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Read Ebook: Aromatics and the Soul: A Study of Smells by McKenzie Dan

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Ebook has 877 lines and 26652 words, and 18 pages

THESPIS

BIBLIOTECA DE <>

CARLOS-OCTAVIO BUNGE

THESPIS

BUENOS AIRES

Imp. y estereotipia de LA NACI?N.--Buenos Aires

?NDICE

PR?LOGO

M?SCARAS TR?GICAS

El ?ltimo grande de Espa?a El Chucro La madrina de Lita La agon?a de Cervantes El justiciero Pesadilla drol?tica.

M?SCARAS C?MICAS

El m?s zonzo Almas y rostros La tiran?a del bridge Monsieur Jaccotot El canto del cisne El capit?n P?rez

PR?LOGO

Aqu? estoy yo, Thespis. Fui el primero en inventar el canto tr?gico, cuando Baco tra?a el carro de las vendimias, y era propuesto en premio un lascivo macho cabr?o, con un cesto de higos ?ticos. Nuevos poetas han cambiado la forma del canto primitivo; otros, con el tiempo, lo embellecer?n todav?a. Pero el honor de la invenci?n siempre queda para m?.

Buenos Aires, Diciembre de 1906.

PRIMERA PARTE--M?SCARAS TR?GICAS

EL ?LTIMO GRANDE DE ESPA?A

Pablo Gast?n Enrique Francisco Sancho Ignacio Fernando Mar?a, duque de Sandoval y de Araya, conde-duque de Alca?ices, marqu?s de la Torre de Villafranca, de Palomares del R?o, de Santa Casilda y de Algeciras, conde de Azc?rate, de Targes, de Santib??ez y de Lope-Cano, vizconde de Valdolado y de Almeira, bar?n de Camargo, de Miraflores y de Sotalto, tres veces grande de Espa?a, caballero de las ?rdenes de Alc?ntara y de Calatrava, se?or de otros t?tulos y honores, era, ?cosa extra?a en persona de tan ilustre abolengo y alta jerarqu?a! un joven modesto, sensato y virtuoso.

Hu?rfano desde temprana edad, fue educado por su ?nica hermana, Eusebia, quien, por los muchos a?os que le llevaba, pod?a ser su madre, y de madre hizo. Desmedrado, rubio, paliducho, con incurable aspecto de ni?o, de facciones finas, de ojos dulces y claros y porte de principesca mansedumbre, contrastaba el joven con la igualmente interesante figura de su hermana. Era ?sta una mujer alta, huesosa, de dura y vieja fisonom?a, coronada por abundante masa de negr?sima cabellera. Arist?crata y c?libe empedernida, en cuanto ?l cumpli? la mayor edad, profes? ella en la orden de las ursulinas. No sin decirle antes, sintetizando su obra educativa:

--Por tu nombre y antepasados, eres el primer noble, el primer grande de nuestra siempre noble y grande Espa?a. Despu?s del rey nadie tiene m?s altos deberes que t?. Modelo debes ser, en virtudes y sentimientos, de tanto hidalgo indigno de su prosapia y de tanto plebeyo blasonado por el dinero y la vanidad. No olvides jam?s lo que a ti mismo te debes, y a tus gloriosos predecesores. Ellos fueron virreyes, generales, cardenales y hasta reyes y santos; conquistaron tierras para su patria, laureles para sus sienes y almas para el cielo. En nuestros tiempos tu acci?n ser? forzosamente m?s reducida y simple. Tu vida, pura y retirada, no s?lo ser? ejemplo de verdaderos hidalgos, sino tambi?n muda protesta contra estos tiempos corrompidos y vulgares.

As? dijo, en el tono austero y prof?tico de una sibila. Y sin m?s, permitiendo apenas que por toda despedida el joven besara respetuosamente su mano de abadesa, cubri?ndola de l?grimas, se retir? del mundo.

Pablo, Pablito, como ella cari?osamente le llamara, qued? solo. Aunque emparentado con los mismos Borbones y con toda la nobleza antigua, no manten?a con sus parientes m?s que ceremoniosas relaciones de etiqueta; choc?bale la excesiva familiaridad propia de las cortes modernas. Reservando en el fondo de su coraz?n tesoros de ternura, cre?a torpe derrocharlos en afectos pasajeros y advenedizos. Por eso viv?a retra?do y hasta hura?o, en su palacio de familia.

