Read Ebook: El Quijote apócrifo by Fern Ndez De Avellaneda Alonso
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Ebook has 194 lines and 144610 words, and 4 pages
Como don Alvaro Tarfe convid? ciertos amigos suyos ? comer para dar con ellos orden que libreas habian de sacar en la sortija.
De como don Alvaro Tarfe y otros caballeros ?arago?anos y granadinos jugaron la sortija en la calle del Coso, y de lo que en ella sucedi? ? don Quixote.
Tres dias estuvo violentado en la cama, ? puros ruegos y guardas, don Quixote, pues tenia siempre como tales ? Sancho Pan?a y algunos pajes de don Alvaro y dos caballeros amigos suyos, asi granadinos como de los naturales de ?arago?a, con los cuales pasaron historias donosisimas; porque por momentos se le representaba salia ? la sortija, disputaba con los jueces, re?ia con gigantes forasteros, y otros cien mil dislates; porque estaba rematadamente loco, y Sancho ayudaba m?s ? todo con sus simplicidades y boberias. Solo tenia de bueno don Quixote el recado y regalo; porque se le daba bonisimo en presencia de don Alvaro, que siempre comia y cenaba con ?l, acompa?ado de diferentes caballeros cada vez. Lleg? pues el domingo, en que los que habian de jugar la sortija para universal pasatiempo, se aprestaron y adere?aron lo mejor que pudieron de sus ricas libreas, llevando todos solamente ? la entrada del Coso unos escudos ? targetas blancas, y en ellas escrita cada uno la letra que m?s ? proposito venia ? su pensamiento y al fin de alegrar la fiesta. Pero no quiero pasar en silencio lo que habia en dos arcos triunfales que estaban costosa y curiosamente hechos ? las dos bocas de la calle. El primero de la primera entrada, como venimos de la pla?a, era todo de damasco azul, de color de cielo, y estaba en el medio d?l, por lo alto, el invictisimo emperador Carlos V, abuelo gloriosisimo de nuestro catolico y gran monarca el tercero Filipo Hermenegildo, armado ? la romana, con una guirnalda de laurel sobre la cabe?a y un baston de general sobre la mano derecha, ocupando lo m?s alto del arco dos versos latinos que dezian desta manera:
Fraena quod imperii longo moderaris ab aevo Austria, non hominis, numinis exstat opus.
El pie derecho tenia puesto sobre un mundo de oro, y al derredor d?l una letra que dezia:
Mand? su medio Alejandro; Mas nuestro Cesar de veras Sus tres partes mand? enteras.
El pie izquierdo tenia sobre tres ? cuatro turcos rendidos, con una letra latina que dezia:
Qui oves amat, in lupos saevit.
Al pie del arco de la mano derecha, arrimado ? la mesma coluna del arco, estaba sobre una peque?a peana el famoso duque de Alba, don Fernando Alvarez de Toledo, armado, con su baston de general en la mano derecha, y al pie d?l la fama, como la pintan, con una trompa, y en ella escrito:
A solis ortu usque ad occasum.
Al pie de la otra coluna del arco, que era la izquierda, sobre otra peque?a peana, estaba don Antonio Leiva, armado y con baston de general, como el Duque, y tenia esta letra sobre la cabe?a:
Si bien ? mi rey servi, Bien tambien premi? mi amor. A mi don dando un se?or.
El segundo arco era todo de damasco blanco bordado, y sobre lo alto d?l estaba el prudentisimo rey don Felipe II, riquisimamente vestido, y ? sus pies este famoso epigrama del excelente poeta Lope de Vega Carpio, familiar del santo ofizio:
Philippo Regi, Caesari invictissimo, Omnium maximo Regum triumphatori, Orbis utriusque et maris felicissimo, Catholici Caroli successori, Totius Hispaniae principi dignissimo, Ecclesiae Christi et fidei defensori, Fama, praecingens tempora alma, lauro, Hoc simulacrum dedicat ex auro.
Nulla est virtutis species quae, maxime Princeps, Non colat ingenium nobilitate tuum.
A la siniestra mano estaba el invictisimo principe don Juan de Austria, armado de todas pie?as, con el baston de general en la mano, y puesto el pie derecho sobre la rueda de la fortuna, y la mesma fortuna, que con un clavo y martillo clavaba la rueda, haziendola inmoble, y esta letra:
El merecimiento insigne Que te levant? en mi rueda, Cual clavo la tiene queda.
Otras muchas curiosidades de enigmas y cifras habia en los arcos, que por evitar prolixidad y no hazer ? nuestro proposito se dexan. Solo digo que el dia que la sortija se habia de jugar, estuvo, en comiendo, la calle del Coso riquisimamente adere?ada, y compuestos todos sus balcones y ventanas con brocados y tapices muy bien bordados, ocupandolos infinitos serafines, con esperan?as cada uno de recebir de la mano de su amante, de la de alguno de aquellos caballeros aventureros, la joya que ganase. Vino ? la fiesta la nobleza del reino y ciudad, Visorey, Justicia mayor, diputados, jurados y los demas titulos y caballeros, poniendose cada uno en el puesto que le tocaba. Vinieron tambien los jueces de la sortija, muy acompa?ados y galanes que, como hemos dicho, eran un titular y dos caballeros de habito, y pusieronse en un tablado no muy alto curiosamente compuesto; ? cuyo recebimiento comen?aron ? sonar los menestriles y trompetas, y al mesmo son comen?aron ? entrar por la ancha calle, de dos en dos, los caballeros que habian de correr. Los primeros fueron dos gallardos mancebos con una mesma librea, sin diferenciar en caballos ni vestidos: eran de raso blanco y verde, con plumas en los bonetes, de lo alto de los cuales sac? el uno una mano con un rico salero, cuya sal iba derramando sobre las mismas plumas, que daban al viento esta letra:
En mi alma el sol divino Los rayos con que me inflama, Cual sol de gracias, derrama.
El otro, que era recien casado con una dama muy hermosa, venia pintado en el escudo trayendola ?l mismo de la mano, como que la escudereaba; con una letra cual la siguiente:
Della gozo, y me ha quedado, Por ser tan unica y bella, Solo el temor de perdella.
Tras estos salieron otros dos, entrando vestidos de damasco azul ricamente bordado: traian esta librea porque ambos eran mo?os enamorados y celosos: el uno traia en el escudo pintada una ferocisima leona vestida de piel de oveja, y ?l mismo venia pintado y puesto de rodillas delante della, y con esta letra:
Solo con piel de cordero De palabras me corona; Que en las obras es leona.
El otro llevaba en campo negro el retrato de su dama, ? quien ?l, quitada la gorra, pedia la mano, negandosela ella con desden; causa por la cual habia venido ? la sortija; y siendo mancebo desbarbado, sali? con barba blanca postiza, disfraz que di? harta suspension ? toda la gente que le conocia; pero quitabasela esta siguiente letra que traia en el escudo:
Amando tan desamado, Caducando juzgo estoy, Y asi dello muestras doy.
Tras estos dos, entraron otros dos, tambien gallardos mo?os totalmente diferentes en las libreas; porque el uno venia vestido de tela de plata, ricamente bordado, sobre un caballo blanco no menos ligero que el viento, trayendo en el escudo, en campo tambien blanco, el retrato de su dama, la cual abaxandose, daba la mano ? un muerto que estaba ya con la mortaja puesta y tenia por cruz en los pechos esta letra:
Matome su vista sola; Mas por su divina mano Nueva vida y gloria gano.
El segundo era un mancebo recien casado, rico de patrimonio, pero grandisimo gastador, y tan prodigo, que siempre andaba lleno de deudas, sin haber mercader ni ofizial ? quien no debiese; porque aqui pedia, acull? enga?aba, aqui hazia una mohatra, alli empe?aba ya la m?s rica cadena de oro que tenia, ya su mejor colgadura; de suerte que despues que el padre le falt?, andaba tan empe?ado, que la necesidad le obligaba ? no vestir sino bayeta, atribuyendolo al luto y sentimiento de la muerte de su padre; y para satisfacer ? la murmuracion del vulgo, traia pintada en el campo negro de la adarga una beata, cubierta tambien de negro, m?s oscura que el del campo de la adarga, con esta letra:
Pues beata es la pobreza, Cubrame la mia bien: Bayeta y vaya me d?n.
Tras estos entraron veinte ? treinta caballeros, de dos en dos, con libreas tambien muy ricas y costosas, y con letras, cifras y motes graciosisimos y de agudo ingenio, que dexo de referir por no hazer libro de versos el que solo es coronica de los quimericos hechos de don Quixote; y asi, de sola su entrada haremos mencion, la cual fue en la retaguardia de todos los aventureros, al lado del se?or don Alvaro Tarfe; que esta traza habian dado para su entrada los jueces. Venia don Alvaro en un buen caballo cordobes, rucio, rodado, enjaezado ricamente, el vestido de tela de oro, bordado de azu?enas y rosas enlazadas, y en el campo blanco de su escudo traia pintado ? don Quixote con la aventura del a?otado, muy al vivo, y esta letra en ?l:
Aqui traigo al que ha de ser, Segun son sus disparates, Principe de los orates.
Con la letra rieron todos cuantos sabian las cosas de don Quixote, el cual venia armado de todas pie?as, trayendo hasta su morrion en la cabe?a. Entr? con gentil continente sobre Rocinante, y en la punta del lan?on traia con un cordel atado un pergamino grande tendido escrita en ?l con letras goticas, el Ave Maria, y sobre los motes y pinturas que traia en su adarga habia a?adido ? ellas este cuartete, en explicacion del pergamino que traia pendiente de la lan?a:
Soy muy m?s que Garcilaso, Pues quit? de un turco cruel El Ave que le honra ? ?l.
Como don Quixote y don Alvaro Tarfe fueron convidados ? cenar con el juez que en la sortija les convid?, y de la estra?a y jamas pensada aventura que en la sala se ofreci? aquella noche ? nuestro valeroso hidalgo.
Acabada de jugar la sortija y de haber corrido en ella los caballeros de dos en dos delante de toda la ciudad, desocuparon todos sus puestos, volviendose ? sus casas, por venir la noche. Para hazer pues lo mesmo, don Alvaro asi? de la mano ? don Quixote, diziendole: Vamos, mi se?or don Quixote, ? dar un par de vueltas por esas calles mientras se haze hora de acudir ? cenar con el se?or que v. m. sabe que como juez liberalisimo nos ha convidado esta noche. Vamos, dixo don Quixote, donde v. m. mandare. Y sin que hubiese remedio con ?l de que diera la adarga y lan?on ? un paje, para que, como don Alvaro queria, lo llevase ? su casa, se fue con todo este carruage acompa?andole. Llegaron ? muy buena hora ? la noble casa del huesped que los habia convidado ? cenar; y tomando en el ?aguan un paje suyo la lan?a y adarga de don Quixote, se apearon y subieron al punto al aposento de don Carlos, que asi se llamaba el juez, el cual se levant?, con otros caballeros amigos que tenia tambien convidados, para ir ? abra?ar ? don Quixote, como lo hizo, diziendole: Bien sea venido el se?or caballero andante, y con la salud que todos deseamos, como lo hazemos tambien que para mayor alivio del trabajo pasado, se quite v. m. las armas, pues est? en parte segura y entre amigos que desean servir ? v. m. y aprender de su valor todo buen orden de milicia; que creo lo habemos bien menester, segun lo mal que los caballeros lo han hecho en la sortija; que si v. m. no remediara sus faltas, quedaran las fiestas harto frias. Don Quixote le respondi?: Se?or don Carlos, yo no tengo por costumbre, en ninguna parte que vaya, sea de amigos ? enemigos, quitarme las armas, por dos razones. La primera, porque trayendolas siempre puestas, se haze el hombre ? ellas; que como dizen los filosofos, ab assuetis non fit passio; pues la costumbre, como v. m. sabe, convierte las cosas en naturaleza, con que ningun trabajo hay que d? pesadumbre. La segunda, porque no sabe el hombre de quien se ha de fiar ni lo que le puede acontecer, por ser varios los sucesos de la guerra; y me acuerdo haber leido en el autentico libro de las haza?as de don Belianis de Grecia, que yendo ?l y otro caballero armados de todas pie?as, perdidos por un bosque, llegaron ? cierto prado donde hallaron diez ? doze salvages que estaban asando un venado, los cuales por se?as les convidaron ? comer d?l. Los caballeros, que llevaban no poca necesidad y hambre, viendo la humanidad que mostraban aquellos barbaros, baxaron de los caballos, quitandoles los frenos para que paciesen; pero ellos no se quisieron quitar las celadas, sino, levantadas un poco las viseras, sentados en las yerbas, comieron de una pierna del venado que los salvages les pusieron delante; y apenas hubieron comido media dozena de bocados, cuando, concertados entre si, en lenguage que no entendieron los forasteros, llegando pasito por detras dos de ellos con dos ma?as, ? un tiempo les dieron tan fuertemente sobre las cabe?as, que ? no llevar puestas las celadas, fueran sin duda fatal sustento de aquellos barbaros: con todo, cayeron en tierra aturdidos, y ellos con grande algazara comen?aron ? desarmarlos; pero como no sabian de aquel menester, no hazian sino revolverlos por aquel prado ac? y acull?: de suerte que dandoles un poco el viento, y viendo el triste estado en que sus cosas estaban, se levantaron muy ligeramente, y metiendo mano en sus ricas espadas, comen?aron ? dar tras los salvages como en real de enemigos, sin dar reves con que no hiziesen de un salvage dos, por estar desnudos. Dezia esto don Quixote con tanta colera, que metiendo ?l tambien mano en su espada, prosigui? diziendo: Dando aqui tajos, acull? cuchilladas, aqui partian uno hasta los pechos, alli dexaban otro en un pie como grulla, hasta que mataron la mayor parte dellos. Don Carlos le hizo envainar, riendo con aquellos caballeros de la colera que habia tomado contra los salvages, pues parecia que los tenia delante; y asiendole por la mano y entrandole en otra sala, hallaron puestas las mesas para cenar; donde volviendo la cabe?a don Carlos, dixo ? un paje suyo de los que alli estaban: Id volando ? la posada del se?or don Alvaro, pues ya sabeis, y llamad al escudero del se?or don Quixote, Sancho Pan?a, diziendole que su amo le manda se venga luego con vos, que tambien est? convidado; y no vengais sin ?l de ninguna suerte. Tom? el paje la capa, fue por ?l al momento, y hallandole en la cocina con el cocinero, ? quien con mucha melancolia estaba contando la desgracia del hurto de las preciosas agujetas, le dixo: Se?or Sancho, v. m. se venga conmigo al instante, porque el se?or don Quixote le llama, viendo que mi se?or don Carlos no se quiere asentar ? la mesa con los convidados hasta verle ? v. m. en la sala. Se?or paje, respondi? con mucha flema Sancho, v. m. podr? dezir ? esos se?ores que les beso las manos, y que no estoy en casa, y que por esto no voy, y porque ando por la pla?a buscando un cierto negocio de importancia que se me ha perdido; pero que si Dios me alumbra con bien para que lo halle, les doy palabra de ir luego. Eso no, dixo el paje: v. m. ha de venir conmigo; que asi me lo han mandado, porque es tambien convidado ? la cena. Hablara yo para ma?ana, respondi? Sancho; que siendo asi, claro est? que ir? de muy rebuena gana al punto; y ? fe que me coge en tiempo que no tengo muy mala disposicion, porque h? m?s de tres horas que no ha entrado en mi cuerpo cosa alguna, sino es un platillo de carne fiambre y un panecillo que me di? aqui el se?or cocinero, que Dios guarde, con que me torn? el alma al cuerpo. Pero vamos; que no quiero hazer falta ni que me tengan por descuidado. Fueronse ambos en diziendo esto, despidiendose primero del cocinero. Llegaron ? la sala donde estaban ya cenando, don Carlos ? la cabe?era con don Quixote ? su lado, y los demas caballeros por su orden, que serian m?s de veinte. Lleg? Sancho junto ? su amo, y quitandose la caperu?a con entrambas manos, haziendo una gran reverencia, dixo: Buenas noches d? Dios ? vs. ms. y los tenga en su santa gloria. ?Oh Sancho, dixo don Carlos, seais bien venido! Pero, ?como dezis que Dios nos tenga en su santa gloria, pues aun no somos muertos, si no es que estos caballeros lo est?n de hambre, segun es la cena poca? aunque si es asi, su falta suplir? mi voluntad, que es mucha. Mi se?or, dixo Sancho, como para m? no hay otra gloria sino cuando est? la mesa puesta, tengola grande viendo sobre esta tantos platos llenos de avestruzes y carne y de pastel en botes, que no puedo tragar la saliva de contento. Tom? don Alvaro Tarfe en esto un melon que estaba en la mesa, y le di? ? Sancho diziendo: Probad, Sancho, este melon, y si sale bueno, yo os dar? su peso de carne de la deste plato. Dabale con ?l un cuchillo para que le hiziese la cala, y ?l dixo que no le habia ido bien en el melonar de Ateca en partir con cuchillo los melones, y que asi le partiria, con su licencia, como los partia en su tierra; y diziendo esto le dex? caer de golpe en el suelo, y luego le levant? hecho cuatro pie?as diziendo: Hele aqui partido de una vez ? v. m., sin andar hendo rebanadicas con el cuchillo. A fe, Sancho, dixo don Carlos, que sois curioso, y me huelgo de vuestra discrecion pues hazeis de una vez lo que otros no hizieran de ocho. Tomad; que por mi os habeis de comer este capon , que me dizen que para hazello os ha dado