Read Ebook: Comedias escogidas by Fern Ndez De Morat N Leandro Moli Re Yxart Josep Commentator
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Ebook has 2548 lines and 67471 words, and 51 pages
Commentator: Jos? Yxart y Moragas
NOTA DE TRANSCRIPCI?N
MORAT?N
COMEDIAS ESCOGIDAS
LEANDRO FERN?NDEZ DE MORAT?N
COMEDIAS ESCOGIDAS
CON EL DISCURSO PRELIMINAR DEL MISMO AUTOR
Y UN PR?LOGO POR JOS? YXART
LA COMEDIA NUEVA -- EL S? DE LAS NI?AS LA ESCUELA DE LOS MARIDOS -- EL M?DICO ? PALOS
Establecimiento tipogr?fico-editorial de DANIEL CORTEZO Y C.?
LEANDRO FERN?NDEZ DE MORAT?N
?Cu?ntos antecedentes no se hallan en su vida para juzgar del estado de nuestra naci?n entonces y siempre! Aquistarse el aprecio p?blico y general con s?lo el talento literario, era entonces, por lo visto, so?ar en lo imposible; adquirir independencia y fortuna, mucho m?s. Continuando en otra forma las tradiciones de los trovadores de la Edad Media, y la asalariada protecci?n que concedieron algunos pr?ncipes ? los poetas del Renacimiento, los literatos del siglo pasado y gran parte del presente, acuden en la monarqu?a absoluta ? los privados de los reyes, en la constitucional al Estado. Por una suerte de socialismo t?cito, que ? nadie espanta, aunque sea al fin una de las formas del socialismo, el gobierno reparte p?blicos y menguados beneficios entre los que se dedican ? las letras. En los primeros a?os de Morat?n, se acostumbraba todav?a ? sacarlos de las rentas de la Iglesia; lu?go se hizo y se hace confiriendo empleos, cargos retribu?dos que, aun siendo m?s ? menos literarios, no siempre son adecuados al genio po?tico, ni doran en absoluto la humillaci?n. En aquella ocasi?n no fu? sin embargo tan patente esta anomal?a. Dada la ?ndole de su talento, conven?a ? un Morat?n una secretar?a de interpretaci?n de lenguas, ? la plaza de bibliotecario mayor, pero otras se dieron menos compatibles con la literatura ? los mismos poetas, como si el serlo supusiera gran ilustraci?n en todas materias, cuando cabalmente el genio po?tico nada tiene que ver con la ilustraci?n, y anda ? veces re?ido con ella.
Quiz?s su conducta en aquel trance, unida ? la ?ndole peculiar de sus obras, fueron causa de que viviese y muriese casi olvidado de la naci?n, siendo como fu? uno de sus hijos m?s ilustres, y que con mayor desinter?s ansi? y se afan? por su cultura. Raz?n tuvo, pues, en despedirse de la patria, con estos melanc?licos versos, que puesto que le pintan de cuerpo entero copiamos aqu?, aunque estar?an mejor ? la cabeza de su biograf?a, como art?stico medall?n sobre los renglones de un epitafio:
Nac? de honesta madre; di?me el cielo f?cil ingenio en gracias afluente, dirigir supo el ?nimo inocente ? la virtud el paternal desvelo. Con sabio estudio, infatigable anhelo pude adquirir coronas ? mi frente: la corva escena reson? en frecuente aplauso, alzando de mi nombre el vuelo. D?cil, veraz, de muchos ofendido, de ninguno ofensor, las Musas bellas mi pasi?n fueron, el honor mi gu?a; pero si as? las leyes atropellas, si para ti los m?ritos han sido culpas; adios, ingrata patria m?a.
La gloria de Morat?n se cifra toda entera en su campa?a para restaurar el teatro espa?ol; con el ejemplo, por medio de sus comedias; con los preceptos, por medio de la exposici?n de sus teor?as, sus estudios hist?ricos, las observaciones, apuntes y comentarios que se hallan en todos sus escritos acerca de la poes?a dram?tica. Esta fu? su constante preocupaci?n; lo dem?s de sus obras es accidental, ? tiene relaci?n inmediata con su talento de poeta c?mico.
Morat?n dec?a hablando de s? mismo: <
Esta corona, adorno de mi frente, esta sonante lira y flautas de oro y m?scaras alegres que alg?n d?a me disteis, sacras musas... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
?Qui?n no ve desde lu?go un tel?n de boca con sus pintados trofeos?
