Read Ebook: The Mystery of Lost River Canyon by Castlemon Harry White George G George Gorgas Illustrator
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Ebook has 289 lines and 27332 words, and 6 pages
No he conocido antes a ?lvarez. Por otra parte no estoy seguro de que hubiera comprendido en toda su intensidad e intenci?n el valor de sus escritos y obras, en la primera juventud en que gustamos m?s de la frase que suena, de la cl?usula arm?nica al o?do, que de su contenido o sustancia. Y no es m?a la culpa; en mi lejana ciudad natal el maestro era un desconocido y seguir? si?ndolo qui?n sabe por cuanto tiempo. All? donde, seg?n el decir suyo, tan exacto como mortificante, se gasta m?s sebo y cera para fabricar velas que jab?n para la higiene, claro est? que ?lvarez y sus ideas no pod?an llegar sino de contrabando. El medio es francamente hostil a ellas. Se lo ignora como se lo ignora a Ameghino: s?lo se los conoce de nombre. Apenas si Darwin y Comte tienen uno que otro disc?pulo infiel. ?Y c?mo iba a escucharse la voz del maestro laico, del fil?sofo de la libertad, del cr?tico agudo y mordaz de nuestra patolog?a pol?tica y social si aquellas sociedades provincianas son un exponente del pasado hispano-colonial con todos sus prejuicios y rutinas? ?Podr?a o?rse la voz de ?lvarez, su cr?tica recia y fuerte a todos los dogmas religiosos donde el esp?ritu manso y serenamente episcopal del padre Esqui? preside la vida de las gentes todav?a con sus sermones en olor de santidad?
No pod?a percibirse, pues, su pensamiento entre el ruido ensordecedor de las campanas echadas a vuelo diariamente, para mejor gloria del Se?or, el canto de los beaterios y la mendicante pobreza mental del pueblo. Compr?ndese f?cilmente que en los pueblos de provincias, donde el fanatismo toma formas tan raras y en donde, pudi?ramos afirmar sin exageraci?n, s?lo se aprende a rezar y a despreciar el trabajo manual, un pensador de su estirpe y de la fuerte contextura de su cr?tica fuese sistem?ticamente excluido. As? este virtuoso del pensamiento es casi un extra?o; s?lo comienza hoy a conoc?rselo. Por otra parte, la prensa gaucha y mercachifle, que tiene para el tartufo el aplauso suelto y f?cil, tuvo para ?l su silencio de guerra. Y se comprende bien.
El pol?tico criollo no pod?a ir a buscar a sus obras una frase pertinente para ornamentar su discurso con la cita indispensable, porque ?l lo ten?a catalogado en un "Manual de patolog?a". El abogado, m?s o menos leguleyo y enredista, el procurador ave negra, en fin, la serie interminable de los que cayeron bajo la agudeza mortificante de su pluma y toda esa legi?n enorme de gente "buena" con que nos encontramos diariamente, que vive tributando culto a los prejuicios m?s groseros y rid?culos, no pod?a ser amiga de ?lvarez, y hoy han de prend?rsele a su nombre y a sus obras con mal disimulada sa?a.
Cosas, hombres, costumbres, h?bitos, rutinas, prejuicios, taras hereditarias, sedimentos sociales, todo lo enfoca bajo el haz luminoso de su linterna este esp?ritu ansioso de saber y de bien.
Hurga, remueve, corta lo enfermo, lo malo, con su bistur? implacable. Todo cae bajo la disecci?n y el an?lisis. Al par del diagn?stico de la enfermedad expresar? el remedio para la cura, aunque sea el cauterio aqu? o la amputaci?n all?.
Su humorismo provinciano se desata en el sarcasmo, en la ligera y apenas perceptible sonrisa burlona--que me la imagino distendiendo constantemente la comisura de sus labios--; en la cr?tica mordaz y fina de los sectarismos sociales, de los ?rganos petrificados que pugnan por abatir el esp?ritu de observaci?n y experimentaci?n del positivismo cient?fico, sin verdades reveladas ni verdades inmutables; teniendo siempre la frase adecuada, la cita oportuna, el decir c?ustico para todas estas cosas tan feas y tan nuestras.
