Read Ebook: Blood Will Tell: The Strange Story of a Son of Ham by Davenport Benjamin Rush Donahey J H James Harrison Illustrator
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Ebook has 33 lines and 2146 words, and 1 pages
BIBLIOTECA DE <
FRANCISCO BRET HARTE
BOCETOS CALIFORNIANOS
TRADUCIDA POR
RAM?N VOLART
BUENOS AIRES
Reservados los derechos de traducci?n.
?NDICE
Melisa
El Hijo pr?digo del se?or Tom?s
Magdalena
El Idilio de Red-Gulch
De c?mo San Nicol?s lleg? a Bar Sans?n
La suerte de Campo Rodrigo
El socio de Tennessee
Un pobre hombre
Los Desterrados de Poker Flat
Una Noche en Wingdam
Moreno de Calaveras
Carolina--Episodio de Fiddletown
De-Hinch?, el id?latra
Porque esto es especialmente digno de notar: una indefinida melancol?a se difunde sobre todos los personajes de BRET HARTE. Esa gente parece, despu?s de tanto roce brutal, y de tanto combate, tener una secreta nostalgia de amores m?s puros y de ideales m?s elevados. De esa tosca y en ese cieno brotan como p?lidas flores del destierro, figuras encantadoras de hombres, mujeres y ni?os. Hay amores quim?ricos, amistades salvajes, una necesidad de querer a alguien que todo un campamento de mineros siente prepotentemente al adoptar al peque?o Tommy, el hijo de una desgraciada, nacido en el abandono y en la infamia en el Roaring Camp. Y esta poes?a singular os penetra en lo m?s ?ntimo del alma, por contraste con la aspereza de esas figuras endurecidas, como quien, ante vosotros, inesperadamente, arrancase de un tosco instrumento las m?s suaves y tiernas melod?as.
MELISA
En el lugar en que empieza a ser menor el declive de Sierra Nevada y donde la corriente de los r?os va siendo menos impetuosa y violenta, se levanta al pie de una gran monta?a roja, Smith's-Pocket. Contemplado desde el camino rojizo, a trav?s de la luz roja del crep?sculo y del rojo polvo, sus casas blancas se parecen a cantos de cuarzo desprendidos de aquellos altos pe?ascos. Seis veces cada d?a pasa la diligencia roja, coronada de pasajeros, vestidos con camisas rojas, saliendo de improviso por los sitios m?s extra?os, y desapareciendo por completo a unas cien yardas del pueblo. A este brusco recodo del camino d?bese tal vez que el advenimiento de un extranjero a Smith's-Pocket, vaya generalmente acompa?ado de una circunstancia bastante especial. Al apearse del veh?culo, ante el despacho de la diligencia, el viajero, por dem?s confiado, acostumbra salirse del pueblo con la idea de que ?ste se halla en una direcci?n totalmente opuesta a la verdadera. Cuentan que los mineros de a dos millas de la ciudad, encontraron a uno de estos confiados pasajeros con un saco de noche, un paraguas, un peri?dico, y otras pruebas de civilizaci?n y refinamiento, intern?ndose por el camino que acababa de pasar en coche, buscando el campamento de Smith's-Pocket, y apur?ndose en vano para hallarlo.
Tal vez encontrar?a alguna compensaci?n a su enga?o en el fant?stico aspecto de aquella Naturaleza singular. Las enormes grietas de la monta?a y desmontes de rojiza tierra, m?s parecidos al caos de un levantamiento primario geol?gico que a la obra del hombre; a media bajada, un largo puente r?stico parece extender su estrecho cuerpo y piernas desproporcionadas por encima de un abismo, como el enorme f?sil de alg?n olvidado antediluviano. De tanto en tanto, fosos m?s peque?os cruzan el camino, ocultando en sus sucias profundidades feos arroyos que se deslizan hacia una confluencia clandestina con el gran torrente amarillento que corre m?s abajo, y ac? y acull? vense las ruinas de una caba?a con la piedra del hogar mirando a los cielos y conservando s?lo intacta la chimenea.