........ La Fama es esta, s?, la conozco. R?pida girando dilata al aire las doradas plumas, suelto el cabello que su frente adorna, desce?ida la t?nica celeste.
?Qui?n no la imagina volando as? por los artesones de un palacio?
Venus, hija del mar, diosa de Gnido y t?, ciego rapaz, que revolante sigues el carro de tu madre hermosa la aljaba de marfil, pendiente al lado.
Bello es, bello como las miniaturas de las tabaqueras que usar?an Napole?n y el Pr?ncipe de la Paz y que se ven todav?a en las colecciones del Louvre. Pero, ?no ha de consistir en algo m?s la poes?a? Felizmente los poetas contempor?neos han cre?do que s?. Se han pedido directamente nuevas y m?s eficaces im?genes ? la naturaleza, y ? los modernos conocimientos; la fantas?a y el sentimiento han visto abrirse inmensos espacios, con el atractivo indecible de su fondo infinito y sus tintas rutilantes. Es imposible inventariar en una sola cl?usula todos los g?neros, todos los afectos, todas las formas que trajo ? la poes?a moderna el presente siglo, que algunos llaman pros?ico, pero que de seguro parecer? ? los venideros, m?s que ninguno po?tico y original ? inspirado en el arte m?s inspirado de todos: la m?sica y en el que m?s se le acerca: la poes?a l?rica. En Espa?a queda, sin embargo, mucho por hacer todav?a, pues la ense?anza oficial propone a?n como indiscutibles modelos algunas obras del g?nero de Morat?n y persuade al culto de la forma por la forma, de la frase por la frase, de la ficticia elegancia y la imitada majestad y nobleza; ? cuanto es posible adquirir con el estudio y sin levantar la cabeza de los libros. No, lo que en los libros se adquiere con la servil imitaci?n, no es poes?a ni lo ha sido nunca. Hay que desechar las formas aprendidas y estereotipadas por las que espont?neamente ofrece el propio genio cuando existe; decir lo que se siente, como se siente, ver y vivir mucho, y sondear, en suma, aquel cielo y aquel mundo, en los cuales, seg?n la sublime expresi?n del poeta, existen muchas cosas m?s de las que so?? la humana filosof?a, l?ase, la ret?rica.
J. YXART.
DISCURSO PRELIMINAR
DISCURSO PRELIMINAR
En sus zarzuelas ? comedias de m?sica repiti? Zamora iguales desaciertos ? los que Candamo, Calder?n y Salazar hab?an amontonado en las suyas: f?bulas de absoluta inverosimilitud, estilo afectado, crespo, enigm?tico, lleno de conceptos sutiles y falsos, de empalagosa discreci?n que no puede sufrirse. En las comedias historiales confundi? los g?neros de la tragedia, de la comedia y aun de la farsa, sin otro m?rito que el de muchos rasgos de ind?cil fantas?a, buen lenguaje y versos sonoros. Lo mismo hizo en las piezas mitol?gicas y en las de asuntos sagrados.
Los antagonistas del teatro no perdonaron los defectos de una comedia tan perjudicial ? las buenas costumbres, y hubo de sufrir, como era justo, una severa prohibici?n. Zamora trat? de refundirla, y conservando el fondo de la acci?n, la despoj? de incidentes in?tiles; di? al car?cter principal mayor expresi?n, y toda la decencia que permit?a el argumento, haci?ndole m?s agradable mediante la feliz pintura de costumbres nacionales con que le supo hermosear; y a?adiendo ? esto las prendas de locuci?n y armon?a, conserv? al teatro una comedia que siempre repugnar? la sana cr?tica, y siempre ser? celebrada del pueblo.
Zamora no hizo otra cosa mejor ni sus contempor?neos escribieron obra ninguna de mayor m?rito. Muri? hacia el a?o de 1740; compuso hasta unas cuarenta comedias, y en las que existen impresas se echa de ver que siguiendo las huellas de sus predecesores, muchas veces rivaliz? con ellos; pero desconociendo los preceptos del arte, cultiv? la poes?a esc?nica sin mejorarla, y la sostuvo como la encontr?.
Don Pedro Scoti de Agoiz, coronista de los reinos de Castilla, compuso por entonces algunas comedias y zarzuelas, en las cuales, si merece aprecio la facilidad de su versificaci?n, no es de alabar la confianza con que se abandon? ? la imitaci?n de originales defectuosos, acomod?ndose al gusto depravado de su tiempo.