Pero lo que m?s hace resaltar el valor de su obra con acentuados relieves, es que toda ella, como ?l mismo, fue el producto del esfuerzo propio. Muchacho hu?rfano, conoci? tempranamente el dolor de la vida, es decir, tuvo que ser prematuramente hombre; mas eso no apagar? la sed de perfecci?n de su esp?ritu, el ansia fervorosa de saber, ni amainar? el temperamento brioso y decidido. Vino a Buenos Aires, la suspirada Buenos Aires, ciudad deslumbradora y ?urea, escenario indispensable a todas las consagraciones, no sin antes haber dado pruebas de su car?cter en?rgico encabezando una revuelta estudiantil en el colegio nacional de Mendoza, donde curs? estudios secundarios.
As?, pues, sin oro en las talegas, pero con un gran valor para la lucha, lleg? a Cosm?polis, a luchar brazo a brazo con la vida. Se form? solo en el estudio y el trabajo, sin directores mentales, sin gu?as, sin tutores de su inteligencia--la peor calamidad--siguiendo sus vocaciones unas veces, impulsado por las necesidades otras, hasta encontrar la definitiva orientaci?n de su esp?ritu, a m?s de la mitad de su existencia, siguiendo luego por ese camino de progreso hasta su muerte.
Esta condici?n de ser el producto de su trabajo, de no deber nada de sus prestigios y de sus m?ritos conquistados a nadie, ser? m?s tarde motivo de su orgullo, un orgullo leg?timo, por cierto, que ?l expresar? repetidas veces al decir de sus bi?grafos en pertinente y expresivo idioma ingl?s: "self made man".
La vocaci?n de los grandes caracteres suele ser el apostolado de una idea--ha dicho un escritor contempor?neo, a prop?sito de nuestro dilecto pensador--y ?lvarez ten?a todas las caracter?sticas del ap?stol: la fe inquebrantable que lo hace persistir en su lucha tenaz en un ambiente hostil, puesta la mirada visionaria hacia un ideal humanitario, de perfecci?n social, de vida bella y mejor para todos por la difusi?n cultural, pues entend?a que la educaci?n forma una segunda naturaleza, creyendo "poder cambiar, por medio de la escuela, un pueblo de bellacos en un pueblo de gentes de bien y una tierra de miserias y maldiciones, en tierra de prosperidades y bendiciones". Esa es la calurosa pasi?n que se descubre a trav?s de su cr?tica social en sus m?ltiples facetas, aunque ella se dirija m?s a la raz?n que al sentimiento, prefiera el cerebro al coraz?n y busque la reflexi?n serena m?s que la efectividad f?cilmente impresionable. Por ?ltimo, esa sencillez en el escritor, despreocupaci?n en el hombre, proverbialmente suya, que consiste en el olvido de la propia persona para consagrarse a los otros, al culto de una idea o ideal que suele ser siempre una obsesi?n constante en los predestinados.
El hombre, su vida entera, su esp?ritu templado en la adversidad y los reveses, se refleja en su obra de escritor; tan clara, tan n?tida es la imagen, que nunca es m?s exacto aquello del estilo y el hombre. "Y tanto se refleja en el libro la personalidad de su autor--dice Alicia Moreau--que al leerlo parece que surgiera de entre las p?ginas aquella su original silueta, sencilla y modesta sin afectaci?n, el gesto sobrio y ameno, la mirada serena, la sonrisa de bondad finamente matizada de iron?a; el autor est? en su obra tanto como la obra en su autor, pues nunca un hombre fue m?s autorizado para hablar de moral a sus pr?jimos".