Dios particular gracia. La santa Trinidad se lo pague ? v. m., replic? Sancho, cuando deste mundo vaya. Tom? el capon, el cual estaba ya partido por sus junturas, y espetosele casi invisiblemente. Viendo la sutileza de sus dientes, los pajes dieron en vaziarle en la caperu?a cuantos platos alcan?aban de la mesa, con lo cual se puso en breve rato Sancho hecho una trompa de Paris; pero don Carlos, tomando un gran plato de albondiguillas, dixo: ?Atreveros heis, Sancho, ? comer dos dozenas de albondiguillas si estuviesen bien guisadas? No s?, respondi? Sancho, que cosas son alhondiguillas; alhondigas s?, que las hay en mi pueblo; pero no son esas de comer, sino el trigo que est? dentro, despues de amasado. No son sino estas pelotillas de carne, dixo don Carlos dandole el plato, el cual tom? Sancho, y una ? una, como quien come un racimo de uvas, se las meti? entre pecho y espalda, con harta maravilla de los que su buena disposicion veian; y en acabando de comerlas dixo: ?Oh hi de puta, traidores, y que bien me han sabido! Pardiez que pueden ser pelotillas con que juegen los ni?os del limbo: ? fe que si torno ? mi lugar, que en un huerto que tengo junto ? mi casa he de sembrar por lo menos un celemin dellas, porque s? que no se siembran en todo el Argamesilla; y aun podr? ser, si el a?o se acierta, que los regidores me las pongan ? ocho maravedis la libra; y si es asi, no seran oidas ni vistas. Dezia esto Sancho tan sencillamente, como si en realidad de verdad fuera cosa que se pudiera sembrar; y viendo que todos se reian, dixo: Solo un desconveniente hallo yo en sembrar estas, y es, que como soy de mi naturaleza aficionado ? ellas, me las comeria antes que llegasen ? madurar, si no es que mi muger me pusiese algun espantajo para que no llegase ? ellas, y aun Dios y ayuda que bastase. ?Casado sois, Sancho, dixo don Carlos, segun eso? Para servir ? v. m., con mi muger lo soy, replic? Sancho, la cual le besa muchas vezes las manos por la merced que me haze. Rieron todos de la respuesta, y preguntole de nuevo don Carlos si era hermosa; ? lo cual respondi?: ?Y como, cuerpo de san Ciruelo, si es hermosa! Ello es verdad que, si bien me acuerdo, har? por estas yerbas que vienen cincuenta y tres a?os, y est? un poco la cara prieta de andar al sol, con tres dientes que le faltan arriba y dos muelas abaxo; m?s con todo eso no hay Aristoteles que le llegue al ?apato; solo tiene que en llegando ? su poder los dos ? tres cuartos, luego los deposita en casa de Juan Perez, tabernero de mi lugar, para llevallos despues de agua de cepas en un jarro grande que tenemos, desbocado de puro boquearle ella con la boca. Vuestra muger buena bebedora, dixo don Carlos, y vos siempre con buena disposicion de comer, hareis muy buenos casados. Y alargando la mano tras esto ? un plato grande que tenia seis pellas de manjar blanco, le dixo: ?Habeis dexado, Sancho, algun rincon desembarazado para comer estas seis pellas? que segun habeis comido, no tendreis apetito dellas. Beso ? v. m. las manos, dixo Sancho alargando las suyas y tomandolas, por la que me haze; y fie de m? que me las comer?, siendo Dios servido y su bendita Madre. Y apartandose ? un lado, se comi? las cuatro con tanta prisa y gusto, como dieron se?ales dello las barbas, que quedaron no poco enjalbegadas del manjar blanco: las otras dos que d?l le quedaban se las meti? en el seno con intencion de guardarlas para la ma?ana. Acabada la cena, se sentaron todos, quitadas las mesas, por su orden alrededor de la sala, y don Alvaro Tarfe y don Quixote ? la mano izquierda de don Carlos, que hizo sentar ? sus pies ? Sancho Pan?a. A la que platicaban don Alvaro con don Quixote , y don Carlos con Sancho Pan?a, y los demas caballeros entre s?, entraron por la sala dos extremados musicos con sus instrumentos, y un mo?o que traian los representantes, gallardo ?apateador. Cantaron muchas muy buenas letras y tonos los musicos, y despues ?apate? y volte? el mo?o por extremo; y mientras lo iba haziendo, bax? don Carlos la cabe?a y pregunt? ? Sancho de manera que todos lo pudieron oir, si se atreveria ? dar algunas vueltas de las que aquel mo?o daba; el cual respondi? boste?ando y haziendose la cruz con el dedo pulgar en la boca, porque le cargaba el sue?o con la mucha cena: Pardiobre, se?or, que voltearia yo lindisimamente, recostado ahora sobre dos ? tres jalmas: este diablo de hombre no debe de tener tripas ni asadura, pues tan ligero salta; y si est? hueco de por dentro, no hay m?s que meterle una candela encendida por el organo trasero y servir? de linterna. En esto llam? don Carlos ? un paje, y le habl? al oido, diziendo: Andad y dezid al secretario que ya es hora. Hase de advertir que entre don Alvaro Tarfe, don Carlos y el mismo secretario habia concierto hecho de traer aquella noche ? la sala uno de los gigantes que sacan en ?arago?a el dia de Corpus en la procesion, que son de m?s de tres varas en alto; y con serlo tanto, con cierta invencion los trae un hombre solo sobre los hombros. Pues estando la gente, como he dicho, en la sala, en recebiendo el recado de don Carlos el secretario, entr? con el gigante por un cabo della, que de proposito estaba ya sin luz, y encima de la puerta por donde entr? estaba en lo alto, junto al techo, una ventana peque?a ? modo de claraboya, que venia ? dar en la cabe?a del mismo gigante, por ser de su misma altura, y por la cual, arrimado ? ella, habia, sin ser visto, de hablar el secretario, que en sacando y poniendo en dicho puesto al que traia sobre sus hombros dicho gigante, se volvi? ? entrar para ponerse en dicha ventanilla. A la vista primera que todos tuvieron del gigante, hizieron de industria como que se alborotaban, poniendo las manos sobre las guarniciones de las espadas; mas don Quixote se levant? diciendo: Las vs. ms. se sosieguen; que esto no es nada, y yo solo s? que cosa puede ser; que destas aventuras cada dia sucedian en casa de los emperadores antiguos: sientense todos, digo, y veremos lo que este gigante quiere, y conforme ? ello se le dar? la respuesta. Todos se asentaron; y el secretario, que era un hombre muy discreto y estaba bien ense?ado de lo que habia de hazer, cuando vi? toda la gente sosegada, comen?? ? dezir en voz alta: ?Quien de vosotros aqui es el Caballero Desamorado? Todos callaron, y don Quixote con una voz muy reposada le respondi?, diziendo: Soberbio y descomunal gigante, yo soy ese por quien preguntas. Gracias doy, dixo el secretario, hablando desde lo alto, metida la cabe?a dentro del hueco de la del gigante, ? los dioses inmortales, y principalmente al gran Marte, que lo es de las batallas, pues al cabo de tan largo camino y de tantos trabajos he venido ? hallar en esta ciudad lo que con tanta solicitud mil dias ha que ando buscando, que es el Caballero Desamorado. Sabed, principes y caballeros que en este vuestro real palacio os habeis juntado, que soy yo, si nunca le oistes dezir, Bramidan de Tajayunque, rey de Chipre, el cual reino gan? por sola mi persona, quitandosele ? su legitimo se?or y aplicandomele ? m?, como quien mejor que ?l le merecia; y llegando en dicho mi reino ? mis oidos las nuevas de las inauditas faza?as y estra?as aventuras del principe don Quixote de la Mancha, llamado por otro nombre el de la Triste Figura ? Desamorado; sintiendo por gran mengua mia que haya en toda la redondez de la tierra quien ? mi valor y fortale?a iguale, he dexado mi reino, pasando por otros muchos estra?os ? pesar de los que los gobernaban, buscando, inquiriendo y preguntando, con asombro y miedo de cuantos me veian, adonde ? en que reino ? provincia estaria dicho caballero, que tanta fama tenia por todo el mundo; porque, como es verdad y no lo puedo negar, por do quiera que he pasado no se trata ni se habla otra cosa en las pla?as, templos, calles, hornos, tabernas y caballerizas, hoy, sino de don Quixote de la Mancha. Yo pues, como digo, estimulado de la invidia de tantas haza?as tuyas, ?oh gran don Quixote! he venido ? buscarte solamente para dos cosas: la primera, para hazer batalla contigo, y quitarte la cabe?a y llevarla ? Chipre para ponerla en la puerta de mi real palacio, haziendome con esto se?or de todas las vitorias que has habido con tantos gigantes y jayanes, para que acabe el mundo de entender que yo solo soy sin segundo y solo quien merece ser alabado, estimado, honrado y nombrado en todos los reinos del universo por m?s bravo, m?s valiente y de mayor fama que t? y cuantos antes de ti fueron y despues de ti seran. Por tanto, si te quieres excusar del trabajo de entrar conmigo en batalla, manda luego ? la hora, sin excusa ninguna, darme tu cabe?a para que la lleve en mi lan?a, y quedate ? la buena ventura. La segunda cosa ? que vengo es, que tambien he oido dezir como tiene don Carlos, due?o deste fuerte alcazar, una hermana de quinze a?os, de peregrina hermosura y gracia, la cual quiero y es mi voluntad que juntamente con tu cabe?a se me d? al punto, para que me la lleve ? Chipre y la tenga por mi amiga todo el tiempo que me pareciere, pues dello le resultar? sobrada honra; y si no lo quisiere hazer, le desafio y reto ? ?l y ? todo el reino de Aragon junto, y ? cuantos aragoneses, catalanes y valencianos hay en su corona, que salgan contra m? ? pie ? ? caballo; que ? la puerta deste gran palacio tengo mis fortisimas y encantadas armas, las cuales tiran de un carro seis pares de robustisimos bueyes de Palestina; porque mi lan?a es una entena de un navio, mi celada iguala en grandeza al chapitel del campanario del gran templo de Santa Sofia de Constantinopla, y mi escudo ? una rueda de molino. Responde pues luego ? todo, t?, el Desamorado Caballero; porque estoy de prisa y tengo mucho que hazer, y hago falta en mi reino. Call? en esto el gigante, y todos los que la mara?a sabian disimularon cuanto pudieron, aguardando ? ver lo que don Quixote responderia al gigante. El cual, levantandose de su asiento, hinc? las rodillas en tierra delante de don Carlos, diziendole: Soberano emperador Trebacio de Grecia, la vuestra magestad sea servida, pues me habeis acetado en este vuestro imperio por hijo, de me dar licencia de hablar y responder por todos ? esta endiablada bestia, particularmente por vos y por todo este nobilisimo reino, para que asi pueda mejor despues darle el castigo que sus blasfemias y sacrilegas palabras merecen. Don Carlos, mordiendose los labios de risa y disimulando cuanto pudo, le ech? los bra?os al cuello y le levant? diziendo: Soberano principe de la Mancha, esta causa no solamente es mia, sino tambien vuestra; pero yo he cobrado tan gran temor al gigante Bramidan de Tajayunque, que el cora?on se me quiere saltar del cuerpo; y asi digo que, si ? vos os parece, ser? bueno, para librarnos de la universal perdicion que nos amenaza, concederle las dos cosas que nos pide; y es que vos le deis vuestra cabe?a: que ya yo de mi parte estoy dispuesto, m?s por fuer?a que por grado, de darle tambien ? mi bella hermana Lucrecia; y que se vaya con todos los diablos antes que haga mayores males; y aunque este es mi voto, con todo dexo al vuestro la resolucion del caso; y asi, conforme ? ?l dadle, amado principe, la respuesta que os pareciere, pues ser? la m?s acertada. Sancho, que habia cobrado grandisimo temor al gigante, como oy? lo que don Carlos habia dicho ? su amo, le dixo hecho ojos: Ea, mi se?or don Quixote, por los quinze auxiliadores, de quien es Miguel Aguileldo, sacristan de la Argamesilla, que es muy devoto, le suplico haga lo que el se?or don Carlos le dize. ?Para que quiere hazer batalla con este gigante? que dizen d?l que parte por medio una yunque mayor que la del herrero de nuestro lugar; que por eso refieren graves autores se llama Tajayunque; y m?s, que, segun ?l dize, y lo creo , trae una rueda de molino por escudo: d?lo, pues esto es asi, ? los satanases, y despachemosle con lo que pide de una vez, y no perdamos m?s tiempo con ?l ni demos que reir al diablo. Don Quixote le di? un puntillon terrible en las nalgas, diziendo: ?Oh villano, sandio y soez, harto de ajos desde la cuna! ?y quien te mete ? t? en lo que no te va ni te viene? Y poniendose en medio de la sala frontero del gigante, le dixo con voz grave desta manera: Soberbio gigante Bramidan de Tajayunque, con atencion he escuchado tus arrogantes palabras, de las cuales entiendo tus locos y desvariados deseos; y ya hubieras llevado el pago dellas y dellos antes que desta real sala salieras, si no fuera porque guardo el debido respeto al emperador y principes que presentes estan, y porque quiero darte el castigo merecido en publica pla?a delante de todo el mundo, y porque sirva de escarmiento para que otros tales como t? no se atrevan de aqui adelante ? semejantes disparates y locuras: con que respondiendo ahora ? tus demandas, digo que aceto la batalla que pides, se?alando por puesto della, para ma?ana despues de comer, la ancha pla?a que en esta ciudad llaman del Pilar, por estar en ella el sacro templo y dichoso santuario que es felicisimo deposito del pilar divino sobre quien la Virgen benditisima habl? y consol? en vida ? su sobrino y gran patron de nuestra Espa?a el apostol Santiago. Era esta pla?a pues podras salir con las armas que quisieres, seguro de que si t? tienes por escudo una rueda de molino, yo tengo una adarga de Fez que no le haze ventaja la mesma rueda de la fortuna; y en cambio de la cabe?a que me pides, juro y prometo de no comer pan en manteles ni holgarme con la reina hasta cortarte la tuya y ponerla sobre la puerta deste gran palacio del Emperador mi se?or y padre. ?Oh dioses immortales! dixo el secretario con voz gruesa y tremenda, ?y como consentis que semejantes afrentas me diga un hombre solo, sin que le haga y convierta luego mi colera en albondiguillas? Yo juro por el orden de secretario que receb?, de no comer pan en el suelo ni folgar con la reina de espadas, copas, bastos ni oros, ni dormir sobre la punta de mi espada, hasta tomar tan sanguinolenta vengan?a del principe don Quixote de la Mancha, que los bra?os le queden colgados de los hombros, y las piernas y muslos asidos ? las caderas, y la cabe?a se le ande ? todas partes, y la boca, ? pesar de cuantos ni han nacido ni han de nacer, le ha de quedar debaxo de las narizes. Aturdido Sancho del tropel de tan graves amenazas y execraciones, se levant? del suelo donde estaba asentado, y poniendose entre don Quixote y el gigante, quitandose primero la caperu?a con ambas manos, le dixo con mucha cortesia. ?Ah se?or Bramidan de Parteyunques! no, por la pasion que Dios pas?, no le haga tanto mal ? mi amo, que es hombre de bien y no quiere her batalla con v. m., porque no est? hecho ? hazerla con semejantes Comeyunques: traigale v. m. media dozena de meloneros; que ? fe que con ellos se entienda ?l lindisimamente; y aun con todo es menester el favor del se?or san Roque, abogado de la pestilencia. El gigante, sin hazer caso de lo que Sancho dezia, sac? un guante de dos pellejos de cabrito, que traia ya hecho para aquel efeto, y dixo arrojandole ? don Quixote: Levanta caballero cobarde, ese mi estrecho y peque?o guante en se?al y gaje de que ma?ana te espero en la pla?a que dixiste, despues de comer. Y con esto volvi? las espaldas por la puerta que habia entrado. Don Quixote al?? el guante, que era sin duda de tres palmos, y diosele ? Sancho, diziendo: Toma, Sancho, guarda ese guante de Bramidan hasta ma?ana despues de comer; que ver?s maravillas. Tomole Sancho, y santiguandose dixo: ?Valgate el diablo por Balandran de Tragayunques ? como es tu gracia, y que terribles manos que tienes! ?Oh hi de puta, traidor, el bellaco que le esperase un bofeton! A fe, se?or, que tenemos bien en que entender con este demonio, segun es de grande y despavorido; y acuerdese lleva jurado le ha de hazer como aquellas albondiguillas que comimos esta noche. Pero v. m., antes que llegue ese tiempo, hagale ? ?l pellas de manjar blanco; que tambien las hemos cenado, y me saben bien, y aun yo tengo dos dellas en el seno para un menester. En esto se levant? don Carlos de la silla, mandando encender hachas para acompa?ar con ellas aquellos caballeros ? sus casas, y por ser tarde, se despidi? dellos y de don Quixote y de don Alvaro, que asiendole de la mano, se le llev?, juntamente con Sancho Pan?a, ? su casa, adonde el buen hidalgo pas? una de las peores noches que jamas habia pasado, pensando en la peligrosa batalla en que otro dia habia de entrar con aquel desproporcionado gigante, que ?l imaginaba ser verdadero rey de Chipre, como ?l mismo habia dicho.
Como don Quixote sali? de ?arago?a para ir ? la corte del rey Catolico de Espa?a ? hazer la batalla con el rey de Chipre.
De la repentina pendencia que tuvo Sancho Pan?a con un soldado que, de vuelta de Flandes, iba destro?ado ? Castilla en compa?ia de un pobre ermita?o.
