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Read Ebook: Recuerdos de mi vida (tomo 2 de 2) by Ram N Y Cajal Santiago

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Ebook has 693 lines and 147251 words, and 14 pages

NOTA DE TRANSCRIPCI?N

S. RAM?N Y CAJAL

Recuerdos de mi vida

CON 180 GRABADOS Y MUCHAS FOTOGRAF?AS INTERCALADAS EN EL TEXTO

TOMO II

HISTORIA DE MI LABOR CIENT?FICA

DOS PALABRAS AL LECTOR

Adem?s de castigar algo la enfadosa frondosidad del estilo, he callado por impertinentes ? nada interesantes muchos episodios de mi vida. Creo actualmente que el tema principal de mi libro debe ser exponer la g?nesis de mi modesta contribuci?n cient?fica, ? en otros t?rminos, referir c?mo surgi? y se realiz? el pensamiento, un poco quim?rico, de fabricar Histolog?a espa?ola, ? despecho de la indiferencia cuando no de la hostilidad del medio intelectual. He tenido, sobre todo, presente, que lo ?nico capaz de justificar esta publicaci?n, es su posible virtualidad pedag?gica. Ni he olvidado que la mayor?a de mis lectores son m?dicos y naturalistas.

CAP?TULO PRIMERO

Decidido ? seguir la carrera del profesorado, me grad?o de doctor y me preparo para oposiciones ? c?tedras. -- Iniciaci?n en los estudios microgr?ficos. -- Fracaso previsto de mis primeras oposiciones. -- Los vicios de mi educaci?n intelectual y social. -- Corregidos en parte, triunfo al fin, obteniendo la c?tedra de Anatom?a descriptiva de la Universidad de Valencia.

Nada digno de contarse ocurri? durante los a?os 1876 y 1877. Continu? en Zaragoza estudiando Anatom?a y Embriolog?a, y en los ratos libres ayudaba ? mi padre en el penoso servicio del Hospital, supli?ndole en las guardias y encarg?ndome de las curas de algunos de sus enfermos particulares de cirug?a. Porque dejo apuntado ya que mi progenitor hab?a adquirido s?lida fama en esta especialidad, operaba mucho y, no obstante su actividad infatigable, falt?bale tiempo para acudir ? su numerosa clientela.

No tuve, por consiguiente, m?s remedio que encasquetarme, en tres ? cuatro d?as de trabajo febril, los amenos cuadros anal?ticos del Dr. R?os y los briosos y entusiastas alegatos vitalistas del Dr. Santero. Gran suerte fu? salir del apretado lance sin m?s consecuencias que una horrible cefalalgia y cierta aversi?n enconada ? la mal llamada libertad de ense?anza; merced ? la cual se da con frecuencia el caso --hoy como entonces-- de que el alumno libre, fiado en la solemnidad del programa oficial, ignore la materia explicada por el catedr?tico, y de que ?ste prescinda, ? veces, con admirable desenvoltura, de la ciencia que, reglamentariamente, viene obligado ? explicar.

Este simp?tico condisc?pulo, hijo del Rector de la Universidad de Zaragoza, D. Jer?nimo Borao, muri? muy joven.

Como se ve por lo expuesto, empec? ? trabajar en la soledad, sin maestros, y con no muy sobrados medios; mas ? todo supl?a mi ingenuo entusiasmo y decidida vocaci?n. Lo esencial para m? era modelar mi cerebro, reorganizarlo con vistas ? la especializaci?n, adaptarlo, en fin, rigurosamente ? las tareas anal?ticas del Laboratorio.

Claro es que, durante la luna de miel del microscopio, no hac?a sino curiosear sin m?todo y desflorar asuntos. Se me ofrec?a un campo maravilloso de exploraciones, lleno de grat?simas sorpresas. Con este esp?ritu de expectador embobado, examin? los gl?bulos de la sangre, las c?lulas epiteliales, los corp?sculos musculares, los nerviosos, etc., deteni?ndome ac? y all? para dibujar ? fotografiar las escenas m?s cautivadoras de la vida de los infinitamente peque?os.

Sin duda, cont?banse honrosas excepciones. De cualquier modo, importa notar que, aun los escasos maestros cultivadores del instrumento de Jansen y creyentes en sus revelaciones, carec?an de esa fe robusta y de esa inquietud intelectual que inducen ? comprobar personal y diligentemente las descripciones de los sabios. Acaso diputaban la t?cnica histol?gica cual disciplina dificil?sima. De semejante dejadez y falta de entusiasmo hacia estudios que han revolucionado despu?s la ciencia y descubierto horizontes inmensos ? la fisiolog?a y la patolog?a, da tambi?n testimonio un curioso relato de A. K?lliker, c?lebre hist?logo alem?n que visit? Madrid all? por el a?o de 1849.

