Read Ebook: El Tratado de París Conferencias pronunciadas en el círculo de la Unión mercantil en los días 22 24 y 27 de febrero de 1904 by Montero R Os Eugenio
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NOTA DE TRANSCRIPCI?N
EL TRATADO DE PARIS
CONFERENCIAS PRONUNCIADAS EN EL C?RCULO DE LA UNI?N MERCANTIL en los d?as 22, 24 y 27 de Febrero de 1904
POR Don Eugenio Montero R?os
Presidente que ha sido de la Comisi?n Espa?ola para la celebraci?n del tratado de paz con los Estados Unidos
MADRID R. VELASCO, IMP., MARQU?S DE SANTA ANA 11 DUP.? TEL?FONO N?MERO 551 1904
SE?ORES:
Empiezo por rogaros que acept?is la expresi?n de mi profunda gratitud, por la hospitalidad que me prestais.
Es la primera vez que tengo el honor de dirigirme ? vosotros; pero el asunto en que me he de ocupar es de un inter?s tan nacional y de tanta importancia, que, obedeciendo hasta al juicio y al criterio ? que procuro acomodar mis actos, sin embargo de que tengo el honor de pertenecer ? una de las C?maras legislativas del pa?s, me ha parecido m?s conveniente, ya por la amplitud de la materia, ya tambi?n por el supremo inter?s que el asunto tiene en s? para el pa?s, dirigirme ? vosotros sin intermediario de ning?n g?nero; porque si bien cuando hablamos en las C?maras hablamos al pa?s, es, sin embargo, cierto que no lo hacemos tan directamente como puedo hacerlo ante vosotros. Aqu? tengo la m?s firme confianza de que me hab?is de escuchar con una gran benevolencia y sin esp?ritu ni pasiones de partido, ni de otro g?nero.
No creais, se?ores, que yo vengo como hombre pol?tico ? defender acto alguno de mi vida en todo lo relativo ? las cuestiones coloniales; no. Por las circunstancias, por la ?ndole de mis trabajos, por mis preferencias, por un conjunto de factores que no es necesario siquiera precisar aqu?; yo en mi vida p?blica no tuve nunca parte directa ni indirecta en lo que se refiere al r?gimen y gobierno de nuestras colonias; siempre estuve completamente alejado de ellos, y adem?s, ni mis estudios, ni mis aficiones, ni las circunstancias que fueron marcando el rumbo de mi vida p?blica, repito, me llevaron ? ocuparme en una cuesti?n tan vital para Espa?a. ?Por qu? no he de decirlo ahora? No es un m?rito ni lo alego tampoco en tal concepto.
Nuestro enemigo era lo bastante astuto para aprovecharse de aquellas circunstancias, y, durante ellas, desembarc? en la isla de Cuba; destruy? nuestra escuadra enfrente de la bah?a de Santiago de Cuba; tom? esta plaza, y concluy? por desembarcar sus tropas en Puerto Rico y apoderarse de esta isla.
No digo nada de esto en sentido de censura para el Gobierno espa?ol, la mayor parte de cuyos individuos viven y podr?an testificar la exactitud de cuanto estoy refiriendo. No; debo suponer que quiz?s si yo hubiera sido gobierno, habr?a obrado de la misma manera; sin duda, hab?a motivos, que no ten?a por qu? dar ? conocer, que le impidieron seguir camino diferente. De suerte que no alego lo que acabo de decir, en mi elogio ni en mi defensa; empiezo por reconocer mi falta, porque me limit? ? dar mi consejo, y en las C?maras no hice constar mi opini?n ante el pa?s.
Responde, pues, lo que hoy digo, ? los dictados de la conciencia de un espa?ol, de un patriota, que si no tiene que defender actos propios, tampoco se considera autorizado para censurar los ajenos.
Es lo cierto, se?ores, que en nuestro pa?s se ha formado una opini?n, fuerza es reconocerlo, bastante general y se cree que los gobernantes de hoy se cree, repito, que los gobernantes de hoy, los partidos pol?ticos y las clases directoras, son los responsables de nuestros ?ltimos desastres. Eso es lo que la mayor?a de las gentes cree, y yo tengo para m? que eso es un profundo error.
Procurar? ver si llevo ? vuestro ?nimo la convicci?n de lo que acabo de decir.