Por entonces el ilustre benedictino Feijoo, animado del ardiente anhelo de ilustrar ? su naci?n disipando las tinieblas de ignorancia en que se hallaba envuelta, se atrevi? ? combatir en sus obras preocupaciones y errores absurdos. Es admirable el generoso tes?n con que llev? adelante la empresa de ser el desenga?ador del pueblo, ? pesar de los que aseguran su privado inter?s en hacerlo est?pido. Con la publicaci?n de sus obras facilitaba el camino de un modo indirecto ? los autores dram?ticos para exponer en el teatro ? la risa p?blica las pr?cticas supersticiosas, las opiniones funestas que hab?an autorizado la falsa filosof?a, la equivocada pol?tica, la credulidad y la costumbre; pero no hab?a poetas capaces de seguirle ni de aprovecharse de las luces de su doctrina.
La Academia espa?ola, establecida ? imitaci?n de la francesa con una organizaci?n igualmente defectuosa, vencida en gran parte aquella lentitud que es inherente ? esta clase de cuerpos literarios, atend?a con laudable celo ? la formaci?n del Diccionario de nuestra lengua; pero no pudo por entonces dirigir sus tareas ? otros objetos, ni contribuir ? los progresos de la oratoria y la poes?a; su influencia no pas? m?s all? del sal?n en que celebraba sus juntas.
Don Ignacio de Luz?n, hijo de una ilustre familia de Arag?n, educado en Italia, disc?pulo de los m?s acreditados profesores que florec?an en ella, adquiri? con el estudio, el trato y el ejemplo, conocimientos cient?ficos y literarios que en Espa?a no hubiera podido adquirir. Este erudito humanista di? ? luz en Zaragoza en el a?o de 1737 una po?tica, la mejor que tenemos. Celebrada de los muy pocos que quisieron leerla, y se hallaban capaces de conocer su m?rito, no fu? estimada del vulgo de los escritores, ni produjo por entonces desenga?o ni correcci?n entre los que segu?an desatinados la carrera dram?tica.
El ministerio, ocupado exclusivamente en buscar dinero para sostener la sangrienta guerra de Italia, no pod?a aplicar su atenci?n ni extender sus liberalidades en beneficio del teatro. Las flotas no sal?an de los puertos de Am?rica; lo que produc?an las contribuciones, todo se consum?a en formar ej?rcitos y conducirlos ? la pelea; la administraci?n interior se desatend?a; los sueldos de los innumerables empleados no se pagaban; los magistrados de las c?maras de Castilla ? Indias, despu?s de haber vivido en la escasez y aun en la miseria, se enterraban de limosna en Recoletos. El pueblo era el ?nico protector de los teatros; el premio que obten?an los poetas, los actores y los m?sicos, se cobraba en cuartos ? la puerta; no es mucho que unos y otros procurasen agradar exclusivamente ? quien los pagaba, y hablarle en necio para asegurar sus aplausos.
Con estos av?os se representaban las comedias antiguas y las que diariamente se compon?an de nuevo. El n?mero de poetas crec?a en proporci?n de la facilidad que hallaban para escribir, habiendo reducido ? dos axiomas toda su po?tica: 1.? que las obras de teatro s?lo piden ingenio; 2.? que las reglas observadas por los extranjeros no eran admisibles en la escena espa?ola.
Don Francisco Scoti de Agoiz, caballerizo de campo de su Majestad, hered? de su padre la inclinaci?n ? la poes?a dram?tica, y compuso algunas comedias que se representaron en los teatros p?blicos; pero en nada contribuy? ? mejorarlos: tales son las que se conservan impresas, que a?n son inferiores ? las de su padre.
Corren impresas unas ochenta comedias suyas, y como no todas las que escribi? se imprimieron, puede inferirse que el n?mero de ellas fu? muy considerable. Compuso zarzuelas, comedias de figur?n, de enredo amoroso, historiales, mitol?gicas, de santos, de valent?as, de magia; no hubo argumento que ?l no aplicase al teatro. Si se consideran ?nicamente aquellas en que m?s se acerc? ? la buena comedia, no es posible disimular que en las de figur?n excedi? los l?mites de lo veros?mil, recarg? los caracteres, mezcl? muchas gracias y situaciones verdaderamente c?micas con infinitas chocarrer?as, y ? cada paso adopt? los recursos de una farsa grosera. En las que se propuso por objeto una pasi?n amorosa, vali?ndose de an?cdotas y personajes hist?ricos , la composici?n de la f?bula no es intrincada ni fatigosa; y con la mucha pr?ctica y facilidad que ten?a el autor para los versos octos?labos, introdujo escenas de estilo florido y conceptuoso, no distante de los originales que imitaba, y siempre agradable ? la multitud que oye y no examina.
