la Nobleza en la cara de la Inocencia. Su hermosa boca tenia sonrisas de ?ngel, como las que en la cuna tienen los ni?os para sus madres.
Cuando estaba en entera confianza, demostraba una gran alegr?a de corazon, ese magn?fico y simp?tico don que el cielo suele repartir ? sus favoritos, esto es, ? los ni?os, ? los pobres y ? los sanos de corazon: resplandecia esta alegr?a en sus ojos como brillantes, iluminaba su sonrisa como la luz, y animaba su rostro como anima la m?sica una fiesta. Un observador hubiera notado que su alma tierna era impresionada por la l?stima y el dolor, con la misma actividad y el mismo calor que demostraba en la alegr?a; pero la sociedad observa poco y mal lo que no se roza con ella.
Era de notar cu?n distinto era el atractivo de estas tres j?venes. Constancia atraia por su mismo desv?o, por la especie de aislamiento y de misterio en que se envolvia, como la c?spide de un alto monte en nieves y nubes, rechazando con frialdad y decision toda comunicacion ? intimidad. D?base as?, sin buscarlo ni desearlo, todo el valor de una dificultad, toda la superioridad de un imposible, cosas llenas de prestigio para el hombre, al que todo ensayo que se eleva ? empresa, escita fuertemente.
Alegr?a tenia la seduccion de la gracia, la incitacion de la que tiene y sabe hacer uso de los medios de agradar, el aturdido desgaire de la ni?a, alternando con el indisputable despotismo mujeril; el quiero y no quiero del capricho, lo picante de la burla, lo salado del chiste, dones todos que tan poco valen y tanto merecen, y que hacen patente cu?n sabios fueron los griegos en personificar al Amor en un ni?o ciego.
Clemencia en cambio solo tenia el tibio encanto de la inocencia, el desapercibido m?rito de la modestia, ? inspiraba en la superficial sociedad el interes que desciende, como es el de los viejos h?cia los ni?os.
Basta ya de este buen se?or, que en nuestra relacion como en todas partes, no har? mas papel que el de comparsa.
-- Vamos, dijo la Marquesa, digo y repito que cada casa es un mundo: es preciso que se convenza Vd. de ello. En la mia es hoy dia aciago. ?Quiere Vd. creer que me escribe mi hermana de Madrid que no hay quien sujete al loco de mi hijo Gonzalo, y que se va ? Paris? ?A Paris, ese foco de corrupcion!!
-- Como est? eso de moda... repuso D. Silvestre.
--?Vaya una razon de pi? de banco! ?Con que si se pone de moda tomar veneno, aprobar? Vd. tambien que lo tome mi hijo?
-- Marquesa, yo no he aprobado nada.
-- Pues agregue Vd. ? esto que mi hijo Alfonso ha salido del colegio de artiller?a, y quiere pasar ? la brigada de monta?a.
-- Me parece, se?ora, que este es un caso de enhorabuena.
--?Qu? enhorabuena? Usted siempre contradice. ?Y el uniforme? ?Y el caballo? ?Y lo peligroso del destino? En nada de eso piensa Vd. Pues agregue Vd. ? esto, que ? Juan, necio ? ingrato criado, despues de estar tantos a?os en mi casa, le ha entrado la locura de casarse. ?Podr? darse semejante disparate?
-- Pero, se?ora, todo el mundo se casa.
--?No digo que no puedo hablar una palabra sin que Vd. me contradiga? ?Con que le parece ? usted acertado y muy en el ?rden que ese ingrato est?pido me deje ? m?, despues de tantos a?os, por una muchachuela de enaguas de bayeta?
-- Se?ora, el amor....
--?Mire Vd. quien habla de amor! Usted que en su vida ha sabido lo que es. Pero no es eso lo peor, prosigui? cada vez mas apurada la Marquesa, lo peor es lo que ha sucedido esta ma?ana. ?Jesus! Dios mio, ?qu? desgracia!!!
--?Cu?l, se?ora? pregunt? D. Silvestre.
-- Fig?rese Vd. que un gallego, venido de los infiernos, lleg? esta ma?ana trayendo unas macetas para colocarlas en el armazon alrededor de la fuente; haciendo lo cual di? el muy salvaje un golpe al Mercurio, y le ha quebrado un ala del pi?.
-- Y con ella una del corazon de mi madre, observ? Alegr?a, que aunque apartada, oy? este ?ltimo gemido de aquella.
--?Mas quisiera, prosigui? la Marquesa, sin atender ? lo que decia su hija, que me hubiese el tal caribe roto ? m? un brazo!
--?Jesus, Marquesa! ?tales cosas!... dijo pausadamente D. Silvestre.
--?Tan hermoso como era mi Mercurio! prosigui? con voz lastimera su due?a. ?Tan bien como hacia entre las flores! ?Qu? desgracia! ?Solo ? m? me suceden estas cosas! ?Qu? desgracia, Dios mio!
-- Como que no podr? volar, observ? Alegr?a.
La Marquesa tenia efectivamente sus cinco sentidos en aquella estatua de yeso macizo, casi de tama?o natural, y en otras cuatro, mas peque?as, que representaban las cuatro estaciones del a?o y adornaban en verano los cuatro ?ngulos del gran patio de la casa.
En este momento entr? una se?ora de edad, alta y gruesa, con paso decidido y aire imponente.
-- Eufrasia, le grit? la Marquesa ap?nas la vi?, mujer, t? que tanto has visto y tanto sabes, ?no me podr?s decir si habr? medio de pegarle el ala ? mi Mercurio?
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