El origen del campamento de Smith's-Pocket se debe al encuentro de una bolsa en su emplazamiento por un cierto Smith. Este individuo sac? de ella cinco mil d?llars, tres mil de los cuales gastaron ?l y otros construyendo varias minas y trazando un acueducto.
Viose entonces que Smith's-Pocket no era m?s que una bolsa, expuesta, como otras bolsas, a vaciarse, pues aunque Smith taladr? las entra?as de la gran monta?a roja, aquellos cinco mil d?llars fueron el primero y ?ltimo fruto de su labor. Aquella monta?a se mostr? avara de sus dorados secretos y la mina poco a poco fue tragando el resto de la fortuna de Smith. Dedicose entonces ?ste a la explotaci?n de cuarzo; despu?s a moler este mineral, luego a la hidr?ulica y a abrir zanjas, y finalmente, por grados progresivos, a guardar un establecimiento de bebidas. Luego se cuchiche? que Smith beb?a mucho; pronto se supo que Smith era un borracho habitual, y despu?s la gente, seg?n acostumbra, pens? que jam?s hab?a sido nada bueno.
El maestro de la escuela, sentado una noche s?lo ante algunos cuadernos abiertos y trazando con cuidado aquellos atrevidos y llenos caracteres que se suponen ser el non plus ultra de la excelencia quirogr?fica y moral, hab?a llegado hasta <
--?Qu? puede querer de m??--pens? el maestro. Todo el mundo conoce a Melisa, que as? se la llamaba por toda la comarca del Red-Mountain; todos la conoc?an por una chica ind?mita. Su temperamento d?scolo e ingobernable, sus locas extravagancias y car?cter desordenado, eran tan proverbiales a su manera como la historia de las debilidades de su padre, y eran aceptadas por los vecinos con la misma filosof?a. Discut?a y luchaba con los escolares con m?s aguda invectiva y brazo m?s poderoso que cualquiera de ?stos, y el maestro la hab?a encontrado varias veces a algunas millas de distancia, descalza, sin medias y con la cabeza descubierta, en los senderos de la monta?a, siguiendo las pistas con el olfato y ma?a de un monta??s. Los mineros de campamentos situados a lo largo del riachuelo, prove?an a su subsistencia, durante estas peregrinaciones voluntarias, por medio de donativos ofrecidos de la manera m?s sincera y generosa.
No es porque no se hubiese dispensado previamente a Melisa una protecci?n m?s amplia y decidida. El reputado predicador oficial, reverendo Josu? Mac Sangley, la hab?a colocado de criada en un hotel, para que empezara a adiestrarse, present?ndola luego a sus disc?pulos en la clase de los domingos. Mas el camino que se le hab?a trazado era demasiado estrecho para ella. De vez en cuando tiraba los platos al fondista, respond?a prontamente a los ins?pidos chistes de los hu?spedes, y produc?a en la clase del domingo una sensaci?n tan en absoluto contraria a la monoton?a y placidez ortodoxa de aquellas instituciones, que por respeto y deferencia a los almidonados delantales y moral inmaculada de los dos ni?os de cara sonrosada y blanca de las primeras familias, el reverendo se?or no tuvo m?s remedio que expulsarla.
As? era la figura y antecedentes de Melisa, al encontrarse en pie delante del maestro; mostr?banse aqu?llos tanto por el haraposo vestido, el despeinado cabello y los sangrientos pies, que mov?an a compasi?n, como por el brillo de sus grandes ojos negros, cuya fijeza produc?a una extra?a impresi?n.
--Si he venido aqu? esta noche--dijo r?pida y atrevidamente, fijando en la de ?l su dura mirada,--es porque sab?a que estaba usted solo; no quer?a venir cuando estuvieran aquellas chicas. Las aborrezco y ellas me aborrecen: he aqu? la causa. Usted tiene escuela, ?verdad? ?Quiero aprender!
El maestro que hab?a escuchado hasta entonces aquellas palabras con cierta impasibilidad, hubiera otorgado la indiferente limosna de la compasi?n y nada m?s a aquella criatura desali?ada, si al poco donaire de su destrenzado cabello y sucia cara, hubiese a?adido la humildad de las l?grimas; pero con el instinto natural aunque il?gico de sus semejantes, su atrevimiento d
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