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Read Ebook: El Quijote apócrifo by Fern Ndez De Avellaneda Alonso

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Ebook has 194 lines and 144610 words, and 4 pages

NOTA DE TRANSCRIPCI?N

EL QUIJOTE APOCRIFO

COMPUESTO POR EL LICENCIADO ALONSO FERN?NDEZ DE AVELLANEDA NATURAL DE TORDESILLAS

EDICI?N CUIDADOSAMENTE COTEJADA CON LA ORIGINAL, PUBLICADA EN TARRAGONA EN 1614.

MCMV BARCELONA: LIBRER?A CIENT?FICO-LITERARIA TOLEDANO L?PEZ & C.? 4, Elisabets, 4

ERRATAS QUE SE HAN NOTADO

P?G. L?NEA DICE L?ASE

Al Alcalde, Regidores, y hidalgos, de la noble villa del Argamesilla, patria feliz del hidalgo Cauallero Don Quixote de la Mancha.

Con Licencia, En Tarragona en casa de Felipe Roberto, A?o 1614.

DEDICADA, AL ALCALDE, REGIDORES, HIDALGOS, de la Noble Villa de Argamesilla, Patria feliz del Hidalgo Cavallero Don Quixote de la Mancha.

A?o 1732.

CON PRIVILEGIO:

EN MADRID. Acosta de Juan Oliveras, Mercader de Libros, Heredero de Francisco Lasso. Se hallar? en su casa enfrente de San Phelipe el Real.

Por comision del se?or dotor Francisco de Torme y de Liori, Canonigo de la santa Iglesia de Tarragona, Oficial y Vicario general, por el ilustr?simo y reverendisimo se?or don Juan de Moncada, Ar?obispo de Tarragona y del Consejo de su Magestad: he leydo yo Raphael Orthoneda, dotor en santa Theologia, el libro intitulado Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, compuesto por el Licenciado Alonso Fernandez de Avellaneda, y me parece que no contiene cosa deshonesta ni prohibida, por lo cual no se deba imprimir, y que es libro curioso y de entretenimiento; y por tanto lo firmo de mi mano, hoy ? 18 de Abril del a?o de 1614.

El dotor y canonigo Francisco de Torme y de Liori, Vicar. Gen. y Offi.

Antigua es la costumbre de dirigirse los libros de las excelencias y haza?as de algun hombre famoso ? las patrias ilustres que como madres los criaron y sacaron ? luz, y aun competir mil ciudades sobre cual lo habia de ser de un buen ingenio y grave personage; y como lo sea tanto el hidalgo caballero don Quixote de la Mancha justo es, para que lo sea tambien esa venturosa villa que vs. ms. rigen, patria suya y de su fidelisimo escudero Sancho Pan?a, dirigirles esta Segunda Parte, que relata las vitorias del uno y buenos servicios del otro, no menos invidiados que verdaderos. Reciban pues vs. ms. baxo de su manchega proteccion el libro y el celo de quien, contra mil detracciones le ha trabajado, pues lo merece por ?l y por el peligro ? que su autor se ha puesto, poniendole en la pla?a del vulgo, que es dezir en los cuernos de un toro indomito, etc.

PROLOGO

Como casi es comedia la historia de Don Quixote de la Mancha, no puede ni debe ir sin prologo; y asi sale al principio desta segunda parte de sus haza?as este, menos cacareado y agresor de sus lectores que el que ? su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra y m?s humilde que el que segund? en sus novelas, m?s sat?ricas que exemplares, si bien no poco ingeniosas. No le pareceran ? ?l lo son las razones desta historia, que se prosigue con la autoridad que ?l la comen??, y con la copia de fieles relaciones que ? su mano llegaron pero quexese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte; pues no podr?, por lo menos, dexar de confesar tenemos ambos un fin, que es desterrar la perniciosa licion de los vanos libros de caballerias, tan ordinaria en gente rustica y ociosa; si bien en los medios diferenciamos; pues ?l tom? por tales el ofender ? m?; y particularmente ? quien tan justamente celebran las naciones m?s extrangeras, y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestisima y fecundamente tantos a?os los teatros de Espa?a con estupendas ? inumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo, y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Ofizio se debe esperar.

No me murmure nadie de que se permitan impresiones de semejantes libros, pues este no ense?a ? ser deshonesto, sino ? no ser loco; y permitiendose tantas Celestinas, que ya andan madre y hija por las pla?as, bien se puede permitir por los campos un Don Quixote y un Sancho Pan?a, ? quienes jamas se les conoci? vicio; antes bien buenos deseos de desagraviar huerfanas y deshazer tuertos, etc.

DE PERO FERNANDEZ

SONETO

Maguer que las mas altas fechorias homes requieren doctos e sesudos, e yo soy el menguado entre los rudos, de buen talante escribo ? mas porfias. Puesto que habia una sin fin de dias que la fama escondia en libros mudos los fechos mas sin tino y cabe?udos que se han visto de Illescas hasta Olias; yo vos endono, nobles leyenderos, las segundas sandeces sin medida del manchego fidalgo Don Quixote, para que escarmenteis en sus aceros; que el que correr quisiere tan al trote, non puede haber mejor solaz de vida.

El primer volumen del Quijote de Cervantes, se public? dividido en cuatro partes, de extensi?n muy desigual. Estas divisiones desaparecieron cuando estuvo la obra completa. Avellaneda se ajusta al plan primitivo de Cervantes y divide el libro en tres partes.

CAPITULO PRIMERO

De como don Quixote de la Mancha volvi? ? sus desvanecimientos de caballero andante, y de la venida ? su lugar del Argamesilla ciertos caballeros granadinos.