Fernando VI, muerto su padre, ocup? el trono en el a?o de 1746. La acci?n m?s gloriosa de su reinado fu? la de apresurarse ? firmar la paz, despu?s de tan sangrientas ? in?tiles guerras. Su complexi?n flem?tica, su delicada sensibilidad, su instrucci?n no vulgar, la dura sujeci?n en que hab?a vivido siendo pr?ncipe, todo le estimulaba ? procurarse desahogos no conocidos, entreg?ndose ? las suaves inclinaciones que por tanto tiempo hab?a tenido que reprimir. Mar?a B?rbara de Portugal, su esposa, congeniaba en gran manera con ?l: celosa del decoro de la majestad, liberal, magn?fica, inteligente en las bellas artes, profesora eminente en la m?sica, apreciaba el m?rito de los que dedicaban su estudio ? cultivarlas. Se hallaban sin hijos, sin esperanza probable de tenerlos, y por consiguiente bien distantes uno y otro de toda idea de ambici?n; s?lo se promet?an en su reinado abundancia y felicidad. Las flotas detenidas en la Am?rica deb?an enriquecer prontamente el erario; pod?an repararse muchos males con una administraci?n regular, y era de creer que libre ya la naci?n de las calamidades que hab?a sufrido, la corte adquirir?a nuevo esplendor, dando lugar ? los placeres que proporcionan la riqueza y el buen gusto en el ocio halag?e?o de la paz; y as? sucedi?.
Cuando la reina madre do?a Isabel Farnesio se traslad? desde el palacio de Buen Retiro ? una casa particular junto ? la plazuela de Afligidos, y despu?s al Real sitio de San Ildefonso, dese? que continuara sirvi?ndola entre los cantores de su c?mara Carlos Broschi, llamado Farinello, que algunos a?os antes hab?a hecho venir de Londres para distraer con su voz suav?sima la profunda melancol?a de Felipe V; pero la reina B?rbara no quiso permitirlo, y Farinello se qued? en la corte con el t?tulo de criado familiar de S. M.
Era de presencia sumamente agraciada, como mostraba un retrato suyo pintado por Amiconi, que pose?a don Jos? Marquina, corregidor de Madrid: estimable cuadro, que en la noche del 19 de marzo del a?o 1808 pereci? en las llamas al furor popular. Acostumbrado al estudio de las actitudes nobles del teatro, y ? la frecuente conversaci?n de personas bien educadas, daba ? sus palabras y movimientos el tono, la elegancia y el decoro que tanto interesan en el trato social. Su modestia era admirable: ni el distinguido favor de los reyes, ni los obsequios de los m?s ilustres personajes de la corte, que sol?an asistir ? su antesala y solicitar con empe?o las menores se?ales de su amistad, fueron bastantes ? ensoberbecerle. ? cada paso les recordaba ?l mismo su origen humilde, su profesi?n esc?nica, y s?lo conven?a en que por uno de los caprichos de la fortuna se hab?a visto trasladado, sin m?rito suyo, de las tablas de un teatro p?blico ? los pi?s de un monarca empe?ado en favorecerle. As? confund?a la torpe adulaci?n de los muchos que le fatigaban solicitando su mediaci?n y su amistad. Pudo influir eficazmente en los destinos de la monarqu?a, y jam?s quiso tomar parte, ni aun remota, en los asuntos del gobierno. Los ministros, ansiosos de complacerle, anhelaban conocer sus deseos, y no pudieron lograrlo; ni quiso empleos, ni influy? en las resoluciones, ni elev? ni persigui? ? nadie; ten?a parientes en Italia, y ? ninguno de ellos permiti? que se presentase en Madrid. La historia no ofrece ejemplo de una privanza acompa?ada de tanta moderaci?n.
? este hombre extraordinario se encarg? la direcci?n del teatro del Buen Retiro, para que se hicieran en ?l ?peras italianas, igualmente que todo lo relativo ? las serenatas que se cantaban por el verano en Aranjuez, los embarcos nocturnos en la escuadra del Tajo, las iluminaciones, fuegos de artificio y dem?s festejos durante la jornada; en suma, todas las diversiones del palacio se fiaron ? su inteligencia y ? su buen gusto. Broschi supo desempe?ar todos estos encargos, si no con econom?a, con admirable acierto.