No pudo Sancho alcan?ar ? su amo, por mucha diligencia que se di? para hazello, hasta ? la salida de la ciudad, donde le hall? parado frontero ? la Aljaferia, que, de corrido de la grita de los muchachos que llevaba tras s?, no se atrevi? irle aguardando; pero hizolo en dicho puesto, seguro dellos, con la compa?ia de un pobre soldado y venerable ermita?o, que iban ? Castilla y Dios le depar?, con quienes le hall? hablando. Iban ambos ? pie, y empe?aron ? caminar viendo lo hazia don Quixote luego que lleg? Sancho, el cual se maravill? de verle platicar con mucha atencion con el soldado, preguntandole de donde venia, coligiendolo de que oy? dezir al soldado venia de servir ? su magestad en los estados de Flandes, donde le habia sucedido cierta desgracia, la cual le for?? ? salir del campo sin licencia y que en los confines de los estados y del reino de Francia le habian desbalijado ciertos fragutes, y quitado los papeles y dineros que traia. ?Cuantos eran ellos? dixo don Quixote. Cuatro, respondi? ?l, y con bocas de fuego. Sali? Sancho, oyendo la respuesta, diziendo: ?Oh hi de puta, traidores! ?y bocas de fuego traian? Yo apostar? que eran fantasmas del otro mundo, si ya no eran animas del purgatorio, pues que dezis que echaban fuego por las bocas. Volvi? el soldado ? mirar ? Sancho, y como le vi? con las barbas espesas, cara de bobo, y rellanado en su jumento, pensando que era algun labrador zafio de las aldeas vecinas, y no criado de don Quixote, le dixo: ?Quien le mete al muy villano en echar su cucharada donde no le va ni le viene? Yo le voto ? tal que le d?, si meto mano, m?s espaldara?os que cerdas de puerco espin tiene en la barba; que no debe de saber tengo yo m?s villanos como ?l apaleados, que he bebido tragos de agua desde que naci. Sancho, que oy? lo que el soldado habia dicho, dando muchos palos ? su asno, arremeti? para ?l con intento de atropellarle, diziendo: Vos sois el puerco espin y medio celemin, y el tragador de puercos espines y medios celemines. El soldado, que no sabia de burlas, meti? mano, y sin que el ermita?o ni don Quixote lo pudiesen estorbar, le di? media dozena de espaldara?os, y asiendole de un pie, le ech? del asno abaxo; y prosiguiera en darle de cozes si don Quixote no se pusiera en medio; el cual, dando con el cuento del lan?on al soldado en los pechos le dixo: Teneos, mucho enhoramala para vos, y tened respeto siquiera ? que estoy yo presente, y que este mo?o es mi criado. El soldado, reportandose, dixo: Perdone v. m., se?or caballero; que no entendi que este labrador era cosa suya. Ya se habia Sancho levantado en esto, y con un gentil guijarro que habia cogido del suelo comen?? ? dezir ? grandes vozes: Quitese, mi se?or don Quixote, de delante y apartese, dexandome solo con ?l; que yo le har?, de la primera pedrada, que se acuerde de la grandisima puta que le pari?. El ermita?o se asi? d?l, y no podia detenerle, segun estaba de colerico. Mas ya que report? su furia un poco, dixo: ?Cuerpo de mi sayo, se?or don Quixote! yo ?no le dexo ? v. m. en sus aventuras, sin hazerle ningun estorbo? Pues ?por que, siendo asi, no me dexa ? mi tambien con las que Dios me depara? ?Como quiere que aprenda yo ? vencer los gigantes? Y aunque este picaro no lo es, bien sabe v. m. que en la barba del ruin se ense?a el barbero. El ermita?o dixo: Hermano, no haya m?s por caridad; soltad la piedra. Sancho respondi? que no queria si primero aquel jayan no se daba por vencido. Lleg? al soldado el ermita?o, diziendo: Se?or soldado, este labrador es medio tonto, como ha podido colegir de sus razones; no haya m?s, por amor de Dios. Digo, se?or, dixo el soldado, que yo quiero ser su amigo, por mandarlo su reverencia y este se?or caballero. Llegaronse todos ? Sancho, y dixo el ermita?o: Ya este soldado se da por vencido, como v. m. quiere; solo falta sean amigos, y que le d? la mano. Quiero pues antes, y es mi voluntad, respondi? Sancho, ?oh soberbio y descomunal gigante, ? soldado, ? lo que diablos fueres! ya que te me has dado por vencido, que vayas ? mi lugar y te presentes delante de mi noble muger y fermosa se?ora, Mari-Gutierrez, gobernadora que ha de ser de Chipre y de todas sus alhondiguillas, ? quien ya sin duda debes de conocer por su fama; y puesto de rodillas delante della, le digas de mi parte como yo te venci en batalla campal; y si tienes por ahi ? mano ? en la faltriquera alguna gruesa cadena de hierro, pontela al cuello para que parezcas ? Ginesillo de Pasamonte y ? los demas galeotes que envi? mi se?or Desamorado, cuando Dios quiso que fuese el de la Triste Figura, ? Dulcinea del Toboso, llamada por su propio nombre Aldonza Loren?o, fija de Aldonza Nogales y de Loren?o Corchuelo:--y volviose, dicho esto, ? don Quixote, diziendo: ?Que le parece, se?or don Quixote, ? v. m.? ?Hanse de her desta manera las aventuras? ?Parecele que les voy dando en el hito? Pare?eme, Sancho, dixo don Quixote, que el que se llega ? los buenos ha de ser uno dellos, y quien anda entre leones ? bramar se ense?a. Eso s?, dixo Sancho; pero no ? rebuznar quien va entre asnos; que de otra suerte, dias ha que podria ser yo maese de capilla de semejantes monacillos, segun ha tiempo que ando con ellos; pero he aqui la mano con el diablo: tomela con mucha alegria y vanagloria, se?or soldado, y seamos amigos usque ad mortuorum; y en lo de la ida al Toboso ? verse con mi muger, yo le doy licencia para que lo dexe por ahora. Y abra?andole, sac? de las alforjas un pedazo de carnero fiambre de los relieves que traia en ellas, y se le di?; y el soldado, con un ?oquete de pan que tenia guardado en la faltriquera, refocil? su debilitado estomago. Subio luego Sancho en su rucio, y comen?aron ? caminar todos poco ? poco; y don Quixote dixo ? Sancho: Reflexion he estado haziendo, hijo Sancho, de lo que acabo de ver has hecho agora; y dello colijo que con pocas aventuras destas te podras graduar meritisimamente de caballero andante. ?Oh cuerpo de Aristoteles! dixo Sancho, jurole por el orden de escudero andante que recebi el dia que mantearon mis g?esos ? vista de todo el cielo y de la honestisima Maritornes, que si v. m. me diese cada dia dos ? tres dozenas de liciones en ayunas, que est? el ingenio m?s quillotrado, de lo que tengo de her, que me obligase dentro de veinte a?os ? salir tan buen caballero andante como le haya de Zocodover al Alcana de la imperial ciudad de Toledo. El soldado y ermita?o comen?aron ? ir conociendo el humor de los compa?eros con quien iban. Pero al fin don Quixote los convid? ? cenar aquella noche y otras dos que anduvieron juntos y poco ? poco, hasta tanto que cerca de Ateca les dixo ? boca de noche: Se?ores, yo y Sancho, mi fiel escudero, tenemos de ir for?osamente esta noche ? alojar en casa de un amigo clerigo: vs. ms. se vengan con nosotros; que ?l es hombre de tan buenas entra?as y tan cumplido, que ? todos nos har? merced de recebir y dar posada. Como iban los dos tan flacos de bolsa, acetaron facilmente el envite; y asi se fueron juntos para el lugar; y don Quixote pregunt?, antes de llegar ? ?l al ermita?o como se llamaba; el cual le respondi? que su nombre era fray Esteban, y que era natural de la ciudad de Cuenca, y por habersele ofrecido cierto negocio, habia ido for?osamente ? Roma; que ya se volvia ? su tierra, donde seria bien recebido, y podria ser ocasion en que le pagase en ella la merced que le hazia en este camino. El soldado le dixo luego, preguntado tambien de su nombre, que se llamaba Antonio de Bracamonte, natural de la ciudad de Avila y de gente ilustre della. Tras lo cual llegaron juntos al lugar, y fueronse derechamente en casa de mosen Valentin; y llegando ? su puerta, se ape? Sancho de su asno, y entrando en el ?aguan, comen?? ? dar vozes, diziendo: ?Ah se?or mosen como se llama! aqui estan sus antiguos huespedes, que vuelven ? herle toda merced y honra, como se lo rog? hiziesen cuando ibamos ? las justas reales de ?arago?a. Sali? la ama ? las vozes con un candil en la mano, y como conoci? ? Sancho, entr? corriendo ? su amo, diziendole: Salga, se?or; que aqui est? nuestro amigo Sancho Pan?a. Sali? el clerigo con una vela en la mano; y como vi? ? don Quixote y ? Sancho, que ya estaban apeados, diola ? la ama, y fuese para don Quixote y abra?andole, le dixo: Bien sea venido el espejo de la caballeria andantesca con el bueno y fiel escudero suyo Sancho Pan?a. Don Quixote le abra?? tambien, diziendo: A m? me pareci?, se?or licenciado, que fuera cometer un grave delito, si pasando por este lugar, no viniera ? posar y recebir merced en su casa con estos reverendo y se?or soldado, que conmigo vienen haziendome bonisima compa?ia. A la cual respondi? mosen Valentin, diziendo: Aunque yo no conozca ? estos se?ores sino para servirles, basta venir con v. m. para que les haga el servicio que pudiere. Y volviendose ? Sancho, le dixo: Pues, Sancho, ?como va? Bien ? su servicio, respondi? Sancho. Pero la mula casta?a de su merced ?est? buena? que me dixeron personas de mucho credito en ?arago?a, que habia estado malisima de ciatica y pasacolica, de una gran colera que habia tomado con el macho del medico, y que ? causa deso no podia atravesar bocado de pan. Mosen Valentin se riy? mucho y le respondi?: Ya le pas? esa indisposicion y enojo, y est? ahora bonisima y ? vuestro servicio, besandoos las manos por el cuidado. Y tras esto dixo ? los huespedes: Entren todos vs. ms. en mi aposento, y adere?arse ha, mientras reposan en ?l, de cenar. Entraron todos; y el buen mosen Valentin hizo adere?ar una muy buena cena, regalando ? don Quixote y ? los huespedes con mucho amor y voluntad. Servia Sancho ? la mesa, sin desembara?ar jamas el pajar, porque siempre traia la boca llena; al cual dixo mosen Valentin: ?Que es de aquella joya, hermano Sancho, que me prometistes traer de las justas de ?arago?a? ?Asi cumplen su palabra los hombres de bien! Se lo prometo ? v. m., dixo Sancho, que si hubieramos muerto aquel gigantazo del rey de Chipre, Bramidan, que yo se la hubiera traido tal y tan buena como la hayan tenido gigantes en este mundo; pero yo creo que antes de muchos dias llegaremos ? Chipre, que ya no puede estar muy lejos; y matandole, dexeme ? mi el cargo. ?Que gigante es ese, pregunt? mosen Valentin, ? que Chipre? ?Es por desgracia como la aventura del morisco melonero, que los dias pasados llamabades Vellido de Olfos? Y tomando la mano don Quixote para responderle, cont? punto por punto lo que en ?arago?a les habia sucedido con el gigante en casa de don Carlos, juez de la sortija en que ?l gan? en publica pla?a unas agujetas del cuero del ave fenix, y lo que despues ? la madrugada le habia sucedido con el mismo gigante Bramidan en la posada de su amigo don Alvaro Tarfe, la cual habia escalado por encantamiento para matarlos ? todos dentro della ? traicion, y excusar asi el haber de salir al desafio que con ?l tenia apla?ado para la tarde del mismo dia en la pla?a del Pilar, de donde temia habia de salir vencido; pero saliolo, si no de la pla?a dicha, ? lo menos de la posada de don Alvaro, en la cual le di mil lan?adas y palos. A mis costillas las di? ?cuerpo non de mis ?arag?elles! dixo Sancho, y muy buenos. Este fue, Sancho, el gigante, replic? don Quixote, que no pudiendose volver al asno, se volvi? ? la albarda. Es verdad que al asno no pudo llegar, porque estaba en la caballeriza, a?adi? Sancho; pero ?pluguiera ? Dios hubiera yo tenido encima la albarda cuando me di? los palos el gigante, v. m., ? la puta que los pari? ? ambos, como la tuve cuando venimos desde el melonar, bien aporreados, hasta esta misma casa santa y sacerdotal, huerfanos, yo de mi rucio, y v. m. de Rocinante! Celebraron todos las verdaderas simplicidades de Sancho; y mosen Valentin, como ya conocia el humor de don Quixote, cay? en cuanto podia ser, y dixo al ermita?o y soldado: Que me maten si algunos caballeros de buen gusto no han hecho alguna invencion de gigante para reir con don Quixote. Oyolo Sancho, que estaba tras su silla, y dixo: No, se?or, no crea tal; que yo mesmo le v?, por estos ojos que saqu? del vientre de mi madre, entrar por la sala de don Carlos; y m?s, que le traen las armas cinco ? seis dozenas de bueyes en carros, y la adarga es una grandisima rueda de molino, segun ?l mismo dixo; y es imposible mienta un tan gran personage, de quien se lee en las mapamundis se come cada dia seis ? siete hanegas de cebada. Acabaron de conocer en esto el soldado y ermita?o que don Quixote era falto de juizio, y Sancho simple de su naturale?a; y viendolos mosen Valentin mirar con mucha atencion ? don Quixote, dixo al soldado le hiziese merced de dezirle su patria y nombre, todo ? fin de divertir las locuras y quimeras que temia de don Quixote, si continuaban en darle pie. El soldado, que tenia tanto de discreto y noble, cuanto de platica militar, conoci? luego el blanco ? que tiraba con la pregunta su cortes huesped, y asi dixo: Yo soy, se?or mio, de la ciudad de Avila, conocida y famosa en Espa?a por los graves sugetos con que la ha honrado y honra en letras, virtud, nobleza y armas, pues en todo ha tenido ilustres hijos. Vengo ahora de Flandes, adonde me llevaron los honrados deseos que de mis padres hered?, con fin de no degenerar dellos, sino aumentar por m? lo que de valor y inclinacion ? la guerra me comunicaron con la primera leche; y aunque v. m. me ve desta manera roto, soy de los Bracamontes, linage tan conocido en Avila, que no hay alguno en ella que ignore haber emparentado con los mejores que la ilustran. ?Hallose, dixo mosen Valentin, v. m. acaso en Flandes cuando el sitio de Ostende? Desde el dia en que se comen??, dixo el soldado, hasta el en que se entreg? el fuerte, me hall? se?or, alli; y aun tengo m?s de dos balazos, que podria mostrar, en los muslos, y este hombro medio tostado de una bomba de fuego que arroj? el enemigo sobre cuatro ? seis animosos soldados espa?oles que intentabamos dar el primer asalto al muro, y no fue poca ventura no acabarnos. Mand?, acabada la cena, mosen Valentin al?ar la mesa; y tras esto, el y don Quixote, que comen?? ? gustar de la miel de la batalla y asalto, cosas todas muy conformes ? su humor, rogaron al soldado les contase algo de aquel tan porfiado sitio; el cual lo hizo asi con mucha gracia; porque la tenia en el hablar, asi latin como romance. Mand? antes de empezar tender sobre la mesa un ferreruelo negro, y que le traxesen un peda?ito de yeso; y traido, les dibux? con ?l sobre la capa el sitio del fuerte de Ostende, distinguiendo con harta propriedad los puestos de sus torreones, plataformas, estradas encubiertas, diques y todo lo demas que le fortificaba, de suerte que fue el verlo de mucho gusto para mosen Valentin, que era curioso: dixoles tras esto de memoria los nombres de los generales, maestres de campo y capitanes que sobre el sitio se hallaron, y el numero y calidad de las personas que, asi de parte del enemigo como de la nuestra, alli murieron, que por no hazer ? nuestro proposito, no se dizen aqui: solo referiremos lo que de Sancho Pan?a cuenta la historia en esta parte, y es que, como hubiese escuchado con mucha atencion lo que el soldado dezia de Ostende, y como era tan fuerte, y que nos habia muerto tantos maestres de campo y un numero infinito de soldados, y que cost? el ganarle tanto derramamiento de sangre, sali? tan ? desproposito como solia, diziendo: ?Cuerpo de quien me hizo! ?Y es imposible que no hubiese en todo Flandes algun caballero andante que ? ese bellacona?o de Ostende le diera una lan?ada por los ijares y le pasara de parte ? parte, para que otra vez no se atreviera ? hazer tan grande carniceria de los nuestros? Dieron todos una gran risada, y don Quixote le dixo: ?Pues no ves, animalazo, que Ostende es una gran ciudad de Flandes puesta ? la marina? Hablara yo para ma?ana, dixo Sancho: par diez, que pens? que era otro gigantazo como el rey de Chipre que vamos ? buscar ? la corte, donde le toparemos, si ya no es que de miedo nos huya por arte de encantamiento; que ya todas nuestras cosas ha dias que van tan encantadas, que temo que no se nos encante alguna vez el pan en las manos, la bebida en los labios, y todas las bascosidades, cada una en el baul en que la deposit? naturaleza. Mosen Valentin, interrumpiendo la platica, se levant? de la mesa, por parecerle se hazia tarde, y que si se daba lugar ? las preguntas y respuestas de amo y escudero, habria para mil noches; y asi les dixo: Se?ores, vs. ms. vienen cansados, y pareceme ser? hora de reposar: el se?or don Quixote ya de la otra vez sabe el aposento en que lo ha de hazer; este se?or y el reverendo, pues son compa?eros de camino, no se les har? mal de serlo esta noche de cama, pues la falta dellas me obliga ? suplicarselo; Sancho con esta candela vaya y desarme ? su amo, y despues subase ? su camaranchon; y finalmente vamonos todos ? dormir. Fuese Sancho alumbrando ? su amo, y el soldado y ermita?o siguieron ? mosen Valentin, que asiendoles por la mano, les pase? un breve rato por la sala, contandoles todo lo que la otra vez le habia pasado con don Quixote, de que quedaron maravillados; pero no tanto cuanto lo quedaran ? no haberle visto hazer de ?arago?a hasta alli, por los caminos y en todas las posadas, cosas que un insensato no las hiziera, poniendoles con ellas y con sus desaforadas palabras en mil contingencias ? cada paso. Con todo, quedaron de comun acuerdo de procurar probar con todas sus fuer?as por la ma?ana si le podrian reducir ? que dexase aquella vanidad y locura en que andaba, persuadiendole con razones eficaces y cristianas lo que le convenia y dexarse de caminos y aventuras, y volverse ? su tierra y casa, sin querer morir como bestia en algun barranco, valle ? campo, descalabrado ? aporreado. Reposaron la noche con harta comodidad todos, y venida la ma?ana, apretaron el negocio de la reduccion de don Quixote; pero todo fue trabajar en vano; antes le dieron motivo sus amonestaciones ? que se levantase m?s temprano , y mandase, como mand?, con mucho ahinco ? Sancho ensillase ? Rocinante, queriendose partir sin desayunarse; y viendo mosen Valentin que era perder tiempo el darle consejo, hubo de callar; y dandoles de almorzar ? todos, di? ? don Quixote ocasion de hazer lo que deseaba, que era salir de su casa, como lo hizo, con los demas, despedidos todos primero con mucho comedimiento del honrado clerigo y de su ama. Pusieronse camino de Madrid; pero apenas hubieron andado tres leguas, cuando comen?? ? herir el sol, que entonzes estaba en toda su fuer?a, de manera, que les dixo el ermita?o, como m?s cansado y m?s anciano: Se?ores, pues el calor, como vs. ms. ven, es escesivo, y no nos faltan para hazer la concertada jornada m?s de dos peque?as leguas, pareceme que lo que podriamos, y aun deberiamos hazer, es irnos ? sestear hasta las tres ? cuatro de la tarde alli donde se ven apartados del camino aquellos frescos sauces, que hay una hermosa fuente al pie dellos, si bien me acuerdo; que despues, caido el sol, proseguiremos nuestro camino. A todos agrad? el consejo; y asi guiaron hazia all? los pasos, y cuando llegaron cerca de dichos arboles, vieron sentados ? su sombra dos canonigos del Sepulcro de Calatayud, y un jurado de la misma ciudad, los cuales, por esperar como ellos ? que pasase el calor del sol, se acababan de asentar alli. Llegaron todos; y el ermita?o, saludandoles muy cortesmente, les dixo: Con licencia de vs. ms., mis se?ores, yo y estos caballeros nos asentaremos en esta frescura ? pasar en ella un rato la siesta mientras la inclemencia del calor se modera:--? lo cual respondieron ellos con muestras de gusto, que le tendrian grandisimo en gozar de tan buena compa?ia las cuatro ? cinco horas que alli pensaban estar; y uno dellos, maravillado de ver aquel hombre armado de todas pie?as, pregunt? al ermita?o al oido que cosa fuese, ? lo cual respondi? que no sabia otra cosa m?s que cerca de ?arago?a habia topado con ?l y aquel labrador su criado, hombre simplicisimo, y que, ? lo que imaginaba, se habia vuelto loco leyendo libros de caballerias, y con aquella locura, segun estaba informado, habia un a?o que andaba de aquella suerte por el mundo, teniendose por uno de los caballeros andantes antiguos que en tales libros se leen; y que si queria gustar un poco d?l, que le diese materia en asentandose alli, y oiria maravillas. En esto llegaron ? ellos don Quixote y Sancho, que habian estado quitando el freno ? Rocinante y la albarda al rucio, y despues de haberse saludado todos, le dixo uno de aquellos canonigos que se quitase las armas, porque venia muy caluroso, y alli estaba en parte segura, donde todos eran amigos. A lo cual respondi? don Quixote le perdonase; que no se las podia quitar jamas, sino era para acostarse; que ? eso le obligaban las leyes de su profesion. En esto se asent? con gravedad; y ellos, que vieron su resolucion, no quisieron porfiarle m?s; y asi, despues de haber tratado de lo que m?s le agradaba un rato, dixo don Quixote: Pareceme, se?ores, ya que habemos de estar aqui cuatro ? seis horas, que pasemos el tiempo de la siesta con el entretenimiento de algun buen cuento sobre la materia que mejor les pareciere ? vs. ms. Sentose en esto Sancho, diziendo: Si no es m?s desto, yo les contar? riquisimos cuentos; que ? fe que los s? lindos ? pedir de boca. Escuchen pues; que ya comien?o. Erase que se era, en hora buena sea, el mal que se vaya, el bien que se venga, ? pesar de Menga. Erase un hongo y una honga que iban ? buscar mar abaxo reyes... Quitate all?, bestia, dixo don Quixote; que aqui el se?or Bracamonte nos har? merced de dar principio ? los cuentos con alguno digno de su ingenio, de Flandes ? de la parte que mejor le pareciere. El soldado respondi? que no queria replicar ni excusarse; porque deseaba servirles y dar juntamente materia para que alguno de aquellos se?ores contase algo curioso, supliendo la falta que de serlo ternia el siguiente tragico suceso.
En que el soldado Antonio de Bracamonte da principio ? su cuento del Rico desesperado.