El sabio Alisolan, historiador no menos moderno que verdadero, dize que, siendo expelidos los moros agarenos de Aragon, de cuya nacion ?l decendia, entre ciertos anales de historias hall? escrita en arabigo la tercera salida que hizo del lugar del Argamesilla el invicto hidalgo don Quixote de la Mancha, para ir ? unas justas que se hazian en la insigne ciudad de ?arago?a, y dize desta manera. Despues de haber sido llevado don Quixote por el Cura y el Barbero y la hermosa Dorotea ? su lugar en una jaula, con Sancho Pan?a, su escudero, fue metido en un aposento con una muy gruesa y pesada cadena al pie; adonde, no con peque?o regalo de pistos y cosas conservativas y sustanciales, le volvieron poco ? poco a su natural juizio; y para que no volviese ? los antiguos desvanecimientos de sus fabulosos libros de caballerias, pasados algunos dias de su encerramiento, empez? con mucha instancia ? rogar ? Madalena, su sobrina, que le buscase algun buen libro en que poder entretener aquellos setecientos a?os que ?l pensaba estar en aquel duro encantamiento; la cual, por consejo del cura Pedro Perez y de maese Nicolas, barbero, le di? un Flos Sanctorum, de Villegas, y los Evangelios y Epistolas de todo el a?o en vulgar, y la Guia de pecadores, de fray Luis de Granada; con la cual licion, olvidandose de las quimeras de los caballeros andantes, fue reducido dentro de seis meses ? su antiguo juizio, y suelto de la prision en que estaba. Comen?? tras esto ? ir ? misa con su rosario en las manos, con las Horas de nuestra Se?ora, oyendo tambien con mucha atencion los sermones; de tal manera, que ya todos los vecinos del lugar pensaban, que totalmente estaba sano de su accidente, y daban muchas gracias ? Dios, sin osarle dezir ninguno cosa de las que por ?l habian pasado. Ya no le llamaban don Quixote, sino el se?or Martin Quijada, que era su propio nombre; aunque en ausencia suya tenian algunos ratos de pasatiempo con lo que d?l se dezia, y de que se acordaban todos, como lo del rescatar ? libertar los galeotes, lo de la penitencia que hizo en Sierra Morena, y todo lo demas que en las primeras partes de su historia se refiere. Sucedi? pues en este tiempo, que, dandola ? su sobrina, el mes de agosto, una calentura de las que los fisicos llaman efimeras, que son de veinte y cuatro, horas, el accidente fue tal, que dentro dese tiempo la sobrina Madalena muri? quedando el buen hidalgo solo y desconsolado; pero el Cura le di? una harto devota vieja y buena cristiana, para que la tuviese en casa, le guisase la comida, le hiziese la cama, y acudiese ? lo demas del servicio de su persona, y para que, finalmente, les diese aviso ? ?l ? al Barbero de todo lo que don Quixote hiziese ? dixese dentro ? fuera de casa, para ver si volvia ? la necia porfia de su caballeria andantesca. Sucedi? pues en este tiempo que un dia de fiesta, despues de comer, que hazia un calor excesivo, vino ? visitarle Sancho Pan?a, y hallandole en su aposento leyendo el Flos Sanctorum, le dixo: ?Que haze, se?or Quijada? ?Como va? ?Oh Sancho! dixo don Quixote, seas bien venido: sientate aqui un poco; que ? fe que tenia harto deseo de hablar contigo. ?Que libro es ese, dixo Sancho, en que lee su merc?? ?Es de algunas caballerias como aquellas en que nosotros anduvimos tan neciamente el otro a?o? Lea un poco por su vida, ? ver si hay algun escudero que medrase mejor que yo; que por vida de mi sayo, que me cost? la burla de la caballeria m?s de veinte y seis reales, mi buen Rucio, que me hurt? Ginesillo, el buena voya, y yo me qued? tras todo eso sin ser rey ni Roque, si ya estas carnestoliendas no me hazen los muchachos rey de los gallos: en fin, todo mi trabajo ha sido hasta agora en vano. No leo, dixo don Quixote, en libro de caballerias; que no tengo alguno: pero leo en este Flos Sanctorum, que es muy bueno. ?Y quien fue ese Flas Sanctorum? replic? Sancho; ?fue rey, ? algun gigante de aquellos que se tornaron molinos ahora un a?o? Todavia, Sancho, dixo don Quixote, eres necio y rudo. Este libro trata de las vidas de los santos, como de san Loren?o, que fue asado; de san Bartolome, que fue desollado; de santa Catalina, que fue pasada por la rueda de las navajas; y asimismo de todos los demas santos y martires de todo el a?o. Sientate, y leerte h? la vida del santo que hoy, ? 20 de agosto, celebra la Iglesia, que es san Bernardo. Par Dios, dixo Sancho, que yo no soy amigo de saber vidas agenas, y m?s de mala gana me dexaria quitar el pellejo ni asar en parrillas. Pero digame: ?? san Bartolome quitaronle el pellejo, y ? san Loren?o pusieronle ? asar despues de muerto ? acabando de vivir? ?Oigan que necedad! dixo don Quixote: vivo desollaron al uno, y vivo asaron al otro. ?Oh, hi de puta, dixo Sancho, y como les escoceria! Pardiobre, no valia yo un higo para Flas Santorum; rezar de rodillas media dozena de credos, vaya enhorabuena; y aun ayunar, como comiese tres vezes al dia razonablemente, bien lo podria llevar. Todos los trabajos, dixo don Quixote, que padecieron los santos que te he dicho, y los demas de quien trata este libro, los sufrian ellos valerosamente por amor de Dios, y asi ganaron el reino de los cielos. A fe, dixo Sancho, que pasamos nosotros, ahora un a?o, hartos desafortunios para ganar el reino Micomicon, y nos quedamos hechos micos; pero creo que v. m. querr? ahora que nos volvamos santos andantes para ganar el paraiso terrenal. Mas dexado esto aparte, lea, y veamos la vida que dize, de san Bernardo. Leyola el buen hidalgo, y ? cada hoja le dezia algunas cosas de buena consideracion, mezclando sentencias de filosofos, por donde se descubria ser hombre de buen entendimiento y de juizio claro, si no le hubiera perdido por haberse dado sin moderacion ? leer libros de caballerias, que fueron la causa de todo su desvanecimiento. Acabando don Quixote de leer la vida de san Bernardo, dixo: ?Que te parece, Sancho? ?Has leido santo que m?s aficionado fuese ? nuestra Se?ora que este? ?M?s devoto en la oracion, m?s tierno en las lagrimas y m?s humilde en obras y palabras? A fe, dixo Sancho, que era santo de chapa: yo le quiero tomar por devoto de aqui adelante, por si me viere en algun trabajo , y me ayude, ya que v. m. no pudo saltar las bardas del corral. ?Pero sabe, se?or Quijada, que me acuerdo que el domingo pasado llev? el hijo de Pedro Alonso, el que anda ? la escuela, un libro debaxo de un arbol, junto al molino, y nos estuvo leyendo m?s de dos horas en ?l? El libro es lindo ? las mil maravillas, y mucho mayor que ese Flas Santorum, tras que tiene al principio un hombre armado en su caballo, con una espada m?s ancha que esta mano, desenvainada, y da en una pe?a un golpe tal, que la parte por medio, de un terrible porrazo, y por la cortadura sale una serpiente, y ?l le corta la cabe?a. ?Este s?, cuerpo non de Dios, que es buen libro! ?Como se llama? dixo don Quixote; que si yo no me enga?o, el muchacho de Pedro Alonso creo que me le hurt? ahora un a?o, y se ha de llamar Don Florisbian de Candaria, un caballero valerosisimo, de quien trata, y de otros valerosos, como son Almiral de ?uazia, Palmerin del Pomo, Blastrodas de la Torre y el gigante Maleorte de Bradanca, con las dos famosas encantadoras Zuldasa y Dalfadea. A fe que tiene razon, dixo Sancho; que esas dos llevaron ? un caballero al castillo de no s? como se llama. De Azefaros, dixo don Quixote. Si, ? la fe; y que si puedo, se lo tengo de hurtar, dixo Sancho, y traerle ac? el domingo para que leamos; que aunque no s? leer, me alegro mucho en oir aquellos terribles porrazos y cuchilladas que parten hombre y caballo. Pues, Sancho, dixo don Quixote, hazme plazer de traermele; pero ha de ser de manera que no lo sepa el Cura ni otra persona. Yo se lo prometo, dixo Sancho, y aun esta noche, si puedo, tengo de procurar traersele debaxo de la halda de mi sayo; y con esto quede con Dios; que mi muger me estar? aguardando para cenar. Fuese Sancho, y qued? el buen hidalgo levantada la mollera con el nuevo refresco que Sancho le traxo ? la memoria, de las desvanecidas caballerias. Cerr? el libro, y comen?? ? pasearse por el aposento, haziendo en su imaginacion terribles quimeras, trayendo ? la fantasia todo aquello en que solia antes desvanecerse. En esto tocaron ? visperas, y ?l, tomando su capa y rosario, se fue ? oirlas con el Alcalde, que vivia junto ? su casa; las cuales acabadas, se fueron los alcaldes, el Cura, don Quixote y toda la demas gente de cuenta del lugar ? la pla?a, y puestos en corrillo, comen?aron ? tratar de lo que m?s les agradaba. En este punto vieron entrar por la calle principal en la pla?a cuatro hombres principales ? caballo, con sus criados y pajes, y doze lacayos que traian doze caballos del diestro ricamente enjaezados; lo cual visto por los que en la pla?a estaban, aguardaron un poco ? ver que seria aquello, y entonces dixo el Cura, hablando con don Quixote: Por mi santiguada, se?or Quijada, que si esta gente viniera por aqui hoy haze seis meses, que ? v. m. le pareciera una de las m?s extra?as y peligrosas aventuras que en sus libros de caballerias habia jamas oido ni visto; y que imaginara v. m. que estos caballeros llevarian alguna princesa de alta guisa for?ada; y que