Si el ilustre sabio alem?n hubiera visitado veinte a?os despu?s nuestras Facultades de Medicina y Ciencias, habr?a podido comprobar igual abandono y apat?a. Los imponentes modelos de microscopios de Ross ? de Hartnak continuaban inmaculados en sus cajas de caoba, sin otro fin que excitar en vano la curiosidad de los alumnos ? la ingenua admiraci?n de los papanatas.

Pero no fu? esto s?lo. En aquella ocasi?n revel?, adem?s, lagunas de educaci?n intelectual y social no sospechadas por mi padre. Perjudic?me, en efecto, sobremanera, mi ignorancia de las formas de la cortes?a al uso en los torneos acad?micos; me desluci? una emotividad exagerada, achacable sin duda ? mi nativa timidez, pero sobre todo ? la falta de costumbre de hablar ante p?blicos selectos y exigentes; h?zome, en fin, fracasar la llaneza y sencillez del estilo y hasta, ? lo que yo pienso, la ?nica de mis buenas cualidades: la total ausencia de pedantismo y solemnidad expositiva. Entre aquellos j?venes almibarados, educados en el retoricismo cl?sico de nuestros Ateneos, mi ingenuidad de pensamiento y de expresi?n sonaba ? rusticidad y bajeza. En mi candor de doctrino, asombr?bame el garbo y la gallard?a con que algunos opositores de la clase de facundos hac?an excursiones de placer por el dilatado campo del evolucionismo ? del vitalismo, ?, cambiando de registro, proclamaban, sin venir ? cuento y llenos de evang?lica unci?n, la existencia de Dios y del alma, con ocasi?n de referir la forma del calc?neo ? del ap?ndice ileocecal. ? la verdad, ni entonces ni despu?s fu? bastante refinado para cultivar tan transparentes habilidades, ni para exornar mi pobre ciencia con filigranas y colorines, re?idos, ? mi ver, con la austeridad y el decoro de la c?tedra.

Pero, volviendo ? mi derrota, a?ado que s?lo en dos cosas atraje un tanto la curiosidad del p?blico y del Jurado: por mis dibujos de color en la pizarra el d?a de la lecci?n, y por los copiosos detalles con que adorn? las pocas preguntas de anatom?a descriptiva que me tocaron en el primer ejercicio . En cuanto al ejercicio pr?ctico, en que tantas esperanzas cifrara el autor de mis d?as, constituy?, como de costumbre, pura comedia. Escogi?se al efecto una disecci?n llan?sima: la preparaci?n de algunos ligamentos articulares. De esta suerte todos quedamos igualados.

Tiempo despu?s me dijeron que el Dr. Mart?nez y Molina, ?nico juez que descubri? alg?n m?rito en el humilde y desconocido provinciano, conserv? mucho tiempo, ? los fines de la demostraci?n en c?tedra, mis representaciones en color del tejido ?seo y del proceso de la osificaci?n. Tan t?mido y hura?o era yo entonces, que ni siquiera me atrev? ? visitarle para agradecerle su fina y honrosa atenci?n.

Debo al Dr. Salustiano Fern?ndez de la Vega, opositor triunfante de la c?tedra de Anatom?a de Zaragoza, el conocimiento de esta inapreciable obra, que tanto contribuy? ? formar mi gusto hacia la investigaci?n original.

Tranquilo y esperanzado estaba, dando los ?ltimos toques ? mi intensiva preparaci?n anat?mica, cuando cierto d?a me detiene un amigo, espet?ndome ? quemarropa:

--Voy ? darte un consejo. No te presentes en las pr?ximas oposiciones ? la c?tedra de Granada.

--?Por qu??

--Pero...

--Advierte, criatura, que el tribunal de oposiciones que acaba de nombrarse ha sido forjado expresamente para hacer catedr?tico ? M., por cuyos talentos ciertos se?ores de Madrid sienten gran admiraci?n.

--Pero si M. se ha preparado siempre para oposiciones ? Patolog?a m?dica y jam?s se ocup? de Anatom?a...