En el ducado de Brabante, en Flandes, en una ciudad llamada Lovayna, principal universidad de aquellas provincias, habia un caballero mancebo llamado monsiur de Japelin, de edad de veinte y cinco a?os, buen estudiante en ambos derechos, civil y canonico, y dotado tan copiosamente de los bienes que llaman de fortuna, que pocos habia en la ciudad que se le pudiesen igualar en riqueza. Qued? el mancebo, por muerte de padre y madre, se?or absoluto de toda ella; y asi, con la libertad y regalo comen?? ? afloxar en el estudio y ? andar envuelto en mil generos de vicios, con otros de su edad y partes, sin perder ocasion de convites y borracheras, que en aquella tierra se usan mucho. Sucedi? pues, andando en estos pasos, que un domingo de cuaresma dirigi? acaso los suyos ? oir un sermon en un templo de padres de santo Domingo, por predicarle un religioso eminente en dotrina y espiritu, donde tocandole Dios al libre y descuidado oyente en el cora?on con la fuer?a y virtud de las palabras del predicador, sali? de la iglesia trocado de suerte, que comen?? ? tratar consigo proprio de dexar el mundo con toda su vanidad y pompa, y entrarse en la insigne y grave religion de los Predicadores. Encarg? en este presupuesto toda su casa y hacienda ? un pariente suyo, para que se la administrase algunos dias en que pensaba hazer una precisa ausencia, con cargo de que le diese fiel cuenta della cuando se la pidiese. Tras esto se fue ? Santo Domingo, y hablando con el religioso predicador, le descubri? su pecho. En resolucion, como era hombre de prendas singulares y conocido por ellas de todos, fue facil darle luego el habito, como en resolucion se le di? en dicho convento. Vivi? en ?l con mucho gusto y muestras de exemplar religioso por espacio de diez meses; pero nuestro general adversario , para da?o de su conciencia, traxo ? aquella universidad dos amigos suyos que habian estado ausentes de Lovayna algunos meses, no poco viciosos y aun sospechosos de la fe, plaga que ha cundido no poco, por nuestros pecados, en aquellos estados y en los circunvecinos suyos. Sabido por ellos como Japelin, su amigo, se habia entrado religioso dominicano, lo sintieron en el alma, y propusieron de ir al convento y persuadirle con las mayores veras que les fuese posible, dexase el camino que habia comen?ado ? seguir, y volviese ? sus estudios. Efectuaronlo de suerte que lo determinaron, y la mesma tarde del concierto fueron ? verle; y obtenida licencia para ello del Prior , le abra?aron con mucho amor; y despues de haber hablado mil cosas diferentes y de gusto, el que debia de ser m?s libre comen?? ? dezirle las siguientes razones: Maravillado estoy, monsiur de Japelin, de ver que, siendo vos tan prudente y discreto, y un caballero en quien toda esta ciudad tiene puestos los ojos, hayais dexado vuestros estudios, contra la esperan?a que todos teniamos de veros antes de muchos a?os catedratico de prima, y celebrado por vuestra rara habilidad, no solo en Lovayna, sino en todas las universidades de Flandes, y aun en las de todo el mundo; porque vuestro divino entendimiento y feliz memoria claros presagios daban de que habiades de alcan?ar esto y todo lo demas ? que aspirasedes; y lo que aumenta el espanto es ver hayais querido, contra el gusto de toda esta ciudad, y aun contra vuestra reputacion y la de vuestros deudos, tomar el habito de religioso, como si fuerades hombre ? quien faltasen bienes de fortuna, ? fuerades persona simple y desaparentada, y por eso obligado ? tomar semejante profesion de pobreza. ?No sabeis, se?or, que la cosa m?s preciosa que el hombre posee es la libertad, y que vale m?s, como dize el poeta, que todo el oro que la Arabia cria? ?Pues por que la quereis perder tan facilmente, y quedar sugeto y hecho esclavo de quien, siendo menos doto y principal que vos, os mandar? ma?ana, como dizen, ? ?apata?os, y por cuyas manos habr?n de llegar ? las vuestras hasta las cartas y papeles que para consuelo vuestro os escribiremos los amigos? Miradlo, se?or, bien, y acordaos que vuestro padre, que buen siglo haya, no podia ver pintados los religiosos; y asi, amigo del alma, os suplico por la ley del amistad que os debo, que volvais sobre vos, y desistais desta necedad, ? por mejor dezir ceguera, y volvais ? vuestra hacienda, que anda toda como Dios sabe, por faltarle vos. Volved ? vuestros estudios, pues si os pareciere, siendo vos, como sois, tan principal y rico, os podeis casar con una de las damas hermosas y de hacienda desta tierra, en el cual estado os podeis muy bien salvar, y alegrar ? vuestros parientes, los cuales estan muy tristes por lo que habeis hecho, teniendoos ya por muerto en vida. No os quiero, se?or, dezir m?s de que metais la mano en vuestro pecho; que s? que con esto echareis de ver que os digo la verdad y como amigo que desea en todo vuestro bien; y pues agora teneis tiempo, que no ha mas de diez meses que entrastes aqui, para enmendar el yerro empezado y dar contento ? los que os amamos, dadnosle cumplido con vuestra salida; que os prometo, ? fe de quien soy, que no os arrepintais de haber tomado mi consejo, como dir? el tiempo. Estuvo el religioso mancebo callando ? todo lo que el ministro del demonio le dezia, y mirando al suelo con suma turbacion y melancolia; y en fin, como era flaco y estaba poco fundado en las cosas tocantes ? la perfecion y mortificacion de sus apetitos, convencieronle las razones frivolas y pestilenciales avisos que aquel falso amigo y verdadero enemigo de su bien le habia dado; y asi le respondi?, diziendo: Bien echo de ver, se?or mio, que todo lo que me habeis dicho es mucha verdad; y estoy yo ya tan arrepentido de lo hecho m?s ha de ocho dias, que si no fuera por el que diran y por mi propria reputacion, me hubiera ya salido deste convento; pero con todo eso, estoy determinado de seguir el consejo y parecer de quien tan sin pasion y con tan buenas entra?as me dize lo que me est? bien. Yo, en suma, me resuelvo de pedir hoy por todo el dia mis vestidos y volver ? mi casa y hacienda; que ya tengo echado de ver lo que me importa; y con esto no hay sino que os vais y me aguardeis ? cenar esta noche en vuestra posada, seguros de que no faltar? ? la cena; pero tenedme secreta, os suplico, esta mi resolucion. Con notable alegria abra?andole, se despidieron todos d?l, por la buena nueva; y el enga?ado mancebo se fu? derecho ? la celda del Prior, y le dixo le mandase volver luego sus vestidos de secular, porque le importaba ? su reputacion volver ? su casa y hacienda, tras que no podia llevar los trabajos de la orden, de vestir lana, no comer carne, levantarse todas las noches ? maitines, y los demas que en ella se profesaban: demas desto, le dixo, mintiendo, como habia dado palabra de casamiento ? una dama, y que for?osamente se la habia de cumplir casandose con ella, ? que le obligaba la conciencia y las recebidas prendas de su honra. Maravillose no poco el Prior de oir lo que el novicio le dezia, y lleno de suspension, le respondi?, diziendo: Espantome, monsiur de Japelin, de vuestra indiscrecion, y que tan poco os hayan aprovechado los exercicios espirituales en que en diez meses de religioso habeis tratado, y los buenos consejos mios que como padre os he siempre dado. ?No os acordais, hijo, haberme oido dezir muchas vezes que mirasedes por vos, principalmente este a?o de noviciado, porque el demonio os habia de hazer crudelisima guerra en ?l, procurando con todas sus astucias y fuer?as persuadiros, como ahora lo ha hecho, ? que dexeis la religion, volviendo ? las ollas de Egipto; que eso es volver ? la confusion del siglo, en que ?l sabe que con mejor facilidad os podr? enga?ar y hazer caer en graves pecados, ? manos de los cuales perdais, no solo la vida del cuerpo, sino, lo que peor es, la del alma? Acordaos tambien, hijo, que me habeis oido dezir como hasta hoy ninguno dex? el habito que una vez tom? de religioso, que haya tenido buen fin; que justo juizio es de Dios que quien siendo llamado por su divina vocacion ? su servicio, si despues le dexa de su voluntad en vida, que el mismo Dios le dexe ? ?l en muerte; siendo esto lo que ?l dixo ? los tales por su Profeta: Vocavi, et renuistis, ego quoque in interitu vestro ridebo. Verdad es que he visto por mis ojos mil experiencias, y plegue ? Dios, como se lo ruego, no lo haga su divina justicia en vuestra ingratitud y precipitada determinacion; que lo temo por veros tan enga?ado del demonio; que las razones que vos me dezis, claramente descubren no ser forjadas en otra fragua sino en la infernal que ?l habita. Advertid que si al principio hallais la dificultad que dezis en la religion, no hay que maravillarse dello, pues, como dize el filosofo, todos los principios son dificultosos, y m?s los que lo son de cosas arduas. Los hijos de Israel despues de haber pasado ? pie enjuto el mar Bermejo enviaron ciertas espias ? reconocer la tierra de promision, para la cual caminaban; y volviendo ellas con grandisimo racimo de uvas, tan grande, que menos que en un palo traido en hombros de dos valerosos soldados, no le podian traer, dixeron: Amigos, esta fruta lleva la tierra que vamos ? conquistar; pero sabed que los hombres que la defienden son tan grandes como unos pinos:--con que dixeron que el principio de la conquista de aquella fertilisima tierra era dificultoso, siendo sus habitadores gigantes. Desa manera, hijo mio, os ha acontecido ? vos, me parece, al principio de vuestra conversion, en la cual ha permitido Dios sintais las presentes dificultades, con que pretende probar vuestra perseverancia, ? fin de obligaros ? que acudais ? ?l solo ? pedirle favor para salir con vitoria; si bien veo os habeis dado por vencido de vuestros enemigos ? los primeros encuentros, dexandoos atar por ellos las manos, sin haber acudido ? quien las tiene liberalisimas y prontas para remediaros, de lo cual nace el venirme ? pedir con tan ciega resolucion vuestros vestidos. Por la pasion que Cristo padeci? por vos, os ruego, amado Japelin, que hagais una cosa por m?, y es, que os reporteis por tres ? cuatro dias, y en ellos hagais oracion ? Dios; que yo de mi parte os prometo de hazer lo mesmo con todos los religiosos desta casa, y vereis como usa su Magestad con vos de misericordia, haziendoos salir vitorioso desta infernal tentacion. Todas estas razones que el santo Prior dixo al inquieto novicio no fueron bastantes para apartarle de su proposito; antes al cabo dellas le dixo: No hay padre mio, que dar ni tomar m?s sobre este negocio; que estoy resuelto en lo que tengo dicho, y lo tengo muy bien mirado y tanteado todo. El, en efeto, se sali? aquella noche del convento, y se fue derecho, como lo tenia concertado, ? la posada de sus dos amigos, donde le esperaban ? cenar; dieronle un bravo convite, y brindaronse en ?l con mucho contento y abundancia los unos ? los otros. Volvi? tras esto Japelin ? tomar posesion de su hacienda, y comen?? ? seguir de nuevo el humor de sus compa?eros, andando de dia y de noche con ellos, sin hazerse convite ? fiesta en toda la ciudad donde los tres disolutos mancebos no se hallasen. Sucedi? pues que un dia se fue ? hablar muy de pensado con un caballero algo pariente suyo, el cual tenia una sobrina en extremo hermosa, discreta y rica; y pidiosela por muger, atento que ya antes que entrase ? ser religioso le habia hecho muchos dias del galan con demostraciones de aficion, en un monasterio de religiosas donde habia estado encomendada. Viendo el caballero cuan bien le venia el casamiento ? su sobrina, por ser Japelin en todo su igual, se la prometi? con gusto suyo y della, ? la cual su mismo tio aun no habia un mes entero que tambien la habia sacado del convento de religiosas, en que, como queda dicho, habia estado encomendada ? una prima suya, perlada, sin haberle consentido que fuese monja en ?l, como sus padres habian deseado y procurado en vida: fin para el cual desde ni?a la habian hecho criar baxo de su clausura. Casaronse, en efeto, los dos recien salidos de sendos conventos, con grandes fiestas y universales regocijos, y estuvieron casados tres a?os, al cabo de los cuales concibi? la dama; y viendola su marido pre?ada, perdia el juizio de contento, sin haber regalo en el mundo que no fuese para su muger, acariciandola y poniendola sobre su cabe?a, con increible desvelo y mil amorosas ternuras; pero sucedi? que ? los seis meses de su pre?ez, un tio deste caballero, que era gobernador de un lugar en los confines de Flandes, que se llama Cambray, muri?; y sabido por el sobrino, parti? para Bruselas, donde est? la corte, y negoci? sin mucha dificultad le diesen aquel gobierno, del cual fue luego ? tomar posesion, con intento de volver despues por toda su casa y hacienda. Antes de la partida se despidi? de su muger con harto sentimiento de entrambas partes, diziendo: Se?ora mia, yo voy ? dar asiento ? las cosas de mi difunto tio el gobernador, y ? poner en cobro la hacienda que por su muerte heredo: cosa que, como sabeis, no la puedo excusar; de alli pienso llegarme ? Bruselas ? pretender sucederle en el cargo, y ? que me hagan sus altezas merced d?l, por los buenos servicios de mi tio: cosa que creo me ser? facil de alcan?ar. Lo que os suplico es mireis por vos en esta ausencia, y que al punto que parieredes, me aviseis para que me halle en el bautismo; que lo har? sin falta; y creo ser? de igual regocijo para mi vuestra vista que la del hijo ? hija que parieredes. Prometioselo ella, de quien despidiendose con mil abra?os y amorosas lagrimas, se parti? para Cambray, donde y en Bruselas negoci? muy ? su gusto lo que pretendia, como queda dicho; tardando en los negocios y en volver ? su casa casi tres meses. Antes que lo hiziese, le dieron ? la se?ora los dolores del parto, la cual luego que se le sinti? despach? un correo ? su marido, rogandole partiese, vista la presente, pues ya lo estaba el dia de su parto. No tard? Japelin ? ponerse ? caballo y dar la vuelta para su casa m?s de lo que tard? en leer la deseada carta. A la que llegaba cerca de la ciudad de Lovayna encontr? por el camino un soldado espa?ol, ? quien pregunt?, en emparejando con ?l, adonde caminaba; y respondiendole el soldado que iba ? Amberes ? holgarse con ciertos amigos que le habian enviado ? llamar, y que estaba de guarnicion en el castillo de Cambray, le fue preguntado por el camino muchas cosas acerca de como lo pasaban los soldados en el castillo, ? todo lo cual respondia el espa?ol con mucha discrecion, porque era no poco practico, aunque mo?o. Ya que llegaban ? las puertas de la ciudad, le dixo Japelin. Se?or soldado, si v. m. esta noche no ha de pasar adelante, podr?, si gustare, venirse conmigo ? mi casa, adonde se le dar? alojamiento; y aunque no ser? conforme su valor merece, recebir? ? lo menos el buen deseo deste su servidor, due?o de una razonable casa y del caudal que para sustentarla con el adere?o y fausto que v. m. ver? en ella, es necesario; porque sepa soy muy aficionado ? la nacion espa?ola, y el ser della v. m., y sus prendas, me obligan ? usar desta llaneza: reposar?, y por la ma?ana podr? emprender la jornada con m?s comodidad, habiendo precedido el descanso de una acomodada noche. El soldado le respondi? que le agradecia la merced que le ofrecia, no poco, y que por ella y la voluntad con que iba envuelta, le besaba las manos mil vezes, y que le parecia pasar los limites de la cortesia que su nacion profesaba el dexar de aceptar el ofrecimiento con que se resolvi? quedar esa noche en Lovayna, aunque por ello perdiera la comodidad de su jornada. Llegaron ambos, yendo en estas platicas, ? la deseada puerta de la casa de Japelin, de la cual salia acaso una criada, que viendole, volvi? corriendo, sin hablarle palabra, la escalera arriba, dando una mano con otra con muestras de regocijo, y diziendo turbada: ?Monsiur de Japelin, monsiur de Japelin!--Y tras esto volvi? ? baxar ? su amo con las mismas muestras de contento, diziendole: Albricias, se?or, albricias; que mi se?ora ha parido esta noche un ni?o como mil flores. Apeose del caballo, con la nueva, ?l como un viento, y subi? en dos saltos la escalera, sin que el gozo le diese lugar de hazer comedimientos con el soldado; y puesto en la sala, vi? ? su muger que estaba en la cama; y saludandola y abra?andola, llegando ? ella, muchas vezes, le dixo: Dad, mi bien, un millon de gracias al cielo por la merced que nos ha hecho agora en darnos hijo, que, siendo heredero de nuestra hacienda, pueda ser baculo de nuestra senectud, consuelo de nuestros trabajos y alegria de todas nuestras afliciones. Sentose en esto en una silla que estaba en la cabe?era de la cama, teniendola siempre asida de la mano, platicando los dos, ya del camino y buen suceso de sus negocios, ya del venturoso parto y cosas de su casa. A la que se hizo de noche mand? que le pusiesen alli junto ? la cama la mesa, porque gustaba de cenar con su muger: hizo llamar al soldado luego, para que se asentase ? cenar tambien con ambos, lo cual ?l hizo con mucha cortesia, y no con el recato que debiera tener en los ojos en orden ? mirar ? la dama; porque le pareci?, desde el punto que la vi?, la m?s bella criatura que hubiese visto en todo Flandes. Traxeron abundantisimamente de cenar; pero el espa?ol, que habia hecho pasto de sus ojos ? la hermosura de la partera y la gracia con que estaba asentada sobre la cama, algo descubiertos los pechos , comi? poquisimo, y eso con notable suspension. Acabada la cena y quitados los manteles, mand? Japelin ? un paje que le trajese un clavicordio, que ?l tocaba por extremo; que en aquellos paises se usa entre caballeros y damas el tocar este instrumento, como en Espa?a la arpa ? vihuela. Traido y templado, comen?? ? ta?er y ? cantar en ?l con extremada melodia las siguientes letras, de las cuales ?l mismo era autor; porque, como queda dicho, tenia gallardo ingenio y era universal en todo genero de sciencias:
Celebrad, instrumento, El ver que no podr? el tiempo variable Alterar mi contento Ni hazerme con sus fuer?as miserable, Pues hoy con regocijo Me ha dado un angel bello, un bello hijo. Al?ome la fortuna Sobre lo m?s constante de su rueda; Y aunque ella es como luna, Le manda mi ventura que est? queda Y que la tenga firme, Y su poder en mi favor confirme. Y asi, se?ora mia, No temais que ella nuestro bien altere Jamas; porque este dia El mismo cielo nuestro aumento quiere; Que eso dize el juntarnos En uno ? ambos para m?s amarnos. Sin duda fui dichoso Cuando me aconsejaron dos amigos No fuese religioso, Pues los gustos que gozo son testigos De que su triste suerte En vida les iguala con la muerte. Razon es, pues soy rico, Que viva alegre, coma y me regale, Y que el avaro inico Me tema siempre, y nunca ese me iguale, Pues puedo en paz y en guerra Honrar ? los m?s nobles desta tierra. Que viva sin zozobras Tambien mil a?os, libre de cuidados, Es justo, pues mis sobras Invidian muchos de los m?s honrados, Viendo como de renta M?s de diez mil al a?o, ? buena cuenta. Y sobre todo aquesto, Mi bra?o, mi fortuna y buena estrella Echaron hoy su resto En darme un hijo de una diosa bella, Por quienes, noble y mo?o, Mil parabienes y contentos gozo.