aquellos que ahora se apean eran cuatro descomunales gigantes, se?ores del castillo de Bramiforan, el encantador. Ya todo eso, se?or licenciado, dixo don Quixote, es agua pasada, con la cual, como dizen, no puede moler molino, mas lleguemonos hazia ellos ? saber quien son; que si yo no me enga?o, deben de ir ? la corte ? negocios de importancia, pues su trage muestra ser gente principal. Llegaronse todos ? ellos, y hecha la debida cortesia, el Cura, como m?s avisado, les dixo de esta manera: Por cierto, se?ores caballeros, que nos pesa en extremo que tanta nobleza haya venido ? dar cabo en un lugar tan peque?o como este, y tan desapercibido de todo regalo y buen acogimiento, como vs. ms. merecen; porque en ?l no hay meson ni posada capaz de tanta gente y caballos como aqui vienen; mas con todo, estos se?ores y yo, si de algun provecho fueremos, y vs. ms. determinaren de quedar aqui esta noche, procuraremos que se les d? el mejor recado que ser pudiere. El uno de ellos, que parecia ser el m?s principal, le rindi? las gracias, diziendo en nombre de todos: En extremo, se?ores, agradecemos esa buena voluntad que sin conocernos se nos muestra, y quedaremos obligados con muy justa razon ? agradecer y tener en memoria tan buen deseo. Nosotros somos caballeros granadinos, y vamos ? la insigne ciudad de ?arago?a ? unas justas que alli se hazen; que teniendo noticia que es su mantenedor un valiente caballero, nos habemos dispuesto ? tomar este trabajo, para ganar en ellas alguna honra, la cual sin ?l es imposible alcan?arse. Pensabamos pasar dos leguas m?s adelante; pero los caballos y gente vienen algo fatigada, y asi nos pareci? quedar aqui esta noche, aunque hayamos de dormir sobre los poyos de la iglesia, si el se?or Cura diere licencia para ello. Uno de los alcaldes, que sabia m?s de segar y de uncir las mulas y bueyes de su labran?a, que de razones cortesanas, le dixo: No se les d? nada ? sus mercedes; que aqui les haremos merced de alojarles esta noche; que sietecientas vezes al a?o tenemos capitanias de otros mayores fanfarrones que ellos, y no son tan agradecidos y bien hablados como vs. ms. son; y ? fe que nos cuesta al Concejo m?s de noventa maravedis por a?o. El Cura, por atajarle que no pasase adelante con sus necedades, les dixo: vs. ms., mis se?ores, han de tener paciencia; que yo les tengo de alojar por mi mano, y ha de ser desta manera: que los dos se?ores alcaldes se lleven ? sus casas estos dos se?ores caballeros con todos sus criados y caballos, y yo ? v. m., y el se?or Quijada, ? esotro se?or; y cada uno, conforme sus fuer?as alcan?aren, procure de regalar ? su huesped; porque, como dizen, el huesped, quien quiera que sea, merece ser honrado; y siendolo estos se?ores, tanta mayor obligacion tenemos de servirles, siquiera porque no se diga que llegando ? un lugar de gente tan politica, aunque peque?o, se fueron ? dormir, como este se?or dixo lo harian, ? los poyos de la iglesia. Don Quixote dixo ? aquel que por suerte le cupo, que parecia ser el m?s principal: Por cierto, se?or caballero, que yo he sido muy dichoso en que v. m. se quiera servir de mi casa, que, aunque es pobre de lo que es necesario para acudir al perfeto servicio de un tan gran caballero, ser? ? lo menos muy rica de voluntad, la cual podr? v. m. recebir sin m?s ceremonias. Por cierto, se?or hidalgo, respondi? el caballero, que yo me tengo por bien afortunado en recebir merced de quien tan buenas palabras tiene, con las cuales es cierto conformar?n las obras. Tras esto, despidiendose los unos de los otros, cada uno con su huesped, se resolvieron, al partir, en que tomasen un poco la ma?ana, por causa de los excesivos calores que en aquel tiempo hazian. Don Quixote se fue ? su casa con el caballero que le cupo en suerte; y poniendo los caballos en un peque?o establo, mand? ? su vieja ama que adere?ase algunas aves y palominos, de que ?l tenia en casa no peque?a abundancia, para cenar toda aquella gente que consigo traia; y mand? juntamente ? un muchacho llamase ? Sancho Pan?a para que ayudase en lo que fuese menester en casa; el cual vino al punto de muy buena gana. Entre tanto que la cena se aparejaba, comen?aron ? pasearse el caballero y don Quixote por el patio, que estaba fresco; y entre otras razones le pregunt? don Quixote la causa que le habia movido ? venir de tantas leguas ? aquellas justas, y como se llamaba: ? lo cual respondi? el caballero que se llamaba don Alvaro Tarfe, y que decendia del antiguo linage de los moros Tarfes de Granada, deudos cercanos de sus reyes, y valerosos por sus personas, como se lee en las historias de los reyes de aquel reino, de los Abencerrajes, Zegries, Gomeles y Muzas, que fueron cristianos despues que el Catolico rey Fernando gan? la insigne ciudad de Granada; y ahora esta jornada por mandado de un serafin en habito de muger, el cual es reina de mi voluntad, objeto de mis deseos, centro de mis suspiros, archivo de mis pensamientos, paraiso de mis memorias, y finalmente, consumada gloria de la vida que poseo. Esta, como digo, me mand? que partiese para estas justas, y entrase en ellas en su nombre, y le truxese alguna de las ricas joyas y preseas que en premio se les ha de dar ? los venturosos aventureros vencedores; y voy cierto y no poco seguro de que no dexar? de llevarsela; porque yendo ella conmigo, como va dentro de mi cora?on, ser? el vencimiento infalible, la vitoria cierta, el premio seguro, y mis trabajos alcan?aran la gloria que por tan largos dias he con tan inflamado afecto deseado. Por cierto, se?or don Alvaro Tarfe, dixo don Quixote, que aquella se?ora tiene grandisima obligacion ? corresponder ? los justos ruegos de v. m. por muchas razones. La primera, por el trabajo que toma v. m. en hazer tan largo camino en tiempo tan terrible. La segunda, por el ir por solo su mandado, pues con ?l, aunque las cosas sucedan al contrario de su deseo, habr? cumplido con la obligacion de fiel amante, habiendo hecho de su parte todo lo posible. Mas suplico ? v. m. me d? cuenta desa hermosa se?ora y de su edad y nombre, y del de sus nobles padres. Menester era, respondi? don Alvaro, un muy grande calapino para declarar una de las tres cosas que v. m. me ha preguntado; y pasando por alto las dos postreras, por el respeto que debo ? su calidad, solo digo de sus a?os que son diez y seis, y su hermosura tanta, que ? dicho de todos los que la miran aun con ojos menos apasionados que los mios, afirman della no haber visto, no solamente en Granada, pero ni en toda la Andaluzia, m?s hermosa criatura; porque, fuera de las virtudes del animo, es sin duda blanca como el sol, las mexillas de rosas recien cortadas, los dientes de marfil, los labios de coral, el cuello de alabastro, las manos de leche, y finalmente, tiene todas las gracias perfetisimas de que puede juzgar la vista; si bien es verdad que es algo peque?a de cuerpo. Pareceme, se?or don Alvaro, replic? don Quixote, que no dexa esa de ser alguna peque?a falta; porque una de las condiciones que ponen los curiosos para hazer ? una dama hermosa es la buena disposicion del cuerpo; aunque es verdad que esta falta muchas damas la remedian con un palmo de chapin valenciano; pero quitado este, que no en todas partes ni ? todas horas se puede traer, parecen las damas, quedando en ?apatillas, algo feas, porque las basqui?as y ropas de seda y brocados, que estan cortadas ? la medida de la disposicion que tienen sobre los chapines, les vienen largas de tal modo que arrastran dos palmos por el suelo; y asi no dexar? esto de ser alguna peque?a imperfecion en la dama de v. m. Antes, se?or hidalgo, dixo don Alvaro, esa la hallo yo por una muy grande perfecion. Verdad es que Aristoteles, en el cuarto de sus Eticas, entre las cosas que ha de tener una muger hermosa cual ?l alli la describe, dize que ha de ser de una disposicion que tire ? lo grande; mas otros ha habido de contrario parecer, porque la naturaleza, como dizen los filosofos, mayores milagros haze en las cosas peque?as que en las grandes; y cuando ella en alguna parte hubiese errado en la formacion de un cuerpo peque?o, ser? m?s dificultoso de conocer el yerro, que si fuese hecho en cuerpo grande. No hay piedra preciosa que no sea peque?a, y los ojos de nuestros cuerpos son las partes m?s peque?as que hay en ?l, y son las m?s bellas y m?s hermosas; asi que mi serafin es un milagro de la naturaleza, la cual ha querido darnos ? conocer por ella como en poco espacio puede recoger con su maravilloso artificio el inumerable numero de gracias que puede produzir; porque la hermosura, como dize Ciceron, no consiste en otra cosa que en una conveniente disposicion de los miembros, que con deleite mueve los ojos de los otros ? mirar aquel cuerpo cuyas partes entre s? mesmas con una cierta ociosidad se corresponden. Pareceme, se?or don Alvaro, dixo don Quixote, que v. m. ha satisfecho con muy sutiles razones ? la objecion que contra la peque?ez del cuerpo de su reina propuse; y porque me parece que ya la cena por ser poca estar? aparejada, suplico ? v. m. nos entremos ? cenar; que despues sobre cena tengo un negocio de importancia que tratar con v. m., como con persona que tan bien sabe hablar en todas materias.