En vano buscar?amos en Agust?n ?lvarez esa unidad, esa consecuencia espiritual, que tienen a menudo otros escritores y pensadores, entre su juventud y la plena madurez. No existi? en ?l. La vida lo oblig? como a tantos otros a seguir orientaciones, que acaso no fueran las predilectas a su temperamento, y as? lo vemos cambiar a menudo de rumbos. M?ltiples actividades distraen y preocupan su existencia. Militar primero--y esto es lo m?s asombroso trat?ndose de ?lvarez,--abogado, periodista, juez, escritor, diputado, profesor universitario despu?s.
Pero no ser? perdido en vano el tiempo transcurrido en los diversos campos de su actividad; ir? acumulando datos, notas diversas, amontonando observaciones, haciendo aprendizaje en la naturaleza de los hombres y las cosas, en las costumbres y h?bitos; palpando errores, deformaciones, vicios ancestrales, acaso siempre con esa sonrisa de hombre bueno, "matizada de iron?a", que le servir?n para su ulterior labor cr?tica y consultiva de escritor costumbrista y de fil?sofo moralista. Eso mismo lo har? abominar de todo el pasado hispano-colonial, sintiendo por ?l un santo horror, a igual de otros grandes pensadores nuestros: Sarmiento y Alberdi; pasado que ha moldeado ese tipo de individuos y de sociedades, resignados hasta el fatalismo, supersticiosos, fan?ticos y perezosos, como una consecuencia del p?simo r?gimen pol?tico, del feudalismo de la tierra unido al detestable r?gimen econ?mico y, sobre todo, como un producto de la morfina absorbida por siglos de cristianismo que en su af?n de cultivar el alma para la otra vida ha descuidado ?sta "flaca vida terrenal", formando as? sociedades reacias a la higiene, a la cultura y al trabajo, poco aptas para la civilizaci?n y el progreso t?cnico. Con su moral de renunciamiento, de dolor y amargura, depresiva de la personalidad, que ?l combatir? tenazmente sabiendo cu?n hondas son sus ra?ces y cu?n esparcidas est?n, como fervoroso de la ciencia que era, sin ser propiamente un hombre de ciencia. Por eso procurar? trazar las bases de un nuevo mundo moral, fundamentado en el culto de la vida, de la belleza y de la libertad interna y externa, mediante la educaci?n del individuo en la virtud y libertad que da la sabidur?a. Por eso tambi?n ser? un europe?sta, coincidiendo en esto, como en su pasi?n por la educaci?n popular, otra vez con Sarmiento, pues sobre todo era un apasionado del tipo anglo-saj?n. Se esforzar? por mejorar el individuo trabajando en la levadura criolla, seg?n el modelo del norte, entendiendo as? mejorar la colectividad. Lleno de un sano optimismo, confiaba en el futuro, labrando la dura argamasa sin temor de romperse las manos.
Trabajaba para el porvenir, generoso y desinteresado, confiando en ?l, entendiendo que "todos los ideales del presente pueden ser realizados en el porvenir como est?n excedidos en el presente todos los sue?os del pasado".
No hacemos aqu? un estudio cr?tico. Esbozamos simplemente, sin mayor pretensi?n, la obra junto al hombre. Eticista a la manera de Emerson,--con quien se le ha encontrado tanto parecido--aunque no es tan exacta la semejanza, ser? el Emerson del sur, m?s propiamente, el Emerson argentino.
Su obra seria de escritor no comienza hasta los treinta y siete a?os de su vida, con "South America", seguido de otros vol?menes que guardan una acentuada unidad de tendencias; "Manual de patolog?a pol?tica", que ser? llamado primero "Manual de imbecilidades argentinas", cambiando m?s tarde el nombre y el contenido con algunos agregados; ir?n apareciendo luego otros libros m?s: "Ensayo sobre Educaci?n", ?A d?nde vamos?"; hasta rematar, sereno y profundo el escritor, con "Transformaci?n de las razas en Am?rica", "Historia de las instituciones libres" y "La creaci?n del mundo moral".