Acabose la musica con la letra, y comen?? la suspension del espa?ol ? subir de punto, por haber oido los suavisimos de garganta del rico flamenco, dichoso due?o del serafin por quien ya se abrasaba. Lleg? un paje, por mandado de su amo, en dando fin al canto, ? quitarle de delante el clavicordio; que ya era tarde y tiempo de dar lugar al soldado ? que descansase; y para que lo hiziese mand? luego tras esto ? otro criado tomase uno de los candeleros de la mesa, y le fuese alumbrando con ?l al aposento primero del cuarto en que solia dormir su paje de camara, que era vecino de la cuadra en que la dama estaba acostada; con orden de que la diese al mayordomo ? dispensero, para que tuviese en amaneciendo aderezado un buen almuerzo para aquel se?or soldado, con deseo de que pudiese salir de madrugada de Lovayna y hazer de un tiron la jornada, llevando hecha la alforja y saliendo desayunado. Despidiose agradecidisimo deste cuidado, y de la merced y regalo recebido del caballero y de su esposa, el soldado, con mil corteses ofrecimientos; y puesto en su aposento y acostado en ?l, fue tal la bateria que le dieron las memorias del bello angel que adoraba, que totalmente estaba fuera de s?. Reprendia su temeridad, representandosele la imposibilidad del negocio ? que aspiraba, y procuraba desechar de su animo una imaginacion tal, cual la que daba garrote ? su sosiego. El caballero, al cabo de breve rato que se hubo ido ? reposar el soldado, hizo lo proprio, despidiendose de su esposa con las muestras de amor que del suyo, tras tan larga ausencia, se puede creer, guardando el debido decoro al parto recien sucedido; que para no ponerse en ocasion de lo contrario, se entr? en otro aposento m?s adentro del en que la partera estaba. Tuvo el paje que llev? ? acostar al soldado consideracion ? que venia cansado, y por no haberse de obligar ? darle mala noche, le dixo se iria ? dormir en otro aposento con otros criados, y asi, que sin cuidado de su vuelta reposase, pues lo haria mejor estando solo; que para el mismo efecto su se?or tambien habia apartado cama, y se habia acostado en una que habia en otra pie?a m?s adentro. Fuese con esto, dexando sus ultimas razones con m?s confusion al amartelado espa?ol; porque del entender dormia la dama sola y tan vecina d?l, y del verse sin compa?ia en el aposento, naci? la resolucion diabolica que tom? en ofensa de Dios, infidelidad de su nacion, y en agravio del honrado hospedaje que le habia hecho su noble huesped; que ? todo le precipit? el vehemente fuego y rabiosa concupiscencia en que se abrasaba. Resolviose pues en levantarse de su cama, y en ir ? la de la dama sin ser sentido, persuadido de que ella por su honra y por no dar pesadumbre ? su marido ni alborotar la casa, callaria, y aun podria ser que se le aficionase de manera, que yendose su marido, le diese libre entrada y le regalase; y si bien consideraba el peligro de la vida que corria si acaso ella daba vozes, pues ? ellas era fuer?a saliese el marido y se matasen el uno al otro, de lo cual sucederian notables escandalos y graves inconvenientes; todavia su gran ceguera rompi? con todas estas dificultades. Levantose pues ? media noche en camisa, y entr? en la sala de la dama; y llegandose ? ella sin ?apatos por no ser sentido, estuvo un rato en pie sin acabarse de resolver; pero hizolo de volver ? su aposento, y de tomar la espada que tenia en ?l; y sacandola desenvainada, volvi? muy pasito ? la cama de la flamenca, y poniendo la espada en tierra, alarg? la mano, y metiendola debaxo de las sabanas muy quedito, la puso sobre los pechos de la se?ora, que despert? al punto alborotada; y asiendosela, pensando que fuese su marido , le dixo: ?Es posible, se?or mio, que un hombre tan prudente como vos haya salido ? estas horas de su aposento y cama para venirse ? la mia, sabiendo estoy parida de ayer noche, y por ello imposibilitada de poder por ahora acudir ? lo que podeis pretender? Tened, por mi vida, se?or, un poco de sufrimiento; y pues soy tan vuestra, y vos mi marido y se?or, lugar habr?, en estando como es razon, para acudir ? todo aquello que fuere de vuestro gusto, como lo debo por las leyes de esposa. No habia acabado ella de dezir estas honestas razones, cuando el soldado la bes? en el rostro sin hablar palabra; y pensando ella siempre fuese su marido, le replic?: Bien s?, se?or, que de lo que intentais hazer teneis harta verg?en?a, pues por tenerla no me osais responder palabra; y ech? de ver tambien que el intentar tal proceda del grandisimo amor que me teneis, y de la represa de tan larga ausencia, pues ? no ser eso, no salierades de vuestra cama para venir ? la mia, sabiendo me habiais de hallar en ella de la suerte que me hallais. Oyendo el soldado estas razones, y coligiendo dellas el enga?o en que la dama estaba, al?? la ropa callando, y metiose en la cama, do puso en execucion su desordenado apetito; porque viendo ella su resolucion, no quiso contradezirle, por no enojarle, como le tenia por su marido; si bien qued? maravillada no poco de ver que no le hubiese hablado palabra; porque sin dezirle cosa se levant?, hecha su obra, y tomando con todo el silencio que pudo su desnuda espada, se volvi? ? su aposento y cama, harto apesarado de lo que habia hecho; que en fin, como se consigue ? la culpa el arrepentimiento, y al pecado la verg?en?a y pesar, tuvole tan grande luego de su maldad, que maldezia por ello su poco discurso y sufrimiento y su maldita determinacion, imaginando el delito que habia cometido, y el peligro en que estaba si acaso el ofendido marido se levantase antes que ?l. Tambien ? la dama asaltaron sus pensamientos, poniendola en cuidado el no haberle hablado palabra quien con ella habia estado, si seria su marido ? no. Pero resolviese en que seria ?l, y que la verg?en?a de haber hecho cosa tan indecente en tiempo que lo estaba ella para semejantes burlas, le habria cerrado la boca. Con todo, propuso, , en su cora?on darle por lo hecho ? la ma?ana una reprehension amorosa, afeandole su poca continencia. Llegada la madrugada, y apenas vistas sus primeras luzes, se levant? el soldado, que no habia podido pegar las de sus ojos con la rabia que tenia de lo hecho; y estando aun la dama durmiendo, pidi? ? los primeros criados que top? le abriesen la puerta y le excusasen con su se?or de no aceptar el preparado almuerzo y provision, pues la prisa de la jornada no le daba lugar para detenerse, ni sus obligaciones permitian aumentase las muchas con que quedaba ? toda aquella casa; y aunque los criados porfiaron con ?l, queriendo ponerle en la alforja lo que para almorzar le tenian aparejado, no hubo remedio consintiese lo hiziesen, diziendo no era de su humor el ir cargado, y que asi le tuviesen por excusado; ? m?s de que una legua de alli, en el camino habia una famosa hosteria, y en ella pensaba detenerse ? almorzar con lo cual se despidi? dellos y sali? del lugar.
En que Bracamonte da fin al cuento del Rico desesperado.
En que el ermita?o da principio ? su cuento de los Felizes Amantes.
Cerca los muros de una ciudad de las buenas de Espa?a hay un monasterio de religiosas de cierta orden, en el cual habia una, entre otras, que lo era tanto, que no era menos conocida por su honestidad y virtudes, que por su rara belleza: llamabase do?a Luisa, la cual, yendo cada dia creciendo de virtud en virtud, lleg? ? ser tan famosa en ella, que por su oracion, penitencia y recogimiento mereci? que siendo de solos veinte y cinco a?os, la eligiesen por su perlada las religiosas del convento, de comun acuerdo, en el cual cargo procedi? con tanto exemplo y discrecion, que cuantos la conocian y trataban la tenian por un angel del cielo. Sucedi? pues que cierta tarde, estando en el locutorio del convento un caballero llamado don Gregorio, mo?o rico, galan y discreto, hablando con una deuda suya, lleg? la Priora, ? quien ?l conocia bien por haberse criado juntos cuando ni?o, y aun querido algo con sencillo amor, por la vecindad de las casas de sus padres; y viendola ?l, se levant? con el sombrero en la mano, y pidiendola de su salud, y suplicandola emplease la cumplida de que gozaba en cosas de su servicio, le dixo ella: Est? v. m., mi se?or don Gregorio, muy en hora buena, y sepamos de su boca lo que hay de nuevo, ya que sabemos de su valor con la merced que nos haze. Ninguna, respondi? ?l, puede hazer quien naci? para servir hasta los perros desta dichosa casa: ni s? nuevas de que avisar ? v. m., pues no lo seran de que de las obligaciones que tengo ? mi prima nacen mis frecuentes visitas, y la que hoy hago es ? cuenta de un deudo que le suplica en un papel le regale con no s? que alcorzas, en cambio de ocho varas de un picotillo famoso ? perpetuan vareteado que le envia. Bien me parece, dixo la Priora; pero con todo, v. m. me la ha de hazer ? m? de que, en acabando con do?a Catalina, se sirva de llevar de mi parte este papel ? mi hermana; que basta dezir esto para que sepa en que convento, pues no tengo m?s que la religiosa, de la cual aguardo ciertas floreras para una fiesta de la Virgen que tengo de hazer, con obligacion de que ha de dar orden v. m. en que se me traigan esta tarde con la respuesta; que por ser el recado de cosa tan justificada, y v. m. tan se?or mio casi desde la cuna, me atrevo ? usar esta llaneza. Puede v. m., respondi? el caballero, mandarme, mi se?ora, cosas de mayor consideracion; que pues no me falta para conocer mis obligaciones, tampoco me faltar?, mientras viva, el gusto de acudir ? ellas; que m?s en la memoria tengo los pueriles juguetes y los asomos que entre ellos d? de muy aficionado servidor dese singular valor, de lo que v. m. puede representarme. Riose la Priora, y medio corriose de la pre?ez de dichas razones, con que se despidi? luego, diziendo lo hazia por no impedir la buena conversacion, y porque le quedase lugar de hazerle la merced suplicada, cuya respuesta quedaba aguardando. Apenas se hubo despedido ella, cuando don Gregorio hizo lo mismo de su prima, deseosisimo de mostrar su voluntad en la brevedad con que acudia ? lo que se le habia mandado. Fue al monasterio do estaba la hermana de la Priora, cuyas memorias fueron representando de suerte ? la suya su singular perfecion, hermosura, cortesia de palabras, discrecion, y la gravedad y decoro de su persona, juntamente con la prudencia con que le habia dado pie para que, sirviendola en aquella ni?eria, la visitase, que con la bateria deste pensamiento se le fue aficionando en tanto extremo, que propuso descubrille muy de proposito el infinito deseo que tenia de servilla, luego que volviese ? traelle la respuesta. Lleg? con esta resolucion al torno del convento de la hermana; llamola, diole el papel y prisa por su respuesta, y ofreciosele cuanto pudo; y agradeciendo su termino do?a Ines , diole la deseada respuesta ? ?l, y ? un paje suyo las curiosas flores de seda que pedia, compuestas en un a?afate grande de vistosos mimbres. Volvi? luego, contentisimo con todo, don Gregorio ? los ojos de la discreta Priora, y llegando al torno de su convento y llamandola, pas? al mismo locutorio en que la habia hablado, por orden della, no poco loco del gozo que sinti? su animo, por la ocasion que se le ofrecia de explicarle su deseo en la platica, que de proposito pensaba alargar para este efecto, como quien totalmente estaba ya enamorado della. Apenas entr? en la grada el recien amartelado mancebo, cuando acudi? ? ella la Priora, diziendole: A fe, mi se?or don Gregorio, que haze fielmente v. m. el ofizio de recaudero, pues dentro de una hora me veo con las deseadas flores, respuesta de mi hermana, y en presencia de v. m., ? quien vengo ? agradecer como debo tan extraordinaria diligencia. Se?ora mia, respondi? ?l, por eso dize el refran: Al mo?o malo ponedle la mesa y enviadle al recaudo. Est? bien dicho, replic? ella; pero ese proverbio no haze al proposito; porque ni ? v. m. tengo por malo ni en esta grada hay mesa puesta, ni es hora de comer; si no es que v. m. lo diga porque le sirva con algunas pastillas de boca ? otra ni?eria de dulce; y si ? ese fin se dirige el refran, acudir? presto ? mi obligacion con grande gusto. No ha dado v. m. en el blanco, respondi? don Gregorio; que sin que hable de pastillas ni conservas, sustentar? facilmente se halla y verifica en este locutorio cuanto el refran dize. ?Como, respondi? do?a Luisa, me probar? v. m. que es mal mo?o? Lo m?s facil de probar, dixo ?l, es eso, pues malo es todo aquello que para el fin deseado vale poco; y valiendolo yo para cosas del servicio de v. m., que es lo que m?s deseo, y ? quien tengo puesta la mira, bien claro se sigue mi poco valor; y no teniendole, ?que puedo tener de bondad, si ya no es que la de v. m. me la comunique, como quien est? riquisima della y de perfeciones? Gran retorico, dixo la Priora, viene v. m., y m?s de lo que por ac? lo somos para responderle; que, en fin, somos mugeres que no vamos por el camino carretero, hablando ? lo sano de Castilla la Vieja; aunque, con todo, no dexar? de obligarle ? que me pruebe como se salva lo que dixo, que dex? la mesa puesta cuando fue con el papel que le supliqu? llevase ? mi hermana, ya que aparentemente me ha probado que es mal mo?o. Eso, se?ora mia, respondi? ?l, tambien me ser? cosa poco dificultosa de probar; porque donde se ve el alegria de los convidados y el contento y regocijo de los mo?os pere?osos, juntamente con el concurso de pobres que se llegan ? la puerta, se dize que est? ya la mesa puesta y que hay convite; lo mismo coleg? yo del gozo que sent? cuando merec? ver esa generosa presencia de v. m., que se me ofrecia con ella, pues vi en ese bello aspecto, digno de todo respeto, una esplendidisima mesa de regalados manjares para el gusto, pues le tuve y tengo el mayor que jamas he tenido, en ver la virtud que resplandece en v. m., pan confortativo de mis desmayados alientos, acompa?ada de la sal de sus gracias, y vino de su risue?a afabilidad; si bien me acobarda el cuchillo del rigor con que espero ha de tratar su honestidad mi atrevimiento, si ya esa singular hermosura, despertador concertado d?l, no le disculpa. Quedosela mirando sin pesta?ear, dichas estas razones, saltaronseles tras ellas algunas lagrimas de los amorosos ojos, harto bien vistas y mejor notadas de do?a Luisa, ? cuyo cora?on dieron no peque?a bateria; aunque disimulandola, y encubriendo cuanto pudo la turbacion que le causaron, le respondi? con alegre rostro, diziendo: Jamas pensara de la mucha prudencia y discrecion de v. m., se?or don Gregorio, que, conociendome tantos a?os ha, pudiese juzgarme por tan bozal, que no llegue ? conocer la doblez de sus palabras, el fingimiento de sus razones y la falsedad de los argumentos con que ha querido probar la suficiencia de mi corto caudal; mas pase por agora el donaire ; y pues tiene en esta casa prima de las prendas de do?a Catalina, que le desea servir en extremo, no tiene que pretender m?s, pues cuando lo haga no sacar? de sus desvelos sino un alquitran de deseos dificiles de apagar si una vez cobran fuer?a, pues la mesma imposibilidad les sirve ? los tales de ordinario incentivo, en quien se ceban, pues de contino el objeto presente, que mueve con m?s eficacia que el ausente ? la potencia muestra la suya cuando lucha con los imposibles que tenemos las religiosas. Con esto pienso he bastantisimamente satisfecho ? las palabras y muestras de voluntad de v. m.; y con ello se despide la mia; pero no de que me mande cosas de su servicio, m?s conformes ? razon y de menos imposibilidad; que haziendolo, podr? v. m. acudir una y mil vezes ? probar las veras de mi agradecimiento; y cuando las ocupaciones de mi ofizio me tuvieren ocupada, no faltaran religiosas de buen gusto que no lo est?n para acudir en mi lugar ? servir y entretener ? v. m. Habia estado don Gregorio oyendo esta despedida equivoca con estra?a suspension, mirando siempre de hito en hito ? quien se la daba; y desocupado de oir, respondi? agradecia mucho la merced que se le hazia, pues cualquiera, por peque?a que fuese, le sobraba; pero que entendia quedaba de suerte con la llaga que la vista de sus blancas tocas y bellisimo rostro le habia causado, que tenia su vida por muy corta si su mano, en quien ella estaba, no le concedia algun remedio para sustentarla. Despidiose la Priora tras esto d?l, diziendole se reportase, y fiase lo demas del tiempo y de la frecuencia de las visitas, para las cuales de nuevo le daba licencia. Volviose don Gregorio ? su casa tan enamorado de do?a Luisa, que de ninguna manera podia hallar sosiego: acostose sin cenar, lamentandose lo m?s de la noche de su fortuna y de la triste hora en que habia visto el bello angel de la Priora, la cual luego tambien que se apart? d?l se subi? con el mismo cuidado ? su celda, do comen?? ? revolver en su cora?on las cuerdas razones que don Gregorio le habia dicho, las lagrimas que en su presencia y por su amor habia derramado, la aficion grande que le mostraba tener, y el peligro de la vida con que ? su parecer iba si no le hazia algun favor; y el ser ?l tan principal y gentil hombre, y conocido suyo desde ni?o, ayud? ? que el demonio tuviese bastante le?a con ello para encender, como encendi?, el lascivo fuego con que comen?? ? abrasarse el casto cora?on de la descuidada