CAPITULO II

De las razones que pasaron entre don Alvaro Tarfe y don Quixote sobre cena, y como le descubre los amores que tiene con Dulcinea del Toboso, comunicandole dos cartas ridiculas: por todo lo cual el caballero cae en la cuenta de lo que es don Quixote.

Despues de haber dado don Quixote razonablemente de cenar ? su noble huesped, por postre de la cena, levantados ya los manteles, oy? de sus cuerdos labios las siguientes razones: Por cierto, se?or Quijada, que estoy en extremo maravillado de que en el tiempo que nos ha durado la cena, he visto ? v. m. algo diferente del que le v? cuando entr? en su casa; pues en la mayor parte della le he visto tan absorto y elevado en no s? que imaginacion, que apenas me ha respondido jamas ? proposito, sino tan ad Ephesios, como dizen, que he venido ? sospechar que algun grave cuidado le aflige y aprieta el animo; porque le he visto quedarse ? ratos con el bocado en la boca, mirando sin pesta?ear ? los manteles, con tal suspension que, preguntandole si era casado, me respondi?: ?Rocinante? se?or, el mejor caballo es que se ha criado en Cordoba; y por esto digo que alguna pasion ? interno cuidado atormenta ? v. m.; porque no es posible nazca de otra causa tal efecto; y tal puede ser que, como otras muchas vezes he visto en otros, pueda quitarle la vida, ? ? lo menos, si es vehemente, apurarle el juizio; y asi suplico ? v. m. se sirva comunicarme su sentimiento; porque si fuere tal la causa d?l que yo con mi persona pueda remediarla, lo har? con las veras que la razon y mis obligaciones piden, pues asi como con las lagrimas, que son sangre del cora?on, ?l mesmo desfoga y descansa, y queda aliviado de las melancolias que le oprimen, vaporeando por el venero de los ojos; asi, ni m?s ni menos el dolor y afliccion, siendo comunicado, se alivian algun tanto, porque suele el que lo oye, como desapasionado, dar el consejo que es m?s sano y seguro al remedio de la persona afligida. Don Quixote entonzes le respondi?: Agradezco, se?or don Alvaro, esa buena voluntad, y el deseo que muestra tener v. m. de hazermela; pero es fuer?a que los que profesamos el orden de caballeria, y nos hemos visto en tanta multitud de peligros, ya con fieros y descomunales jayanes, ya con malandrines sabios ? magos, desencantando princesas, matando grifos, y serpientes, rinocerontes y endriagos, llevados de alguna imaginacion destas, como son negocios de honra, quedemos suspensos y elevados y puestos en un honroso extasi, como el en que v. m. dize haberme visto, aunque yo no he echado de verlo: verdad es que ninguna cosa destas por ahora me ha suspendido la imaginacion; que ya todas han pasado por m?. Maravillose mucho don Alvaro Tarfe de oirle dezir que habia desencantado princesas y muerto gigantes, y comen?? ? tenerle por hombre que la faltaba algun poco de juizio; y asi, para enterarse dello le dixo: ?Pues no se podr? saber que causa por ahora aflige ? v. m.? Son negocios, dixo don Quixote, que aunque ? los caballeros andantes no todas las vezes es licito dezirlos, por ser v. m. quien es y tan noble y discreto, y estar herido con la propia saeta con que el hijo de Venus me tiene herido ? m?, le quiero descubrir mi dolor, no para que me d? remedio para ?l, que solo me le puede dar aquella bella ingrata y dulcisima Dulcinea, robadora de mi voluntad; sino para que v. m. entienda que yo camino y he caminado por el camino real de la caballeria andantesca, imitando en obras y en amores ? aquellos valerosos y primitivos caballeros andantes que fueron luz y espejo de todos aquellos que despues dellos han por sus buenas prendas merecido profesar el sacro orden de caballeria que yo profeso, como fueron el invicto Amadis de Gaula, don Belianis de Grecia y su hijo Esplandian, Palmerin de Oliva, Tablante de Ricamonte, el caballero del Febo y su hermano Rosicler, con otros valentisimos principes aun de nuestros tiempos, ? todos los cuales, ya que les he imitado en obras y haza?as, los sigo tambien en los amores: asi que, v. m. sabr? que estoy enamorado. Don Alvaro, como era hombre de sutil entendimiento, luego cay? en todo lo que su huesped podia ser, pues dezia haber imitado ? aquellos caballeros fabulosos de los libros de caballeria; y asi, maravillado de su loca enfermedad, para enterarse cumplidamente della le dixo: Admirome no poco, se?or Quijada, que un hombre como v. m., flaco y seco de cara, y que ? mi parecer pasa ya de los cuarenta y cinco, ande enamorado; porque el amor no se alcan?a sino con muchos trabajos, malas noches, peores dias, mil disgustos, celos, zozobras, pendencias y peligros; que todos estos y otros semejantes son los caminos por donde se camina al amor. Y si v. m. ha de pasar por ellos, no me parece tiene sujeto para sufrir dos noches malas al sereno, aguas y nieves, como yo s? por experiencia que pasan los enamorados. Mas digame v. m. con todo: esa muger que ama, ?es de aqui del lugar, ? forastera? que gustaria en extremo, si fuese posible, verla antes que me fuese; porque un hombre de tan buen gusto como v. m. es, no es creible sino que ha de haber puesto los ojos en no menos que en una Diana efesina, Policena troyana, Dido cartaginense, Lucrecia romana ? Doralize granadina. A todas esas, respondi? don Quixote, excede en hermosura y gracia; y solo imita en fiereza y crueldad ? la inhumana Medea; pero ya querr? Dios que con el tiempo, que todas las cosas muda, trueque su cora?on diamantino, y con las nuevas que de m? y mis invencibles faza?as tern?, se molifique y sujete ? mis no menos importunos que justos ruegos. Asi que, se?or, ella se llama Princesa Dulcinea del Toboso , si nunca v. m. la ha oido nombrar; que si habr?, siendo tan celebre por sus milagros y celestiales prendas. Quiso reirse de muy buena gana don Alvaro cuando oyo decir la princesa Dulcinea del Toboso; pero disimul?, porque su huesped no lo echase de ver y se enojase, y asi le dixo: Por cierto, se?or hidalgo, ? por mejor dezir, se?or caballero, que yo no he oido en todos los dias de mi vida nombrar tal princesa, ni creo la hay en toda la Mancha, si no es que ella se llame por sobrenombre Princesa, como otras se llaman Marquesas. No todos saben todas las cosas, replic? don Quixote; pero yo har? antes de mucho tiempo que su nombre sea conocido, no solamente en Espa?a, pero en los reinos y provincias m?s distantes del mundo. Esta es pues, se?or, la que me eleva los pensamientos; esta me enagena de m? mismo; por esta he estado desterrado muchos dias de mi casa y patria, haziendo en su servicio heroicas haza?as, enviandole gigantes y bravos jayanes y caballeros rendidos ? sus pies; y con todo eso ella se muestra ? mis ruegos una leona de Africa y una tigre de Hircania, respondiendome ? los papeles que le envio, llenos de amor y dulzura, con el mayor desabrimiento y despego que jamas princesa ? caballero andante escribi?. Yo le escribo m?s largas arengas, que las que Catilina hizo al senado de Roma; m?s heroicas poesias, que las de Homero ? Virgilio; con m?s ternezas, el Petrarca escribi? ? su querida Laura, y con m?s agradables episodios, que Lucano ni Ariosto pudieron escribir en su tiempo, ni en el nuestro ha hecho Lope de Vega ? su Filis, Celia, Lucinda, ni ? las demas que tan divinamente ha celebrado, hecho en aventuras un Amadis, en gravedad un C?vola, en sufrimiento un Perineo de Persia, en nobleza un Eneas, en astucia un Ulises, en constancia un Belisario, y en derramar sangre humana un bravo Cid Campeador; y porque v. m., se?or don Alvaro, vea ser verdad todo lo que digo, quiero sacar dos cartas que tengo alli en aquel escritorio: una que con mi escudero Sancho Pan?a la escribi en los dias pasados, y otra que ella me envi? en respuesta suya. Levantose para sacarlas, y don Alvaro se qued? haziendo cruces de ver la locura del huesped, y acab? de caer en la cuenta de que ?l estaba desvanecido con los vanos libros de caballerias, teniendolos por muy autenticos y verdaderos. Al ruido que don Quixote hizo abriendo el escritorio, entr? Sancho Pan?a, harto bien llena la barriga de los relieves que habian sobrado de la cena. Y como don Quixote se asent? con las dos cartas en la mano, ?l se puso repantigado tras las espaldas de su silla para gustar un poco de la conversacion. Ve aqui, dixo don Quixote, v. m. ? Sancho Pan?a mi escudero, que no me dexar? mentir ? lo que toca al inhumano rigor de aquella mi se?ora. Si ? fe, dixo Sancho Pan?a; que Aldonza Loren?o, alias Nogales , es una grandisima... Tengaselo por dicho; porque ?cuerpo den ciruelo! ?ha de andar mi se?or hendo tantas caballerias de dia y de noche, y hendo cruel penitencia en Sierra Morena, dandose de calaba?adas, y sin comer por una?... Mas quiero callar; alla se lo haya, con su pan se lo coma; que quien yerra y se emienda, ? Dios se encomienda; que una anima sola ni canta ni llora; y cuando la perdiz canta, se?al es de agua; y ? falta de pan, buenas son tortas. Pasara adelante Sancho con sus refranes, si don Quixote no le mandara, imperativo modo, que callara; mas con todo replic? diziendo: ?Quiere saber, se?or don Tarfe, lo que hizo la muy zurrada cuando la llev? esa carta que ahora mi se?or quiere leer? Estabase en la caballeri?a la muy puerca, porque llovia, hinchendo un seron de basura con una pala; y cuando yo le dixe que le traia una carta de mi se?or , tom? una gran palada del estiercol que estaba m?s hondo y m?s remojado, y arrojomele de boleo, sin dezir agua va, en estas pecadoras barbas. Yo, como por mis pecados las tengo m?s espesas que escobilla de barbero, estuve despues m?s de tres dias sin poder acabar de agotar la porqueria que en ellas me dex?, perfetamente. Diose, oyendo esto, una palmada en la frente don Alvaro, diziendo: Por cierto, se?or Sancho, que semejante porte que ese no le merecia la mucha discrecion vuestra. No se espante v. m. replic? Sancho; que ? fe que nos ha sucedido ? m? y ? mi se?or, andando por amor della en las aventuras ? desventuras del a?o pasado, darnos pasadas de cuatro vezes muy gentiles garrota?os. Yo os prometo, dixo colerico don Quixote, que si me levanto, don bellaco desvergon?ado, y cojo una estaca de aquel carro, que os muela las costillas y haga que se os acuerde per omnia saecula saeculorum. Amen, respondi? Sancho. Levantarase don Quixote ? castigarle la desverg?en?a, si don Alvaro no le tuviera el bra?o y le hiziera volver ? sentar en su silla, haziendo con el dedo se?as ? Sancho para que callase, con que lo hizo por entonzes; y don Quixote, abriendo la carta, dixo: Ve aqui v. m. la carta que este mo?o llev? los dias pasados ? mi se?ora, y juntamente la respuesta della, para que de ambas colija v. m. si tengo razon de quexarme de su inaudita ingratitud.