En tanto pues que se admiraban reunidos en el Retiro todos los primores de la m?sica, de la poes?a, de la perspectiva, del aparato y pompa teatral, la escena espa?ola, miserable y abandonada de la corte, se sosten?a con entusiasmo del vulgo en manos de ignorantes c?micos y de inept?simos poetas. De nada sirvi? el haberse dado al corregidor de Madrid el t?tulo de protector de los teatros, con el encargo de la formaci?n de compa??as y el gobierno de ellas: la depravaci?n de nuestra dram?tica ped?a de parte de la suprema autoridad providencias m?s directas y m?s eficaces.
Este pr?logo de Nasarre provoc? una violenta y ruidosa pol?mica literaria entre los partidarios del gusto franc?s y los del teatro de Lope y Calder?n. Es digno de notarse que en los argumentos que usaban los ?ltimos, se hallan en germen los principios de la escuela rom?ntica de nuestro siglo.
La corrupci?n era general. En las aulas y escuelas p?blicas se ense?aban sutilezas y vaciedades ? la juventud, no verdades ?tiles: lejos de cultivar y perfeccionar el entendimiento de los disc?pulos, se le pervert?a inhabilit?ndolo para adquirir los conocimientos s?lidos de las ciencias. En los p?lpitos, seg?n se lamentaban prelados celosos y respetables, se hab?a introducido la costumbre de predicar sermones disparatados y truhanescos: tejido informe de paradojas y sofister?as, met?foras, ant?tesis, cadencias, juguetes ins?pidos de palabras, erudici?n inoportuna, aplicaci?n reprensible de los textos sagrados ? las circunstancias m?s triviales, lo m?s divino confundido con lo m?s indecente, la sublime y celestial doctrina de Jesucristo con las preocupaciones y cuentos del vulgo, y todo salpicado de bufonadas y chistes groseros. En los tribunales no se usaba ni mejor l?gica ni m?s delicado gusto. El esp?ritu y la aplicaci?n de las leyes se embrollaban con las diferentes cavilaciones de los glosistas; supl?ase la falta de filosof?a, de historia, de erudici?n, de verdadera elocuencia con retru?canos, paranomasias, adagios, cuentos y seguidillas. Tal vez gan? el pleito quien m?s supo hacer reir ? los jueces; y as? se defend?an los intereses, los derechos, la vida y el honor de los hombres.
Estos dos benem?ritos autores fueron los primeros que se atrevieron ? procurar la reforma de nuestro teatro, escribiendo piezas originales, compuestas con regularidad y decoro, y aunque no consiguieron toda la perfecci?n ? que aspiraban, su estudio y su celo fueron laudables.
Los autos sacramentales se prohibieron por real c?dula de 11 de junio de 1765.
Pocos a?os despu?s obtuvo permiso el marqu?s de Grimaldi, ministro de Estado, para abrir teatros en los Sitios, y all? se representaron tragedias y comedias traducidas, en que se vi?, juntamente con el m?rito de las composiciones, la propiedad de la escena y de los trajes, y una declamaci?n, si no excelente, libre ? lo menos de los vicios extravagantes que eran peculiares en los actores de Madrid y de las provincias.
En la comedia nada se hizo, por m?s que el p?blico, y los que habitualmente compon?an para el teatro, vieron indicado en las piezas traducidas que se representaban cu?l era el camino que deb?a seguirse para obtener el acierto en este dif?cil g?nero de la dram?tica.
As? han seguido, y as? continuar?n hasta que entre los medios que pide su reforma, se acuerde la autoridad del primero que debe adoptarse, eligiendo el caudal de las piezas que han de darse al p?blico en los teatros de todo el reino, sin omitir el requisito de hacer que se obedezca irrevocablemente lo que determine.
Consider? Morat?n que la comedia debe reunir las dos cualidades de utilidad y deleite, persuadido de que ser?a culpable el poeta dram?tico que no se propusiera otro fin en sus composiciones que el de entretener dos horas al pueblo sin ense?arle nada, reduciendo todo el inter?s de una pieza de teatro al que puede producir una sinfon?a, y que teniendo en su mano los medios que ofrece el arte para conmover y persuadir, renunciase ? la eficacia de todos ellos, y se negara voluntariamente ? cu?nto puede y debe esperarse de tales obras en beneficio de la ilustraci?n y la moral. <
Sentado el principio de que toda composici?n c?mica debe proponerse un objeto de ense?anza desempe?ado con los atractivos del placer, concibi? Morat?n que la comedia pod?a definirse as?: <
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