Priora; y fue tan cruel el incendio, que pas? con ?l la noche con la misma inquietud que la pas? don Gregorio, imaginando siempre en la tra?a que tendria para declararle su amoroso intento. Venida la ma?ana, bax? luego con este cuidado al torno, y llamando una confidente mandadera, le dixo: Id luego ? casa del se?or don Gregorio, primo de do?a Catalina, y dezidle de mi parte que le beso las manos, y que le suplico me haga merced de llegarse ac? esta tarde; que tengo que tratar con ?l un negocio de importancia. Fue al punto la recaudera, cuyo recado recebi? don Gregorio con el gusto que imaginar se puede, asentado en la cama; de la cual no pensaba levantarse tan presto, y dixo ? la muger: Dezid ? la se?ora Priora que beso ? su merced las manos, y que me habeis hallado en la cama, en la cual estaba de suerte, que, ? no mandarmelo su merced, no me levantara della en muchos dias, porque el mal con que sali de su presencia ayer tarde me ha apretado esta noche con increible fuer?a; pero ya con el recado cobro la necesaria para poder acudir, como acudir? ? las dos en punto, ? ver lo que manda su merced. Fuese la mandadera, y qued? el amante caballero totalmente maravillado de aquella novedad, y no sabia ? que atribuirla: por una parte consideraba el rigor con que el dia pasado le habia despedido; y por otra, el enviarle ? llamar tan de prisa para comunicarle un negocio de importancia, le aseguraba ? prometia algun piadoso remedio. Aguardaba con sumo deseo el fin de la visita, y llegada la hora de hazella, fue puntualisimamente al convento; y avisando en el torno, y cobrada respuesta en ?l de que pasase ? la grada, fue ? ella, do estuvo esperando ? que la Priora saliese, haziendosele cada instante de su tardanza un siglo; pero sali? dentro de breve rato, risue?a y con muestras de mucha afabilidad, diziendole, no sin turbacion interior: No quiere tan mal ? v. m. como piensa, mi se?or don Gregorio, quien le ha enviado ? llamar en amaneciendo con tanto cuidado; pero hanmele causado tan grande las muestras de indisposicion con que v. m. se fue anoche, que temiendo no naciese ella del cansancio tomado en ir y venir del convento de mi hermana ? este ? mi cuenta, me ha parecido quedaba tambien ? ella el saber, lo uno de su salud, y lo otro el divertille esta tarde de la pasada melancolia, causada de mi inadvertencia; que sin duda de la que debi tener en el hablar tom? v. m. ocasion para dezirme aquellas tan amorosas cuanto estudiadas razones con que pretendi? darme ? entender, ? vueltas de aquellas fingidas lagrimas, le desvelaban mis memorias y enamoraban mis cortas prendas; pero no le ha salido mal el intento, si le tuvo de obligarme con eso ? que le enviase ? llamar, pues en efecto ha salido con ?l; y si ese ha sido el artificio motriz de aquel fingimiento, digame v. m. agora sin ?l, pues me tiene presente, su pretension; que para ello le da cumplidisima licencia mi natural verg?en?a, pues el oir no puede ofender; y hago esto porque, como me dixo v. m. al despedirse, habia yo de ser causa de su temprana muerte, no me ha parecido debia dar lugar ? que el mundo me tuviese por homicida de quien tantas partes tiene, y es por ellas digno de vivir los a?os que mi buen deseo suplica ? Dios le d? de vida, confiada en que no perderemos nada los desta casa en que la tenga larguisima quien tan bienhechor es della. Respondiole don Gregorio, cobrando un nuevo y cortes atrevimiento, diziendo: Ha sido tan grande, se?ora mia, la merced que hoy se me ha hecho y va haziendo agora, y hallome tan incapaz de merecerla, que me parece que aunque los a?os de mi vida llegasen ? ser tantos cuantos prometen los nobles y religiosos deseos de v. m., no podia pagar en ellos, por m?s que los emplease en servicio de esta casa, la minima parte della; pero ya que no la puedo pagar con caudal equivalente, pagarela, ? lo menos, con el que agora corre entre discretos, que es con notable agradecimiento y confesion de perpetuo reconocimiento; aunque quiero que v. m. entienda que si no acudiera con la brevedad que acudi? con el recaudo y esperan?as de su visita, ya no la tuviera yo, ni vida con ella, ? la hora presente, segun me apretaba la pasion amorosa que las gracias de v. m. me causan; pero ya de aqui adelante pretendo mirar por mi vida, para tener siquiera qu? emplear en servicio de quien tan bien sabe darmela cuando menos la confio; y porque acabe de conocer proseguir? v. m. el hazermela, quiero atrevidamente pedir otra de nuevo, confiado en lo que acaba de dezir, de que gusta de mi vida. Veamos, dixo la Priora, que cosa es, y conforme ? la peticion, se podr? facilmente juzgar si ser? justo concederla ? no: diga v. m. Yo, se?ora, no pido nada, replic? ?l; que no querria me sucediese lo de anoche, de dar pesadumbre ? v. m. Sin duda, dixo ella, que debe de ser, segun se le haze de mal el dezirlo, algun pie de monte de oro. No es, respondi? don Gregorio, sino una mano de plata para besarla por entre esta reja. Aunque haya sido atrevimiento, se?or don Gregorio, replic? la Priora, no dexar? de usar desa llaneza y libertad, por haberlo prometido;--y sacando de un curioso guante la mano, la meti? por la reja, y don Gregorio, loco de contento, la bes?, haziendo y diziendo con ella mil amorosas agudezas, y ella le dixo: Agora ?estar? v. m. contento? Estoylo tanto, replic? el nuevo amante, que salgo de juizio, pues con esto cobro nueva vida, nuevo aliento, nuevo gozo, y sobre todo, nuevas esperan?as de que se lograr?n m?s de cada dia las mias; y asi podr? dezir est? todo mi ser en la mano de v. m., en la cual, como pongo los ojos, pongo y pondr? mientras viva mis deseos y memorias. Pues, se?or don Gregorio, dixo do?a Luisa, ya no es tiempo de disimulacion ni de que v. m. ignore que si me ama con las veras que finge, no haze cosa que no me la deba; y si he disimulado hasta agora, ha sido no con poca violencia de mi voluntad; pero for?abanla el ser muger y religiosa y cabe?a de cuantas lo son en esta grave casa, y tambien que deseaba enterarme y ver si la perseverancia confirmaba los asomos del amor que con palabras y lagrimas me comen?? ? mostrar; pero ya que mi ceguera me obliga ? que crea lo que tan dificil es de averiguar, digo que soy contentisima de que todos los dias me visite, y aun le suplico lo haga, variando las horas para mayor disimulacion; y advierta v. m. hago m?s en confesarme ciega y amante, que en cuanto tras eso diere lugar ? v. m., pues el mayor imposible que sentimos las mugeres es el haber de otorgar amamos ? quien con sola esa confesion suele tomar animo para condenarnos ? perpetuo desprecio y desesperados celos: ?plegue ? Dios no me suceda ? m? asi! Libertad tern? v. m. de hablarme sin impedimento; que el ser priora me da aquella y me quita estos; y crea v. m. que perseverando, pienso serle autora de mayores servicios; y baste por agora, y v. m. se vaya; que quedo confusisima de mi determinacion y de la poca fuer?a que en m? siento para resistir ? mayores baterias; y lo demas quede para otro dia. Despidieronse con esto, quedando los dos tan enamorados como dir? el suceso del verdadero cuento. Luego comen?aron ? andar los recaudos, los billetes, y ? frecuentarse las visitas, enviandose regalos y presentes de una parte y otra con tanta frecuencia, que ya daban de s? no poca nota; si bien, como todos veian la autoridad de la Priora, no reparaban tanto en ello como fuera razon. Duroles este trato por m?s de seis meses, hasta que, estando los dos un dia hablando en el locutorio, comen?? don Gregorio ? maldezir las rejas, que eran estorbo de que ?l gozase del mejor bien que gozar podia y deseaba; y lo mesmo dezia ella; que era de suerte su amor, y estaba tan perdida por el mo?o, y tan otra de lo que solia, y era tan frecuentadora de billetes y ternuras, que hasta el mismo don Gregorio se espantaba de verla tal; y fue de manera, que ella fue quien di? principio ? su misma perdicion, pues le dixo esa mesma tarde: ?Es posible, se?or, que mostrandome el amor que me mostrais, seais tan pusilanime y tan para poco, que no deis tra?a de entrar de noche por alguna secreta parte adonde podamos gozar ambos sin ?o?obras el dulce fruto de nuestros amores? ?No advertis que soy priora y que tengo libertad para poderlo hazer con el debido secreto? Yo, ? lo menos, de mi parte, si vos os disponeis para ello, harto bien tra?ado lo tengo con mi deseo y facilitado con vuestra cobardia; y aun si no fuera ella tanta, podriais sacarme de aqui y llevarme adonde os diese gusto, pues vivo y estoy en todo dispuesta de seguir el vuestro. Maravillado don Gregorio desta determinacion, la respondi?: Ya, prenda mia, os he dicho muchas vezes que estoy aparejado para todo aquello que fuere de vuestro entretenimiento y regalo; y asi, pues me ense?ais lo que debo hazer, ser? el negocio desta manera. Yo tomar? dos caballos de casa de mi padre, recogiendo juntamente della todo el m?s dinero que pudiere, y vendr? ? la media noche por la parte del convento que mejor y m?s secreto os pareciere; y saliendo d?l, subireis en el uno, yo en el otro, y asi nos iremos juntos ? media posta ? algun reino estra?o, donde, sin ser conocidos, podremos vivir todo el tiempo que nos diere gusto; y vos, pues teneis las llaves del dinero, plata y depositos deste convento, podreis tambien recoger la mayor suma de cosas de valor que podais, para que vamos asi seguros de no vernos jamas en necesidad. Asi me parece bien, replic? ella, que se debe hazer. Quedaron desde luego de concierto de que su ida fuese ? la una de la noche del siguiente domingo, despues de dichos los maitines, hora en que el galan sin falta estaria aguardando ? la puerta de la iglesia con los caballos; que pues ella se quedaba las noches con las llaves de casa, facilmente podria abrir la sacristia, y salir por ella al dicho puesto por la puerta principal de la iglesia, con presupuesto de caminar la misma noche diez ? doze leguas ? toda deligencia, para que cuando los echasen menos fuese m?s dificultoso el hallarlos. Con este concierto y con el de que don Gregorio le enviaria bien envueltos, como si fuese colgadura, unos curiosos vestidos de dama con que saliese, se despidieron; y en haziendolo, comen?? la Priora ? dar orden en su partida, cosiendo en un honesto faldellin que habia de llevar debaxo, las doblas que pudo recoger, que no fueron pocas, poniendo en una bolsa otra gran cantidad de moneda de plata, para llevarla m?s ? mano; de suerte que sac? del convento entre moneda y joyas m?s de mil ducados. La mesma prevencion hizo don Gregorio, el cual, contrahaziendo las llaves de ciertos cofres de su padre, sac? dellos m?s de otros mil ducados, sin otra gran cantidad de dineros que pidi? prestados ? amigos; que con la confianza de que era hijo unico y mayorazgo de caballeros de m?s de tres mil de renta, fue facil hallar algunos que se los prestasen. Llegado el concertado domingo, ? las doze de media noche, hora de universal silencio por la seguridad que dan los primeros sue?os, que, por serlo, son m?s profundos, se bax? don Gregorio con la aprestada maleta de lo que habia de llevar, ? la caballeriza, y ensillando en ella dos de los mejores caballos, sin ser de nadie sentido se sali? de casa, y fue al monasterio, do estuvo aguardando en la puerta de la iglesia ? que su querida do?a Luisa saliese, la cual, acabados los maitines, se volvi? ? su celda, y quitandose en ella los habitos, se visti? las ropas de secular que don Gregorio le habia enviado, y tenia en un arca, como queda dicho; y poniendo las de religiosa sobre una mesa, y dexando alli una bien larga carta escrita de la causa que sus amores le dieron para irse con don Gregorio, dex?, ni m?s ni menos, alli una vela encendida, con el breviario y rosario, de quien siempre habia sido devotisima, y por ?l lo habia sido en sumo grado de la Virgen, se?ora nuestra, toda su vida; y tomando tras esto un gran manojo de llaves, las cuales eran de toda la casa y de la iglesia, se sali? de la celda lo m?s pasito que le fue posible, y se fue por el claustro, y bax? ? la sacristia; y abriendola sin ser sentida, sali? al cuerpo de la iglesia con las llaves en la mano; y habiendo de pasar al salir della por delante de un altar de la Virgen benditisima, de cuya imagen era particular devota, y le celebraba todas las fiestas suyas con la mayor solenidad y devocion que podia, ? la que lleg? delante della, se hinc? de rodillas, diziendo con particular ternura interior y notable cari?o de despedirse della, privandose del verla, porque era la cosa que m?s queria en esta vida: Madre de Dios y Virgen purisima, sabe el cielo y sabeis vos cuanto siento el ausentarme de vuestros ojos; pero estan tan ciegos los mios por el mo?o que me lleva, sin hallar fuer?as en m?, con que resistir ? la pasion amorosa que me lleva tras s?, voy yo tras ella sin reparar en los inconvenientes y da?os que me estan amena?ando; pero no quiero emprender la jornada sin encomendaros, Se?ora, como os encomiendo con las mayores veras que puedo, estas religiosas que hasta ahora han estado ? mi cargo: tenedle pues dellas, Madre de piedad, pues son vuestras hijas, ? las cuales yo, como mala madastra, dexo y desamparo: amparadlas, digo, Virgen santisima, por vuestra angelica puridad, como verdadero manantial de todas las misericordias, siendo como sois la madre de la fuente dellas: de Cristo, digo, nuestro Dios y Se?or. Volved y mirad, os suplico otra vez, en mi lugar, por estas siervas vuestras que aqui quedan, m?s cuidadosas de su limpieza y salvacion que yo, que voy despe?andome tras lo que me ha de hazer perder lo uno y lo otro, si vos, Se?ora, no os apiadais de m?; pero confio que lo hareis, obligada de vuestra inexplicable y natural piedad y de la devocion con que siempre he rezado vuestro santisimo rosario. Y dicha esta breve oracion, y hecha tras ella una profunda reverencia ? la imagen, abri? el postigo de la iglesia, y abierto, se volvi? ? dexar las llaves delante del dicho altar de la Virgen, tras lo cual se sali? ? la calle, entornando tras s? la puerta. Apenas estuvo fuera della, cuando le sali? al encuentro don Gregorio, que la estaba aguardando hecho ojos, y tomandola en bra?os , la subi? en el caballo que le pareci? m?s manso, con que comen?aron luego ? caminar de suerte que los vino ? tomar el dia seis ? siete leguas lexos de adonde habian salido; y en el primer lugar se proveyeron de todo lo necesario tocante ? la comida, con fin de no entrar en poblado, si no fuese de noche, para hurtar asi el cuerpo ? la mucha gente que tenian por sin duda iria en su busca. En efeto, se?ores, que aquella habia profesado y prometido castidad ? Dios, y la habia guardado hasta entonzes con notables muestras de virtud, permitiendolo asi su divina Magestad por su secreto juizio y por dar muestras de su omnipotencia , y por mostrar tambien lo que con ?l vale la intercesion de la Virgen gloriosisima, madre suya, y con cuantas veras la interpone ella en favor de los devotos de su santisimo rosario, la perdi? por un deleite sensual y momentaneo, yendo ? rienda suelta por el camino fragoso de sus torpezas, olvidada de Dios, de su profesion y de todos los buenos respetos que ? quien era debia. Mas no hay que maravillarse hiziese esto, dexada de la mano de Dios, pues, como dize san Agustin, m?s hay que espantarse de los pecados que dexa de hazer el alma ? quien desampara su divina misericordia, que de los que comete; que eso, dize David, vozean los demonios, enemigos de nuestra salvacion, al hombre que llega ? tal miseria tomando animo por ello de perseguirle, y prometiendose vencerle en todo genero de vicios: Deus dereliquit eum: persequimini et comprehendite eum, quia non est qui eripiat. Continuaron su camino los ciegos amantes, con los justos miedos y sobresaltos que imaginar se pueden de quien anda en desgracia de Dios, algunos dias, sin parar jamas hasta que llegaron ? la gran ciudad de Lisboa, cabe?a del ilustre reino de Portugal. Alli pues hizo don Gregorio una carta falsa de matrimonio, y alquilando una buena casa, compr? sillas, tapices, bufetes, camas y estrado con almohadas para su dama, con el demas ajuar necesario para moblar una honrada casa, comprando juntamente para el servicio della un negro y una negra: carg? tras esto de galas y joyas para adorno suyo y de su bella do?a Luisa. Pasaron la vida muchos dias, acudiendo en aquella ciudad ? todo cuanto apetecian sus ciegos sentidos, como fuese de entretenimiento, disolucion y fausto, sin perder fiesta ni comedia la gallarda forastera de cuantas en Lisboa se hazian. Paseaba tambien sus calles don Gregorio de dia, ya con una gala y caballo, y ya con otro, gozando sin escrupulo ninguno de conciencia de aquella pobre apostata perlada, olvidado totalmente de Dios y sin rastro de temor de su divina justicia; porque, como dize el Espiritu Santo por boca de Salomon, lo que menos teme el malo cuando llega ? lo ultimo de su maldad, es ? Dios. Dos a?os estuvieron en Lisboa los ciegos amantes, gastandolos en la vida m?s libre y deleitosa que imaginarse puede, pues todo fue galas, convites, fiestas, y sobre todo juegos, ? que don Gregorio se di? sin moderacion alguna.
En que el ermita?o cuenta la baxa que dieron los Felizes Amantes en Lisboa por la poca moderacion que tuvieron en su trato.