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Por Dios, dixo don Alvaro riendose, que es la m?s donosa carta que en su tiempo pudo escribir el rey don Sancho de Leon ? la noble do?a Ximena Gomez, al tiempo que, por estar ausente della, el Cid, la consolaba; pero siendo v. m. tan cortesano, me espanto que escribiese esa carta ahora tan ? lo del tiempo antiguo; porque ya no se usan esos vocablos en Castilla sino es cuando se hazen comedias de los reyes y condes de aquellos siglos dorados. Escribola desta suerte, dixo don Quixote, porque, ya que imito ? los antiguos en la fortale?a, como son al conde Fernan Gonzalez, Peranzules, Bernardo y al Cid, los quiero tambien imitar en las palabras. ?Pues para qu?, replic? don Alvaro, puso v. m. en la firma El caballero de la Triste Figura? Sancho Pan?a, que habia estado escuchando la carta, dixo: Yo se lo aconsej?, y ? fe en toda ella no va cosa m?s verdadera que esa. Puseme El de la Triste Figura, a?adi? don Quixote, no por lo que este necio dize, sino porque la ausencia de mi se?ora Dulcinea me causaba tanta tristeza, que no me podia alegrar: de la suerte que Amadis se llam? Beltenebros, otro el caballero de los Fuegos, otro de las Imagenes, ? de la Ardiente espada. Don Alvaro le replic?: y el llamarse v. m. don Quixote, ?? imitacion de quien fue? A imitacion de ninguno, dixo don Quixote, sino como me llamo Quijada, saqu? deste nombre el de don Quixote el dia que me dieron el orden de caballeria. Pero oiga v. m., le suplico, la respuesta que aquella enemiga de mi libertad me escribe.

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De como el Cura y don Quixote se despidieron de aquellos caballeros, y de lo que ? ?l le sucedi? con Sancho Pan?a despues de ellos idos.

CAPITULO IV

Como don Quixote de la Mancha y Sancho Pan?a su escudero salieron tercera vez del Argamesilla, de noche; y de lo que en el camino desta tercera y famosa salida les sucedi?.

Tres horas antes que el rojo Apolo esparziese sus rayos sobre la tierra, salieron de su lugar el buen hidalgo don Quixote y Sancho Pan?a: el uno sobre su caballo Rocinante, armado de todas pie?as y el morrion puesto en la cabe?a con gentil talante y postura, y Sancho con su jumento enalbardado, con unas muy buenas alforjas encima y una maleta peque?a, en que llevaban la ropa blanca. Salidos del lugar, dixo don Quixote ? Sancho: Ya ves, Sancho mio, como en nuestra salida todo se nos muestra favorable, pues, como ves, la luna resplandece y est? clara, no hemos topado en lo que hasta aqui habemos andado, cosa de que podamos tomar mal ag?ero, tras que nadie nos ha sentido al salir: en fin, hasta ahora todo nos viene ? pedir de boca. Es verdad, dixo Sancho: pero temo que en echandonos menos en el lugar, han de salir en nuestra busca el Cura y el Barbero con otra gente, y topandonos, ? pesar nuestro nos han de volver ? nuestras casas, agarrados por los cabe?ones ? metidos en una jaula, como el a?o pasado; y si tal fuese, par diez que seria peor la caida que la recaida. ?Oh barbero cobarde! dixo don Quixote: juro por el orden de caballeria que recebi, que solo por eso que has dicho, y porque entiendas que no puede caber temor alguno en mi cora?on, estoy por volver al lugar y desafiar ? singular batalla, no solamente al Cura, sino ? cuantos curas, vicarios, sacristanes, canonigos, arcedianos, deanes, chantres, racioneros y beneficiados tiene toda la Iglesia romana, griega y latina, y ? todos cuantos barberos, medicos, cirujanos y albeitares militan debaxo de la bandera de Esculapio, Galeno, Hipocrates y Avicena. ?Es posible, Sancho, que en tan poca opinion estoy acerca de t?, y que nunca has echado de ver el valor de mi persona, las invencibles fuer?as de mi bra?o, la inaudita ligereza de mis pies y el vigor intrinseco de mi animo? Osariate apostar que si me abriesen por medio y sacasen el cora??n, que le hallarian como aquel de Alexandro Magno, de quien se dize que le tenia lleno de vello, se?al evidentisima de su gran virtud y fortale?a: por tanto, Sancho, de aqui adelante no pienses asombrarme, aunque me pongas delante m?s tigres que produce la Hircania, m?s leones que sustenta la Africa, m?s sierpes que habitan la Libia, y m?s exercitos que tuvo Cesar, Anibal ? Xerxes; y quedemos en esto por ahora; que la verdad de todo ver?s en aquellas famosas justas de ?arago?a, donde ahora vamos. Alli ver?s por vista de ojos lo que te digo; pero es menester, Sancho, para esto, en esta adarga que llevo , poner alguna letra ? divisa que denote la pasion que lleva en el cora?on el caballero que la trae en su bra?o; y asi quiero que en el primer lugar que llegaremos, un pintor me pinte en ella dos hermosisimas donzellas que esten enamoradas de mi brio, y el dios Cupido encima, que me est? asestando una flecha, la cual yo reciba en el adarga, riendo d?l y teniendolas en poco ? ellas, con una letra que diga al derredor de la adarga, El Caballero Desamorado, poniendo encima esta, curiosa aunque agena, de suerte que est? entre mi, entre Cupido y las damas:

Sus flechas saca Cupido De las venas del Pir?, A los hombres dando el Cu, Y ? las damas dando el pido.

CAPITULO V

De la repentina pendencia que ? nuestro don Quixote se le ofreci? con el huesped al salir de la venta.

Llegada la ma?ana, Sancho ech? de comer ? Rocinante y ? su jumento, y hizo poner ? asar un razonable pedazo de carnero, si no es que fuese de su madre , y tras esto se fue ? despertar ? don Quixote, el cual en toda la noche no habia podido pegar los ojos, sino al amanecer un poco, desvelado con las tra?as de sus negras justas, que le sacaban de juizio; y m?s aquella noche, que habia imaginado defender la hermosura de la gallega contra todos los caballeros extrangeros y naturales, y llevarla al reino ? provincia de donde imaginaba que era reina ? se?ora. Despert? don Quixote despavorido ? las vozes que di? Sancho, diziendo: Date por vencido, ?oh valiente caballero! y confiesa la hermosura de la princesa gallega, la cual es tan grande, que ni Policena, Porcia, Albana ni Dido fueran dignas, si vivieran, de descal?arle su muy justo y peque?o ?apato. Se?or, dixo Sancho, la gallega est? muy contenta y bien pagada; que ya yo le he dado los docientos ducados que v. m. me mand?; y dize que besa ? v. m. las manos, y que la mande; que alli est? pintipintada para helle toda merced. Pues dile, Sancho, dixo don Quixote, que apareje su preciado palafren mientras yo me visto y armo, para que partamos. Bax? Sancho, y lo que primero hizo fue ir ? ver si estaba adere?ado el almuerzo. Ensill? ? Rocinante y enalbard? ? su jumento, poniendo ? punto el adarga y lan?on de don Quixote, el cual bax? muy de espacio con sus armas en la mano, y dixo ? Sancho que le armase, porque queria partir luego. Sancho le dixo que almorzase; que despues se podria armar; lo cual ?l no quiso hazer en ninguna manera, ni quiso tampoco sentarse ? la mesa, porque dixo que no podia comer en manteles hasta acabar cierta aventura que habia prometido; y asi comi? en pie cuatro bocados de pan y un poco de carnero asado, y luego subi? en su caballo con gentil continente, y dixo al ventero y ? los demas huespedes que alli estaban: Castellano y caballeros, mirad si de presente se os ofrece alguna cosa en que yo os sea de provecho; que aqui estoy pronto y aparejado para serviros. El ventero respondi?: Se?or caballero, aqui no habemos menester cosa alguna, salvo que v. m. ? este labrador que consigo trae me paguen la cena, cama, paja y cebada, y vayanse tras esto muy en hora buena. Amigo, dixo don Quixote, yo no he visto en libro alguno que haya leido, que cuando algun castellano ? se?or de fortale?a merece por su buena dicha hospedar en su casa ? algun caballero andante, le pida dinero por la posada; pero pues vos, dexando el honroso nombre de castellano, os hazeis ventero, yo soy contento que os paguen: mirad cuanto es lo que os debemos. Dixo el ventero que se le debian catorze reales y cuatro cuartos. De vos hiziera yo esos por la desverg?en?a de la cuenta, replic? don Quixote, si me estuviera bien; pero no quiero emplear tan mal mi valor:--y volviendose ? Sancho, le mand? se los pagase. A la que volvi? la cabe?a para dezirselo, vi? junto al ventero ? la mo?a gallega, que estaba con la escoba en la mano para barrer el patio, y dixola con mucha cortesia: Soberana se?ora, yo estoy dispuesto para cumplir todo aquello que la noche pasada vos he prometido, y sereis sin duda alguna muy presto colocada en vuestro precioso reino; que no es justo que una infanta como vos ande asi desa suerte, y tan mal vestida como estais, y barriendo las ventas de gente tan infame como esta es: por tanto, subid luego en vuestro vistoso palafren; y si acaso, por la vuelta que ha dado la enemiga fortuna, no le teneis, subid en este jumento de Sancho Pan?a, mi fiel escudero: venios conmigo ? la ciudad de ?arago?a; que alli, despues de las justas, defender? contra todo el mundo vuestra extremada fermosura, poniendo una rica tienda en medio de la pla?a, y junto ? ella un cartel, junto al cartel un peque?o aunque bien rico tablado con un precioso sitial, adonde vos esteis vestida de riquisimas vestiduras, mientras yo pelear? contra muchos caballeros, que por ganar las voluntades de sus amantes damas vendran alli con infinitas cifras y motes, que declarar?n bien la pasion que traer?n en sus fogosos cora?ones y el deseo de vencerme; aunque les ser? dificultosa empresa emprender ganar la prez y honra que yo les ganar? con facilidad, amparado de vuestra beldad; y asi digo, se?ora, que dexando todas las cosas, os vengais luego conmigo. El ventero y los demas huespedes, que semejantes razones oyeron ? don Quixote, le tuvieron totalmente por loco, y se rieron de oir llamar ? su gallega, princesa y infanta: con todo, el ventero se volvi? ? su mo?a colerico, diziendola: Yo os voto ? tal, do?a puta desvergon?ada, que os tengo de hazer que se os acuerde el concierto que con este loco habeis hecho; que ya yo os entiendo. ?Asi me agradeceis el haberos sacado de la puteria de Alcala y haberos traido aqui ? mi casa, donde estais honrada, y haberos comprado esa sayuela, que me cost? diez y seis reales, y los ?apatos tres y medio, tras que estaba de hoy para ma?ana para compraros una camisa, viendo no teneis andrajo della? Pero no me la haga yo en bacin de barbero si no me lo pagaredes todo junto; y despues os tengo de enviar como vos mereceis, con un espigon en el rabo, ? ver si hallareis que nadie os haga el bien que yo en esta venta os he hecho: andad ahora en hora mala, bellaca, ? fregar los platos; que despues nos veremos. Y diziendo esto, al?? la mano y diola una bofetada, con tres ? cuatro cozes en las costillas, de suerte que la hizo ir trope?ando y medio cayendo. ?Oh santo Dios, y quien pudiera en esta hora notar la inflamada ira y encendida colera que en el cora?on de nuestro caballero entr?! No hay aspid pisado, con mayor rabia que la con que ?l puso mano ? su espada, levantandose bien sobre los estribos, de los cuales, con voz soberbia y arrogante dixo: ?Oh sandio y vil caballero! ?asi has ferido en el rostro ? una de las m?s fermosas fembras que ? duras penas en todo el mundo se podr? fallar! Pero no querr? el cielo que tan grande follonia y sandez quede sin castigo. Arroj? en esto una terrible cuchillada al ventero, y diole con toda su fuer?a sobre la cabe?a, de suerte que ? no torcer un poco la mano don Quixote, lo pasara sin duda mal; pero con todo eso le descalabr? muy bien. Alborotaronse todos los de la venta, y cada uno tom? las armas que m?s cerca de s? hall?. El ventero entr? en la cocina y sac? un asador de tres ganchos bien grande, y su muger un medio chuzo de vi?adero. Don Quixote volvi? las riendas ? Rocinante, diziendo ? grandes vozes: ?Guerra, guerra! La venta estaba en una cuestecilla, y luego ? tiro de piedra habia un prado bien grande, en medio del cual se puso don Quixote haziendo gambetas con su caballo, la espada desnuda en la mano, porque Sancho tenia la adarga y lan?on; al cual, luego que vi? todo el caldo revuelto, se le represent? que habia de ser segunda vez manteado, y asi peleaba cuanto podia por sosegar la gente y aplacar aquella pendencia; pero el ventero, como se sinti? descalabrado, estaba hecho un leon, y pedia muy aprisa su escopeta, y sin duda fuera y matara con ella ? don Quixote, si el cielo no le tuviera guardado para mayores trances. Estorbolo la muger y los huespedes con Sancho, diziendo que aquel hombre era falto de juizio; y pues la herida era poca, que le dexase ir con todos los diablos. Con esto se soseg?, y Sancho, excusandose que no tenia culpa de lo sucedido, se despidi? dellos muy cortesmente, y se fue para su amo, llevando al jumento del cabestro, y la adarga y lan?on. Llegando ? don Quixote, le dixo: ?Es posible, se?or, que por una mo?a de soldada, peor que la de Pilatos, Anas y Caifas, que est? hecha una picara, quiera v. m. que nos veamos en tanta revuelta, que casi nos costara el pellejo, pues queria venir el ventero con su escopeta ? tirarle? Y ? hacerlo, sobre m?, que no le defendieran sus armas de plata, aunque estuvieran aforradas en terciopelo. ?Oh Sancho! dixo don Quixote, ?cuanta gente es la que viene? ?Viene un escuadron volante, ? viene por tercios? ?Cuanta es la artilleria, cora?as y morriones que traen, y cuantas compa?ias de flecheros? Los soldados ?son viejos ? biso?os? ?Est?n bien pagados? ?Hay hambre ? peste en el exercito? ?Cuantos son los alemanes, tudescos, franceses, espa?oles, italianos y esg?izaros? ?Como se llaman los generales, maeses de campo, prebostes, y capitanes de campa?a? Presto, Sancho, presto, dilo; que importa para que, conforme ? la gente, hagamos en este grande prado trincheras, fosos, contrafosos, rebellines, plataformas, bastiones, estacadas, mantas y reparos, para que dentro les echemos naranjas y bombas de fuego, disparando todos ? un tiempo nuestra artilleria, y primero las pie?as que est?n llenas de clavos y medias balas, porque estas hazen grande efeto al primero impetu y asalto. Respondi? Sancho: Se?or, aqui no hay peto ni salto, ?pecador de m?! ni hay exercitos de turquescos, ni animales, ni borricadas ni bestiones; bestias s? que lo seremos nosotros si no nos vamos al punto. Tome su adarga y lan?a; que quiero subir en mi asno; y pues nuestra Se?ora de los Dolores nos ha librado de los que nos podian causar los palos que tan bien merecidos teniamos en esta venta, huyamos de ella como de la ballena de Jonas; que no le faltar?n ? v. m. por esos mundos otras aventuras m?s faciles de vencer que esta. Calla, Sancho, dixo don Quixote; que si me ven huir, dir?n que soy un gallina cobarde. Pues par diez, replic? Sancho, que aunque digan que somos gallinas, capones ? faisanes, que por esta vez que nos tenemos de ir: arre ac?, se?or jumento. Don Quixote, que vi? resuelto ? Sancho, no quiso contradezirle m?s; antes comen?? ? caminar tras ?l diziendo: Por cierto, Sancho, que lo hemos errado mucho en no volver ? la venta y retar ? todos aquellos por traidores y alevosos, pues lo son verdaderamente, dandoles despues desto ? todos la muerte; porque tan vil canalla y tan soez no es bien viva sobre la haz de la tierra; pues quedando, como ves quedan, vivos, ma?ana dir?n que no tuvimos animo para acometellos, cosa que sentir? ? par de muerte se diga de m?. En fin, Sancho, nosotros habemos sido, en volvernos, grandisimos borrachos. ?Borrachos, se?or? respondi? Sancho: borrachos seamos delante de Dios; que para lo deste mundo, ello hemos hecho lo que toca ? nuestras fuer?as; por tanto, caminemos antes que entre m?s el sol; que dexa v. m. bien castigados todos los de la venta.