Por las muchas deudas que contrajera el ?ltimo duque de Sandoval, viejo y disipado solter?n, t?o del heredero, el palacio hab?a sido embargado en la liquidaci?n testamentaria de sus bienes. Ocurri? esto en la minor?a de Pablito. Y aqu? fue donde primero se manifest? la entereza de su hermana Eusebia, a cuyos esfuerzos y diligencias debiose en gran parte la salvaci?n de la finca, con sus magn?ficas reliquias. Apenas heredara Pablo los blasones, dio ella en desplegar la perseverancia y hasta el buen criterio comercial que se revela en el epistolario de Santa Teresa de Jes?s. ?Hab?a que salvar de la ruina que lo amenazara el ducal mayorazgo, honra y prez de la patria historia! Y tanto breg?, luch?, suplic?, transigi? y aun especul?, que al cabo de algunos a?os iban en v?as de salvarse de las garras de los acreedores las tierras m?s tradicionales y las dos m?s ricas dehesas de la opulenta casa. Al joven duque no le tocaba ahora m?s que seguir las operaciones iniciadas y aconsejadas por su hermana, para que, al cumplir los treinta a?os, se viera en posesi?n de fortuna suficiente al decoro de su rango.

--Mira a nuestro primo Osuna--hab?ale dicho Eusebia.--Por la magnificencia de su padre, digno embajador de Espa?a ante el zar, ha debido liquidar en p?blica almoneda los honrosos trofeos de su estirpe. Hay que evitar decadencia semejante. Y no podemos evitarla sino con trabajo y ahorro. El comercio y los negocios no son para nosotros. ?Recuerda al duque de Gand?a! Los deportes, que convendr?an a tus gustos, no convienen a?n a tu fortuna. No olvides que Alba, propietario de cuantiosos bienes, ha gastado una mitad de ellos en los llamados <>, que nos traen las modas de Inglaterra. Tampoco te aconsejar?a que esperes aumentar tus caudales, como Montesclaros, uni?ndote a la heredera de alg?n rico comerciante bilba?no. Esa gente no participa de nuestros sentimientos, no es capaz de desinter?s ni de delicadeza. Hasta en ideas pol?ticas te concedo que puedas a veces templar las pasiones tradicionales con los nuevos tiempos, puesto que tu abuelo y tu t?o disimularon su fidelidad a don Carlos; pero nunca en cuanto a tu casamiento... ?Una verdadera duquesa de Sandoval es tan dif?cil de encontrar como una reina de Espa?a!

Y despu?s de una larga pausa, con una emoci?n que nunca, antes ni despu?s, le notara su hermano, hab?a concluido:

--No me he casado yo, tal vez por que no hall? un marido para mis sentimientos y mi linaje. Dios sabe que s?lo quer?a nobleza, no dinero. Pero t?, mejorada la suerte de nuestra casa y heredero de sus t?tulos, te encontrar?s un d?a en ocasi?n de poder elegir una princesa. Espero del cielo que ella exista entre la miseria y corrupci?n de nuestro siglo. ?No has visto nunca crecer, pura y lozana, en montones de esti?rcol, una azucena blanca?

Mucho medit? Pablo sobre tan excelentes advertencias. Y despu?s de guardar durante alg?n tiempo el duelo que sent?a por la profesi?n de su hermana, comenz? a frecuentar, de cuando en cuando, si no la sociedad bullanguera y aparatosa, las recepciones de Palacio, donde era bien quisto por su ejemplar conducta. All? conoci? las beldades de la corte, cuyas <> y modos le chocaron, a veces hasta la indignaci?n. Encontr?bales cierta desfachatez que se le antojaba canallesca, bien distante de la casta y severa majestad de las grandes damas de otros tiempos. Lleg? a pensar que hallar?a la esposa so?ada en las soledades de provincia y hasta en otras cortes menos modernas, como las de ciertos peque?os principados de la feudal Alemania. Pero, ?ay! esas infantas eran generalmente herejes... Y al defecto de la herej?a innata, cuyo dejo subsiste a?n despu?s de la conversi?n, era casi preferible el defecto del modernismo parisiense, del modernismo Revoluci?n Francesa!

Dec?ase que, avalorando su nobleza y se?or?o, la reina madre lleg? a insinuarle, por discreto intermediario, la proposici?n de que casara con la menor de las infantas reales... ?l la conoc?a, ?l sab?a de memoria su perfil borb?nico... Debi? pensar si podr?a amarla... ?No, nunca la amar?a, a pesar de su adhesi?n y su respeto! ?C?mo enga?ar, entonces, a una princesa real ante el altar divino? ?No ser?a eso faltar doblemente a su Dios y a su rey? Fue as? que, seg?n se contaba, rechaz? el ofrecimiento en agradecidos y leales t?rminos.

Parece que el emisario de Palacio insisti? a pesar de su negativa. Crey? que ?sta fuese inspirada por la modestia; y debi? llegar hasta ofenderle, con su moderno esp?ritu comercialista, encareciendo las ventajas de la alianza, como si el joven duque fuese una mercanc?a que se ofreciera... Esto acab? por indignarle en su ?ntimo y concentrado orgullo, y tan hondamente que, para terminar el enojoso asunto, dio Pablo una r?plica digna de los antiguos tiempos de la grandeza espa?ola:

--Diga usted a su majestad la reina que, siendo yo el primer grande de Espa?a, no quiero ser el ?ltimo infante.