Ofreced ? un pueblo que haya llegado ? un superior grado de cultura el desarrollo de su riqueza, proporcionadle todo g?nero de beneficios; consagraros ? su bienestar y ? su progreso en todos los ?rdenes en que puede alcanzarlo la vida humana, y no se contentar? con todo ello. Querr? ser libre ? independiente; querr? encargarse de su propio r?gimen y gobierno. Y esto es lo que pas? en toda la Am?rica respecto de Espa?a y de las dem?s naciones. Nosotros podemos afirmar que nuestra posesi?n colonial dej? de ser quieta y pac?fica desde 1780, habi?ndose presentado los primeros s?ntomas revolucionarios, sofocados inmediatamente, en 1775. Aun no hab?a terminado la guerra de emancipaci?n de las colonias inglesas, y ya se levantaba en el Per?, logrando tener ? sus ?rdenes nada menos que 80.000 ind?genas, ? que afirma la Historia que lleg? el n?mero de insurrectos, que siguieron sus banderas, un criollo que se consideraba descendiente de uno de los compa?eros de Pizarro por su madre y los Incas por su padre. Jos? Gabriel Tupac-Amar?, levant? la bandera de la independencia, y con el concurso de su pariente Tupac-Catar?, estuvo durante dos a?os extendiendo su dominaci?n nada menos que ? un radio de 300 leguas desde el Per? hasta las riberas del Plata.
Termin? esta insurrecci?n, que era ya una protesta contra la dominaci?n espa?ola, con los suplicios ? que fu? sometida la familia de los Tupac, y que despu?s de todo, no fueron m?s horribles que los que empleaban las dem?s naciones civilizadas de Europa contra los infelices ind?genas, cuando violaban los deberes de fidelidad y obediencia que la Metr?poli les hab?a impuesto.
Poco tiempo dur? la paz. En 1805 ya, desembarca un ej?rcito ingl?s al mando del almirante Murray en Buenos Aires, y gracias al gran valor, al gran prestigio y ? la gran pericia militar de Liniers, pudo Espa?a conservar su dominio en la capital del Plata. Pero esos mismos habitantes que defendieron entonces ? la madre patria, diez a?os despu?s se sublevaban contra ella, proclamaban su independencia y la sosten?an de tal modo, que desde entonces no volvieron ? reconocer la soberan?a de la Metr?poli espa?ola. Al mismo tiempo enarbolaban la bandera de la independencia los mejicanos; simult?neamente, los habitantes de Chile y del Per?; de suerte, que en el a?o de 1820 Espa?a hab?a perdido todo su imperio colonial en el continente americano; no le quedaban m?s que las dos peque?as islas del golfo de M?jico: Cuba y Puerto Rico.
En M?jico era proclamado emperador D. Agust?n It?rbide; en la Am?rica central y meridional sosten?a con todo vigor, contra el ilustre General Morillo, la bandera de la independencia, el c?lebre Bol?var; Espa?a hizo esfuerzos pol?ticos y militares, de que luego me ocupar?, para reconquistar la dominaci?n perdida; trabajo in?til; desde entonces qued? extinguida para siempre la soberan?a de la Metr?poli espa?ola. Aquellas inmensas regiones, perdida la batalla de Ayacucho, no volvieron jam?s ? reconocer la soberan?a de Espa?a.
En 1848 desembarc? al frente de una partida de insurrectos D. Narciso L?pez que, aunque General espa?ol, era de origen americano. Obligado ? reembarcarse volvi? ? aparecer en la isla con el cubano Ag?ero en 1850.
En 1854 intentaron desembarcar al frente de una expedici?n el General americano Kuiman y el cubano Pint?, habi?ndose frustrado el prop?sito de insurrecci?n merced ? las energ?as del General D. Jos? de la Concha que gobernaba la Isla.
Desde 1858 se reanim? el fuego latente de la conspiracion hasta que ya en 1868 se di? el grito de Lares en Puerto Rico y de Yara en la isla de Cuba, con lo que se inici? la primera guerra civil que no termin? hasta 1878 con la transacci?n del Zanj?n, despu?s de haber gastado la Metr?poli sumas enormes y de haber enviado ? la isla hasta 140.000 hombres.
Dado este notorio encadenamiento de los hechos insurreccionales que se presentaron desde 1780 y continuaron sin interrupci?n hasta 1898 en las tierras ? islas descubiertas por Col?n, ?es racional aislar los que surgieron en la isla de Cuba de los an?logos que los hab?an precedido en el continente americano espa?ol, y no ver en su conjunto la identidad de las causas que, como un reguero de p?lvora incendiada al principio en la Am?rica espa?ola fu? propagando el incendio hasta las islas del Golfo de M?jico?