Es infalible que se llegue al cabo de adonde se saca algo y no se echa. Digolo, se?ores, porque, como dieron tanta prisa las libertades de don Gregorio y sus juegos, y las galas de su do?a Luisa y sus saraos, ? desembolsar los dineros que habian traido de su tierra, sin que de ninguna parte ni de ningun modo les viniese ganancia, comen?aron al cabo de los dos a?os dichos ? echar de ver ambos se iban empobreziendo; y hizieronlo tan por la posta, que en breve les fue for?oso vender las colgaduras y aun muchas ? todas las joyas de casa, tras lo cual vendi? ?l tres ? cuatro caballos que tenia; pero remediose poco con su venta, porque con el dinero que sac? della, codicioso de ganar ? picado de lo perdido, se fue ? una casa de juego, do tras perderle todo, vino ? perder hasta un famoso ferreruelo que traia, siendole necesario detenerse hasta la noche sin volver ? su casa, porque no le viesen los que le conocian, ir en cuerpo por las calles; y llegando apesarado, corrido, pobre y sin capa ? los ojos de su do?a Luisa, que le aguardaba con harta necesidad, no tuvo animo la triste dama de reprenderle su inconsideracion, temerosa de no darle materia para que la dexase ? hiziese alguna baxeza; antes consolandole, di? orden de que vendiesen los negros, como lo hizieron; pero acabaronse presto los dineros que sacaron dellos, parte con el gasto ordinario, y parte con los escesos del juego de don Gregorio, que eran grandes , y llegaron al cabo ? verse tales, que ni prenda que empe?ar, ni pie?a que vender tuvieron: con que el due?o de la casa, conociendo el peligro que corria la cobranza de sus alquileres, di? orden de executarlos por ellos si no le daban por seguro algun abonado fiador: fueles imposible hallarle; y asi, hubo el galan de rematar con los vestidos de su do?a Luisa, ? la cual viendo llorosa, desnuda, corrida y medio desesperada, dixo el prodigo mo?o un dia: Ya veis, mi bien, lo que pasa y cuan imposible nos es vivir en esta ciudad sin notable nota della y verg?en?a nuestra, por ser tan conocidos de la gente principal, de quien no tengo cara para ampararme. Muy sin consideracion hemos andado en gastar tan sin tino lo que de nuestras tierras sacamos, y sin mirar en lo que adelante nos podia suceder; pero pues para lo hecho no hay remedio, pareceme que lo que agora debemos hazer, previniendo mayores da?os, es, que pues nos vemos tales, nos salgamos una noche, sin ser vistos, de Lisboa, y vamos ? dar cabo ? la primer ciudad de Castilla, que es Badajoz, do, por no conocernos ni habernos visto con la pompa y fausto que los de Lisboa, podremos pasarlo mejor y con menos gasto; que pues vos teneis tan buenas manos para cosas de labor, facil ser? el ganar con ellas con que moderadamente vivamos, ya ense?ando ? labrar ? algunas ni?as, y ya labrando para otros. Respondiole con no pocas lagrimas y sentimiento la triste dama que hiziese della cuanto fuese de su gusto, pues estaba ya dispuesta ? seguirle en todo sin contradizion alguna. Salieronse, cual pueden pensar vs. ms., de la gran Lisboa, haziendo su viage ? pie y sin m?s provision ni ropa que la que llevaban ? cuestas, yendo sin espada y en cuerpo don Gregorio, por la perdida que habia hecho de su capa en el juego; pero lo que ?l m?s sentia era verse imposibilitado de poder llevar ? caballo ? su do?a Luisa, que por la aspereza de los caminos y delgadeza de sus pies, los llevaba abiertos y cribillados, por ir, como iba, con pobrisimo cal?ado, y necesitada, en fin, de pedir limosna por las puertas de las casas de los pueblos por donde pasaba, como tambien lo iba haziendo ?l, llenas sus plantas de vejigas. Llegaron al cabo de algunos dias ? Badajoz despeados, do llegando, les fue for?oso irse ? alojar por su gran pobreza al hospital; que era tanta, que si algunos compasivos pobres d?l no les dieran de los mendrugos que por las casas habian recogido de limosna, quedaran la noche que llegaron, sin cenar. Aqui fue el llorar, hecha otro hijo prodigo, de la afligida do?a Luisa, y el considerar la abundancia que tenia en el monasterio de donde era priora; aqui el arrepentirse de haber salido tan inconsideradamente d?l con don Gregorio, con tan grave ofensa de Dios y tan en deshonra de los linajes de entrambos; aqui, finalmente, el sollo?ar por la perdida de la irrecuperable joya de la virginidad. Pas? la noche, en efeto, la aburrida se?ora lamentando con estra?o sentimiento su desventura, tanto, que el afligido don Gregorio no le osaba hablar; antes corridisimo y melancolico, se estaba escuchandola en un rincon del mismo aposento; y si algo dezia, era tambien endechas y pesares por los que padecia y esperaba padecer, sin esperan?as de poder volver en toda su vida ? su tierra, en la cual era rico y regalado mayorazgo: con cuya consideracion y con la que tenia del sentimiento de sus padres, deudos y amigos, arrancaba de rato en rato un doloroso suspiro del centro de su afligida alma, con que enternecia las piedras, maldiziendo su desconcierto, ciega determinacion, locos amores y ? los infernales gustos, y finalmente la primer vista de quien habia sido causa total de tan fatales principios y del fin peligroso que ellos las vidas de su cuerpo y alma amenazaban. Pasada la noche en estas ocupaciones y sentimientos, y venida la ma?ana, entr? en el hospital un caballero mancebo, ? quien tocaba reconocer aquella semana que gente habia entrado y dormido en ?l; que para no dar lugar ? que se poblase de vagamundos tenia esta cuerda providencia aquella ciudad, de tener administradores que por semana visitasen los peregrinos y se informasen de sus necesidades; y llegandose ? do?a Luisa, luego que la vi? mo?a y hermosa, aunque mal vestida, le pregunt? que de donde era; y respondiendo ella con muestras de verg?enza que de Toledo, replic? ?l si conocia ? tales y tales personas bien se?aladas en dicha ciudad: respondi? la dama luego que no, porque habia mucho tiempo que habia salido de all?. Estando en esta platica, se les junt? don Gregorio, diziendo: Esta muger, se?or mio, es natural de Valladolid, y es mi esposa. ?Pues para que, dijo el caballero, es menester mentir aqui? Muestrenme ac? la carta del casamiento; porque, si no son marido y muger, seran muy bien castigados. Sac? luego su carta falsa don Gregorio, y ense?osela, de la cual el caballero qued? satisfecho, y les pregunt? que adonde caminaban; porque alli no podian estar m?s de solo un dia. Respondi? don Gregorio que venian ? aquella ciudad de asiento para vivir en ella. ?Pues que ofizio teneis? replic? el administrador. Respondiole que no tenia ofizio; pero que su muger era labrandera, y queria alli, habiendo comodidad, ense?ar ? labrar algunas ni?as. De suerte, dixo el caballero, que ella os ha de sustentar ? vos: harto trabajo tendreis ambos: con todo, por amor de Dios os llevar? hoy ? mi casa, y os dar? en ella de comer hasta buscaros alguna comodidad con que vos y vuestra muger, que parece honrada, podais vivir en esta tierra. Mand? tras esto ? un paje que los llevase ? su casa: agradecieronselo mucho ellos; y por el camino, preguntando por las prendas de quien tanta merced les hazia, respondi? el paje que era un mancebo rico y tan caritativo, que hazia los m?s de los dias muchas limosnas; y asi, que confiasen que ?l sin duda les buscaria adonde pudiesen vivir, y aun si fuese menester les pagaria el alquiler de la casa; nueva fue esta que les di? ? ambos notable contento. El caballero les busc?, en saliendo del hospital, una razonable posada en que vivian unas costureras, y les hizo dar alquiladas una buena cama y algunas alhajas de casa, saliendo ?l ? pagar el alquiler de todo cuanto los huespedes para quien habia de servir, no le pagasen. Hecha esta diligencia, se fue ? mediodia ? su posada, en la cual les hizo dar bien de comer, y en comiendo, les llev? ?l proprio ? la que les habia buscado, donde le besaron las manos por ello y por un real de ? ocho que les di? de limosna, con que pasaron aquella noche razonablemente. A la ma?ana comen?? do?a Luisa ? preguntar ? aquellas vecinas que quien le daria que labrar; porque ella no conocia ? nadie en aquella ciudad; las cuales la respondieron: Nosotras, con ser naturales de aqui y hazer, como dizen, pajaritos de nuestras manos, morimos de hambre: mirad que hareis, se?ora, vos venida de ayer ac?. A la fe, hermana mia, que habeis llegado ? muy ruin puesto para ganar de comer, como os ense?ar? la experiencia. Con todo eso, para dos ? tres dias, dixo la una, yo os dar? con que ganeis siquiera para pan. Agradecioselo ella, y comen?? ? labrar en cierta obra que le puso en las manos, quedandose don Gregorio en la cama, pensando pasar mejor la hambre en ella que paseando. Esa mesma ma?ana se lleg? el caballero, despues de haber visitado el hospital, ? saber de los dos forasteros; y hallando acostado ? don Gregorio, le dixo: ?Que es, gentil hombre? ?Como va? ?Adonde est? vuestra muger? Bien hasta agora me va, respondi? el, y ahi con la vecina est? mi muger, por quien pregunta v. m., ? quien suplico no se espante de no hallarme levantado; que el no tener andrajo de ?apatos me obliga ? ello. No ser? tanto esa la causa, dijo el administrador, cuanto poltroneria. Y volviendo las espaldas, se sali? ? ver ? do?a Luisa, y sentandose en un taburete junto ? ella, se la puso ? mirar de proposito ? las manos y rostro; y reparando en sus facciones y en la modestia con que estaba, le pareci? la m?s hermosa muger y m?s digna de ser amada que en su vida hubiese visto. Aficionosele luego; que es imposible dexe la voluntad de amar ? aquello que se le representa vestido de bondad, hermosura ? gusto; y rendido ya ? sus partes, le pregunt? con muestras de aficion por su nombre y la causa por que habia dexado su patria. Respondi? ella sin levantar el rostro, con alguna turbacion, que se llamaba do?a Luisa, y que por haber sucedido cierta desgracia ? su marido en Valladolid, habian salido ambos huyendo ? u?a de caballo , y habiendo dado cabo en Lisboa, habian vivido alli dos a?os, en el cual tiempo habian gastado no poca suma de dinero que consigo habian traido. Por cierto, se?ora do?a Luisa, que siento en el alma veros empleada en quien tan poco os merece, como este picaronazo de vuestro marido, pues por una parte os veo hermosa y discreta, y considero por otra que ?l os ha de consumir y gastar lo poco que aqui ganaredes: con todo si quereis hazer por m? lo que os suplicare, os juro ? fe de caballero de remediaros y favoreceros ? ambos en cuanto pudiere, pues no puedo negar sino que os he mirado con buenos ojos, y de suerte estan los mios enamorados de los vuestros, que ya vivo con deseo intenso de serviros y agradaros en cuanto pudiere; y asi, desde luego os suplico me mandeis todo lo que fuere de vuestro gusto; que ? todo acudir? el mio, sin querer mis fieles deseos m?s premio que verse admitidos de vuestra memoria, pues con solo esa gloria juzgar? verme en la mayor que puedo desear. No perdais, bellisima forastera, la ocasion que ? vuestras desdichas ofrece en mis dichosos cuidados la fortuna, y advertid no es cosa que os pueda estar mal el hazerme merced. Agradezco cuanto puedo, se?or, respondi? ella, la que ese valor me ofrece, sin haberle yo servido ni merecido; pero siendo muger casada y estando mi marido presente, en gravisimo yerro y peligro caeria si le ofendiese; y asi por esto, y, lo m?s principal, por lo que debo ? Dios y ? mi misma, suplico ? v. m. desista de tal pretension; y en cuanto no tocare ? ella, mandeme; que en todo ver? mi debido agradecimiento. Miradlo, se?ora, bien, dixo el mancebo; que yo me encargo en dar orden como vuestro marido no lo sepa ni entienda; y veis aqui por agora ese doblon para que ceneis esta noche; que dobles os los dar? las que vinieren, como gusteis emplearlas en darme gusto, y no le tendr? hasta que ma?ana me deis la respuesta que deseo; y me le puede solo causar el ser ella cual mi fe merece y esa beldad asegura. Constre?ida do?a Luisa de la necesidad, que es poderoso tiro para derribar las flacas almenas de la mugeril verg?en?a, tom? el doblon, dandole por el no pocas gracias ni pocas esperan?as con recebirle, pues siempre quien lo haze se obliga ? mucho. Levantose tras esto el administrador, y llam? aparte ? la vecina m?s vieja de la casa y le dixo: Si acabais con do?a Luisa que corresponda ? mis ruegos y acete mis ofertas, os prometo, ? ley de quien soy, de daros una saya de famoso pa?o, sin otras cosas de consideracion; pero eso rogadselo y persuadidselo con las mayores veras que pudieredes; y si salis con la empresa, venid volando con la nueva ? mi casa; que della llevareis al punto las ofrecidas albricias. Asegurole la astuta tercera serlo con las veras que dirian las obras; y llegandose el caballero, oida esta respuesta, ? la descuidada dama, le asi? la mano y se la bes?, sin que lo pudiese ella impedir, partiendose luego. Comen??, tras su ida, la solicita vieja ? persuadir eficazmente ? la perplexa se?ora, por saber ella m?s de estos ensalmos que de los salmos de David; y fue de suerte la bateria que le di?, que convencida della do?a Luisa, le vino ? responder que, como el negocio fuese secreto, procuraria servir cuanto pudiese ? aquel caballero, con tal que ?l hiziese tambien por ella lo que le habia ofrecido: encargose la vieja, agradecida ? la respuesta, de tratar el negocio con igualdad y satisfaccion de ambas partes, como el efeto mostraria. Entrose do?a Luisa en su cuarto, por ser hora de comer, do cont? punto por punto ? don Gregorio cuanto con el caballero le habia pasado; el cual le respondi? que, atento que padecian extrema necesidad y que era imposible remediarla por otro camino, que condescendiese con su gusto; que para todo daba su consentimiento y daria el lugar necesario, con tal que le sacase cuanto pudiese, asi en dineros como en joyas, fingiendo siempre temor y recelo, y encargandole el secreto. Ya en esto habia ido corriendo la vieja ? ganar las albricias del enamorado caballero; y teniendolas, y concertado con ella tratase con do?a Luisa, se viesen la siguiente noche donde y como ella mandase, se efetu? todo asi; porque, fingiendo don Gregorio salirse de la ciudad, di? ella entrada en su propria casa al caballero, el cual durmi? con ella aquella y otras noches, dandole dineros y todo lo necesario para su sustento y reparo, con que pudieron ambos vertirse razonablemente. Publicose el negocio, con escandalo del pueblo; que de ver el toldo de la dama, la bizarria de don Gregorio y la familiaridad con que trataba con el caballero, frecuentando las entradas de casa el uno del otro , naci? el echar de ver todos tenia tienda la forastera de entretenimientos, la cual aument? la ocasion de la murmuracion con el engalanarse, ponerse ? la ventana y gustar de ser vista y visitada, todo con consentimiento de don Gregorio; que ya no se le daba nada del medrar ? costa de la votada honestidad de la ciega religiosa, de quien de nuevo comen?aron ? picarse otros tres mancebos ricos de la ciudad, admitiendo sus presentes billetes y recados la dama, sin reparar en comprarlos ? costa de su honra. Lleg? el negocio ? termino que una noche, encontrandose todos en su calle, trabaron celosos una tan cruel pendencia, que della sali? muerto un hijo de vecino principal: prendi? luego la justicia por indicio ? todos los de la ri?a, depositando ? do?a Luisa en casa de un letrado; y al cabo de un mes que corri? la causa, no pudiendose averiguar quien fuese el homicida, los sacaron ? todos en fiado, dandoles la ciudad por carcel. Don Gregorio fue quien peor libr?, pues sali? el postrero della, con sentencia de destierro perpetuo de Badajoz y su tierra; y hubiera de salir ? la verg?en?a por las calles, si la buena diligencia del administrador, su amigo, no lo remediara con dinero: diole, en viendole libre, todo lo que fue necesario para salirse de la ciudad y irse ? la de Merida, do le aconsej? se entretuviese regalando un par de meses, mientras ?l en ellos negociaba se le al?ase el destierro, ofreciendole se encargaba de mirar en ellos por do?a Luisa como si fuera su propria hermana. Acet? de muy buena gana don Gregorio el partido, porque vi? en ?l la puerta abierta para hazer lo que pretendia, que era dexar ? do?a Luisa, de quien ya estaba cansado, y arrepentido de la locura que habia hecho de encargarse de tan impertinente carga; temiendo, si perseveraba en tal vida, no lo viniese ? ser ?l de algun burro por las calles publicas de algun pueblo, ? de alguna horca si se descubria su delito: con todo, disimul? con ella, de quien se despidi? encargandole el recato y honestidad, y la deligencia en procurar se le al?ase el destierro, ? se fuese tras ?l ? Merida, do la esperaria, si no se podia negociar. Toda esta platica pas? delante del administrador, que gustaba ya de verle ausente, no menos que la dama, que deseaba lo mismo por tener m?s libertad para sus disoluciones: todos, en efeto, deseaban una misma cosa, aunque por diferentes fines. Tom? don Gregorio de mano de su amigo m?s de quinientos reales, y con ellos y muy bien vestido se sali? de Badajoz ? pie para Merida, ciudad que dista poco della. Par Dios, dixo Sancho, que eso de badajos y esotro que por su mal olor no lo oso nombrar, declaran bien cuan gran puerco y badajo era ese don Gregorio, que dex? la monja entre tantos cuervos ? demonios: el tuerto desa pobre se?ora, mi se?or don Quixote, ser? bien deshazer, pues ganariamos en ello las catorze obras de misericordia; y m?s le digo, que si quiere ir luego all?, le acompa?ar? de muy buena gana, aunque sepa perder ? dilatar la posesion del gobierno de la gran insula y reino de Chipre, que me toca por linea recta en virtud de la palabra de v. m. y de la muerte que ha de dar al soberbio Tajayunque, su rey, cuyo guante traigo bien guardado en esta maleta. No se le encaxaba mal ? don Quixote el consejo de Sancho, y ya con ?l se le comen?aban ? levantar la mollera, de suerte, que si los circunstantes, que gustaban infinito de saber el fin del cuento, no le apaciguaran con buenas razones, echara el bodegon por la ventana, y se fuera luego de alli, dexandoles en porreta; pero diziendole el soldado Bracamonte que en acabando de oir donde y como quedaba aquella se?ora, le daba palabra de irle ? acompa?ar en tan santa empresa , se soseg? don Quixote, y ofreci? grata atencion ? todo, obligandose ? hazer la tuviese tambien su escudero. Con esto, y con agradecerselo todos, y rogar tras ello al discreto ermita?o prosiguiese tan suspensa historia, seguro de que, aunque larga, no les cansaba, la prosigui? diziendo:
Del suceso que tuvieron los Felizes Amantes hasta llegar ? su amada patria.
