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Read Ebook: El crimen y el castigo by Dostoyevsky Fyodor Pedraza Y P Ez Pedro Translator

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Ebook has 1008 lines and 55984 words, and 21 pages

Estas palabras apenas hicieron sonre?r a Pedro Petrovitch. Su pensamiento estaba en otra parte y se restregaba las manos muy preocupado. Andr?s Semenovitch hab?a de acordarse m?s tarde de la preocupaci?n de su amigo.

Dif?cil ser?a decir con exactitud c?mo hab?a nacido en el cerebro desequilibrado de Catalina Ivanovna la idea de aquella insensata comida. Gast?, en efecto, en dicho banquete m?s de la mitad del dinero que le hab?a dado Raskolnikoff para las exequias de Marmeladoff. Tal vez se cre?a obligada a honrar <> la memoria de su marido, a fin de demostrar a todos los inquilinos, y especialmente a Amalia Ivanovna, que el difunto val?a tanto como ellos, si era que no val?a m?s. Quiz? obedec?a a ese orgullo de los pobres que en determinadas circunstancias de la vida, como bautizo, matrimonio, entierro, etc., los impulsa a sacrificar sus ?ltimos recursos con el solo objeto de <>. Permitido es suponer que, en el momento mismo en que se ve?a reducida a la m?s extremada miseria, Catalina Ivanovna quer?a mostrar a toda aquella <>, no solamente que ella sab?a <>, sino que, hija de un coronel, educada <>, no hab?a nacido para fregar el suelo con sus propias manos y lavar por la noche la ropa de sus hijos.

Desde el primer momento este pobre hombre se puso a disposici?n de la viuda, y durante treinta y seis horas no dej? de hacer recados con celo que, por otra parte, el bueno del polaco no perd?a ripio para hacerlo notar. A cada instante, por la menor futesa, todo presuroso y atareado acud?a a pedir instrucciones a la viuda Marmeladoff. Despu?s de haber declarado que sin la solicitud de este <>, no hubiera sabido qu? hacer, Catalina Ivanovna acab? por encontrarlo absolutamente insoportable. Era propio de su car?cter entusiasmarse de repente por cualquiera; le ve?a con los colores m?s brillantes y le atribu?a mil m?ritos que s?lo exist?an en su imaginaci?n, pero en los cuales cre?a con toda buena fe. Despu?s al entusiasmo suced?a bruscamente la desilusi?n, y entonces se desataba en injurias contra aquel a quien pocas horas antes hab?a colmado de excesivas alabanzas.

Amalia Ivanovna tom? tambi?n s?bita importancia a los ojos de Catalina Ivanovna; ?sta deleg? en ella, cuando se fu? al entierro, todos sus poderes, y la se?ora Lippevechzel se mostr? digna de esta confianza. Ella fu?, en efecto, quien se encarg? de preparar la mesa y de suministrar el servicio de la misma. Claro es que la vajilla, los vasos, las tazas, los tenedores, los cuchillos, prestados por los diversos inquilinos, mostraban en su rica variedad sus diversos or?genes; pero en aquel momento cada cosa estaba en su puesto. Cuando volvi? a la casa mortuoria, Catalina Ivanovna pudo advertir una expresi?n de triunfo en el rostro de la patrona. Orgullosa de haber cumplido tan bien su misi?n, aqu?lla se pavoneaba con su traje de duelo completamente nuevo, y su gorrito adornado con lazos. Este orgullo, por leg?timo que fuese, no agrad? a la viuda: <> El gorrito con sus lazos flamantes tambi?n le disgust?: <> La viuda de Marmeladoff no quiso manifestar entonces sus sentimientos; pero se prometi? no quedarse con esta impertinencia en el cuerpo.

Otra circunstancia contribuy? tambi?n a irritar a Catalina Ivanovna: a excepci?n del polaco que fu? hasta el cementerio, casi ninguno de los invitados acompa?? el cad?ver hasta su ?ltima morada; por el contrario, cuando se trat? de sentarse a la mesa, se vi? llegar todo lo que hab?a de m?s pobre y de menos recomendable entre los inquilinos; algunos se presentaron en traje m?s que descuidado. Los que estaban un poco limpios se hab?an dado palabra para no venir comenzando por Ludjin, el m?s distinguido de todos ellos. Sin embargo, el d?a anterior, por la noche, Catalina Ivanovna hab?a cantado las excelencias de ?l a todo el mundo, es decir, a la patrona, a Poletchka, a Sonia y al polaco. Era, seg?n aseguraban, un hombre muy noble y muy bueno; adem?s de esto, era inmensamente rico y estaba muy bien relacionado. Afirmaba que hab?a sido amigo de su primer marido, y frecuentado tambi?n en otro tiempo la casa de su padre. Aseguraba, adem?s, que hab?a prometido emplear toda su influencia para conseguirle una pensi?n importante.