La Historia, la raz?n y aun el simple buen sentido demuestran que la p?rdida de Cuba en 1898 no fu? sino la ?ltima escena del terrible drama que hab?a empezado en el Per? en 1780 y que hab?a ido gradualmente subiendo hasta el Golfo de M?jico atravesando sus aguas y concluy? en la Gran Antilla, que es su joya m?s preciosa, convirtiendo en ruinas la soberan?a de la madre patria. As? fu? perdiendo Espa?a aquel inmenso imperio con que para bien de la civilizaci?n, pero ? costa de los intereses permanentes y de las esperanzas m?s leg?timas de progreso de la patria espa?ola, le hab?a regalado el inmortal genov?s.
No es justo, pues, hacer recaer sobre los gobiernos de estos ?ltimos a?os la p?rdida de la Isla de Cuba, que no puede calificarse de un hecho aislado en la historia colonial de Espa?a, porque aparece como la ?ltima soluci?n de un proceso que llevaba m?s de un siglo de existencia. Ni aun ser?a justo reservar estas responsabilidades ?nicamente para los gobiernos que dirigieron los destinos de nuestra patria desde 1780.
La primera insurrecci?n de aquel a?o ya acusa el malestar de las colonias y de la misma manera que el c?ncer antes de manifestarse tiene un largo g?nesis en el organismo humano, durante el cual va gradualmente agrav?ndose hasta que se manifiesta, cuando ya es imposible su curaci?n, as? tambi?n al revelarse en 1780, la obra de destrucci?n hab?a venido lentamente elabor?ndose en los a?os precedentes, hasta el punto de que cabe afirmar, sin nota de temeridad, que el germen del mal databa desde el origen de nuestro r?gimen colonial.
Pasa, se?ores, con esto, lo que ocurre en las familias que tienen la desgracia de contar entre sus individuos un enfermo cr?nico: cuando llega el momento del terrible desenlace, la familia, presa del dolor, acudiendo tan s?lo ? su sentimiento y dejando para m?s adelante el atenerse ? los fr?os dictados de la raz?n, echa la responsabilidad al infeliz doctor que le prestaba sus cuidados en los ?ltimos d?as de su vida, sin comprender que la enfermedad era cr?nica y s?lo, quiz?s hubiera podido ser curada cuando se inici? y que, por tanto, el principal responsable ser?a, en todo caso, el primer m?dico que comenz? ? asistir al enfermo, no el ?ltimo que fu? llamado ya para curar lo incurable.
Pero veamos, se?ores, c?mo se puede explicar ese gran desastre nacional.
No est?n conformes los publicistas espa?oles y extranjeros en explicarlo.
Los unos creen que fu? efecto del mal r?gimen colonial de Espa?a; otros entienden que fu? el resultado de la equivocada ? imprudente pol?tica colonial de nuestros monarcas. No faltan quienes traten de explicar la emancipaci?n de Am?rica, por la influencia que en aqu?llas regiones ejerci? la nueva doctrina pol?tica proclamada por la Revoluci?n francesa, y en poco tiempo extendida por el mundo civilizado.
En mi humilde criterio, creo que todas estas causas contribuyeron, pero s?lo en el concepto de causas secundarias que adelantaron la cat?strofe, pero que por s? solas no la hubieran producido.
La pol?tica interior y exterior de Espa?a, con relaci?n ? sus colonias, se comprende perfectamente que la haya anticipado. Al pueblo espa?ol, m?s all? de los Pirineos y aun m?s ac?, pues no faltan escritores regionalistas que han participado de tan grave error, se le ha tenido por un pueblo cruel, que extermin? la raza ind?gena, que la trat? como si no perteneciera ? su misma especie, acumulando as? sobre nuestra patria el odio de aquellas razas tan despiadadamente tratadas. No es verdad; dig?moslo en honor de nuestro pa?s.
Voy ? leeros unas frases--no de un escritor espa?ol--de un eminente publicista franc?s, que ciertamente no se distingue por las simpat?as que le inspira nuestra patria, al menos en el orden econ?mico y financiero.
Dice as? el ilustre economista Leroy-Beaulieu:
Para este insigne escritor, Espa?a es, entre las naciones del mundo moderno, la que respecto ? los pueblos sometidos ? su dominaci?n, los ha tratado mejor, guardando con ellos las consideraciones que le impon?an la humanidad, la justicia y la religi?n. ?Qu? m?s, se?ores? ?Si precisamente el hecho que hace un momento os citaba, es la prueba m?s acabada de que Espa?a no trata de exterminar las razas ind?genas, cuando el primer rebelde pudo tener ? sus ?rdenes y bajo sus banderas, nada menos que 80.000 ind?genas en el Per?! Espa?a, en todos sus antiguos dominios, dej? existente la raza ind?gena. A ver si en Am?rica del Norte subsisten sus restos m?s ac? de los lejanos confines del Oeste, y a?n all?, reducidos ? una existencia tan miserable, que est? revelando su pr?ximo fin.