CAPITULO VI

De la no menos extra?a que peligrosa batalla que nuestro caballero tuvo con un guarda de un melonar, que ?l pensaba ser Roldan el Furioso.

Caminaron la via de ?arago?a el buen hidalgo don Quixote y Sancho Pan?a su escudero, y anduvieron seis dias sin que les sucediese en ellos cosa de notable consideracion, solo que por todos los lugares que pasaban eran en extremo notados, y en cualquier parte daban harto que reir las simplicidades de Sancho Pan?a y las quimeras de don Quixote; porque se ofreci? en Ariza hazer ?l proprio un cartel y fixarle en un poste de la pla?a, diziendo que cualquier caballero natural ? andante que dixese que las mugeres merecian ser amadas de los caballeros, mentia, como ?l solo se lo haria confesar uno ? uno ? diez ? diez; bien que merecian ser defendidas y amparadas en sus cuitas, como lo manda el orden de caballeria; pero que en lo demas, que se sirviesen los hombres dellas para la generacion con el vinculo del santo matrimonio, sin mas arrequives de festeos; pues desenga?aban bien de cuan gran locura era lo contrario las ingratitudes de la infanta Dulcinea del Toboso; y luego firmaba al pie del cartel: El Caballero Desamorado. Tras este pasaron otros tan apacibles y m?s estra?os cuentos en los demas lugares del camino, hasta que sucedi? que llegando ?l y Sancho cerca de Calatayud, en un lugar que llaman Ateca, ? tiro de mosquete de la tierra, yendo platicando los dos sobre lo que pensaba hazer en las justas de ?arago?a, y como desde alli pensaba dar la vuelta ? la corte del Rey, y dar en ella ? conocer el valor de su persona, volvi? la cabe?a y vi? enmedio de un melonar una caba?a, y junto ? ella un hombre que le estaba guardando con un lan?on en la mano. Detuvose un poco mirandole de hito ? hito; y despues de haber hecho en su fantasia un desvariado discurso, dixo: Detente, Sancho, detente; que si yo no me enga?o, esta es una de las m?s estra?as y nunca vistas aventuras que en los dias de tu vida hayas visto ni oido dezir; porque aquel que alli ves con la lan?a ? venablo en la mano, es sin duda el se?or de Anglante, Orlando el Furioso, que, como se dize en el autentico y verdadero libro que llaman Espejo de caballerias, fue encantado por un moro, y llevado ? que guardase y defendiese la entrada de cierto castillo, por ser ?l el caballero de mayores fuer?as del universo; encantandole el moro de suerte, que por ninguna parte puede ser ferido ni muerto, si no es por la planta del pie. Este es aquel furioso Roldan que, de rabia y enojo porque un moro de Agramante llamado Medoro, le rob? ? Ang?lica la bella, se torn? loco, arrancando los arboles de raiz; y aun se dize por muy cierto que asi? de una pierna ? una yegua sobre quien iba un desdichado pastor, y volteandola sobre el bra?o derecho, la arroj? de s? dos leguas, con otras cosas estra?as, semejantes ? esta, que alli se cuentan por muy extenso, donde los podr?s t? leer. Asi que, Sancho mio, yo estoy resuelto de no pasar adelante hasta probar con ?l la ventura; y si fuere tal la mia , que yo le venciere y matare, todas las glorias, victorias y buenos sucesos que tuvo, ser?n sin duda mios, y ? m? solo se atribuiran todas las faza?as, vencimientos, muertes de gigantes, desquixaramientos de leones y rompimientos de exercitos que por sola su persona hizo; y si ?l ech?, como se cuenta por verdad, la yegua con el pastor dos leguas, dir? todo el mundo que quien venci? ? este que tal hazia, bien podr? arrojar ? otro pastor como aquel ? cuatro leguas: con esto ser? nombrado por el mundo y ser? temido mi nombre; y finalmente, sabiendolo el rey de Espa?a, me enviar? ? llamar y me preguntar? punto por punto c?mo fue la batalla, que golpes le d?, con que ardides le derrib? y con que estratagemas le false? las tretas para que diesen en vazio; y finalmente, c?mo le d? la muerte por la planta del pie con un alfiler de ? blanca. Informado su magestad de todo, y dandote ? t? por testigo ocular, ser? sin duda creido; y llevando, como llevaremos, la cabe?a en esas alforjas, el Rey la mirar?, y dir?: ?Ah Roldan, Roldan, y como siendo vos la cabe?a de los Doze Pares de Francia habeis hallado vuestro par! No os vali? ?oh fuerte caballero! vuestro encantamiento ni el haber rompido de sola una cuchillada una grandisima pe?a. ?Oh Roldan, Roldan, y como de hoy m?s se lleva la gala y fama el invicto manchego y gran espa?ol don Quixote! Asi que, Sancho, no te muevas de aqui hasta que yo haya dado cabo y cima ? esta dudosa aventura, matando al se?or de Anglante y cortandole la cabe?a. Sancho, que habia estado muy atento ? lo que su amo dezia, le respondi? diziendo: Se?or Caballero Desamorado, lo que ? mi me parece es que no hay aqui, ? lo que yo entiendo, ningun se?or de Argante; porque lo que yo alli veo no es sino un hombre que est? con un lan?on guardando su melonar; que como va por aqui mucha gente ? ?arago?a ? las fiestas, se le deben de festear por los melones; y asi digo que mi parecer es, no obstante el de v. m., que no alborotemos ? quien guarda su hacienda, y guardela muy enhorabuena; que asi hago yo con la mia. ?Quien le mete ? v. m. con Giraldo el Furioso, ni en cortar la cabe?a ? un pobre melonero? ?Quiere que despues se sepa, y que luego salga tras nosotros la Santa Hermandad, y nos ahorque y asaetee, y despues eche ? galeras por sietecientos a?os, de donde primero que salgamos ternemos canas en las pantorrillas? Se?or don Quixote, ?no sabe lo que dize el refran, que quien ama el peligro, mal que le pese ha de caer en ?l? Delo al diablo, y vamos al lugar, que est? cerca: cenaremos muy ? nuestro plazer, y comer?n las cabalgaduras; que ? fe que si ? Rocinante, que va un poco cabizbaxo, le preguntase donde querria m?s ir, al meson ? guerrear con el melonero, que dixese que m?s querria medio celemin de cebada, que cien hanegas de meloneros. Pues si esta bestia, siendo insensitiva, lo dize y se lo ruega, y yo tambien en nombre della y de mi jumento, se lo suplicamos mal y caramente, razon es nos crea; y mire v. m. que por no haber querido muchas vezes tomar mi consejo nos han sucedido algunas desgracias. Lo que podemos her, es: yo llegar? y le comprar? un par de melones para cenar; y si ?l dize que es Gaiteros ? Bradamonte ? esotro demonio que dize, yo soy muy contento que le despanzorremos; si no, dexemosle para quien es, y vamos nosotros ? nuestras justas reales. ?Oh Sancho, Sancho, dixo don Quixote, y que poco sabes de achaque de aventuras! Yo no sal? de mi casa sino para ganar honra y fama, para lo cual tenemos ahora ocasion en la mano; y bien sabes que la pintaban los antiguos con copete en la frente y calva de todo el celebro, dandonos con eso ? entender que pasada ella, no hay de donde asirla. Yo, Sancho, por todo lo que t? y todo el mundo me dixere, no he de dexar de probar esta empresa, ni de llevar el dia que entrare en ?arago?a, la cabe?a de este Roldan en una lan?a, con una letra debaxo della que diga: <> Mira pues t?, Sancho, ?cuanta gloria se me seguir? de esto! pues ser? ocasion de que en las justas todos me rindan vasallage y se me den por vencidos; con lo cual todos los precios dellas ser?n sin duda mios. Y asi, Sancho, encomiendame ? Dios; que voy ? meterme en uno de los mayores peligros que en todos los dias de mi vida me he visto; y si acaso, por ser varios los peligros de la guerra, muriese en esta batalla, llevarme has ? San Pedro de Carde?a; que muerto, estando con mi espada en la mano, como el Cid, sentado en una silla, yo fio que si, como ? ?l, algun judio, acaso por hazer burla de m?, quisiere llegarme ? las barbas, que mi bra?o yerto sepa meter mano y tratarle peor que el catolico Campeador trat? al que con ?l hizo lo proprio. ?Oh se?or! respondi? Sancho, por el arca de Noe le suplico que no me diga eso de morir; que me haze saltar de los ojos las lagrimas como el pu?o, y se me haze el cora?on a?icos de oirselo, de puro tierno que soy de mio. ?Desdichada de la madre que me pari?! ?Que haria despues el triste Sancho Pan?a solo en la tierra agena, cargado de dos bestias, si v. m. muriese en esta batalla? Comen?? Sancho tras esto ? llorar muy de veras, y dezir: ?Ay de m?, se?or don Quixote! ?nunca yo le hubiera conocido por tan poco! ?Que haran las donzellas desaguisadas? ?Quien har? y deshar? tuertos? Perdida queda de hoy m?s toda la nacion manchega; no habr? fruto de caballeros andantes, pues hoy acab? la flor dellos en v. m.; m?s valiera que nos hubieran muerto ahora un a?o aquellos desalmados yang?eses, cuando nos molieron las costillas ? garrotazos. ?Ay se?or don Quixote! ?Pobre de m?! ?y que tengo de her solo y sin v. m.? ?Ay de m?! Don Quixote lo consol? diziendo: Sancho, no llores; que aun no soy muerto; antes he oido y leido de infinitos caballeros, y principalmente de Amadis de Gaula, que habiendo estado muchas vezes ? pique de ser muertos, vivian despues muchos a?os, y venian ? morirse en sus tierras, en casa de sus padres, rodeados de hijos y mugeres. Con todo eso, estese dicho, hagas, si muriere, lo que te digo. Yo lo prometo, se?or, dixo Sancho, si Dios le lleva para s?, de llevar ? enterrar su cuerpo, no solamente al San Pedro de Cerde?a que dize, sino que aunque me cueste el valor del jumento, le tengo de llevar ? enterrar ? Constantinopla; y pues va determinado de matar ese melonero, arrojeme ac?, antes que parta, su bendicion, y deme la mano para que se la bese; que la mia y la del se?or san Cristobal le caiga. Diosela don Quixote con mucho amor, y luego comen?? ? espolear ? Rocinante, que de cansado ya no se podia mover. Entrando por el melonar y picando derecho hazia la caba?a donde estaba la guarda, iba dando ? cada paso ? la maldicion ? Rocinante, por ver que cada mata, como era verde, le daba apetito, aunque tenia freno, de probar algunas de sus hojas ? melones, fatigado de la hambre. Cuando el melonero vi? que se iba allegando m?s ? ?l aquella fantasma, sin que reparase en el da?o que hazia en las matas y melones, comen?ole ? dezir ? vozes que se tuviese afuera; si no, que le haria salir con todos los diablos del melonar. No curandose don Quixote de las palabras que el hombre le dezia, iba prosiguiendo su camino; y ya que estuvo dos ? tres picas d?l, comen?? ? dezirle, puesta la lan?a en tierra: Valeroso conde Orlando, cuya fama y cuyos hechos tiene celebrados el famoso y laureado Ariosto, y cuya figura tienen esculpida sus divinos y heroicos versos; hoy es el dia, invencible caballero, en que tengo de probar contigo la fuer?a de mis armas y los agudos filos de mi cortadora espada; hoy es el dia, valiente Roldan, en que no te han de valer tus encantamientos ni el ser cabe?a de aquellos Doze Pares de cuya nobleza y esfuer?o la gran Francia se gloria; que por mi has de ser, si quiere la fortuna, vencido y muerto, y llevada tu soberbia cabe?a, ?oh fuerte frances! en esta lan?a ? ?arago?a. Hoy es el dia en que yo gozar? de todas tus faza?as y vitorias, sin que te pueda valer el fuerte exercito de Carlo-Magno, ni la valentia de Reinaldos de Montalvan, tu primo; ni Montesinos, ni Oliveros, ni el hechicero Malgisi con todos sus encantamientos: vente, vente para m?, que un solo espa?ol soy: no vengo, como Bernardo del Carpio y el rey Marsillo de Aragon, con poderoso exercito contra tu persona; solo vengo con mis armas y caballo contra t?, que te tuviste algun tiempo por afrentado de entrar en batalla con diez caballeros solos. Responde, no est?s mudo, sube sobre tu caballo, ? vente para mi de la manera que quisieres; mas porque entiendo, segun he leido, que el encantador que aqui te puso no te di? caballo, yo quiero baxar del mio; que no quiero hazer batalla contigo con ventaja alguna. Y bax? en esto del caballo, y viendolo Sancho, comen?? ? dar vozes diziendo: Arremeta, nuesamo, arremeta; que yo estoy aqui rezando por su ayuda, y he prometido una misa ? las benditas animas, y otra al se?or san Anton, que guarde ? v. m. y ? Rocinante. El melonero, que vi? venir para s? ? don Quixote con la lan?a en la mano y cubierto con el adarga, comen?ole ? dezir que se tuviese afuera; si no, que le mataria ? pedradas. Como don Quixote prosiguiese adelante, el melonero arroj? su lan?on y puso una piedra poco mayor que un huevo en una honda, y dando media vuelta al bra?o, la despidi? como de un trabuco contra don Quixote, el cual la recibi? en el adarga; mas falseola facilmente, como era de solo badana y papelones, y di? ? nuestro caballero tan terrible golpe en el bra?o izquierdo, que ? no cogelle armado con el bra?alete, no fuera mucho quebrarsele; aunque sinti? el golpe bravisimamente. Como el melonero vi? que todavia porfiaba para acercarsele, puso otra piedra mayor en la honda, y tirola tan derecha y con tanta fuer?a, que di? con ella ? don Quixote en medio de los pechos, de suerte que ? no tener puesto el peto grabado, sin duda se la escondiera en el estomago: con todo, como iba tirada por buen bra?o, di? con el buen hidalgo de espaldas en tierra, recibiendo una mala y peligrosa caida, y tal, que con el peso de las armas y fuer?a del golpe, qued? en el suelo medio aturdido. El melonero, pensando que le habia muerto ? malparado, se fue huyendo al lugar. Sancho, que vi? caido ? su amo, entendiendo que de aquella pedrada habia acabado don Quixote con todas las aventuras, se fue para ?l, llevando al jumento del cabestro, lamentandose y diziendo: ?Oh pobre de mi se?or desamorado! ?No se lo dezia yo, que nos fueramos muy en hora mala al lugar, y no hizieramos batalla con este melonero, que es m?s luterano que el gigante Golias? Pues ?como se atrevi? ? llegarse ? ?l sin caballo, pues sabia en Dios y en su conciencia que no le podia matar sino metiendole una aguja ? alfiler de ? blanca por la planta del pie? Llegose en esto ? su se?or, y preguntole si estaba mal ferido: ?l respondi? que no; pero que aquel soberbio Roldan le habia tirado una gran pe?a y le habia derribado con ella en tierra; a?adiendo: Dame, Sancho, la mano, pues ya he salido con muy cumplida vitoria; que para alcan?arla, bastame que mi contrario haya huido de m? y no ha osado aguardarme: al enemigo que huye, hazerle la puente de plata, como dizen. Dexemosle pues ir; que ya vendr? tiempo en que yo le busque, y ? pesar suyo acabe la batalla comen?ada: solo me siento en este bra?o izquierdo mal herido; que aquel furioso Orlando me debi? tirar una terrible ma?a que tenia en la mano; y si no me defendieran mis finas armas, entiendo que me hubiera quebrado el bra?o. Ma?a, dixo Sancho, bien s? yo que no la tenia; pero le tir? dos guijarros con la honda, que si con cualquiera dellos le diera sobre la cabe?a, sobre m?, que por m?s que tuviera puesto en ella ese chapitel de plata ? como le llama, hubieramos acabado con el trabajo que habemos de pasar en las justas de ?arago?a; pero agradezca la vida que tiene ? un romance que yo le rez? del conde Peranzules, que es cosa muy probada para el dolor de hijada. Dame la mano, Sancho, dixo don Quixote, y entremos un rato ? descansar en aquella caba?a, y luego nos iremos, pues el lugar est? cerca. Levantose don Quixote tras esto, y quit? el freno ? Rocinante, y Sancho quit? la maleta de encima de su jumento, juntamente con la albarda; metiolo todo en la caba?a, quedando Rocinante y el jumento se?ores absolutos del melonar, del cual cogi? Sancho dos melones harto buenos, y con un mal cuchillo que traia los parti? y puso encima de la albarda para que comiese don Quixote; si bien ?l, tras solo cuatro bocados que tom? dellos, mand? ? Sancho que los guardase para cenar en el meson ? la noche. Pero apenas habia Sancho comido media dozena de rebanadas, cuando el melonero vino con otros tres harto bien dispuestos mo?os, trayendo cada uno una gentil estaca en la mano; y como vieron el rocin y jumento sueltos, pisando las matas y comiendo los melones, encendidos en colera, entraron en la caba?a, llamandolos ladrones y robadores de la hacienda agena, acompa?ando estos requiebros con media dozena de palos que les dieron muy bien dados, antes que se pudiesen levantar; y ? don Quixote, que por su desgracia se habia quitado el morrion, le dieron tres ? cuatro en la cabe?a, con que le dexaron medio aturdido, y aun muy bien descalabrado; pero Sancho lo pas? peor; que como no tenia reparo de coselete, no se le perdi? garrotazo en costillas, bra?os y cabe?a, quedando tambien aturdido como lo quedaba su amo. Los hombres, sin curar dellos, se llevaron al lugar en prendas el rocin y jumento por el da?o que habian hecho. De alli ? un buen rato, vuelto Sancho en s?, y viendo el estado en que sus cosas estaban, y que le dolian las costillas y bra?os de suerte que casi no se podia levantar, comen?? ? llamar ? don Quixote, diziendo: ?Ah se?or caballero andante ! ?parecele que quedamos buenos? ?Es este el triunfo con que habemos de entrar en las justas de ?arago?a? ?Que es de la cabe?a de Roldan el encantado, que hemos de llevar espetada en lan?a? Los diablos le espeten en un asador, ?plegue ? santa Apolonia! Estoyle diziendo sietecientas vezes que no nos metamos en estas batallas impertinentes, sino que vamos nuestro camino sin hazer mal ? nadie, y no hay remedio. Pues tomese esos peruetanos que le han venido, y aun plegue ? Dios, si aqui estamos mucho, no vengan otra media dozena dellos ? acabar la batalla que los primeros comen?aron. Alzese, pesia ? las herraduras del caballo de san Martin, y mire que tiene la cabe?a llena de chichones, y le corre la sangre por la cara abaxo, siendo ahora de veras el de la Triste Figura, por sus bien merecidos disparates. Don Quixote, volviendo en s? y sosegandose un poco, comen?? ? dezir:

Rey don Sancho, rey don Sancho No dir?s que no te aviso Que del cerco de Zamora Un traidor habia salido.