Raskolnikoff se present? cuando acababan de llegar del cementerio. Catalina Ivanovna qued? encantada al verle, en primer lugar, porque, de todas las personas presentes, era el ?nico hombre culto , y adem?s, por haberse excusado respetuosamente de no haber podido, a pesar de sus deseos, asistir a las exequias. La viuda se apresur? a hacerle sentar a su izquierda, teniendo ya a Amalia Ivanovna sentada a su derecha, y entabl? a media voz con el joven una conversaci?n tan seguida como se lo permit?an sus deberes de due?a de casa.

Su enfermedad hab?a tomado desde hac?a dos d?as un car?cter m?s alarmante que nunca, y la tos, que le desgarraba el pecho, le imped?a a menudo terminar las frases. Sin embargo, se consideraba feliz por tener a quien confiar la indignaci?n que experimentaba ante aquel concurso de figuras grotescas. Al principio, su c?lera se manifestaba en las burlas que dirig?a a los invitados y, sobre todo, a la propietaria.

Despu?s de esta satisfacci?n dada a sus sentimientos, volvi?ndose hacia Raskolnikoff, dijo, burl?ndose y mostrando a la patrona:

--?Ah, ah, ah! No entiende una palabra; ah? se est? con la boca abierta. F?jese usted; es una verdadera lechuza; una lechuza con lazos de colores. ?Ja, ja, ja!

La risa acab? con un acceso de tos que dur? cinco minutos, se llev? el pa?uelo a los labios y despu?s se lo ense?? silenciosamente a Raskolnikoff: estaba manchado de sangre. Gotas de sudor perlaban su frente; sus p?mulos se coloreaban de rojo, y cada vez respiraba con mayor dificultad; sin embargo, continu? hablando en voz baja con animaci?n extraordinaria.

Sonia sab?a que con esto tranquilizar?a a su madrastra, y, sobre todo, que halagar?a su amor propio. La joven se sent? al lado de Raskolnikoff, a quien salud? apresuradamente ech?ndole una r?pida y curiosa mirada; pero durante el resto de la comida evit? mirarle y aun dirigirle la palabra. Parec?a distra?da, aunque ten?a los ojos fijos en el rostro de Catalina Ivanovna para adivinar sus deseos. Despu?s de haber escuchado con complacencia el relato de Sonia, la viuda pregunt? con aire de importancia por la salud de Pedro Petrovitch; en seguida, sin inquietarse demasiado de que pudieran o?rla los invitados, hizo observar a Raskolnikoff que un hombre tan respetable y distinguido hubiese estado fuera de su centro en semejante reuni?n. Se explicaba que no hubiese venido, a pesar de las antiguas relaciones que le un?an a su familia.

--He aqu? por qu?, Rodi?n Romanovitch, agradezco tanto que no haya usted desde?ado mi hospitalidad; por lo dem?s--a?adi?--, convencida estoy de que solamente la amistad de usted con mi pobre difunto es lo que ha decidido a cumplirme su palabra.

Raskolnikoff escuchaba en silencio. Se encontraba a disgusto. Unicamente por cortes?a y consideraci?n a Catalina Ivanovna probaba la comida, que la propia viuda le acercaba a la boca.

Catalina Ivanovna fingi? no haberlo o?do, pero levantando la voz dijo que Sonia Semenovna pose?a cuantas cualidades son menester para secundarla en su tarea. Despu?s de haber elogiado la dulzura de la joven, su paciencia, su abnegaci?n, su cultura intelectual y su nobleza de sentimientos, le di? suavemente unos golpecitos en la mejilla y la bes? dos veces seguidas con efusi?n. Sonia se ruboriz?, y Catalina Ivanovna prorrumpi? en llanto.

--Tengo los nervios muy excitados--dijo como para excusarse--y estoy muy fatigada. La comida ha acabado, se va a servir el te.

Amalia Ivanovna, muy contrariada por no haber podido meter baza en la conversaci?n precedente, eligi? aquel momento para aventurar una nueva tentativa, e hizo observar muy juiciosamente a la futura directora de un pensionado, que <>. El cansancio y la irritaci?n hac?an a Catalina Ivanovna poco tolerante; as? es que tom? muy a mal aquellos sabios consejos; a creerla a ella, la patrona no entend?a una palabra de lo que estaba hablando. <> Catalina Ivanovna suplicaba a la patrona que callase.

En lugar de acceder a esta s?plica, Amalia Ivanovna respondi? con acritud que <>; que hab?a tenido siempre las mejores intenciones, y que, desde hac?a largo tiempo, Catalina Ivanovna no le pagaba un kopek.

--?Miente usted hablando de buenas intenciones!--replic? la viuda--. Ayer, sin ir m?s lejos, cuando mi esposo estaba de cuerpo presente, vino usted a armar un esc?ndalo a prop?sito de mis atrasos, y por causa suya no han venido ciertas se?oras...

Al o?r esto la patrona observ? con mucha l?gica que ella <>. A lo cual su interlocutora contest? <>.

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