Nuestra patria, bajo este aspecto, tiene el derecho de enorgullecerse. No s?lo no extermin? las razas ind?genas, sino que se cuid? de su educaci?n y de su cultura. Un indio de pura sangre alcanz?, muy leg?timamente, el poder supremo de su patria, rigiendo y gobernando con singular sabidur?a desde su altura, as? ? sus compatriotas de origen, como ? los europeos all? establecidos. Me refiero ? Benito Ju?rez, Presidente de los Estados Unidos mejicanos. No; Espa?a, como dec?a el ilustre escritor ? quien acabo de referirme, no tiene ese pecado en la Historia.
Nuestra Recopilaci?n de Indias est? llena de pragm?ticas, en las que los reyes adoptan todo g?nero de medidas, para proteger ? los indios contra la rapacidad de los empleados del Fisco y de los representantes de la Metr?poli en aquellas apartadas regiones. El vicio estaba en otra parte.
Dice el ilustre escritor Mr. Humboldt, que ha logrado imponer al mundo culto el respeto que inspira la profundidad de su saber:
Ese ha sido el grande error de nuestro sistema colonial. Seg?n este ilustre sabio, la consecuencia pr?ctica del principio de considerar ? las Colonias como provincias del reino, era que no se hab?a prohibido sistem?ticamente ? los habitantes de la Am?rica espa?ola tener manufacturas y f?bricas para sus propias necesidades, prohibici?n que fu? un uso en la mayor parte de las Colonias de los pueblos de Europa, singularmente en las Colonias inglesas.
Cuando nosotros perdimos la Am?rica Continental, hab?a industrias florecientes en ella, no solamente de art?culos de primera necesidad, sino de art?culos de lujo; y el mismo Humboldt, refiere admirado, el progreso de las ciencias naturales en M?jico; los establecimientos all? creados para su cultivo y desarrollo, se?aladamente la Escuela de Minas, que seg?n ?l, compet?a con las m?s adelantadas de Europa. El error estaba en que la Metr?poli consideraba como provincias aquellos territorios coloniales, sin tener en cuenta que la inmensa distancia ? que se hallaban de la Metr?poli y su rudimentario estado social, habr?a de ser causa inevitable de que, ? pesar del car?cter provincial en que hab?a de fundarse su Gobierno, la arbitrariedad, el fraude y los abusos de todo g?nero iban ? tener all? ancho y funesto campo en que desenvolverse, sin que el gobierno central tuviera medios eficaces de corregir tantos males, y de amparar constantemente contra ellos ? sus infelices habitantes.
En el segundo per?odo fueron tratados los ind?genas como los antiguos siervos del terru?o; pero justo es reconocer que la antigua servidumbre apareci? m?s suavemente planteada en nuestras colonias americanas. La personalidad del siervo aparece protegida por la ley, y constantemente limitadas y contenidas las arbitrarias atribuciones del se?or. Este dispon?a del trabajo manual del indio, pero ? tenor de preceptos que le proteg?an, y siempre con la obligaci?n de remuner?rselo. A pesar de todo, fu? un r?gimen de inicua ? irritante opresi?n.
Vino el tercer per?odo, iniciado al advenimiento de la Casa de Borb?n. Ya en ?l, los indios adquirieron su libertad personal y la condici?n de s?bditos, an?loga ? la en que viv?an los peninsulares; pero s?bditos, es verdad, sujetos ? tutela, encomendada ? Corregidores rapaces y ? Oidores codiciosos. Mas aun en esta nueva y progresiva situaci?n, el americano, indio, mestizo ? criollo, era rigorosamente exclu?do de toda intervenci?n en la vida p?blica. As? es, que no bastaba ser ilustrado, rico, noble, ni t?tulo de Castilla. Estas altas distinciones se prodigaban en Am?rica. Afirma un escritor, que en la actual capital del Per? pasaban de cincuenta los que pod?an ostentar el t?tulo de Conde ? de Marqu?s. Mas ? pesar de todo ello, aquellos habitantes eran exclu?dos de la administraci?n del territorio en que viv?an.