--Agradezco tus consejos, pero no puedo seguirlos. Desertando de las oposiciones, mi padre se pondr?a, y con raz?n, furioso, yo no tendr?a m?s remedio que arrinconarme en un pueblo. Adem?s, despu?s de varios a?os de asidua preparaci?n anat?mica, ?no ser?a bochornoso desaprovechar la primera ocasi?n que se me presenta para justificar mis pretensiones? Por importante que sea alcanzar la codiciada prebenda, lo es todav?a m?s demostrar ? mis jueces y al p?blico que he perfeccionado mis conocimientos y que, penetrado de mis defectos, he sabido, si no corregirlos del todo, atenuarlos notablemente, triunfando de m? mismo.

--?Pues no ser?s nunca catedr?tico ? lo ser?s muy tarde, cuando peines canas!...

--Al precio de la cobard?a y de la abdicaci?n no lo ser? nunca...

Pronto tuve ocasi?n de comprobar la exactitud de la noticia. En efecto, el tribunal, salvo alguna excepci?n, constaba de amigos y clientes del que por entonces ejerc?a omn?moda ? irresistible influencia en la provisi?n de c?tedras de Medicina. En descargo del aludido personaje, debo, sin embargo, declarar que M. hab?a sido un brillante disc?pulo suyo, que adornaban ? ?ste prendas relevantes de car?cter y talento, y adem?s que en asegurar el triunfo del novel anat?mico puso todo su empe?o el Dr. Fern?ndez de la Vega, catedr?tico de Anatom?a de Zaragoza, pariente del ilustre Presidente del tribunal y condisc?pulo y fraternal amigo de M..

La devoci?n y el afecto que D. Salustiano sent?a por M. eran tan hondos, que desde un pueblo de Navarra le trajo ? Zaragoza, le aloj? en su propio domicilio, le nombr? su ayudante y le instruy? r?pidamente en los estudios anat?micos. ?Y, sin embargo, estos P?lades y Orestes de la amistad m?s cordial acabaron por rega?ar, en testimonio de que todo es pasajero en este p?caro mundo, hasta los afectos inspiradores de las grandes generosidades!...

? su tiempo, verific?ronse las oposiciones. En ellas tuve la suerte de hacer patentes los progresos de mi aplicaci?n. Mis conocimientos histol?gicos proporcion?ronme ocasiones de lucimiento; y la lectura de las Revistas y libros alemanes, ignorados de mis adversarios, prestaron ? mi labor un colorido de erudici?n y modernismo sumamente simp?ticos.

Efectu?ronse en 1880.

S?lo hab?a un contrincante que contrarrestaba y soslayaba habil?simamente mis asaltos, si no por la superioridad de su preparaci?n anat?mica , por la claridad y agudeza de su entendimiento y la hermosura incomparable de su palabra. Aludo al malogrado ? ilustre maestro D. Federico Ol?riz, quien, estren?ndose en aquella contienda, di? ya la medida de todo lo que val?a y pod?a esperarse del futuro catedr?tico de la Facultad de Medicina de Madrid.

Entonces, D. Federico, que figuraba en mi trinca, atac?bame reciamente, persuadido quiz?s de que yo era el ?nico adversario serio con quien ten?a que hab?rselas. Y cuando, platicando campechanamente en los pasillos de San Carlos, le saqu? de su error, pronunciando el nombre del afortunado candidato oficial, re?ase de lo que llamaba mis pesadas bromas aragonesas.

--?Pero si no pasa de ser un joven discreto que denuncia ? la legua al primerizo en los estudios anat?micos y en el arte de la disecci?n!

--Pues ese anat?mico improvisado ser? catedr?tico de Granada, y usted, con todo su saber y talento, tendr? que resignarse al humilde papel de ayudante suyo, ? menos de cambiar definitivamente de rumbo...

--?Imposible!...

Pero el imposible se cumpli?. Los amigos del Presidente dieron una vez m?s pruebas de su inquebrantable disciplina, y el pobre Ol?riz, asombro del p?blico y de los jueces, tuvo que contentarse con un tercer lugar en terna .

Con todo lo cual no quiero expresar que M. fuera un mal catedr?tico. El dictador de San Carlos no sol?a poner sus ojos en tontos. Dejo consignado ya que M. era un joven de mucho despejo y aplicaci?n y que, si se lo hubiera propuesto de veras, habr?a llegado ? ser un excelente maestro de Anatom?a. En aquella contienda falt?ronle preparaci?n te?rica suficiente y vocaci?n por el escalpelo. As?, en cuanto se le proporcion? ocasi?n, traslad?se ? una c?tedra de Patolog?a m?dica de Zaragoza, donde result?, seg?n era de presumir, un buen maestro de Cl?nica m?dica. M?s adelante, con aplauso de muchos --incluyendo el m?o muy sincero--, ascendi?, por concurso, ? una c?tedra de San Carlos.