Por la virtuosidad de sus ideales y la austeridad de su vida de var?n tranquilo y fuerte que "iba armado con aquel invulnerable escudo de la bondad y de la justicia que permit?a a M. Bergeret recoger la piedra que una multitud enfurecida le arrojaba porque se hab?a atrevido a decir la verdad y murmurar sonriente: es un argumento cuadrangular", podemos considerarlo como el tipo ideal del ciudadano--que dijera de Alberdi, Jaur?s,--en la m?s honrosa expresi?n del t?rmino y maestro del pueblo tambi?n, ya que no pas? su vida como tantos escritores de serrallo--lejos de la vida colectiva y de su ?poca--tejiendo filigranas y arabescos, sino que dedicola en sus ?ltimos y laboriosos a?os a instruir al pueblo y la juventud, desde la c?tedra, con libros, folletos, conferencias p?blicas, para libertarlo de los dogmas religiosos y de prejuicios y rutinas de toda ?ndole, despu?s de haberse libertado a s? mismo por la sabidur?a; y porque es un alto exponente de energ?a, de labor, de esfuerzo propio, es digno de presentarse como un modelo, a los j?venes y a los hombres de trabajo que luchan en la pobreza por mejorarse d?a a d?a, llevando prendido al alma un sano y noble ideal.
Ten?a el estilo sencillo, f?cil y claro sin la rebuscada erudici?n de los que quieren deslumbrar m?s que ense?ar. Ello no significa que no hubiera erudici?n en sus libros: la hay, y de buena ley, pues que era un infatigable estudioso, un apasionado de la ciencia, gustando a menudo fundamentar en ella sus aseveraciones. Ni aparatoso, ni solemne, a pesar de estar llenos sus libros de sanas y saludables m?ximas morales que trasuntaban su anhelo de justicia y de bien, preocupaci?n constante de su vida de escritor.
A veces t?rnase picaresco, malicioso, agudo, para zaherir el vicio, el prejuicio o la rutina. Es siempre pintoresco, bueno, lleno de sana alegr?a, como si se hubiera propuesto curar la melancol?a ing?nita de nuestro pueblo, imbuido de tristeza rom?ntica.
Dij?rase que la forma le preocupaba bien poco. Llenos est?n sus libros de desali?o--sobre todo los primeros, en que hasta la gram?tica se resiente--en un cierto agradable desgaire. ?lvarez no es un estilista. Podr?ase afirmar--como se dijo de Sarmiento--que escribe en mangas de camisa. No importa que la palabra no suene bien, que la frase sea un lugar com?n, con tal que aqu?lla o ?sta expresen con exactitud el concepto y se comprenda bien su significado.
No har? literatura vana de hojarasca y ampulosidad; no escribir? ni una p?gina en que haya el rebuscamiento alambicado de la locuci?n, el refinamiento esmerado de la forma, que degenera a menudo en un verbalismo odioso, en que tanta gente de letras malgasta su tiempo. No har? jam?s ni una filigrana, ni un arabesco. A ?l le interesan las ideas, los conceptos como expresi?n de verdades. Ir? al fondo del problema o la cuesti?n, y lo tratar? con claridad y conocimiento. Sin que ello importe que no guste de la belleza, como que campean en sus libros im?genes hermosas como novias garridas y apuestas, pues que no desde?a unir a la l?nea severa de la idea la curva elegante y armoniosa del arte.
Pero siempre familiar e ir?nico. Esta ?ltima condici?n le viene de su fuerte cepa nativa; es la socarroner?a del criollo que el hombre culto ha perfeccionado y pulido.
Se le ha criticado, y con raz?n, que no ten?a el dominio de la s?ntesis art?stica de la prosa. Se repite a cada momento; da vueltas y rodeos sobre un mismo tema. En tal sentido puede decirse que escribi? muchas p?ginas in?tiles; pero no es esto aceptar aquella imputaci?n de mal gusto e inoportunidad que le echaron al rostro por haber dado demasiada importancia a la cuesti?n religiosa. Ella la tiene, sin duda, para preocupar a escritores y pensadores, y ?lvarez estuvo en lo cierto; ya nos ocuparemos luego de ello.