Pues esto era a?n lo menos grave. Por un concepto econ?mico que hoy no es f?cil comprender, puesto que ni obedec?a al principio de la protecci?n ? la industria peninsular, ni tampoco ten?a analog?as con la doctrina, a?n no conocida, del libre cambio, se hab?a desenvuelto un sistema mercantil que, sin provecho para la Metr?poli, no pod?a ser fecundo sino para la arbitraria explotaci?n de las Colonias. A Am?rica no pod?an enviarse m?s que productos y mercanc?as ? t?tulo de espa?oles. Todos los extranjeros eran objeto de absoluta ? inflexible prohibici?n. El extranjero que se atrev?a ? desembarcar en aquellas costas algo que no proced?a de los puertos habilitados de la Pen?nsula, corr?a el riesgo de pagar su audacia colgado de una horca en la plaza p?blica. Mas ni aun los espa?oles pod?an enviar libremente all? los productos de su industria. El Estado, y s?lo el Estado, era el que hac?a el comercio con sus Colonias, llevando las mercanc?as dos veces al a?o al Golfo de M?jico, y en ?l al puerto de Jalapa, y en la Am?rica meridional ? la entonces c?lebre feria de Puerto Bello. Precisamente para concurrir ? estos dos grandes y ?nicos mercados, en los que ten?an los americanos que proveerse de los productos de Europa, promovi? y sostuvo Inglaterra alguna guerra con la Pen?nsula.
Mas ni aun las mercanc?as que sal?an oficialmente de Sevilla ? de C?diz en las peri?dicas expediciones, eran de procedencia nacional. El Gobierno de la Metr?poli era ben?volo con el contrabando. Los productos extranjeros pagaban los correspondientes derechos de aduanas al entrar en la Pen?nsula, y despu?s eran cargados en los galeones, como si fueran productos espa?oles. Doble ganancia que obten?a el Erario p?blico, y que era el fin supremo que inspiraba en este orden nuestra pol?tica colonial.
En cambio de esto, los comerciantes espa?oles, sujetos ? esta poderosa intervenci?n del Estado hasta que la flota que conduc?a sus mercanc?as levaba anclas, readquir?a una completa libertad, absoluta y hasta escandalosa libertad, al llegar al puerto de destino en Am?rica, para vender los productos ? los precios arbitrarios que su codicia ten?a por conveniente fijar; y hubo un tiempo en que estos productos eran repartidos ? los indios, necesit?ranlos ? no, y ? los precios que libremente les fijaban, como digo, los vendedores.
Cuando un pueblo llega ? tener ya conciencia de su existencia y de su derecho, no soporta una situaci?n tan arbitraria. ?Por qu? se emanciparon los Estados Unidos de la soberan?a de Inglaterra? Aquellas trece colonias no quisieron someterse ? la autoridad del Parlamento de la Metr?poli que hab?a impuesto derechos aduaneros ? ciertos art?culos cuando hubieran de importarse por sus puertos. No les satisfizo que la Metr?poli derogase el bill en que se hab?an establecido, dej?ndolos reducidos ? un simple derecho de timbre, para los documentos de la contrataci?n mercantil, y ? otro derecho arancelario con que hab?a de ser gravada la introducci?n del te. Los colonos resistieron estos peque?os grav?menes, no tanto por su importancia como por entender que el Parlamento ingl?s no estaba facultado para decretar impuestos, que aqu?llas hubieran de satisfacer.
As? comenz? en 1777, primero las protestas, y despu?s la guerra que termin? por la independencia de las colonias rebeladas, reconocida por la Inglaterra en 1783.
Pero aun hab?a algo m?s irritante que las codiciosas habilidades del Estado: las de las autoridades y funcionarios que la Metr?poli enviaba para el r?gimen y gobierno de aquellos pueblos. En los documentos oficiales de la ?poca, as? en las reales pragm?ticas, que la Corona incesantemente exped?a para contenerlas, como en los informes que los Visitadores por ella nombrados le remit?an, se halla ? cada paso la relaci?n de los deplorables abusos de que adolec?a la administraci?n colonial.
El Visitador Areche escrib?a ? D. Fernando Mangino en 17 de Diciembre de 1777: <>.
Pero con frases que revelan la ingenuidad de los sentimientos que le inspiraban, aun m?s elocuentemente los lamentaba, antes de su rebeli?n el propio Tupac-Amar? en un pasqu?n que apareci? en la ciudad del Cuzco, pocos d?as antes del levantamiento nacional. Dec?a as?:
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