Aquel resultado fu? decisivo para mi carrera. Si cualquiera de los jueces forasteros que tuvieron la bondad de apoyarme hubiera atendido las voces rencorosas de ciertos profesores aragoneses, mi vida hubiera corrido por cauce diferente. Porque mi padre, algo desilusionado ? causa de mi derrota en Madrid, hab?a resuelto, en caso de nuevo fracaso, convertirme en m?dico de partido. Y de seguro lo hubiera conseguido, aunque no el que yo abandonase mis aficiones predilectas hacia la investigaci?n microgr?fica.

Transcurridos cuatro a?os public?ronse dos nuevas vacantes ? proveer en turno de oposici?n: la de Madrid, producida por el fallecimiento del caballeroso y buen?simo Dr. Mart?nez Molina, y la de Valencia, debida ? la muerte del Dr. Navarro. Apocado como siempre en mis aspiraciones, firm? exclusivamente las oposiciones de Valencia: con mejor acuerdo, Ol?riz solicit? ambas plazas.

En aquella ocasi?n demostr?se una vez m?s el adagio vulgar: <>. El esc?ndalo provocado por la injusticia cometida con Ol?riz en sus oposiciones ? la c?tedra de Granada , repercuti? desde la Universidad ? las esferas del Gobierno. Y ocurri? que el Sr. Gamazo, ? la saz?n Ministro de Fomento, resuelto ? evitar nuevos abusos, design?, ? influy? para que se designase, un Tribunal cuyo saber ? independencia estuvieran al abrigo de toda sospecha. La presidencia del nuevo Jurado fu? otorgada al Dr. Encinas, quien, con la ruda franqueza proverbial en ?l, expres? al Ministro:

--Donde yo est? no valdr?n chanchullos. ? fuer de caballero, prometo desde ahora que, ? no habr? catedr?tico, ? lo ser? por unanimidad. Y eso lo mismo en la c?tedra de Madrid que en la de Valencia.

Y as? acaeci?.

CAP?TULO II

Caigo enfermo con una afecci?n pulmonar grave. -- Abatimiento y desesperanza durante mi cura en Panticosa. -- Restablecimiento de mi salud en San Juan de la Pe?a. -- La fotograf?a como alimento de mis gustos art?sticos contrariados. -- Contraigo matrimonio y comienzan las preocupaciones de la familia, que en nada menoscaban el progreso de mis estudios. -- Vaticinios fallidos de mis padres y amigos con ocasi?n de mi boda. -- Mis primeros ensayos cient?ficos.

El deseo de juntar en un solo cap?tulo cuanto se refiere ? mis fracasos y ?xitos como opositor, me han llevado ? alterar el orden cronol?gico de la narraci?n. Necesito, pues, retroceder ahora en la corriente de mis recuerdos y referir algunos hechos ocurridos en el lapso de tiempo mediante entre 1878 y 1884, fecha de mi toma de posesi?n de la C?tedra de Anatom?a de Valencia.

All? por el a?o de 1878, hall?bame cierta noche en el jard?n del caf? de la Iberia, en compa??a de mi querido amigo D. Francisco Ledesma --abogado de talento y ? la saz?n capit?n del Cuerpo de Administraci?n Militar--, jugando empe?ada partida de ajedrez. Cuando m?s absorto estaba meditando una jugada, me acometi? de pronto una hemoptisis. Disimul? lo mejor que pude el accidente, por no alarmar al amigo, y continu? la partida hasta su t?rmino. Con la preocupaci?n consiguiente, retir?me ? casa. En el camino ces? casi del todo la hemorragia. Nada dije ? mi familia; cen? poco; rehu? toda conversaci?n de sobremesa y acost?me en seguida. Al poco rato me asalt? formidable hemorragia: la sangre, roja y espumosa, ascend?a ? borbotones del pulm?n ? la boca, amenaz?ndome con la asfixia. Avis? ? mi padre, que se alarm? visiblemente, prescribi?ndome el tratamiento habitual en casos tales.

La palidez y emaciaci?n progresivas que hab?a notado en su hijo desde algunos meses atr?s, en complicidad con los efectos del paludismo, jam?s completamente extirpados, le hab?an llevado ? sospechar que se preparaba grav?sima infecci?n. Naturalmente, mi padre no me expres? de modo expl?cito su convicci?n, ni sus pesim?simos pron?sticos; pero yo los adivin? f?cilmente, al trav?s de su minucioso interrogatorio y de sus frases artificiosamente confortadoras.

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