Read Ebook: Aromatics and the Soul: A Study of Smells by McKenzie Dan
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Ebook has 877 lines and 26652 words, and 18 pages
Quiso levantarse otra vez, y le faltaron fuerzas. Qued? as? clavado, siempre en su sill?n, agit?ndolo extra?os e indefinibles presentimientos...
Pas?ndose largas horas, bajo la escasa luz de la ?ltima buj?a que duraba encendida, acab? el joven por familiarizarse con el raro caso de aquellas figuras que se mov?an y hasta hablaban...
--Vamos, yo os agradezco vuestros saludos--les dijo,--y os invito a que baj?is de vuestros cuadros, a tomar conmigo una copa de vino Oporto. Lo tengo bastante bueno, del que olvidara en la bodega mi t?o, que en paz descanse. Esto os reconfortar? y servir? de distracci?n. Pues deb?is sentiros un tanto aburridos de estaros quietos tantos a?os y hasta siglos colgados de las paredes...
--Aceptamos--repuso en seguida don Fernando.
--Todo sea a la mayor gloria de Dios--dijo fray Anselmo, el dominico.
--<
--Has tenido una piadosa idea, mi querido nieto, digna de la generosa hospitalidad de tus abuelos--articul? la voz de do?a Brianda.
Y do?a In?s nada dijo, pero sonri? con tal encanto a su sobrino-nieto, que su sonrisa era una flecha de amor...
Luego ayud? al inquisidor, quien, materializado a su vez, se persign? y mascull? alguna oraci?n en ininteligible lat?n.
Do?a Brianda, toc?ndole inmediatamente el turno, descendi? con dificultad, por sus a?os y su respetable peso de matrona espa?ola. Hasta parece que se disloc? un poco el tobillo izquierdo, sin que el dolor le impidiera acomodarse el zapato con serio y recatado adem?n, dando amablemente las gracias a Pablito.
Al contrario, la bella do?a In?s s?lo apoy? ligeramente su mano en el hombro del joven duque, y salt? con tanto salero y coqueter?a, que el mismo gran maestre don Fernando hubo de sonre?rle.
Por fin, el vizconde de la Ferroni?re, tocando apenas y como por broma la cabeza de Pablo, baj? con la elegancia de un gimnasta. Riose francamente, y exclam?, luego, con marcado acento gasc?n:
--<
Altamente turbado, Pablo no sab?a c?mo hacer los honores de su casa... El vizconde intervino, muy oportunamente:
--?Y no nos hab?as ofrecido buen vino de <
--Voy a buscarlo con el mayor gusto, si lo dese?is, caballero...
--?Eh! Yo no soy espa?ol. Puedes tutearme, muchacho. Los franceses, entre iguales, nos tratamos como iguales.
Dejando instalados a sus extra?os hu?spedes, todos como en cuerpo y alma, baj? Pablo a la bodega, y volvi? al rato con copas de cristal y botellas cubiertas de polvo y telara?a. Estaba p?lido y tembloroso, pues en el estado de sobreexcitaci?n en que se hallaba, hab?ale asustado como espectros un par de lauchas que corrieran en la obscuridad de la bodega.
--Vamos, tranquil?zate, <
--Dejad vuestra historia para otro momento, vizconde, si os place. Ahora beberemos--interrumpi? con serena autoridad don Fernando.
--Ten?is raz?n, querido consuegro. Bebamos a la salud del ?ltimo duque de Sandoval.
Y el mismo gasc?n descorch? las botellas y sirvi? a los presentes con gallarda alegr?a. Entonces pudo ver Pablo que las cinco visitas hab?an tomado completa posesi?n de su casa. Encendidas nuevas luces, estaban diseminadas por la sala, en familiares posturas y c?modos sitiales. El ?nico que permanec?a en un rinc?n, fosco y como inspirado, era fray Anselmo.
--Yo me siento aqu? tan a <
--No se?is adulador, vizconde--repuso ?sta, ir?nicamente.--Tal vez si me vierais bajo mi estatua yacente que est? en la catedral de ?vila...
--Estos franceses--murmur? do?a Brianda, con la severidad de una due?a,--m?s que galantes, parecen deschabetados.
--El hecho es--dijo don Fernando a Pablo, como para cortar la conversaci?n,--que nos encontramos muy bien en tu casa y que gozaremos alg?n tiempo de tu castellana hospitalidad.