Hay algo, sobre todo en el escritor y en el hombre, que lo hacen inconfundible, ?nico: es su valent?a moral. Conocer la verdad, es ya, por cierto, un m?rito. Decirla sin reticencias ni eufemismos es de suyo admirable. Pero vivirla, uniendo la idea al hecho, la teor?a a la pr?ctica, la pr?dica a la acci?n es, a no dudarlo, una heroicidad. Exponer sus prestigios, sus m?ritos, su porvenir entero es el hero?smo moderno m?s alto y m?s noble.
Tocole vivir una ?poca de bizantinismo desenfrenado, en que la corrupci?n lo invad?a todo y los valores morales se cotizaban en moneda nacional. Un pueblo de caballeros en que no abundaba la hombr?a de bien, es decir, un pueblo de respetables ladrones. El ditirambo, el paneg?rico, la sumisi?n incondicional al potentado fue un medio de alcanzar posiciones, de conquistar rangos y de labrar fortuna. Su esp?ritu selecto choc? con el sensualismo ambiente de pillos y vividores y lo marc? con su pluma de fuego.
Por ser el "arquetipo del sentido com?n o median?a intelectual"--se ha insinuado por all?--"pudo sostener con su vida, el ejemplo de las teor?as caras a su estrecha visi?n". Ac?sasele pues, de carencia de amplitud de esp?ritu, de falta de comprensi?n. Contestaremos con estas sabrosas l?neas de don Miguel de Unamuno:
"Y me morir? repitiendo que la falta de austeridad no es sino falta de inteligencia y que no es sino tonter?a, pura tonter?a, tonter?a de remate lo que atrae a esa gentuza del buen tono a los centros del lujo y del vicio. No siendo el vicio de pensar todos los dem?s arrancan de deficiencias mentales. Y claro est? que no llamo vicio a las pasiones, a las fuertes pasiones, a las pasiones tr?gicas. Llamo vicio a la vaciedad de los esp?ritus que se tienen por refinados".
?lvarez fue ante todo y sobre todo un autodidacta. Como todo estudioso ten?a por costumbre--dice uno de sus bi?grafos--hacer acotaciones marginales a las obras le?das, subrayando los p?rrafos que le interesaban y anotando en las primeras hojas del libro le?do el n?mero de las que servir?n a sus ulteriores consultas. Adem?s, val?ase de cuadernos en que hac?a extractos, notas, agrupaba observaciones, prontas para ser utilizadas en sus escritos. Quedan todav?a muchos de ellos sin haber llenado su objeto--seg?n confesi?n de un v?stago de aquella noble cepa tutora--a causa de la muerte prematura.
Su obra se reciente de m?todo. El traj?n de la lucha cotidiana le impidi? el reposo y la serenidad, tan necesarias a las especulaciones del esp?ritu.
Su paso por la vida militar, por el periodismo, por los tribunales, ya como abogado o magistrado, su incursi?n por el campo de la pol?tica, su dedicaci?n a la labor educacional como profesor de la ense?anza militar, secundaria y universitaria; su actuaci?n como miembro de numerosas instituciones cient?ficas o culturales, o ya en numerosos congresos cient?ficos de diversa ?ndole, nacionales o internacionales; su actuaci?n de funcionario de la naci?n o provincia; todo ello le impidi? hacer su obra met?dica y serenamente, en la especializaci?n. As? en ese afanoso bregar diario por todos los senderos fue construyendo con admirable persistencia y energ?a no com?n. ?Asombra el imaginar lo que hubiera dado este cerebro bellamente constituido si la fortuna le hubiese sido propicia y hubiera podido dedicarse por completo al estudio, sin las preocupaciones materiales que son como el grillete para el intelectual!
Caracteriza singularmente sus primeros libros la copiosidad en las citas. Sus enormes lecturas enciclop?dicas las va volcando all?; junto a la observaci?n personal de hombres, hechos y cosas que el espectador diestro descubre al solo golpe de vista, ir? la cl?usula pertinente del autor nacional o extranjero con quien hermana o coincide, acompa?ada de una sabrosa acotaci?n suya. O bien ser? la an?cdota, el cuento, el hecho hist?rico, el proverbio criollo tra?do a cuenta para satirizarlo y deducir sus consecuencias l?gicas. As? han sido escritos sus primeros libros, sobre todo "South America", "Manual de patolog?a pol?tica" y "Ensayo sobre Educaci?n".