Picado, el proponente pregunt?:

--?Es ?sa la ?ltima palabra del se?or duque?

Pablo se encogi? de hombros:

--El duque de Sandoval no tiene m?s que una palabra. Lo mismo da llamarla primera que ?ltima.

Y, diciendo esto, se puso de pie, para significar a su interlocutor que hab?a terminado la entrevista.

Poco a poco, disgustado por el ambiente, fue retir?ndose otra vez a su palacio. Maldec?a all? a las nuevas invenciones, que le obligaban a vivir continuamente preocupado en el saneamiento econ?mico de su casa, cuyas deudas estaban todav?a a medio amortizar. En los reinados de Carlos V y de Felipe II, ?cu?nto mejor aprovechamiento tuvieran sus juveniles energ?as, al frente de los tercios de Flandes y de Italia, o de las huestes conquistadoras de las Indias! ?Felices tiempos aquellos en que el sol no se pon?a nunca en los dominios del Rey Cat?lico!

Cansado por los tr?fagos de la administraci?n harto del inacabable c?lculo de intereses y amortizaciones, pens? en distraerse viajando por el extranjero. Mas desisti? por entonces de la idea, en parte por ahorro, en parte porque todav?a no estaban los asuntos de su casa como para delegarlos en manos de procuradores o intendentes. Seguir?a pues aun en el puesto que su hermana le indicara, cumpliendo las tareas m?s contrarias a su car?cter generoso y altivo, en aras de esa misma generosidad y esa altivez.

Hall?base una noche despu?s de cenar, solo como de costumbre, hojeando distra?damente peri?dicos y revistas, en la habitaci?n que eligiera para gabinete de trabajo. Era ?sta una amplia sala, decorada con cinco antiguos retratos de familia, los mejores de la colecci?n, verdaderas piezas de museo, obras de grandes maestros. Terminada la lectura, dej? caer al suelo la ?ltima revista y absorviose en la contemplaci?n del cuadro, firmado por el Tiziano, que ten?a frente a su poltrona. Representaba ?l a don Fernando, el primer duque de Sandoval, fundador de la grandeza de su casa, en traje de gran maestre de la orden de Calatrava... Y, por s?bita y peregrina ocurrencia, Pablo dirigi? mentalmente a don Fernando, esta breve, pero sentida alocuci?n:

--Ya ves. Llevo por ti, ?oh mi glorioso abuelo! una vida l?nguida y aburrida, una verdadera vida de sacrificio. S?lo espero que t?, ya que eres el dios tutelar de nuestra casa, me apruebes y bendigas.

Pareciole entonces ver al joven duque que su abuelo don Fernando, soltando la preciosa empu?adura de su espada, le tend?a, en la tela del Tiziano, ambas manos, como para bendecirle y protegerle...

--Esto es ilusi?n de mis ojos--se dijo.--El viento que penetra por la ventana entreabierta la ha producido, sacudiendo la luz de las buj?as.

Y se levant? bruscamente, para cerrar la ventana, volviendo a arrellanarse despu?s en su asiento. Pero, realmente, don Fernando parec?a haber cambiado de postura y estar poco dispuesto a tomar de nuevo la que le diera el pintor...

--Me siento mal--se repiti? su ?ltimo heredero.--No, no puede ser as?. Es tarde... Acaso estoy so?ando ya. Debo irme a acostar... Ma?ana desaparecer? la alucinaci?n.

Efectivamente, era ya entrada la noche, pues en una habitaci?n vecina el reloj dio la una. Hizo entonces el joven un esfuerzo para levantarse, aunque sin conseguirlo, saludando al retrato, entre burl?n y respetuoso:

--De todos modos, don Fernando, os agradezco en el fondo de mi alma vuestra bendici?n. Y me despido hasta ma?ana, porque ya es tarde y me voy a dormir. ?Buenas noches... o buenos d?as!

Los labios de don Fernando parecieron desplegarse en el retrato, mientras en la misma habitaci?n dec?a vagamente una voz engolillada:

--Dios te ayude, hijo m?o.

Al o?r esta voz, estremeciose Pablo, alarmado.

--Debo de tener fiebre--pens?.--Decididamente, esta vida que llevo es antihigi?nica para cualquiera, y m?s para m?, que pertenezco a una familia de guerreros y de ascetas, es decir, de nerviosos. Estoy fatigado por las preocupaciones y el trabajo. Me siento medio neurast?nico... Es preciso que ma?ana mismo haga mis maletas y me d? una vuelta por Roma o por Par?s, para reponerme.

Quiso levantarse otra vez, y le faltaron fuerzas. Qued? as? clavado, siempre en su sill?n, agit?ndolo extra?os e indefinibles presentimientos...

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