?Mal haya el anima del Anticristo! dixo Sancho: estamos con las nuestras en los dientes, ?y ahora se pone muy de espacio al romance del rey don Sancho! Vamonos de aqui, por las entra?as de todo nuestro linage, y curemonos; que estos Barrabases de Gaiteros, ? quien son, nos han molido m?s que sal, y ? m? me han dexado los bra?os de suerte, que no los puedo levantar ? la cabe?a. ?Oh buen escudero y amigo! respondi? don Quixote, has de saber que el traidor que desta suerte me ha puesto es Bellido de Olfos, hijo de Olfos Bellido.--?Oh, reniego de ese Bellido ? bellaco de Olfos, y aun de quien nos meti? en este melonar!--Este traidor, dixo don Quixote, saliendo conmigo mano ? mano, camino de Zamora, mientras que yo me bax? de mi caballo para proveerme detr?s de unas mantas; este alevoso, digo, de Bellido, me tir? un venablo ? traicion, y me ha puesto de la suerte que ves: por tanto ?oh fiel vasallo! conviene mucho que t? subas en un poderoso caballo, llamandote don Diego Ordo?ez de Lara, y que vayas ? Zamora, y en llegando junto ? la muralla, ver?s entre dos almenas el buen viejo Arias Gonzalo, ante quien retar?s ? toda la ciudad, torres, cimientos, almenas, hombres, ni?os y mugeres, el pan que comen y el agua que beben, con todos los demas retos con que el hijo de don Bermudo ret? ? dicha ciudad, y matar?s ? los hijos de Arias Gonzalo, Pedro Arias y los demas. ?Cuerpo de san Quintin! dixo Sancho: si v. m. ve cuales nos han puesto cuatro meloneros, ?para que diablos quiere que vamos ? Zamora ? desafiar toda una ciudad tan principal como aquella? ?Quiere que salgan della cinco ? seis millones de hombres ? caballo y acaben con nuestras vidas, sin que gozemos de los premios de las reales justas de ?arago?a? Deme la mano y levantese, y iremos al lugar que est? cerca, para que nos curen y ? v. m. le tomen esa sangre. Levantose don Quixote, aunque con harto trabajo, y salieron los dos fuera de la caba?a; pero cuando no vieron el Rocinante ni el jumento, fue grandisimo el sentimiento que don Quixote hizo por ?l; y Sancho, dando vueltas alrededor de la caba?a buscando su asno, dezia llorando: ?Ay asno de mi anima! ?y que pecados has hecho para que te hayan llevado de delante de mis ojos? T? eres la lumbre dellos, asno de mis entra?as, espejo en que yo me miraba; ?quien te me ha llevado? ?Ay jumento mio, que por t? solo y por tu pico podias ser rey de todos los asnos del mundo! ?? donde hallar? yo otro tan hombre de bien como t?? Alivio de mis trabajos, consuelo de mis tribulaciones, t? solo me entendias los pensamientos, y yo ? t?, como si fuera tu propio hermano de leche. ?Ay, asno mio!, y como tengo en la memoria que cuando te iba ? echar de comer ? la caballeriza, en viendo cerner la cebada, rebuznabas y reias con una gracia como si fueras persona; y cuando respirabas hazia dentro, dabas un gracioso silbo, respondiendo por el organo trasero con un gamaut, que ?mal a?o para la guitarra del barbero de mi lugar que mejor musica haga cuando canta el pasacalle de noche! Don Quixote le consol? diziendo: Sancho, no te aflijas tanto por tu jumento; que yo he perdido el mejor caballo del mundo; pero sufro y disimulo hasta que le halle, porque le pienso buscar por toda la redondez del universo. ?Oh se?or! dixo Sancho: ?no quiere que me lamente, ?pecador de m?! si me dixeron en nuestro lugar que este mi asno era pariente muy cercano de aquel gran retorico asno de Balan, que buen siglo haya? Y bien se ha echado de ver en el valor que ha mostrado en esta re?ida batalla que con los m?s soberbios meloneros del mundo habemos tenido. Sancho, dixo don Quixote, para lo pasado no hay poder alguno, segun dize Aristoteles; y asi lo que por ahora puedes hazer, es tomar esta maleta debaxo del bra?o, y llevar esta albarda ? cuestas hasta el lugar, y alli nos informaremos de todo lo que nos fuere necesario para hallar nuestras bestias. Sea como v. m. mandare, dixo Sancho tomando la maleta y diziendo ? don Quixote que le echase la albarda encima. Mira, Sancho, replic? ?l, si la podr?s llevar; si no, lleva primero la maleta, y luego volver?s por ella. Si podr?, dixo Sancho; que no es esta la primera albarda que he llevado ? cuestas en esta vida. Pusosela encima; y como el ataharre le viniese junto ? la boca, dixo ? don Quixote que se la echase tras de la cabe?a, porque le olia ? paja mal mascada.

Como don Quixote y Sancho Pan?a llegaron ? Ateca, y como un caritativo clerigo llamado Mosen Valentin los recogi? en su casa, haziendoles todo buen acogimiento.

De como el buen hidalgo don Quixote lleg? ? la ciudad de ?arago?a, y de la estra?a aventura que ? la entrada della le sucedi? con un hombre que llevaban a?otando.