Af?rmase a menudo que la cuesti?n religiosa no es de actualidad, que ella ha sido resuelta en nuestro pa?s, que en el mundo ya no se discute. Nada m?s falso ni antojadizo que esta aseveraci?n. La cuesti?n religiosa es de actualidad en el mundo hoy m?s que nunca, y se habla por ah? de un renacimiento m?stico o religioso en la humanidad... Pero lo innegable es que la guerra ha puesto en discusi?n las viejas normas ?ticas que rigen la humanidad actual, y, en primer plano, las normas religiosas.
En nuestro pa?s el problema religioso es de actualidad, de Sarmiento a esta parte, sobre todo, en su faz pr?ctica. El registro civil con el matrimonio civil, y la ley laica de educaci?n, son conquistas del esp?ritu laico sobre el poder religioso. Todo hace suponer que la lucha--que ruge sordamente en los distintos grupos sociales--entre el precepto religioso y los ideales laicos ha de acentuarse cada vez m?s.
Ni siquiera, pues, puede con justicia tach?rsele a ?lvarez de inactual. A prop?sito de esto, se le acusa de "materialista", de haber formado opini?n en lecturas extremadamente de esa ?ndole--las "?nicas" fuentes de su cultura, dice un cr?tico--con criterio viejo, atrasado, y que vio a trav?s de este prisma el problema religioso.
Creemos que Ingenieros ha contestado esa inculpaci?n de una manera definitiva: "Nada hay en efecto--dice--m?s falso que la pretendida identidad de la superstici?n con el idealismo, no hay nada m?s torpe que sugerir al vulgo que todos los moralistas laicos son "materialistas" y carecen de ideales", y luego agrega: "Nada hay moralmente m?s materialista que las pr?cticas externas de todos los cultos conocidos y el aforo escrupuloso con que establecen sus tarifas para interceder ante la divinidad; nada m?s idealista que practicar la virtud y predicar la verdad como hicieron los m?s de los fil?sofos que murieron en la hoguera acusados de herej?a. En este sentido moral--y no cabe otro para apreciar un sembrador de ideales--Agust?n ?lvarez fue idealista toda su vida, no adhiriendo jam?s al materialismo de ninguna religi?n conocida".
?lvarez fue un maestro en el amplio sentido de la palabra. Su temperamento de educador y su vocaci?n por la ense?anza se manifest? en m?ltiples formas. Puede decirse que fue en ?l una preocupaci?n constante.
En la c?tedra universitaria ense?aba--dicen sus alumnos--con verdadero fervor. En la conferencia p?blica, en el folleto y el libro pone esa misma unci?n pedag?gica.
"Nuestra enfermedad es la ignorancia; su causa el fanatismo"--escribe--. "El remedio es la escuela; el m?dico es el maestro". Advierte que la Am?rica vive encendiendo "velas a los santos para que vean a quienes deben hacer milagros, y no enciende luces en la inteligencia de los ni?os para alumbrar el camino de la existencia". Conf?a en la escuela como el remedio de todos nuestros males; pero la escuela que da la educaci?n cient?fica, basada en la observaci?n de la naturaleza, la educaci?n laica, pues la escuela, en su buen entender, debe educar para la libertad y el trabajo y no para la sumisi?n y el abandono. De su preocupaci?n sobre la materia hablan bien claro las sustanciosas p?ginas que dej? al morir.
De su "Ensayo sobre educaci?n", aparecido en momentos de mayor confusi?n de planes y programas, ha dicho M?ximo Victoria: "El campanero de estos tres repiques llamaba a misa mayor cuando los escribi?".
ARTURO E. DE LA MOTA.