No se fue don Gregorio ? Merida, como habia prometido al caballero y ? do?a Luisa, sino ? Madrid, donde por la babilonia de la corte facilmente se encubre y disimula cualquier desdichado; y como ?l lo era tanto, vino ? parar con toda su nobleza en servir ? un caballero de habito, mudado el nombre, sin acordarse m?s de su dama que si jamas la hubiera visto, la cual le pag? con la mesma moneda ? los primeros dias de su ausencia, empleandolos todos en nuevos gustos y en tratar de estafar ? cuantos podia, teniendo por blanco solo el interes; pero conociendo todos el suyo, comen?aron ? hazer alto, divulgandose entre ellos la baxa ley y libertad de la forastera; por lo cual, viendose sin mu?idores, y sobre todo, viendo que le hazia algunos malos tratamientos el administrador, enfadado de su ingratitud y disolucion, cay? en la cuenta del peligro en que estaba su alma y cuerpo. Advirti? tambien luego como, habiendo tantos dias que don Gregorio faltaba, jamas le habia escrito, siendole facil el hazerlo estando en Merida, por la vecindad, y for?oso el procurarlo por las obligaciones que le tenia, si como hombre, en fin, no hubiera mudado de intento y dexadola, como lo tenia por sin duda lo habia hecho. Comen?? ? cavar en la consideracion de su mal estado tras esto, y Dios ? obrar secretamente en su conocimiento, como aquel que la queria dexar por exemplo de penitentes y de lo que con su divina misericordia puede la intercesion de su electisima Madre, y finalmente, de lo que ? ella la obligan los devotos de su santisimo rosario con la frecuentacion de tan eficaz y facil devocion; que se encendi? de suerte su espiritu en amor y temor de Dios, que empez? ? deshazerse en lagrimas, apesarada de las ofensas cometidas contra su Magestad, confusa por no saber como ni en quien hallar remedio ni consejo; que tan cargada estaba de desatinos. Advirtieron su llanto algunos de sus galanes, y deseando enxugarsele, le preguntaban la causa con gran cuidado y deseo de saberla; pero era en vano, porque ya aspiraba la reconocida se?ora ? superior consuelo; y asi, despidiendoles lo mejor que pudo , propuso, alumbrada de Dios, volverse ? su ciudad y presentarse en ella secretamente ? un caballero deudo suyo, y descubrirle todo el suceso de su vida, con fin de que ?l la ayudase ? ir sin ser conocida, ? Roma, ? procurar alli, echada ? los pies de Su Santidad, algun modo para volver ? su monesterio ? ? otro cualquiera de su misma orden, con fin de tener donde enmendar, como deseaba, la infernal vida que hasta entonzes habia tenido. Con este pensamiento, y encomendandose de cora?on ? Maria sacratisima, madre de piedad y fuente de misericordia, recogiendo cuanto dinero tenia, y haziendo de sus vestidos y alhajas todo lo que pudo, se visti? de peregrina con sombrero, esclavina, bordon y un grueso rosario al cuello y alpargatas ? los pies; y cubierta deste penitente trage, arrebozado el rostro, se sali? una noche obscurisima de Badajoz, tomando la derrota hazia su tierra, acompa?ada solo de suspiros, lagrimas y deseos de salvarse, desviandose cuanto le era posible de los caminos reales, y procurando caminar casi siempre las noches, en las cuales entraba en las posadas de menos bullicio ? tomar dellas lo m?s necesario para su sustento, saliendose luego al campo. No le faltaron algunos trabajos y desasosiegos de gente libre en el camino; pero vencioles ? todos su modestia y sacudimiento, y sobre todo la santa resolucion que la eficaz gracia le habia hecho hazer de no ofender m?s ? su Dios en toda su vida, aunque la supiera perder mil vezes ? manos de un millon de tormentos. Padeci? tambien hambre, sed y frio, por ser tiempo en que le hazia grande el en que caminaba, y por la misma causa le molestaron las aguas y arroyos; pero acompa?abase en ellos de la gente m?s pobre que hallaba, hasta pasarlos, ? quien despues daba buenas limosnas. Hazia las jornadas cortas, por el cansancio y tiempo, siendo esto la causa de que fuese tan largo el que gast? en el camino, pues tard? en llegar ? su tierra m?s de cuatro meses, visitando en ellos algunos pios santuarios que le venian ? cuento. Quiso ya el cielo apiadarse della y dar fin ? su prolixa jornada; y asi llegando ? la ultima, antes de entrar en su ciudad, ? la que descubri?, y reconoci? el campanario de su monasterio, fue tal el sentimiento que hizo postrada en tierra, que no hay lengua ?oh discretos se?ores! que lo acierte ? pintar. Resolviose en lagrimas, y resolvi? juntamente de quedarse alli en el campo hasta el anochecer, por entrar ? media noche, para mayor seguridad. Hizolo asi, y llegado el pla?o, comen?? ? enderezar los turbados pasos hazia la casa del deudo de quien pensaba valerse; pero llegando ? pasar por delante su monasterio al punto que daban las onze, y emparejando con el mismo postigo de la puerta de la iglesia, la vi? abierta; y asombrada de semejante caso, comen?? ? dezir entre s?: ?Valgame Dios! ?que descuido ha sido este de las monjas ? del sacristan que tiene cargo de cerrar la iglesia? ?Es posible que se hayan dexado abierto el postigo de su puerta? Mas ?si acaso han robado algunos ladrones los frontales y manteles de los altares ? la corona de la Virgen, que ha de ser de plata si no me enga?o? Por mi vida, que tengo de llegar pasito , y mirar si hay alguna persona dentro, y avisar, por si ha sido descuido de quien tiene cargo de cerrarle. Meti? en esto la cabe?a hazia dentro con gran tiento, y estuvo un rato escuchando; pero no sintiendo ruido, ni viendo m?s que dos lamparas encendidas, una delante del Santisimo Sacramento, y otra delante del altar de la Virgen benditisima, estuvo suspensa una gran pie?a, sin que osase determinase ? entrar, temiendo no estuviese alguna monja rezando acaso en el coro, y viendola alli, hiziese algun rumor por do se viese en peligro de ser conocida, y por consiguiente rigurosamente castigada; pero no obstante este miedo, se resolvi? ? seguir la primera deliberacion, aunque fuese con el riesgo de la vida. Entr? tras esto osadamente, y pasando por delante del altar de la Virgen, trope?? en un gran manojo de llaves que delante d?l estaban en el suelo, del cual suceso maravillada, se abax? para verlas y levantarlas con notable turbacion; y apenas lo hubo comen?ado ? poner por obra, cuando la devotisima imagen de la Virgen la nombr? por su nombre con una voz como de reprehension, de la cual qued? tan atemorizada do?a Luisa, que cay? medio muerta en tierra; y prosiguiendo la Virgen sacratisima, le dixo: ?Oh perversa y una de las m?s malas mugeres que han nacido en este mundo! ?como has tenido atrevimiento para osar parecer delante de mi limpieza, habiendo t? perdido desenfrenadamente la tuya ? vueltas de tantos y de tan sacrilegos pecados como son los que has cometido? ?De que suerte, di, ingrata, soldar?s la irreparable quiebra de tan preciosa joya? ?Y con que penitencia, insolentisima profesa, satisfar?s ? mi amado Hijo, ? quien tan ofendido tienes? ?Que enmienda piensas emprender ?oh atrevida apostata! para volver por medio della ? recuperar algo de lo mucho que tenias merecido, y has perdido tan sin consideracion, volviendo las espaldas ? las infinitas misericordias que habias recebido de mi divinisimo Hijo? Estaba en esto la afligidisima religiosa acobardada de suerte que ni osaba ni podia levantar el rostro, ni hazer otra cosa sino llorar acerbisimamente; pero la piadosa Virgen, consolandola despues de la reprehension, no ignorando la amargura y el dolor de su animo, incitandola ? verdadera penitencia, le dixo: Con todo, para que eches de ver que es infinitamente mi Hijo m?s misericordioso que t? mala, y que sabe m?s perdonar que ofenderle todo el mundo, y que no quiere la muerte de los pecadores, sino que se conviertan y vivan, le he yo rogado por tu reparo , sin que t? lo merezcas; y ?l, como piadosisimo que es, ha puesto tu causa en mis manos; y yo, por imitarle en cuanto es hacer misericordias, deseando verificar en ti el titulo que de madre de ellas me da la Iglesia, como ? ?l se la da de padre de tan grande atributo, he hecho por ti lo que no piensas ni podr?s pagarme aunque vivas dos mil a?os y los emplees todos en hazerme los servicios que me solias hazer en los primeros a?os de tu profesion. Acuerdate que cuando desta casa saliste, ahora haze cuatro a?os, pasando delante deste mi altar, me digiste que te ibas ciega del amor de aquel don Gregorio con quien te fuiste, y que me encomendabas las religiosas desta casa, tus hijas, para que mirase por ellas como verdadera madre, cuando t? les eras madastra; y que las rigiese y gobernase, pues eran mias; tras lo cual arrojaste en mi presencia esas mismas llaves del convento que en la mano tienes. Entiende pues que yo, como piadosa madre, he querido hazer para confusion tuya lo que me encomendaste; y asi has de saber que desde entonzes hasta ahora he sido yo la priora deste monasterio en tu lugar, tomando tu propia figura, envejeciendome al parecer al comp?s que t? lo has ido haziendo, tomando juntamente tu habla, nombre y vestido; con que he estado entre ellas todo este tiempo, asi de dia como de noche, en el claustro, coro, iglesia y refitorio, tratando con todas como si fuera t? propria: por tanto, lo que ahora has de hazer, es que tomes esas llaves, y cerrando la puerta de la iglesia con ellas, te vayas por la sacristia y demas pasos por donde te saliste, ? tu celda, la cual hallar?s de la propria forma y manera que la dexaste, hallando hasta tus habitos doblados sobre el bufete; pontelos en llegando, y guarda esos de peregrina en la arca; y advierte que hallar?s tambien sobre la propria mesa el breviario y la carta que dexaste escrita, sin que nadie la haya abierto ni leido, y la vela encendida junto ? ella. En efeto, hallar?s todas las cosas, por mi piadosa diligencia, en el estado en que las dexaste, sin hallar novedad en alguna, y sin que se haya echado de ver tu falta ni la del dinero que has desperdiciado: vete, por tanto, ? recoger antes que despierten ? maitines, y enmienda tu vida como debes, y lava tus culpas con las lagrimas que ellas piden; que lo mismo han hecho cuantas tras tan graves pecados han merecido el ilustre nombre de penitentes que les da la Iglesia. Qued? la en que estaba do?a Luisa, acabando estas razones la celestial Princesa de todas las hierarquias, llena de un olor suavisimo; y ella contrita y tan consolada en su espiritu, cuanto corrida de haber obligado ? la Madre del mismo Dios ? serlo de sus subditas; pero obedeciendo ? su celestial mandato, recelosa de que no se llegase la hora de los maitines, se levant? del suelo, cubierta de sudor y lagrimas, y haziendo una profunda inclinacion ? la preciosisima imagen y otra al Santisimo Sacramento, y tomando las llaves, cerr? la puerta de la iglesia, y se fue ? su celda por los mismos pasos que habia salido della, en la cual lo hall? todo del modo que lo habia dexado y la Virgen le habia dicho. Pusose, en entrando dentro, sus habitos, guardando en el arca los de peregrina, y apenas lo habia acabado de hazer, cuando tocaron ? maitines; y enjugandose el rostro, tom? el breviario y estuvo aguardando hasta que vino la monja que solia llamarla, la cual, tomando el candelero de la mesa, como cada noche tenia de costumbre, se fue delante alumbrando hasta el coro, donde estuvo aguardando de rodillas ? que se juntasen las religiosas; y en habiendolo hecho, hizo la se?al acostumbrada, tras que comen?aron los maitines; y acabados ellos y la oracion que de ordinario suelen dezir, se volvieron ? salir todas, y se fueron ? sus celdas al postrer se?al de la Priora, la cual tambien hizo lo proprio, acompa?andola con luz ? la suya la mesma religiosa que la habia sacado della. Cuando se vi? sola comen?? de nuevo ? derramar lagrimas, parte de dolor por sus culpas, y parte de agradecimiento por la nunca oida merced que la misericordiosisima Maria le habia hecho; y haziendole una breve oracion llena de fervorosos deseos y celestiales conatos, descolg? de la cabe?era de su cama unas gruesas diciplinas que solia tener en ella, y tomandolas se di? con ellas por espacio de media hora una cruelisima diciplina sin ninguna piedad, por principio de la rigurosa penitencia que pensaba hazer todos los dias de su vida, de aquel sacrilego y deshonesto cuerpo, de cuya roja sangre qued? el suelo esmaltado en testimonio del verdadero dolor de sus pecados. Acabado este penitente acto, abri? una arca, de adonde sac? un aspero cilicio que solia ponerse en las cuaresmas cuando era la que debia, hecho de cerdas y esparto machacado, el cual le tomaba desde el cuello ? las rodillas, con sus mangas justas hasta la mu?eca; pusose juntamente debaxo de una cadenilla que en la mesma arca tenia, que le daba tres vueltas, y apretandosela con todo rigor al delicado cuerpo, dezia: Agora, traidor, me pagar?s los agravios que al espiritu has hecho: no esperes, lo poco que la vida me durare, otro regalo m?s que este, y agradece ? la madre de afligidos y fuente de consuelos, Maria, y ? su clementisimo Hijo que no te hayan enviado ? los infiernos ? hazer esta penitencia, donde fuera sin fruto, for?osa y tan eterna, que durara lo que el mismo Dios, sin la esperan?a del perdon y remedio que agora tienes en la mano, teniendole tan poco merecido. Y saliendose luego de su celda, se volvi? otra vez al coro, donde estuvo pasando el santisimo rosario delante de la misma imagen que la habia hablado, hasta la hora de prima, la cual acabada, hizo al instante llamar al confesor del convento, con quien hizo una general confesion con no vistas muestras de dolor y arrepentimiento, contandole todo el suceso de su vida y las abominaciones y pecados que contra su divina y inmensa Magestad habia cometido los cuatro a?os que habia estado fuera del convento: refiriole juntamente el milagro y merced que por la devocion del rosario, la Reina de los cielos, su patrona, le habia hecho, supliendo su falta y acudiendo ? todas sus obligaciones, movida de su virginea piedad, salvandole la honra en que no se echase de ver su falta. El secreto del milagro encarg? tras esto cuanto fue posible, para mientras le durase la vida al confesor, el cual qued? sumamente maravillado de su grandeza, y lleno de ternura y devocion en el espiritu, cosa que le aseguraba de la verdad del caso; y pasmabase cuando consideraba habia merecido su indignidad confesar y comulgar por su mano, no una, sino muchisimas vezes, ? la puridad, ante quien y en cuya comparacion no la tienen los m?s puros angeles del cielo. Con todo, quiso ver el rostro de la penitente perlada y certificarse de que era ella misma, y no demonio que en figura suya le queria enga?ar; y vistas sus lagrimas y enterado de la verdad, la consol? cuanto pudo, y anim? para la continuacion de la empezada penitencia y devocion del santisimo rosario; y persever? ella en todo, haziendose mil ventajas cada dia ? s? misma, de suerte que las que la veian con tanta repentina mudan?a, en el retiro de gradas, asistencia continua ? la oracion, y mortificacion y ordinario curso de lagrimas, estaban pasmadas, por no saber la causa, como la sabian ella y su confesor, con que se confesaba los m?s de los dias, recebiendo el Santisimo Sacramento muy ? menudo. Persever? en estos exercicios toda la vida; y al cabo de meses que los continuaba, quiso Dios apiadarse de su perdido galan, como lo habia hecho della, tomando por medio un sermon que acaso oy? ? un religioso dominico de soberano espiritu, en una parroquia de la corte, que moviendo el cielo la lengua en ?l, se engolf? ? deshora en las alaban?as de la Virgen y en las misericordias que habia hecho y hacia cada dia con infernados pecadores, por la suave devocion de su benditisimo rosario, trayendo en consecuencia desto el sabido milagro del desesperado hombre que, habiendo hecho donacion de su alma al demonio con cedula escrita y firmada de su mano y sangre, por la dicha devocion fue libre de todo, y acab? su vida, perseverando en ella, santisimamente, tras una bien premeditada y llorosa confesion general de todos los cometidos desatinos. Cay? en la cuenta de los suyos el ciego de don Gregorio luego que oy? el doto sermon; y acordandose tambien de lo mucho que acerca del celestial poder del rosario le habia dicho diversas vezes su do?a Luisa; premeditando las razones del predicador, y confiriendolas con las que de su dama en esta parte le traxo Dios ? la memoria, le pareci? que arrimandose ? la frecuentacion de tan soberano rezo, hallaria en ?l bra?o que le sacase del cieno de sus torpezas, y otra escala, cual la de Jacob, con que pudiese llegar al cielo, por m?s entumecido que estuviese en la fragosa y mal cultivada tierra de sus bestiales apetitos: propuso tras esto irse al religioso convento de la Virgen de Atocha y confesarse luego con el santo predicador, cuyo nombre sabia, por haberlo preguntado ? su compa?ero al baxar del pulpito. Efectuolo eficazmente; que no es pere?osa la divina gracia ni admite tardanzas: fue al convento, entrose en la iglesia, postrose delante la imagen milagrosa de la Virgen, derritiose, puesto alli, en lagrimas: pedia perdon ? Dios, piedad ? su Madre, y ayuda ? ambos para enmendar los yerros de la pasada y hazer dellos una general confesion. Alzose luego; entrose en el claustro, pidi? por el predicador, y puesto en su presencia, empe?aron sus ojos ? dezirle lo que su lengua no acertaba: con todo, cuando las lagrimas le dieron lugar, le dixo: ?Remedio padre! ?Socorro, varon de Dios, para esta alma, que es la m?s mala de cuantas la misericordia y caridad inmensa de Jesucristo ha salvado! Entrose al instante el predicador ? su celda, y apenas estuvo dentro, cuando, postrado ? sus pies, empe?? ? hazer con acerbo llanto una confesion general de sus excesos, tal, que estaba el confesor igualmente compungido, confuso y consolado de ver tal trueco en un mo?o de los a?os y prendas de aquel, consolole cuanto pudo, animandole ? la continuacion de sus propositos y del rezo del santo rosario, cuya era tan feliz mudanza. Y asegurandole del perdon de sus culpas y de la largueza de las perpetuas misericordias que Dios, con celestial regocijo de todos los cielos y sus angeles, ha usado y usa de cada dia con los pecadores recien convertidos de verdadero cora?on, le envi? absuelto, consolado y lleno de mil santos propositos y fervores; y no fue el menor el con que propuso de ir ? Roma ? visitar los santos lugares, besar el pie ? Su Santidad, y obtener, para mayor bien suyo, su plenisima absolucion. Volvi?, al salirse del convento, ? hazer oracion ? la Virgen, y hecha con las demostraciones del agradecimiento que tan gran merced como la que acababa de recebir se volvi? ? la villa, y en ella troc? luego sus vestidos por unos de peregrino, hechos de sayal basto; y sin despedirse de su amo ni de persona, empez? ? caminar hazia Roma, do lleg? cansado, pero no menoscabado el fervor con que emprendi? tan santa peregrinacion. Cumpli? en aquella grandiosa ciudad con cuanto los deseos que le habian llevado ? ella pedian, y obtenido el fin dellos, di? la vuelta hazia su tierra, deseando saber, con aquel disfraz y sin ser conocido, de sus padres; que bien seguro iba de no poderselo ser, segun iba de flaco, macilento, triste y desfigurado, asi de los trabajos del camino, como de las penitencias que iba haziendo en ?l; y no fue la menor el sufrimiento con que llev? las vexaciones que ciertos salteadores le hizieron en un peligroso paso. Entr? al cabo de dias, cubierto de confusion, lagrimas y sobresalto, en su amantisima patria, y lo primero que hizo, llegado ? ella, fue irse ? pedir limosna al torno del convento de do sac? la Priora, queriendo fuese teatro del primer acto de su penitencia en su patrio suelo el mismo que lo habia sido del que di? principio ? su tragica perdicion y ciego desatino. Dieronle facilmente honrada limosna las caritativas torneras, y en recebiendola, se lleg? ? la misma mandadera que le habia llevado el primer recado de do?a Luisa la ma?ana en que se principiaron sus locos amores, y preguntole quien era priora de aquella casa; y diziendole ella que do?a Luisa lo era a?os habia, porque continuaban las religiosas en reelegirla siempre, no sin gusto de sus superiores, por su gran virtud,--?Do?a Luisa, replic? ?l atonito, dezis que es priora! ?Como es posible? Ella es, digo, a?adi? la muger, sin duda. Que os burlais de m?, porfi? ?l, he de pensar, pues quereis persuadirme es priora desta casa do?a Luisa, de quien he oido dezir estaba muy lexos de poderlo ser. Do?a Luisa, respondi? ella, es, ha sido y ser? priora muchos a?os, ? pesar de cuantos invidian su virtud y aumento, pues no faltan muchos que lo hazen. Bax? la cabe?a don Gregorio con la confusion y perplexidad que pensar se puede, sin osar replicar m?s con la muger, que ya conocia se iba encolerizando en defensa de su se?ora, temiendo por una parte no le conociese en la voz, y por otra, que descuidandose, no descubriese algo de lo mucho que con la Priora le habia pasado; y asi, saliendose de alli, se fue por diferentes partes de la ciudad, fuera de s? y pidiendo igualmente limosna y el nombre de la priora de tal convento, y dandole unos y otros la misma respuesta que le habia dado la mandadera, por salir del todo de la confusion en que se veia, determin? irse de rondon ? casa de sus padres, para echarse alli con la carga, como dizen, y descubriendoseles, fiar, como era justo hazerlo, dellos el paso de tan grave suceso. Entr? por sus puertas, y al primer criado que vi? en ellas pregunt? si le darian limosna los due?os de la casa, y respondiendole que si harian, que eran muy caritativos marido y muger, le replic? se sirviese dezirle sus nombres y si tenian hijos; y sabido d?l, por la respuesta vivian sus padres, aunque afligidisimos por la ausencia de un solo hijo que tenian, y se les habia ido sin saber donde, con quien ni por que, por el mundo, y que lo que m?s les entristecia era no saber si vivia ni en que parte habia dado cabo, para poderle remediar; saltaronsele las lagrimas de los ojos ? don Gregorio con la respuesta, y volviendo el rostro ? la otra parte, y enxugandolas y disimulandolas cuanto pudo, dixo de nuevo al criado: ?Llamabase por dicha el hijo destos se?ores don Gregorio? Porque si tenia ese nombre, es sin duda un soldado que he conocido en Napoles en el cuartel de los espa?oles; y si seria; que por las se?as que ?l me daba de sus calidades, y de que era unico mayorazgo en este lugar, y de la disposicion de las casas de sus padres , estas han de ser las dellos, y el de quien hablo, su hijo; y sabrase presto si es ?l, si hay quien me diga si se fue deste lugar con alguna muger de calidad. No estaba yo aun en servicio desta casa cuando ?l falt? della, ni le conoc?; pero s? que su nombre era, como dezis, don Gregorio; y que no hizo otra baxeza ni se tiene d?l otra quexa que haberse llevado algun dinero prestado de amigos, aunque ya todo lo han pagado sus padres; que de dos caballos que ? ellos les llev? y otra gran cantidad de moneda, nunca han hecho caso, porque en fin todo habia de venir ? ser suyo.--Pues, amigo, por las entra?as de Dios os ruego que digais ? esos se?ores si gustan de hazerme limosna, siquiera por lo que pienso haber conocido ? su hijo. ?Y como si os la haran de bonisima gana! dixo el criado: yo fio que no solo eso hagan por vos, sino que os regalar?n muy mucho y tendran ? merced de que les deis nuevas de prenda que tanto quieren; y asi, aguardadme, os ruego, mientras subo volando ? darles el aviso y recado. Subiose, dicho esto, el criado arriba, sin curarse, con el contento, de mirar en el rostro al peregrino; que si lo hiziera, fuera imposible no leyera en su turbacion y lagrimas que ?l mismo era su se?or y el mayorazgo de la casa.
CAPITULO XX
En que se da fin al cuento de los Felizes Amantes.
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