Tan buena ma?a se dieron ? caminar el buen don Quixote y Sancho, que ? otro dia ? las onze se hallaron una milla de ?arago?a. Toparon por el camino mucha gente de pie y de ? caballo, la cual venia de las justas que en ella se habian hecho; que como don Quixote se detuvo en Ateca ocho dias curandose de sus palos, se hizieron sin que ?l las honrase con su presencia, como deseaba; de lo cual informado en el camino, de los pasageros, estaba como desesperado; y asi iba maldiziendo su fortuna por ello, y echaba la culpa al sabio encantador su contrario, diziendo que ?l habia hecho por donde las justas se hubiesen hecho con tanta preste?a para quitarle la honra y gloria que en ellas era for?oso ganar, dando la vitoria, ? ?l debida, ? quien ?l maliciosamente favorecia. Con esto iba tan mohino y melancolico, que ? nadie queria hablar por el camino, hasta tanto que lleg? cerca de la Aljaferia, adonde, como se le llegasen por verle de cerca algunas personas con deseo de saber quien era y ? que fin entraba armado de todas pie?as en la ciudad, les dixo en voz alta: Dezidme, caballeros, ?cuantos dias ha que se acabaron las justas que en esta ciudad se han hecho, en las cuales no he merecido poderme hallar? Cosa de que estoy tan desesperado cuanto descubre mi rostro; pero la causa ha sido el estar yo ocupado en cierta aventura y encuentro que con el furioso Roldan he tenido , pero no ser? yo Bernardo del Carpio, si ya que no tuve ventura de hallarme en ellas, no hiziere un p?blico desafio ? todos los caballeros que en esta ciudad se hallaren enamorados, de suerte que venga por ?l ? cobrar la honra que no he podido ganar por no haberme hallado en tan celebres fiestas; y ser? ma?ana el dia d?l; y ?desdichado aquel que yo encontrare con mi lan?a ? arrebataren los filos de mi espada! que en ?l, por ellos, pienso quebrar la colera y enojo con que ? esta ciudad vengo. Y si hay aqui alguno de vosotros, ? estan algunos en este vuestro fuerte castillo, que sean enamorados, yo los desafio y reto luego ? la hora por cobardes y fementidos, y se lo har? confesar ? vozes en este llano; y salga el Justicia que dizen hay en esta ciudad, con todos los jurados y caballeros de ella; que todos son follones y para poco, pues un solo caballero los reta, y no salen como buenos caballeros ? hazer batalla conmigo solo; y porque s? que son tales, que no tendran atrevimiento de aguardarme en el campo, me entro luego en la ciudad, donde fixar? mis carteles por todas sus pla?as y cantones, pues de miedo de mi persona y de envidia de que no llevase el premio y honras de las justas, las han hecho con toda brevedad. Salid, salid, malandrines ?arago?anos; que yo vos far? confesar vuestra sandez y descortesia. Dezia esto volviendo y revolviendo ac? y acull? su caballo, de suerte que todos los que le estaban mirando, siendo m?s de cincuenta los que se habian juntado ? hazello, estaban maravillados y no sabian ? que atribuirlo. Unos dezian: ?Voto ? tal, que este hombre se ha vuelto loco y que es lunatico! Otros: No, sino que es algun grandisimo bellaco; y ? fe que si le coge la justicia, que se le ha de acordar para todos los dias de su vida. Mientras ?l andaba haziendo dar saltos ? Rocinante, que quisiera m?s medio celemin de cebada, dixo Sancho ? todos los que estaban hablando de su amo: Se?ores, no tienen que dezir de mi se?or; porque es uno de los mejores caballeros que se hallan en todo mi lugar; y le he visto con estos ojos hazer tantas garreaciones en la Mancha y Sierra Morena, que si las hubiese de contar, seria menester la pluma del gigante Golias: ello es verdad que no todas vezes nos salian las aventuras como nosotros quisieramos; porque cuatro ? cinco vezes nos santiguaron las costillas con unas raxas; mas con su pan se lo coman; que ? fe que tiene jurado mi se?or que en top?ndolos otra vez, como les cojamos solos y dormidos, atados de pies y manos, que les hemos de quitar los pellejos y hazer dellos una adarga muy linda para mi amo. Comen?aron todos con esto ? reir, y uno dellos le pregunt? que de donde era, ? lo cual respondi? Sancho: Yo, se?ores, hablando con debido acatamiento de las barbas honradas, soy natural de mi lugar, que con perdon se llama Argamesilla de la Mancha. Por Dios, dixo otro, que entendia que vuestro lugar se llamaba otra cosa, segun hablastes de cortesmente al nombralle; pero ?que lugar es la Argamesilla, que yo nunca le oido dezir? ?Oh cuerpo de quien me comadre? al nacer! dixo Sancho: un lugar es harto mejor que esta ?arago?a: ello es verdad que no tiene tantas torres como esta; que no hay en mi lugar m?s de una sola; ni tiene esta tapia grande de tierra que la cerca al derredor; pero tiene las casas, ya que no son muchas, con lind?simos corrales, que caben en cada uno dos mil cabe?as de ganado: tenemos un lindisimo herrero que aguza las rejas, que es para dar mil gracias ? Dios. Ahora cuando salimos d?l, trataban los alcaldes de enviar al Toboso que no le hay en mi lugar tenemos tambien una iglesia, que aunque es chica, tiene muy lindo altar mayor, y otro de nuestra se?ora del Rosario, con una Madre de Dios que tiene dos varas en alto, con un gran rosario alrededor, con los padres nuestros de oro, tan gordos como este pu?o: ello es verdad que no tenemos relox; pero ? fe que ha jurado el Cura que el primer a?o santo que venga, tenemos de her unos riqu?simos ?rganos. Con esto el buen Sancho queria irse adonde estaba su amo cercado de otra tanta gente; mas asi?ndole uno del bra?o, le dixo: Amigo, dezidnos como se llama aquel caballero, para que sepamos su nombre. Se?ores, para dezilles la verdad, dixo Sancho, ?l se llama don Quixote de la Mancha, y agora un a?o se llamaba el de la Triste Figura, cuando hizo penitencia en la Sierra Morena, como ya deben de saber por ac?; y ahora se llama el Caballero Desamorado; yo me llamo Sancho Pan?a, su fiel escudero, hombre de bien, segun dizen los de mi pueblo, y mi muger se llama Mari-Gutierrez, tan buena y honrada, que puede con su persona dar satisfaccion ? toda una comunidad. Con esto bax? del asno, dexando riendo ? todos los que presentes estaban, y camin? para donde estaba su amo cercado de m?s de cien personas, y los m?s dellos caballeros que habian salido ? tomar el fresco; y como habian visto tanta gente junta en corrillo, y un hombre armado en medio, llegaron con los caballos ? ver lo que era: ? los cuales, como viese don Quixote, les comen?? ? dezir, puesto el cuento de la lan?a en tierra: Valerosos pr?ncipes y caballeros griegos, cuyo nombre y cuya fama del uno hasta el otro polo, del Artico al Antartico, del oriente al poniente, del setentrion al mediodia, del blanco aleman hasta el adusto scita, est? esparcida, floreciendo en vuestro grande imperio de Grecia no solamente aquel grande emperador Trebacio y don Belianis de Grecia, pero los dos valerosos y nunca vencidos hermanos el caballero del Febo y Rosicler; ya veis el porfiado cerco que sobre esta ciudad famosa de Troya por tantos a?os habemos tenido, y que en cuantas escaramu?as habemos trabado con estos troyanos y Hector, mi contrario, ? quien, siendo yo como soy Aquiles, vuestro capitan general, nunca he podido coger solo para pelear con ?l cuerpo ? cuerpo y hazerle dar, ? pesar de toda su fuerte ciudad, ? Elena, con la cual se nos han al?ado por fuer?a. Conviene pues ?oh valerosos heroes! que tomeis agora mi consejo , el cual es que hagamos un paladion ? un caballo grande de bronce, y que metamos en ?l todos los hombres armados que pudieremos, y le dexemos en este campo con solo Sinon, ? quien los m?s conoceis, atado de pies y manos, y que nosotros finjamos retirarnos del cerco, para que ellos, saliendo de la ciudad, informados de Sinon y enga?ados por ?l con sus fingidas l?grimas, ? persuasion suya metan dentro della nuestro gran caballo ? fin de sacrificarle ? sus dioses; que lo haran sin duda rompiendo para su entrada un lienzo de la muralla; y despues que todos se sosieguen, seguros saldran ? la media noche de su pre?ado vientre los caballeros armados que estaran en ?l, y pegar?n fuego ? su salvo ? toda la ciudad, acudiendo despues nosotros de improviso, como acudiremos, ? aumentar su fiero incendio, levantando los gritos al cielo al compas de las llamas, que se cebar?n en torres, chapiteles, almenas y balcones diziendo: <> Y con esto di? de espuelas ? Rocinante, dexandolos ? todos maravillados de su estra?a locura. Sancho tambien comen?? ? arrear su asno, y fuese tras su amo, el cual, en entrando por la puerta del Portillo, comen?? ? detener su rocin ? ir la calle adelante muy poco ? poco, mirando las calles y ventanas con mucha pausa. Iba Sancho detras d?l con el asno del cabestro, aguardando ver en que meson paraba su amo, porque Rocinante ? cada tablilla de meson que veia, se paraba y no queria pasar; pero don Quixote lo espoleaba hasta que ? pesar suyo le hazia ir adelante, lo cual sentia Sancho ? par de muerte, porque rabiaba de cansancio y de hambre. Sucedio pues, que yendo don Quixote la calle adelante, dando harto que dezir ? toda la gente que le veia ir de aquella manera, traia la justicia por ella ? un hombre caballero en un asno, desnudo de la cintura arriba, con una soga al cuello, dandole docientos a?otes por ladron, al cual acompa?aban tres ? cuatro alguaciles y escribanos, con m?s de docientos muchachos detras. Visto este espectaculo por nuestro caballero, deteniendo ? Rocinante y puesto en mitad de la calle con gentil continente, la lan?a baxa, comen?? ? dezir en alta voz desta manera: ?Oh vosotros, infames y atrevidos caballeros, indignos deste nombre! dexad luego al punto libre, sano y salvo ? este caballero que injustamente con traicion habeis prendido, usando, como villanos, inauditas estratagemas y enredos para cogerle descuidado; porque ?l estaba durmiendo cerca de una clara fuente, ? la sombra de unos frondosos alisos, por el dolor que le debia de causar el ausencia ? el rigor de su dama; y vosotros, follones y malandrines, le quitastes sin hazer rumor su caballo, espada y lan?a y las demas armas, y le habeis desnudado sus preciosas vestiduras, llevandole atado de pies y manos ? vuestro fuerte castillo, para metelle con los demas caballeros y princesas que alli sin razon teneis en vuestras tan oscuras cuanto humedas mazmorras: por tanto, dadle luego aqui sus armas, y suba en su poderoso caballo; que ?l es tal por su persona, que en breve espacio dara cuenta de vuestra vil canalla gigantea: soltadle, soltadle presto, bellacos, ? venios todos juntos, como es vuestra costumbre, para m? solo; que yo os dar? ? entender ? vosotros y ? quien con ?l os envia, que todos sois infames y vil canalla. Los que llevaban el a?otado, que semejantes razones oyeron dezir ? un hombre armado con espada y lan?a, no supieron que le responder; pero un escribano de los que iban ? caballo, viendo que estaban detenidos en medio de la calle, y que aquel hombre no dexaba pasar adelante la execucion de la justicia, dando de espuelas al rocin en que iba, se lleg? ? don Quixote, y asiendo de la rienda ? Rocinante, le dixo: ?Que diablos dezis, hombre de Satanas? Tiraos afuera: ?estais loco? ?Oh santo Dios, y quien pudiera pintar la encendida colera que del cora?on de nuestro caballero se apoder? en este punto! El cual, haziendose un poco atras, arremeti? con su lan?on para el pobre del escribano, de suerte que si no se dexara caer por las ancas del rocin, sin duda le escondiera don Quixote en el estomago el hierro mohoso del lan?on: mas esto fue causa de que nuestro caballero errase el golpe. Los alguaciles y demas ministros de justicia que alli venian, viendo un caso tan no pensado, sospechando que aquel hombre era pariente del que iban a?otando, y que se les queria quitar por fuer?a, comen?aron ? gritar: ?Favor ? la justicia, favor ? la justicia! La gente que alli se hall?, que no era poca, y algunos de ? caballo que al rumor llegaron, procuraban con toda instancia de ayudar ? la justicia y prender ? don Quixote, el cual, viendo toda aquella gente sobre si con las espadas desnudas, comen?? ? dezir ? grandes vozes: ?Guerra, guerra, ? ellos, Santiago, san Dionis, cierra, cierra, mueran! Y arroj? tras las vozes la lan?a ? un alguacil con tal fuer?a, que si no le acertara ? pasar por debaxo del bra?o izquierdo, lo pasara harto mal: solt? luego la adarga en tierra, y metiendo mano ? la espada, de tal manera la revolvia entre todos con tanta braveza y colera, que si el caballo le ayudara, que ? duras penas se queria mover, segun estaba cansado y muerto de hambre, pudiera ser no pasarlo tan mal como lo pas?. Pero como la gente era mucha, y la grita que todos daban siempre de ?favor ? la justicia! allegase siempre m?s, las espadas que sobre don Quixote caian eran infinitas: con lo cual y con la pere?a de Rocinante, junto con el cansancio con que nuestro caballero andaba, pudieron todos en breve rato ganarle la espada, y quitandosela de la mano, le abaxaron de Rocinante, y ? pesar suyo se las ataron ambas atras, y agarrandole cinco ? seis corchetes, le llevaron ? empellones ? la carcel: el cual, viendose llevar de aquella manera, daba vozes, diziendo: ?Oh sabio Alquife! ?Oh mi Urganda astuta! ahora es tiempo que mostreis contra este falso hechicero si sois verdaderos amigos. Y con esto hazia toda resistencia que podia para soltarse; pero era en vano. El a?otado prosigui? adelante su procesion; y ? nuestro caballero, por las mismas calles que ?l la habia empe?ado, le llevaron ? la carcel y le metieron los pies en un cepo, con unas esposas en las manos, habiendole primero quitado todas sus armas. En esto, llegando un hijo del carcelero cerca d?l para dezir ? un corchete que le echase una cadena al cuerpo, oyendolo, al?? en alto las manos con las esposas, y le di? con ellas al pobre mo?o tan terrible golpe sobre la cabe?a, que no valiendole el sombrero, que era nuevo, le hizo una muy buena herida; y segundara con otra, si el padre del mo?o, que estaba presente, no levantara el pu?o y le diera media dozena de moxicones en la cara, haziendole saltar la sangre por las narizes y boca, dexando con esto al pobre caballero, que aun no se podia limpiar, hecho un retablo de duelos. Las cosas que dezia y hazia en el cepo, no habra historiador, por diligente que sea, que baste ? contarlas. El bueno de Sancho, que se habia hallado presente ? todo lo pasado con su asno del cabestro, como vi? llevar ? su amo de aquella manera, comen?? ? llorar amargamente, prosiguiendo el camino por donde le llevaban, sin dezir que era su criado: maldezia su fortuna y la hora en que ? don Quixote habia conocido, diziendo: ?Oh, reniego de quien mal me quiere y de quien no se duele de m? en tan triste trance! ?Quien demonios me mand? ? m? volver con este hombre, habiendo pasado la otra vez tantos desafortunios, siendo ya apaleado, ya amanteado, y puesto otras vezes ? peligro de que si me cogiera la Santa Hermandad me pusiera en cuatro caminos para que despues no pudiera ser rey ni Roque? ?Que har?, ?pobre de m?! que estoy por irme desesperado por esos mundos y por esas Indias, y meterme por esos mares, entre montes y valles, comiendo aves del cielo y alima?as de la tierra, haziendo grandisima penitencia y tornandome otro fray Juan Guarismas, andando ? gachas como un oso selvatico hasta tanto que un ni?o de sesenta a?os me diga: Levantate, Sancho; que ya don Quixote esta fuera de la carcel? Con estas endechas y mesandose las espesas barbas, lleg? ? la puerta de la carcel, en que vi? meter ? su amo, y ?l se qued? arrimado ? una pared con su asno del cabestro hasta ver en que paraba el negocio. Lloraba de rato en rato, particularmente cuando oia dezian los que baxaban de la c?rcel ? cuantos pasaban por delante della, como ya querian sacar ? a?otar al hombre armado; de quien unos dezian que merecia la horca por su atrevimiento, otros le condenaban solo, movidos de m?s piedad, ? docientos y galeras por el breve rato que con su buena platica detuvo la execucion de la justicia. Otros dezian: No quisiera yo estar en su pellejo, aunque ponga por excusa de su insolencia que estaba borracho ? loco. Todo esto sentia Sancho ? par de muerte; pero callaba como un santo. Sucedi? pues que los dos alguaciles, el carcelero y su hijo se fueron juntos ? la justicia, ante quien acriminaron de suerte el caso, que el Justicia mand? que luego en fragante, sin m?s informacion, le sacasen ? la verg?en?a por las calles, y le volviesen despues otra vez ? la carcel hasta saber juridicamente la verdad del delicto. Cuando los alguaciles venian de vuelta ? executar la dicha repentina sentencia, acababa de volver el a?otado en su asno ? la puerta de la carcel, con el acompa?amiento de muchachos que los tales suelen; y al punto que le vi? uno de los alguaciles, dixo, ? vista de Sancho, al verdugo: Ea, baxad ese hombre, y no volvais el asno; porque en ?l habeis de subir luego ? pasear por las mismas calles aquel medio loco que ha pretendido estorbar la justicia; que esto manda la mayor de la ciudad se le d? luego como por principio de las galeras y a?otes que se le esperan. Infinita fue la tristeza que en el cora?on del pobre Sancho entr? cuando oy? semejantes palabras al alguacil, y m?s cuando vi? que todo se aparejaba para sacar ? la verg?en?a ? su amo, y que toda aquella gente estaba ? la puerta de la carcel diziendo: Bien se merece el pobre caballero armado los a?otes que le esperan, pues fue tan necio que meti? mano sin para qu? contra la justicia; y sin eso, en la misma carcel ha descalabrado al hijo del carcelero. Estas y otras semejantes razones tenian ? Sancho hecho loco y sin saber qu? hazer ni dezir; y asi no hazia otra cosa sino escuchar aqui y preguntar alli; pero en todas partes oia malas nuevas de las cosas de su amo, al cual comen?aban ya de hecho ? desherrar del cepo para sacarle ? la verg?en?a.

De como don Quixote, por una estra?a aventura, fu? libre de la carcel y de la verg?en?a ? que estaba condenado.

CAPITULO X

Como don Alvaro Tarfe convid? ciertos amigos suyos ? comer para dar con ellos orden que libreas habian de sacar en la sortija.

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