LA EVOLUCI?N DEL ESP?RITU HUMANO
LA MADRE DE LOS BORREGOS
La necesidad espec?fica del entendimiento es la explicaci?n, como la necesidad espec?fica del est?mago es el alimento. El hambre y la curiosidad son, pues, los dos factores primitivos y fundamentales del ser humano: el uno para asegurar el crecimiento f?sico, el otro para asegurar el crecimiento mental, igualmente necesario para la conservaci?n del individuo y de la especie.
Sin alas, sin cola, sin trompa, sin garras, sin colmillos, sin veneno, sin p?as, sin cuernos, sin caparaz?n, sin agilidad, s?lo por la inteligencia pod?a el hombre sobreponerse a las dem?s especies animales en la lucha por la vida; pero, en cambio, la inteligencia era de suyo un arma o un poder susceptible de desarrollarse indefinidamente, de levantarse m?s alto que los p?jaros y de caer m?s bajo que los reptiles.
Es necesario obrar para vivir, y es necesario saber para obrar. Saber al derecho o al rev?s, saber bien o saber mal, da lo mismo para determinarse a la acci?n o la inacci?n y conducirse en ellas, y s?lo es diferente para el resultado.
Para orientarse en el mundo, m?s all? del h?bito heredado en el instinto, es necesario tener un concepto, una idea, una explicaci?n del mundo, muy burda en un principio, y de m?s en m?s elaborada despu?s, porque solamente las explicaciones burdas pueden satisfacer a los entendimientos burdos, y solamente las explicaciones refinadas pueden satisfacer a los esp?ritus refinados.
As?, para la credulidad fundamental del ni?o, del salvaje y del ignorante, las explicaciones son tanto m?s cre?bles cuanto son m?s disparatadas, m?s extraordinarias, m?s fant?sticas, que es decir, m?s atrayentes, m?s impresionantes sobre la imaginaci?n predominante en ellos.
Los sistemas de explicaci?n del universo, las creencias a priori sobre lo desconocido, eran tan necesarias al hombre para rumbear y desempe?arse en la mara?a de bienes y de males en que se desenvuelve la vida, como las sendas y los caminos para transitar sobre el suelo, y en ambos terrenos el ensanche del tr?fico ten?a que producir necesariamente el ensanche de la v?a.
Descubrir el modo y la raz?n de ser propias de los hechos y de las cosas era imposible. Imagin?rselos, era f?cil e inevitable, pues cercados en todas direcciones por el misterio, urgidos por la necesidad de saber para obrar y aguijoneados por la curiosidad de saber para saber, los hombres ten?an que recurrir fatalmente a la cavilaci?n para descifrar los enigmas del universo y de la vida, a fin de orientarse en el mundo y en la vida, y la loca de la casa tuvo que ser la encargada de amueblar y pertrechar la casa.
Para los primeros hombres, el antecedente conocido de sus acciones, el porqu? de sus actos, fue ese misterio interior que llamamos la voluntad, y en funci?n de este primer factor de los hechos propios se explicaron, naturalmente, los hechos ajenos como efectos de otras voluntades en las otras personas, en los animales y en las cosas, como el ni?o que se enoja con los juguetes ind?ciles a sus caprichos y los rompe, porque los cree culpables, que es decir, voluntarios; como los baqueanos de la cordillera que creen que la monta?a desconoce a los forasteros y desencadena en seguida la tormenta para manifestar su disgusto; como los napolitanos supersticiosos que creen que las diligencias no gustan de los curas y se vuelcan de rabia cuando va alguno entre los pasajeros.
Tomando esta primera cosa conocida--el yo--como base o punto de referencia para la explicaci?n de las dem?s cosas, el hombre lleg? necesariamente a la personificaci?n de todas las cosas del mundo real, desde luego, y a la de todas las del mundo imaginario despu?s, suplicando en un principio directamente al sol para que enviase la luz y el calor y evitase los nublados y los eclipses, y despu?s a Horo, a Dionisios, a Febo Apollo, a Jehov?, a Dios, a San Antonio o a San Francisco.
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