Aqu? se oy? la gruesa voz del fraile, con entonaci?n casi iracunda:
--No es por encontrarnos bien por lo que nos quedaremos un tiempo en vuestra casa, joven duque, sino para cumplir un designio de Dios. ?l nos dio la vida, ?l nos la quit?, ?l nos la devuelve hoy. No somos m?s que instrumentos de su Voluntad omnipotente, que acaso nos llama a cumplir una grande acci?n en su pueblo predilecto, el reino cat?lico.
--Am?n--agreg? do?a In?s, m?s devota que burlona.
--Para servir mejor a mi Dios--continu? el fraile,--permitidme que me retire a mi habitaci?n... No ten?is por qu? incomodaros acompa??ndome, joven duque; yo conozco el aposento que me destin?is y puedo ir solo y abrirlo, con la gracia de Dios, llave que abre todas las puertas. Buenas noches.
--Buenas noches, padre--repuso a coro la compa??a.
Y fray Anselmo se retir?, haciendo sonar entre sus magros dedos las gruesas cuentas negras del rosario que pend?a en la cintura de su h?bito blanco.
--Es uno de los m?s preclaros varones de nuestra casa, un verdadero santo--exclam? con unci?n do?a Brianda.
--?Est? limpia y ventilada la habitaci?n que se le destina?--pregunt? zumbonamente el gasc?n.
--Hace alg?n tiempo que no se abre...--repuso Pablo.
--Alg?n tiempo... un par de a?itos, por lo menos... Pues en tal caso, si el fraile pasa la noche de rodillas, <
Do?a In?s lanz? una alegre carcajada; do?a Brianda estir? su labio con una mueca de desd?n y de fastidio...
--Tantas veces os dije, vizconde--observ? don Fernando,--que en Espa?a no deb?is nunca burlaros o hablar ligeramente de sacerdotes y cosas de religi?n...
--Sois insufrible, caballero--asegur? a Guy do?a Brianda.
--?Cu?ndo aprender?is a estaros con juicio?--preguntole el primer duque de Sandoval.
--?Cu?ndo? ?Y todav?a me lo pregunt?is? ?No me he pasado tres siglos quieto, quietecito, colgado siempre de la pared, sin moverme, sin pediros en pr?stamo ni un maraved?, mi querido consuegro, sin haceros una gui?ada, <
--Lo cierto es que mi abuelito el vizconde--intervino graciosamente do?a In?s--debe haberse aburrido de lo lindo en su cuadro, habiendo llevado antes una vida tan divertida en Gascu?a, en Par?s y hasta en Toledo. ?Os distra?ais recordando vuestras aventuras?
--A veces, cuando no flechaba el coraz?n de la respetable matrona que ten?a en frente--repuso Guy, aludiendo a do?a Brianda.
--Est?is faltando a una dama... ?y a una dama de vuestra familia!--clam? indignada la aludida.
--Pensad m?s bien en vuestros pecados, vizconde--dijo gravemente don Fernando,--para que Dios os perdone en el d?a del juicio final.
--Felizmente, don Fernando, todav?a llevo la espada al cinto para pelear al Demonio si se atreve conmigo--repuso gallardamente el gasc?n, desnudando su toledano estoque y acometiendo con ?l a un enemigo invisible... Cuando lo volvi? a envainar, agreg?, decidor:--Pero es rid?culo que no aprovechemos estas cortas vacaciones y que, mientras pudi?ramos divertirnos, nos quedemos aburri?ndonos aqu?, con las solemnes caras de tontos que ten?amos en los retratos... ?Bebamos por mis pecados!
--?Por vuestros pecados!--exclam? indignada do?a Brianda.
--No, por el perd?n de los pecados de abuelito el vizconde--intercedi? seductoramente do?a In?s.
Suspir? do?a Brianda dignamente, por ?nica respuesta. Y todos bebieron despu?s; todos menos uno, el anfitri?n, pues no le alcanzaron las copas, habiendo ?l roto dos, de puro nervioso, al tomarlas para que sirviera el vizconde...
--No os apur?is por eso, amado sobrino--d?jole do?a In?s, tendi?ndole su propia copa, despu?s de haber sorbido en ella dos o tres traguitos.
Bebiose el joven el resto, y sinti? mirando a su bella t?a, que un fuego interno le abrasaba, como si el a?ejo Oporto fuera un filtro de amor.
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